Wednesday, January 28, 2009

Segundo Acto

The Corleone Chronicles II : Una invitación a cenar, una leyenda, un asesinato y alguna venganza

Segundo Acto

09 El relato de la noche anterior

- ¿Estás bien?- susurró Corso en tono preocupado justo antes de empezar a bajar las escaleras.

- Si, si, estoy bien - repuso Leo con aspecto de no estarlo en demasía- Venga, vamos a ver qué tenemos ahí abajo- hizo un ademán señalando a las escaleras que, siendo como es Leo de naturaleza tirando a desdichada, acabó valiéndola una luxación de falange al darse un cebollazo de padre y muy señor mío, contra la maciza balaustrada de roble.

Cuando llegaron al rellano inferior, se encontraron con que todos les estaban esperando sentados mientras intentaban resolver con expresiones de suprema concentración, cada cual un cubo de Rubik. La única ajena a tan sesudo divertimento era Escalilla, que permanecía en medio de la estancia con la mirada fija en una pobre reproducción al óleo de la Lección de Anatomía de Rembrandt, en la que el cadáver original, había sido sustituido por una trucha rellena de jamón. Llevaba puesta la forense una bata de percal con estampado de gatitos haciendo la colada, y aunque pareciese increíble, su pelo tenía peor aspecto que la noche anterior. El grado de foscosidad que había alcanzado, le confería el aspecto de un híbrido entre un anaranjado hipercaniche y un manojo de cables de cobre.

- Es la humedad- se excusó Escalilla consciente del foco de las miradas de los recién llegados.

- ¿Qué tenemos?- inquirió Corso

- Pues una temperatura exterior de diez grados negativos, un índice de humedad del ochenta y ocho por ciento, un viento del noroeste a ciento cuarenta kilómetros hora, tormenta eléctrica, y previsión de nieve para la tarde- contestó Rocío entornando los ojos debido al esfuerzo que el cálculo mental le había supuesto.

Una vez más se impuso el consenso generalizado de ignorar cortésmente a Rocío.

- Bueno, ¿y vosotros qué hacéis aquí?- preguntó Leo señalando los sofás- ¿Cómo es que no estáis en la escena del crimen?

Molina, Rocío y Mario miraron a la doctora Escalilla, que optó por fingir que no se daba cuenta.

- Pues aquí nuestra querida doctora, que ha vuelto a hacer de las suyas, se ha inventado un potingue para detectar manchas de fluidos corporales, como sangre, semen, saliva y pelotillas de ombligo, y se le ha caído al suelo la garrafa de cinco litros en la que lo llevaba- dijo Molina con cierto enojo.

- Bueno, eso no es grave, ¿no?- dijo Corso rascándose la coronilla sin entender bien el problema.

- Si bueno, verán, es que el preparado es a base de azufre, amoniaco, metano, queso de Cabrales, huevo podrido, agua de cocer repollo, coliflor y brocóli, destilado de bomba fétida, y una puntita de cayena. Lo vi hacer en una de esas series de forenses en un episodio en el que se quedan aislados en una quesería- explicó con entusiasmo Escalilla.

- Solo os digo que una mofeta que pasaba por ahí, ahora está esperando a que le hagan la autopsia- terminó Molina- Ahí no hay Dios que pase.

- Hemos echado unos botes de Oust, y para asegurarnos de que nadie toca nada, ni ninguna prueba se pierde, hemos dejado todo cerrado a cal y canto. Pero para asegurarnos del todo que nadie mete la zarpa donde no debe, hemos dejado dentro a Vázquez vigilando- recitó Rocío muy contenta de no haberse olvidado de recitar ninguna de las medidas de precaución tomadas.

- Muy bien pensado- les felicitó Corso

- ¿Os ha dado tiempo a hacer algo en el estudio antes del incidente?- preguntó Leo.

- Pues si- se vanaglorió Escalilla- He podido tomar la temperatura del hígado con ayuda de un termómetro de asar pavos que he cogido de la cocina. Según mis cálculos, murió en torno a las cinco de la mañana, afinando un poco, yo diría que a las cinco y cinco, con cincuenta y cinco segundos.

- ¿Y ese afinar se debe a....?

- A que me gusta el cinco- contestó la forense con una sonrisa y un coquetuelo batir de pestañas.

- ¿Cómo le mataron?- inquirió Corso esforzándose por no empezar a ladrar a Escalilla tan temprano.

- Pues como tener, tiene una daga de treinta centímetros clavada en el pecho, que le ha seccionado las arterias aorta y pulmonar, la vena cava, y además le ha chafado el ventrículo izquierdo, y escogorciado el pulmón. Bien pudo esa puñalada haber sido la causa de la muerte, o bien pudo haber sido una digestión un tanto pesada- todos miraron a Escalilla de reojo- Ayer, les recuerdo, cenamos fuerte, y con gran cantidad de pimientos.

Un silencio primero, un suspiro después, y por último una sonora y furtiva colleja en el cogote de Escalilla.

- Ay!- se quejó la doctora.

- Y justo es la daga lo que falta de la estantería del saloncito con todas esas cosas de ahorcar, disparar, pinchar, espachurrar, y en resumen, matar- dijo Mario muy alterado.

- También nos ha dado tiempo a encontrar esto- Molina les mostró una bolita negra de peluche dentro de una bolsa de congelados- Pero no tenemos ni idea de lo que es.

- Yo he aventurado que bien pudiera ser un testículo de pulga gigante de Madagascar, pero nadie ha dado mucho crédito a la teoría- se lamentó Escalilla.

Más silencio, suspiros y collejas en un bando, y una furtiva mirada de angustia en el otro.

- Chifladuras a parte, mientras vosotros dos bajabais, que anda que no habéis tardado- dijo Molina- Mario y yo hemos registrado la isla por ver si alguien se ocultaba en alguna

- Así es- corroboró Mario- Nos hemos llevado unas bolsitas de picnic que mi Marí Roci nos ha preparado, con su huevito cocido y todo, y nos hemos ido de excursión por la isla. Lo hemos pasado un rato bien, pero no veáis como nos hemos puesto de agua!

- Debo decir que islote es más correcto que isla- puntualizó Molina- El sitio es muy pequeño, más allá de la casa no hay nada más que un par de calas desiertas, una cueva, y los acantilados.

- Hemos encontrado una comadreja borracha en un de las calas, un hámster parapetado en la cuevecita, la viuda de la mofeta que Escalilla ha matado, un panda gigante que huía de un zoo de Xiaoxiangling, y poco más. A parte de la variada fauna, y escasa flora, que se reduce a una especie de alcachofa que huele a menta, aquí no hay nadie más que los que estamos en esta casa.

Se hizo un silencio espeso y opresivo sobre la estancia, todos, menos Rocío, estaban pensando exactamente lo mismo mientras miraban la tormenta que rugía en el exterior.

- Si no hay nadie escondido, y estando el mar impracticables desde anoche, pues eso quiere decir que a Mostaza lo ha matado alguien de esta casa- concluyó Molina verbalizando el pensamiento colectivo.

- Precisamente.

Corso y Leo se miraron de reojo. Sin que nadie lo viese, él cogió su mano y la apretó ligeramente.

- Bien, lo fundamental es informar a la Guardia Civil del pueblo para que nos saquen de esta puñetera isla, y así, desde tierra, poder abrir una investigación como Dios manda- explicó Corso- ¿has conseguido hacer funcionar el móvil, Mario?

- Todavía no, después de estar toda la noche de ayer dale que te pego, solo hay para unos dos segundos. De todos modos, tal y como está el mar, dudo que la guardia costera nos pudiese sacar de aquí hoy.

- Ya...

- En ese caso, lo único que podemos hacer mientras esperamos a poder comunicarnos, es intentar manejar esta situación lo mejor que podamos- razonó muy sensatamente Corso.

- ¿Saben los demás invitados lo que ha pasado?- preguntó Leo.

- Si, les hemos sacado a patadas de la cama, y encerrado a todos en la cocina para asegurarnos que no se nos escapa ninguno- repuso Molina.

- Para que no se enfadasen les hemos dejado leche y curruscos de pan duro para desayunar- añadió Rocío.

- Bien hecho

- Si, el desayuno es la comida más importante del día- dijo Rocío atribuyéndose una felicitación que no le correspondía.

- Pues vamos a ver qué nos dicen, a ver si conseguimos aclarar qué ha pasado.

Se acercaron todos hasta la puerta de la cocina, abriendo la marcha, a saltitos, iba Rocío la mar de contenta. En uno de esos saltitos se estampó contra la maciza puerta que daba a la sala de fogones. Se desincrustó de la misma con moderada elegancia, y sacó la llave que guardaba en el escote. Tras forcejear un buen rato en la cerradura, pues estaba esta algo dura, por fin, abrió las pesadas puertas con tanta fuerza que se volvieron a cerrar, impactando violentamente contra su rostro.

- Eftoy fien- dijo Rocío

Una vez dentro, pudieron comprobar que la gente que tan elegante pareciese la noche anterior, había perdido buena parte de su glamour, y compostura. Estaban sentados todos con sus pijamitas y batitas sorbiendo ruidosamente sopitas de leche de unos cuencos que sujetaban con desesperación. Quien para haber enviudado tenía un aspecto extraordinario, era la señora Blanco. Parecía un par de semanas más joven, su piel estaba más luminosa, e incluso los colgajos de su cuello parecían menos descolgados, y sus pómulos estaban donde debían estar y no junto a los labios.

- Lo primero que queremos hacer- empezó Corso- es presentar nuestras más sentidas condolencias a la viuda. Señora Blanco, le acompañamos en el sentimiento.

- ¿A mi?- preguntó la vieja como si no supiese de que la hablaba- Ah, si! Lo de mi Antoñito! Muchas gracias, hijo mío, pero ¿qué se le va a hacer?, la vida es así, todos la cascamos antes o después - contestó la señora Blanco remojando un currusco de pan en su lechecita.

Se admiraron todos de la fortaleza de espíritu de la anciana.

- Es nuestro firme propósito la pronta resolución de este vil crimen, para lo cual solicitamos su cooperación- dijo Leo dando una resuelta palmetada sobre una docena de huevos.

Todos asintieron con aire de ganado lanar.

- A quien no veo es al ama de llaves...- murmuró Rocío

- Ha ido a despertar a la cocinera, que por lo visto ayer se bebió todos los culillos de vino que sobraron, y se pilló una melopea de aupa- contestó el señor Púrpura desmigando una hogaza de pan en el cuenco de su desayuno.

- Pues vamos a esperarlas antes de empezar a formular las preguntas que tenemos preparadas- repuso Escalilla haciendo carantoñas al pollito que había salido de la docena de huevos que Leo había cascado.

Minutos después se escuchó el rumor de unas voces que se acercaban desde las habitaciones de servicio, a las que se accedía desde la misma cocina. Departiendo con la voz del ama de llaves, escucharon otra que les resultó harto familiar.

- Mamá!!- exclamó Mario al ver a entrar a su madre junto al fantoche del ama de llaves.

- Hijo, mío!- corrió la mujer, que en el transcurso de ese año parecía haber engordado unos veinte o treinta kilos, para abrazar a su repeinado vástago.

Contemplaron todos con ternura cómo la titánica señora espachurraba a un Mario que esa mañana parecía bastante más esmirriado de lo habitual.

- ¿Pero qué llevas puesto? ¿Así te he enseñado yo a planchar?- le regañó la señora examinándole de arriba a abajo- Y ponte recto! De hecho... poneros todos rectos, que parece estéis cansados!

Con un crujido de vértebras todos, señora Blanco incluída, obedecieron sin chistar.

- Claro!- exclamó Leo- El hecho de que sea usted la cocinera explica las incongruencias de los platos de la cena, como los pimientos fritos y las patatas, y la, cuánto menos, curiosa elección del postre.

La mamá de Mario asintió muy seria.

- Ay, hija, si es que yo veía las zarrias del menú que me habían dejado escrito, y sufría por vosotros. Eso ni era comida, ni era nada, por eso intenté añadir toda la sustancia que pude, que algunos aún estáis creciendo, bueno, menos la señora esa de ahí, que ya va para abajo.

- ¿No se referirá a mi?- espetó una indignada Escalilla.

- No, pero ahora que lo dice....- la mujer meneó la cabeza.

Sollozó la forense consciente de que el comentario, aunque hosco e innecesario, algo de razón tenía.

- Bueno, señora, ¿pero usted qué narices hace aquí? ¿Cómo se ha metido en este fregao?- inquirió Leo una vez se hubo puesto bien recta.

- Pues yo no tenía ni idea de que os iba a encontrar aquí, como nunca me cuentas nada- la madre de Mario miró reprovatoriamente a su hijo- Si llego a saber que veníais vosotros, pues hubiese salido a mangonear mucho antes.

Todos asintieron sabiendo la verdad de sus palabras.

- Mamá,¿cómo has llegado a ser la cocinera de esta casa de locos? ¿No estarás compinchada con la Gracias esa?

El gesto de la mujer se avinagró de mala manera al oír las palabras de su cachorro.

- Yo no estoy compinchada con nadie, y no me hables con ese tono, que soy tu madre- soltó la dulce fémina un morrocotudo sopapo a su cachorro- A mi Infofobs me mandó una oferta de para un trabajo, era para ser cocinera en una fiesta de fin de semana. Como lo que más me gusta en este mundo, a parte de manipular al personal, es cocinar, y como con tu padre me aburro soberanamente.....- miró a Mario y se encogió de hombros- Además, los mil quinientos euros que pagaban, tampoco hacían daño.

- ¿Has visto personalmente a la persona que te contrató?

- No, solo he hablado por teléfono. Una señora la mar de amable, le encantó mi receta de almóndigas a la jardinera.

- ¿Cómo hace usted las albóndigas?- preguntó muy interesada la señora Pavoreal- Las mías siempre pecan de secas.

- ¿Les añade usted miga de pan remojada en leche?

- Ay, pues no- dio la señora Pavoreal una palmada fastidiada por semejante despiste.

- Yo, además de poner miga como usted, mezclo la carne de ternera con un poco de solomillo de cerdo para que queden más jugosas- explicó Leo.

La madre de Mario levantó las cejas complacida por el truco culinario.

- ¿Y la salsa?- preguntó el señor Verde- ¿Cómo la hace? A mi Alicia le queda siempre muy pobre, como excesivamente líquida.

- Eso va a ser que no le echa patatita al sofrito de verduras, ¿a que no?

- Pues no, nunca se me había ocurrido. Yo las echo frititas en cuadraditos cuando ya están hechas.

- Pues si las echa desde el principio, le saldrá una salsa muy rica, muy espesita. Cuando tenga todas las verduritas sofritas, el puerro, la zanahoria, y las patatas, le echa un chorrito de vino blanco, lo deja cocer despacito, y luego añade las pelotillas y los guisantes- concluyó la madre de Mario- Son muy sencillitas de hacer, pero quedan muy ricas. Con unas almóndigas de estas, y una ensaladita, comes tan requetebien.

Todos guardaron los cuadernitos en los que acababan de apuntar tan suculenta receta.

- Si, así las hago yo, a Corso le gustan mucho- asintió Leo- Además de eso, yo les añado unos champiñoncitos y algo de tomate rayado, verán se....

La madre de Mario, junto a todos los demás, tomaba notas de todo cuanto Leo decía.

- Bueno, vale ya de sandeces y de albóndigas! Leches, que estamos resolviendo un asesinato, no en clases de cocina- Molina, al que no le gustaban las albóndigas, cortó por lo sano dando un manotazo en la mesa, lo que hizo que la pobre señora Blanco se atragantase con la galleta remojada que engullía.

Se propagó un murmullo de descontento de todos los que se quedaron con ganas de saber qué aportaban los champiñones y el tomate a la receta, y dónde y cómo añadirlos.

- Ya que estamos todos, vamos a empezar. Como ya todos sabrán, esta mañana aquí, doña Marciana Frijol...

- Para servirles- la mujer se levantó de su taburete haciendo una torpe reverencia.

- ...ha encontrado el cadáver del señor Mostaza- la viuda empezó a sollozar quedamente- Vamos a intentar determinar los movimientos de todo el mundo desde que abandonaron la fiesta, hasta esta mañana cuando nuestros compañeros les han invitado a seguirles.

- Si por invitar quiere decir echar a coces de la cama...- murmuró el señor Púrpura

Se extendió un murmullo en el que pudieron oír varias veces las palabras "brutalidad policial".

- Bueno, vamos a empezar por la señora Blanco, que además de que está dando cabezadas y se nos va a quedar frita, es la viuda.

- Otra vez viuda, que desgracia tan grande!- se lamentó la buena señora

- Señora, ¿nos puede decir qué hizo usted anoche?- inquirió dulcemente Leo.

- Claro, hija mía, claro- cerró la anciana los ojos y cruzó las manos sobre el regazo.

- Si pudiese ser ahora.... tanto mejor- repuso Leo un par de minutos después.

- Ay, si, disculpen, me he quedado transpuesta. Pues verán, después de que ustedes dos saliesen a toda prisa de la sala de baile, por motivos desconocidos, mi esposo y yo, Dios le tenga en su gloria, bailamos un poco más, y a eso de la una y media nos subimos a la habitación para que me pusiese mi enema nocturno- se giró para mirar a la señorita Amapola- Enema que, hija mía, esta noche me tendrás que poner tú.

El grupo en general compartió una mueca de asco, y sintió una fuerte compasión por la señorita Amapola.

- Una vez arriba, tras evacuar, me dio vaselina para que no me saliesen heriditas, mis pastillitas para dormir, y me contó un cuento. Ahí ya me quedé sopa, y de nada me enteré hasta esta mañana, cuando el señor Molina ha entrado con la terrible noticia.

- Muchas gracias, señora- dijo Corso- ¿Señorita Amapola?

Por educados turnos, que fueron mayoritariamente respetados, todos y cada uno de los invitados fue narrando según sus habilidades verbales cuanto paso la noche anterior, con lo que el grupo fue haciéndose una imagen mental de lo acontecido.

- Vamos a recapitular lo contado, ¿vale?- empezó Leo- A eso de las doce y media, después de unos cuantos cócteles, Pablo y yo nos sentimos...- carraspeó- ...indispuestos y nos subimos directos a la habitación. Un buen rato después, a eso de la una y media el difunto Mostaza y la señora Blanco se subieron para lo del enema, ¿no?

Asintió la vieja con vigor.

- Poco después del enema de marras de la buena señora,- Mario tomó el testigo- yo también me sentí indispuesto, y subí corriendo al cuarto. Serían las dos menos cuarto en ese momento. He pasado una noche bastante mala, cada dos por tres me daban retortijones, y en una de esas excursiones al retrete, oí una bisagra chirriando. No miré el reloj, pero yo ya llevaba unas cuantas horas en la cama.

