The Corleone Chronicles II : Una invitación a cenar, una leyenda, un asesinato y alguna venganza
Primer Acto
00 Cartas y áreas de servicio
La luna se reflejaba en los charcos de gasolina y orín que salpicaban la solitaria estación de servicio, un gato tuerto maulló lastimeramente, y una dulce aulló el nombre de Jennifer Mari en la lontananza. Con un grácil salto, una figura encapuchada esquivó una resbaladiza piel de plátano, solo para aterrizar sobre un profiláctico con aroma y sabor a la misma fruta.
- Cagoenla....- murmuró la sombra tratando de quitarse el pegajoso y desbordante elemento de la espinilla.
Tras veinte minutos de meneo de dedos, y sucesivos pegamientos encadenados índice-corazón, corazón-índice, el susodicho contraceptivo de látex cien por cien natural, cayó por fin al suelo haciendo un "chof" bastante desagradable. Una rata salió de una alcantarilla cercana y se acercó a olfatearlo con visible deleite. La silueta se quedó unos segundos observando como el roedor se colocaba graciosamente el preservativo a modo de boa, con una mirada ligeramente bizca, y profundamente perturbada, después meneó la cabeza, y comprobó que el manojo de cartas que llevaba en su mano derecha, no había sufrido daño alguno. Se felicitó a si misma al ver que nada malo había ocurrido con las misivas. Todo iba según lo previsto. Recorrió los metros que la separaban de su destino final con un paso zigzageante, ridículo, pero imperativo para sortear más profilácticos de las más caprichosas formas y sabores.
Con dedos enfundados en unos elegantes guantes de piel de chotillo asilvestrado, fue pasando uno a uno los sobres de papel de alto gramaje, finamente ilustrado por diferentes reproducciones a mano de Hello Kitty. Lo que estaba en juego era demasiado importante como para permitir error alguno, mientras los manoseaba, los fue leyendo cuidadosamente para comprobar que no se cometía error alguno en la recepción de ninguno de los sobres. Un solo paso en falso podría resultar fatal. Empezaba a amanecer cuando la figura acababa de leer el penúltimo de los sobres, pues la lectura, escritura e higiene, no eran ninguna virtudes de la siniestra presencia. Sus ojos se inyectaron en sangre, y desviaron aún más, al leer los dos nombres que figuraban en el último de los sobres, aquel que mostraba a la simpática gatita vestida con un gracioso pichi rosa, y angelicales alitas.
- Susvaisacagarmamones- musitó en voz baja
Recorrió con dedos temblorosos el desigual, analfabeto y, simple y llanamente, feo, trazo de las letras. Un sentimiento de odio, y una flatulencia recorrieron su ajado y añoso cuerpo de pies a cabeza. Su venganza estaba muy cerca, casi al alcance de la mano. Con un sorbido de nariz, depositó teatralmente ese último sobre, el único realmente importante, en la boca del buzón. Si su reloj de Puka no le engañaba, en menos de treinta minutos, a las seis y media de la mañana, el camión de correos pasaría a recoger el contenido de ese buzón, y los engranajes de su sofisticado plan, se pondrían en marcha. La figura empezó a reírse en la azulada luz del amanecer, después la risa derivó en tos de chucho agónico, proceso que acabó con la expulsión por la nariz de un huesecillo de aceituna de Camporeal, pues estas eran sus preferidas y no otras.
Extrajo un Ducados de su pitillera de falsa concha de carey, y lo encendió con una cerilla que prendió en la curtida piel del escote. Se llevó el aromático cigarrillo a sus escuálidos y cuarteados labios, y aspiró una profunda calada de tan fragante tabaco. Tosiendo como un podenco de buen tamaño, sacó su móvil con cristales de Swarovski incrustados, y buscó frenética el número con el que debía comunicarse entre los dos que había en su agenda. Gruñó con alborozo al encontrarle a la segunda. Esperó taconeando animadamente contra el suelo, mientras oía la canción de Pitingo que hacía las veces de señal de llamada.
- ¿Ñi?- contestó una voz que sonaba a bisagra sin engrasar.
- La bola está rodando- contestó dándoselas de misteriosa.
- ¿Lo cualo?- repuso la voz con evidente estupor, y algo de atocinamiento, por otra parte comprensibles por lo temprano de la hora.
- Que la bola ha empezado a rodar- repitió con algo menos de misterio.
- ¿Pero usted por quién pregunta?- inquirió la voz con una incipiente mala baba, también comprensible por lo temprano de la hora.
- Soy Gatito Asmático ¿No es usted Zarigüella Alopécica?- frunció tanto las cejas que unos cuantos pelos de las mismas se le metieron en las cuencas oculares.
- Oiga, señora, a faltar a su padre, que esto es una casa decente.
- ¿Pero seguro que no es usted Zarigüella?- nuestra insidiosa presencia empezó a dudar de sus propias capacidades para marcar.
- Que no señora
- ¿Míreselo bien a ver si va a ser...?- dijo sin ninguna coherencia quien se había identificado como Gatito Asmático.
- ¿Pero usted a que número llama?
La sombra entrecerró ambos ojos y sacó la lengua hasta la altura de la papada en gesto de concentración.
- Pues llamo al 6366965421536589775842...3 ¿es ahí?
- No, este es el 325851887421165412374...3
- Ay, como acaban igual, me he debido confundir, que cabeza la mía. Disculpe las molestias, caballero.
- Hala, rica, a cascarla
Volvió a marcar, esta vez con mucho más cuidado.
- La bola está rodando- lo dijo con un poco de miedo, fuese a ser que se hubiese equivocado otra vez.
- Perfecto. Sabía que podía contar contigo, Gatito.
- Tal y como acordamos, he echado todos los sobres. La fase uno está en marcha.
- Ya sabes lo que viene a continuación.
- Si, si..... claro...ahora viene lo de.. si, si, claro, eso.
- No tienes ni pajolera idea de lo que viene a continuación, ¿a que no?
- Pues no, ¿se ha notado mucho?
- Una miajilla- un gruñido le llegó desde el otro lado del teléfono- Lo que tienes que hacer ahora es prepararlo todo para la fase dos, lo tienes todo en la PDA que te envié junto al resto del material.
- ¿PDA?
- Si, PDA. ¿Sabes lo que es un PDA?
- Si- mintió con poca convicción.
Se escuchó un segundo gruñido, más prolongado y hastiado que el anterior.
- De todos modos también está apuntado en la agenda de Pokoyó que también te mandé. Limítate a hacer lo que te digo, del resto me ocupo yo.
- Bien, no te preocupes, que yo iniciativas, tengo pocas. Pero ya sabes lo que acordamos, a él no le hagas daño, y si se lo haces, que sea poquito, y ni en la cara, ni en las gónadas.
- Descuida, a mi solo me interesa ella. Ya lo hemos hablado, él es todo tuyo.
- Mientras tanto....podríamos quedar tú y yo solos en un sitio bonito y discutir los detalles con una buena cena...- se bajó innecesariamente la capa dejando al desnudo un hombro descamado y flácido.
- Ya hemos hablado de eso, no nos pueden ver juntos, es mejor que no nos relacionen.
- Venga, si lo estás deseando, ¿sabes que no llevo ropa interior?.
- Si, lo sé. No paras de repetírmelo cada vez que hablamos, eres aún más degenerada de lo que pareces.
La figura guarrona se sonrojó recatadamente, y observó distraídamente la bocanada de vaho en forma de dromedario que salió de su boca.
- No hace falta que me hagas la pelota, estoy contigo hasta el final. No pararé hasta que esto acabe, hasta que él sea mío de una vez por todas, y esa pelandrusca muerda el polvo.
- Cuento con ello.
Cortó la comunicación tras un sonoro beso al micrófono, que duró hasta mucho después de que su interlocutor hubiese colgado. Suspiró con satisfacción. Ahora solo tenía que desaparecer de la escena antes de que alguien llegase. Sabía que era probable que llegado el momento alguien se preguntase por el lugar de procedencia de esas cartas, por eso era mejor ser precavida. No era ninguna novata, ha tenido la cautela de aparcar el coche a ochenta y nueve kilómetros del área de servicio en la que se encuentra, así nadie podrá relacionarla con nada de lo que pase. Iba a echarse a reír, pero se lo pensó dos veces, con el último estallido de risa, la Tena Lady ya había dado de sí todo lo que podía.
Se quitó la capa de arpillera negra que la cubría, y se ajustó los colganderos pechos dentro del sujetador estampado de leopardo. Nadie podría relacionar a una joven y atractiva extranjera haciendo autostop en un área de servicio de la periferia, con las cartas ni con nada de lo que de ellas se derivase. Era un plan digno de una mente brillante como la suya. Se arremangó un poco más refajo, y se subió el hórrido top estampado para poder lucir corvejón y lorza respectivamente. Cumplidos estos preliminares se apostó en el arcén de la carretera a la espera de que el primer camionero que pasase se rindiese a sus evidentes encantos, y la llevase a zona segura. No fue hasta tres horas y media, y cincuenta camiones acelerando como descosidos al llegar a su altura, que se resignó a que así no iba a llegar a ninguna parte. Evidentemente se había colocado en una zona poco visible, no cabía otra explicación. Se quitó los zapatos de charol de plataforma, y echó a andar hacia su coche, no iba a dejar que ese pequeño despiste empañase su inminente triunfo. Con Tena Lady o sin él, no pudo contener las carcajadas histéricas, que con cierto eco de gallina clueca, salieron de su garganta durante los casi noventa kilómetros que la separaban del coche. Ni siquiera dejó de reír cuando descubrió que había estacionado en zona verde, y tenía el parabrisas lleno de multas por importe cincuenta euros cada una. ¿Qué son unas simples decenas de multas cuando lo que más ansía en esta vida está casi al alcance de su mano? Rió hasta que dieciséis horas después de salir de su casa, cayó rendida en su colchón totalmente afónica, y con un Sugus pegado en los pies.
01 Usos, costumbres y correspondencia
- .....y digo yo que si los androides sueñan con ovejas mecánicas, las ovejas mecánicas soñarán que saltarán vallas hechas de fibra óptica... y como la fibra óptica transmite ondas dieléctricas, que es la onda básica en el cerebro de una oveja mecánica, la misma materia de la oveja será la materia de los sueños, y eso quiere decir que lo sueños son de lana cibernética, ¿no te parece, pichurri?- Mario Arteta más que hablar con Rocío Oleguer, monologaba en voz alta, pues la pobre desdichada había caído en una especie de coma hacía varias horas.
Viendo que Corso y Leo se fueron a vivir juntos, la madre de Mario le obligó a mudarse a casa de Rocío, de nada valieron las protestas ni del uno, ni de la otra. Al final acabaron acostumbrándose el uno a la presencia del otro, y si se les olvidaba que se amaban con locura desde el primer día en que se vieron, la susodicha mamá se presentaba para recordárselo.
- ¿Mari Roci?
Rocío le miraba con los ojos abiertos como platos de postre sin oír una sola palabra de lo que decía. Tras un silencio de dieciséis minutos empezó a intuir que se esperaba respuesta de su parte, así que improvisó.
- Si, Mario, el domingo puedes ir a montar en ponny otra vez.
- No me estás haciendo caso, churri. ¿Ya no te interesan mis anodinas e interminables teorías sobre sesudas películas de ciencia ficción de hace treinta años?
Mario empezó a hacer pucheritos y se abrazó a un cojín de ganchillo.
- Claro que me interesan, corderito mío, es solo que a veces tu labia me embelesa demasiado, y me disperso, solo eso.
- Si, a Leo también le pasaba, ella cerraba los ojos y hacía un ruidito así como de roncar cuando se embelesaba- comentó Mario con sonrisa ensoñadora.
- Si, yo estaba a punto.
- ¿Entonces quieres que te hable de mi nueva teoría sobre por qué las orejas del señor Spok eran picudas, ortiguilla mía?
Los ojos de Rocío se abrieron de par en par de puro espanto.
- Déjalo, cielito, otro día, que ya es tarde y prefiero estar bien despejada para disfrutarla bien.
- Vale, salmonetillo mío, entonces ¿prefieres que echemos una partida al julepe?
- Es que ya me he puesto el pijama.... además ya la echamos ayer, y antes de ayer, y el día anterior.... ¿qué te parece si para variar tenemos un poco de sexo?
- ¿Sexo...? ¿Ahora? pues verás, tocinito de cielo, no es que me parezca mala idea, pero me parece un poco pronto todavía...
- Pero si llevamos un año de novios, y otros dos de compañeros!
- Es que quiero esperar hasta el matrimonio, yo creo que así será mucho más bonito.
- Pues con las otras bien que lo hacías, que lo sé yo, y no quiero señalar a nadie....
- Ay, empanadillita mía, es que no quiero precipitarme, quiero que todo sea perfecto. Además a mi eso de sudar... pues no me va, ya sabes que yo soy muy estricto con mi higiene personal. No quiero sexo precipitado, sudoroso, ardiente y placentero....No.
Rocío se abrazó con fuerza a un cojín y procuró que los dientes no rayasen el parqué del suelo.
- Es mejor esperar al matrimonio, y después de eso ya podremos practicar sin miedo poco imaginativos, y cortos misioneros con la luz apagada, y nada de moverte o levantar las piernas, ¿eh? Tú bien quietecita, como debe ser. No sabes cuánto lo anhelo. Qué felices seremos
Rocío le miró con un visible temblor en el párpado derecho, y un lagrimón corriendo por su mejilla.
- Ay, si te has emocionado y todo- la beso de manera altamente casta en la frente- ¿No te enfadas por esperar unos lustros, verdad?
- No, no me enfado- contestó Rocío estrujando un atún antiestrés con una mano, y levantando una mancuerna de quince quilos con la otra.
- Si lo que quieres es que hagamos cosas juntos, mejor vamos a mirar el correo, que también une mucho.
Mario cogió el taco de sobres y empezó a hojearlos separando el pelo de la paja, osease, facturas y publicidad, cuando un sobre que no correspondía a ninguno de los dos montones llegó a su mano, abrió los ojos de par en par.
- Anda! nos ha llegado una carta a nombre de los dos- le mostró un sobre rosita palo con una linda gatita Kitty troquelada, en la parte trasera.
Se miraron el uno al otro con curiosidad.
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En el depósito de cadáveres la calma solo era aparente, en una de los múltiples salas de autopsias bullía de actividad. La avezada forense Demetria Escalilla llevaba a cabo un complejo procedimiento bajo la atenta mirada de Juan Molina.
- El examen visual no revela signo alguno de violencia, únicamente mil trescientas puñaladas repartidas por extremidades, cabeza, abdomen, tórax y rabadilla. Sin un examen más detallado, esta agente pronuncia el forúnculo hallado en la axila posterior derecha, como la causa de la muerte.
- ¿Pero está usted segura de lo que está diciendo?- el tono de Molina tenía ese tono de hastío y cabreo puro y duro que se le ponía siempre que estaba junto a la doctora.
Otra que le había quitado un puesto, con la salida de Requena había contado con ser él el Comisario, pero en lugar de eso, nombraron a esta pazgüata que ni siquiera era policía.
- ¿Acaso duda de mis capacidades?- respondió airada la doctora dando un traspiés con un miembro cercenado que estaba tirado en el suelo.
- Pues si, para qué decir otra cosa...
- Le recuerdo que la forense soy yo, no usted, y si yo digo que le mató un golodrino en el sobaco, es que fue lo que le mató.
- Usted será todo lo comisar...
La perorata de Molina quedó interrumpida cuando las puertas dobles se abrieron y entró uno de los ayudantes de la doctora con un sobre en la mano.
- Subinspector Molina- esa era otra, le habían degradado a subinspector- Acaba de llegar una cartas para usted, la dejo aquí junto a este alijo de goma dos de inofensivo aspecto.
- Muchas gracias, chaval.
Cuando el ayudante hubo desaparecido de nuevo, Molina se acercó a las cartas, apartó de un zarpazo la susodicha goma dos y cogió el grueso sobre de papel de arroz, y simpático motivo nipón estampado. Sonrió con superioridad al ver que Escalilla intentaba mirar por encima de su hombre qué era esa misteriosa misiva. Ahogó un gruñido de frustración cuando dos minutos después el ayudante regresó para darle a Escalilla un sobre igualito al suyo, pero con una gatita aún más encantadora.
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Canturreando una alegre canción, Pablo Corso entró en el portal y abrió el buzón. Las cartas saltaron a su mano como si tuviesen vida propia, después de robar todas las muestras de champú y suavizante a los vecinos, tomó el ascensor y pulsó el botón que llevaba al ático. Continuó canturreando mientras ascendía esos diecisiete pisos que le separaban de su hogar, dulce hogar. Se sentía feliz, exultante, hubiese dicho si hubiese conocido la palabra. El último año había sido el mejor de su vida. En ese deshojar el calendario de los Teletubbies había descubierto una nueva vida llena de delicadeza, suavidad, calidez y caricias, y no solo por el nuevo suavizante que robaba a los vecinos y que dejaba las sábanas que daba gloria verlas, no, el suavizante no era la causa de tanta mariposa en su estómago. La causa era ella, Leo, su niña. Como cada vez que pensaba en Leo, suspiró con expresión atolondrada, y se estiró de la camiseta hacia abajo para cubrir el incipiente bulto de la entrepierna. Se palpó otro bulto un poco más arriba, y salió del ascensor con un salto que rivalizó en gracia con el que una avutarda borracha hubiese dado. Al abrir la puerta de su casa le recibió un agradable calor que contrastaba con el relente que hacia fuera, y un delicioso aroma a asado. Colgó su abrigo en el perchero, se quitó sus manoplas de Winnie de Poo, y entró en el salón.
