The Corleone Chronicles II : Una invitación a cenar, una leyenda, un asesinato y alguna venganza
Tercer Acto
16 Explicaciones y revelaciones desconcertantes
Todos vieron con estupor como el ama de llaves encañonaba a la desdichada Leo.
- Habéis resultado ser más listos de lo que calculado- dijo la señora Frijol hincando la boca del arma en las costillas de Leo.
- Oiga, señora, sin achuchar, ¿eh? Que a usted nadie la ha molestado en todo el fin de semana, y hasta hemos recogido las miguitas se nos caían al suelo- se quejó Leo.
- Pues es verdad, me he excedido, lo siento- se disculpó la mujer un tanto avergonzada por el excesivo uso de la fuerza.
Aflojó el ama de llaves la presión del costillar.
- ¿Mejor así?
- Así, si. Si con buenos modales....
- Cuánta razón tiene, ¿la he hecho daño?
- No, no se preocupe, si más que daño, es la tensión ante la perspectiva de un balazo...
- Me hago cargo, pero entiéndame usted a mí...
- Si, si yo la entiendo.
- Bueno, vale ya!- Corso cortó en seco la conversación que empezaba a desvariar- Suelte ese arma, y déjela en paz, o lo va a lamentar.
- Ni de coña- repuso el ama de llaves con alto grado de chulería.
- ¿Así que usted ha armado todo este embolao para implicar a Leo?- inquirió Rocío confusa rascándose el cogote - No me lo veía venir.
- Yo un poco- dijo Molina- El mayordomo siempre es el malo, y esto es lo más parecido que había.
- Así visto...
- Pues si, he sido yo quien ha plantado todas las pruebas para inculparla, y hubiese salido bien si no tuviese que ser tan entrometida. Mona para aburrir, pero entrometida, un rato largo.
- Ajo y agua- repuso Leo cruzándose de brazos e hinchando los mofletes.
- Fui yo quien envié todas esas notas como si fuese Mostaza. Efectivamente, como aquí Remington Steele y Laura Holt han adivinado, la idea era que alguno de esta gentuza estirada se sintiese amenazada, y se lo cargase, no sabía quien sería, y me daba igual, al final resultó ser el loro ese- se encogió de hombros- Con total sinceridad, ese era el plan B, el plan A me salió mal.
- ¿Y cual era el plan A?
- Pues contaba con que la avaricia desmedida de alguno de ustedes, en particular del tipo duro- señaló al grupo de los policías haciendo hincapié en Corso- les llevase a cargársela para heredar las acciones que dejaba en el testamento.
- Pero no contó con que nuestra codicia solo es equiparable a nuestra cobardía- saltó Mario- Además de que nosotros queremos mucho a nuestra Leo
Todos se apresuraron a asentir vigorosamente con la cabeza, y a explicar en voz alta cuantísimo querían a Leo.
- ¿Y cómo consiguió las pruebas falsas? ¿El vestido, el hociquito de sus zapatillas, la nota citando a Mostaza en el estudio...?
El ama de llaves sonrió con cara de resabiada antes de contestar.
- Fue muy sencillo, durante la cena fingí caerme junto a ella, y con los dientes corté la nariz de sus ridículas, aunque encantadoras, zapatillas, después, al levantarme, me apoyé en su hombro, y arranqué un cacho de vestido, como ya de por sí era de poca tela, nadie se dio cuenta. La nota la confeccioné recortando las letras del crucigrama que hizo durante la cena, y pegándolas en un folio.
- ¿Y las huellas en la daga?
- Un juego de niños, conseguí sus huellas haciendo que me sujetase le coctelera, después las saqué de la pulida superficie metálica con ayuda de un papelito de cera para el bigote, y las planté en el mango de la daga, del que previamente había limpiado las huellas del verdadero asesino, y un pegote de mayonesa reseco.
- Que bien pensado- exclamó Rocío.
- Esta misma mañana, mientras la cocinera dormía la mona, me he levantado y he preparado todo, después me he comido una docena de churros, me he limado las durezas de los pies, he puesto antipolillas en los armarios, y, ya entonces, he fingido encontrar el cadáver.
- Es usted maquiavélica- dijo Corso lleno de espanto.
Hizo ademán de acercarse a Leo, pero la horrible ama de llaves hincó otro poco la boca del arma en Leo.
- Ni se te ocurra, guapete.
- ¿Cuánto te paga Gallardo por esto?- Corso se encaró contra la mujer- ¿Cuánto dinero hace falta para llevar a alguien a arruinar la vida de una inocente?- señaló a Leo que en ese momento se hurgaba en los orificios nasales con aire angelical.
- ¿Pagarme? Nadie me paga nada.
- Pero, entonces... ¿por qué? ¿qué le ha hecho Leo con lo mona que es?- inquirió Escalilla
- Poca cosa, solo arruinarme la vida- dijo teatralmente la mujer
- ¿Yo? Usted chochea, yo no la conozco de nada!- espetó Leo llena de indignación
- ¿Eso crees?
Un rayo iluminó fugazmente la habitación mientras la mujer se llevaba una mano a la cara y se arrancaba dramáticamente una máscara de látex.
- ¿Y ahora? ¿Eh? ¿Ahora te sueno?- preguntó con voz engolada el ama de llaves.
- Pues no mucho- contestó Leo entornando los ojos y mirándola atentamente- Como no se quite mejor ese pegamento que se le ha quedado por toda la cara....
El ama de llaves se palpó el rostro y descubrió con que, efectivamente, tenía la cara plagadita de una sustancia pegajosa que impedía conocer su identidad.
- ¿Alguien tiene un poco de disolvente?- preguntó quien antes parecía un ama de llaves y ahora no se sabía quién era.
- ¿Le vale un poco de orujo de yerbas?- preguntó la señorita Amapola tendiéndole una petaca.
- Tendrá que valer, ¿Y unos algodoncitos?
Todos se rebuscaron los bolsillos pero nadie encontró ninguno.
- Aquí hay una conejo muerto... si la usa bien.....- ofreció Molina
- Déme, déme, que mejor que nada es, y puede ser un gran sustituto.
- Si, es fascinante el producto sustitutivo, ¿no creen?- preguntó Escalilla- En economía, un bien se considera un bien sustitutivo de otro, en tanto uno de ellos puede ser consumido o usado en lugar del otro en alguno de sus posibles usos, pero..
Un atizador de leña en la cabeza, hábilmente esgrimido por la señora Blanco, les libró de la segunda parte de la conferencia. Mientras la persona de identidad aún desconocida se quitaba la goma arábica con la ayuda de un conejo blanco con un ocho pintado empapado en orujo, todos mataron el tiempo hablando de quien creían que era el mejor candidato para representar a España en Eurovisión. Cuando un rato después el proceso de desmaquillaje terminó, aún no se habían puesto de acuerdo al respecto.
- Ahora que no hay goma arábica, vamos a retomar la conversación desde el principio, ¿vale?
- Pero es que ahora ya sé quien eres, te he reconocido- contestó Leo sin muchas ganas de jugar.
- Venga, mujer, no seas rancia, que si no es muy anticlimático.
- Bueno, venga, vale- se resignó ella.
- Bueno, que voy, hago cómo que me quito la máscara aunque no lleve, ¿vale?- fingió quitarse la máscara- ¿Y ahora? ¿Eh? ¿Te sueno?
Con un gesto de mano le indicó a Leo que era su turno de intervenir. Ella resopló primero, fingió sorpresa después.
- Roberto!!!- se llevó una mano el corazón con expresión de horror- Pero... pero....si tú estás muerto!
Algunos de los presentes lanzaron exclamaciones de sorpresa, otros tantos preguntaban incesantemente "y quien es Roberto", y alguno solo roncaba. Leo, curada de espanto, se sobrepuso enseguida del shock. Corso no daba crédito a lo que veía, delante de él, vestido como una doncella francesa, estaba el antiguo amante de Leo. Roberto Alvir. Viéndole en persona no pudo por menos que pensar que en foto parecía otra cosa, aunque hubo de admitir que la seda y el encaje no le sentaba mal del todo.
- Claro, eso explica que en mi cuarto hubiese tulipanes blancos, mi flor preferida, y que los cócteles llevasen zumo de cereza... tú sabías todas esas cosas
- Y tú siempre me decías que no era nada detallista- dijo Roberto con aire dolido.
- Pero yo vi como te ponían la inyección letal. Te vi morir!- exclamó Leo al borde de un jamacuco.
- Una inyección me pusieron, eso es cierto, pero por algún error administrativo, en vez de tiopental sódico, bromuro de pancuronio y cloruro de potasio, el vial que me inyectaron, contenía anisitos para los gases, tila para los nervios, y camomila para mejorar la función intestinal. Para cuando se dieron cuenta de su error, ya me habían certificado como muerto, y al no poder matar a nadie dos veces.... pues me dejaron ir tras darme dos besos, un sándwich de mortadela boloñesa, y un dólar para coger el autobús.
- Pero... pero....- Leo le miraba con horror.
- Quería que sufrieses, quería arruinarte la vida como tú me la arruinaste a mí cuando me dejaste ir a esa sala horrible para que me ejecutasen por un crimen que no cometí.
Leo abrió los ojos desmesuradamente y se cruzó de brazos resoplando.
- ¿Tendrás valor? Y un cuerno que no lo cometiste!- se enfadó Leo- Que me confesaste haber violado y matado a esas dos chicas!
- Ay, con lo majo que parece- se lamentó Escalilla.
- ¿Te lo confesé? Pues yo estaba convencido de que no te lo había llegado a decir- se rascó la barbilla y se encogió de hombros- Bueno da igual, te sigo teniendo mucha manía, y como el plan ha salido mal, te tendré que matar yo mismo.
- Como la pongas un dedo encima, lo vas a lamentar- le amenazó Corso.
- Me da a mi que lo vas a lamentar tú más, es tu churri, no la mía, y la voy a matar te pongas como te pongas....pero antes, para que veáis que en el fondo soy un buen tío, os voy a explicar amablemente cómo ha llegado a pasar todo esto.
- Algo es algo- se conformó Leo.
- Poneos cómodos, anda, y hasta os podéis servir un té y todo, y ya que estamos, uno para mí también. ¿Leo tú quieres?
- Pues si, con leche y azúcar, y ya que me vas a matar y que no tengo que preocuparme nunca más de contar calorías, pues también me zamparía unas cuantas docenas de unos pastelitos de esos que tan buena pinta tienen.
Todos se sirvieron té, cogieron pastelillos, se acomodaron bien, y se prepararon para oír una nueva historia. Él único que no hizo ninguna de estas cosas fue Corso que no apartaba la mirada de Leo mientras ella se ponía hasta las cejas de nata y trufa.
- ¿Estamos todos listos? ¿Puedo empezar?- preguntó educadamente Roberto recolocándose la cofia.
- A mi no me habéis dejado ni un pastelito- lloriqueó Escalilla- Pero si, empiece, que cuanto antes lo haga, antes la mata, y antes acaba todo esto, que tanta tensión me va fatal para la idem.
- Gracias por la consideración, doctora- dijo Leo escupiendo miguitas de bocadito de nata a su alrededor.