- Corroboro lo que Mario dice. Yo le seguí tres minutos después de que se fuese, creyendo que era otro tipo de indisposición la que sufría- contó Rocío con pesar- Como se pasó la noche levantándose al baño, pues he dormido malamente, y a saltos. En un descanso de las pedorretas, pues oí unas bisagras oxidadas, y bastante rato después, cuando me empezaba a quedar dormida, las oí de nuevo.

Corso asintió complacido y continuó la exposición de los hechos.

- La señora Pavoreal y su esposo, el señor Verde, se subieron a las dos y cinco a su habitación, y declaran no haber visto, ni oído nada hasta esta mañana, ¿es eso correcto?

- Si, así es- corroboró la señora- Nos pusimos unos tapones de cera para aislarnos de los gritos que salían de una habitación, que creo era la suya, y nos quedamos dormidos casi inmediatamente, solo nos hemos despertado esta mañana, cuando el señor Molina nos ha sacudido con la dulzura que el caracteriza.

Molina dedicó una sonrisa beatífica al señor Verde y señora.

- La señorita Amapola, su prometido, el señor Púrpura, la doctora Escalilla y yo, nos subimos todos a la vez, a eso de las tres, cuando se acabaron los Manhattan, y los titis se fueron a dormir- narró Molina- La doctora dice que creyó oír algo en el pasillo después de lo de la bisagra, pero vaya usted a saber, que es una trolera.

- De trolera, nada!

Molina le hizo burla discretamente, mientras se pasaba una mano por su poco poblada cabellera, que ese día lucía bastante más mustia de lo habitual.

- Por su parte, el ama de llaves declara que no sabe a qué hora, pero muy tarde, oyó voces en el estudio, y mi mamá lo corrobora.

Asintió la monumental mujer, y junto a ella el esperpento del ama de llaves, que a la luz de la cocina, parecía incluso más fea que la noche anterior.

- Si, eso he dicho, se oía una voz de mujer, y parecían discutir. Después, a las nueve me levanté para limpiar todo lo que ustedes habían enguarrinado anoche, y cuando entré en el estudio, pues le vi ahí más tieso que una bacalada, y me puse a gritar, poco después bajó la doctora, y don Molina.

Miró Leo con el ceño fruncido, confusa y acongojada a Corso, respondiendo él de forma pareja.

- Bueno, pues ya sabemos lo que esta gentuza hizo anoche- pronunció Molina.

- Sin faltar, que estamos aquí delante- se quejó Púrpura.

- Disculpe, es la costumbre- se excusó Molina.

- Los únicos que no habéis dicho qué hicisteis anoche, fuisteis vosotros- dijo Rocío mirándoles.

Intercambiaron Corso y Leo una mirada, y empezó a hablar ella.

- Pues nosotros nos sentimos...- carraspeo- .. indispuestos, y decidimos irnos a la cama. Estuvimos... charlando...

- Si, sobretodo charlando...- repuso Escalilla- que todos oímos los berridos que salían de vuestro cuarto.

- ... hasta eso de las cuatro - prosiguió Leo imperturbable- y después...

- Después nos quedamos dormidos abrazaditos, y no nos hemos enterado de nada hasta esta mañana, cuando Rocío y Mario han entrado en nuestra habitación- atajó Corso a lo que Leo pudiese decir.

Leo le miró con severidad, y él contestó con una sonrisa que pretendió ser tranquilizadora.

- Pues es raro que digas no os levantaseis ninguno de los dos, porque esta noche varios hemos oído bisagras chirriando, y las únicas bisagras que chirrían son las de vuestras puertas....- pensó en alto Mario.

- De todos modos, yo esta investigación, la veo del todo innecesaria - entonó Verde en tono resuelto.

- ¿A si? ¿Y por qué exactamente la ve innecesaria?- quiso saber Escalilla empollando los huevos que se habían salvado del genocidio de Leo.

- Pues es bien sencillo, bien claro está quien le he matado.

- ¿Así quien?- le retó Rocío.

- Pues ¿quién va a ser? Él- contestó Verde encogiéndose de hombros y señalando a Corso con el dedo.

Todos los presentes dejaron de engullir sus sopitas de leche y un murmullo se extendió por la cocina.

10 Encontrando pruebas

No tenía visos de silenciarse el murmullo, muy al contrario, ganaba en volumen con cada segundo que pasaba, lo que obligó al señor Verde a alzar más la voz para hacerse oír.

- Ayer mismo, delante de todo el mundo, Pablo amenazó al señor Mostaza con matarle si volvía a molestar a Leonor- el señor Verde señaló a uno y a otro- Poco después, todos vimos como la señorita Leonor fue indiscriminadamente acosada por Mostaza durante el baile, y ahora él está muerto. Blanco y en botella, leche.

- También pudiera ser el compuesto de mi enema, tiene un color blanquecino, ¿saben?- explicó la señora Blanco, y todos se esforzaron por no oírla.

- ¿Pero qué dice? Eso es una estupidez- le recriminó Leo.

- Hombre, en realidad tiene sentido, reconócelo- dijo Molina- Todos le oímos decir que le iba a matar

- Es verdad, Corso tiene un pronto muy fuerte....- añadió Rocío- Y durante toda la cena, no hicieron otra cosa que insultarse, elegantemente, pero insultarse. Además todos sabemos lo que es capaz de hacer por defender a esta...- señaló a Leo con desdén- A mi me huele a móvil.

- Perdón- se disculpó el ama de llaves meneando la mano junto a su trasero.

- ¿Os habéis vuelto locos? Corso no ha matado a nadie!- le defendió Leo- Al menos este fin de semana, claro.

- No sé...- comentó Mario- A mi desde luego me encaja, la teoría del señor Verde es estupenda, y muy elegante.

- Si, es sencilla y todo lo explica- corroboró Escalilla- La navaja de Ockam que se llama, y que dice que en igualdad de condiciones la solución más sencilla es probablemente la correcta.

La doctora tuvo que esforzarse por contener las lágrimas de emoción, al ver que por una vez era el centro de atención.

- Además- continuó la forense- Corso tiene la fuerza necesaria para haber asestado la puñalada mortal que le ha cercenado los vasos mayores. Puede que cuando Leo cayese medio inconsciente por el lógico agotamiento de tanto "charloteo", Corso se levantase de la cama, matase al señor Mostaza, y volviese a al cama sin que ella se diese cuenta.

- Por una vez, lo que dice la inconsciente esta, tiene sentido- sentenció Molina quitando unas cuantas cabezas de ajo de una soga con el fin de maniatar a Corso.

Se interpuso Leo entre Molina y su amado, en un arranque de melodramatismo que mucho gustó al público que de tal hecho era testigo.

- Pero es que es que no fue así!- espetó Leo fuera de si- Eso no pasó, Corso no fue a ninguna parte, ni mucho menos mató a nadie.

- ¿Y cómo lo sabes, si estabas dormida?- preguntó Rocío en tono de listilla.

- Porque no estaba dormida- anunció Leo dejándose caer sobre un fardo de patatas.

El eco de un murmullo de voces, y un pollito piando, llenó la cocina.

- Anoche después de estar fo...- miró a su alrededor y carraspeó- esto...., eeeh, formando palabras. Eso es, formando palabras en una amena conversación, hasta eso de las cuatro, Corso se quedó profundamente dormido. Yo había empezado a sentirme un poco congestionada hacía unas cuantas horas,...

- Si no te pasases el día con el culo al aire....- le recriminó Rocío

- ...me había echado unas gotas para la congestión nasal en uno de los cócteles que me tomé, pero no me hacía ningún efecto, así que decidí bajar a la cocina a ver si me hacía unos vahos de eucalipto, y ya de paso zamparme un churrasco o dos, que tanto parloteo me había dejado hambrienta...

- Y ser creerá que nos hemos tragado lo del parloteo....- gruñó Escalilla.

- ...bajé, y me hice unos vahos. Al no quedar churrasco, pues me preparé algo más ligero, una tortillita de doce huevos. Cuando subía de vuelta a la cama, ya mucho más despejada, y con algo menos de hambre, pues vi luz en el estudio. Las puertas estaban entreabiertas, y al pasar vi de refilón al señor Mostaza, él no me había visto, así que apreté el paso, llegué al cuarto, me tomé un culín de leche que se había dejado Corso, y ahí, ya si que me quedé ya frita. Miré el reloj cuando llegué a la habitación, así que puedo decir a ciencia cierta, que eran las cinco menos veinte.

Corso que se había sentado junto a ella, sobre una red de cebollas, la había tomado la mano entre las suyas, y acariciaba tranquilizadora el dorso.

- Lo de los vahos de eucalipto y la tortilla va a ser verdad- explicó el ama de llaves- Esta mañana nada más entrar en la cocina he visto una cazuela con esos hierbajos, y un montón de cáscaras pero he pensado que los koalas autóctonos que viven en la isla habían venido a desayunar. A veces lo hacen.

- ¿Por qué no lo habéis dicho antes?- exigió saber Escalilla.

- Pues porque como el ama de llaves ha dicho eso de que oyó a Mostaza discutiendo con una mujer, y Leo es una mujer y vio a Mostaza más tarde que nadie...- dijo Corso- Si decía que ella bajo y vio a Mostaza, iba a parecer sospechosa.

- En eso tiene razón- afirmó Mario.

- Va a ser que si- asintieron los demás.

- Pues si no ha sido él, ha sido ella, Leonor- dijo llanamente la señorita Amapola.

Todos se miraron con la duda reflejada en sus ojos, se oyó alguna voz pelirroja dando crédito al rumor. Leo miró a Corso con terror, él la abrazó por los hombros.

- ¿Estáis chalados? ¿Cómo va a matar Leo a ese señor? No digáis estupideces, que pierdo las formas- exclamó un indignado Corso- Además ya habéis oído que se acostó antes de las cinco, la hora de la muerte.

- Bueno, eso es lo que dice ella...- dejó caer Escalilla

- Claro que no lo ha matado, con esa carita que tiene, se ve que es incapaz de hacer daño a una mosca- dijo la señora Blanco tirando a Leo de los mofletes.

Se extendió un murmullo de asentimiento.

- Es verdad, con esos ojitos, se ve que no haría daño a nadie- asintió Molina sobando el pelo de Leo.

- Pues es verdad, mirad que monada, como se rasca el sobaquillo- exclamó Rocío besuqueándola.

- Si es que es más rica!- espetó Mario- ¡Vamos todos a abrazarla!

Tras el multitudinario abrazo a Leo, abrazo que se saldó con numerosas contracturas, no pocos hematomas, relojes birlados, y mocos pegados, se les dio permiso a los invitados para subir a sus habitaciones a desmierdarse y quitarse el pijama.

Mientras los invitados se alejaban al trote cochinero escaleras arriba, la madre de Mario y el ama de llaves se quedaron en la cocina desgranando guisantes para el almuerzo, y el grupo de policías se trasladó al estudio con la esperanza de que el tufo hubiese ya desaparecido. Se acercaron con premura hasta la puerta que daba a la escena del crimen, y cruzaron todos la improvisada línea policial de papel higiénico. Nada más entrar fueron recibidos con los últimos coletazos del pestilente efluvio del preparado de Escalilla. Ocupaba el centro de la habitación el fiambre de Mostaza, cristianamente cubierto por una mantita de viaje con estampado de cervatillos silvestres. En un rinconcito, junto al cadáver de la mofeta, abrazado a un atlas de Murcia, medio desvanecido y enfundado en una batita de felpa a cuadritos que dejaba al descubierto sus escuálidas canillas, yacía Vázquez.

- Arriba, mequetrefe- Corso le despertó con una dulce patada en las costillas.

- Ay, madrecita- se quejó el hombre con malsano aspecto- Que malito estoy.

- Si, muy malito, hala, a ahuecar el ala- le espeto Molina sin miramiento alguno.

- Esperad- dijo Leo- ¿Le ha preguntado alguien esta momia estirada si oyó algo anoche?

- Pues la verdad es que no, preferimos no darle palique, que se enrolla como las persianas.

- Eso es verdad, pero por una vez, creo que va a ser necesario preguntarle- dijo Corso cogiéndole de las astrosas solapas de la batita y levantándole en vilo- A ver, infusorio medio calvo, ¿oíste algo anoche?

- Si me dais de desayunar, hablo, si no, pues no digo nada, que ayer no cené, mi merendé, y, menos aún, almorcé.

- Yo digo que no le demos nada, seguro que no tiene nada interesante que decir- profirió Escalilla envalentonada.

- No seáis así, hombre, a ver si se nos va a morir de hambre, y con dos cadáveres apestando, ya tenemos bastante- dijo Mario en un derroche de amabilidad.

Rocío abrió el cajoncito del secreter que adornaba una de las paredes del estudio, y sacó un mendrugo de pan no duro en exceso, y un trozo de queso que parecía recubierto por un jerseicito de lana verde.

- Toma, comete esto, pero ojito con las migas, que doña Marciana nos curte- Vázquez se apresuró a devorar las viandas que Rocío le dio sin amor alguno.

- Pues veréis- empezó escupiendo miga a todos los presentes- Horas precisas no os puedo decir porque me confiscasteis el reloj, pero algo oí.

- ¿El qué?

- A ver, estaba yo algo aletargado por el hambre, la sed, el miedo y el frío, cuando en la habitación de al lado se empezaron a oír cosas raras. Al principio pensé que estaban torturando a alguien en la habitación de al lado, y que eran gritos de dolor- explicó Vázquez mascando queso- Después me acordé que en la habitación de al lado estaban Leo y Corso, y me relajé. Total, que los gritos, gemidos, jadeos y golpes contra la pared duraron varias horas, y después todo se quedó en silencio. Estaba yo usando una toallita húmeda- en ese punto sonó una arcada comunitaria- cuando oí chirriar las bisagras de vuestra puerta, por un rato no se oyó nada más, pero como veinte minutos después, después las volví a oír.

- No nos has dicho nada que no supiésemos, ¿veis como no había que haberle dado de desayunar?

- Aún no he acabado! Después de eso, cuando volvía a quedarme dormido, me pareció oír pasos por la zona de las escaleras, aunque podía haber sido la carcoma del cabecero...

- Es lo que yo decía, no me lo había inventado!- se ufanó Escalilla.

- Eso esta por ver- gruñó Molina.

Echaron a Vázquez a escobazos del estudio sin darle tiempo a terminarse su exiguo desayuno.

- Vale, si tenemos que creer a Vázquez y a la señora esta- Molina señaló a Escalilla- Después de que Leo se metiese en la cama, alguien salió de alguna habitación, y unos minutos después volvió a entrar.

- Y si hacemos caso a lo que mi mamá dice, y corrobora el ama de llaves, fue una mujer. Una mujer que entró en el estudio y discutió con Mostaza.

- Cierto- asintió Leo en voz queda.

- Vamos a ver si encontramos algún rastro del paso de esa dama por el estudio- dijo Mario muy resuelto.

Se pusieron todos manos a la obra a registrar de cabo a rabo el estudio sin dejar rincón alguno que revisar. Molina, que había estado hurgando en la chimenea del estudio, se levantó y les enseñó una bolsa transparente llena de fragmentos de papel a medio churrascar, y otra con un pegote rosáceo.

- Esto no se ha quemado del todo, puede que si lo analizamos, encontremos algo medianamente útil- dijo acercándose a ellos.

Leo se acercó despacio hasta Escalilla, que estaba metiendo mano al fiambre de forma bien poco profesional.

- ¿Ha encontrado algo?

- Si- contestó la forense ruborizándose y sacando la mano de la bragueta del muerto- El fiambre tiene arañazos en la cara, y restos de piel bajo las uñas. También he encontrado esto- enseñó un fragmento de tela negra con una discreta pedrería del mismo color dentro de una bolsa- Parece seda natural.

- Seda... pudiera ser de unos calcetines, una soga, unos tirantes....- aventuró Rocío.

- O del vestido de noche de alguna dama...- precisó Mario con sensatez

- Si, eso también.

- ¿Algo más?- se apresuró a preguntar Corso.

- Yo he encontrado unas pisadas en esa esquina- anunció Rocío- pero las he borrado cuando me he caído de boca sobre ellas.

Cinco cabezas se sacudieron a la vez, y cinco bocas exhalaron semejantes suspiros.

- Pero no os preocupéis, que las he documentado, como no tenía cámara de fotos, ni nada que se le parezca, las he dibujado con los Plastidecor que siempre llevo encima.

Rocío les mostró lo que parecía ser una patata morada, aunque bien podría haber sido una de esas protuberancias de las rapes hembra de las que Escalilla les habló la noche anterior.

- Vaya huella rara...- murmuró Leo

- Si- asintió Rocío- yo he bajado la posibilidad de que sean de elefantito bebe, o similar.

Nadie hizo ni caso a tan extravagante especulación.

- ¿Y no será más bien que no tienes pajolera idea de dibujar?- inquirió Molina

- No te digo que no- concedió Rocío.

- Bueno, yo acabo de encontrar esta pitillera de moiré negro debajo de esa silla de ahí- Mario se la mostró con sonrisa de azafata de concurso- Tiene unas iniciales bordadas en pequeños diamantitos. LM.

Pudo oírse claramente como Leo dejaba escapar un tosecilla desmayada.

- ¿LM? ¿De qué serán esas iniciales?- preguntó Rocío en alto torciendo mucho la boca- ¿Luis y Mónica? ¿Lizza Minelli?

- No sé, también podría ser uno de esos inútiles regalos que las tabacaleras dan con el fin de fidelizar a los compradores- especuló Mario

- Pudiera, pero lo que hay dentro, no son de esa marca, L&M, sino Leo Strike- comentó Molina abriendo el receptáculo del tabaco.

- ¿Lo son?- repuso quedamente Leo.

Molina asintió.

- Lo curioso es que los Leo Strike fueron retirados del mercado porque, al no llevar tabaco sino puerros, no podían ser vendidos en estancos, y en las fruterías no se vendían bien del todo- comentó Rocío como si acabase de caer en la cuenta.

- Eso es cierto, las únicas cajetillas que hay son las que Leo sigue produciendo para consumo propio y los amigos...- comentó Molina encendiéndose uno de los susodichos cigarrillos.

- Si es... curioso- improvisó Corso- puede que estos cigarrillos se comprasen antes de ser retirados, ¿no? También salieron a la venta unos cuantos cartones en Ebay, se pudieron comprar así.

- Puede- convinieron todos asintiendo sin convicción alguna.

Se miraron Corso y Leo con terror.

- Mira, Leo, yo no es por nada, pero si no fueses tan rematadamente mona, diría que todas estas pruebas apuntan directamente a ti...- dijo Molina mirándola de reojo- La única que iba ayer de negro eras tú, la señora Blanco iba de blanco, Amapola de rojo, Pavoreal de azul, Rocío iba de rosa, y Escalilla... bueno, todos sabemos como iba.