- ¿Leo, preciosa? ¿estás en casa?
- En la cocina
Se apresuró hasta la cocina donde la encontró apoyada en la encimera mirando con expresión pensativa una batidora requemada y partida en dos. Al verle levantó la mirada de la zona cero y le sonrió, él se bajó un poco más la camiseta y se acercó a besarla. Al hacerlo, el gustoso olor a asado, cochinillo, se intensificó, su estómago rugió y empezó a segregar alegremente jugos gástricos.
- Estaba intentando batir un coco para hacer un sorbete de postre, y la batidora ha cascado...- sus enormes ojos se iluminaron- Ay, a lo mejor tenía que haberlo partido primero en trocitos...
Él se encogió de hombros, de cocina sabía entre poco y nada, solo sabía que su Leo, desde que hizo ese curso de cocina durante su convalecencia, le hacía unas comiditas y cenas estupendas, tanto que después de estas fiestas navideñas, no descartaba hacer la dieta Special Q para volver a recuperar su tipín de galán de cine.
- No te esperaba en casa tan temprano ¿Qué tal ha ido la reunión?- preguntó él sentándose en la mesa de la cocina.
- Pues ha sido rápida, hoy Ramoncín daba un concierto en las Ventas, y los de los sindicatos no se lo querían perder, creo que también iban los de la SGAE- dio un manotazo a la batidora mandándola a tomar viento- Por lo demás, como siempre, un coñazo, no se ha dicho casi nada interesante.
- ¿Os han dado algún toque por lo de los gastos? Estabas preocupadilla por eso.
- Si. Si ya me lo sabía yo... han empezado con la cantinela de siempre, eso de que gastamos mucho en papel higiénico perfumado, y gominolas de ositos. Están diciendo de hacer recortes en los suministros- anunció ella con el ceño ligeramente fruncido.
- No serán capaces
Leo se sentó sobre su regazo, y le acarició tranquilizadoramente la nuca, él la correspondió besándola el cuello.
- No, no te preocupes, no creo que los sindicatos lo permitan. El papel y los ositos estaban recogidos en el convenio colectivo del año pasado, no pueden saltárselo a la torera. Además casi ninguno de los demás Inspectores Jefes ha mostrado interés en la propuesta.
Mientras Leo se recuperaba de la pupita que se hizo con el asunto de la maldición, estuvo muy ocupada. Cuando no sacaba adelante más innovadores productos, o hacía algún curso de la más diversa índole, Leo se dedicaba a preparar con tesón las oposiciones para inspector. Como resultado de esa dedicación, había sacado más y más líneas de productos, ahora Leotex, el emporio por ella fundado, había desbancado en prestigio y volumen de ventas al cada vez más de capa caída Inditex. Además aprobó las oposiciones a inspectora, y dos horas y tres cuartos después, las de inspectora jefa. Anda que no fardaba él siendo el novio de una inspectora jefa, que además era la segunda fortuna más importante de Europa. En realidad, con todos los ingresos que Leotex proporcionaba, no necesitaría trabajar, pero como para Leo la policía, más que un trabajo era una vocación, y además en España eso de zurrar a la gente y empuñar armas a la ligera no está bien visto si no se tiene placa, pues decidió seguir al pie del cañón.
- Eso espero, con lo bien que huele ese papel de pomelo, además es un rato suave, con lo delicada que tengo yo la piel....
- Tú tranquilo, que harán como siempre, solo lo han dicho para tener algo con lo que negociar. Al final nos lo respetarán, y nos zurcirán los chalecos antibalas viejos con lana.
- Como ha sido toda la vida, vamos.
Desde hace un rato el olor a cochinillo se ha intensificado.
- Oye que bien huele, ¿estás haciendo asado para cenar?
- Uy, que va- Leo hizo un gracioso gesto con la mano que le valió un cebollazo contra el pico de la mesa- Es que después de la reunión, algunos hemos ido a merendar tortitas al bar ese de moteros de la esquina, ese dónde las hacen tan ricas.
- Ah si, ya sé cual- el cocinero, un Ángel del Infierno, prepara las mejores tortitas y tartas del mundo.
- Pues me he echado un manchurrón de chocolate en los galones del uniforme, y como no me gusta nada como me dejan la chaqueta en el tinte, pues he lavado la mancha a mano con un poco de Omino Bianco, y la he puesto a secar en el horno...- le mira con carita de inocencia- y ya de paso, pues he metido la camiseta que llevo puesta, que estaba muy fría- en este punto se olfateó con afán canino.
- ¿Y el olor?
- Pues eso va a ser que no limpié el horno demasiado bien después del cochinillo asado del día de Reyes...
Le miró haciendo un encantador pucherito con los labios.
- Ay, Leo, no se para qué queremos la secadora.
- Pues para escalfar huevos a baja temperatura, salen perfectos.
No tuvo por menos que asentir.
- En eso tienes razón.
- Claro que la tengo- le besó en la nariz y se levantó de sus piernas- Voy a sacar tus calzoncillos del horno, que he aprovechado y los he metido también.
Mientras Leo, con ayuda de unas pinzas de acero inoxidable, sacaba sus interioridades del horno, él empezó a revisar el correo. Eran en su mayoría facturas, una postal de Pamela que estaba en las Maldivas de viaje de novios, publicidad de restaurantes de comida a domicilio y las habituales amenazas de muerte. Iba a leer la postal de Pamela, cuando un sobre color azul celeste con una simpática gatita vestida de rosa, llamó poderosamente su atención. En la parte trasera, entre tachones y manchurrones de grasa, figuraban sus nombres. Pablo Corso y Leonor Marín.
- Mira esto, Leo.
- ¿Qué es?- preguntó ella sentándose en su regazo y envolviéndole en aromas que le trajeron memorias de Sepúlveda.
- Ni idea, pero mira esta monada- dijo admirando a la graciosa gatita.
- Ayy, pero si es de Hello Kitty!!!- exclamó ella con entusiasmo dándole un achuchón- Y justo el sobre que te faltaba en tu colección!!
Abrió el sobre con ayuda de un cuchillo para no dañarlo, más tarde lo pondría en su carpetita junto al resto, y extrajo un folio malamente doblado y con peor olor. Empezó a leer en voz alta.
"Pablo y Leonor,
Desde GTV tenemos el honor de comunicaros de que por vuestras indiscutibles cualidades profesionales, e indudable atractivo físico, habéis sido seleccionados entre cientos de policías de todo el país, para disfrutar de un fin de semana a todo lujo en una mansión en la costa, cortesía de la cadena, y durante el que tendréis la oportunidad de demostrar vuestra valía resolviendo un "asesinato" a la vieja usanza.
Habéis leído bien, un "asesinato" ambientado en los locos años cincuenta, y que os dará, cómo participantes, la oportunidad de ganar tres mil euros, mientras os divertís resolviéndolo..."
- Un asesinato.....Leo, ¿Tú crees que van a matar a alguien de verdad?
- No creo, estará todo preparado.
- Pues vaya....- dijo Corso sin poder ocultar su decepción
- Sigue leyendo, anda.
"... sin ayuda de la tecnología, solo mediante las pistas que la organización dejará para vosotros, y a través de los trepidantes interrogatorios a todos los sospechosos. La dificultad del reto estará no solo en resolver el crimen antes que nadie, sino en distinguir entre los diez invitados a la casa cuales son actores y cuales no. Un divertimento digno de los mejores Roman Policier del mundo.
Y si no hay suerte resolviendo el "crimen", la diversión está garantizada con las múltiples actividades acuáticas y de secano que la isla ofrece, lanchas, golf, tenis, cricket.... Si decidís acudir, cosa en la que confiamos, en las próximas horas se os harán llegar las instrucciones exactas para llegar a Mierdalhojo del Segura, el pueblo costero desde el que todos los participantes saldrán en ferry hacia la isla en la que la mansión se encuentra. Mucha suerte, y feliz caza del asesino!
Frances Gracias, propietaria de GTV 9173377658"
- ¿A ti te suena de algo esa cadena? ¿GTV?- preguntó levantando la vista del escrito- De nada, debe ser una de esas nuevas de TDT que no ve nadie.
Intentó no sentirse ofendido por el comentario, él adoraba el TDT, a todas horas había programas de Teletienda. Se fijó en que Leo tenía esa expresión que siempre se le ponía cuando estaba pensando mucho sobre algo: la cabeza inclinada, el entrecejo fruncido y la nariz arrugada. A él le parecía que se ponía aún más guapa.
- ¿Tú tampoco te fías de esto?- dijo él mirándola detenidamente.
- Ni un pelo, nadie da duro a pesetas, o céntimos a diez céntimos, o como se diga actualizado al euro
- ¿Pero vamos a ir, no? Me encantan las fiestas, aunque sean una potencial trampa mortal....
Leo asintió con vigor y, por el sonido, se cascó una vértebra o dos en el proceso.
- Pues claro que vamos a ir- repuso ella convencida.
- Que bien, así podré estrenar ese conjuntito tan mono que me has regalado por Reyes y que tanto resalta el color de mis ojos.... habrá que llevarse la plancha porque se arruga un rato....
- Eso si- continuó Leo ignorándole- Vamos a investigar primero a esa cadena, la isla, y a esa tal Frances Gracias.
- Bien pensado, además iremos armados por si resulta ser una trampa o algo así. Ya sabes que me encanta ir armado, y además resalta mi, ya de por sí, enorme sex appeal.
- ¿Quiénes crees que serán los demás invitados?- preguntó ella con los ojos brillantes por la curiosidad- Ni siquiera dice cuántos son, o cuántos actores. Ay, puede que vaya algún actor famoso!
- Seguro, esos no se pierden una cena gratis.
- Ay, que emoción, tenemos que llevarnos la cámara de fotos y el librito de los autógrafos, que solo tenemos los de Nati Mistral y la presentadora esa del programa de la madrugada de la dos.
- Bah, por mi puede ir quien quiera, que la única invitada que me importa es la chica más preciosa del mundo.
- ¿Kseniya Sukhinova? - Leo le miró de reojo con cara de pocos amigos..
- ¿Y esa quién es?
- La mujer más preciosa del mundo, Miss Universo.
- No, tonta, la mujer más preciosa del mundo eres tú- contestó él acariciándola la cara.
- ¿Ah, si?- el conato de enfadó quedó sustituido por una preciosa sonrisa. Él asintió mirándola fijamente.
Mientras, una vez ya en el dormitorio, besaba la, delicadamente perfumada con efluvios de delicioso y crujiente lechón asados, piel de su amada, que lejanas parecían las trampas de destino o los posibles actorzuelos de cuarta fila que pudiesen ir a esa potencialmente peligrosa fiesta. En esos ardorosos momentos de incombustible y acrobática pasión, solo existían ellos dos, nada podía interferir en su mundo, ni siquiera los gritos y los escobazos que el vecino de abajo propinaba en el techo. Y así ente gritos de "solo pido una bendita noche de paz, por caridad cristiana, solo una", hicieron el amor como si no fuese a haber mañana.
02 Investigaciones, videos, y debates televisivos
Mientras Leo concluía la lectura en alto de su invitación, todos miraban en silencio las ocho invitaciones dispuestas sobre la mesa de Molina.
- Así que todos hemos recibido la misma invitación...- a la doctora Escalilla le seguía encantando constatar lo obvio- Pues vaya, con lo poco que me gusta a mi alternar con subordinados...
Molina la miró con rencor, aún no había superado ser dejado atrás una vez más en la carrera por el ascenso.
- Y yo que me creía especial- lloriqueó Mario al ver el despliegue de sobres con gatitas.
- En la mía no decía nada de mis innegables cualidades- se quejó Rocío
- Ni en la mía nada de mi atractivo físico- Molina se unió a las protestas.
- A mi solo decía que fuese, y además de bastantes malos modos- se lamentó Escalilla.
- Pues en la mía decía que me habían invitado por ser más mono que un gatito mono- dijo Mario en un canturreo infantil.
Corso les miró a todos con impaciencia.
- Hay que llevar todo esto a científica a ver si sacan huellas o ADN- dijo intentando cortar las sandeces.
- Tienes razón, Corso, lo malo es que el fin de semana de la invitación, empieza mañana mismo, y con lo vagos que son los del laboratorio....los resultados no van a llegar a tiempo- repuso Molina con pesar.
- Doctora Escalilla, ¿su ojo experto de forense saca alguna conclusión de estas invitaciones?- inquirió Leo- Ya sé que no es su campo, pero tal vez si las echa un vistazo...
La doctora se tomó unos minutos, en torno a veinte, antes de dignarse a contestar. Tenía la irritante costumbre de hacerse la interesante con triquiñuelas de esa catadura.
- Puedo intentarlo- dijo finalmente colocándose sus gafas de culo de vaso.
Examinó las invitaciones poniéndose y quitándose las gafas largo rato antes de pronunciarse.
- Lo que vienen a ser las invitaciones en sí, están sacadas con una impresora común y no nos van a decir gran cosa, en cambio, los sobres están manuscritos, y afortunadamente para todos, yo hice un curso de caligrafía a distancia con CCC.
- ¿Qué puede decirnos?- preguntó Corso sentándose en el borde de la mesa de Leo.
- Así, a primera vista, que ha sido escrito por un ciudadano oriental de unos sesenta años con problemas de dentición, alitosis crónica, y una educación por encima de la media, yo diría que un ingeniero aeronáutico, o titulación equivalente en su país de origen.
- Eso se lo acaba de inventar- acusó Leo sin miramientos
Corso miró la escritura, digna del párvulo más atolondrado de la clase, y no tuvo por menos que estar de acuerdo con ella.
- ¿Ah si? ¿Puede asegurarlo?
- Seamos serios, por Dios- Leo señaló impaciente la letra de los sobres.
Las dos mujeres mantuvieron un silencioso duelo de miradas que se acabó cuando la doctora Escalilla sacó unas agujas de punto de la bata blanca que no se quitaba bajo ningún concepto, y empezó a tejer en silencio. En el complejo idioma de la forense, esa era su manera de darse por vencida.
- En Internet he encontrado algo que os a interesar- les dijo Mario desde su mesa- Venid todos.
- ¿Han subido a ese página más videos de Leo?- preguntó Molina frotándose las manos.
Corso empezó a gruñir cual fiera corrupia y se lanzó a abraza a Leo en actitud protectora. Hacía varios meses, había aparecido en Internet una página de pago llamada yotambienquierotirarmealeo.net en la que se la podía ver en diversos grados de despelotamiento, y realizando actividades íntimas tales como ducharse, cambiarse de ropa, hacer guarrerías con él en la cama, o, simplemente, repelarse los pelillos de la nariz. La cosa era extremadamente molesta e inquietante, pues los vídeos estaban grabados algunos en las duchas de la comisaría, otros en su propia casa, otros tantos en los vestuarios de la piscina, y por mucho que quitasen cámaras, estas siempre volvían a aparecer días más tarde, y estas cada vez eran de mayor resolución, y con un zoom aún más potente que las anteriores, dejando cada vez menos a la imaginación, si es que aún quedaba algo. Habían intentado cerrar judicialmente la página, pero estaba alojada en uno de esos países del norte de Europa famosos por su alto grado de libertinaje, y, hasta el momento, les había resultado del todo imposible cerrar la página o descubrir al propietario de la misma. Lo peor del asunto era el altísimo número de subscriptores, que rondaba ya los tres millones, y entre los que él se contaba, pues le parecía buena idea el verse desde fuera en las grabaciones más subidas de tono para corregir errores, y mejorar rendimiento.
- No, desde el de la semana pasada no ha vuelto a subir nada- contestó Mario desanimado.
Se oyeron varios gruñidos de decepción cuya procedencia Corso no supo señalar, incluso alguno le sonó femenino. En un arranque puritano, nada propio de ella, Leo se abotonó la cazadora hasta las cejas, pero como no veía nada, tuvo que volver a desabotonarla.
- He buscado información sobre la cadena de televisión que figura en la invitación, la GTV.
- ¿Has encontrado algo?- Rocío se acercó a él para fisgar.
- Si, es una emisora de TDT que se creó hace cosa de dos años, desde hace seis meses la accionista mayoritaria es una tal Frances Gracias.
- Esa era la persona que firma la carta- apuntó Rocío.
- Exactamente- Mario asintió vigorosamente- La cadena empezó relativamente bien, emitía una serie llamada "Atrás, cuenta!" que tenía bastante aceptación, y una base de fans muy fieles.