- Para los que no sepan quien soy, empezaré diciendo que mi nombre es Roberto, mi signo es Géminis, mi piedra es el diamante, mi color el amarillo, mi comida preferida los canelones de atún, y que hace seis años mantuve una relación sentimental con Leo. También he tenido algún problemilla con las drogas y la justicia, cosillas sin importancias, una violación y dos asesinatos. Cosa baladí, como pueden ver, además ya estoy casi rehabilitado- explicó meneando el temible revólver.
- Encantados, Roberto- corearon todos los presentes a excepción de Corso que intentaba determinar como desarmarle sin causar pupita a Leo.
- Que increíble, a la pobre Leonor se le han ido a juntar su novio actual, y dos ex bajo el mismo techo- murmuró la señorita Amapola.
- En realidad tres ex- corrigió Mario señalándose a si mismo.
- Oighssss- repuso Amapola, cada vez más interesada en cuanto acontecía.
- Yo una vez, en las duchas, casi me escoño y me agarré a sus tetillas para no caer de boca, ¿cuento como ex amante?- consultó Rocío.
- No sé, no creo. Los roces accidentales...
- Pues ya la he tocado más de lo que me tocas tú a mi- espetó Rocío entre lágrimas al recordar su propia desdicha.
Roberto esperó a que los corrillos dejasen de murmurar para continuar con su relato.
- Cuando me soltaron del centro de detención, resulta que estaba legalmente muerto, así que poco o nada podía hacer en los Estados Unidos, solo conseguir una hipoteca sin necesidad de ningún aval, así que me volví a España de polizón en un barco que traía abono importado de Massachussets.
- Ese abono es fenomenal para mis petunias- comentó en voz baja la señora Blanco.
- Fueron seis semanas en esa apestosa bodega, semanas en las que me tuve que alimentar de boñigas desecadas, y en las que no pude dejar de pensar ni un solo momento en cómo Leo me había destrozado la vida. Tras pasar primero por Marruecos, Estocolmo, Osaka y
- ¿Anchoas Desaladas con Amor?- aventuró Escalilla.
- Casi, Amantes Despechados Anónimos. En una de esas reuniones conocí a Belén Gallardo, Galli para los amigos.
- Tardaba mucho en aparecer esta....- murmuró Leo.
- Era rara, vieja, olía mal, fea como un dolor, su conversación era terrible, y siempre andaba diciéndome que no llevaba ropa interior, aún así, como no tenía mucho donde elegir, nos hicimos íntimos amigos. Hablando de todo un poco me contó que estaba en las reuniones porque una listilla le había robado con malas artes al amor de su vida, un tal Pablo Corso. Me confesó que estaban locamente enamorados, que él bebía los vientos por ella, y que el mismísimo Papa les iba a casar en la catedral de
- Tendrá valor....- murmuró Corso escandalizado por el calibre de la trola.
- A mi eso de que alguien se quisiese casar con ella, pues no me cuadraba, pero me dio igual. Pronto descubrimos que a los dos nos había amargado la existencia la misma persona, Leo- la señaló con la barbilla
- Pues vaya, una que intenta hacer las cosas medianamente bien... - se lamentó la interfecta.
- Para que veas, hija, por eso yo soy una zorra redomada- explicó la señorita Amapola.
- La idea de armar todo este lío, tuvo que ser tuya- Leo se dirigió a Roberto- Porque ella es una descerebrada sin remedio, y tú siempre fuiste un peliculero de mucho cuidado.
- Pues si, mía fue. Resulta que Galli trabajaba limpiando váteres en un club de alterne en
- Ay, madre, me le maliciaba putero, pero no tanto- sollozaron todos los amantes de Mostaza.
- Galli también le escuchó poner a caldo a una mocosa a la que no había podido engatusar, y que le había dejado a él, en vez de al revés. Según me contó Galli, cuando vio que en la foto que estaba meneando mientras hablaba de ella, salías tú con diecisiete añitos, vestida de fallera, y posando con un arroz abanda, le dio un jamacuco.
La expresión de Leo se dulcificó.
- Ay, me acuerdo de esa foto, salía un rato bien, te pediría una copia, pero como me vas a dar matarile... o bueno, si, pero dásela a mis padres. Les encanta la paella, sería bonito que me recordasen así- Leo se emocionó al pensar en sus antisistémicos progenitores.
- Así es la vida, chica. Pues eso, que la ocasión era demasiado buena como para dejarla escapar, Galli compró la casa esta, y el resto ya lo sabéis.
- Pues no sé con qué dinero lo compraría, si no tiene dónde caerse muerta- comentó Corso
- Eso ya no te lo puedo decir, pero creo que pasta tiene y bastante, lo de fregar váteres era un hobbie.
- Yo soy más de punto de cruz- repuso Escalilla en tono de confidencia.
- Y ahora a lo que iba, a cargármela. Realmente no quería que esto acabase así, me hubiese gustado mucho más que fuese ese pelagatos tatuado el que te matase para quedarse con tus gazillones, hubiese sido irónico y mucho más cruel, pero bueno....
- Yo jamás la haría daño, desgraciado, ni por veinte, ni por cuarenta mil gazillones de euros!
- Pues tonto que eres- musitó Pavoreal- El amor está bien, pero los gazillones, mejor.
Roberto se encogió de hombros, se colocó bien la cofia y apuntó mejor a Leo. Todos contuvieron el aliento a la espera del disparo. Corso dudaba entre que curso de acción sería más eficaz, si lanzarse heroicamente en plancha a por el arma, o si suplicar entre lágrimas como una vestal, tal vez un mixto. Viendo el arma contra el costado de Leo, decidió no arriesgarse con lanzamientos en plancha.
- Ni se te ocurra dispararla- le amenazó Corso con voz viril y seguras, pero con lágrimas de nena desvalida - Si lo haces, no vas a salir vivo de esta.
- Eso dicen todos, y luego nada de nada- Roberto suspiró sentidamente- ¿Sabes lo peor de todo Leo?
- No, ¿el qué? ¿el qué?- inquirió ella con desmedido interés.
- Pues que nunca he querido a nadie como te quise a ti. Y así me lo pagaste tú, mandándome a la inyección letal. Mi "cadáver" aún estaba caliente y te lanzaste a los brazos de ese mamarracho tatuado.
- En realidad- Mario carraspeó- En esa época estaba conmigo.
Corso le fulminó con la mirada por bocazas.
- Aunque lanzarse mis brazos, tampoco fue, más bien me armó un numerito tremendo, me gritó, me dijo cosas muy feas, y me hizo llorar como una nena- Mario intentó arreglarlo
- Peor me lo pones. Yo te quise con todo mi corazón, y tú....
Leo soltó un bufido y una especie de relincho.
- ¿Qué me quisiste como a nadie? ¿Cómo tienes valor de decir eso? En tu puñetera vida has querido a nadie más que a ti mismo. ¿O me vas a decir que cuando tiraste a todas mis amigas mientras yo estaba en la academia de Ávila, mi prima Puri incluida, fue porque me querías?
- Qué casualidad, yo también tengo una prima Puri- exclarmó Escalilla encantada por la feliz coincidencia.
Leo la fulminó con la mirada, y la forense corrió a llorar a un rinconcito apartado.
- ¿Y cuando me dejabas tirada semanas enteras para irte con tus amiguitos para ponerte hasta el culo de coca, pastillas y chicles de menta?, ¿eso también era porque me querías? Claro, me querías mucho, tanto que todas las veces que necesité tu apoyo, o simplemente hablar contigo, tuve que conformarme con pintar unos ojos a un calcetín blanco, meter la mano dentro, y fingir que eras tú. Todo eso era porque me querías, ¿no?
- Leo...¿Cómo puedes decirme eso con todo lo que he hecho por ti?- preguntó Roberto alisándose el mandilito algo azorado.
Leo le miró con los ojos inyectados en sangre y la yugular del tamaño de una bagette.
- Tú no sabes lo que es querer, en mi vida me he sentido más sola que cuando estaba contigo. A pesar de que me vas a matar no quería herirte, pero, hala, ya te lo he dicho. Contigo fui una desgraciada! Y además sé que me sisabas dinero del bolso, y te quedabas con todas las vueltas.
- Que cruel eres!- lloriqueó Roberto.
- Te diría que lo único bueno que has hecho por mi fue dejarme, pero ni siquiera tuviste huevos para eso, te dejé yo a ti- Leo había ido subiendo el tono de voz, y ahora prácticamente estaba gritando- No tienes ni puta idea de lo que es querer a alguien! Querer no es decirme las chuminadas esas que me decías mientras me las clavabas dobladas por la espalda.
En ese momento se encendieron unas velitas para ambientar, y los titis, que hasta ese momento habían estado despiojándose en un rincón, se unieron al público, pues gustaban mucho de arranques dramáticos.
- Querer es otra cosa- continuó Leo poniéndose de rodillas y cerrando dramáticamente el puño- Querer consiste en estar junto a la persona que quieres, y dejarte los cuernos para que este bien, para que no se derrumbe, y si a pesar de haber hecho todo lo humanamente posible, no puedes evitarlo, entonces, ayudarla a levantarse, y quedarte a su lado hasta que pueda sostenerse sola de nuevo, por muy cabezota que ese alguien sea, y por muy difícil que te lo ponga. Querer es no rendirse nunca.
Se escucharon unos cuantos suspiros emocionados y alguna nariz sonándose.
- Querer es ver a ese alguien especial creciendo a tu lado, y sentirte orgulloso de la persona en la que se ha convertido. Querer es no tener miedo de compartir todo lo que eres con la otra persona, ni miedo a dar lo que haga falta dar para que lo que tenéis funcione. Querer es sentir a la otra persona dentro de ti aunque no la puedas tocar. Eso, Roberto, es querer, y eso es lo que ese mamarracho tatuado, como tú le llamas, ha hecho conmigo desde el primer día, y yo con él- le mantuvo la mirada con fiereza- Así que no me digas que me has querido, porque aún te pego dos hostias que te avío.
Todo el mundo estalló en aplausos y vítores mientras se secaban las lágrimas con unos pañuelitos de papel que uno de los titis había amablemente repartido.
- Qué bien habla mi niña- dijo Corso entre lágrimas de emoción.
Roberto se llevó las manos a la cara y empezó a llorar como una niña.
- Ay, Leo, qué mal me siento, cuánto daño te he hecho, que malo fui contigo- sollozó el pobre hombre- Ya no quiero matarte ni hacerte pupita de ninguna clase.
Corso corrió hacia los brazos de su amada y la abrazó tan fuerte que si Leo todavía hubiese tenido bazo, se lo habría espachurrado sin remedio.
- Que cosas tan bonitas me has dicho, ¿lo has dicho de verdad, o solo para descorazonar a este soplagaitas?- preguntó colocándola un mechón de pelo tras la oreja.
- ¿Tú que crees, tonto?- contestó ella sonriéndole
Se besaron apasionadamente entre más aplausos, gritos de júbilo generalizados y muestras de inmensa alegría de todo tipo. En esas estaban cuando las puertas del salón se abrieron de muy malos modos.
- Hala, a tomar por culo el plan- dijo una nueva voz.
Antes de que nadie pudiese reaccionar,
17 La estrella habla
- Si ya lo sabía yo que esto iba a pasar, esta mañana me he levantado con relente intestinal, y me he dicho, "Galli, hoy te la van a liar", y, zaca, me la han liado. Si es que está visto que una no puede confiar en naide.