- Además está esa pitillera con la iniciales LM... Leonor Marín....- añadió Mario.

- También está lo de los Leo Strike, que ocultases que anoche bajaste de madrugada...

Leo miró a todos y cada uno de los presentes, hizo un gracioso mohín que fue recibido entre exclamaciones de "pero que mona es", y se sentó en la silla que tan buen rato hizo pasar la tarde anterior a Escalilla.

- Vale, antes no os he dicho la verdad del todo- resopló Leo visiblemente angustiada.

- Leo, no tienes que decirles nada- dijo Corso agachándose junto a ella y tomándola la mano.

- Si, tengo que hacerlo, merecen saberlo. Además, si no se lo digo, va a ser peor...En fin.... poneros cómodos que es algo largo de contar.

- ¿Hay sexo?- preguntó Rocío muy animada ante la perspectiva de oír de aquello que no practicaba.

Durante los siguientes veinte minutos, Leo les puso al tanto de lo que hacía unas cuantas horas le había confesado a Pablo. Todos bebían sus palabras, y lanzaban oportunas exclamaciones de asombro conforme las revelaciones avanzaban.

- Pues fíjate tú, que eso no me lo veía yo venir- exclamó Rocío una vez Leo hubo terminado, y la ronda de abrazos se dio por concluída.

- ¿Por qué no nos lo habías dicho antes?- quiso saber Mario.

- Pues porque os conozco, y me daba miedo que en cuanto os lo contase, me acusaseis a mi de haberle matado, que nos conocemos... tiempo os ha faltado antes para dar por buenas las acusaciones que esa gente ha hecho contra Corso.

- Ahí tiene razón, somos un rato sugestionables- Escalilla no tuvo más remedio que estar de acuerdo.

- Además de lo que os acabo de contar, y por Dios, que, de momento, no se enteren los otros, no os he dicho toda la verdad de lo que pasó anoche.

- ¿Vas a confesar un asesinato?- Rocío pareció de nuevo animarse ante tal perspectiva.

- No, leches, que yo no le he matado. Es solo que las cosas fueron un poco diferentes a lo que he contado antes. Hasta lo de que me hice un cocimiento de eucalipto para despejar vías respiratorias, y lo del ligero tentempié, pues es verdad, pero he mentido en lo de que Mostaza no me vio.

- Él te vio, perdiste el norte, y entonces le mataste, ¿no?

Leo fulminó a Escalilla con la mirada.

- Salía yo de la cocina muy contenta por tener las fosas nasales despejadas, y la tripita repleta, cuando vi luz en el estudio. Siendo como soy de naturaleza curiosa...

- Al cotilleo le llaman curiosidad...- musitó Rocío

- ....pues no pude por menos que asomarme a ver si con suerte era un timba de poker, deporte al que últimamente me he aficionado. Al abrir la puerta, no vi ni tapete, ni cartas, ni nada, solo a Mostaza requemando unas nubes en la chimenea- Leo señaló el residuo rosa que Molina había encontrado- Intenté darme media vuelta antes de que me viese, pero él ya me había visto y se acercó a mi. Lo primero que me dijo es que no me esperaba tan pronto, y que el recado que le había dejado le pilló por sorpresa, yo le mandé a freír monas e intenté escaparme, pero él me cogió por el brazo y no me dejó. Se puso un poco pesado, y forcejeamos. Si analizáis el ADN de debajo de sus uñas, vais a ver que es mío.

En este punto del relato, se alzó Leo la manga de su sudadera de Felix el gato, y mostró los cardenales y arañazos que ese agarre la había dejado.

- Madre, pobrecita mía- exclamó Mario haciéndola carantoñas y besuqueándola con ardor maternal.

Cuando todos la hubieron mimado y consolado, Leo prosiguió el relato.

- Mostaza decía cosas muy raras, yo intenté que me soltase por las buenas, pero como no se atenía a razones, le solté un mamporro de los míos, y le dejé medio inconsciente. Salí corriendo del estudio, y como estaba atacada de los nervios, pues me tomé la poca leche que quedaba en el vaso de Pablo, menos de diez segundos después, me quedé dormida. Y eso fue lo que pasó, ni más ni menos.

Al concluir la narración de lo acontecido la noche anterior, Corso la besó en la mejilla. Como los demás no querían ser menos, todos besaron a Leo por turnos, cual panda de políticos en plena campaña electoral.

- Sé que no pinta bien para mí, pero os juro que yo no he matado a nadie.

- ¿Pero qué era eso que te dijo de un recado que le habías dejado?

- Eso no lo entiendo, ni eso ni muchas cosas- repuso Leo limpiándose con la manga las babas que la habían dejado- No entiendo ni lo del trozo de mi vestido, ni lo de la pitillera. Yo ayer cuando bajé no llevaba puesto el vestido, sino una bata, y yo no uso pitillera, mucho menos una tan horrorosa.

- Pues a mi me gusta- dijo con pena Escalilla.

- Otra cosa más, que no me cuadra, es eso que me habéis enseñado antes, y que Escalilla había tomado por un testículo de pulga. Es cuanto lo he visto he sabido lo que era: la nariz de una de las zapatillas que ayer llevaba puestas en la cena. Lo raro es que cuando bajé por la noche, iba descalza, y yo en ningún momento entré aquí llevando puestas esas zapatillas.

- Eso solo puede significar una cosa- dijo Corso.

- ¿Qué nos está mintiendo, y que diga lo que diga, si lo ha matado?

- Que yo no he sido, leches.

- No, que alguien está plantando pruebas, e intentando incriminarla- enunció Corso ignorando a Escalilla.

- Si, bueno, eso también puede ser. O eso, o que se lo cargó ella- repitió Rocío.

- ¿Veis como tenía yo razón al pensar que me ibais a acusar?

- No mujer, no les hagas caso, que solo lo dicen para picarte ¿cómo vamos a pensar eso?- la consoló Molina.

- ¿De verdad?- preguntó Leo algo más animada.

- Claro, yo hasta que no haya pruebas más contundentes, no te voy a condenar del todo- la animó Mario.

- Tengo una idea, que seguro nos va a servir para despejar todas las dudas sobre la inocencia de mi Leo- exclamó Corso levantándose.

Con ayuda de la mina despachurrada de un lápiz y un poco de papel de celo sacaron las huellas del mango de la daga, mientras Molina, Mario y Rocío tomaban las huellas a todos los moradores de la casa, untándoles primero los dedos con grasa de guarro coloreada con pimentón, y poniéndolos después sobre cuartillas. Veinte minutos después, se reunieron todos en la cocina para proceder al análisis casero de cuánta prueba se había recogido esa mañana.

11 Jugando a ser CSIs

- Tengo un resultado positivo - anunció Escalilla levantando la vista de la lupa que se había confeccionado con el culo de una litrona de Mahou.

Todos se agolparon alrededor de la mesa de cocina, que habían esterilizado prendiéndola fuego primero, y sustituyéndola por otra sin carbonizar después, y así transformado en un improvisado laboratorio criminalístico. Se enfundó Escalilla unos bonitos guantes de fregar, se atavió con un delantal en cuyo frente se podía ver un croissant con bigote cortejando a un brioche con lacito, y, así uniformada, llevaba sus buenos cuarenta minutos cotejando huellas de unos y otros, con las que habían sacado del mango de la daga.

- ¿A quien pertenecen?- preguntaron todos a la vez.

La forense antes de contestar peló una mandarina, se la comió, cogió una segunda, la desechó por tener pelusilla blanquecina en la superficie, y por fin contestó.

- A ella- señaló a Leo con la barbilla.

- ¿Cómo que a mi?- espetó esta con aire de incredulidad.

- Las pruebas no mienten, mirad vosotros mismos si no os lo creéis.

Aceptaron sin demora la invitación, y, así, uno por uno, comprobaron que la forense no se lo había inventado, pues era ella muy dada a esas cosas.

- Son mis huellas- suspiró Leo después de comprobarlo ella misma- No lo entiendo.

- Puede que tocases la daga ayer cuando nos enseñaste la estantería- dijo Corso con una sonrisa esperanzada.

- No, no me acerqué. Yo no toqué nada de eso en ningún momento, me limité a señalarlo.

- Pero di que si, insensata- la increpó por lo bajini la madre de Mario zarandeándola- Que estos son capaces de colgarte en la horca.

- Pues no lo voy a decir porque no es verdad, ni he tocado esa daga, ni he matado a Mostaza! Y si no me creéis, que os pean!

- Mujer no te pongas así, que aunque a ti conozcamos desde hace tres años, y en numerosas ocasiones nos hayas demostrado tu integridad, y te hayas jugado el pellejo por nosotros, y a ese gente la hayamos conocido ayer mismo, y no hayamos tenido trato alguno más allá de un superficial relación, pues nos cuesta creer que una gente tan maja y tan educada, esté intentando implicarte en ningún crimen- Mario intentó aplacarla.

Leo les miró con lágrimas en los ojos, mientras en voz baja se cagaba en los muertos de todos los presentes, menos de su Corso, claro está.

- Tengo algo- anunció Molina que había estado reconstruyendo los papelitos rotos y requemados que habían encontrado en la cocina.

- ¿Qué es? ¿Qué es?- preguntó Rocío con gran entusiasmo - ¿Algún regalito para mi?

Varias miradas fulminaron a Rocío.

- He reconstruido lo que ha resultado ser un mensaje, y que intuyo será el recado al que Mostaza aludía.

Molina se apartó para que todos pudiesen ver su obra. Estaba formado el mensaje por letras mayúsculas recortadas en cuadraditos y formaban el siguiente mensaje: "Espérame a las cinco en el estudio. Tenemos que hablar urgentemente. LM"

- Es la letra de Leo- concluyó Mario- Reconozco sus eses que parecen símbolos de integración.

- Y además solo ella pone bombitas, con sus mechitas y todo, en vez de puntos a las íes- terció Rocío.

- Leo, hija, tú dirás misa, pero todo apunta a ti....- le dijo cariñosamente Molina

- ¿Me creéis tan idiota de haber dejado todas esas pruebas?

- Hombre, a veces eres un poco desordenada, y te dejas las cosas tiradas- dijo Mario.

Con el labio inferior temblando por contenerse y no moler a palos a esa panda de ingratos, Leo les miró a los ojos.

- ¿Todos pensáis que he sido yo?

- Yo diría que si.

- No tenéis vergüenza!- les regañó Corso abrazándola protectoramente desde atrás- ¿Cómo podéis pensar algo así de Leo?

- Hombre, todas las pruebas están en su contra, y ha mentido en su primera declaración....

Un bramido parecido al de un hipopótamo en celo, cesó todas las discusiones. Se volvieron todos para ver a la madre de Mario que se había puesto en pie.

- A ver, a tranquilizarse todo el mundo, y a enderezar al espalda- la mujer trató de poner calma con su ilimitada furia- La muchacha esta, algo casquivana, pues si que es, pero yo, personalmente, no creo ni por un momento que haya matado al ese señor de ahí.

- Muchas gracias- dijo Leo con lágrimas en los ojos.

- Menos gracias, y a estirar ese espinazo, que pareces cheposa- recriminó la mujer.

- ¿Es acaso usted policía?- preguntó con retintín Escalilla.

- Pues casualmente, yo dirigí la unidad siete durante una temporada- Escalilla se cruzó de brazos y encajó la derrota como pudo- ¿A nadie le llama la atención que los dos hayan dicho que se quedaron dormidos nada más tomarse la leche?

- Pues la verdad es que no, la leche templadita relaja mucho por la noche- repuso Mario.

- Tú si que tienes relajadas las neuronas, hijo mío. A ver, a estos dos los han drogado con toda seguridad, que parecéis nuevos.

Se miraron los uno a los otros no muy convencidos.

- ¿No puede hacerles usted un análisis de sangre?- continuó la madre de Mario viendo que nadie apostaba por su teoría.

- Hombre, como poder, puedo, me he traído el kit de fin de semana por si tenía que hacer una prueba de embarazo de urgencia.

- Pues hala, corra a por él, que vamos a hacer la prueba.

Minutos después, y tras sacar sangre a Corso y a Leo con ayuda de unos bucatini, especie de spaghetti hueco cortados al bisel, la doctora miraba con estupor el resultado de la prueba.

- Pues va a resultar que la terrorífica señora esta tenía razón y todo!

- Si ya lo sabía yo...

Corso y Leo se abrazaron efusivamente al empezar a vislumbrar luz al final del túnel.

- En estas muestras de sangre que, tras pincharos infructuosamente doce veces en busca de las venas, os he sacado, hay una dosis altísima de Ketamina, que a parte de usarse en pequeñas dosis para conseguir un colocón de aupa, en otras más grandes, es ni más ni menos que....

Con dos zanahorias de buen calibre, y una cazuela de porcelana, Escalilla realizó un impecable redoble de tambores.

- ...¡un poderoso tranquilizante equino!

Se oyeron exclamaciones de asombro entre los allí congregados, a excepción del ama de llaves que hacía rato se había quedado dormida contra el paragüero de la entrada.

- En la sangre de Corso hay suficiente droga como para dormir a un enorme percherón, y en la de Leo, aunque ingirió menos cantidad, teniendo en cuenta su menor peso, lo suficiente como para anestesiar a veintiséis ponnies.

- ¿Cuánto es eso en caballos?- quiso saber la aludida.

- De los normales, unos diez, doce si son pequeños- calculó la forense

Leo asintió satisfecha por la conversión equinal.

- Claro, por eso no os habéis despertado con los berridos de la señora Frijol, estabais todavía drogaditos perdidos- exclamó Mario.

- Pero no solo he encontrado eso- continuó Escalilla- Además de descubrir que estáis como rosas, y que no tenéis ni ácido úrico, ni colesterol, ni azúcar, ni ná de ná, y que Leo, de momento, no está embarazada....

- Bien está saberlo- dijo la aludida algo más relajada.

- ... he encontrado por un lado alarmantes dosis citrato de sildenafil, excipiente autorizado E330, y por otro testosterona como para parar un tren de mercancías.

Todos la miraron sin tener muy claro qué acababa de revelar con tanto afán.

- Que es ni más ni menos que....-

Repitió el redoble de tambor, esta vez con bastante menos tino

- ......Viagra en sus versiones masculina, y femenina!!- espetó Escalilla chasqueando todos los dedos de ambas manos.

- ¡¡¡¡¡¿Viagra?!!!!- exclamaron todos a coro.

- Eso he dicho, la suficiente como para poner más caliente que el palo de un churrero a una estatua de hielo

- Pero... pero...¿Cómo puede ser eso?

- Eso digo yo, nosotros no necesitamos esas cosas- explicó Corso sacando pecho.

Un carraspeo culpable hizo que todos se girasen hacia Rocío.

- Creo que yo sé algo al respecto....

- ¿Tú? ¿Nos has dado Viagra?- Corso no daba crédito a lo que oía- Eres tanto o más depravada que Vázquez

- Ay, que la Viagra no era para vosotros, era para Mario- dijo Rocío dejándose caer sobre un duro taburete de madera, y destrozándose el coxis.

- ¿Para mi?- ahora el estupefacto era Mario.

- Si, para ti!- espetó Rocío con lágrimas en los ojos

- ¿Pero por qué me intentaste dar Viagra, osito hormiguero mío?

- ¿Cómo que por qué? Llevamos un año saliendo juntos, y todavía no me has puesto un dedo encima.

- ¿Es eso cierto?- quiso saber la madre de Mario con cierto enojo.

- Si, bueno, es que no quiero precipitarme, y ya sabes lo poco que me gustan las cosas que despeinan y hacen sudar- se excusó Mario.

- Eres un monstruo!- le dijo Leo con frialdad abrazando a la desconsolada Rocío- Un monstruo sin corazón.

- Ya hablaremos tú y yo, jovencito- le regañó su mamá.

- Pero, Rocío, cielo, si era para Mario, ¿porqué hay también hay restos de Viagra femenina?- preguntó Molina intentando consolarla

- Pues es que como él es tan sensible, y tan así.... con sus coleccionables de muñecas de porcelana, y todas esas cremas que usa.... pues me daba miedo que la otra no hiciese nada, y decidí mezclar- contestó ella hipando.

- Es comprensible- la tranquilizó Corso.

- Así que, mientras estaba distraído charlando con los de la orquesta, le eché una caja entera de la una y de la otra en su Manhattan. Después, cuando le vi levantarse tan deprisa de la mesa, pensé que esa era la mía... poco sabía yo que no era un calentón, si no un ataque de cagalera galopante- suspiró apenada Rocío- Lo que no sé es cómo os lo tomasteis vosotros, me aseguré de dejar el cóctel en su sitio.

- Creo que ahí entro yo...- una nueva voz se sumó a la rueda de confesiones.

El ama de llaves se estaba desincrustando de las costillas un paraguas con el mango en forma de mastín.

- Verán, en una de las ocasiones en las que salí de detrás de la barra para coger naranjas de la cocina, al pasar junto a la mesa, pues pasé tan veloz que, se cayó al suelo una toquilla astrosa y llena de pelotillas.

- Esa debe ser la mantilla, herencia de tu madre que ayer cogí por si refrescaba- le dijo Leo a Corso en voz baja.

- Yo la dejé en el que creía su sitio, pero como todas las copas eran idénticas, y la mesa redonda... pues no se lo puedo asegurar.

- Pues ya está, el ama de llaves, dejó mi toquilla dónde no era, y todos, en base a eso, nos sentamos en un sitio que no nos correspondía. Cada cual nos tomamos la copa de otra persona!- concluyó Leo muy contenta de haberlo dicho antes que nadie- Así fue como Corso y yo nos tomamos la Viagra, y por eso a mi no me hizo efecto el compuesto para la congestión nasal que me había echado en el cóctel, se lo tomó otra persona!

- Anda, la virgen....- repuso Molina- Pues por eso esta noche no he roncado en absoluto, pero tengo el pelo tan chafado, alguien se tomó mi fortalecedor capilar!

- Creo que debí de ser yo- murmuro Escalilla tocándose el pelo y cortándose la mano al hacerlo- Mario debió tomarse el cóctel al que había echado mis gotitas para el estreñimiento! Tengo el intestino vago, ¿saben? Por eso le dio el cagalí.

- Claro, yo me tomé el laxante de la doctora, por eso el contorno del pecho me ha bajado cinco centímetros esta mañana, porque alguien se tomó el cóctel en el que había echado mi habitual mezcla de anabolizantes y esteroides- todos le miraron sin saber bien qué pensar- ¿Qué? ¿Os pensabais que este cuerpo se mantiene del aire?