- Ay, si!! Yo la veía- exclamó Leo extasiada- Iba de unos policías de una unidad especial que resolvían casos muy complicados, siempre a contrarreloj. Estaba muy bien, ay, me encantaba la pareja que hacían los dos protas, Sonia y Ulpiano. Yo era Soprano a muerte... no se porqué la cancelaron, me llevé un disgusto...
- Ya sabe que las cadenas de televisión, toman a veces decisiones muy raras- Escalilla trató de animar a Leo, y ya de paso hacer las paces por el encontronazo de antes.
- Yo también veía la serie, y si, estaba bien, pero a mi me gustaba más la pareja que hacían la chica con el poli bueno- comentó Mario.
- El sosaina querrás decir- puntualizó Corso.
- No era soso, era sensato- refunfuñó Mario
- Pues a mi me gustaba la pareja del sosainas con la peliteñida pelirroja....- Escalilla se animó a opinar- Aunque, para mi gusto, faltaba alguna forense madurita de buen ver.
Contoneó torpemente las caderas al hablar mientras todos se esforzaban por no mirarla.
- Volviendo al tema...-Mario sacudió la cabeza- La primera decisión como propietaria de la cadena de Frances Gracia, fue cancelar la serie. Después de la cancelación, y de la renovación de otra serie de ínfima calidad, "Cuestiónate tu sexo", una historia de un monaguillo que quería ser vedette, la cuota de audiencia de la cadena bajó del 9%, que está muy bien para una cadena nueva, al 0.02%, que es simplemente penoso.
- Vaya, casi tienen menos audiencia que la dos- comentó Molina con asombro.
- Pues a mi me gusta la dos... el otro día echaron un reportaje precioso de un cervatillo sordo, ciego y sin patas que acababa siendo devorado por un oso hormiguero albino- dijo Escalilla sin que nadie la hubiese preguntado, y sin que a nadie le importase lo más mínimo- Un drama
El grupo la observó sonarse los mocos con la manga de bata recordando el fatal desenlace del desdichado cérvido.
- ¿Qué se sabe de la tal Gracia?- Molina se apresuró a cortar más recuerdos
- Pues no está fichada, tampoco nadie ha presentado nunca denuncia alguna contra ella.
- Jo, que tipa tan aburrida, si hasta yo tengo varias demandas por abuso de autoridad- comentó Rocío pintándose las uñas de los pies.
- .... lo único que he podido encontrar es una pequeña biografía en su Facebook. A ver.... que os la leo..
- Tú no, que pones voz de repipi al leer- Rocío apartó a Mario de un codazo de la pantalla del ordenador y empezó a leer en voz de marisabidilla.
"La primera vez que se subió a un escenario fue en el salón de actos del colegio de monjas en el que estudiaba, en la función de Navidad. ¿Y sabéis cual fue su primer papel? No hizo de virgen María ni de pastorcillo… las monjas la vieron más bien como cactus ornamental. Ahí fue donde descubrió su faceta como actriz y a partir de entonces empezó a crear sus propios personajes delante de las cámaras de video que compraba en el Corte Inglés, en Expoelectrónica, y luego devolvía tras los quince días de prueba. Doce años más tarde, durante los cuales fue coronada Miss Chinchón, empezó a trabajar en uno de los mejores programas de la historia de la televisión nacional, “El Salmón Ahumado” , donde cada día hacía millones de entrevistas a políticos, actores, cantantes del panorama internacional, scketches, parodias de videoclips… Un programa que duró tres días en emisión y que aprovechó al máximo para prepararse como actriz y hacer su primera aparición..."
- Vaya biografía más pedorra - murmuró Leo bostezando- El caso es que salvo algunos datos... pues me resulta vagamente familiar, no sé...
Rocío asintió con los ojos entrecerrados como si a ella también le resultase familiar.
- Esto sigue diciendo sandeces similares, lo último que dice de ella es que en febrero del 2008, este mismo año, tras unas pésimas críticas a raíz de su última película, un folletín erótico ambientado en el Teruel mudéjar, dejó el mundo del artisteo, y se centró en los negocios, tras la compra del grueso de las acciones de GTV. Además compagina su faceta de mujer de negocios con la de batería de un grupo de post-rock con influencias de nurave, shoegaze, chamber pop, viking metal y tintes naïf, llamado "Lagartas Bicéfalas"- arrugó la nariz y se rascó la coronilla con aire de confusión- También parece ser fan de la coca cola y de lo sobaos pasiegos.
- Esos dos últimos datos, podrían ser útiles para esclarecer todo este asunto- Escalilla habló sin sensatez alguna.
- Pues como actriz no sé... pero como empresaria no tiene precio, en seis meses ha hundido a la cadena- comentó Corso.
- Osea, que la tal Gracias es una persona real, y la cadena existe.... puede que de verdad nos hayan seleccionado, después de todo nuestra unidad sigue siendo la más resolutiva- Mario se encogió de hombros.
- Puede ser- Molina estuvo de acuerdo con él.
- Hasta lo del fin de semana es real.
Todos se acercaron a tropel hasta el sito de Mario para ver la web, bajo el encabezado "Clue: un fin de semana con asesinato", se explicaban las bases del concurso, y estas eran exactamente tal y como las explicaban las invitaciones. Además había videos de fines de semana como el que se les proponía, que se habían celebrado en Helsinki, San Diego y Torrevieja.
- Yo no me fío, paso de ir- Rocío se cruzó de brazos bajo el pecho e infló los mofletes.
- Tú vas a ir, todos vamos a ir, y esto es una orden- exclamó la doctora Escalilla dando una colleja brutal a un pobre desgraciado que pasaba por ahí- Para una vez que me invitan a un acto social, ya lo creo que vamos a ir. Además intuyo que este fin de semana va a traer cola.
- Es que usted es muy intuitiva, comisaria- le dijo Molina con una sorna que la pelirroja no captó.
- Iremos con mucho cuidado, estaremos en constante comunicación con unos agentes aquí en la unidad, y llevaremos unas elegantísimas pistolas de reducido tamaño, poderoso calibre, y cachas de madera nácar, sutilmente disimuladas en el escote. Así que vosotras dos, cuidadito con lo que os ponéis, que os conozco- Escalilla amenazó a Rocío y a Leo con el dedo.
Una de las dos murmuró "mojigata", como la doctora no pudo determina cual de las dos fue, las tiró sendos zapatos a la cabeza. Leo pudo esquivar el suyo con dignidad presidencial, no así Rocío, que acabó comiendo suela.
- Yo creo que sería buena idea pasar esta información a las hermanas de Santa Cecilia de los Billares, han formado una unidad de elite de monjas investigadoras que nos podría ser muy útil- comentó Leo mirando con desdén el horripilante zapato que acababa de esquivar.
- Muy bien pensado, Leo, ahora mismo me pongo en contacto con ellas- exclamó Corso.
- Bueno, pues ya que hemos quitado de en medio todo esto, vamos a por lo verdaderamente importante....- empezó Rocío levantándose del suelo y sacándose el certero tacón del ojo- ¿Qué os vais a poner?
Mientras se formaba un tremendo guirigay en el cada cual decía lo que pensaba llevar para tamaña ocasión, Corso tuvo la inconfundible sensación de que se avecinaban problemas muy serios, aunque también podía ser que el pote gallego del desayuno empezaba a hacer sus efectos.
03 Leyendas, rojeces y gaviotas
Corso echó el freno de mano del Ranger, mientras miraba distraído como la C15, propiedad de Escalilla, y en la que viajaba con Molina, se llevaba por delante un kiosco de helados marca Abadesa. Apartó la mirada mientras la airada propietaria del chiringuito corría a escobazos a la sufrida forense. Colocó las manos en el volante y empezó a tamborilear nervioso. Miró a su derecha, donde la dulce figura de Leo roncaba a pierna suelta con un hilillo de baba descolgándose por su barbilla. Como si intuyese su mirada, su amada se despertó con un encantador gruñido de cochinillo degollado.
- ¿Ya hemos llegado?- preguntó ella estirando el cuello para darle un beso.
- Si, esto es Mierdalhojo del Segura
- Por el nombre lo imaginaba bastante más sucio... Anda, mira, si tienen un Opencor y todo- murmuró ella escrutando sus alrededores.
Poco le importaba a él en ese momento el Opencor, desde que salieron de Madrid sentía una desazón que no le en paz, y no toda se debía al sospechoso sándwich de ensalada de huevo y cangrejo que se comió en aquella gasolinera.
- ¿Qué te pasa, Pablo? A ti te encantan los Opencores, y a este ni lo has mirado, y eso que tiene charcutería al corte...
- Escúchame, Leo, tengo un mal presentimiento, uno muy malo. Creo que lo mejor es que tú y yo nos vayamos por donde hemos venido, y nos olvidemos de todo este asunto.
- Estás pensando que esto es cosa de ella, ¿verdad?
Él asintió despacio. No había podido dormir en toda la noche, dándole vueltas a todo el asunto de la fiesta. Gallardo era una sombra que llevaba acechándoles en silencio justo desde que, hace ya más de un año, desapareció de esa fábrica de embutidos en Pezonzuelo de la Mula. Durante los dos meses que Leo estuvo en el hospital del pueblo las labores de búsqueda de tan vil ser, solo se detuvieron para llevar a cabo las cinco comidas que todos los expertos en nutrición recomiendan, y todas y cada una de las batidas fue en vano. Ni rastro de Gallado, era como si la tierra se la hubiese tragado, solo que los dos sentían que no había sido así. Después de esos dos meses la policía se dio por vencida, dijeron que probablemente había dejado el país disfrazada de mimo. Ellos no se rindieron, con ayuda de las hermanas de Santa Cecilia de los Billares, y de Pamela, siguieron intentando localizarla por todos los medios posibles, con ningún resultado hasta ahora.
- Leo yo no voy permitir que te pase nada. Esto ha estado a punto de costarnos muy caro, la última vez... joder, tú mejor que nadie sabes lo que estuvo a punto de pasarte- ella asintió con gravedad- No puedo permitir que corras ningún riesgo innecesario.
- No me va a pasar nada, Pablo, te lo prometo. Además por aquí no se ven toros....- comentó ella visiblemente aliviada- Esta vez no nos va a pillar desprevenidos, y sabes tan bien como yo, que si es ella la que está detrás de todo esto, la única manera de cogerla, es haciéndola creer que no sospechamos nada. No hay otra.
- Si ya lo sé...pero eso no hace que esto me guste un pelo. Prométeme que vas a tener mucho cuidado.
- Te lo prometo.
La atrajo hacia él y empezó a besarla con corsaria pasión. Unos golpecitos en el cristal de su lado fue lo que hizo que sacase la lengua de la campanilla, y la mano de la ropa interior de Leo. Bajó la ventanilla abrochándose la bragueta, y aclarándose la garganta.
- No es por molestar, ni porque me den ninguna envidia estos arranques de desatada pasión, pero es que llevamos hora y media esperando...- dijo Rocío no sin cierto apuro.
Salieron del coche con sendos portazos de mal humor, se cagaron en las muelas de todos los presentes, y echaron a andar por el paseo marítimo del pueblo, trolley en mano, en busca de la cafetería en la que debían recogerles.
- ... y a ver cuando tú me metes mano así, coño- iba increpando Rocío por lo bajini a un indolente Mario.
Los lugareños les miraban con curiosidad, no debían estar acostumbrados a forasteros. Corso se dio cuenta de que el cielo estaba plagado de gaviotas que chillaban como posesas.
- Larus marinus- murmuró la doctora Escalilla levantando la vista al cielo- ¿Saben que una gaviota común tarda cuatro años en conseguir su plumaje adulto, y que se alimenta de pequeños crustáceos y, ocasionalmente, de sándwiches mixtos?
- Fascinante, doctora- Molina se llevó dos dedos a la boca como si fuese a vomitar.
- Si, realmente lo es. Verán, antes de hacerme forense, y durante dos semanas, fui bióloga, mi campo eran los pepinillos en vinagre y las aves marinas. Se puede aprender mucho de la simple observación de estos animalillos. ¿Ven ese soberbio ejemplar de ahí?
Señaló una gaviota que, sobre un poste de teléfono, se picoteaba distraídamente la axila.
- Es un Larus Maculipennis, un raro ejemp...- la perorata de la forense acabó tan pronto la deposición del animalito cayó en su ojo derecho.
Corso pensó que el nombre del pueblo no era tan absurdo como él había pensado en un principio. Todos ignoraron cortesmente las peticiones de la doctora de un pañuelo para limpiarse.
- Voy a preguntarles a esas ancianas de allí si vamos bien para la cafetería- anunció Rocío con aire de resabiada señalando a dos carcamales de negro que cosían unas redes un poco más allá de donde ellos estaban - Disculpen señoras- dijo acercándose a ellas con aire resuelto.
Las dos cacatúas levantaron la mirada de sus labores, y la escrutaron largo y tendido.
- Anda, coñe, ¿esta no es la pequeña de la Rufa?- le consultó la menos apergaminada a la otra- ¿La que se preñó del Desiderio?
- Pero, ¿qué sandeces dices? No ves que esto es un transexual de esos modernos de la ciudad, con este gobierno que tenemos....
La mujer escupió y lanzó una mirada enconada a Rocío.
- Creo que me confunden con alguien, además soy una mujer.
- Si hijo, si. Lo importante es cómo uno se sienta, no con qué nace- terció la que no había escupido.
Rocío las miró con los ojos entornados. Leo se acercó al grupito harta de oír tanta insensatez.
- ¿Nos pueden decir si vamos bien para la cafetería Portland?
- Arrea, Pura, pero si esta es la golfilla esa de los videos de Interné- exclamó la más hostil de las dos- Tanto degenerado... ¿es que hay mitin de Izquierda Unida?
- No señora, venimos a grabar una película de Almodóvar- contestó Leo con retintín- ¿Cafetería Portland?
- No tiene pérdida, está justo después del centro comercial- apuntó la vieja a la que habían llamado Pura, la más dulce de ambas.
- Pero el de los multicines y la bolera, no el de los restaurantes.
- Bien, muchas gracias- contestó educadamente Rocío.
Las dos chicas empezaron a alejarse, pero Leo se detuvo en seco, y se giró de nuevo hacia las dos viejas metomentodo.
- ¿Pueden decirnos algo de la casa de la Isla?
Las dos empezaron a santiguarse sin ton ni son.
- No os acerquéis a esa isla, nunca nada bueno ha salido de ahí- la vieja sin nombre las señaló con un dedo retorcido y peludo.
- ¿A qué se refiere?- preguntó Corso acercándose al grupo de féminas de dispares generaciones.
- La gente cuenta cosas, desapariciones, gritos.. a veces se oyen gemidos por la noche.
- Bueno, Remigia, pero eso viene del puticlub, no de la Isla. El puticlub ¿Lo han visto? Mi nieta trabaja ahí- después abrió mucho los ojos- de cajera no se vayan a pensar, ¿eh?
- Si, claro, de cajera...- Leo la cortó haciendo un gesto impaciente con la mano- ¿Qué se de dice la isla?
- Son viejas historias que ocurrieron en el pueblo, cuando esta y yo éramos niñas...
- A mi no me llames esta- se quejó doña Pura.
- ¿Entonces qué te llamo? ¿Aquella? Tonta los cojones...- musitó la vieja anteriormente sin nombre, y actualmente conocida como Remigia-... pero supongo que querréis oír la historia, ¿no?
- Si no queda más remedio- contestó Corso sin ningún entusiasmo.
- Sentaos en el suelo, hijos, que no tengo la voz para gritar....
Se sentaron todos en el suelo salpicado de cabezas de chicharro, y la momia beligerante, Remigia, empezó a hablar con tono aleccionador.
"Hace unos setenta años, algo antes del inicio de la guerra, llegó a este pueblo Don Agapito, un joven médico bendecido por la naturaleza con un atractivo nada normal, y un bultillo en los pantalones la mar de tentador. Además de bello, era un hombre inteligente. Un gran médico, amable y atento. Una joya, vamos. Todas las mujeres del lugar, casadas, solteras o viudas, suspiraban por él. Al principio, él correspondía las atenciones de las mozas más bellas, pero después de hacer una visita a la casa del párroco a visitar a su asistenta, y lo de asistenta lo digo con retintín, dejó de prestar atenciones a mujer alguna. Empezaron a correr rumores de que vivía un romance con ella, con la "asistenta". Poco sabía el pueblo qué en realidad le pasaba. Acertaban en que Agapito era víctima de una oscura y secreta pasión, pero se confundían con el objeto de sus desvelos. De quien Agapito vivía perdidamente enamorado, no era de la concubina del párroco, sino de Violeta. Su chiva "
Ante la mención de la zoofilia, Molina, Mario y Escalilla, haciendo caso de olor a orín que las ancianas desprendían, se arrebujaron junto a las viejas para poder escuchar mejor. Alguien saco un cubo de palomitas que empezó a circular entre los presentes.
"Una noche en la que un grupo de mujeres entró en casa del médico para dar un falso aviso, con la esperanza de verle en paños menores, le sorprendieron en la cama amándose con Violeta... Pueden imaginarse el revuelo que se montó. Por aquel entonces no estaban permitidas las parejas ente especies distintas, no como ahora que con Zapatero en el gobierno se dan estas aberraciones...."