- Se dice nadie- la corrigió Leo que siempre ha sido incapaz de reprimirse para esas cosas.
- Ya tuvo que salir la listilla de turno, discúlpeme, minencia.
- Eminecia, es eminencia.
- Leo, por Dios, estate calladita- la increpó Corso en un murmullo angustiado.
- Vale, vale, ya me callo, pero es que me pone mala que hable tan mal.
- Gallado, rica- empezó Corso- ¿no nos habías dicho que tu venganza era en contra de mi padre, y no de nosotros?
- Si, pero me lo he pensado mejor, Mateo me la pica. Además, después de nuestro último encuentro, os he cogido mucha manía.
- Palomita mía!
Todos se giraron para mirar a Vázquez que era quien acababa de hablar con la voz tomada por la emoción.
- ¿Y este qué hace aquí?
- El destino y unos manguitos hechos en la república popular China me han traído hasta ti, amor mío- contestó Vázquez en esa voz de falso que se le solía poner.
- Ni un paso más, barracuda momificada, a ti nadie te ha dado vela en este entierro, y me acabo de acordar que la última vez que te vi me pegaste un tiro!
- Tuve que hacerlo, liendrecilla mía, tu piojosa cabecita no funcionaba bien, y estabas a punto de cargarte a estos dos desgraciados.
- ¿A alguien le importa si le pego un tiro al tiparraco este?- consultó Gallardo a la concurrencia.
Se oyeron "noes" de las más diversas maneras, en todo tipo de voces y entonaciones.
- ¿Serías capaz de dispararme? Con lo que yo te quiero a ti...
- ¿Pues no me disparaste tú a mi primero?
- Pues también es verdad- contestó Vázquez rascándose su barbita- Pero te sigo amando con locura, eres la única mujer para mi.
- Hay que joderse que para uno que me hace caso sin necesidad de pistolas, o alcohol, o drogas, o de las tres cosas a la vez, tenga que ser este infusorio tiñoso....- se lamentó
El pobre hombrecito suspiró, se encogió de hombros, y se sentó en una esquina a lamerse la patita.
- Supongo que querréis oír qué ha sido de mi durante este año- dijo
- Pues mira, si te digo la verdad,- empezó Leo- yo casi prefiero que si me vas a disparar, lo hagas ya, y me ahorres tu soporífera historia.
- Yo también me apunto a eso- contestó Corso.
- ¿Tan malas son sus historias?- quiso saber la señorita Amapola
- Peor que las de Escalilla
- Ay, pues en ese caso, yo también me apunto a lo de disparo- decidió Amapola.
- Pues yo no voy a ser menos- repuso la envidiosa de Escalilla.
Estaban todos enzarzados en una discusión sobre quien iba antes de quien para lo de los disparos, cuando se oyeron dos detonaciones y el aire se perfumó a vainilla, aunque más belga que francesa.
- Pues ahora os jodéis, y en vez del escueto resumen que os pensaba dar, os voy a cascar la versión íntegra.
- No, por Dios- Leo se estremeció.
- Eso por listos, pero lo primero es lo primero. Todos los zopencos de ahí, os aborregáis todos bien juntitos. Tú, la pelirroja del pelo normal ponles esto aquí, a Pili y Mili- se sacó un par de esposas del escote del vestido de novia que llevaba puesto, el mismo que llevaba la última vez que la vieron, y se las tendió a Rocío. Todos se apresuraron a cumplir las órdenes que Gallardo acababa de ladrar.
- ¿Las aprieto, o las dejo holgaditas?- consultó Rocío.
- A él que no le dejen marca, que luego afea mucho las fotos, a ella que le corten la circulación, a ver si así se esta calladita.
- No me pienso callar de ninguna de las maneras- Leo subió la barbilla con dignidad e hizo una pedorreta.
Una vez los que tenían que arrejuntarse lo hicieron, y los que tenían que estar inmovilizados lo estuvieron,
- Pues veréis, después de que ese señor de ahí me pegase un tiro- señaló con desdén a Vázquez- Tiro que no me hizo ni pupa, he de decir, que ni para disparar vale.....Pues eso que estuve vagando durante semanas por el alcantarillado madrileño. Me sacaba unos euros cantando en el metro, y con algunas cosillas que alguien tiró por el retrete conseguí amueblarme un pisito de ensueño en un recodo muy coqueto de las cloacas, justo debajo del palacio de Liria. La verdad es que vivía un rato bien, pero yo aspiraba a más, y además seguía empecinada en vengarme. Intenté que el único hijo que me quedaba vivo, mi Requenita, me echase una manita, pero él no se tomó muy bien la noticia de que yo era su mamá, si sus digo la verdad creo que estaba enamorado en secreto de mi, y por eso el parentesco le fastidió.
Se oyeron risitas bien cargadas de sorna.
- En cuanto me vio, me abrió la cabeza de un sartenazo, y no quiso saber más de mí, me culpa de haber sido condenado a ser un paria de la policía. Así, despechada por mis amores y por mi hijo, decidí cambiar de aires, iba a irme a Beli, pero como no sabía bien donde estaba, me quedé en Barcelona. Así fue como conocí a Roberto.
Señaló a la figura vestida de asistenta, aún inconsciente en el suelo.
- Como es natural, en seguida cayó rendido a mis encantos y mi belleza. Los dos teníamos cosas en común, los dos teníamos dos ojos, dos de cada par de extremidades, y un incombustible odio hacia aquí la señorita listilla. Como yo me aburro si no hago nada, me puse a trabajar de gerente en un selecto club.
- Si, gerente....- se mofó Corso- Si ya nos han dicho que limpiabas los váteres.
Gallardo ignoró el ácido comentario.
- En ese sitio tan elegante, mientras rascaba unas zurraspas de un retrete, escuché la historia de esta isla. Semanas después me enteré de que Leo había sido la amante de uno de los clientes del club. Se lo conté a Roberto, y a él, que es muy espabilao, se le ocurrió todo el teatrillo este del fin de semana con asesinato, y a mi, que también soy bastante fantasiosa, pues me pareció bien, además pensé que sería una buena manera de relanzar mi cadena de televisión, que la pobre anda de capa caída.
- Galli -intervino Mario- No nos has dicho cómo conseguiste la pasta para comprar la cadena y esta casa tan resultona en la que estamos.
- Si que lo he hecho- arguyó Galli.
- No, no lo has hecho- insistió Mario
- ¿Seguro?
- Seguro- convinieron todos.
- Ay, yo juraría que si... que cabeza tengo. Bueno, pues resulta que en las alcantarillas no era yo la única que tenía un apartamentito, con esto de la crisis eso está la mar de concurrido. Estaban haciendo la segunda promoción de estudios como el mío cuando me fui. Total, que el lado de mi pisito vivía un chico que acababa de terminar la ingeniería superior en informática, y claro el pobre era incapaz de encontrar trabajo....
- Si es que la gente hace unas carreras más raras....- comentó Molina
Un murmullo de asentimiento se propagó por la sala.
- Un día, mientras lavábamos la ropa en el flujo de aguas fecales de las ocho de la mañana, me comentó una idea que había tenido para montar un negocio que le permitiese mudarse a la superficie: montar una web porno de pago.
Galli se recolocó el escote con aire altamente putero antes de proseguir.
- Como me imaginé que era un fan de mi época de tonadillera, pues yo enseguida me ofrecí para convertirme en la estrella del show. El muchacho, Atanasio, se resistió un poco, lógico, me pasa mucho con los hombres, se intimidan ante mi halo de poder y mi sensualidad. Al final, tras molerle a palos, cedió, y colocó unas cuantas cámaras en mi apartamentito. Enseguida empezamos a emitir.
Todos los presente se estremecieron ante la idea.
- Las cámaras me retransmitían en mis quehaceres diarios, quehaceres que ejecutaba llevando únicamente unos calcetines que nunca me quitaba por aquello de los hongos. Debe ser que no nos dimos de alta bien en los buscadores, porque en cuatro meses solo se suscribieron dos personas, una de ellas yo mesma. Estoy segura que con mejor publicidad, el género masculino hubiese caído rendido ante mi finura, sensualidad y elegancia....
- Si, rendiditos- murmuró la señora Pavoreal observando a Galli mientras esta se limpiaba un reguerillo de baba con la manga del vestido.
- .....Atanasio decidió cambiar de fémina, le incomodaba que el género masculino me se comiese con los ojos. Total, que me se ocurrió...
- Se me- corrigió Leo
- ...que la tiparraca esta era mejor candidata que yo para eso de los videos, por eso de que "leo" es una palabra un rato corriente, como ella misma, y quieras que no, en alguna búsqueda inocente colaríamos la página. El caso es que encuantito empezamos a retransmitir sus videos, el número de subscriptores subió ligeramente, pasamos de dos, a dos millones, lo que viene a confirmar que la gente no sabe apreciar la autentica belleza. No os voy a decir cuánto dinero ganamos para no daros envidia, pero fue muncho. La gente no tendrá para la hipoteca, pero para vicios siempre hay.
- ¿Pero cómo colocabais las cámaras?- preguntó Corso consternado e intrigado a partes iguales.
- Pues el muchacho este, a parte de feo como un pie, era un genio, y diseñó un programita que a través del satélite Leosat, intercepta toda imagen tomada por cualquier dispositivo digital en territorio Europeo, aunque también funciona en España- aclaró Galli- Teníamos acceso a las imágenes grabadas por cualquier cámara, incluida la webcam de vuestra casa.
- Eres una degenerada- dijo Corso con rabia.
- Uy, y eso que no sabes las cosas que he hecho viéndote el culete, y lo que no es el culete....-
Corso se echó a llorar sintiéndose sucio y violado.
- Total, que en cuanto me enseñó como se manejaba la web y el programa, pues le di matarile porque no me daba la gana compartir el dinero con él. La idea, al fin y al cabo había sido mía.
- Será trolera!- exclamó Rocío.
- Con la pasta que saqué me compré una lustradora de zapatos, un Tamagochi, un SEAT ciento veintisiete de octava mano, y la cadena de televisión.
- Cadena que hundiste nada más poner la zarpa en ella- comentó Molina- ¿Cómo se te ocurrió cancelar esa serie que aunque sin grandes audiencias, tenía un público tan estable y entregado?
- Pues porque esos guionistas no tenían ni puñetera idea, ¿qué era eso de matar a Fajardo, y poner a Ulpiano con
- Pues así te fue, rica.
- Reconozco que empresarialmente no fue la mejor idea, pero me quedé más ancha que larga, y como la cadena es mía...
Se propagó un murmullo de decepción y cabreo, pues dio la bendita casualidad de que todos los presentes eran fans de la malograda serie, y, a excepción de Mario, Soprano a muerte.
- De todos modos, como a la gente le encantan los realities, pues contaba con levantar audiencia retransmitiendo este fin de semana, debidamente montado, para que Leo quedase de asesina fría y calculadora delante de toda España. También pensaba intercalar sensuales planos míos en paños menores- se escucharon llantos y gritos de horror- Porque por si alguien aún no ha caído, hay cámaras por todas la casa, ahora mismo esto está siendo grabado, claro que no lo voy a sacar, que no me ha dado tiempo a pintarme bien. En la habitación de estos dos conejos hay una cámara con ultra zoom- señaló a Leo y Corso- debidamente manipulada para retransmitir con solo un par de horas de demora en mi web guarrilla.