- Pues yo no fui- contestó Rocío mirándose el escote con pena- Yo estoy como siempre, la mala cara es por no haber dormido nada.

- Entonces tú debiste tomarte mi cóctel, yo no le eché nada- concluyó Corso.

- La que esta mañana tenía buen aspecto, era la vieja pestosa esa... no, usted no- le dijo Molina al ama de llaves- la señora Blanco, seguramente tu hormonado cóctel fue a parar a sus artríticas manos, de ahí el lustre que tenía.

Durante unos minutos pensaron todos en el azaroso destino, lo bromista que puede llegar a ser, y en que las probabilidades de que en un grupo de seis personas, al intercambiarse las bebidas, ninguno de los receptores reciba la que era originalmente suya es de cero coma cero, cero ochenta y tres.

- Bueno, ruletas de cócteles a parte, lo que quiere decir, es que alguien de esta casa ha drogado a estos dos- razonó la madre de Mario- Seguramente en el vasito de leche.

- O eso, o Leo ha drogado a Corso para que él no se enterase de si se levantaba para matar a alguien o no- apuntó Escalilla que no salía de sus trece.

- Y dale, que yo no he matado a nadie.

- Eso dices....

- Pues si no me creéis, no me creáis, yo tengo toda la intención de resolver este asesinato, y limpiar mi nombre! Judas, que sois todos unos judas! Bueno, menos mi Pablo, y la madre de Mario.

Y diciendo esto, Leo salió de la cocina con un airado portazo que impactó de lleno contra la cara de Corso que iba justo detrás.

11 Confidencias femeninas, nuevas pruebas y un baño de espuma

Estaba Leo a cuatro patas husmeando con aire de perro perdiguero el suelo de la sala de baile, cuando se topó con unos pies enfundadas en unas zapatillitas de llenas de lamparones, a los que seguían unas piernas embutidas en unos vaqueros, levantó la visto para encontrarse con la cara de Rocío que sonreía meneando alegremente la mano.

- Corso no puede venir, la madre de Mario lo ha puesto a limpiar sardinas para la empanada del almuerzo.

- ¿Y tú qué haces aquí? ¿Ya no crees que yo sea una asesina?

- Uy, si, claro que lo creo, de hecho he venido a vigilarte por si te daba por destruir pruebas.

Leo recibió el anuncio con un gruñido de hastío.

- ¿Todos pensáis eso?

- Menos mi suegra, y Corso, si, convencidísimos estamos... bueno, el ama de llaves aún no se ha pronunciado, aunque todo se andará- Rocío le dio lo que pretendía ser una afectuosa palmada en el hombro, y acabó siendo una sonora bofetada en plena faz- Pero tú tranquila, mujer, que te queremos igual.

- Si, ya.

- Que siiiii, y cuando estés en el trullo, porque detenerte te tenemos que detener, te llevaremos cositas ricas para comer, y en los permisos de fin de semana iremos de excursión, ya verás que bien. Si diecisiete años se pasan volando- Rocío frunció el ceño al ver que Leo seguía avanzando a cuatro patas por todo el salón- Oye, ¿qué haces?

- Pues en vista de que nadie da un duro por mi inocencia, estoy buscando pruebas para demostrar que alguien me la está intentando jugar de mala manera.

- ¿Puedo jugar? ¿porfiiii?- suplicó rocío dando saltitos impacientes- Me aburro, y en la cocina no me dejan hacer nada.

- Bueno, venga- concedió Leo meneando la cabeza.

- ¿Qué buscamos?

- Pues cualquier cosa, estoy haciendo tres montoncitos con lo que encuentro en el suelo. Orgánico, inorgánico, y pequeños electrodomésticos.

Señaló tres pilas en un rincón de la sala, uno compuesto básicamente por cáscaras de cacahuete y plátano, un segundo con papeles y envoltorios varios, y un tercero que alojaba exprimidores, sandwicheras, y una desfasada yogurtera.

- Ay que ver, la gente tira cualquier cosa al suelo...- comentó Rocío manoseando este último artículo

- Si, ten cuidado con las cuchillas de afeitar, que yo ya me cercenado dos veces la arteria cubital- la advirtió Leo mostrando una manga ensangrentada.

Dobló Rocío el espinazo para ayudar a su amiga, y durante muchos minutos avanzaron las dos a gatas por el salón recogiendo cuanta guarrería tirada por el suelo encontraron.

- Mira, este chicle aún tiene un par de vueltas más- dijo Rocío mostrando un pegote verdoso lleno de huellas de muelas y alguna pelusa- ¿quieres medio?

- No gracias, si como ahora, se que quita el hambre.

- ¿Seguro?- Rocío lo engulló decidida- Pues es de melón, más rico...

Estaban las dos chicas en silencio intentando encontrar algo útil entre tanta ponzoña, tarea que parecía bastante más compleja de lo pudiese parecer, cuando Leo decidió romper el silencio viendo la carita de pena de su amiga.

- Oye, Roci, que siento mucho lo que te pasa con Mario.

Rocío empezó a hacer pucheros y a tirarse de los pelos.

- Más lo siento yo- se echó a llorar sobre la pirámide de cuchillas y jeringuillas usadas- Si es que soy una desgraciada, seguro que contigo no le pasaba.

- Uy, no te vayas a creer, que a mi solo me puso el dedo encima dos veces en los tres meses que estuvimos juntos.

- ¿En serio?- pareció algo más animada

- En serio, la mayor parte del tiempo se dedicaba a leerme poesías de Neruda, lord Byron y Gloria Fuertes, y a obligarme a acariciar cachorros, y ver atardeceres.

- ¿A ti también te hacia lo de los gatitos?

- Si, hija, y cuanto más tiñosos, más fuerte me hacía abrazarlos.

- ¿De verdad que a ti tampoco te tocaba?- Rocío se sintió algo mejor al oír eso.

Leo asintió mientras examinaba concienzudamente la pila de elementos inorgánicos.

- De verdad de la buena. Solo se me acercó el primer día que estuvimos juntos, y otra vez más un par de semanas más tarde.

- Pues ya son dos veces más que a mi

- No debería decírtelo, por pensar que soy una asesina, pero al fin y al cabo, somos amigas....

- ¿Decirme qué?

- Que creo que sé cual es el truco para llevarte a Mario al huerto.

- ¿Hay un truco?

- Si, he llegado a esa conclusión haciendo una tabla de referencias cruzadas.

- ¿Ein?- preguntó Roci entornando los ojos.

- Verás, un día que Mario me llevó al teatro a ver My Fair Lady, pues para abstraerme me puse a pensar en qué tenían en común las dos veces que se había dignado tocarme, y lo supe- Rocío la miraba aguantando la respiración- Como te he dicho, la primera vez fue cuando me secuestró el boxeador ese.

- ¿El que era rudo, pero aún así bastante mono?

- ¿Mono? No sé, tenía cara de animal de bellota.

- Pues me dio una envidia que no me secuestrase a mí....- se quejó la pelirroja con ojitos soñadores.

- Si, bueno, pues el caso es que ese día Mario me llevó a su casa para consolarme. Me puso Magnolias de Acero, y nos comimos tres envases de helado de chocolate, seis docenas de gofres con nata y sirope, y una pera. En esa ocasión se me echó prácticamente encima, ni a quitarme la ropa me dio tiempo. Yo ahí me creí que todo el monte era orégano.

- Pero no fue así...- aventuró Rocío.

- Pues no, después de eso daba igual lo que yo intentase, lo provocativo de mi ropa interior, o, ya puestos, que llevase o no, o que me restregase cual gata en celo.... nada de nada- hizo Leo el significativo gesto de llevarse los dedos índice y corazón bajo la nariz y moverlos de arriba a abajo- Cuando me había resignado a esa impuesta abstinencia, una noche en la que Mario me llevó a ver un espectáculo de caniches amaestrados, cuando ya salíamos, después de habernos comido doce algodones de azúcar, y trece manzanas con caramelo, pues volvió echárseme encima, cual lobo estepario, entre los camerinos de los perros.

Leo la miró como si la revelación acabase de ser hecha.

- Creo que no te sigo.

- Pues es bien fácil de pillar, ¿Nunca te has dado cuenta de que Mario se vuelve muy moderadito con el azúcar por las noches?

- Eso es verdad, cuando salimos a cenar, de postre suele pedir fuet o revuelto de morcilla.

- Ahí está la cosa. Mario es como los Gremlins, si toma más azúcar del debido más allá de las diez...

- ...se transforma en una máquina sexual!!- concluyó Rocío dando saltos de alegría.

Leo arrugó la nariz y movió la cabeza.

- Tampoco te vayas a creer, ¿eh?- dijo Leo haciendo una pedorreta con la boca y un gesto con la mano- Aunque, claro, con lo sosilla que eres tú también...

- Si, a mi cualquier cosa me va bien, ¿no ves que desde el italiano psicópata ese no pillo cacho? Menos mal que me aproveché previendo vacas flacas.

- Bueno, pues en ese caso, y si no eres exigente...

- En absoluto, eso de tener expectativas no va conmigo. Ay, Leo. ¿Cómo te lo puedo agradecer?

- Puedes dejar de pensar que soy una asesina, eso estaría bien.

- Mucho pides tú- dijo Rocío – Oye, Leo, yo siento mucho lo que nos has contado algo, no sé porqué no me lo habías dicho. ¿Somos amigas, no?

- Claro que si.

Se achucharon fraternalmente y se besuquearon platónicamente. Tras las muestras de afecto prueba de que su amistad era más fuerte que las sospechas de asesinato, ambas siguieron rebuscando entre los montones de restos en busca de potenciales pruebas.

- Mira esto, creo que es una prueba- exclamó Rocío.

- Yo diría más bien que es un burruño de borde de salchichón envuelto en un papel de chicle- contestó Leo- Pero...¿Qué es eso otro que acabas de tirar?

- ¿Esto?- preguntó Rocío mostrando un papelito arrugado- Nada, solo una notita en la que dice, "Lo voy a contar todo. AM", no es importante.

Leo se abalanzó sobre el papel que Rocío se disponía a prender fuego tras haberlo regado con gasolina.

- Rocío, esto es lo que estábamos buscando, es una prueba!

- ¿A si?- Rocío parecía perpleja, pero se repuso enseguida antes de añadir- Digo.... Si, si!

- ¿No habrás encontrado más notas como esta, no?

Rocío adoptó una expresión culpable y se retorció las manos.

- A ver....¿Dónde están?

- Pues si lo entendí bien cuando estaba en el cole, o en el esófago, o en el estómago... me dio el hambre... y como me pareció bastante hipocalórico...

- Joder, Rocío. ¿Por lo menos te acuerdas de qué decían, o siquiera cuántas eran?

Negó Rocío con besugácea carita, luego se relajó hasta quedarse en simple expresión de pescadilla.

- Bueno, si, algo.

- ¿El qué?

- Pues en una de ellas, una que sabía a pollo, decía algo de que alguien quería divorciarse de alguien, y en otra no sé qué de que alguien sabía que había sido alguien quien había hecho nosequé.

Leo se dejó caer al suelo pasándose las manos por el pelo y enredándose en él cuantas falanges poseía.

- No me puedo creer que te hayas comido las pruebas de mi inocencia.

- Pues para recuperarlas ya verás....a mi que con esto de salir de casa se me trastoca el ritmo intestinal.... Lo siento mucho, no creí que fuese importante- Rocío parecía muy afectada al ser consciente de la tropelía que acababa de cometer.

- Tranquila, si no es culpa tuya, ya se sabe que cuando el hambre de media mañana llega...

- Si te sirve de algo, en todos mis aperitivos ponía eso de AM.

El rostro de Leo se iluminó.

- ¿AM? ¿Estás segura de eso?

- Si, muy segura, por eso me los he comido, si hubiese puesto PM, los hubiese guardado para la merienda.

- ¿Te puedo hacer una pregunta personal?

- ¿Es guarrilla?- la carita de Rocío pareció animarse.

- No

- Jo- hizo un puchero y se encogió de hombros- Bueno, venga.

- ¿Qué nota sacaste en las oposiciones?

- Pues un uno con tres, saqué la segunda mejor nota de la promoción- contestó con deje de orgullo- En mi año se presentaron pocos aspirantes, exactamente dos ¿por qué lo preguntas?

- No, por nada, simple curiosidad.

Se giraron los dos hacia la puerta, antes siquiera de oír ruido de pasos, al percibir el dulce aroma de lo que parecía una orgía de sardinas.

- Esa horrible mujer me ha hecho limpiar trece quilos de sardinas- se quejó Corso- Y ni siquiera me ha dejado quedarme con las raspas para hacer pulseras. Con lo que a mi me gusta la artesanía rica en omega 3.

Corso se acercó a ellas hasta que los palos de las escobas que ellas blandían amenazantes le impidieron avanzar más.

- Joder, Corso, no te ofendas, pero apestas de mala manera- dijo Rocío con una graciosa voz efecto de haberse tapado la nariz con una pinza de la ropa.

Gimió apesadumbrado el objeto de tan feo comentario, pero no pudo por menos que estar de acuerdo.

- Venga, Corso, vamos arriba, que necesitas una ducha con urgencia, pero como en esta casa, el agua no la pagamos nosotros, después de ducharte y desinfectarte con salfumán y lejía, tú y yo- Leo señaló primero a Corso, luego a si misma- nos vamos a dar un baño calentito. Que me apetece relajarme, gorronear luz, agua y gas, y, además, un rato sin que nadie me acuse de asesina, me irá bien.

- ¿Puede mi patito de goma bañarse con nosotros?- preguntó Corso en tono zalamero

- No veo porqué no- repuso Leo

- ¿Y yo...?- preguntó Rocío levantando sensualmente una ceja.

*******************************

Estaban los tres envueltos en el cálido y fragante vapor que envolvía el baño, nada quedaba ya del tufo a sardina que había sido sustituido por el fresco aroma a verbena y limón del gel, sin componentes químicos y elaborado a partir de productos naturales y cultivados en bosques autosostenibles, que ambos tenían a bien usar para cuidar su delicada piel. Estaban Corso y Leo el uno enfrente del otro en los lados opuestos de la bañera, mirándose silenciosamente. El tercer miembro de la congregación, el patito de goma de Corso, flotaba alegremente en un mar de espuma y rodillas.

- Desde luego que las notas que Rocío se ha comido, si de verdad dicen lo que ella te ha contado, dan mucho que pensar.

- Sobre todo teniendo en cuenta que todas estaban firmadas por AM, Antonio Mostaza.

- ¿Estaría tratando se chantajear a alguien?- Corso se aseó con esmero detrás de las orejas mientras entonaba la pregunta.

- Es lo que parece- convino Leo haciendo pompas de jabón con una pajita- ¿pero a quien? No tiene sentido.

- No, lo tiene. Toda esa gente pudiera tener un motivo para matarle a él, pero él no tenía ningún motivo para chantajear a nadie, tiene pasta, y con esa planta que gastaba, en cuanto la momia de su mujer cascase... pues podría engatusar a otra vieja rica. Ese tío no necesitaba dinero.

- No lo sé, puede que las cosas no le fuesen tan bien como dio a entender en la cena, no hay manera de saberlo. De lo que estoy segura, es de que nada aquí es casual, es imposible que sea casualidad que Mostaza y yo hayamos coincidido. Alguien me quiere hacer el lío, y bueno... teniendo en cuenta las circunstancias... va a ser la tal Frances Gracias- dijo Leo este nombre con no poca sorna.

- No teníamos que haber venido nunca, si tú acabas en la cárcel... ay, Leo, no quiero ni pensarlo.

- Yo no voy a acabar en la cárcel, primero porque no he hecho nada, y segundo porque además de mucho más atractivos que la media de este país, somos unos polis chupis- contestó ella con seguridad- Vamos a descubrir a la persona que se cargó a ese desgraciado, y que está intentando cargarme a mi con el mochuelo.

Se miraron fijamente con una sonrisa en los labios, y chocaron el puño del uno con el otro para sellar ese pacto que acababan de formular.

- Motivos para matarle, a esa panda no le faltaba- continuó Corso reclinándose de nuevo hacia atrás- La vieja pudo haberle matado por la pasta, la hija idem de idem, la momia esa no aguantará mucho, y si ella casca...

- ... el dinero irá a parar a manos de la hija, el socio pudo haberle querido matar para quedarse con toda la empresa... el contable ya se me escapa... pero algo habrá

- Lo que ya no sé es qué interés tiene la señora esa, Gracias, en colgarte ese muerto.

Corso frunció las cejas y adoptó la expresión que siempre ponía cuando pensaba mucho, o tenía dificultades para remover el intestino.

- Dios mío, Leo! Acabo de descubrir algo tremendo!

- ¿Lo de la no existencia del Ratoncito Pérez? Eso ya lo hemos hablado muchas veces.

- No, no! Lo del fraude del roedor ya lo tengo claro, no es eso. Acabo de darme cuenta de que Frances Gracias es un anacardo de Francisca Garse, el verdadero nombre de la Gallardo!

- Querrás decir anagrama, no anacardo.

- Si, bueno, eso, anagrama. Frances Gracias se transforma en Francisca Garse- luego pareció meditar más- Bueno, también en "gafar crin secas ", "fresca Cris gana" y en "cansar café gris"..... Pero vaya, que la Galli, y la señorita Gracias, son la misma persona!!!

Se la quedó mirando a la espera de una reacción que no llegó a producise.

- ¿No te sorprendes?- estudió con desmayo la falta de reacción de Leo- ¿Has perdido tu capacidad de sorpresa? ¿Tanto te ha corrompido esta cruel profesión que has perdido tu inocencia?- entonó Corso son lágrimas en los ojos.

Leo ignoró el disparatado discurso, y lo cortó con un salpicón de agua y espuma.

- Pero ¿cómo me voy a sorprender? Si esta mañana te lo he dicho yo a ti!

- ¿Cuándo? Yo no me he enterado.

Frunció ella las cejas y puso carita de circunstancias.

- Ay, pues es que como ha sido mientras estabas con el secador, lo mismo no me has oído, porque, vamos, mucho tampoco has reaccionado...

- Va a ser eso, una cosa así no se me habría olvidado.

Tras una breve discusión decidieron que iba a haber sido el ruido del motor del secador lo que amortiguó la revelación de Leo.

- Bueno, da igual, como sea- Corso alzó dramáticamente un puño- Esa señora tan mayor y tan pesada no nos va a dejar en paz en la vida! No va a parar hasta acabar contigo, con nosotros. Sigue anhelando mi dulce, dulce cuerpo.

- Lo que no me cuadra con la Galli, es eso de que muera otra persona, y trate de inculparme a mi. Es excesivamente sofisticado para ella. La pobre, luces tenía entre pocas y ninguna.