- Remi...- regañó la vieja algo menos decrépita a su amiga- que te sale la vena fachilla...
- A tomar por culo, roja de mierda!- espetó la airada vieja- Como iba diciendo....- su voz se dulcificó ligeramente al mirarles a ellos.
"... las cosas se pusieron difíciles para el degenerado de Agapito, hasta tal punto de que con la fortuna que heredó tras la muerte de su padre, otro rojo degenerado de mierda..."
- ¿También estaba enamorado de una chiva?- quiso saber Leo.
- No, usaba sandalias de las de dedo- la mujer se estremeció y cerró los ojos.- Pues eso que....
"... con la fortuna heredada se compró el islote que está varios quilómetros mar adentro, y reconstruyó la mansión que allí se alzaba desde tiempos inmemoriales, con la intención de vivir su amor prohibido con Violeta a espaldas del mundo. Tenían que ver como se pavoneaban paseando por el pueblo cogidos del brazo, se creían mejores que los demás... Violeta nos miraba con superioridad a las mujeres mientras engullía con aires de grandeza los sacos llenos de medias de seda francesas que su médico la traía para almorzar"
Corso intentó imaginarse la escena, pero, afortunadamente para él, su imaginación no daba para tanto.
" Cuando la reconstrucción de la casa concluyó, se mudaron allí, y se recluyeron. Sepa Dios que clase de bestialismos y excentricidades se llevaban a cabo en ese islote del demonio... No tenían contacto alguno con el pueblo, de llevar provisiones se ocupaba Don Donato, un pescador de la zona que a pesar de todo lo que pasó, no miraba con malos ojos la relación entre Violeta y Agapito. Cuando Donato falleció, algunos años después, víctima de una sífilis galopante, su hija Banderilla, una chiquilla preciosa que cautivaba con solo mirarla, se ocupó de la tarea de llevar las provisiones a la isla... y aquí se complican las cosas..."
La vieja se alzó las faldas dejando al descubierto unas canillas descarnadas y peludas, entre las que guardaba un botijo que evocaba la imagen de un guardia civil. Dio un largo tiento al español ingenio, y lo pasó a la concurrencia.
- Es que las palomitas dan una sed...- murmuró Remigia limpiándose el hociquillo en la manga de su amiga- Prosigamos...
" ... ya se sabe que el roce hace el cariño, y que hay ciertas cosas que una chiva, por mucho que se empeñe, no puede hacer... total, que entre Banderilla y Agapito nació un amor como ninguno de los dos había conocido antes. Banderilla no tendría las ubres de Violeta, pero olía algo mejor, y su conversación era ligeramente más fluida. Violeta sería chiva, pero no era tonta, y se daba cuenta de lo que estaba pasando, las manos de Agapito no palpaban sus dieciséis pezones como solía hacerlo, la pobre ardía de odio y celos. Las cosas fueron a más entre los dos jóvenes humanos, y no pasó mucho tiempo antes de que no fuesen solo sus almas las que se tocaban, sino también sus cuerpos jóvenes y ardientes. Empezaron a encontrarse carnalmente cada noche mientras Violeta mascaba sus trapos de la cena. A pesar de no amarla, Agapito no se atrevía a romper con Violeta pues sabía que bajo esa capa de lana llena de zurraspas y liendres, se escondía un ser de frágil equilibrio emocional, además confiaba en que diñase en uno de los atracones de trapos que se daba, y así cobrar su seguro de vida. Mientras, su amor por Banderilla cada día se hacía más y más fuerte, se cuenta que la regaló un anillo con la promesa de hacerla su esposa en cuanto espichase la chiva. Una noche de tormenta, Violeta sorprendió a Agapito y Banderilla en pleno derroche de pasión en lo más alto del faro. La visión de la pareja desnuda y haciendo marranadas, fue demasiado para la pobre chiva, y se volvió loca de celos. Si fuese proclive a chistes fáciles, diría que se volvió loca como una cabra, pero como no lo soy, os jodéis y no lo digo. Total, que Violeta cogió carrerilla y envistió a la pobre Banderilla, ensartándola con sus cuernos y dejándola hecha un colador"
En este punto de la historia se repartieron pañuelitos para los más sensibles, y más cazalla para el resto. Leo que sabía muy bien cómo era eso de estar hecho un colador, aceptó ambas cosas.
"El alarido de Agapito al ver lo que Violeta le había hecho a su amada pudo oírse en el pueblo, nosotras dos éramos unas niñas, pero yo aún lo recuerdo. Dicen que Violeta se alzó sobre dos de sus patas y dijo 'meeee, meeee, meeeeeeeeeee, mé'. Agapito, loco de ira, la cogió por el pescuezo, y la tiró por la ventana del faro, que por aquel entonces también era campanrio. Al día siguiente se presentó en el pueblo con el cadáver desangrado de Banderilla y pidió al párroco que la diese santa sepultura"
- Nunca más volvió por el pueblo- continuó la otra reliquia- Lo último que supimos de él, es que había ideado un aperitivo a base de pepinillo, cebolla y pimiento morrón, al que llamó Banderilla para recordar a su amada, y la atroz forma en que murió.
- Y bien ricas que están...- murmuró Mario enjugándose las lágrimas.
- Si no es mucho preguntar...¿qué quiere decir 'meeee, meeee, meeeeeeeeeee'?- preguntó Leo bizqueando de ambos ojos.
- Esa parte es pura especulación- empezó con cautela Remigia- Hay dos teorías, veréis...
- Una de ellas dice que fue la predicción de que en el 2002, el Bulli iba a recibir la calificación de tres estrellas en la guía Michelín - atajó doña Pura harta de estar en segundo plano- Esta teoría, me temo, no es muy popular....
- Y luego está la otra, la más popular. Veréis, parece ser que la concubina del párroco practicaba, entre otras cosas, la magia negra, y que la chiva, de tanto oír encantamientos y maldiciones, aprendió los rudimentos de esa horrible disciplina... ese "meee, meee, meee", fue una maldición.
- Ay, más maldiciones no, por Dios bendito- Leo palideció ante la simple mención de esa palabra.
Corso la rodeó con sus brazos y trató de tranquilizarla
- ¿En qué consistía esa maldición?- preguntó ella sobreponiéndose al terror.
- No está muy claro, ya sabéis que no hay nada como la tradición oral para desvirtuar las cosas...- Pura se encogió de hombros- Pero es algo así como que cuando una mujer despechada lleve al objeto de su pasión cerca del lugar en el que descansan los restos de la rencorosa y homicida chiva, la lengua y el cuerpo de ese hombre se volverá contra él y todo lo que siente por su verdadero amor, se lo dirá y hará a la mujer despechada, y viceversa, condenándose así a una larga vida de infelicidad junto a una mujer que desprecia, porque nada en su cerebro cambiará, pero a la que solo puede decir cosas bonitas, y dar besos y abrazos. Una vez se ha caído bajo el influjo de la chiva, no se puede salir.
- Como maldición es ingeniosa, rara, pero ingeniosa- murmuró Escalilla mascando un poco de tabaco.
- Si que lo es, si. Violeta no era una cabra del montón, no solo tenía una cornamenta preciosa, también sabía contar hasta tres.
Se despidieron de las dos ancianas, y echaron a andar hacia donde se supone estaba la cafetería. Corso aprovechó para acercarse a Leo.
- Esto ya no puede ser casualidad, Leo- le dijo pasándola el brazo por los hombros
- No- se limitó a contestar ella con el ceño fruncido.
- ¿Y si nos ha traído aquí con la excusa de la fiesta por esa leyenda?
- No lo sé. De todos modos... pude que lo de la leyenda no sea cierto, que lo que la cabra esa predijo fuese lo del Bulli... cosas más raras se han visto...
- Puede ser... pero, Leo, si vemos algo que nos de que pensar en esa cafetería, tú y yo nos vamos, que le den a la Galli. Nos iremos a otro país donde no pueda encontrarnos, y empezaremos de cero. Tú y yo solos, ¿vale?
- Vale, pero nada de Andorra, ¿eh? Que te veo venir.
Corso asintió con un suspiro de resignación.
04 Lugareños y meriendas
Un rótulo de parpadeantes luces magenta les indicó que acababan de llegar a su destino, la cafetería Portland. Les llevó sus buenos diez minutos entrar porque todos intentaron hacerlo a la vez, y nadie quería dar su brazo a torcer. Una vez dentro, lo primero que sintieron fue un fuerte tufo a morcilla frita, y cinco pares de ojos, más uno suelto, clavándose en ellos.
- ¿Son ustedes los mamarrachos a los que debo llevar a la Isla del Loco?- les preguntó un hombre con jersey a rayas y gorro de lana, desde detrás de la barra.
- Creo que si- contestó Escalilla encaramándose a un taburete de aspecto nada recomendable.
- Bien, les pongo la merienda y nos vamos.
- Muy amable, caballero, pero es que acabamos de comer palomitas, y no nos apetece merendar- explicó Mario educadamente.
- He dicho que les pongo la merienda y nos vamos, o acaso ¿Van a despreciar la hospitalidad de mi bar?
El hombre les miró con gesto hosco mientras pasaba unos calzoncillos llenos de zurraspas por la cafetera. Se miraron los unos a los otros y se encogieron de hombros.
- No, no, pónganos la merienda- concluyó Corso resignándose a una gastroenteritis.
- Espero que les gusten las mediasnoches.
- No mucho, la verdad.
- A mi tampoco, pero no hay otra cosa- espetó el fornido hombre que aún no se había presentado.
- ¿Dónde están el resto de los invitados?- preguntó Leo olisqueando un pegote de algo blanquecino sobre la barra.
- Ya están en la isla, ustedes llegan tarde.
- Es que nos hemos entretenido por el camino- se disculpó Rocío.
- Ya, eso dicen todos. Pónganse cómodos, como si estuviesen en su casa- les señaló el recinto con un enorme cuchillo jamonero- Creo que no me he presentado, soy Portaleón Alcahudete, esa de ahí es me esposa Landesina Camuesas- señaló a quien todos habían tomado por un simio moderadamente evolucionado.
- Un placer- entonaron todos a coro.
- Uh, uh- contestó la señora mordiéndose la axila.
- Nosotros somos...
- Me importa un carajo quienes sean ustedes, solo me interesa lo que me van a pagar por llevarles. Si no necesitase el dinero ni se me ocurriría mezclarme con transexuales, amanerados, mentecatos, pánfilos, golfillas, oligofrénicos y degenerados, así en general.
Pasaron la siguiente media hora discutiendo quien era qué de entre ese rosario de piropos que les acababan de regalar, solo se detuvieron porque la señora Landesina Camuesas se acercó a ellos, en posición semierecta, portando una bandeja cargada de mediasnoches de dudoso aspecto, y una reata de vasos llenos de un líquido anaranjado. A pesar de no tener hambre, todos atacaron la bandeja de las viandas con educada desesperación
- Esto está delicioso- comentó Escalilla masticando a dos carrillos- ¿Cecina de León?
- Tucán momificado en salmuera- contestó el hombre
Una arcada colectiva se pudo escuchar con nitidez por todo el local.
- ¿Qué puede decirnos de la actual dueña de la isla del Loco?- inquirió Leo tras haber vomitado sobre los pies de Escalilla.
- Poca cosa, casi nadie la ha visto, y nadie sabe nada de ella. Le gusta hacerse la misteriosa.
- ¿Pero sabe usted si ya está en la isla?- Corso se unió al interrogatorio tras haber cogido otra medianoche, ese tucán momificado estaba riquísimo.
- No le puedo decir, yo no la llevo, ella siempre va y viene en una barca privada.
- ¿Usted la ha visto?
- No. Ni ganas.
- ¿Entonces...?
- Me contrató por teléfono, y me ha pagado por transferencia bancaria.
- Ya veo... ¿ sabe si ha habido más fiestas como estas anteriormente?
- No, esta es la primera, en realidad la casa está bastante abandonada, rara vez viene nadie. Pero no se preocupen, que mi esposa ha estado ayer limpiando, y todo está reluciente.
Todos se giraron a tiempo de ver como la esposa daba buena cuenta de algo que se acababa de quitar de la ingle.
- ¿Puedo yo hacerle una pregunta a usted?- el marinero-camarero miró fijamente a Leo.
- Si no tiene nada que ver con ningún video de Internet....
Un silencio espeso se cernió sobre ellos.
- Bueno, venga, pregunte lo que quiera- espetó Leo con un gruñido.
- Verá, es que mi esposa, ahí donde la ve, tiene la piel muy sensible, y cada vez que se depila pues le salen unos granitos muy molestos y nada estéticos que le duran meses, por eso se depila poco. Y como he visto lo estupendamente depilada que va usted siempre, y la piel tan suave que tiene.... pues me preguntaba yo qué método de depilación usa ¿cera, pinzas, eléctrica, a bocaos?
Leo suspiró, si la hubiesen dado un euro por cada vez que la habían hecho esa pregunta en los últimos meses, sería aún más rica.
- Fotodepilación, tenga, una tarjeta de mi esteticién.
Leo sacó una tarjeta de Pamela de su cartera, y se la entregó al agradecido mesonero.
- Una cosa más, ¿lo que lleva usted... son ingles brasileñas o caribeñas? Es que los de la partida de mus no nos ponemos de acuerdo, el Braulio dice que son brasileñas, pero a mi me parecen caribe.... .
Leo, harta de oír hablar de sus ingles, se alejó de la barra con un bufido, y se acercó a Rocío que jugaba a las tragaperras profiriendo grititos de frustración cada vez que perdía, lo cual era siempre.
- Yo me recorto las mías- le dijo Corso al hombre para que no se sintiese mal.
- Si, también nos hemos fijado en eso, le sienta bien.
Corso sonrió coqueto, le agradó el hecho de que el tema no fuesen de las ingles de Leo, si no las suyas, él también tenía su corazoncito.
- Uh, uh, uh, uh!- gritó Landesina haciendo grandes aspavientos.
- ¿Qué acaba de decir su señora?- preguntó Molina estupefacto.
- Que se tomen el zumo de naranja, que se oxida y se le van las vitaminas.
Obedecieron sin chistar, cuanto antes acabasen de merendar, antes se saldrían para la isla, además la señora tenía razón. Lo engulleron todos sin más demora. Fue primero un cosquilleo en el paladar, después flojera en las rodillas y una insoportable sensación de sopor. Corso aguantó consciente el tiempo suficiente como para ver caer a todos los demás al suelo, arrastrarse hasta Leo, abrazarse a ella, y comerse un último sándwich de tucán.
********************************
El dolor de cabeza fue lo que le despertó, la sensación le recordó a los despertares de sus años de adolescencia, cuando se pillaba tremendas cogorzas con el exquisito whisky de Mercadona, Royal Swan. Abrió los ojos esperando encontrarse panza arriba en el bar Portland con una monumental intoxicación alimentaria, para despertarse en una cama con cuatro postes, junto a él, dándole la espalda, estaba Leo totalmente fuera de combate.
- Leo, Leo- la zarandeó suavemente, al ver que no reaccionaba el pánico se apoderó de él. Empezó a sacudirla algo más fuerte.
Leo seguía sin reaccionar, y el pánico empezó a apoderarse él, así que decidió tomar medidas extremas, se quitó un calcetín y lo llevó a las fosas nasales de Leo.
- Leo, por Dios, no me asustes.
- Hmmmm- la susodicha se hizo la remolona
El alivio de ver que estaba viva fue tal que casi se hace pis encima.
- Venga, cariño, Leooo- como siguiera sin despertarse, la meneó hasta que el pelo se le hizo rastas, y se dio un buen coscorrón con el cabecero.
Leo abrió los ojos de par en par y le fulminó con la mirada.
- Pablo, coño, que me descuajaringas!
- Lo siento, me habías asustado, ¿Estás bien?
- Quitando el chichón, y la contractura cervical....- le miró reprobatoriamente- ¿y tú?
- Yo también. Leo, nos han drogado.
- Eso parece- dijo ella masajeándose las sienes- Ha tenido que ser el zumo de naranja, o eso, o que el tucán estaba en peor estado de lo que parecía...
Corso estudió la habitación en la que estaban. Si las circunstancias hubiesen sido otras, se habría felicitado por estar donde estaban. La estancia era como la suite presidencial de algún hotel señorial, en su vida había estado en una habitación semejante. Extremadamente amplia, las paredes estaban revestidas, hasta media altura, de paneles de la misma madera oscura que la cama, probablemente nogal, y de la mitad hasta el friso de escayola que limitaba con el techo, forradas de un tejido azul grisáceo, que a la vista y al tacto parecía seda. Frente a la cama un cuadro alargado, con el marco blanco y motivos art decó, justo debajo un mueble rectangular del mismo estilo que el cuadro, estaba cornado por un jarrón lleno de flores frescas. Tulipanes, los preferidos de Leo.
- ¿Dónde narices estamos?- se preguntó Corso en voz alta.