- Estás más salida que el pico una plancha- espetó Corso lleno de odio.
- Pues anda, que el que fue a hablar.....- repuso Galli- Te advierto que he visto las cosas que le haces a ella, y como luego no me las hagas a mi, me voy a cabrear como una mona.
- Ni en tus sueños! Yo a ti n te toco ni con un palo.
- ¿Puedo hacerte una pregunta, Galli?- inquirió Mario levantando la mano educadamente
- Claro, majo, dime.
- ¿Dónde estabas escondida? Hemos recorrido la isla de cabo a rabo, y no hemos visto nada de nada.
- Pero es porque habéis hecho un registro que era una chapuza- contestó Galli.
- Es que llovía mucho, y hacía frío....- se excusó Molina
- Pues si hubieseis mirado un poquito mejor, habríais visto que bajo los acantilados hay una cueva, a la que se accede por unas escaleras mecánicas señaladas con un neón verde pistacho. Ahí abajo hay un segundo embarcadero, en el que tengo atracado mi yate, porque tengo yate- dijo con aires de grandeza- También hay una enorme sala llena de ordenadores y monitores, desde la que os he estado observando.
- ¿Has montado semejante pifostio solo para enrollarte con Corso, y quitar a Leo de en medio?- preguntó Molina.
- Me gusta hacer las cosas a lo grande, de todos modos la sala de ordenadores ya estaba en la isla, cuando la compré. Yo me limité a liquidar al oso polar que vivía dentro, y a hacerme un abriguito con su pellejo.
- Uhmmm, Ursus Maritimus, son los mamíferos carnívoros terrestres de mayor tamaño- empezó Escalilla- Los machos adultos alcanzan normalmente pesos de entre cuatrocientos y quinientos quilos, aunque se conocen ejemplares excepcionalmente grandes que alcanzaron.....No, no, ya me calló- se apresuró a añadir en cuanto a vio a Rocío esgrimir una tubería de plomo con aviesas intenciones.
- Pues eso, que pensaba matar tres pájaros de un tiro: conseguir a mi Corsito, quitar de en medio a esta lista, y subir audiencia.
- Pues te ha salido de culo, guapa- se jactó Leo.
- Que te lo crees tú, rica, aún estoy a tiempo de hacer las tres cosas, ¿o te crees que me he vestido así para verte a ti?- se señaló su cuerpo embutido en el ajado vestido de novia- Hale, arreando que nosotros tres y dos de esos graciosos simios, los más lustrosos, que luego los pienso asar, nos vamos a dar una vueltecita.
Tras decir esto apuntó directamente la pistola a la cabeza de Leo, se despidió educadamente de los demás, metió a dos titis en un trasportín para gatos, encerró a los que se quedaban en el salón, y los cinco salieron a la fría y desapacible noche.
18 La travesía
Corso vomitó por décima vez por la borda de la embarcación en la que se encontraban, un bonito yate de recreo de dieciocho metros de eslora llamado Queen Cascajo. Leo estaba tiritando a escasos centímetros de él, pero lo suficientemente lejos para que no pudiese tocarla, pues Galli había atado una cuerda a sus esposas, y les había amarrado a la barandilla del yate. La lluvia y el viendo azotaban sin piedad la cubierta, hacía un frío terrible, y la mar estaba extremadamente picada, pero Galli parecía ajena a todo, iba manejando el timón y cantando con gran entusiasmo canciones de marineros.
- Soy capitán de un barco inglés, y en cada puerto tengo una mujer, la rubia es fenomenal, y la morena pronto la va a cascar- miró a Leo y la saludó alegremente- Si alguna vez me he de casar me casaría con
- Yo no me casaría contigo ni aunque fueses el último ser del universo!
- Que te lo crees tú. ¿Sabéis ya la historia de Violeta y Agapito, o queréis que os la cuente en mi florida prosa?
-
- Vale, vale, hay que ver cómo os ponéis... Bueno, pues entonces os hacéis una idea de lo que va a pasar, eso de no poder evitar decirme cosas bonitas a tutiplé, y a ti, rica, cosas horrendas. Solo os digo que gracias a este radar- golpeó suavemente una pantallita que Corso había tomado por una especie de Brain Training- He conseguido localizar el sitio exacto en el que descansan los restos mortales de la pobre Violeta, y precisamente es allí hacia donde nos dirigimos. En cuanto lleguemos, nos casaremos. Tengo unas ganas de estrenar ya el vestido de verdad.... que solo me lo he puesto una vez para freír empanadillas.
- ¿Casarnos tú y yo? Eso no va a pasar en la vida, además ¿quién nos iba a casar?
- Pues yo, ¿quién si no?- repuso Galli llevándose su pipa de capitán de barco a los labios.
- ¿Tú?- preguntó Leo estupefacta- ¿Eres sacerdote o concejal?
- Ni lo uno ni lo otro, pero espera un segundín, que te voy a leer una cosita.
- A ver, bonitos, según lo recogido en el Código Civil español libro primero, titulo cuarto, artículo cincuenta y dos, "podrá autorizar el matrimonio del que se halle en peligro de muerte, respecto de los matrimonios que se celebren a bordo de nave o aeronave, el Capitán o Comandante de la misma. Este matrimonio no requerirá para su autorización la previa formación de expediente, pero sí la presencia, en su celebración, de dos testigos mayores de edad"
Los dos desdichados la miraron a la espera de una explicación más detallada.
- Esto es una nave, yo soy el capitán, tú estas en peligro de muerte porque si no te casas conmigo te mato, y los dos monos son los testigos, que he visto en sus cartillas de vacunación que son mayores de edad.
Leo y Corso la miraron con la mandíbula desencajada por el espanto ante su desquiciado plan.
- Pretendes casarnos tú misma.... estás mal de la cabeza.
- No te voy a decir que no, pero en un ratito te vas a convertir en mi dulce esposo, ya verás que bien.
- Eres despreciable, eres un ser rastrero me das asco.... eres- Corso era incapaz de encontrar palabras suficientes para expresar su repulsión-.... eres....eres....ERES
Leo le miró con los ojos abiertos como platos, y
- Ya hemos llegado a la zona de influencia de la chiva! No eran cuentos de vieja!
- Eres la cosa más preciosa del universo, y te quiero con toda mi alma!- le gritó Corso lleno de odio a
- Estaría bien que la maldición hiciese algo con las expresiones faciales y los tonos, pero bueno, no me voy a poner tiquismiquis- se acercó hasta él e intentó besarle, pero las patadas que él lanzaba, le impidieron acercarse a menos de dos metros- Supongo que hay que acercarse más a la chiva muerta para que dejes de intentar matarme- repuso con un suspiro.
- Preciosa! Amor mío!- gritaba Corso cada vez más frustrado pues su mente pensaba una cosa, y de sus labios salía justo lo contrario- Leo, ser repugnante, yo no le quiero decir esas cosas a esta preciosidad a la que adoro con cada átomo de mi ser, ya sabes que a quien yo quiero sacar los ojos de las cuencas con una cuchara de postre es a ti. Leo, te odio con toda mi alma, depravada, escupidera, zampabollos.
Leo se emocionó al oír los dulces términos con los que Corso a ella se dirigía.
- Te está poniendo a caldo- se felicitó
- Pero si solo te dice esas cosas por la maldición! No te quiere, te odia!- espetó Leo azotada por las olas.
- Ya, pero cono una no está acostumbrada a que le digan cosas bonitas, pues le da igual el motivo. Y lo de que me odie- hizo una pedorreta con la boca- ¿no ves que no soy nada exigente? No seré feliz, pero tendré marido, que ya es más de lo que tendrás tú.
- Te quiero mucho, Gallardo, te quiero muchísimo- berreaba Corso congestionado por la ira que rezumaba por todos sus poros.
Galli le guiñó un ojo y le lanzo un beso. Corso se sentía tan frustrado que le costaba contener las lágrimas, vio a su Leo con un jurel en el escote, y ya no pudo más.
- Leo- dijo mirándola con un tremendo dolor- Leo eres una asquerosa de mierda, una trepa nauseabunda, y una hija de la gran pu....
En ese momento el radar del panel de mandos empezó a pitar como un descosido, no dejándole acabar de decirle a Leo lo muchísimo que la adoraba.
- Ajá! Estamos justo encima de la bendita chivilla- anunció Gallardo parando los motores- Ahora debería poder besuquearte y meterte mano sin problemas.
Se acercó hasta Corso con gran cautela, pues era menos idiota de lo que parecía, y como ya había probado sus patadas, sabía bien a qué se exponía.
- Ven aquí, vida mía, que te voy a besar hasta quedarme sin morritos- dijo Corso con las venas del cuello a punto de estallar de odio puro.
- Que cosas me dices, piratilla mío- dijo Galli viendo como Leo apartaba la mirada- ¿A que jode, rica?
- Y da gracias de que estoy maniatado, si no te abrazaría y te haría el amor aquí mismo, preciosa!- dijo lleno de odio y frustración.
Galli cayó al suelo con un ruido sordo, y más pálida que una pared encalada.
- Pues lo de controlar el verbo no era mentira, pero lo de controlar el cuerpo va a ser que si era trola- consiguió decir Galli cuando, muchos minutos después, recuperó el aliento.
- Que penita más horrorosa que me da- se burló Leo
Galli la soltó un sopapo, y suspiró.
- Bueno, no es nada que una brutal dosis de barbitúricos diaria, y unas esposas bien colocadas en la cama no puedan controlar. Y ahora os dejo aquí un momentito, que tengo que retocarme y ultimar los preparativos del enlace. Ya veréis que cosa tan bonita.
Los titis se abrazaron el uno al otro dentro del trasportín cuando
- No sufráis pequeñines, que esa arrebatadora belleza no os va a hacer nada, os lo prometo- Corso se alegró de que la frase se pareciese algo a lo que quería decir.
Miró lleno de frustración a la pobre Leo que trataba, inútilmente, de impedir que el jurel del escote siguiese comiéndose su camiseta.
- Tranquila, Leo, te va a arrancar la piel a tiras, te lo prometo, so guarra- dijo con dulzura.
- Corso, tenemos que salir de aquí, o a ti te van desposar, a esos dos a asar, y a mi a matar. Además, aunque se que solo es por la maldición, me crea una confusión tremenda que me digas esas cosas tan feas.
Corso suspiró profundamente, la situación era horrible, se oía a sí mismo, y sentía ganas de darse de abofetearse.
- Lo siento mucho, chufa alopécica, los siento mucho-contestó Corso entre sollozos sintiéndose fatal por decirle todas esas cosas horripilantes- Te prometo que me voy a asegurar que lo que más amo en este mundo te mate entre horribles y larguísimos tormentos. Daría lo que fuese por abrirte en canal, arrancarte las vísceras, y comérmelas.
Leo tradujo mentalmente la frase, y esbozó una sonrisa.
- Ya lo sé, yo también daría cualquier cosa por poder ponerte a salvo y abrazarte- Corso sonrió al ver que le había entendido perfectamente- Estoy acojonadita perdida, pero todo va a salir bien. Esa bruja no va a conseguir nada de lo que se propone.