- Ya, además tanto gasto de alquiler de casa, luz, agua, el ama de llaves, la cocinera... es mucha molestia solo para meterte en el trullo, y ella era de la cofradía del puño cerrado.

- Eso es verdad, si lo que quiere es quitarme del medio, podía haberme pegado un tiro, y se habría ahorrado todo esto, que no están los tiempos para derrochar dinero.

Los dos se quedaron pensando en silencio, mientras chapoteaban en el agua, y jugaban a que el patito era un buque de guerra.

- Ya veremos como encaja la Gallardo en esto, ahora de momento lo que hay que hacer, es resolver este asesinato- concluyó Leo tras tan ameno divertimento.

- Tienes razón. Aquí hay un asesino, y los nuestros, por muy cafres que sean, no han sido, de eso estamos seguros, ¿no?

- Si, del todo- asintió Leo limpiándose cuidadosamente las pelotillas que pudiere tener entre los dedos de los pies.

- Bien, entonces, estamos de acuerdo en que ha sido uno de los otros. Lo que hay que hacer es hablar con esa gente a ver si dejan escapar algo que nos sirva para pillarles en un renuncio.

- Con lo fácil que sería investigar a todos los sospechosos si tuviésemos acceso al ordenador de la unidad.... si pudiésemos comunicarnos con la comisaría.....

Corso la miró con un poco de culpabilidad, se incorporó hacia delante y la cogió la mano.

- Veras, Leo, no te lo quería decir para no preocuparte más, pero mientras estabas fuera de la cocina con Rocío...

- ¿Qué ha pasado?- Leo se malició lo peor.

- Escalilla ha ordenado que en cuanto tengamos comunicación con el exterior, y demos parte a la Guardia Civil de que ha habido un asesinato, digamos que ya hemos detenido al asesino, a ti. Cuando he salido de la cocina la he dejado escribiendo la orden de detención en un rollo de papel de cocina.

- Anda que pierde el tiempo...

- Está dispuesta a cerrar el caso, no es que tenga nada en contra de ti, ya sabes que en el fondo te aprecia un rato, pero es que cuando se pone cabezona.... además como no tiene personalidad alguna, todo lo que oye lo repite, y desde que ha oído a ese señor con nombre de color acusándote....

Reclinó Leo la cabeza sobre el puño con aire abatido, levantó el otro brazo como si fuese a liarse a puñetazos, pero lo bajó de nuevo haciendo un gracioso sonido de pedorreta. Corso nunca la había visto tan desanimada.

- ¿Y Mario y Molina que dicen?- preguntó con pena.

- A Molina le ha dicho que en cuanto te metan en Chirona, él se va a quedar con tu puesto, así que se le han hecho los ojos chiribitas. Y Mario, justo hoy, ha decidido salir de debajo de las faldas de su madre y llevarle la contraria. Rocío como dice lo que dice la otra....

- Pues que bien. Recuérdame que el año que viene no les regale nada por Reyes.

- Pero tranquila, mi niña, he ganado tiempo, le he quitado a Mario el San Pancracio 3G, sin él no van a poder hacer nada hasta que mañana venga el señor ese feo a recogernos. No es mucho, pero tenemos casi veinticuatro horas para arreglar este desaguisado.

- Como se entere Escalilla de que les has choriceado el móvil te va a caer una buena....

- Me da igual, no te voy a dejar sola en esto.

Recortó Leo la distancia que la separaba de él, y le abrazó muy fuerte, tan íntimo y romántico fue el momento, que a Corso apenas le importó que el tapón de la bañera se le clavase en salva sea la parte. Fue tan especial que sintió él la necesidad de decir algo.

- Verás, Leo, no quería que fuese así, pero envuelto en este aroma a limón, y sumergido en esta cálida agua, tengo que....

- Claro, eso es!!- exclamó ella echándose bruscamente hacia atrás primero, dándole un sonoro beso en la cara después- Agua caliente y limón! Corre, vístete, que necesito que me traigas unas cosas.

Con un suspiro se resignó a dejar lo que iba a decir para mejor momento, y hacer lo que ella le decía.

12 Sal, vinagre, y limón

Abrió Corso la puerta de la habitación con todas las extrañas cosas que Leo le había pedido, y la encontró secándose con afán en su toalla-capa de osito.

- ¿Vas a hacer mayonesa? Lo digo porque si es eso, falta aceite.

- No, no es mayonesa- repuso ella levantándose de la cama y quitándole de las manos las bolsas.

- ¿Entonces...?

- Ya lo verás.

- Algunas cosas de las que me has dicho no las que encontrado, en vez de un cable de cobre te traigo un pelo de Escalilla, que no creo yo que sea muy diferente...

- Seguro que es hasta mejor- contestó ella cogiendo las dos latas vacías que el acababa de traer y alejándose al baño.

Escuchó el grifo corriendo, y segundos después, Leo reaparecía con sendas latas humeantes.

- Verás, cuando has dicho lo del limón y el agua caliente, he recordado que en el curso de química aplicada que hice mientras me reponía, aprendí a hacer una batería!

- ¿Vamos a fundar un grupo de música?

- No, de esas no, de las otras, de las que hacen funcionar las cosas. Vamos a hacer una especie de pila, enchufar el San Pancracio a ella, e intentar comunicarnos con las hermanas de Santa Cecilia de los Billares, en la poli no podemos confiar.

- Ay, Leo, para haberte sacado el graduado escolar a duras penas, eres tan lista que me das miedo.

Leo recibió el dudoso cumplido con un beso. En cuestión de minutos con las latas, el zumo de un limón, un chorrito de vinagre, sal, un par de pinzas de depilar de Escalilla, uno de sus pelos, y un alambre, Leo improvisó una batería que, si se le acoplaba una pantallita , también hacía las veces de podómetro.

- Corre, dame el San Pancracio.

Nada más dárselo, ella levantó las santas faldillas e introdujo ambos cables en el lugar por el que naturalmente debía ir la llave para darle cuerda.

- Cruza los dedos para que esta, traída por los pelos, idea funcione- dijo Leo antes de pulsar el botón de encendido.

Segundos después, la pantalla se iluminaba y, tras un texto en el que se podía leer un Ave María, el logotipo del Leo OS 2.0 aparecía ante sus ojos.

- Ha funcionado!- exclamaron los dos a coro embargados por una enorme alegría.

Minutos después, y tras un lío de DNSs, IPs, y diversas siglas de variada naturaleza, estaban en plena videoconferencia con la hermana Juana Peladilla, priora del convento de Santa Cecilia.

- ... y estamos convencidos de que alguien está intentando inculpar a Leo de este asesinato- concluyó Corso tras poner a la monja al corriente de todo lo acontecido.

- Pero eso es horrible- exclamó la hermana- Supongo que lo llevaréis con cristiana resignación.

- Si, bueno, cuando no nos cagamos en sus padres, así es, hermana- repuso Corso.

- Haremos cuanto esté en nuestras manos para ayudaros. Con nuestro sistema de base de datos, el Herodes 3.1, vamos a investigar a toda esa gente que está en la casa con vosotros, y rezaremos a Santa Cecilia para que todo salga bien.

- Muchas gracias, hermana, pero concéntrese más en la investigación que en los rezos.

- Oh, hay algo de lo que la hermana Pilarín Cañete me ha informado esta mañana, y que, creo, debo poner en vuestro conocimiento.

La hermana Pilarín era una anciana monja, un tanto peculiar, con la que la Gallardo compartió celda en su época de novicia, cuando aún se llamaba Paca Garse,

- ¿Qué es?

- Parece ser que esa pecaminosa página de "Yo también quiero tirarme a Leo", ha sido actualizada esta misma mañana.

- ¿Esta mañana?

- Eso he dicho, la hermana Pilarín, que ahora mismo se está dando una ducha fría, me ha comentado muy alterada que las imágenes no son en vuestra casa, sino en una habitación azul muy lujosa.

- Ay, Pablo, que no están vigilando!- dijo Leo mirando a su alrededor y calándose la capucha con graciosas orejitas de oso hasta los ojos.

- Eso parece- concluyó la monja- Yo no os voy a decir nada que no sepáis ya sobre ir al infierno por esos encuentros carnales vuestros fuera del santo sacramento del matrimonio, y cuyo fin no parece ser la reproducción de la especie. Lo que si os digo es que, por el ángulo del video, la cámara está escondida en algún punto justo enfrente de la cama, y en alto. Podéis hablar con libertad, que, gracias al Altísimo, no hay sonido.

- Muchas gracias por el aviso, hermana Juana.

- No las deis, hijos, ya sabéis que podéis contar con nosotras para cualquier cosa, si no hubiese sido por la donación de Leo, las hermanas hubiesen tenido que renunciar a las cremas de Chanel, y los hábitos de Oscar de la Renta, jamás olvidaremos eso.

- Era mi deber, hermana, era mi deber- dijo Leo con seriedad.

- Esta tarde os comunicaré nuestros avances, quedad con Dios, hijos.

La hermana se santiguó luciendo reloj de Cartier, gesto que Leo trató de imitar con pobres resultados, y tras el Ave María habitual, la hermana cortó la comunicación. Nada más apagar al santo, Leo y Corso, se dieron en cuerpo y alma a un silencioso y concienzudo registro de la pared frente a la cama. Encontraron una cámara oculta en la cabeza de atún disecada de la que Corso había sospechado la noche anterior.

- Leo, algún cabrón salido nos está vigilando, y por narices, ese alguien está en esta isla en este preciso instante- repuso él tirando por la terraza la videocámara- ¿A qué va a ser uno de estos? Mira que les creo capaces de casi cualquier cosa, ¿pero de algo tan vil?

- Yo tampoco, pase que sean unos descerebrados que nos acusan de asesinos, pero de ahí a ponernos cámaras....

- ¿Entonces...? ¿Uno de los otros?

- No tengo ni idea, pero cada cosa a su tiempo, ahora mismo me preocupa mucho menos que tres millones de depravados me vean el culo, que acabar en la cárcel, seguro que ahí no me dejan jugar al Guitar Hero, ni me dan tortitas con nata para merendar.

- Con lo que a ti te gustan- dijo Corso consternado.

Poco o nada podía Corso decir para consolarla ante la perspectiva de semejante pérdida, si no se puede tomar para merendar lo que uno decida, esta vida no merecer ser vivida, eso lo sabía bien él. Con un suspiro la besó en la coronilla.

- Venga vamos a bajar a comer, que ya son las tres menos cuarto, y a mi tanta revelación me ha dado hambre.

*************************************

Cuando llegaron al comedor se encontraron con que todo el mundo estaba comiendo ya. Todos levantaron los morros de sus respectivos platos para mirarles, algunas de esas miradas fueron cordiales, otras miopes, pero la gran mayoría tirando a hostiles.

- Os hemos esperado medio minuto, y como no veníais... pues hemos empezado.- se excusó Rocío zampando empanada a discreción.

- Es que la menestra fría, no vale nada- se disculpó Molina sin dejar de engullir de su menguante plato.

- Ah, ¿pero que pretende comer aquí, con nosotros?- preguntó la señorita Amapola señalando a Leo con la barbilla.

- ¿Y por qué no lo iba a hacer?- preguntó Corso con frialdad.

- Porque es una asesina, por ejemplo- respondió el señor Verde

- Yo no he matado a nadie, bueno si, de hecho he matado a decenas de personas de las más diversas maneras, pero todos eran muy malos y se lo merecían, pero a este, a Mostaza, que es el que cuenta, no lo he matado yo.

- Eso es lo que dice usted, pero no lo que dice la doctora Escalilla- sentenció la señorita Amapola

Leo y Corso miraron a la interfecta que tomaba a sorbos el caldito de su menestra.

- Es que me han preguntado mi opinión, y para una vez que alguien lo hace.... pues no he podido contenerme- se disculpó la forense visiblemente compungida.

- Eso es una estupidez, Leo no ha matado al señor Mostaza- dijo Corso

- ¿Ah, no? ¿Y todas esas pruebas que la incriminan?- preguntó en tono malicioso el señor Púrpura- La pitillera, el trozo de su vestido, la nota....

- ¿Y usted como sabe eso?- preguntó Corso

- Es que a mi también me han preguntado.... y me ha pasado como a Escalilla, para una vez que alguien me pregunta algo- suspiró Rocío.

Leo asintió comprensiva, todos eran concientes del déficit de atención de la pobre, no lo había hecho con maldad alguna.

- Esas pruebas son falsas, alguien las ha puesto ahí.

- ¿Ahora está acusándonos a nosotros de intentar inculparla?- exclamó la señorita Amapola- ¿Has oído, mamá?

La buena señora Blanco no contestó, pues dormitaba apaciblemente con la cabeza colocada sobre la cestita del pan.

- Yo solo digo lo que sé, y sé que esas pruebas son falsas.

- Claro, falsas- dijo con sorna el señor Verde.

- La pitillera esa hortera no es mía.

- ¿Y las iniciales? LM, Leonor Marín, nadie de esta casa responde a esas iniciales a excepción de usted.

- ¿Cómo va a ser mía semejante horror? Si yo ni siquiera uso pitillera, menos una con diamantarros.

- El diamante es una piedra fascinante- empezó Escalilla- un átropo del carbono, supongo que saben que su dureza se debe a sus enlaces carbono-carbono son químicamente muy estables, y también a su disposición en la estructura.....

- ¿Les importa si...?- preguntó la señorita Amapola cogiendo una botella de vino y haciendo el gesto de atizar a Escalilla en pleno colodrillo.

- Por favor- le rogó Molina.

- ... si se colocan cualquiera de sus lados como base, pueden contarse los átomos de carbono por capas, y....

Un certero riberadeldurazo en todo lo alto les libró de saber cómo se contaban las capas del carbono.

- Muchas gracias- entonó la mesa a coro.

La doctora se palpaba el chichón que crecía a alarmante velocidad mientras sollozaba por lo bajo.

- Bueno, como iba diciendo- continuó Leo- Que esa pitillera no es mía, además, yo no tengo ningún motivo para haberle matado.

- ¿Ah, no? Pues yo creo que tiene más de los que usted parece querer admitir, por ahí se comenta que ustedes dos ya se conocían de antes....- dijo con cierto apuro la señora Pavoreal metiéndose media empanada en la boca.

- Escalilla....- la regañaron Leo y Corso a la vez sabiendo perfectamente quien se había ido de la lengua.

- No sabía que no se podía decir.... de todos modos no lo he contado todo, pero puedo hacerlo ahora....- repuso visiblemente encantada ante la perspectiva de dar todo lujo de detalles.

- Ni se le ocurra!- la cortaron Corso y Leo, amordazándola con una servilleta.

- Leo no ha matado a nadie, y además se va a sentar a comer a la mesa, porque está en su perfecto derecho a hacerlo- sentenció Corso.

- Eso si que no, si ella se sienta, yo me levanto, no pienso compartir mesa y mantel con ninguna asesina, por mona que sea- espetó la señorita Amapola propinando un sonoro puñetazo a la mesa que hizo que la señora Blanco se despertase con un respingo.

- Pues ya se puede ir por donde ha venido- la retó Corso.

- No, Pablo, déjalo, nadie va a tener que irse, ya no tengo hambre.

La señorita Amapola sonrió y murmuró algo por lo bajo, después continuó devorando menestra y empanada a la vez. Corso intentó detenerla, pero Leo salió con del salón gesto abatido tras haber tropezado con una prótesis de cadera que alguien se había dejado tirada por el suelo

- Estará contenta- dijo Corso con ira contenida a la señorita Amapola.

- Mucho- contestó ella sonriendo y mostrando unos dientes llenos de trocitos de judías verdes.

- Pues lamento comunicarle, señorita Dormidera, que usted ya está compartiendo mesa y mantel con un asesino, a no ser que la asesina sea usted misma.

- ¿Cómo se atreve...?

- Uno de ustedes mató a Mostaza, y por lo que a mi respecta, todos son igual de sospechosos

- ¿Nosotros también?- preguntó apenada Rocío.

- No, vosotros lo que sois es unos judas, unos cafres, y unos sinvergüenzas.

- Jo, Corso, tampoco te pases, que no lo hacemos con maldad, es solo que no tenemos una personalidad demasiado definida- se defendió Mario.

- Claro, hombre, si ya sabes que todos adoramos a Leo, lo que pasa es que un poquito sospechosa, pues si parece....

- Cuando lleguemos a Madrid, os vais a enterar, vais a estar chupando papeleo hasta que os aburráis- les amenazó Corso- Ahora no puedo perder el tiempo martirizándoos, tengo que ayudar a Leo a descubrir a quien mató a Mostaza.

- Pero si ya lo sabemos.... ha sido Leo- dijo con voz cansina Escalilla.

Tras incrustar el rostro de la forense en el humeante y verde plato de menestra, Corso salió del comedor, no sin antes haber cogido la empanada que quedaba, que era más bien poca.

13 Empanada, café y el relato de Leo

Estaban Corso y Leo terminando de comer, pero ninguno de los dos disfrutaba verdaderamente de la empanada de sardinas, el uno se sentía terriblemente mal por lo que acababa de ocurrir en el comedor, y la otra se lamentaba de haber olvidado programar el video para grabar El encantador de perros. Se habían refugiado en un sitio en el que sabían ninguno de los demás pondría nunca un pie. La biblioteca. Era esta una estancia colosal de altísimos techos y decenas de estanterías de madera de roble, la magnífica colección se componía de unos cuantos gruesos tomos encuadernados en blandas pastas amarillas, las obras completas de un tal Paquito el de Torrejón, un ejemplar de "El goce de amar" en todos los idiomas del mundo, y una manoseada novela llamada "La esclava del visir".

- Está rica la empanada- dijo Corso por decir algo- Muy rellenita

- Mi trozo en vez de sardinas, tenía un pellejo de morcilla- se quejó Leo mostrando una cuerdecilla blanca y azul.

- Habérmelo dicho, tonta, te lo hubiese cambiado.

- Da igual- repuso ella encogiéndose de hombros- Así me voy acostumbrando a la comida de la cárcel.

Corso chasqueó la lengua y la rodeó por los hombros. No sabía que decir para animarla.

- Mira, Leo...

En esas estaban cuando las puertas de la biblioteca se abrieron para dejar paso a la señora Blanco. La cacatúa se acercó a ellos arrastrando cansinamente los pies por la moqueta, causando con ella tanta electricidad estática que saltaban chispas a su paso. Leo se levantó de un salto al verla llegar.

- Se.. señora Blanco- dijo con nerviosismo y miedo.

- ¿Quién?- preguntó la vieja con expresión de extrañeza, después pareció caer en la cuenta de algo- Ah, si, esa soy yo.

- Si ha venido a llamarme asesina, solo le puedo decir que yo no he matado a su marido, se lo prometo, y que siento muchísimo su pérdida- dijo Leo al borde del llanto, hartita de que la acusasen de asesinato.