Leo se levantó de la cama entre crujido de muelles, y se acercó a la puertas dobles de cristal que había a su derecha. La vio fruncir las cejas mientras miraba a través de los zarrapastrosos cristales, por los churretes, debía haberlos limpiado la mujer del camarero. Él se levantó y, pisando una gruesa moqueta de lana gris, llegó hasta ella. Escudriñó a través de la oscuridad de la noche, y a lo lejos, tras muchos quilómetros de agua oscura como el corazón de un programador de televisión, pudo ver las luces del pueblo. A sus pies las olas rompían con brutalidad sobre un acantilado de fría y afilada roca. Estaban bastante jodidos. Rodeó con firmeza la cintura de Leo, ella suspiró y se giró para mirarle.
- Pablo, ya no estamos en Portland.
04 La casa y sus habitaciones
- Pablo, ya no estamos en Portland- repitió Leo, fuese a ser que la primera vez no la hubiese oído.
Corso miró por la ventana, y como no viese a ningún ilustre habitante de Portland como Matt Groening o Juliette Burke, no pudo por menos que estar de acuerdo con ella.
- No, esto no es Portand, o mucho me equivoco, o debemos estar en la Isla del Loco...
Corso frunció las cejas, una idea acababa de abrirse paso en su cabeza.
- Oye... yo tengo un tatuaje que dice Loco, a lo mejor la isla es mía, tal vez la compré, y fui yo quien mandé las invitaciones pero no lo recuerdo,... ya sabes que a veces se me olvidan las cosas.
Leo le miró y rezongó algo sacudiendo la cabeza.
- Mecachis en la mar, con el rollo ese que nos soltaron las viejas, se nos olvidó preguntar por qué llaman a esto la isla del Loco, a lo mejor tal información nos hubiese sido útil- dijo Corso consciente de que su anterior teoría no había tenido una acogida demasiado calurosa.
- Eso tiene algo más de sentido, aunque no sé yo cuanto- respondió Leo rascándose discretamente la rabadilla.
Corso continuó estudiando la habitación, justo enfrente de las puertas dobles junto a las que estaban, y que parecían dar a una terraza, cosa imposible de decir con seguridad debido a la mugre que tintaba los cristales, se abrían otras dos, estas de madera maciza pintada de azul con los bordes blancos. Intuyó astutamente Corso que estas últimas comunicaban con el pasillo.
- Buena, venga, Pablo, vamos a ver si encontramos a ese hatajo de mendrugos.
Como por ensalmo, las puertas azules y blancas se abrieron precedidas por en lúgubre lloriqueo de bisagra.
- No hace falta, ya estamos aquí- dijo Molina. Parapetados tras su amplia cintura podían verse los hociquillos de Escalilla, Mario, y Rocío.
Entraron los cuatro en la habitación sin que mediase invitación alguna a hacerlo, ni intención de formularla.
- ¿Estáis todos bien?- preguntó Corso al grupo invasor, más por cortesía que por verdadero interés.
- Si, estamos todos bien- contestó Escalilla en nombre del grupo sin haber consultado a nadie.
- Llevamos esperando un ratito sentados en el pasillo, hemos oído ruidos raros, y nos daba apuro entrar por si estabais haciendo alguna cochinada- confesó Mario.
- Pues no estábamos haciendo nada- repuso Leo impostando una mojigatería de la que carecía totalmente.
- Entonces los ruidos deben haber sido las cañerías, que en casonas como esta, pues se resienten con la humedad- concluyó Mario.
Molina, tomándose unas confianzas que nadie le había dado, abrió un mueble bar, sacó una botella de anisete, y le dio un largo tiento.
- Hay que joderse, el cabrón del bar nos la ha metido pero bien. No solo estaba rancio el tucán, sino que encima nos droga- Molina gruñó dando otro coletazo al anís, a la par que un feroz manotazo a una linda figurita de una holandesa que había sobre el mueble largo.
Todos observaron con mudo estupor como la fina porcelana describía una acrobacia en el aire, caía sobre la gruesa moqueta, rebotaba, repetía la acrobacia de antes añadiendo un tirabuzón más, volvía a lo alto del mueble, y se reintegraba intacta a su posición original. Sacudieron la cabeza y decidieron no hacer comentario alguno a cerca del extraordinario suceso.
- Pues eso...- empezó Rocío con intención de desviar la atención de la holandesa y atraerla sobre sí misma- que nosotros nos hemos despertado hace un rato, vosotros habéis estado fuera de combate más rato porque sois unos ansiosos y os habéis bebido cuatro vasos de zumo cada uno, que hemos visto- les recriminó Rocío- Uy, esta habitación es mucho mejor que la nuestra, menuda cama más chupi!
- Tienes razón, angulita mía, son unos ansiosos, y nuestra cámara tiene una combinación de colores bastante menos acertada que esta, además huele a crin de jaco.
- Pues la mía mal no huele, pero me ha tocado compartir con la mentecata pelirroja- gruñó Molina.
Rocío le miró con lágrimas en los ojos.
- No, Rocío, contigo no, con la otra, la más entrada en años- atajó Molina.
La muchacha pareció conforme con la explicación, y empezó a saltar sobre el colchón riendo como una descosida, los demás, ya acostumbrados a este tipo de salidas de tono, ni la miraron.
- A lo mejor usted se cree que me hace gracia compartir cuarto con un simple subinspector- refunfuñó Escalilla aprovechando para meter una pulla- Eso, si, le digo desde ya que yo duermo a la izquierda y con la luz encendida.
Molina refunfuñó otro poco y apuró la botella de anís.
- Mientras vosotros dormíais, hemos deshecho nuestras maletas- explicó Molina sentándose en un sofá azul junto a las puertas que comunicaban con el pasillo- A la par que doblado primorosamente nuestra ropita, hemos descubierto que nos han birlado las armas, las esposas, los móviles, los reproductores de música, el purificador de agua... vamos, todo lo electrónico y lo de defenderse. Ah, y además a la doctora Escalilla, también le han quitado el secador y su alisador de pelo.
- Son unos desgraciados- se lamentó la doctora- Con la humedad que hace aquí.....
- Supongo que a nosotros también nos habrán desplumados- dijo Leo con un suspiro de fastidio.
Localizaron los trolleys junto a una puerta sencilla que Corso supuso daría al baño, y dieron a la faena de ver si les habían dejado algo sin robar.
- Ni arma, ni esposas, ni móvil... ni nada de nada- se lamentó Corso tras haber sacado todo el contenido de su maleta.
- Ay, a mi además se me han llevado hasta las bragas más resultonas- Leo se lamentó dejándose caer sobre la cama con un gruñido de frustración- Esperad un momento....
Leo prácticamente desapareció dentro de su maleta profiriendo extraños ruiditos, segundos después reapareció triunfal enseñando con una sonrisa orgullosa, una fina estatuilla de San Pancracio.
- Esto no se lo han llevado- canturreó feliz.
- ¿Y qué vamos a hacer, rezar para que nos rescaten?- preguntó Rocío, que aún seguía dando saltos cual cabra, con cierto retintín.
Leo la ignoró cortésmente.
- Este San Pancracio, me lo regaló la hermana Juana para mi cumpleaños, y es un tanto especial....
Los ojos de Corso se iluminaron y asintió con vigor.
- No es un San Pancracio cualquiera, además de dar suerte en el bingo si se le pone con devoción una ramita de perejil, y de tener radio AM y FM.....¡es un móvil 3G, cuatribanda, con tonos reales y conexión ultra rápida a Internet!
Mientras hablaba abrió por la mitad al santo haciendo aparecer un teclado alfanumérico completo y una pantalla de LCD con tecnología patentada Santa Cecilia de los Billares antihuellas.
- ¡Es cierto!- corroboró Corso dando un fuerte arrumaco a su amada y al santo varón - Está sin configurar, pero seguro que Mario es capaz de dejarlo hecho un brazo de mar en un momentito. Hala, toma, Mario, entretente, majo.
Mario cogió el mini ordenador con la barbilla chorreante de baba, tan emocionado estaba que ni siquiera levantó la cabeza cuando Rocío calculó mal el salto, y se estampó ruidosamente contra el ventanal.
- No os preocupéis, que no me hecho daño- dijo Rocío al grupo que ni se había percatado de su infortunio.
Hurgó largo y tendido Mario bajo la encantadora túnica de tafetán de Pancracio, y maravillado quedó de lo que bajo ella se escondía.
- Tiene un procesador de ciento catorce núcleos a novecientos mil herzios, tres mil gigas de RAM, y un disco duro de tres millones de terabites- exclamó Mario al borde el éxtasis tecnológico, echando espumarajos por la boca.
Leo se acercó hasta él y le dio suavemente en el hombro.
- Mario, lo que estás mirando, 114N900000HZ3000GBRAMHD3000000TB, es el número de serie, no las especificaciones.
Se oyó una tosecilla apurada, momento que Escalilla aprovechó para tirarse un cuesco, en un intento, infructuoso, de que pasase desapercibido.
- Ya lo sabía.....- balbució Mario- Solo era una broma, ya sabéis que yo soy un bromista....- carraspeó y se rió sin ganas, volvió a carraspear y continuó hablando – Pues con ciento catorce núcleos o con uno, la cosa esta, está sin batería, y no veo por ninguna parte nada para enchufar cable alguno....- dijo Mario levantando de nuevo las faldillas del santo.
- Es que no se enchufa a la red, va a cuerda- Leo le dio una pequeña llavecita- Por cada hora y media que le des cuerda, funciona un microsegundo. Se supone que así te entretienes, no pecas, y de paso fortaleces el retináculo flexor de la muñeca, que nunca viene mal.
- A mi no me hace falta eso para fortalecerlo-se ufanó Corso- Llevo entrenándome desde los doce años, aunque últimamente no me hace falta alguna, ¿a que no, Leo?- Corso se rascó la barbilla y se felicitó por su suerte, mientras Rocío les miraba a él y a Mario con alternancia y lagrimillas en los ojos.
Mario cogió la llavecita que Leo le tendía, volvió a subir la túnica de San Pancracio, la introdujo en el orificio que a tal efecto se había practicado en el santo, y empezó a dar cuerda como un descosido. Como a Rocío le importaba entre poco y nada lo que aconteciese con el santo, y se aburría, pero no se atrevía a reanudar los saltos sobre la cama, decidió ponerse a hurgar sin disimulo alguno en la maleta de Leo, como Escalilla era una envidiosa sin remedio, se unió al registro de su subalterna
- En las instrucciones decía que si rezas padresnuestros mientras le das al manubrio, la batería se carga un treinta por ciento más rápido, nosotros no lo hemos intentado, así que no sé si será verdad- le informó Leo.
- ¿Habéis explorado el resto de la casa?- preguntó Corso viendo como Escalilla se probaba uno de los pijamas de Leo.
- Pues la verdad es que no. Hemos preferido esperaros a vosotros, cuantos más seamos, menos probabilidades hay de que nos hagan pupa a nosotros, menos aún estando Leo en el grupo, que la pobre es tirando a gafe- explicó Rocío que había estado muy callada mientras desplumaba cuanto podía del, ahora famélico, neceser de Leo.
- Pues, hala, vamos a ver que encontramos- dicho lo cual, Leo se levantó de la cama de un salto, cerró su maleta de un golpe seco, pillando en el proceso dos pares de mano, y se dirigió resuelta hacia las puertas.
El grupo salió al pasillo con Leo al frente, y Escalilla y Rocío detrás profiriendo aullidos de dolor y chuperreteandose los maltrechos dedos. Nada más abandonar la estancia, se encontraron con que estaban en uno de los lados de un cuadrado que rodeaba el hueco de las escaleras, a juzgar por las dimensiones de cada uno de los cuatro lados, estaban en una casa de grandes dimensiones. Al igual que su cuarto, ese pasillo cuadrangular era simplemente espectacular, el suelo era de la misma madera oscura que predominaba en su habitación, y las paredes de una especie de estuco blanquecino. Algunos cuadros y apliques de luz rompían la monotonía de las paredes. Corso contó dos puertas en cada lado del cuadrado, lo que tras una ejercicio matemático de diez minutos, le dio un total de ocho puertas en el total del perímetro. Leo se acercó hasta la barandilla de madera de las escaleras, y asomó el pescuezo.
- Estamos en el segundo, y último piso- anunció tras un segundo- Arriba solo hay un rosetón con una vidriera.
Todos miraron sobre sus cabezas, hacia donde les indicaba el dedo de Leo. Admiraron todos entre exclamaciones de asombro por su belleza, la vidriera del rosetón. Representaba esta a un hombre y una cabra de buen ver, practicando lo que parecía alguna variación exótica de una posición para pisar uvas, o al menos eso le pareció a Corso.
- A juzgar por los colores y la composición del vitral...- empezó Escalilla que no perdía ripio para regalar alguna perla de sabiduría- yo diría que el artista estaba fuertemente influenciado por Marc Chagall, ya saben, el artista judío pionero del modernismo, y autor de las impresionantes vidrieras de la catedral de Reims y el teatro de la ópera de París, entre otros trabaj...
Escalilla echó a correr tras el grupo cuando dejó de mirar hacia arriba y vio que la habían dejado sola.
- Nuestras habitaciones son esas dos puertas de ahí- Mario señaló las dos puertas junto a las que estaban pasando en ese momento.
- Vamos a ver si las demás habitaciones de la planta están ocupadas.
La puerta de al lado de la habitación de Corso y Leo cedió sin problemas, era muy similar a la suya, pero en tonos amarillos y llena de polvo. No se había limpiado en mucho, mucho tiempo, o lo había hecho doña Landesina, que para el caso era lo mismo. El resto de las puertas estaban cerradas por dentro, y como los instrumentos de allanar moradas, y estancias en general, les habían sido sustraídos, y no les apetecía emprenderla a patadas con el estómago vacío, decidieron dejar el derribe de puertas para mejor ocasión, y bajar al piso de abajo.
- Vamos a repartirnos en dos grupos de tres...- empezó Corso al llegar al rellano inferior de las escaleras.
- Ay, si no os importa, nosotros os esperamos aquí haciéndonos arrumacos- dijo Rocío sentándose en un sillón de cuero, y arrastrando a Mario de la oreja con ella.
Corso se encogió de hombros y asintió.
- Total, para lo que hacéis.... venga, Escalilla y Molina por la izquierda, Leo y yo por la derecha. Si encontráis algo interesante dais una voz.
Echó a andar por la planta baja la feliz parejita, sus pasos resonaban sobre la madera maciza del suelo. Como era Leo persona metódica, rozando lo maniático, decidieron examinar todo concienzudamente, así solo abandonaron el vestíbulo principal cuando se aseguraron que nadie estaba escondido en ninguna parte, ni siquiera dentro de las muñequitas rusas que adornaban un mueble largo, bajo y tirando a feo.
- Será mejor que esperemos a mañana a examinar los alrededores- comentó Corso asomándose tras los visillos de encaje y escrutando la tormenta que se había desatado- Ya sabes lo malito que me pongo si se me mojan los pies.
Leo estuvo de acuerdo, así pues, ignoraron las puertas principales, y continuaron su registro hacia la derecha, por donde llegaron a un salón amplio y alargado de paredes empapeladas en color marfil. Nada más entrar sintieron el calor de un alegre fuego que ardía en una chimenea ubicada en la pared derecha, junto a un arco que daba a lo que parecía una sala de juegos. Se acercaron los dos a la chimenea de mármol blanco encastrada en la pared con la intención de calentarse manos, pies y traseros.
- Mira, Corso....
Leo había reparado en que sobre la repisa de la chimenea, había una cestita de mimbre tapada con una servilleta de cuadros. Con exageradas precauciones, que incluyeron el uso de un espejito de mano para buscar posibles cables conectados a letales cargas explosivas, Leo retiró la cesta de encima del fuego, y levantó el trapito. Bajo él, había un montón de mediasnoches, una botellita de leche, y una nota manuscrita. Corso, hambriento por efecto de las drogas ingeridas, se apresuró a coger uno de los bocadillos, pero el brutal manotazo que Leo le propinó, le hizo recular aullando.
- Venid, hemos encontrado algo- sobreponiéndose al dolor, Corso alzó la voz de tal forma que cascó tres copas de brandy, y el tímpano de Leo.
Se oyeron ruidos de sillas arrastradas, golpetazos y empujones, para poco después aparecer los demás dándose de codazos en las costillas para ser los primeros en llegar. Leo repartió más manotazos ante más intentos de coger mediasnoches, después cogió la nota y empezó a leer en alto.
"Señores degenerados de ciudá,
Disculpen que haya tenido que drogarles con el zumo de naranja, pero estoy hasta los mismísimos de que remilgados urbanitas como ustedes me vomiten el suelo de la embarcación, que luego el olor se va fatal, y mi señora se me queja.
Siguiendo las instrucciones que me había dejado la señorita Gracias, les ha confiscado las pistolas, los teléfonos, y todo lo que me ha olido a tecnología, así como un par de braguitas de la señorita morena, cuando vaya a por ustedes el domingo después de comer, podrán recuperar sus pertenencias, a excepción de la ropa interior, que me la pienso quedar. En vista de cómo han tragado lo de antes, mi señora las ha dejado un tentempié a base de mediasnoches de gaviota y leche de chimpancé por si les entra la gusa antes de cenar.