- Te he oído lo de bruja!- gritó
Aprovechando que no la veía, Leo le hizo burla.
- Ni caso, que siempre dice igual, y luego nunca me hace nada- le dijo a Corso, tras lo cual continuó intentando zafarse del jurel.
Corso tenía el corazón en un puño, aunque razón no le faltaba a Leo, si no le hacía nada era porque Galli era tirando a torpe, no porque no lo intentase, y en esa ocasión estaban totalmente aislados e indefensos, en un barco al que la furiosa mar mecía como si fuese una cáscara de nuez. Minutos después Gallardo reapareció pintada como una puerta, con un manojo de cebolletas en una mano, un maniquí bajo el sobaco, y un acordeón a la espalda.
- Es que no encontré flores, las floristerías estaban cerradas- explicó Galli mirando apenada las cebolletas- Aluego las hacemos en
Puso el maniquí en frente de Corso, pero lo suficientemente lejos como para mantenerle a salvo de sus patadas, le arregló la peluca, y completó el conjunto con el acordeón.
- Esto es para dar un poco de alegría, que si no, queda muy soso casarse una misma- dijo Galli pintándole los morros al muñeco- Representa a Maria Jesús, la de los pajaritos, que siempre ha sido una ídola mía, y que además ahora es concejala del PP en un pueblo cerca de Benidorm. Como se algo de ventriloquia, va a quedar chachi.
- Estas como una regadera- dijo Leo.
- Me estás cabreando con tanta impertinencia, pero te digo una cosa, no vamos a consentir que arruines el día más feliz de nuestras vidas, ¿a que no?
- Gallardo, eres un ser encantador, al amor y a ti os conocí al mismo tiempo!!- gritó Corso a todo pulmón destrozado por el odio.
- ¿Has visto?
Se acercó
- Tú, rica, no hace falta que nos regales nada, que el regalo te lo voy a hacer yo a ti. ¿Te gusta el submarinismo? Pues hala, a ver peces
La empujó por la borda, y quedó Leo colgando por las muñecas de la cuerda que la unía a la barandilla.
- Leo! Leooo!- gritó Corso, y no quiso añadir más para no chafar el efecto dramático de la frase.
Galli empezó a cortar la cuerda con el tremebundo cuchillo, peor como, a pesar de ser enorme, no tenía ni gota de filo, tuvo que acabar la operación a dentelladas, intentando esquivar los arañazos que Leo trataba de propinarle. Tras unos larguísimos minutos, y no pocas laceraciones en el rostro de Galli, Corso vio con horror como Leo, al grito de "me cago en todo lo que se menea", caía a la negrura del bravío mar con las manos esposadas a la espalda.
- Leooooooooo- Corso se desgañitó viendo con horror las burbujitas que plagaban la superficie.
Intentó lanzarse para rescatarla, pero quedó colgando sin llegar al agua, sujeto por la soga, intentó cortarla con los dientes, pero al carecer de cuello jirafil, le resultó completamente imposible llegar a las muñecas.
- Que te lo crees tú que te me vas a escapar....- dijo Galli cogiéndole por los pelos y reintegrándole a cubierta.
- No me lo puedo creer, lo has hecho! Me la has matao!- Corso lloraba amargamente sin poder dejar de mirar la negrura que se había tragado a su Leo- No te lo puedo agradecer lo suficiente, por lo que acabas de hacer, te amo todavía más, y jamás dejaré de hacerlo.
- No me des la gracias, hombre, si ha sido un placer- a la par que hablaba le colocaba una pajarita de las de goma, e intentaba esquivar las feroces dentelladas de Corso.
- Te amo, te amo con toda mi alma, jamás voy a olvidar lo que has hecho. JAMAS!- gritó tan fuerte que a lo lejos se pudieron oír ruidos de cristales resquebrajándose- Leooooooooooooo
- No te pongas tan dramático, que te voy a hacer muy feliz- le repeinó con la raya a un lado, y le perfumó con grandes dosis de colonia infantil con altísimas concentraciones de alcohol- Hala, más bonito que un San Luis. No te muevas, que ahora vengo para hacerte mío- antes de irse le pasó dos dedos ensalivados por el tupé.
Desapareció Gallardo por segunda vez en las entrañas del barco silbando alegremente un fandanguillo. Corso se esforzaba por escrutar la superficie del mar, no podía creer que se hubiese ahogado, si con todo lo que la pasó la última vez, salió vivita y coleando, un ahogamiento, no podría con ella, ¿no? Eso quería pensar, pero ya habían pasado más de quince minutos desde que cayó al agua, y la última vez que la vio, branquias no tenía.
- Leoooo, Leooooo, te odioooooo- se desgañitó desesperado- Leooooooooo
Gritó su nombre azotado por las olas hasta que, medio afónico, y roto de dolor, cayó de rodillas sobre la cubierta del barco. Los monos le miraban con tristeza desde su jaulita, uno de ellos incluso le ofreció un cacahuete, en un enternecedor, pero vano, intento de animarlo.
- No quiero cacahuetes, solo quiero que Leo se pudra en el infierno- se dio de cabezazos al oír que la frase que acababa de decir no podría ser más diferente de la que pretendía, después empezó a llorar como una Magdalena.
De los altavoces del barco surgió el inconfundible soniquete de unas castañuelas entonando la marcha nupcial de Wagner, segundos después apareció Gallardo sosteniendo su ramo de cebolletas. Se había tocado su verdosa cabellera con una malla de naranjas vacía a modo de velo. Le miró con una sonrisa en la que enseñó unos dientes manchados de lápiz de labios, le guiñó un ojo, pero no le salió bien, y solo consiguió bizquear y sacar la lengua. Carraspeó, y empezó a avanzar renqueante hacia él, deteniéndose prudentemente a un metro de distancia.
- Ven aquí, corazón mío, que te voy a abrazar y a besar- gritó Corso con la voz distorsionada por el dolor.
- Y un huevo! Que ya me las sé, y me vas a intentar zurrar. Eso si, te digo desde ya que vamos a consumar el matrimonio te pongas como te pongas, así que vete haciendo a la idea.
Galli carraspeó, se sacó una hoja de papel del refajo, se calzó las gafas que llevaba colgando de una horterísima cadenita, y empezó a hablar en un loable intento de imitar la voz de la concejala Maria Jesús Grados Ventura, más conocida por el nombre artístico de Maria Jesús y su acordeón.
- Queridos simios- miró a los titis en su jaulita- Nos hemos reunido hoy aquí para la celebración de un acto jurídico, y por lo tanto muy serio, como es el contrato matrimonial entre Pablo Corso y
Los monos dijeron sendos "ih, ih" con aire de muy mala leche. Corso empezó a sudar copiosamente a pesar del frío.
- Leooooooooooo- berreó una vez más.
- Los artículos del Código Civil dicen así-
Corso empezó a patalear con todas sus fuerzas, a retorcer las manos en un desesperado intento de liberarse de sus ataduras, y sintió que la cuerda empezaba a flojear. Se estaba haciendo un rato de pupa, pero el dolor físico palidecía ante el dolor que sentía su alma.
- ...a vivir juntos, guardarse fidelidad y socorrerse mutuamente....- continuaba Galli.
- Gallardo, yo solo quiero pasar el resto de mi vida contigo, y jamás, jamás, jamás, voy a dejar de quererte- hablaba con tanto desprecio que numerosos perdigones salían despedidos de su boca.
Gallardo no hizo ni el más mínimo caso a sus palabras, continuó leyendo, en su deficiente entonación, el contenido del folio. Los minutos pasaban, y sus esperanzas de ver a Leo sana y salva, se esfumaron por completo. Con muchos esfuerzos, la cuerda seguía cediendo, pero aún quedaba mucho para estar libre. Le escocían las muñecas, pero como se llamaba Pablo, esa señora iba a pagar por lo que acababa de haber, aunque fuese lo último que hiciese en su vida.
- .....es por eso que yo os invito hoy a prestar atención el significado de estos términos: derechos y obligaciones. Os deseo que seáis felices en este nuevo estado de vida que libremente habéis elegido- concluyó Galli, suprimió una risita, se quitó las gafas, expulsó una flema, y suspiró.
- Contigo a mi lado, voy a ser el hombre más feliz del mundo- Corso no podía dejar de llorar desconsolado- Has matado a lo que más odiaba en este mundo.
- Ahora los contrayentes se darán el consentimiento- anunció sacando dos anillas de cortina de baño- Es que la joyería estaba cerrada- explicó en un tono algo más bajo.
Galli sonrió y se aferró a su ramo de cebolletas.
- Gallardo, ¿consientes en este acto contraer efectivamente matrimonio con Pablo Corso?- se preguntó Gallardo a si misma- Si, consiento- se contestó, con otra voz, también a si misma. Procedió a colocarse la anilla de cortina de baño en el anular.
Las lágrimas de Corso se volvieron más amargas aún pues no solo había perdido a la única mujer que podía amar, sino que sabía que su lengua le iba a traicionar, ligándole de por vida a
- Pablo Corso, ¿consientes en este acto contraer efectivamente matrimonio con
Corso cerró los ojos y apretó los dientes, levantó la vista al cielo y aulló de dolor, sus lágrimas calientes, se mezclaron con las frías gotas de lluvia.
- No tenemos todo el día, si sabes que vas a consentir, no te hagas el remolón. Repito la pregunta, Pablo Corso, ¿consientes en este acto contraer matrimonio con
Invadido por temblores se resignó a contestar, iba a entonar el "no" más grande y amargo que se hubiese dicho en la historia del mundo, pero sabía que iba a sonar como el "si" más feliz jamás dicho. Sintió la palabra gestándose en su cerebro, mientras lo hacía, pensaba en todos los momentos felices vividos junto a su Leo. Cerró los ojos y se concentró en eso, en las palizas a testigos poco cooperativos dadas a duo, en como escupían desde lo alto de los puentes de
- Contesta de una vez, ¿Consientes, o no consientes?- insistió
Corso abrió los ojos y la miró fijamente con todo el odio que un corazón humando es capaz de albergar.
- NOOOOOOOO- gritó a pleno pulmón. En ese momento estalalron todos los focos y bombillas del barco, dejándolos con la única iluminación de la pálida luz de la solitaria luna.
19 El enfrentamiento final
- NOOOO- seguía berreando Corso con las venas del cuello del tamaño de colines.
A su alrededor la ola de destrucción continuaba. La zona por la que se accedía al interior de barco se desplomó completamente, el mástil se partió, la pantalla del radar estalló,
- No! No consiento, y no voy a consentir jamás casarme contigo porque te odio, ser despreciable, asesina! Me la has quitado!- siguió gritando Corso- Hija de la grandísima pu- el fragor de las olas se tragó sus palabras.
Nada más decir esto, todo se calmó de golpe, las olas cesaron, el viento se sosegó, y la luna empezó a brillar con más intensidad. Gallardo y Corso se miraron fijamente.
- ¿Qa' pasao?- interrogó
La furia asesina de Corso se desató del todo al comprobar que había recuperado el control de sus palabras.
- Te voy a matar, te voy a descuartizar!- empezó a forcejear con más fuerza que antes y lanzar patadas aún más feroces.- Me la has quitao! Me la has quitao!