- Ya lo sé hija, solo he venido a traeros un café, unas pastitas, y a pedirles disculpas por lo que mi hija les ha dicho.

- ¿A disculparse?- balbució Leo

- ¿Café y pastas?- se interesó Corso.

- Si, y si- contestó la vieja sacándose un termo, una jarrita con leche, tres tazas, cucharillas, un azucarero, un rollo de papel de cocina y una caja de pastas danesas del refajo.

Una vez los tres tuvieron el café a su gusto, y pastas a discreción, la señora Blanco empezó a hablar.

- Veréis, ¿puedo tutearos? ¿Si? Mejor. Pues veréis, mi hija está muy afectada por la muerte de Antoñito, ella estaba muy unida a su padrastro, en realidad, más unida de lo debido- mientras hablaba la mujer removía su café con leche, llegando los salpicones a un radio de tres metros.

- ¿Quiere usted decir que...?- preguntó Corso uniendo los índices de ambas manos.

La vieja se puso gafas para ver bien el gesto que Corso hacía, y después asintió.

- Lo he sabido siempre, pero me daba igual, yo solo estaba con él porque me ponía los enemas mejor que nadie, y porque tenía pasta para aburrir. Se que diciendo esto, estoy haciéndome a mi misma, y a mi hija sospechosas, pero tengo que hacerlo. Yo no creo que tú lo matases, y por muy putero que fuese, merece que su verdadero asesino sea detenido.

- Muchas gracias, señora Blanco, de verdad- dijo Leo de corazón.

- Y no se apure, señora, no creemos que usted lo matase- intervino Corso- no solo porque con la mierda de pulso que tiene no sea capaz de enhebrar un hilo en una portería, sino porque aunque decrépita, y achacosa, parece usted una buena persona.

- Muchas gracias, hijo, siempre es agradable oír cosas bonitas de una. Y mi hija, aunque casquivana, rencorosa, alcohólica, y algo maliciosa, pues estoy segura de que no mató a Antonio. No digo que no la crea capaz de matar, ¿eh? Que a mi eso de los accidentes de sus seis maridos, me resulta jodidillo de creer, pero a Antonio no. Le quería mucho.

- Su sinceridad es muy importante para nosotros, estamos seguros de que esos datos, y esa dulce descripción de su hija nos ayudará mucho a resolver este caso.

- En el fondo no es tan zorra como parece, en realidad la culpa es mía, la tuve muy tarde, con cincuenta y tres años, y la malcrié, pero no pude evitarlo, nunca quise que la faltase nada, nunca la regañé- se lamentó la mujer remojando una pastita en su taza- ¿Tenéis hijos?- se interesó

- No, pero tenemos un tronco de Brasil- repuso Corso.

- Entonces me entenderán.

Asintieron Corso y Leo con afán. Jamás podrían negarle nada a esa preciosa planta de interior.

- Verá, señora Blanco, tengo la necesidad de sincerarme yo también con usted- dijo Leo tras haber tomado aire- No sé qué habrá oído por ahí respecto a mi y a su marido, pero creo que debo contarle la verdad, merece saberlo.

- Por mi no lo hagas, hija, a esta edad mía, ni curiosidad se tiene.

- ¿Seguro?

La mujer lo meditó unos segundos, después encogió de hombros.

- Bueno, venga, que ya que hoy no voy a poder ver El encantador de perros...

- ¿Ay, usted también lo ve?- preguntó Leo sintiéndose súbitamente ligada a la anciana- ¿Vio la de la semana pasada, lo del bull dog anoréxico?!

- Leo...- le regañó cariñosamente Corso- que te dispersas....

- Es cierto.

Leo tomó aire, suspiró, se quitó las zapatillas, se olisqueó los pies para comprobar que aún permanecían en zona no tóxica, se sentó al estilo indio sobre el sofá, repartió Leo Strikes entre los presentes, los prendió con el soplete de mano que se había acostumbrado a llevar siempre encima, y comenzó su relato.

"Comienzo mi narración cuando tenía yo quince tiernos añitos. Desde siempre había tenido muy claro lo que quería ser en esta vida, desde que tuve uso de razón lo vi claro, era mi sueño y mi vocación, la razón por la que me levantaba cada mañana. Ese año estuvo a mi alcance cumplir mi sueño, en mi mano esaba la oportunidad de ser lo que debía ser. Majorette"

Leo suspiró en soñadora al recordar esa parte de su vida.

"Tras muchas horas de ensayo en el cuarto de contadores de mi casa, y mucha insistencia, había conseguido una prueba para ingresar en el prestigioso grupo de internacional de majorettes de María Sarmiento. Puede que a vosotros el nombre no os diga nada, pero son la creme de la creme de las majorettes. Yo estaba loca de contenta, y me preparé duro para el examen. Me quedaba hasta la madurgada estudiando la historia de las pioneras del majorettismo, y en los descansos entre clase y clase siempre andaba yo por los pasillos haciendo cabriolas, y batiendo alegremente el fuet que mi madre me ponía para almorzar"

En ese momento del relato, se levantó Leo de un salto, agarró el primer objeto alargado que se le puso a mano, que resultó ser un rodillo de amasar, y empezó a hacer virguerías con él para deleite de su público. Una vez acabado el numerito en el que hizo alarde de su envidiable elasticidad, hizo unas cuantas reverencias a su entregado público, y se volvió a sentar entre aplausos.

"Mis padres me apoyaban totalmente, estaban encantados que hubiese optado por una salida profesional con tantas opciones de futuro, y no quisiese ser periodista, abogado o algo así. El caso es que cuando llegó la hora de la verdad, el examen que determinaría mi ingreso o no en la creme de la creme de las majorettes, algo ocurrió. Justo cuando llegaba al sitio, vi a un policía moliendo a palos a un señor que había intentado atracar a una indefensa anciana, y lo tuve claro, tenía que ser policía"

- ¿Para defender al débil y al desamparado?- preguntó la señora Blanco con beatífica sonrisa

- Si, bueno, eso también, pero más que nada para poder dar rienda suelta a mi rabia sin mayores consecuencias legales.

- ¿Qué tiene que ver mi Antoñito con tu sueño frustrado de se majorette?

- La verdad es que nada, pero me parecía curioso de contar. Pero bueno, que ya me centro, el caso es que....

"Corría el año del señor del 2001, y yo tenía diecisiete años recién cumplidos, era junio y acababa de terminar tercero de BUP...."

- Os diría a qué equivale ahora, pero no lo tengo nada claro, me lío con los planes de estudio.

"....desde ese día que presencié la escena entre el policía nacional y ese desalmado, no pensaba en otra cosa que en ingresar en la Policía Nacional, ni siquiera me presenté a la prueba. A mis padres este nuevo sueño mío no les hacía ninguna gracia, verá, entre otras muchas cosas, mis padres son reaccioarios antisistema, y esto de la policía, lo ven como una forma brutal de represión por parte del Estado. Cada vez que me cruzaba con mi padre por el pasillo de casa, me escupía y me daba una paliza"

- De hecho lo siguen haciendo- explicó Leo

- Si, en Nochebuena que fuimos a cenar con ellos, nos tiraron cócteles molotov, y su madre nos zurró con una barra de lomo embuchado, si no nos llegamos a parapetar detrás de tu abuela....

- Pero bueno, luego nos obsequiaron con una cestita de vendas, antiinflamatorios de uso tópico y betadine- intervino Leo-

- Si, y tuvieron el detalle de darnos el lomo homicida, que no pocas cenas nos ha solucionado.

- Pero continúo....

"A pesar de pasar más tiempo en urgencias que en mi casa, yo seguía en mis trece. Estaba decidida al cien por cien en ser policía, sabía que había nacido para eso. Necesitaba dinero para poder pagarme la academia preparatoria, y estaba claro que mis padres no me iban a ayudar, así que decidí trabajar como una bestia ese verano, sacar todo el dinero que pudiese, y ,así, en septiembre apuntarme a una academia para las oposiciones que se convocarían el próximo año. Como era verano, decidí trasladarme a la costa, ahí siempre habría algo para mi, ya fuese limpiar parabrisas, choricear carteras, o vender alcohol a menores con un amplio margen de beneficios... "

- ¿Mi Antoñito sale ya, o no? Mire que voy a dar una cabezada como siga con tanto preliminar.

- No le interrumpa, señora, que me la distrae, y además lo está contado divinamente, mucho mejor que las dos veces anteriores.

- Gracias, Pablo. Y si, señora, su Antoñito sale ya mismo

"Total, que así fue como acabé a mediados de junio en un pueblecito semidesconocido de la Costa Blanca, Benidorm, dudo que usted lo conozca..."

- El caso es que me suena vagamente.....

"Nada más llegar tuve la suerte de encontrar trabajo en un chiringuito de asar sardinas ubicado en plena playa de Levante. El sueldo era una porquería, con eso de que era menor, ni me hicieron contrato, pero el dueño me dejaba robar a los clientes borrachos, y dormir en el suelo del chiringuito junto a las cajas de sardinas, entre un par de sarnosos galgos moteados. Me alimentaba de las raspas y cabezas de sardina que los clientes no apuraban debidamente, y me hidrataba bien de los culillos de los botellines, bien del agua de fregar. Pasaba el día quitando escamas a las sardinas y después asándolas, el dueño, un energúmeno llamado Obdulio, que intentaba meterme mano a la que me descuidaba, me obligaba servir vestida únicamente con un delantal de flamenca, y si faltaba algo de dinero al hacer caja, me zurraba de lo lindo. Fue un verano muy feliz"

Leo suspiró con los ojos llenos de lágrimas debido a la emoción de recordar tan dulces momentos.

"Entonces llegó él, Antonio. En cuanto le vi, supe que no era como los demás, él no llevaba sandalias con calcetines, y su riñonera tampoco era de publicidad. Tendría unos treinta y pico años, era mucho mayor que yo, pero me pareció el hombre más guapo que había visto nunca. Se hizo cliente habitual, siempre llegaba solo a eso de las nueve de la noche, se pedía una docena de sardinas, una cerveza, y consumía esta y aquellas en silencio, y sin quitarme ojo. A la semana empezamos a hablar, descubrimos que teníamos muchas cosas en común, los dos respirábamos a intervalos regulares, nos gustaba el fresco en verano, y el calorcito en invierno. Una noche en la que ya habíamos cerrado, y estaba yo discutiendo con los perros para ver qué cenábamos esa noche, si cabezas o raspas, Antonio se presentó en el chiringuito, y me invitó a dar un paseo. Me daba cosa dejar a los animalitos solos, pero ellos me convencieron, y acepté. Empezamos a pasear cada noche, él me invitaba a una horchata, yo compartía con él las colillas que había recogido del suelo del local, y que guardaba en una lata de fabada. Poco a poco, empecé a pasar los días esperando a que llegasen las nueve de la noche para poder verle y dar nuestro paseo. Una noche no él apareció, la pasé entera llorando sobre el pelaje de Garrapata, uno de los chuchos, mientras Pulga, el otro, trataba en vano de consolarme. Antonio no fue ni esa noche, ni las dos siguientes. Yo ya pensaba que había encontrado a otra muerta de hambre aún más necesitada de afecto y horchata que yo, cuando, para mi sorpresa y alegría, a la tercera noche apareció. Me dijo que había estado de viaje de negocios, y que no había podido avisarme. Esa noche, hicimos el amor por primera vez, y...."

- ¿Le dio a mi Antoñito su flor?

- ¿Ein?- preguntó Leo con estupor

- Creo que pregunta si fue tu primera vez.

- Bueno, fue la primera con él, pero yo ya lo había hecho antes un par de veces con uno de clase, con Alvarito Calambres- explicó Leo frunciendo las cejas- Aunque más que hacer el amor, lo de Alvarito fue...

- Leo, déjalo, anda, que la buena mujer esta no tiene ningún interés en tus tempranas experiencias sexuales.

- Uy, al contrario, le tengo todo. Cuenta, cuenta, querida, con pelos y señales.

- Pues usted lo tendrá, pero yo no- sentenció Corso - Así que, Leo, céntrate, y sigue con la historia.

- Vale, vale- repuso Leo.

"Pues eso, que después del encuentro sexual en la playa, él me prometió el cielo, la luna y las estrellas, me dijo que estaba enamorado de mi desde el primer día que me vio cargada con trece cajas de pescado, y robándole la cartera a un alemán borracho. Lo típico que se dice, pero yo me lo creí. Esa noche no pude dormir de la alegría, Garrapata, Pulga, y yo estuvimos hablando y haciendo planes de futuro hasta que se hizo de día. Durante tres días la escena se repitió, me invitaba a una horchata, y después nos amábamos entre unos contenedores de basura cerca de la playa. Una noche volvió a no aparecer, tampoco las dos siguientes. Yo estaba desesperada, ni Garrapata, ni Pulga sabían ya qué monadas hacer para que dejase de llorar, ni verles dar vueltas persiguiéndose el rabo me animaba. Esa tercera noche lo busqué por todo el pueblo...."

- ¿Y no lo encontraste?- preguntó la señora Blanco que ya no estaba en absoluto amodorrada.

- Para mi desgracia, lo encontré.

"Estaba sentado en la terraza a la que me solía llevar a tomar horchata, pero no estaba solo. Estaba con una mujer de, más o menos su edad, y la tenía cogida de la mano, ciega como estaba intenté convencerme de que era su hermana, pero cuando la metió la lengua hasta la campanilla, no pude seguir engañándome. Antes de irme arrastrándome por las esquinas, pude ver como la luna se reflejaba en su anillo de casado. Al día siguiente apareció en el chiringuito como si nada hubiese pasado. Después de darle dos hostias como dos castillos, le dije que lo sabía todo, que sabía que estaba casado. No se molestó en negarlo, me dijo que si, que él era un parásito que vivía de su mujer, que ella trabajaba fuera durante la semana, y que los fines de semana iba a verle, por eso no venía al bar. Después me dijo que no la quería, que solo estaba con ella por el dinero, que ella era alérgica a las sardinas, y que él era incapaz de amar a alguien con tamaño defecto. Me pidió que no le dejase, que a quien quería era a mi, que cuando consiguiese robarla lo suficiente, la dejaría"

- Yo tenía diecisiete años, y puede que fuese un poco pava, pero gilipollas no era, así que le di otras dos hostias, y le dije que si volvía a acercarse al chiringuito le partiría las piernas, y corrí a llorar a las patas de mis cánidos amigos.

- ¿Y....?- inquirió la señora Blanco.

- No volvió a aparecer, yo me centré en asar mis sardinas, en robar cuanta cartera podía, y en zafarme del acoso de mi jefe. Al final del verano me despedí entre lágrimas de Garrapata y Pulga, aún hablamos regularmente por teléfono y nos escribimos e-mails, y me volví a Madrid con el corazón roto y unos cuantos euros más. Me apunté a la academia, aprobé las oposiciones, Mostaza se me fue olvidando, y no había vuelto a pensar en él hasta que le vi ayer.

- Menuda historia!- exclamó la señora Blanco al cabo del rato- Cuando yo conocía a Antonio, él ya estaba divorciado de su primera mujer, por lo visto fue algo muy traumático para ella, según me contó él, se lo tomó muy mal. Se las apañó para desplumarla del todo, y además durante su matrimonio no dejó de serla infiel, igual que a mi. Solo que a mi me daba igual, mientras me pusiese mis enemas... Creo que la pobre se pasó años de psiquiatra en psiquiatra.

- ¿No le importaba que se acostase con su hija?.

La señora no contestó, se había quedado dormida con la cabeza apoyada en el termo del café.

- ¿Estás bien?- le preguntó Corso a Leo pasándola un brazo por los hombros.

- Si, claro que si. De todo esto hace mucho tiempo, y tampoco es tan importante.

- ¿No?

- No, lo que más recuerdo de ese verano fue que mi picó una medusa, y mi amistad con esos perros tiñosos a los que tanto quiero. Lo de Mostaza, aunque en su momento me pareciese tremendo, no fue más que un capricho de adolescente. Nada más.

- Te entiendo, a mi me pasó eso con Carmen- se señaló el nombre tatuado en su antebrazo- Menuda puta.

- Si, duele recordar el primer amor cuando sale mal.

- No, no, era puta de verdad. Trabajaba en la Casa de Campo, yo tenía trece años, ella cincuenta y siete. Era politoxicómana y padecía de una afección estomacal que la daba un peculiar aliento.

Leo le miró con los ojos entrecerrados.

- Verás es que mi padre se empeñó en que la primera vez lo hiciese con una profesional. Cosas suyas. Nuestro romance duró lo que dieron de sí esas dos mil pesetas, creí estar enamorado de ella, ¿sabes? La veía por todas partes, la oía, soñaba con ella, por eso me tatué su nombre. Luego descubrí que no era amor, si no que algunos tipos de sífilis causan alucinaciones, neurosífilis creo que se llama. Pero tú tranquila, que con los antibióticos me recuperé enseguida y totalmente, desde entonces no volví a acudir a ninguna legionaria del amor para satisfacer mis más bajos instintos.

Ella le miró con estupor unos segundos.

- No sé muy bien qué decir- dijo Leo con total sinceridad.

- No digas nada. ¿Sabes? Hasta que te conocí a ti, no volví a tener nada parecido a esas alucinaciones fruto de esa terrible venérea. A ti también te veo al cerrar lo ojos, y no puedo dejar de pensar en ti, hasta me parece sentir tu tacto cuando no estás, solo que ahora no estoy enfermo, estoy enamorado, y de eso no me quiero curar nunca.

- Pablo, aunque me acabas de comparar con una horrible enfermedad de transmisión sexual, lo que me acabas de decir, es una de las cosas más bonitas que me han dicho nunca- le besó cariñosamente en la barbilla- Yo creía haber estado enamorada de Mostaza, pero, ¿sabes qué?

- ¿Que no solo estabas enamorada, sino locamente enamorada?

- No, bobo, que no he estado de verdad enamorada de nadie, hasta que te conocí a ti.

- ¿De verdad?- preguntó Corso muy bajito.

- De verdad.

Se abrazaron al rítmico sonsonete de los ronquidos de la señora Blanco.

14 Cinco sospechosos

A las cuatro y media en punto, tras haber dejado a la señora Blanco dormitando en la biblioteca bien tapadita con una manta, esta adornada con motivos enológicos, Leo y Corso subieron a su habitación para la videoconferencia que había concertado con la hermana Juana.

- Ave María purísima- dijo la monja a modo de saludo ajustando la web cam.

- Amen- improvisó Corso, que nunca se acordaba de cómo se contestaba a eso.

- ¿Ha conseguido algo, hermana Juana?- preguntó Leo intentando deshacer el nudo que se le habían hecho los dedos al hacer la señal de la cruz.