Portaleón Alcahudete"
- A ver que me entere... ¿entonces esto es una trampa o no lo es?- dijo Molina sentándose en el brazo de uno de los sofás.- Yo ya no sé qué pensar- Corso se desplomó en un sofá- Escalilla, Molina, ¿vosotros habéis encontrado algo?
- Nada, solo nos ha dado tiempo a ver la cocina, que bien hermosa es, y a comernos media tarta de boniato que había encima de una mesa.
- Más rica estabaaaa...- dijo Escalilla sonriendo.
- Mi jalapeñito y yo nos hemos sentado en el sofá a cuarenta centímetros el uno del otro, y nos hemos estado mirado a los ojos, ¿a qué si guayabera mía?
- Si- corroboró Rocío sollozando por lo bajo.
- Me parece muy bien- empezó Leo sin mostrar el más mínimo interés por los quehaceres de sus compañeros- Pero no se si os habéis dado cuenta de que esta chimenea encendida, y que eso quiere decir que aquí hay alguien más.
Corso suspiró y se cruzó de brazos, Leo tenía razón, ese fuego quería decir que no estaban solos en la isla, sacó un yoyó y se puso a hacer monadas con él, solía hacerlo para pensar mejor.
- Deberíamos registrar la casa hasta dar con él ,o ella- continuó Leo.
- Si- dijeron todos a coro acercándose más a la chimenea y poniéndose las zapatillas de estar por casa.
Mientras todos se calentaban alrededor de la lumbre, Leo gruñó, y empezó a registrar el saloncito de cabo a rabo, con nulos resultados. En los treinta y nueve cajones que abrió, solo encontró una cajita con cables de diversas medidas y colores, una canica, y un tubito de una crema hemorroidal. Resignándose a no encontrar nada, se desplomó sobre el sofá, y ahogó un grito cuando sus ojos se posaron en la estantería que quedaba justo enfrente.
- ¿Habéis visto eso?- dijo Leo con los ojos abiertos de par en par.
- ¿Los visillos?- preguntó Rocío- Chica, tampoco son nada del otro mundo, monos como mucho.
- No, los visillos no, ESO.
Todos se acercaron a ver a qué la había hecho decir eso en mayúsculas. Dispuestos en una estantería en la pared frente a Leo, en lugar de fotos de niños feos, parejas desagradables al ojo, y perros rechonchos, estaban estratégicamente dispuestos una serie de inquietantes objetos: un soga larga y gruesa, una pesada tubería de plomo, una enorme llave inglesa, un robusto candelabro de plata, una afilada daga y una letal pistola.
- Bah, seguramente sean falsos, fijo que es atrezzo de ese- dijo Rocío haciéndose la echada para adelante y haciendo el gesto de coger el candelabro.
Siendo Rocío de natural torpe, nadie se extrañó cuando el susodicho candelabro cayó al suelo con un ruido sordo, haciendo un enorme boquete en la madera del suelo. Todos miraron el desaguisado pensando que muy de atrezzo el socavón no era.
- Menuda la que me han liao!- una agria voz a sus espaldas les hizo a todos volverse de un salto.
Ante ellos se erigía una mujer en la que el señor había desgranado encantos a porfía. De mandíbula cuadrada y velluda, exageradamente encorvada, les miraba con los velludos brazos en jarras junto a una moderna vaporetta. Se acercó a ellos la renqueante mujer enfundada en un elegante uniforme de seda negra, con su cofia y todo, arrastrando el ingenio de vapor con desgana.
- ¿Y usted quién es?- preguntó Mario parapetándose tras Escalilla.
- El Papa no te jode!- profirió la buena mujer señalándose el mandilito y la cofia- Marciana Frijol, ama de llaves, pero no se lleven a engaños, que no soy su chacha, así que ya pueden ir recogiendo el armatoste ese y poniéndolo donde estaba.
El tono no daba lugar a réplicas, así que Molina obedeció con premura.
- ¿Qué hace usted aquí?- interrogó Rocío
- Se lo acabo de decir, soy el ama de llaves, ¿tiene usted cerumen en la oreja o, simplemente, es idiota?
Todos menearon la cabeza dando a entender que un poco de cada cosa.
- Oiga, que yo tengo las orejas la mar de limpias, y... y ...y .....¿qué era lo otro que me había dicho?
Corso intuyó que dado el carácter hosco del ama de llaves, esa línea de acción no les iba a llevar a ninguna parte.
- ¿Sabe si hay alguien más en la casa, doña Alubia?- preguntó Corso
- Frijol- le susurró Leo dulcemente.
- Eso, doña Frijol.
- Pues claro que si, el resto de los invitados llegó hace horas, justo después de comer- repuso la señora cruzándose de brazos- No como ustedes, que llegan tarde, y encima jodiendo la marrana.
- ¿El resto de invitados?- preguntó Molina ignorando la segunda parte de la respuesta
- Eso es, ¿ustedes vienen al fin de semana con asesinato, no? ¿O acaso son testigos de Jehová?- el gesto de la mujer se endureció y levantó el puño- Si vienen a dejar sus pobremente maquetadas revistas, pueden darse la vuelta, hay un buzón en un boya a diez millas náuticas.
- No, no, señora, nosotros no somos de ninguna religión minoritaria- la aplacó Leo - Venimos a lo de la fiesta, pero como nos han drogado para traernos aquí... pues pensábamos que era una trampa para matarnos a todos con esas cosas de ahí...- señaló la estantería.
- Ustedes ven mucha tele... El gusto para la decoración de la señora deja bastante que desear, pero tampoco es para matar.....- se sorbió la nariz y se cargó aún más de hombros- Y por lo del drogado, intuyo que les ha traído a la isla el desgraciado de Portaleón, suele hacer eso de drogar, dice que es para impedir vómitos, pero todos sabemos en el pueblo que es para palpar indecentemente cuerpos inconscientes...
- ¿Ah si?- preguntó Escalilla con excesivo entusiasmo.
- ¿Sabe usted quienes son los demás invitados?
- Si le digo la verdad, ni sé sus nombres, ni me importan, solo sé que son seis, y que son raros de cojones. Encontrarán una lista de invitados en el estudio- señaló el arco junto a la chimenea.
- Muchas gracias, doña Habichuela, ¿puede decirnos a qué hora se cena aquí? Estamos eliminando del organismo las nocivas sustancias que el tal Pichaleón nos ha dado, y eso da bastante gazuza.
- Me hago cargo, también encontrarán unas instrucciones que la señorita Gracias ha dejado para ustedes, y unas pastitas y un poco de té, pero ojito con las migas, que yo no soy la chacha de nadie. Y ahora les dejo que tengo que seguir con los preparativos de la cena.
- Espere un segundo, Marciana, ¿Hay más servicio a parte de usted misma?- preguntó Mario
- Si, la cocinera que a estas horas debe estar a punto de despertarse de dormir la mona. A parte de nosotras dos, y los invitados.... no hay nadie más.
- ¿Sabe si la señorita Gracias se unirá a nosotros para la cena?
La señora se encogió de hombros, hizo una pedorreta, mascuyó "¿a mi qué cojones me pregunta?", y desapareció por donde había venido arrastrando la vaporetta.
05 La lista de invitados y los preparativos a la velada
El estudio, que estaba al otro lado del vestíbulo, junto a la biblioteca, resultó ser una estancia de regulares dimensiones forrada de estanterías, que olía a tabaco de pipa y a panchitos rancios. La doctora Escalilla, nada más entrar, y al grito de "Yujuuu", se lanzó en plancha sobre una silla de oficina con asiento de cuero, y dotada de ruedines, y empezó a deslizarse como una descosida de un lado a otro de la habitación, espachurrando cuanto pie se le ponía por delante. Mario se sirvió un té con flema británica, y se sentó en un sillón que había junto a un globo del mundo para seguir dando cuerda al curioso móvil de Leo. Sobre el enorme escritorio que ocupaba prácticamente una pared entera, había un par de folios pulcramente mecanografiados. Molina los cogió y los leyó en alto.
- Aquí dice, "lista de invitados: Mario Arteta, Rocío Oleguer, Juan Molina, Demetria Escalilla, Pablo Corso, Leonor Marín...."
- Anda, si te llamas Leonor!- Exclamó Rocío dando una palmada- Pues si yo creía que te llamabas Leocadia o Leopolda.
Todos llegaron al consenso silencioso de hacer lo que venían haciendo con ella desde hace años: ignorarla olímpicamente. Molina se aclaró la garganta, se ajustó sus gafas pasadas de moda, y continuó leyendo.
- ".... Eduvigis Amapola, Nicolás Púrpura, Rosaura Blanco, Bernardo Verde, Antonio Mostaza y Alicia Pavoreal"
Quedaron todos por un rato paladeando esa reata de nombres raros y desconocidos, como no sacaran nada en limpio de tanto paladeo nominal, imitaron a Mario y se sirvieron un té.
- No sé a vosotros, pero a mi esa gente no me suena de nada - dijo Leo masticando una pastita y fumándose un cigarro a la vez.
- No, a mi tampoco.... ¿dice algo más en esos folios, Molina?- preguntó Corso antes de volcarse directamente en la boca las pastas que quedaban en la bandeja .
- Si, hay un programa con las actividades del fin semana. ¿Leo?
- Dime- contestó Leo expulsando el humo por la nariz, la boca y ambas orejas.
- No, que si lo leo.
- ¿Tú qué crees?- preguntó Corso escupiendo miguitas por doquier.
- No sé, por eso preguntaba. ¿Entonces Leo?
- Entonces, ¿qué?- preguntó Leo.
- No, que si Leo.
- ¿Pero qué pasa conmigo?- exigió saber Leo con un inicio de mal humor.
- Léalo, por Dios- exclamó Escalilla con exasperación haciendo carambola en su silla contra una estantería.
- Vale, Leo- Molina clavó la mirada en aquella que tenía nombre de verbo en primera persona del presente simple de indicativo- ¡Leo!
- ¿Me dices a mi?- preguntó ella confusa y cabreada por lo absurdo de la situación.
- Que te levantes, que te has sentado encima de los folios.
Con un gruñido se levantó, y cogió los folios.
- Leo- dijo Leo.
- Ya sabemos quien eres- dijo Rocío dando exasperantes golpecitos de uña contra el cristal.
Leo la fulminó con la mirada, y empezó a leer.
" Programa de actividades para el fin de semana del dieciséis al dieciocho de enero del dos mil nueve.
Viernes dieciséis
Llegada prevista a la isla para las tres de la tarde, cada invitado podrá disponer de su tiempo hasta la hora de la cena como lo crea conveniente. La exquisita cena comenzará con un cóctel a las diez, y se servirá en el comedor principal a las diez y media, se recuerda que a los invitados que la etiqueta es indispensable. Tras la cena, que servirá para que los participantes en el fin de semana empiecen a conocerse, se podrán degustar licores de las primeras marcas en la sala de baile hasta bien entrada la madrugada"
- Eso de las primeras marcas lo dice siempre, y luego es garrafón- se quejó Corso
- Con lo que te cobran....- Rocío se unió a las quejas.
- ¿Qué dice que hay el sábado?- preguntó Mario levantando la vista del San Pancracio.
- Solo dos cosas: "Sábado dieciocho: resaca y asesinato".
- Que bien, el sábado está bastante menos encorsetado- comentó Escalilla- Mucho mejor, odio los fines de semana organizados.
Todos estuvieron de acuerdo en que era mucho mejor disponer cada cual de su tiempo como mejor le venga, y en que una agenda demasiado organizada no es buena para los movimientos intestinales.
- Bueno, son las nueve menos veinte, tenemos dos horas para arreglarnos para la cena- dijo Molina consultando su reloj- Venga, Escalilla, que usted sin alisador de pelo lo tiene crudo.
Todos miraron con conmiseración el fosco y seco melenón de la forense.
- No me lo recuerde....
Tras despedirse los unos de los otros entre efusivas muestras de afecto, que en algunos casos implicaron metidas de mano, y quedar en encontrarse en el rellano de las escaleras a las diez y veinticinco, para bajar todos juntos, cada cual se fue a su habitación, a excepción de Corso y Leo, que a instigación de esta última decidieron investigar lo que aún no había visto de la casa. Recorrieron todas las estancias de la planta inferior sin encontrar nada demasiado interesante, la puerta de la cocina estaba cerrada a cal y canto, pero por el tufillo y la luz que se filtraba bajo la puerta, supusieron que el ama de llaves y la cocinera estaban enfrascadas en la cena, y prefirieron no molestar. Como nada encontraron ni en el salón, estudio, biblioteca, sala de música, sala de billar o invernadero, decidieron subir a su habitación para darse un revolcón o dos, y después, si daba tiempo, arreglarse para la cena.
- Leo, ¿qué piensas de todo esto?- preguntó Corso dejándose caer sobre el colchón.
Ella se sentó junto a él y le miró muy seria.
- No lo sé, Corso, yo no sé si esto es una trampa, o qué narices es... pero es muy raro. Esas armas en el salón, los nombres de los invitados, las habitaciones... no sé, es como si todo esto lo hubiese visto antes. No sé, puede que lo haya leído en un libro...
- Yo, como solo leo las composiciones de los champús....- confesó Corso con cierto apuro.
Leo le acarició el pelo con ternura, y le dio un beso en la sien.
- Y un rato bien que las lees, ¿sabes que te pones muy sexy cuando me dices esas cosas tan raras...? - Leo le pasó sugerentemente un dedo por el pecho y le guiñó un ojo.
- ¿Tú crees?- la cara de Corso se iluminó.
Ella asintió con convicción, lo que le animó a hacer una demostración privada de sus habilidades a la hora de recitar compuestos.
- Aqua, Ammonium Laureth Sulfate, Linalol.... ¿quieres que siga?- preguntó metiendo una mano bajo la camiseta de Leo.
- Ni se te ocurra parar- le advirtió ella.
- Limonene, Panthenol….
Entre latinajos y algún que otro palabro en inglés, se quitaron la ropa el uno al otro, sin ser conscientes en ese momento, de que tres pares de ojos, y el objetivo de una videocámara, les vigilaban desde tres puntos distintos pero no lejanos. Tuvo Corso, en un momento de la sesión amatoria, la sensación de ser vigilado, pero como consideró probable que si decía algo se le acabase la diversión, juzgó más prudente callar, meter barriga, y esmerarse a fondo, por si la incómoda sensación tuviese algún fundamento real. Un buen rato después, mientras se fumaban el mandatario cigarrito postcoital, se escuchó un sonoro estornudo que venía de algún punto de la habitación. Leo le miró con una interrogación en los ojos, él asintió. Los dos escrutaron la habitación, por un momento le pareció que la cabeza de atún disecada de la pared de enfrente le devolvía la mirada, pero antes de que pudiese decir nada, el mismo ruido de antes se repitió, esta vez acompañado de una sonora sonada de moquita. Esta vez no hubo dudas de la procedencia del sonido, venía de fuera, de la terraza con la que las puertas de cristal mugrientas comunicaban. Leo se llevó un dedo a los labios indicándole que no dijese nada al respecto.
- Disimula- le susurró al oído metiéndole todos los pelos en el ojo.
Él asintió, y guiñó un ojo de una manera que a él le pareció discreta, pero que fue más parecido a un espasmo que a otra cosa.
- Oye, Leo, ¿te he contado ya como puedes ahorrar en tu seguro a terceros, sin perder antigüedad?
Leo suspiró y sacudió la cabeza rezongando.
- No, Pablo, pero estoy muy interesada en oírlo- dijo ella en alto.
Ella dio una larga calada a su cigarro, lo apagó en uno de los postes de la cama, se lo puso tras la oreja, y se levantó de la cama haciéndole signos de que siguiese hablando.
- Pues es muy sencillo, solo tienes que hacer la llamada del ahorro- mientras él hablaba, ella se envolvió en una manta con motivos taurinos que cogió del armario, y, sigilosamente, se acercó a las puertas dobles, y las abrió sin ceremonia alguna.
Bruscamente, sobre la alfombra, cayó una figura larga y remilgada a la que Leo no tardó ni un segundo en empezar propinar a propinar, una tras otra, todas las llaves de thai boxing que había aprendido en el curso que hizo, también durante su convalecencia.
- Para por Dios, que soy yo, Vázquez- lloriqueó la maltrecha y tiritante figura.
- ¿Vázquez?- Leo se paró en seco, y tras comprobar que, efectivamente era quien decía ser, redobló sus esfuerzos aniquiladores.
Corso disfrutó del espectáculo de ver a una mujer semidesnuda zurrando a un indefenso anciano antes de decidirse a intervenir.
- Leo, Leo, para- la sujetó con suavidad, por mucho que le gustase lo que veía, no podía consentir que siguiese adelante.
Cogió la figura de la holandesa y se la tendió.
- Dale con esto, anda, que así te vas a hacer pupita.
Leo cogió la figurita de Lladró, calibró su peso con el ceño fruncido, y le atizó a Vázquez en todo lo alto al grito de "babosa infecta". No era ella persona rencorosa, pero la estaba costando un pelín perdonarle a Vázquez que la llevase a las puertas de la muerte con esos trece disparos.