Galli le miró con gran pena, después se miró a si misma y a su vestido lleno de lamparones, salpicones de aceite, y churretes varios.
- Hala, otra vez compuesta y sin novio. Esta visto que me voy a quedar para vestir santos- se lamentó - Porque... así sin maldición.....¿ tú no te quieres casar conmigo, no?
Por toda respuesta, Corso lanzo un berrido infrahumano.
- La has matado, eres una alimaña! Me la has matado! Me has quitado a mi niña, a lo que más quería! Te voy a retorcer el pescuezo!
Galli se sentó sobre la mesita en la que había dispuesto el improvisado banquete nupcial, consistente en unos altramuces, unas cortezas rancias, y un plato de algo verde sin identificar. Se vació el recipiente de las cortecitas en la boca, y masticó con rabia.
- Eres un ser despreciable, repugnante! No me extraña que el único ser que te haya podido querer sea el desgraciado de Vázquez, sois tal para cual.
- Oye, que yo también tengo mi corazoncito, y eso último, ha dolido- protestó Galli, después supiró- En fin, vamos a tener que pasar al plan B, que es matarte, abusar un buen rato de tu cadáver, y luego lanzarte a los peces a hacer compañía a la tiparraca esa que tanto quieres. Con lo felices que podíamos haber sido tú y yo....una verdadera lástima- intentó consolarse apurando también los altramuces- Además mirándola a ella, y mirándome a mi, no sé que puedes verla, además de estar yo muchismo más rebuena, ser muncho más culta e interesante, tengo muncha más clase y elegancia- se sorbió los mocos y arrebañó el cuenco vacío con la lengua.
Corso la vio hundir el hocico en la tarta nupcial, un espanto de nata y bizcocho de soletilla en forma de páncreas. No iba a casarse con esa abominación, pero no se sentía mejor, era incapaz de controlar las lágrimas, había recuperado la voz cual sirenito, pero no lo que importaba, a eso se lo había tragado el mar.
- Ojala exista el infierno para que te pudras en él
- Qué cosas más feas me dices- lloró Gallardo sin dejar de tragar bizcocho de baja calidad- Ni que te hubiese hecho algo.
Corso contestó tamaña estupidez con un gruñido. Algo después, cuando Galli hubo devorado todo lo que había en la mesa, mantel incluido, el ramo de novia, y se hubo limpiado los morritos en una servilleta de papel, se sacó la pistola de la soga de jamón que llevaba anudada al muslo a modo de liga. Tras comprobar que había balas, y que no se apuntaba ella misma, se dispuso a apretar el gatillo.
- Mira que me jode matarte, muerto no me vas a poder hacer ninguna de las guarradas que le hacías a ella. En fin, me apañaré como pueda- cerró un ojo, sacó la lengua y empezó a ejercer presión.
Corso tomó aire y se preparó para reunirse con su amada. Si su serie preferida había sido cancelada, y Leo estaba muerta, poco le importaba ya esta vida, además así se ahorraba tener que pagar el impuesto de los Bienes Inmuebles. Escuchó la detonación, y el tiempo pareció detenerse mientras la bala se acercaba a su cabeza. Si una sepia que apareció de la nada, no hubiese interceptado el proyectil, este se hubiese alojado irremediablemente en su cráneo.
- Uys- dijo Galli viendo a la sepia destintándose en el suelo- Si yo creía que las sepias no volaban, ¿qué...
La frase de Galli quedó suspensa pues perdió la facultad de hablar cuando un pulpo impactó sonoramente en toda su jeta, detalle este último que mejoraba notablemente su aspecto. Cayó la mujer de espaldas mientras trataba de deshacerse del cefalópodo, que asustado de lo feo de su nuevo hogar, empezó a soltar tinta como un descosido. Instantes después, precedida de un alarido vikingo, saltó a cubierta una figura descalza, con la ropa hecha jirones, cubierta de lapas, estrellas de mar, caballitos del mismo elemento, mejillones, percebes, y lo que parecían ser envoltorios de magdalenas. Quien a primera vista parecía ser el capitán Barbosa, al quitarse el calamar que tapaba la boca, resultó ser Leo.
- Leoooooo! – Corso no pudo contener las lágrimas de felicidad- Estás viva!!!
Con otro grito aún más bestia que el anterior,
- Te vas a cagar bonita- la propinó unas cuentas patadas más, y la apuntó con el arma.
En el preciso instante en que Gallardo empezaba a apretar el gatillo, Corso que acababa de librarse de la paralizante cuerda, cargó con rabia ciega y con todas sus fuerzas contra Gallardo, desviando la trayectoria del disparo que en vez de impactar contra Leo, reventó el candado del trasportín de los titis.
- Ay, ay, ay, de que malísima leche ma'bís puesto- berreó el energúmeno apuntando de nuevo a Corso con la dichosa pistolita.
- Tú solita te buscas todo lo que te pasa, desgraciada. Mala, que eres más mala que la tos.
Mientras hablaba, Corso miraba a todas partes buscando algo que le ayudase a salir airoso de esta. Por el rabillo del ojo vio que los monos le hacían señas para que la diese carrete.
- Gallardo, esto no tiene porque acabar así. Si no es que no me gustes, es que me siento intimidado por tu... por tu...- Corso se estrujó el cerebro.
- ¿Por mi belleza?- inquirió animadamente Galli- ¿Por mi cuerpo de infarto? ¿Por mi cerebro? ¿Por mi ingenio? ¿Por mi despreocupado encanto?
- Si, si, por todo eso- dijo Corso haciendo de tripas corazón- Además admiro mucho tu talento musical.
- ¿Quieres que te cante algo?- preguntó Galli encantada de ser el centro de atención.
- Nada me haría más feliz- contestó él rechinando los dientes de horror, tenía la esperanza de que una vez metida en la canción dejase de apuntarle con el arma.
Galli se aclaró la garganta, y con su dulce voz empezó a cantar.
- Mi perrita pekinesa, ay, qué pena y qué dolor, ay, sí, sí, sí, ay, no, no, no. No le gusta ya el potaje ni las papas con arroz, ay, sí, sí, sí, ay, no, no, no
Corso miró a Leo con angustia, no se movía, pero tenía fe en que tuviese la cabeza tan dura como él siempre había sospechado. Buscó con la mirada a los monos, y descubrió con enfado que se habían distraído con un racimo de plátanos que había por ahí tirado, al saberse pillados escaqueándose, le miraron con culpabilidad, y prosiguieron con su tarea.
- Ya no me sé más- dijo
- Ni falta que hace.
- Que grande era Emilio el Moro.
- Grandísimo- repuso Corso viendo que los monos se afanaban en cortar la cuerda de una madera que una vez liberada, haría resorte e impactaría de pleno contra
Galli batió coquetuelamente las pestañas, estaba visiblemente encantada de que alguien la hiciese caso.
- ¿Te he dicho que ahora soy batería de un grupo?
- Baterista, el instrumento es la batería, y quien la toca, el baterista- corrigió Leo medio inconsciente desde el suelo.
- A callar, desgraciada- Galli la arreó con una botella de crema de orujo en todo el melón, dejándola más para allá que para acá.
Corso cerró los ojos con horror ante el sonido de coco partido que hizo el cráneo de Leo.
- Leo!- gritó Corso haciendo ademán de correr hacia ella
- Ni te se ocurra moverte!
- Deja de hacerla daño, ser rastrero!
Corso rezó para que Leo no recuperase la consciencia y la corrigiese, otro mochazo como el que acababa de recibir sería fatal, la pobre tenía su preciosa cabecita como un mapa de carreteras. Viendo que las cosas volvían a ponerse feas, los monos habían redoblado los esfuerzos por cortar la soga que liberaría el resorte.
- Amos, ¿Entodavía estás enchochao con la petarda esta? ¿Pero no decías que la que te tenía embelesado era yo? Ay, ¿a que me has engañado para ganar tiempo?- le miró con cara de perro- Hala, ya me he vuelto a cabrear.
Justo cuando Galli iba a disparar a Corso, los monos acabaron de roer la soga con sus amarillentos y descalcificados dientecillos, liberando el madero que impactó brutalmente contra la pobre Galli, mandándola a freír monas por la borda. Corso corrió para asegurarse de que no había conseguido aferrarse a ninguna parte, cosa que no ocurrió. Con el vestido de novia ondeando a su alrededor, parecía un buñuelo de bacalao sumergido en aceite de orujo.
- Que no se nadar! Ayudadme!- suplicó ella braceando como una descosida en las turbulentas aguas.
Los monitos, en un humanitario gesto, soltaron una bola de bolos que por ahí tirada había, y que fue justo a impactar en el cabezón de Gallardo, hundiéndola del todo en las oscuras aguas.En cuanto el océano se hubo tragado a Gallardo, Corso corrió hacia Leo que seguía inconsciente en el suelo, y se arrodilló a su lado. Se sintió profundamente frustrado al no poder tocarla, pues seguía con las manos esposadas a la espalda.
- Leo, Leo!- intentó hacerla reaccionar tocándola con la cabeza, pero el botellazo había sido de padre y muy señor mío. Se tranquilizó al ver que al menos respiraba.
Unas manitas diminutas empezaron a hurgar en el cierre de las esposas de Corso, este se giró y vio como uno de los monos, que debía ser cerrajero además de músico, abría la cerradura con ayuda de una liendre hábilmente doblada.
- Muchas gracias, salao- después devolvió su atención a Leo, a quien sacudió delicadamente la cara, esta vez con ambas manos- Leo, Leo, despierta.
Los ojos de Leo parpadearon, y se abrieron de golpe.
- ¿Pablo?- lo preguntó con terror ante la perspectiva de más insultos, o incluso algún golpe.
- Hola preciosa- contestó él acariciándola la cara.
Leo esbozó una sonrisa aliviada al oír que le llamaba así, y no vacaburra, o algo peor.
- ¿Estás bien?- la preguntó palpándola brechas, desollamientos, y chichones.
- Dejémoslo en regularcilla, ¿Y tú, estás bien?
Corso la abrazó fuertemente y aspiró el dulce aroma a pescadería que desprendía.
- Muy, bien, ahora estoy muy bien- contestó él con los labios contra su aberberechado pelo- Pensé que esa horrible mujer había conseguido matarte. Joder, Leo, tienes que dejar de darme estos sustos o yo no llego a la jubilación.
- A ver si te crees que yo disfruto dándotelos- la sintió suspirar contra su pecho- ¿Te... te has llegado a casar con ella?
- No, claro que no.
Ella suspiró de nuevo, pero esta vez de puro alivio.
- Y tú, ¿Cómo has conseguido sobrevivir?- preguntó él separándose un poco para mirarla- ¿Eres acaso una sirena, o tienes genes de salmonete? ¿O acaso no has sobrevivido, y ahora eres una especie de zombie?
- Pues no, ni lo uno, ni lo otro, ni lo de más allá. Me hundí sin remedio hacia el fondo, eso me pasa por usar botas de punta de acero- se lamentó ella mirando sus pies descalzos- Llegué hasta el fondo del mar cual llave. Intenté nadar, pero con las botarras no podía, y al estar esposada no me las podía quitar- se estremeció al recordar esos angustiosos momentos- No veas el agobio.