- Pues hoy el cepillo de la misa ha estado bastante ramplón.... lo justo para pagar el canal Satélite Digital, pero no nos podemos quejar.

- De los sospechosos, hermana, de los sospechosos.

- Ah! Ahí la cosa ha estado bastante más lucida, hemos investigado los nombres que nos habéis dado, y la verdad, alguna cosa curiosa ha salido.

- Pues empiece a rajar, que el agua se enfría, pierde las cualidades de transmisión, y no sabemos cuánto tiempo va a durar la batería esta en funcionamiento.

- Empezaré con Rosaura Blanco, la viuda. Natural de Hospitalet de Llobregat, no hemos encontrado partida de nacimiento en Internet, pero en 1935 ya tenía una pila de años. Es dos veces viuda. De su primer marido, Clavelito Amapola, un empresario catalán propietario de una próspera empresa de peladillas, La Almendra Pendeja, heredó una grandísima fortuna, alrededor de tropecientos millones de las antiguas pesetas.

- Esos son muchos millones....

- La señora Blanco actualmente reside en Barcelona en un palacete, que también heredó del difunto, junto con su segundo esposo, Antonio Mostaza, su hija, y su futuro yerno, Nicolás Púrpura. En la actualidad de esa gran fortuna que heredó no queda ni para comprar pipas, entre tantos años de despilfarro, y que las peladillas ya no las quieren ni los monos, la señora Blanco estaba arruinada...pero ahora, con la muerte de su segundo marido, se ha convertido por segunda vez en una viuda tremendamente rica.

- Si, bueno, eso más o menos, lo sabíamos.

- ¿Pero sabíais que hace cosa de un mes el señor Mostaza había empezado los trámites para el divorcio?

- No, eso ya nos pilla de nuevas.

- Pues así es, por lo visto contrató a un detective, se enteró de que su mujer estaba a verlas venir, y decidió dejarla. La gente no valora el matrimonio como debería, nuestro señor Jesucristo que dijo a sus apóstoles la paz os dejo, la paz...

- Hermana, que se lanza....

- Perdón. Bueno, pues esa es la madre, la hija, Eduvigis Amapola, es también fina. Seis veces viuda, seis veces sospechosa del asesinato de sus maridos, nunca se pudieron encontrar pruebas sólidas, y las muertes se determinaron como accidentales, pero en todas y cada una de las muertes, ella estaba cerca.

- ¿Sacaba algún provecho económico de sus muertes?

- No, siempre se ha casado con pelagatos: un tuno, un payaso, un afinador de panderetas, un deshollinador, un sexador de pollos, y un diputado del grupo mixto- la monja hizo un guifo- Ninguno tenía donde caerse muerto, si me perdonáis la expresión. El inspector que llevó los casos, Armando Purulencias, estaba convencido de que era una psicópata.

- ¿Ha hablado con él?

La monja sacudió vehementemente la cabeza.

- El inspector Purulencias sufrió un terrible accidente mientras visitaba el zoo. Por lo visto se agachó demasiado para ver a los cocodrilos y.....- la monja abrió y cerró la mano, al tiempo que decía "ñam ñam" dando a entender el terrible fin del policía.

- Que truculenta forma de morir- se horrorizó Leo.

- Corren rumores de que a la señorita Amapola, ese aciago día, se la vio por el zoo.

- Menuda bicha!

- El psicólogo al que la señorita Amapola frecuenta, y con el que se acuesta, nos ha soltado todo ante la amenaza de ir a cascar su ilícita relación al comité de ética profesional. Según él, el comportamiento de Amapola es una reacción rebelde en contra del clima burgués y adinerado en el que siempre ha vivido. Amen de que adora asesinar maridos. Luego hemos ido al comité ese, y lo hemos cascado todo igualmente.

- Han hecho bien, pero la historia de la señorita Amapola, es de lo más típico...

- Menos típico es que la señorita Amapola, futura señora Púrpura, también mantenía una relación sentimental con su padrastro, el señor Mostaza.

- Si, ya sabíamos que se lo trajinaba.

- Bueno, eso puede que lo supieseis, pero seguro que no sabíais quién, usando tu misma palabra soez, también se lo trajinaba.

- ¿Alguien más se trajinaba a Mostaza?- preguntó Corso estupefacto.

- Por fuerza, la señora Pavoreal.

- Bueno, en realidad se lo trajinaba más de un alguien, pero al que me refiero es especialmente traumático, y no, no es Pavoreal, pero muy cerca, su esposo. El señor Verde.

- ¿¿¿¿Verde y Mostaza estaban liados???

- Eso he dicho, mantenían una relación sodomita desde hace años.

- ¿Mantenían una qué?- balbució Corso

- Que además de negocio, compartían lecho, vaya- resumió la hermana Juana ruborizándose.

- ¿Pero está usted segura?

- Segurísima, se les ha visto juntos en numerosas ocasiones juntos en Barcelona en un bar de ambiente homosexual llamado "El oso y la trucha".

- ¿Mostaza era homosexual?- preguntó Leo sin poder creer lo que acababa de oír.

- Diría que era bisexual, pero también se le ha visto en actitudes demasiado cariñosas con las salamandras de parque Güell, y con algún perrito más resultón que el resto....

- No es propio de mi, pero estoy realmente escandalizado- dijo Corso con los ojos abiertos de par en par.

- Yo también, pero además de verdad. Pensar que ese depravado y yo....

Un escalofrío recorrió a Leo de arriba abajo.

- Me alegra que os escandalicéis, aún hay una esperanza para vosotros- se felicitó la hermana Juana.

- Bueno, ¿y aparte de sus preferencias sexuales, que nos puede decir de Verde?

- Bien, Bernardo Verde, nació en la misma Barcelona hace ahora cuarenta y dos años, estudió arquitectura en la Universidad Politécnica de Cataluña, y allí conoció al señor Mostaza. Verde acabó la carrera, pero Mostaza no, aún así fundaron juntos una próspera empresa cuya principal actividad es el diseño de centros comerciales y de ocio. Desde la época de la universidad se llevan frecuentando carnalmente el uno al otro, aún así, contrajo matrimonio con Alicia Pavoreal hace ahora tres años.

- ¿Qué sabe de ella, de Pavoreal?

- Pues esa también se acostaba con Mostaza.

- Se veía venir- musitaron a al vez Leo y Corso.

- De la que me libré....- susurró Leo- Menudo depravado

- Se les ha visto entrar y salir de hoteles de baja estofa por toda Barcelona, picaderos creo que los llamáis los jóvenes. A parte de que gusta de ahorrar en hostelería, también sabemos de ella que es de padre español, y madre inglesa, vivió hasta los treinta y séis años en Londres...

- Anda por eso habla tan raro- exclamó Leo- Y yo pensando que tenía frenillo....

- ....después se mudó a Barcelona, abrió una tienda de muebles y decoración, que tiene unas cosas monísimas, aunque algo caras, conoció a Verde, y se casó con él.

- Miedo me da preguntarle por el que queda, el tal Púrpura, el futuro esposo de la señorita Amapola.

- Y con razón, hijo mío, y con razón. Nacido en Teruel, se licenció en administración y dirección de empresas en la universidad autónoma de Barcelona, donde formó parte del equipo de animadoras. Conoció a la señorita Amapola en un congreso de la muñeca Stacy Malibú.

- ¿Existe? Anda, yo creí que solo en el universo Simpson.

- Cuando hay congresos, existirá- repuso la monja- Es el único contable de la empresa, faceta que compagina con la de transformista en locales nocturnos. Además hay indicios de que podría estar sisando a base de bien en la empresa, y maquillando los libros de cuentas. Fin.

- Así que de cinco sospechosos, cinco se acostaban con él, y todos tenían un motivo para matarle... - concluyó Corso- Eso es estupendo, hermana, para Leo quiero decir.

- Espero que esta información os sea útil, con tanto puterío, la hermana Pilarín ha tenido una crisis de las suyas, y se ha encerrado en su celda para que no la demos otra ducha fría.

- Si, hermana, creo que esta información puede ayudarnos a sacar a Leo de todo este lío.

- También hemos comprobado el otro nombre que me distéis, Frances Gracias, esa persona no existía hasta hace un año. No hay ni partida de nacimiento, ni carné de la biblioteca, lo único un carné del club infantil del Burguer King, a parte de eso, nada de nada.

- Creemos que es el nuevo nombre de la hermana Francisca Garse

- ¿Paquita?- preguntó la monja con horror- Esa desdichada no sabe lo que se hace, cuando estaba en el convento, ya sabíamos que tenía sus cosas, pero nunca la creímos capaz de hacer algo así.

- Mató a mi madre, intentó cargarse a mi Leo, y ahora quiere meterla en la cárcel por un crimen que no ha cometido.

- Mantendremos los ojos abiertos por si ahora asoma el hocico. Por cierto, ahora mismo os envío el fragmento de video en el que se ve a Leo entrar en la habitación. Se ven las horas en pantalla, así que os ayudará a dejar claro que Leo, después de las cinco menos veinte, no se movió de la cama. Por cierto, Leo, ¿tú sabes lo que es un pijama?

- Muchas gracias, hermana- Leo soslayó la capciosa pregunta.

- También os envío la palabra clave para que el móvil funcione con la batería de emergencia, y no tengáis que andar jugando con pilas de Voltaire caseras.

- Se agradece.

- Tened mucho cuidado, y no hagáis más guarradas, que con las que habéis hecho hasta ahora, ya tenéis bastante para el resto del año.

Cortaron la comunicación con el convento y se miraron el uno al otro.

- Este asunto es un lío de tres pares, Leo. Tenemos un montón de sospechosos, y ni una sola prueba contra ninguno. Todas las que tenemos apuntan directamente a ti.

- Si que tenemos pruebas, Corso, lo que no sabemos es qué prueban. Acuérdate de las notas que se comió Rocío.

- Es verdad, pero esas notas, si Rocío no se ha inventado lo que decían, lo que prueban es que Mostaza estaba intentando chantajear a alguien....

- Eso es una prueba en si, puede que alguien le matase porque no estaba dispuesto a dejarse chantajear, y no por celos o dinero.

- Eso tiene sentido.... ¿a quién intentaba chantajear? Según Roci, una nota decía algo de que Mostaza sabía que alguien había hecho algo... no sé, ¿Amapola y sus seis maridos?

- La nota del divorcio, ¿puede que fuese a la señora Blanco, su mujer? Pero eso no tiene sentido, ella estaba arruinada, y ¿para qué iba a decir nada de que se quería divorciar de ella?- Leo abrió los ojos de par en par y lanzó una exclamación de triunfo- Ya está! Alguien mandó esas notas para provocar que matasen a Mostaza!

- Pero que lista es mi niña!- exclamó Corso besándola por toda la cara.

- Si, un lince, pero eso no nos lleva más cerca de saber quién fue. A saber cuántas se comió Rocío, y aunque lo supiésemos, el instigador pudo haberse mandado una a si mismo, e incluso haber acabado cometiendo él mismo el crimen. Ay, Corso, que me veo tatuándome el plano de Alcalá Meco en la espalda.

- No digas eso, anda, que a parte de que no te entra ni de broma, me pones muy triste. Venga, vamos a bajar al salón a comentarles a estos lo que hemos descubierto, si somos convincentes, lo mismo su falta de personalidad se pone a nuestro favor.

15 El apagón general y la iluminación de Leo

Estaban Corso y Leo bajando las escaleras, cuando de golpe y porrazo, se quedaron completamente a oscuras. Si Leo no se hubiese agarrado a lo primero que pilló, la nariz de Corso, hubiese rodado escaleras abajo cual alegre barrilete.

- ¿Ejtaj fien?- pregunto Corso a la espesa negrura

- Si, si, ¿y tú?- contestó ella soltándole la nariz.

- Si, yo estoy bien. Se deben haber fundido los plomos.

- La instalación es antigua, no creo que estuviese preparada para todas las extravagancias eléctricas que la madre de Mario tiene en la cocina.

Escuchó Corso unos ruidos tras él, y segundos después sintió algo rozándole levemente la cara.

- Leo, ¿me estas tocando?

- No, estaba aprovechando la oscuridad para quitarme un trocito de empanada de entre los dientes.

- Pues algo me ha tocado!- exclamó Corso dándose palmetazos en la cara

Un destello de luz les iluminó cuando Leo sacó su soplete de mano. Escrutaron los dos los alrededores, y nada vieron.

- No se ve a nadie...

- Debe haber sido una telaraña, de esas hay para aburrir- concluyó Corso.

Leo la emprendió a patadas contra la balaustrada de madera maciza hasta que una de las maderas fue arrancada de cuajo. Improvisaron una antorcha, y continuaron bajando las escaleras con sumo cuidado. Al pasar por el recibidor, la casa se iluminó momentáneamente por los terribles rayos de fuera.

- Menuda nochecita.... no me gustaría tener que salir- musitó Corso encogiéndose sobre si mismo.

Avanzaron por el pasillo incendiando cuadros y tapetes a su paso, pues no era Leo muy diestra en el manejo de la antorcha, hasta llegar al salón. Estaba este cálidamente iluminado por el fuego que ardía en la chimenea, y lanzaba rojizas lengüetadas sobre los rostros de los presentes. Agazapado junto a la chimenea estaba Vázquez dormitando enroscado sobre si mismo. Un grupo compuesto por la señora Blanco, Escalilla, Molina y el señor Verde echaba una partidita al julepe. Rocío en el sofá se metía puñados terrones de azúcar en los bolsillos, y se reía como una descosida. La señorita Amapola charlaba animadamente con la señora Pavoreal, mientas esta la ignoraba educadamente rascándose la axila con afán canino. El resto jugaba apaciblemente al corro de la patata.

- Hombre, si es la asesina- espetó llena de veneno la señorita Amapola en cuantito vio a Leo

- Yo también me alegro de verla- repuso esta- ¿Qué ha pasado con las luces?

- Los plomos se han frito- informó el ama de llaves sin dejar de dar vueltas en el corro- La licenciada se ha puesto a jugar con un alambre en un enchufe....- miró con mala leche a Escalilla.

Se percataron en ese momento del tufo a pelo quemado, y de las manchas de hollín en la cara de la forense.

- Estoy bien, no se preocupen, no siento en demasía los brazos, pero no creo que pierda ninguno.

- ¿Se puede arreglar?- inquirió Corso

- Hombre, si llegase a perder uno, hoy en día hay prótesis que...

- Creo que se refería a los plomos- informó educadamente la señora Blanco.

- Me temo que no, están completamente quemados, y no tenemos nada para arreglarlos. Habrá que apañarse con velas hasta mañana por la mañana.

- ¿Os apuntáis a un julepe?- preguntó Mario con ojos de cachorrito.

- No, Mario, muchas gracias. Venimos a hablar con vosotros, es importante.

- ¿Ahora?- preguntó con fastidio Escalilla

- Si, ahora.

- Es que voy ganando- la forense miró codiciosa las monedas de cobre apiladas frente a ella.

- Si, va ganando cuarenta céntimos, pero en la ronda anterior ha perdido quinientos euros- dijo Molina con una sonrisa de oreja a oreja.

- Además, sea lo que sea, nos lo podéis decir delante de nuestros nuevos mejores amigos- repuso Rocío sin dejar de llenarse los bolsillos de azúcar.

- No creo que sea conveniente- contestó Leo torciendo la boca en un vano intento de que el resto no lo oyese.

- Pues yo creo que si, Leo, yo creo que es muy conveniente. ¿Por qué no le preguntáis a vuestros amiguitos si tenían algún motivo para matar a Mostaza?

- Ya lo hemos hecho, y todos nos han dicho con carita de inocencia que no, ¿qué más podemos hacer?- dijo Rocío.

- Ninguno de nosotros tiene ningún motivo para haber matado a Mostaza, ninguno de nosotros ocultó el hecho de haber conocido a Mostaza, y ninguno de nosotros salió de su habitación anoche, solo usted- contestó Verde algo intranquilo.

- ¿Ah, no? ¿No tienen ningún motivo para preferir muerto a Mostaza?- Corso estaba envalentonado- No es lo que yo he oído.

- Le habrán informado mal- contestó Púrpura retorciéndose nervioso.

- Lo dudo, se comenta por ahí, que todos y cada uno de ustedes tenía un motivo de peso para querer verle criando malvas.

Ninguno de los sospechosos dijo absolutamente nada.

- ¿Conseguir el cien por cien de su empresa no le parece un motivo para matar a alguien, señor Verde?

El aludido apretó los dientes y no dijo nada.

- ¿Estar a punto de divorciarse, y así perder todo su dinero, tampoco es motivo, señora Blanco?

- Si, que lo es, si- contestó la señora Blanco meneando el pescuezo afirmativamente.

- ¿Qué el hombre con el que se acuesta esté casado con su madre, no le parece bueno, señorita Amapola?

La susodicha se puso del mismo color que su apellido, bufó y se puso a llorar lastimeramente.

- ¿Es eso cierto?- preguntó Rocío con indignación.

- Eso no nos lo habíais dicho!- se quejó Escalilla levantándose súbitamente de la mesa de julepe- Que desfachatez, ¿tantos años de amigos, para esto?

- Que les conoció ayer, doctora Escalilla- dijo Leo poniendo los ojos en blanco.

- Pero estábamos muy unidos...- lloriqueó la mujer- Y de eso de tomar juntos el vermú de los domingos, se pueden ir olvidando.

La forense se levantó y corrió hacia Corso y Leo, dejando un rastro de olor a pollo frito a su paso.

- Ay, Leonor, cuanto siento haberla acusado de asesina, ¿será capaz de perdonarme?

- Si no me vuelve a llamar así, hasta me lo pienso.

- Ay, si es que es más rica

Escalilla estiró largo y tendido los mofletes de Leo ante de volverse hacia el grupo.

- Por lo que a mi respecta, todos ustedes dejan de ser mis personas favoritas, y pasan a ser sospechosos!

- Y por nosotros también- dijeron Mario, Molina y Rocío a coro.

- Parece que la cordura ha vuelto- repuso Corso.

- Nunca dudamos de ti, Leo, nunca- dijo Mario sonándose la nariz en el papel de cocina en la que estaba escrita la orden de detención contra Leo.

- Ya....

- De todos modos, auque puede que alguno de nosotros tuviésemos algún motivillo que otro para no desear una larga vida a Mostaza...- dijo el señor Verde- sus propios compañeros han dicho haber oído la puerta de su habitación muy tarde. Ella fue la única que hizo excursiones nocturnas, ella dice que fue antes de la hora de la muerte, pero no hay prueba alguna de ello. Es solo la palabra de una proletaria reconvertida a rica, contra la nuestra, que somos de clase alta de toda la vida.