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- ¿Se puede saber qué haces aquí?- preguntaba Leo media hora después, poniendo linimento en los chichones que empezaban a florecer en el cráneo de Vázquez
Vázquez sorbía lentamente el caldo que con un poco de agua, alta en cal y cloro, y una pastilla de derivado de Avecrem, Leo le había preparado para que dejase de tiritar. El ajado traidor escupió una corona de oro antes de contestar.
- Ay, yo es que vi que todos os veníais, y pensé que ibais a dar una fiesta, y que no me habíais invitado... y como no tenía nada que hacer.. pues cogí un taxi y os seguí.... ¡Desde que tu padre me dejó, me siento tan solo!
La momia barbuda empezó a llorar desconsolado. El matrimonio entre Vázquez y Mateo había durado y una hora y tres cuartos, no más, justo lo que tardó Mateo en recobrar el sentido común, y fugarse con el grupo de bailes regionales que amenizó el convite de boda, desde entonces Vázquez no levantaba cabeza. Y no era para menos, todos sus amores o estaban muertos, o pasaban olímpicamente de él.
- ¿Y cómo has llegado hasta la isla?- preguntó Leo con los ojos acuosos por lo que Vázquez tomó un arranque de ternura, pero en realidad era por una tardía y leve reacción alérgica al tucán de la merienda.
- Pues vi a un señor con un aspecto nada recomendable cargando unos fardos en su barca, uno de ellos con una pelambrera pelirroja nada hidratada, e intenté montarme de polizón, pero él y su orangután amaestrado me encontraron y molieron a palos... así que me compré unos manguitos en una tienda de todo a euro, y he venido nadando nadando.
- ¿Has nadado los quince quilómetros?- preguntó Corso ahogando un eructo con la mano.
La cacatúa asintió severamente.
- De joven, antes de ingresar en la policía, y enamorarme del hombre que tanto daño me ha hecho, tu padre, fui parte del equipo de natación marítima de Soria- Vázquez se vanaglorió- Aún así con los años de inactividad y comilonas, pues he perdido facultades, si no me hubiese ayudado ese banco de boquerones habría muerto ahogado.
- Uy, que lastimita hubiese sido eso...- dijo Leo con sorna, poniéndose unos rulos.
- Te salvó un banco de boquerones....
- Sipi, el boquerón es un animalillo muy inteligente y noble, no como esos tan sobrevalorados y taimados delfines.....
- ¿Por qué nos estabas espiando mientras estábamos...?- Corso encontró encantadora la pudorosa manera en la que Leo se sonrojó y dejó en suspenso la frase.
Vázquez se encogió de hombros.
- Tengo diagnosticada una alopelia
- ¿Alopecia?
- No, alopelia.
- ¿Y eso que es?
El hombrecillo se encogió de hombros con una sonrisa rijosa y aire misterioso.
- Oye, ¿No serás tú el degenerado de los videos?- preguntó Corso cogiéndole por la pechera, y rasgando su camisita de puntillas.
- No, no, lo juro. Yo no tengo nada que ver, no era mi intención ver nada, pero cuando fui a entrar estabais ahí haciendo cosas muy raras... y no quise molestar...
- ¿Y no se te ocurrió darte la vuelta?- preguntó Leo dándole un sopapo rayano en hostia de padre y muy señor mío.
- Hombre, ya que el destino me ponía el espectáculo en bandeja..... no era yo quién para decir no. Lo siento.... por cierto, habéis estado muy bien, sobre todo Leo, tú, Corso, dabas la impresión de estar metiendo tripa.
Corso se masajeo la mano tras el atroz puñetazo que acababa de propinar a Vázquez.
- Bueno- dijo el infusorio desdentado levantándose del suelo- ¿Cuándo es la fiesta? ¿Y dónde duermo? ¿En medio o preferís que me ponga en un ladito? Advierto que no me he traído pijama
- Para empezar, tú no estás invitado a ninguna fiesta, y para terminar, tú no te metes en nuestra cama ni sobre el cadáver de Escalilla- le amenazó Leo.
- Jo, con lo que me he costado llegar- se lamentó Vázquez.
- Pues no haber venido, nadie te hubiese echado en falta.
- ¿Y dónde duermo?
- Tú eliges, o en el camastro de paja de la leñera del sótano llena de humedad, o en la confortable cama de colchón de látex del cuarto de al lado.
- ¿La leñera tiene tele por cable?
- Que nosotros sepamos, no.
- Entonces en el cuarto de al lado, qué se le va a hacer- Vázquez se resignó con un encogimiento de hombros.
- Pues, hala, aire, que nosotros nos tenemos que duchar y arreglar para la fiesta a la que a diferencia de ti, si estamos invitados- le dijo Leo empujándole sin miramientos.
- Si a mi no me molesta que os duchéis estando yo aquí, si quieres, Leo, hasta te podría frotar la espalda....
La respuesta a tan amable ofrecimiento llegó en forma de hostil y fulminante portazo.
06 El cóctel previo a la cena, y la fauna que allí se conoce
Corso se ajustó por décima vez el único botón de la chaqueta, se giró para comprobar que no marcaba lorza alguna por la zona lumbar, y sonrió satisfecho ante la imagen que el espejo le devolvía. Lanzando besos y guiñando el ojo a su reflejo pensó que no es que lo dijese él, es que estaba rematadamente guapo. Lo único que afeaba el conjunto, era el nudo de la corbata, que más que nudo parecía una boñiga famélica. El suave ruidito de alguien carraspeando a sus espaldas, le hizo olvidarse de su corbata y darse la vuelta. Contuvo el aliento ante la, más que grata, visión que ante él se erigía. Enfundada en un vestido negro anudado tras el cuello, Leo le miraba con una pequeña sonrisa en los labios, un par de mechones ondulados se habían escapado del informal recogido y resbalaban por su cuello. Emitió Corso un gruñidito desmallado y se tiró del fajín hacia abajo cuando sus ojos descubriendo alborozados que el escote, en forma de profunda uve, dejaba al descubierto los hombros, y lo que no eran los hombros.
- ¿Qué tal estoy?- preguntó ella girando coquetamente sobre sí misma. Durante ese giro pudo Corso descubrir que el escote en la espalda, en nada tenía que envidiar al delantero.
- Estás tremenda- fue la respuesta que Corso dio.
- Tú tampoco estás nada mal- repuso ella dándole un beso en la cara.
- No te he oído entrar- repuso Corso limpiándose con la colcha el pintalabios que ella acababa de dejarle en la cara.
- Es que no me he puesto zapatos, total, si no se me ven los pies.... así voy más cómoda
Se arremangó un poco el vestido y dejó al descubierto unos leotardos de canalé llenos de pelotillas, y unos pies enfundados en unas graciosas zapatillas de ositos.
- He preferido abrigarme bien, que si no cojo cistitis. Las medias de seda las voy a dejar para meter los garbanzos para cuando haga cocido, así no se desparraman. Además, he pensado que si me pongo tacones, te saco una cabeza.
- Pues estás preciosa. Te has puesto los pendientes que te regalé por nuestro primer aniversario.
Rozó con el dedo los alargados pendientes en forma de rodajas de chopped delicadamente tallados en oro blanco. Había elegido chopped en vez de otra cosa, a pesar del encarecimiento que conllevaba el tener que crear esa joya expresamente para ellos, pues ese fiambre tenía para ellos un significado muy especial. El chopped era la fina línea que separaba la vida y la muerte, el amor y odio. El chopped era su destino. Compartieron estos dos tortolitos una mirada en la que todas estas cosas se dijeron sin palabras.
- Ven aquí, que te hago el nudo de la corbata- dijo finalmente Leo.
- No sabía que supieses de estas cosas.
Ella se encogió de hombros mientras trajinaba con su elegante corbata de seda negra.
- Y no sabía, pero entre el curso de chapa y pintura, y el de mecánica, que hice cuando estaba pachuchilla, pues me apunté a uno de protocolo, aprendí a hacer nudos de corbata y a comer con ciento veintitrés cubiertos sin liarme.
- Benditos cursos, anda que no nos hemos ahorrado euros con las reparaciones del Ranger. Si es que vales tu peso en oro- la dio un sonoro beso en la cara.
- Bueno, esto ya está. Cojo una toquillita por si luego tengo frío, y nos vamos, que ya es la hora.
Mientras Leo cogía la toquilla de marras, Corso se palpó todos los bolsillos para comprobar que llevaba consigo todo lo que necesitaba para que la cena transcurriese tal y como había ideado. Sonrió satisfecho cuando vio que todo estaba donde debería estar, y al palpar la firmeza que sus pectorales estaban adquiriendo desde que usaba regularmente el Pectorex Ultra que compró en Teletienda.
Nada más salir al pasillo, tras un irritante chirriar de bisagra, se encontraron con el resto. Todos iban elegantemente ataviados, y el nivel de atractivo del grupo se había elevado muy por encima de la media nacional. La única nota disonante era Escalilla, que entre su horrible pelo, que ni entre Rocío y Leo habían conseguido medio domar, y en el que se ocultaban tres cepillos y dos peines, y la nefasta elección para el diseño, tejido y estampado del vestido, la forense parecía salida de alguna pesadilla daliniana. Tras un rifirafe, exento de mala baba, entre Leo y Rocío por ver cual de las dos llevaba el escote más atrevido, cuando no llanamente más puto, asunto que quedó en tablas, y después de los consabidos comentarios de lo bien que cada cual iba, comentarios de lo que la forense quedó educadamente excluida, bajaron un poco acobardados las escaleras, temiéndose qué encontrarse en el salón. Nada más poner el pie en el rellano inferior, llegó hasta sus oídos una música alegre y machacona, y el murmullo de alguna amena y ágil conversación propia de la más altas esferas sociales.
- Bueno, vamos a ver qué nos encontramos- dijo Corso acariciando fugazmente la barbilla de Leo.
Cada uno de los caballeros, brindó el brazo a la dama que le acompañaba, a excepción de Molina que se hizo el sueco, y entraron todos juntos al salón. Nada más abrir las puertas dobles que daban a la antesala del comedor, les recibió el tufillo a humanidad propio de una aglomeración de gente, por fina que esta sea, mezclado con caros perfumes, y alguna que otra imitación no demasiado lograda. Una mujer que frisaría la cuarentena, enfundada en un traje de noche de un intenso rojo escarlata, se acercó a ellos, copa de champán en mano, mirándoles de arriba abajo con una sonrisa de aprobación, hasta que llegó a Escalilla, momento en que soltó algo parecido a un rebuzno.
- Ustedes deben ser los misteriosos invitados que aún no conocíamos- dijo la mujer mirando más de la cuenta a Mario y a Corso- Tanto gusto de conocerles, por fin, nos temíamos que fuesen ustedes de clase media, me alegra constatar que no. Yo soy Eduvigis Amapola.
La mujer les tendió una mano que acababa en unas uñas largas pintadas de un profundo color carmesí que casaba tanto con su vestido como con su apellido. Respondieron cada uno de ellos diciendo su nombre y estrechando la mano que la mujer les había tendido.
- Esta es mi madre, Rosaura Blanco- señaló a una mujer con aspecto de haber cumplido los ochenta hace unas cuantas décadas, que vestía un elegante vestido de noche del mismo color de su apellido y lucía un mechón, también blanco, entre su malamente tintada cabellera.
La distinguida dama se acercó al grupo de mala gana, y les tendió la mano con un ruido de articulaciones, y bastante desdén.
- Nunca había visto un traje de noche de hule- musitó la mujer mirando de arriba abajo a Escalilla- tampoco con hombreras, ni de cuadros escoceses... es... distinto.
La forense no pareció captar que nada bueno de su vestido decían las palabras de la señora Blanco, pues murmuró complacida un "gracias". Cogieron todos una copa de champán de la mesita dispuesta junto a ellos, la vaciaron de un trago, y cogieron otra, está ya con más pretensiones estéticas que de saciar sed. La señorita Amapola llamó la atención de un hombre alto y pelirrojo, de unos cuarenta años, que vestía un esmoquin y portaba elegantemente un pañuelito de seda verde en el bolsillo. Colgada de su brazo, con aspecto de loro a medio desplumar, y botóxica perdida, le acompañaba una mujer de aproximadamente la misma edad, ataviada con un vestido azul y un tocado de plumas.
- Permítanme que les presente al socio de mi marido. Este es Bernardo Verde, y esta su encantadora esposa, Alicia Pavoreal.
Se alternaron sonoros besos con apretones de mano, en el fragor del momento todos acabaron besando a todos, y expresando lo encantados que estaban de conocerse.
- ¡Que original vestido lleva, en casa tenemos una bolsa para el pan que es igualita!- exclamó la señora Pavoreal mirando de hito en hito a la doctora.
- No es usted la primera que me lo dice- contestó orgullosa la forense.
Tras charlar un rato sobre todo tipo de vanalidades, el señor Verde y la señora Pavoreal, hartos del incesante parloteo de Escalilla, se alejaron para unirse a un grupito que charlaba alegremente cerca de la chimenea y engullía altramuces y champán. Poco después de la marcha de tan curiosos personajes, se les acercó un hombre delgado y con la cabeza afeitada, de indudable atractivo, vestido idéntico al señor Verde, con la salvedad de que el pañuelo en su bolsillo era violeta. Se alegró infinitamente Corso de haber sido el único que había optado por corbata en vez de pajarita, le hacía sentirse especial.
- Este es mi prometido- anunció la señorita Amapola cogiendo al recién llegado por el brazo- Nicolás Púrpura.
- Tanto gusto- murmuraron todos a la vez mientras se sucedía la escena de los besos, abrazos, palmaditas en la espalda, y apretones de mano.
- Enhorabuena por el futuro enlace- dijo Escalilla haciéndose la fina- ¿Cuándo es el feliz acontecimiento?- inquirió la doctora incapaz de reprimir su vena de portera.
- Muchas gracias, pues será para primavera- explicó el señor Púrpura- ¿Están ustedes casados?- preguntó señalando a las tres parejas.
- Yo si, pero no con este esperpet... beldad. No con esta beldad- dijo Molina besando falsamente la mejilla de Escalilla.
- Yo no- se lamentó Escalilla escrutando con ojos entornados el material masculino que poblaba la sala, después miró a Molina, hizo un guifo y se cruzó de brazos.
- Nosotros no- explicó Mario mirando a Rocío- Nos gusta ir despacio, primero tendremos un largo y casto noviazgo de unos doce años, y luego ya se verá si la cosa cuaja o no cuaja.
- Nosotros tampoco- dijo Corso- Lo del matrimonio es una estupidez, además, si luego te echas atrás, es un lío de papeleo. Estamos muy bien sin compromisos, ni ataduras de ningún tipo ¿a que si?
- Si, muy bien- Corso captó un ligero matiz de decepción en la voz de Leo, pero pudo haber sido un gas reprimido.
- Pues yo si creo en él, para mi el matrimonio es el estado ideal, es por eso me he casado ya seis veces- explicó la señorita Amapola- El próximo será el número siete.
- ¿Divorcios?- inquirió Rocío guardando discretamente en su escote un hueso de la aceituna que acababa de engullir.
- No, fallecimientos. Todos mis esposos eran aficionados a los deportes de riesgos.... es muy duro perder a la persona a la que amas. Muy duro, eso si, a partir de la cuarta vez...
Todos la dieron palmaditas de consuelo en la espalda, Escalilla, muy cumplida ella, le dio seis pésames seguidos, e improvisó otros tantos panegíricos.
- Ya solo les queda por conocer a mi esposo- dijo la anciana señora Blanco que no se había despegado de ellos en todo el rato.
Con una especie de ladrido se dirigió a un hombre al que de espaldas parecía sacar seis lustros. El aludido, propietario de unos hombros fuertes y anchos, se despidió del grupo con el que departía doblando el espinazo, y con un gracioso trote se acercó a ellos. Cuando estuvo cerca de ellos, y ya de frente, los seis lustros de diferencia de edad se convirtieron en ocho.
- ¿Si, querida?- a Corso no se le escapó la expresión del atractivo rostro del hombre cuando sus ojos se posaron en Leo.
- Permíteme que te presente a estos nuevos amigos, querido- dijo la señora cogiendo de la mano al que podría ser su bisnieto- Este es mi esposo, Antonio Mostaza, estos son Juan Molina, Mario Arteta, Rocío Oleguer, Demetria Escalilla, Pablo Corso, y Leonor Marín.
Corso observó con algo muy parecido a los celos el modo en que Mostaza se comía con los ojos a Leo, y propinó un brutal pisotón a Rocío para liberar su creciente ira, cuando vio que al llegar el turno de saludar a Leo, en vez de estrecharle la mano, se la tomo con delicadeza y se la besó sin apartar sus ojos de los de ella.
- Leonor....- Mostaza dijo su nombre como si fuese algo obsceno.
- Encantada....- murmuró Leo visiblemente azorada, retirando la mano de los labios del señor Mostaza.