- Cuánto has debido sufrir- dijo Corso horrorizado.
- No te creas, la hipoxia es parecida a un buen colocón de marihuana, me ha parecido ver al del medio de los Chichos....- repuso Leo- El caso es que cuando me había quedado sin gota de aire, y ya veía que me quedaba sin saber el final de Perdidos, cosa que me hubiese jodido extremadamente, apareció un banco de boquerones, seguramente el mismo que ayudó a Vázquez, y me fueron proporcionando oxígeno con esas boquitas suyas. No se la de boquerones con los que me he besuqueado ahí abajo, me sabe la boca a sushi.
- Benditos pececitos, no solo están deliciosos fritos, sino que ahora les debo haber salvado la vida a mi niña- dijo Corso emocionado acariciando suavemente la magullada mejilla de Leo- A partir de ahora en la fritura solo incluiremos salmonetes, chopitos y cazón. A los boquerones los dejaremos en paz, como mucho, y muy de vez en cuando, comeremos ricas anchoas de Santoña.
Leo asintió totalmente conforme con la decisión, jamás podría olvidar lo que esos bichitos habían hecho por ella.
- ¿Y la maldición? ¿Qué ha pasado? ¿Cómo se ha roto?¿Y las esposas? ¿Cómo te las has quitado? ¿No serás la reencarnación de Houdini? ¿Y por qué estás medio desnuda? ¿No se habrán propasado los peces?
Leo le miró frunciendo ligeramente las cejas, mareada con tanta pregunta.
- Por partes. Verás, ahí abajo no había solo valientes boquerones, además de mierda para aburrir, he encontrado algo más: la repelada osamenta de la chiva de marras.
- Ese ser vil y rencoroso....
Leo asintió al tiempo que se sacaba unas coquinas de lo que quedaba de la copa del sujetador.
- Mientras los boquerones me iban pasando poco a poco oxígeno, un jurel que llevaba un buen rato comiéndose mi ropa en cubierta, siguió haciendo lo mismo debajo del mar- miró con azoro su ropa hecha jirones.
- Tendría hambre el animalito
- El caso es que, cuando se me había comido la camiseta casi entera, empezó a zamparse la cadena de las esposas- mostró sus muñecas, ambas aún con los grilletes, pero sin cadena que las uniese- El bicho se la comió enterita eslabón a eslabón, cuando acabó, se puso a comerse mis vaqueros, si no lo hubiese devorado un mero, a estas alturas, yo estaría en cueros. Ha sido horrible como se lo zampaba- Leo empezó a sollozar- Horrible!
- Los mejores siempre se van los primeros- la consoló.
Leo lloró amargamente largo rato antes de proseguir.
- Cuando tuve las manos libres, me quité las botas, y empecé a nadar hacia la superficie, pero a medio camino me acordé de eso de que la maldición iba a continuar aunque nos fuésemos de aquí.
- ¿Y qué has hecho? Porque la maldición se ha roto, he podido decir que no.
- Pues se me ha ocurrido que si destruía el esqueleto de la chiva, la maldición se acabaría.
- Y la has molido a palos
- No exactamente, he vuelto a bajar, y he empezado a golpearla con las botas todo lo fuerte que he podido, pero no se rompía, ni siquiera un poquito. Me he desesperado, y he empezado a pensar que si no lo conseguía, tú te ibas a casar con ese esperpento, y que te perdería para siempre, y me han entrado los siete males. De repente el mar ha empezado a temblar, y la calavera ha empezado a agrietarse, se ha armado una tremenda polvareda, y cuando se ha vuelto a posar la arena, el esqueleto había desaparecido. Solo había un montoncito de polvo blanco en un cogedor rosita. Y ahí es cuando ya he subido arriba lanzando frutos del mar.
Corso la miró fijamente unos segundos antes de hablar.
- ¿Me estás diciendo que cuando tú has pensado que me perdías a mí, y yo que te había perdido a ti, hemos montado ese cirio, y roto la maldición?
- Bueno, eso, o que lo de los pensamientos ha sido casualidad, y ha habido un maremoto. Que es bastante más probable.
- Si, pero ni la mitad de bonito- Corso besó esos labios que sabían a boquerón, y la ayudó a levantarse del suelo.
Una vez de pie, los monitos corrieron a abrazarse a sus rescatadores, felices de que el amor hubiese triunfado, y de no haberse convertido en la cena de la bruja mala. Durante largo rato se limitaron a contemplar la oscura superficie del agua.
- ¿Crees que está muerta?- preguntó él
- Mira que lo dudo, esa tiene cuerda para rato- suspiró Leo tiritando contra él.
Corso se dio cuenta de lo desesperado de la situación, estaban en medio del mar rodeados de la más completa oscuridad, hacía frío de varios grados bajo cero, estaba empezando a nevar, el motor había estallado, no tenían vela, a los camarotes no se podía bajar, y por no tener, no tenían ni idea de en qué dirección estaba la isla o la costa. Y para colmo él estaba mojado del oleaje, y Leo completamente empapada con el chapuzón marino.
- ¿Y ahora que vamos a hacer?- preguntó Leo como si le hubiese leído el pensamiento- Mira que si nos hemos librado de
- Nos metemos en cada berenjenal....
Estaban los dos acurrucados el uno contra el otro sobre la cubierta empapada, malamente tapados con una toalla de bidet que los monitos habían conseguido sacar de entre los escombros de los camarotes. A pesar de que Corso le había dado su jersey, Leo seguía tiritando contra él, estaba helada. Los titis estaban entre ellos dándoles calor y llenándoles de piojos.
- ¿Has visto que noche tan bonita se ha quedado?- Corso señaló la plateada luna con un dedo, mientras frotaba la espalda de Leo con la otra mano.
- La verdad es que hace una noche preciosa- repuso ella con una sonrisa triste.
Corso pensó en lo poco que le gustaría morir esa noche, y no era porque eso de morirse frío no quedaba nada bien en una esquela, que también, había más. Si moría ahora, dejaba demasiadas cosas sin hacer. Nunca escribiría un libro, o plantaría un árbol, ni tendría un hijo, no acabaría su colección de guantes de horno, ni apadrinaría un orangután albino. Suspiró apenado, pasase lo que pasase, había algo que no podía dejar sin hacer, fuese esa su última noche o no.
- Leo...
- Dime- dijo ella dejando de quitar liendres a los monos.
- Lo que le he dicho antes a
- Tranquilo, que ya sé que era mentira, que hablaba la maldición no tú, no te preocupes.
- Te equivocas, en realidad si que era yo el que hablaba, solo que no se lo decía a ella, te lo decía a ti.
- ¿A mi?- preguntó ella sonriendo tímidamente mientras se mordía el labio inferior.
- Verás, Leo, hay una cosa que llevo queriendo decirte desde el mismo día en que recibimos la invitación a esta locura. Lo he intentado durante todo el fin de semana, pero entre muertos, acusaciones y cosas de esas, pues no he podido.
Leo frunció el ceño y asintió.
- Si me vas a decir que el golpe que tiene mi coche, y del que con tanta vehemencia acusaste a tu padre, fuiste tú, ya lo sé. No te preocupes, que no me enfado, me ha ido bien para estrenar la radial que mis padres me regalaron para Reyes.
- No, no es el golpe lo que te quería comentar, golpe en el que, por otra parte, nada tengo que ver- carraspeó apuradamente- Es otra cosa- tomó aire- Chicos.
Corso dio un par de palmadas, y los titis, tras hacer una señal de asentimiento, salieron corriendo hacia la zona del derrumbe, desapareciendo de la vista tras colarse entre los escombros. Era esa la señal que con ellos había acordado la noche anterior.
- ¿Qué...?- empezó Leo
Puso un dedo sobre sus labios para hacerla callar, quedándosele pegada una escama de boquerón.
- Espera, un momento.
Un minuto después reaparecían los monitos cargando un piano de cola en miniatura, y en menos de un segundo empezaba a sonar las primeras notas de una sonata de Beethoven. Leo abrió los ojos de par en par cuando le vio levantarse de su posición sentada, e hincar la rodilla en el suelo.
- Leo- carraspeó nerviosamente sintiendo como la música le embriagaba- Todo lo que le he dicho a esa cucaracha inmunda, te lo decía a ti, contigo es con quien quiero estar por siempre.
Corso se palpó los bolsillo de los vaqueros, y saco una cajita sucia, mojada, rota, maloliente y desvencijada.
- Perdona que esté hecha un caquita, pero llevo dos días manoseándola a todas horas, además, me da que el agua de mar no es lo mejor para el terciopelo- se disculpó abriendo la caja y dejando al descubierto su contenido.
El diamante engarzado en el anillo plateado, resplandeció a la luz de la luna. Leo lanzó una exclamación de sorpresa y admiración, y uno de los monos, en realidad una hembra llamada Winona, se esforzó en contener su galopante cleptomanía. Corso, tras coger la mano de Leo, empezó a hablar con una voz seria y profunda.
- Leonor, te quiero sobre todas las cosas, y nada en este mundo, o en otros que pudiera haber aún sin descubrir, me haría más feliz que casarme conmigo...- sacudió la cabeza- No, no, eso no. Casarme conmigo no, que te cases contigo- suspiró y volvió a sacudir la cabeza- No, no, no, eso tampoco- cada vez se ponía más nervioso y las palabras se atragantaban aún más- Conmigo, no contigo. Bueno si, contigo, pero no yo conmigo, ni tú contigo, sino contigo yo, y conmigo tú. Vaya, con nosotros cada cual, pero al revés.
Leo le miró a punto de llorar de emoción y confusión.
- Pablo, por Dios, déjalo, que te he entendido.
- Ay madre, que lío me he hecho- cerró los ojos y cuando los volvió abrir habló muy alto- Joder, Leo, que eres lo mejor que me ha pasado en la puta vida, y lo mejor que me va a pasar, así que ¿Quieres casarte conmigo?
- ¿Me lo estás diciendo de verdad? ¿O solo porque sabes que vamos a diñarla en un ratito?
- Nunca he dicho nada más enserio en mi vida, bueno, lo de que el poliéster me irrita la piel, pero ese es otro tema
- ¿Y todo eso que dijiste ayer de que el matrimonio es un lío y una chorrada?
- Solo lo dije para sondearte, como nunca lo habíamos hablado, y tienes un trapo de cocina que dice "Te casaste, la cagaste", y la única boda con la que te he visto emocionarte, ha sido
- No.
- ¿No?- repuso él con tristeza.
- No, no, no, que no me lo tengo que pensar
- ¿Eso es un si?
- Un si tan grande como una catedral gótica, con su cimborrio y todo
Sonriendo, Corso colocó la sortija en el dedo de Leo, operación que no resultó nada fácil pues tenía los nudillos harto hinchados de los mamporros que le había propinado a
- Es precioso, Pablo- dijo Leo mirando su dedo con una sonrisa, después lo mordió para ver si era bueno, comprobando con alborozo que lo era.
Se fundieron los dos en un romántico y cálido abrazo, mientras delicados copos de nieve caían bajo la plateada luz de la luna. Cálido por decir algo, porque según pasaban las horas, el frío iba a peor, así como la tiritona de Leo.
- Ay, Leo, que mala pinta tiene esto, que me temo lo peor.