- ¿Proletario es lo que me gusta a mi, Mario?- preguntó Rocío con los ojos entornados

- No, cuchifritina, lo que te gusta a ti son los profiteroles.

Corso ignoró el intercambio verbal entre Mario y Rocío, y miró fijamente al señor Verde.

- Ahí se equivoca, tenemos una prueba que demuestra que Leo regresó a las cinco menos veinte, y no volvió a salir hasta esta mañana- anunció Corso con una sonrisa triunfal- Rocío, por favor, ayuda a Escalilla a echar los visillos.

Mientras Rocío y Escalilla hacían lo que se les había solicitado, más mal que bien, Leo buscó el video que la hermana Juana les había enviado. El ingenioso San Pancracio multimedia no necesitaba ya ni cuerda ni inventos extraños para funcionar, tenía ahora una autonomía de tres cuaresmas enteritas sin necesidad de recargar tras haber tecleado la clave "dominus tecum" en un menú secreto que salía al rezar dos credos y una salve mientras se pulsaba crt+at+d+t. Cuando por fin encontró el archivo coartada.avi, Leo abrió el Jehová Media Player, y el cachivache empezó a proyectar en las cortinas, al ritmo de una versión techno del Ave María de Schubert.

- Verán, este video ha sido subido esta misma mañana a una página web llamada Yo También Quiero Tirarme a Leo, página que intuyo la mayoría de ustedes ya conocen.

Un carraspeo general recorrió la sala.

- En él se puede ver claramente como Leo sale de la habitación a las cuatro y cuarto, regresa a las cinco menos veinte, y no vuelve a salir.

- ¿Os han grabado también aquí?- preguntó Molina frotándose las manos ante la perspectiva de ver carnaza.

- Si, pero que nadie se haga demasiadas ilusiones que el video ha sido debidamente censurado por las hermanas de Santa Cecilia.

Esta vez fue un rebuzno de fastidio lo que recorrió la sala. Tras los créditos de inicio que las hermanas habían hecho, y en los que se veía una conmovedora recreación en plastilina de las diez plagas de Egipto, la grabación de la noche anterior dio comienzo. Se podía ver como Leo, debidamente censurada por las hermanas con un par de naranjas y una fresa, tras llevar un rato dando vueltas en la cama sonándose los mocos, se levantaba cuando el reloj en pantalla marcaba las 04:16, se ponía una bata zarrapastrosa, y salía de pantalla. Durante un rato se le veía sólo a él, debidamente censurado con un perrito caliente, durmiendo como un bendito. Corso intentó pasar esta parte del metraje a velocidad rápida, pero tanto Escalilla como Rocío solicitaron verlo a velocidad normal, confiando en que en algún momento el perrito caliente se descentrase, cosa que no llegó a pasar. A las 04:43, Leo volvía a entrar en la habitación, y se quitaba la bata. Mientras se rascaba el trasero con gesto preocupado, se podían ver las heridas de su brazo, y que antes no estaban. Después se estiraba, se tomaba un poco de leche, se sonaba la nariz con un calcetín que había cogido del suelo, y se quedaba dormida. Durante el resto de la grabación, que vieron en avance rápido, se les veía a los dos durmiendo como troncos hasta que Mario y Rocío aparecen en la habitación.

- ¿Han visto? Leo no puede haber sido, desde las cinco menos veinte no sale de la cama. Lo que les deja a uno de ustedes como el asesino, o la asesina.

- Pues es verdad- repuso Escalilla.

- La doctora Escalilla pudo haberse equivocado al certificar la hora de la muerte, muy avispada, no parece- dijo la señora Pavoreal rascándose disimuladamente la rabadilla.

- Me ofende su insinuación, sepa usted que yo soy una profesional altamente cualificada, y que...

- La doctora, no les vamos a engañar, es una mentecata, pero esta vez no se ha equivocado, por la temperatura del hígado, es imposible que Mostaza muriese antes de las cinco- dijo Molina.

- Gracias por sus amables palabras- agradeció la mujer visiblemente emocionada ante el hecho de que alguien la defendiese.

- Aquí tenemos no solo un vil asesinato, sino un intento de implicar a esta pobre e inocente criatura, de cuya no culpabilidad no dudamos ni un solo segundo- dijo Rocío en un arranque dramático.

- Molina, coja la soga que sujeta las cortinas, y maniate a esta panda de desalmados- instruyó Escalilla con voz de sargento.

- No puede hacer eso- exclamó la señorita Amapola- Ustedes no saben qué están haciendo, ya se lo he dicho, somos gente de clase alta, no de media. Nosotros estamos por encima de la ley, no nos puede detener.

- Ya lo creo que puedo señora.

- Tenemos una reputación!- dijo Verde con tono llorón.

- "La reputación es el agobio de los tontos"- dijo Molina en uno de sus arranques de erudito de andar por casa- Shakespeare, El Mercader de Venecia- explicó a su audiencia.

- ¿No es fascinante Shakespeare?- empezó Escalilla frotándose las manos ante la perspectiva de meter baza- El mayor dramaturgo inglés de todos los tiempos, conozco unas cuantas anécdotas sobre él, ¿Sabían que su esposa Anne Shakespeare, se llamaba de soltera Anne Hathaway, como la actriz? ¿Y sabían que solía fumar marihuana? ¿Y que las noches de los miércoles gustaba de cenar repollo rehogado?

- Creo, doctora Escalilla, que hablo en nombre de todos los presentes, si digo que nos importa un pito.

La doctora ignoró a Molina, cogió un visillo, se enrolló en él y empezó a corretear por toda la habitación.

- "Si otro fuera tu nombre! Si pudieras renunciar a él! Pero si sostienes que me amas, yo dejaré de ser Capuleto! Solo tu nombre es mi enemigo. Pero no tú mismo..."- empezó a declamar Escalilla en una ridícula voz- "La rosa conserva su perfume aún cuando se llame distinto. Te cambio tu nombre por mi"

La señora Blanco fue la única que aplaudió las palabras de la forense, los demás solo lo hicieron cuando el visillo se le prendió fuego al acercarse demasiado a la chimenea. La única que no se sumó a la algarabía general fue Leo que se había quedado muy callada.

- Claro- dijo en voz baja- Claro!- dio dos palmadas, echó las caderas hacia delante y meneó los brazos hacia delante y hacia atrás, ejecutando su versión particular de la danza de la victoria.

- ¿Está usted bien?- inquirió la señora Blanco desde el sofá.

- Mejor que bien! Ya lo tengo!

- ¿El qué?- preguntó Escalilla- ¿Algún virus?

- Al asesino, ya sé quien es el asesino.

Una sarta de exclamaciones se repitieron en boca de todos los presentes.

- ¿Quién?- preguntaron todos a coro.

- La opción más lógica, su esposa- contestó Leo

16 La explicación

Todas las miradas se dirigieron a la señora Blanco.

- ¿Yo?- preguntó el vejestorio con los ojos abiertos como platos.

- Leo, has perdido la cabeza- dijo Mario- Esta momia no tiene fuerzas ni para sonarse los mocos, menos aún para apuñalar a un hombre de metro noventa y cien quilos. A no ser....

- ....a no ser que fuese poseída por un extraterrestre de aviesas intenciones, que llevaba esperando latentemente bajo el hielo desde hace miles de años bajo la forma de una especie de petróleo, y que confiere una fuerza sobrehumana a aquel al que contagia- Escalilla miró a su alrededor, feliz de haber sido capaz de desarrollar ella solita tamaña teoría.

- Iba a decir que a no ser que al tomarse mis esteroides y anabolizantes, sacase fuerzas de ellos, y pudiese hacerlo- terminó Mario mirándola de reojo.

- Si, bueno, eso también- dijo Escalilla meneando la cabeza hacia los lados.

- Yo no he matado a Antoñito, hija, tienes que creerme- la señora Blanco se dirigió a Leo con lágrimas en los ojos.

- La creo, señora, no se preocupe. A Mostaza le mató su mujer, pero no su usted, sino su primera esposa.

- ¿La primera?- preguntaron todos a coro.

Leo se hizo un rato la interesente antes con contestar.

- Eso he dicho, lo que ha dicho Escalilla de Shakespeare me ha hecho pensar.

- ¿Lo del repollo rehogado?

- No, lo otro. Me he puesto a pensar en ese LM, que aparecía en la pitillera.

- Ya hemos dicho que alguien está tratando de incriminarte plantando pruebas falsas, no te repitas- la regañó Rocío.

- Es que no es una prueba falsa, esa pitillera pertenece a la asesina- contestó Leo sonriendo

- ¿Al final tanto lío y le has matado tú?- exclamó Escalilla

- No, que yo no lo he matado. Lo ha matado LM.

- Esa eres tú- dijo Mario.

- Si, la L puede ser de Leonor, y la M de Marín, claro que si, pero es que no lo es. Esa M es de Mostaza, L Mostaza, la primera esposa.

Una exclamación de asombro se escuchó por toda la sala.

- ¿Estás diciendo que la primera mujer de Mostaza está en esta isla, y que lo ha matado?- preguntó Mario no muy seguro de haberlo entendido bien.

- Eso he dicho.

- Pero en esta isla no hay nadie más que nosotros, la hemos registrado de cabo a rabo, y no hay nadie más- dijo Molina

- A no ser que su esposa sea uno de los titis que ayer tocaron en la fiesta!- exclamó Rocío.

- Esa es una teoría estupenda querida, incluso se me podía haber ocurrido a mí- Escalilla la felicitó de todo corazón.

Todos se sintieron ligeramente avergonzados al constatar una vez más el poco seso de la forense, y que dada su edad, ya tenía más bien poco remedio.

- Señora Pavoreal, usted se llama Alicia, ¿verdad?

- Pues si, me llamo Alicia- contestó la mujer algo azorada.

- Me imagino que en casa la llaman Licia.

- Lizzie- contestó la mujer con la vista perdida en el infinito.

- Eso pensaba.

Leo miró a todos los presentes uno por uno.

- Permítanme que les presente a LM, Lizzie Mostaza- Leo la señaló teatralmente.

Una serie de "ohes" y "ahes" se propagaron como la pólvora por la habitación, incluso hubo quien se desmayó, y quien fingió hacerlo para conseguir algún tipo de contacto humano.

- ¿Cómo lo ha sabido?- preguntó la señora Pavoreal con la voz tomada por la emoción.

- Me he fijado que se lleva rascando como un chucho sarnoso desde que hemos entrado al salón. Cuando la doctora Escalilla ha dicho lo del nombre de soletera de la mujer de Shakespeare, y lo de la rosa. Pues me he puesto a pensar. A las cosas les puedes llamar de otra forma, pero siguen manteniendo su esencia. Cambia el envoltorio, pero no lo de dentro.

La señora Pavoreal frunció el ceño.

- La mujer de Mostaza, ella era alérgica a las sardinas, y además al ser usted inglesa, pues al casarse tomaría el apellido de su marido.

- Ay, nadie me dijo que la empanada era de sardinas, y estaba tan rica que me comí más de la mitad yo solita. Estoy devoradita por los picores, si les enseñase las axilas....

- Te han pillado por ansiosa!- la regañó Rocío.

- Ay de mi.

- Explíquese, señora Cacatúa- exigió Corso- Díganos como lo hizo, cómo lo planeó todo, y porqué intentó inculpar a mi Leo.

- Eso, lagarta, explícate!- exclamó el señor Verde que había entrado en crisis nerviosa, y desarrollado un plumaje del que antes carecía- Explica porque mataste a mi salsita picantona!!

Dicho esto en una voz aflautada, se lanzó a arañar cual gata desatada a su esposa que le miraba impasible desde el sofá.

- Permítame la pregunta- empezó Mario con cautela- ¿No le sorprende la repentina pérdida de aceite de su marido?

- No, en absoluto, siempre supe de su orientación sexual, desde la primera cita en la que me llevó a ver Priscila Reina del Desierto. Solo me casé con él para poder estar cerca de Antonio, siendo el su socio...

- Estoy algo confusa, querida- murmuró la señora Blanco.

- Verán, hace ocho años, Antoñito y yo estábamos casados, diría felizmente, pero sería una mentira cochina, me la pegaba con cualquiera que se pusiera a tiro, pero como yo soy de buen conformar, me daba igual siempre y cuando no me dejase.

La señora Pavoreal suspiró, y se secó las lágrimas en el moño de la señora Blanco antes de proseguir.

- Yo vivía en Londres, él en España, concretamente en la Costa Blanca, donde me decía que estaba escribiendo un libro sobre la arquitectura gótica de Benidorm. Yo volaba los fines de semana, y así pasábamos de viernes a domingo juntos, y el resto separados. En esas ocasiones, le notaba raro, como distraído. Al final de ese verano, pues me vino con el cuento de que quería el divorcio, que no era yo, que era él, que no podía darme la atención que necesitaba...

- Las típicas estupideces que se dicen para intentar quedar bien, vaya- resumió Molina

Pavoreal asintió apesadumbrada.

- Me juró y me perjuró que no había tercera personas, vamos que no me dejaba por otra. Nunca le creí del todo, siempre sospeché que me dejó porque se enamoró de alguna guarrilla más joven. Cuando iba a verle los fines de semana, olía como si hubiese andado con chuchos sarnosos y pescateras.

En ese momento miro a Leo.

- Me quedé destrozada, además el hecho de que se las hubiese apañado para robarme hasta mi última libra, tampoco ayudó nada de nada. Entré en una terrible depresión, e hice lo único que podía hacer...

- ¿Acudir a un psicólogo?- preguntó la señorita Amapola comprensiva.

- Eso fue después, primero decidí gastarme los últimos ahorros que tenía en trapitos y cirugía estética, a ver si me quitaban unos años, y me subía la autoestima. Como me quedaban pocos ahorros, diez libras, tuve que acudir a un carnicero que operaba sobre una tabla de planchar en un sótano de Picadilly Circus- suspiró- Me dejó tan mal que ni mi padre me reconocía, y me molió a palos al verme entrando en casa, pues pensó que era una zarigüeya gigante. He de aclarar que yo no he tenido siempre este trago, nunca fui una maravilla, pero era pasable.

- Cuánto debió sufrir- se compadeció Mario

- Mucho, pero decidí sacar partido del trago que me habían dejado, si mi padre no me conocía, mucho menos mi marido que no me había mirado más de tres minutos en cuatro años de matrimonio. Con el dinero que mi padre me dio para que desapareciese de su vida, y así dejase de rondar la casa familiar, pues parece ser que los vecinos murmuraban, me trasladé a Barcelona, de donde era Antonio, y abrí una tienda de muebles. Luego forcé la situación para conocer a mi actual marido, y casarme con él.

- Madre mía- fue lo único que Corso pudo decir- Lo que no entiendo es cómo las hermanas del convento no descubrieron su matrimonio con Mostaza...

- El matrimonio y el divorcio tuvieron lugar en Londres, y con lo lento que va el papeleo entre administraciones, pues ya se sabe....

- Además las hermanas no saben inglés- razonó Leo- Lo mismo lo vieron y pensaron que era una receta de supositorios.

- Total, que he estado todos estos años viendo a diario al amor de mi vida sin que él me reconociese. Incluso se me cepillaba de vez en cuando, y nunca supo quien era- el llanto se hizo más acusado.

Todos murmuraron palabras de consuelo, pues se hacían cargo de lo difícil que tuvo que ser para la pobre desgraciada.

- ¿Si le amaba, por qué le mató?- quiso saber Escalilla, que no podía reprimir su curiosidad bajo ningún concepto.

- Porque ayer descubrí la verdad, descubrí que sus excusas para haberme dejado eran una porquería. Al salir de la ducha, sobre la colcha de la cama, había unas fotos en las que se veía a la señorita Leonor y a mi Antonio pegándose un revolcón en la playa, en el reverso estaba escrita la fecha del verano en que me pidió el divorcio.

- Yo tengo dos preguntas- dijo Molina- Una, es si sabe quién dejó esas fotos ahí, y la otra es si Leo ha tenido alguna vez una relación en la que no la hayan espiado.

Leo contestó abriendo mucho los ojos y encogiéndose de hombros.

- Pues no tengo ni idea de quien ha sido, pero en cuanto las vi perdí la cabeza. Baje a eso de las cinco de la mañana con la intención de tomarme un lingotazo de algo, cuando vi la luz del estudio encendida, al asomarme vi que estaba inconsciente en el suelo, le levanté, le dije quien era, que sabía la verdad, discutimos un poco, y ya saben el resto. Me cabreé como una mona, y me pareció que lo más sensato y civilizado era asesinarle.

- Y tenía tanto odio en su corazón hacia la mujer que destrozó su matrimonio, que decidió incriminarla de su muerte- exclamó Mario- Es brillante.

- No, no, no. Eso si que no. Yo no incriminé a nadie, la pitillera es mía, claro que si, se me debió caer mientras intentaba abusar sexualmente de su cuerpo inconsciente, pero yo fui la primera sorprendida cuando la doctora Escalilla habló de las demás pruebas. Yo no tengo nada que ver. Hasta me he sentido mal al meter cizaña este medio día en la comida.

- Yo tengo algo que aportar- dijo la señorita Amapola- Primero decir que la mujer que destrozó el matrimonio de Mostaza y aquí el loro este, no fue Leonor, si no yo.

- ¿Usted?

- Pues si, le conocí ese mismo verano en Benidorm, antes era otra cosa, no se vayan a pensar- repuso en tono de confidencia- El pobre estaba hecho un trapo porque una mocosa le había dado calabazas, yo le consolé lo mejor que pude, y le comí la cabeza para que se casase con mi, ya por aquel entonces, decrépita madre para sacarla la pasta, y mientras, seguir siendo amantes.

- Hija! ¿cómo fuiste capaz?

- ¿Que cómo fui capaz? Pues muy sencillo, porque me desheredaste por mis problemillas con el alcohol, el juego, las drogas y los hombres, y no iba a ver un euro! Y bueno, lo otro que quería decir, es que ayer por la noche yo recibí una nota firmada por Mostaza diciendo que le iba a contar lo nuestro a mi madre.

- Yo recibí una nota parecida en la que Mostaza decía que iba hacer público lo nuestro- aportó Púrpura.

- Y yo una similar...- dijeron a la vez el resto de los sospechosos.

- Eso también lo sabemos- repuso Corso- Creemos que alguien decidió que Mostaza tenía que morir y por eso se dedicó a mandar notitas supuestamente firmadas por él, para intentar provocar a alguno de ustedes..

- Pero no tenemos ni idea de quien puede haber sido- repuso Leo.

- ¿No? Pues creo que yo si la tengo- dijo una voz justo detrás de ellos.

Todas las cabezas se giraron a tiempo para ver cómo el ama de llaves apuntaba con un enorme pistolón directamente al costillar de Leo.

[Continuará....]


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