- Tranquilo, no nos va a pasar nada, que yo no puedo morirme sin cascarle a la lagarta de recepción que tanto te mira el culo que nos casamos.
- ¿Tú también te has dado cuenta de que mira en exceso? Pensé que era cosa mía, te digo que yo a veces me siento hasta incómodo- comentó él pensando en las impúdicas miradas que la mujer le dedicaba.
- Corso!- gritó Leo poniéndose en pie de un salto.
Señaló a un diminuto punto anaranjado que destacaba en medio de la negrura que les acechaba en todas direcciones.
- ¿Qué es eso?
El punto desapareció solo para reaparecer convertido en un radiante haz de luz naranja que les apuntaba directamente a ellos, y dejaba entrever en la distancia la silueta del faro de la isla.
- El faro! Es el faro!- exclamaron los dos a coro
- Deben estar buscándonos- gritó Corso haciendo señales con los dos brazos
- No son tan cazurros como siempre decimos- dijo Leo emocionada.
Contuvieron el aliento cuando, en la lejanía, vieron la silueta de una goleta de cuatro mástiles recortándose en la luz del faro.
- Estamos salvados!- se abrazaron humanos y simios con gran alegría.
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Corso admiró el impresionante camarote del capitán, sus paredes de madera de roble, el fino trabajo de carpintería en cama y escritorio, las vigas descubiertas del techo. Estaba sentado en la cama junto a Leo, sorbiendo despacito un consomé con yema y jerez, algo más allá, en un rincón, estaban los titis tomando un destilado de cacahuete y banana, también aderezado con jerez. La doctora Escalilla le había curado las desolladuras de las muñecas, y ahora estaba inmersa en la tarea de remedar las heridas de Leo.
- ¿Cómo lo habéis hecho? ¿De dónde habéis sacado el barco? - preguntó Leo envuelta en una manta, mientras Escalilla le zurcía la ceja en una bonita vainica doble.
Pocos minutos después de haber divisado el barco, este había llegado a su altura, y con ayuda de una escala de cuerda habían subido a bordo, no sin antes haber admirado el precioso mascarón de proa que representaba la doctora Escalilla con cola de merluza.
- Pues verás, desde el salón vimos como la señora esa tan fea y tan mayor que os secuestró, os metía en el yate- explicó la señorita Amapola que estaba algo más allá.
- No teníamos barco, ni había luz, pero algo teníamos que hacer, además de que nos aburríamos sin tele, nunca nos hubiésemos perdonado si os hubiese pasado algo malo. Bueno peor de lo que os ha pasado- dijo Rocío mirando los costurones y abolladuras que lucía la pareja.
- Así que empezamos a registrar la casa de arriba abajo, en la leñera encontramos un montón de cajas apiladas- continuó Mario- En todas había lo mismo, fascículos de un coleccionable de esos de kiosko.
- "Construye tu goleta Juan Sebastián Elcano"- apuntilló Molina
- Y como una no tuvo mucha vida social de jovencita...- dijo Escalilla
- Ni de mayor- sentenció Molina
- .... había hecho unas pocas maquetas, pues en dos horas y media hemos montado los doce mil ciento tres fascículos, y voilá, así hemos conseguido este barco a escala real, de ciento veinte metros de eslora, trece de manga y siete de calado.
Todos los presentes asintieron con aire de estar muy satisfechos con el trabajo realizado.
- Hemos ayudado todos- dijo Mario- La señora Blanco ha tejido la ropa de cama y baño, la señorita Amapola ha montado el motor diesel, la señora Pavoreal ha montado los muebles, el señor Verde y el señor Púrpura han ayudado con el armazón... todos estábamos muy preocupados por vosotros, hasta Vázquez ha ayudado a montar las letrinas.
- Lo del mascarón ha sido un caprichito mío- confesó en voz baja Escalilla- Lo he tallado de un tronco de alcornoque que encontré en una bolsa de pipas.
- Chicos os debemos la vida, muchísimas gracias – dijo Corso- Un poco más y hubiésemos cascado con total seguridad.
- ¿Y el faro? ¿Cómo lo habéis hecho sin corriente eléctrica?
- Fácil, hemos subido toda la ropa de Escalilla al faro y la hemos prendido, como es todo poliéster.... arde que da gusto.
- Muchísimas gracias, de corazón- dijo Leo emocionada abrazando a todos.
- ¿Qué ha pasado con
- Cayó al mar, debería haberse ahogado, pero a saber, esa no se muere ni a la de tres- contestó Corso sintiéndose cabreado ante el mero pensamiento de esa horrible mujer.
- A ver si cuando lleguemos a casa, e interroguemos debidamente a Roberto, puede decirnos algo que nos ayude a localizar la guarida de
- Le hemos dejado al cuidado del fuego del faro- contestó Escalilla- Pero tranquilos, que le hemos encerrado a cal y canto, y está bajo el cuidado de los koalas autóctonos que gastan muy mala baba, a mi me han intentado devorar.
- Se ha subido doce quilos de lentejas para entretenerse, y le hemos dejado limpiándolas- informó Mario.
- Muy bien hecho.
Escalilla carraspeó para llamar la atención sobre si misma, con la vista fija en la mano de Leo.
- Leo, no he podido evitar fijarme en ese sortijón que luces- dijo Escalilla mirando codiciosa el pedrolo- ¿Te ha tocado en un roscón?
Se miraron los tortolitos con arrobo el uno al otro antes de contestar.
- No, Escalilla, se lo he regalado yo- repuso Corso pasando un brazo por los hombros de su chica.
- Ah, entonces te tocó a ti en un roscón, y se lo has dado a ella- razonó la forense- Qué amable detalle, a mi este año me tocó un gatito de porcelana sin cara.
- Que no Escalilla, que no se entera nunca de nada- dijo Molina tras haber propinado un tremendo cogotazo a la forense- Que me da que estos dos se nos casan
Todos les miraron en vilo a la espera de confirmación verbal.
- Pues si- constató Leo- Nos casamos
- Ay, que alegría tan grande!- exclamó Rocío lanzándose a los brazos de la pareja, e intentando birlar el diamante de paso.
Se sucedieron las enhorabuenas, los abrazos, los besos, los intentos de robo, y los buenos deseos, se descorchó champán y se brindó por el futuro enlace. Como en la isla seguía sin haber luz, decidieron quedarse a pasar la noche en el bergantín, donde se improvisó una fiesta de compromiso en el comedor. De los fogones de la madre de Mario no dejaron de salir las más variadas exquisiteces que eran devoradas con pasión, corrió el champán y, cuando este se acabó, el alcohol de noventa y seis grados del botiquín de Escalilla. Se bailó, se charló, se rió. Escalilla incluso pudo improvisar una conferencia sobre lo fascinante de las goletas y bergantines sin que nadie la intentase agredir. Molina olvidó por unas cuantas horas que en un arrebato de ira la doctora Escalilla le había degradado de subinspector a oficial de policía. Rocío por unos minutos colmados de terrones de azúcar, comprobó en la bodega de carga lo eficaz del truco de Leo para desamansamar a Mario, la lástima fue que con la emoción de que por fin había pasado, la pobre no estuvo a lo que estuvo, y no se enteró de nada. Fue, en resumen, una memorable fiesta en la que policías, forenses, carcamales, viudas, asesinas, arquitectos y demás, lo pasaron estupendamente.
**********************
Cuando la fiesta llegó a su fin, Corso y Leo se retiraron al camarote del capitán que los demás les habían cedido en deferencia de esa noche tan especial. Tras darse una duchita para quitarse el tufo a arenque en salazón, se metieron entre las sábanas de lino que la señora Blanco había hilado en una rueca, y en las que había bordado primorosamente sus iniciales. Se miraron largo rato embobados el uno al otro en plena resaca post declaración.
- ¿Sabes? Mientras estabais bailando la conga, he estado hablando con la hermana Juana por el San Pancracio- dijo Corso apoyando la cabeza en su puño para mirarla mejor.
- ¿Qué te ha dicho?
- Pues se ha puesto muy contenta cuando le he dicho que nos casábamos, me ha dicho que nuestras almas inmortales lo agradecerían.
- Que maja es.
- Luego ha gruñido un rato cuando le he dicho que no iba a ser por la iglesia, pero le ha seguido pareciendo moderadamente bien. Incluso nos ha ofrecido una finca que tienen las hermanas en Extremadura para celebrar la boda.
- ¿Ah si? Pues oye, cuanto más lejos del mar, mejor que mejor, y si ya me dices que no hay ni toros, ni erizos, ni armas de fuego.....
- No hay nada de eso, solo bonitos cerezos- repuso él acariciándola la mejilla.
- Eso me gusta.
- También le he preguntado si su centro de vigilancia sismográfica han detectado algún movimiento tectónico por la zona que hubiese podido causar un maremoto, ¿sabes que me ha dicho?
- No, no- Leo sacudió la cabeza con vehemencia- No quiero saberlo.
- ¿No?- preguntó Corso extrañado por la falta de curiosidad de Leo.
- No. Prefiero creer que no ha habido ningún maremoto, y que toda la que se ha montado ha sido por nosotros- levantó un hombro y sonrió- Aunque no lo parezca por mi gusto por las artes marciales, los coches grandes, la violencia gratuita, y las pelis de Chuck Norris.... también me gustan los cuentos de hadas. Es una chorrada ya lo sé.
- ¿Sabes? A mi también me gustan los cuentos,
- ¿Si?
- Si, y yo me he llevado la princesa de este.
Se besaron tiernamente, y no tardaron ni cinco minutos en quedarse profundamente dormidos abrazados el uno al otro, víctimas del agotador del fin de semana.
Epilogo: Al día siguiente
- Ahí va, la virgen! Remi, mira que bacalada tan jodiamente fea!- espetó una vieja enlutada mirando con una mueca de asco lo que la red había atrapado.
- Eso no es una bacalada, que estás agilipollá!- gruñó Remi- Eso es, como poco, un pez de esos del abismo del mar. Que feo que es el jodío.
- Tiene pelo y tó.
Remigia propinó una patada a ese pez tan grande, tan feo y dotado de una cabellera entre rubia y verdosa, con una curiosa raíz negra.
- Ay- dijo el pez.
- Recontra, ¿Pues no habla y todo?
- Esto va a ser otro travesti de esos raros del viernes- exclamó Pura mirando a su amiga- Mira, mira, si va vestida de novia y todo....Va a ser de la panda de artistas esos.
- Ay que joderse, el mundo está lleno de escoria de esta.
La bacalada parlante se incorporó en la red repletita de lubinas, doradas y rodaballos, y miró a su alrededor con estupor.
- Me la han vuelto a jugar- gruñó a la par que una caballa chiquitita salía de su boca- Esos dos desgraciados me la han vuelto a jugar... ay, ay, ay, que mala leche se me ha puesto. Esta me la pagan, vaya que si.
El travesti-bacalada miró a las ancianas que la escrutaban, y torció el hocico.
- ¿Y ustedes qué están mirando?- espetó la incauta de muy malos modos sin saber cómo se las gastaba doña Remigia Buendía.
No se vio venir la pobre bacalada, el fulminante botijazo que la venerable anciana le propinó en todo lo alto, y así, entre cebollazos varios y gritos de "roja de mierda", tuvo que salir
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