Corso estudió la masculina mandíbula de Mostaza, sus labios perfectos, su nariz digna de la más fina obra de un escultor griego, su poderosa barbilla, así como las canas que plateaban sus sienes y le conferían un atractivo que hasta a él le resultaba difícil de resistir. Por el modo en que él la miraba llegó a la conclusión de que el tal Mostaza debía ser uno de los subscriptores del canal de video en los que su Leo salía desnudita. Sepa Dios que marranadas habrá hecho viendo esos videos, marranadas por otro lado comprensibles viendo al adefesio momificado de su señora. Vio sus educados modales, su preciosa dentadura, su aire de hombre culto y de mundo, y con horror pensó que si ese tío quería quitarle a Leo, lo podría hacer sin despeinarse ese magnífico, y elegante pelo que lucía.
- Así que casados... que pareja tan... tan... tan encantadora hacen- improvisó Molina por romper el extraño silencio que sobre el grupo se había cernido.
- A mucha gente le choca la diferencia de edad- empezó Mostaza con una voz masculina y aterciopelada que hizo ronronear a todas las féminas menos a Leo- pero yo creo que cuando el amor es de verdad, los años que uno tenga o deje de tener, importan bien poco, ¿No está usted de acuerdo, Leonor?
Leo se encogió de hombros, murmuró una excusa absurda sobre una pizza en un horno, y se alejó del grupo. Corso se aguantó las ganas de salir corriendo tras ella, no quería dar a entender los celoso y confuso que estaba. Mientras el señor Mostaza, que además era un conversador ameno y divertido, narraba las más fascinantes aventuras en una gramática clara y limpia, Corso no podía apartar la mirada de Leo que, tras haberse amorrado directamente a la botella de champán, departía con la señora Pavoreal. Se palpó el bolsillo interno de la chaqueta, y al palpar algo duro suspiró con pena, era un idiota. Todos sus reproches internos quedaron en suspenso cuando el ama de llaves hizo acto de presencia y llamó la atención de todos los presentes encendiendo un petardo valenciano del tamaño de una piña.
- Disculpen el olor a pólvora, pero no encontramos el palito de dar al gong, y dar voces está muy feo- se excusó- La cena está lista, pueden pasar al comedor por esa puerta de ahí, por la de la derecha, que la de al izquierda da al gallinero, y la del medio al pozo negro.
Todos se agolparon para ser los primeros en sentarse y coger el mejor sitio. Corso sintió que alguien le tocaba en el hombro, se giró para ver a Leo que le miraba de una manera extraña.
- Pablo, tenemos que hablar- ese tono le puso nervioso
- ¿Qué ha sido el rollo ese del beso en la mano del señor Ketcup?- Corso intentó sonar despreocupado pero falló miserablemente. Reprimió una lagrimita cuando Leo no le corrigió el nombre.
- Es precisamente de eso, escúchame...
Una cabeza pelirroja moderadamente bien peinada se asomó desde las puertas del comedor.
- Pero venga, no os rezaguéis, que vamos a jugar al juego de la silla para decidir dónde va cada uno- les apremió Rocío antes de desaparecer.
Leo miró a Corso y suspiró profundamente.
- Venga, vamos a cenar, luego hablamos tranquilamente- le dijo Leo dándole un beso en la cara.
- ¿Me vas a dejar?
- ¿Dejarte?- Leo le miró como si se hubiese vuelto loco- ¿Te has vuelto loco o qué?
- No sé- Corso hizo un gesto monísimo con los labios y se metió las manos en los bolsillos- He visto como mirabas a ese tío, y él es más guapo, más elegante y más todo que yo. También he visto como te miraba...
- Pablo, ese tío puede ser todo lo más que quieras, eso me da igual. A quien yo quiero es a ti, a nadie más.
Leo se lanzó a sus brazos y le abrazó pisándole ambos pies a conciencia, en eso momento Corso se alegró de la falta de tacones.
- Luego te explico de qué va todo esto, ¿vale? Ahora vamos a cenar, que estos son capaces de dejarnos las cáscaras de los langostinos.
- Vale.
07 Cocina de autor y duelos verbales
La profecía de Leo respecto a las cáscaras se cumplió. Solo erró en el crustáceo en cuestión, cigala en vez de langostino, y el motivo por el que las cáscaras les fueron dadas, no fue por llegar tarde, sino porque la cena consistía en, la tan temida por unos, y venerada por otros, cocina de autor.
- ¿Se puede saber qué carajo es esto?- gruñó Molina mirando el plato bajo sus narices.
- Según el menú es "Cigala deconstruida con espuma de mango y tierra aromatizada al espliego, sobre cama de pelos de puerro y puntas de judía verde en crudité"- leyó Rocío.
- Es cierto que es una cigala- corroboró Escalilla- Miren, los ojitos, el intestino, el caparazón externo, los bigotitos... lo que no está es la cola....- comentó levantando la cama de pelos de puerros en busca de dicho elemento.
La señora Blanco sacó la dentadura postiza de la copa de su esposo, se la recolocó, y gruñó visiblemente enojada.
- No está de moda decirlo- comentó la venerable anciana- pero la cocina de autor es una jodienda, si me permiten la expresión, donde estén unas sopitas de ajo...
- La vieja tiene razón- dijo Molina propinando a la pobre mujer un pescozón de aupa.
- A mi lo que no me cuadra en un plato tan chic, son estas patatas fritas a cuadraditos....- comentó Leo esforzándose en hacer como que no se daba cuenta de que el señor Mostaza, justo enfrente de ella, no la quitaba ojo.
- Si, además en el menú no las menciona....- añadió Corso lanzando una mirada asesina al acosador.
Estaban los doce sentados en una enorme mesa redonda, de manera que no había cabecera, ni nadie ocupaba un lugar más o menos relevante que los demás, pues quedaban todos igualmente expuestos al ojo ajeno, a excepción de Escalilla que quedaba semioculta por un jarrón lleno de flores secas estratégicamente colocado. Una suave música de jazz interpretada con por un cuarteto de monos titis, elegantemente vestidos con esmoquins, y entrenados para tal fin, amenizaba la cena. Percibió Corso con encono como uno de los simios llevaba un traje exactamente igual al suyo, corbata incluida, pero se felicitó al ver que el ajustado pantalón de lana fría le sentaba a él bastante mejor.
A pesar de ser uno y otro bando desconocidos entre si, y de las evidentes diferencias en el estilo de vida entre ambos, la simpatía había sido mutua, y la conversación y el alcohol fluían con facilidad. Escalilla hacía ojitos a cuanto macho había en la sala, monos incluidos, Rocío regalaba insensateces por doquier, Molina sorna a diestra y siniestra, y Mario monerías y pucheritos. La única que parecía no disfrutar de la velada era Leo, que no levantaba el ojo del crucigrama que estaba haciendo. Corso jugueteó con los ojos de su cigala mientras miraba los rostros de los seis desconocidos preguntándose quien era actor, y quien no lo era, pues no se le había olvidado el propósito de ese fin de semana, que no era otro que el esclarecimiento de un falso asesinato.
- Los ojos son lo único que vale la pena, por lo menos no están secos como los bigotes- comentó la señorita Amapola llevándose una cucharada de dicho manjar a la boca.
- Yo creo que esperaré el próximo plato- declaró prudentemente su prometido.
- Según el menú, es "Espuma de esencia de cola de cigala con aire de percebe y pensamiento de azafrán". Suena delicioso- leyó Mario con entusiasmo, muy aficionado él a este tipo de comistrajos finos.
- Yo sigo diciendo que donde estén unas sopitas de ajo...
- Diga que si, señora, diga que si- Molina propinó otro palmetazo a la sufrida señora Blanco, abollando en el proceso un par de osteoporósicas costillas.
- A mi tampoco me gustan estas extravagancias modernas, creo que la cocina es un arte que se ha de sustentar en lo aprendido a lo largo de miles de generaciones, y que no debe lanzarse en modas pasajeras por el simple placer de hacerlo- entonó Mostaza en su aterciopelada voz de tenor- Creo en lo natural y en el tratamiento adecuado del producto de temporada.
La concurrencia masculina de la mesa le miró con odio, la femenina con devoción y conteniendo el aliento, Leo se ajustó la cinturilla de los leotardos con aire de hastío.
- Al producto fresco, hay que a tratarlo como a las mujeres, con respeto- continuó Mostaza al que parecía encantar el sonido de su propia voz- Y eso es con firmeza, pero con dulzura, con delicadeza, pero sabiendo lo que uno se trae entre manos.
Todas las voces femeninas, menos una, y alguna que otra masculina, se unieron en un largo y sentido suspiro.
- Si me disculpan, he de ir a cambiarme el salva slip- se disculpó Escalilla corriendo la silla sin levantarse, y dejando sendos socavones en el suelo.
- Yo también- señaló Rocío imitándola
- De aquí no se mueve ni Cristo, que ya está el segundo plato- gruñó la señora Marciana Frijol desde la puerta llevando una colosal bandeja llena de loza en las manos.
Las dos pelirrojas se sentaron de nuevo en la mesa aterrorizadas ante la perspectiva de contrariar a la voluble señora.
- Veo que han apurado bien la cena, serán muy finos, pero solo han dejado las cáscaras- comentó de buen humor la mujer, retirando los platos con tanta rapidez que dio un tropezón y cayó a los pies de Leo, clavándole en un par de incisivos en el pie.
- Digculpe- se excusó la mujer un tanto azorada, apoyándose en su hombro para enderarse.
Nadie se molestó en apuntar que las cáscaras eran en realidad el grueso del plato.
- Hala, que aproveche- se largó por donde había venido entre el repiqueteo de los zapatos de tacón que atrevidamente combinaba con calcetines deportivos.
- ¿Dónde están las colas de las cigalas?- preguntó Rocío levantado su plato por si se hubieren caído.
- Creo que están evaporadas en esa diminuta espuma blanca de textura similar a un gargajo, esa porquería sobre la enorme hoja de parra ornamental, querida- indicó amablemente la señora Pavoreal, mirando con desmayo su plato.
- Otra cosa que no me cuadra en el plato- dijo Leo pinchando un enorme y grasiento pimiento frito.
Corso miró la hortaliza, otrora saludable, y estuvo de acuerdo con ella. Los pimientos fritos, muy de cocina de autor, pues no parecían.
- Si, es un detalle curioso....- dijo finalmente.
- Lo que tampoco veo es el percebe...- de nuevo fue Rocío la que expresó en alto sus preocupaciones culinarias.
- Es que es en esencia, galerita mía, ¿no sientes el soberbio sabor a mar y a yodo que desprende la espuma?- dijo Mario.
- Pos no.
- Ni yo tampoco, hijo, ni yo tampoco- se lamentó la abuela de la mesa- Y yo sufriendo por si me subía el ácido úrico con el presunto marisco....
- Pues no sufras, mamá, que de esta cena ni engordamos, ni nos sube nada de nada.
Cada cual se comió con ansia su pimiento frito, e hizo barquitos en el aceitillo que flotaba en el plato.
- Hablando antes con la doctora Escalilla- comenzó el señor Verde comiéndose el pellejo de pimiento que su esposa había dejado intacto- He concluido que son todos ustedes miembros de la Policía Nacional, ¿estoy en lo correcto?
- Pues si, somos de la judicial, de Madrid- corroboró Mario
- Eso es fascinante- apuntó el señor Púrpura- Supongo que será usted, don Molina, el agente de más alto rango.
- No, en realidad esa posición la ocupa nuestra nunca bien ponderada doctora Escalilla, que es comisario, yo soy un simple subinspector.
Todas las miradas se dirigieron a la doctora, que se hurgaba en los molares con un palillo plano, que, finalizada la operación, reintegró al palillero.
- Pues parece usted joven para llevar en el Cuerpo tanto tiempo como para haber llegado a ser comisario.
- En realidad solo llevo un año en la Policía- repuso Escalilla sorbiendo su cena por una pajita- lo que pasa es que una ha ascendido rápido.
Se pudo oír un venenoso "trepa de mierda" en acento gallego que todos fingieron no haber escuchado. La doctora continuó haciendo oídos sordos.
- Antes era forense, y antes de eso bióloga, anteriormente flautista, funambulista, morcillera, y antes de todo eso embrión.
- Oh, entiendo- se apresuró a añadir el esposo de Pavoreal, señor Verde- Entonces, siendo usted subinspector, los más jóvenes de ustedes, Mario, Rocío, Pablo y Leonor, serán agentes rasos.
Iban Mario, Corso y Leo a dar la razón al señor Verde, por miedo a posibles arrebatos de Molina, cuando Rocío se les adelantó con la insensatez propia de ella.
- Uy, que va. Mi Mario y yo somos Subinspectores como Molina, Corso, osea Pablo, es Inspector, y esa de ahí, Leo, es Inspector Jefe.
- Pero yo tengo más trienios que todos vosotros juntos- gruñó Molina mirándoles alternativamente a todos.
- Y más experiencia, Molina, mucha más- apuntó Leo
- Y la barba te queda bastante mejor que a Escalilla, por mucho que ella diga lo contrario- añadió Rocío.
Eran las chicas unas expertas en hacerle la pelota cuando hacía falta, lo cual era cada vez con más frecuencia. Molina murmuró algo complacido, y se zampó en la alegría del momento su espuma de crustáceo sin rechistar.
- Así que Inspector Jefe- dijo Mostaza mirando a Leo de una manera que ni a ella ni a Corso les gustó un pelo- ¿No se siente amenazado, Pablo, de que su novia gane más dinero y ocupe un puesto más importante que usted? Muchos hombres lo considerarían una humillación, un menoscabo de su hombría.
Las palabras de Mostaza fueron acompañadas de un "halaaaaaa" que toda la mesa entonó a coro. Se miraron Mostaza y Corso como dos machos cabríos a punto de entrechocar cuernos.
- En absoluto me siento amenazado, en realidad estoy extremadamente orgulloso de ella, y estoy seguro de que, si ella se lo propone, llegará a Papa- esbozó Corso una afilada sonrisa- ¿Y a usted no le preocupa que la gente comente que solo es un chulo que está con su achacosa esposa solo por el dinero de ella?
Otro "halaaaaa" aún más largo que el anterior. Mostaza contuvo el aliento primero, empezó a reírse después. Sus nasales y desagradables gruñidos nasales, así como la perfecta visión de sus encías, premolares y molares, le restaron momentáneamente todo su atractivo. Pareció el galán darse cuenta, y dejó de reírse intentando guardar la compostura. Visiblemente alterada, Leo buscó bajo la mesa la mano de Corso, equivocándose y estrujando la de Pavoreal, error del que enseguida se apercibió y se apresuró a subsanar, así soltó la de Pavoreal, y cogió la de la señorita Amapola, después la de su madre, más tarde la de de Escalilla, para por último tomar, por fin, la de su amado Corso.
- Querido Pablo, en realidad, yo soy copropietario, junto con el señor Verde, de una multinacional inmobiliaria cuyo valor en el mercado asciende a dos billones de euros.
- ¿Ha dicho millones o billones? Es que se me ha taponao un oído...- dijo Escalilla ligeramente azorada.
- Billones, con b, señora mía. Como puede entender, si es que sabe cuánto es eso, no necesito el dinero de mi esposa, ni ella el mío.
- Me parece, señor Mostaza, que le da usted demasiada importancia al concepto de dinero y que lo relaciona de manera extrema con el de hombría- empezó Leo con extrema frialdad, y cierta chulería- ¿Acaso tiene usted problemas con lo uno o con lo otro? ¿Tal vez con los dos?
Un tercer "halaaaa" se propagó por la mesa. Se sacaron banderitas, bufandas con nombres de los contedientes, carracas y objetos varios para hacer ruido, y se formaron dos grupos, los que apoyaban a Mostaza, y los partidarios de Corso y Leo. La jarana y el duelo de miradas a tres bandas quedaron interrumpidos con el anuncio de que el tercer plato estaba listo.
- Esto se supone que es "Memoria de cola de rape con emulsión de vayas silvestres, y esencia de almeja de carril"- leyó la señorita Amapola.
- Suena algo más sustancioso....- comentó la señora Blanco que, desesperada ante la falta de alimento, había empezado a engullir el centro de mesa, embozada en una bonita bufanda que decía Corso y Leo.
- El rape es un animal fascinante- empezó Escalilla deseosa de convertirse de nuevo en el centro de atención- ¿Sabían ustedes que los ejemplares machos son cuarenta veces más pequeños que las hembras, y que para el apareamiento el macho muerde a la hembra, y lentamente se va insertando en ella, hasta convertirse en una especie de berrugón en el vientre de su compañera?
Una serie de arcadas y gruñidos de repulsión se extendieron por la mesa. Escalilla emitió un lastimero gemido ante un nuevo fracaso social. Minutos después, entró en el comedor el ama de llaves con el tercer plato, que resultó consistir en una raspa de rape de tamaño medio, un fragmento de piel de pescado, dos conchas vacías de almeja, y una generosa cucharada de lo que parecía mermelada de fresa, y resultó ser confitura de arándano. Leo miró con curiosidad los curruscos de pan fritos y torreznos que no parecían casar con el resto del plato.
- ¿Conocen alguno de ustedes a nuestra anfitriona, la señorita Frances Gracias?- preguntó Leo revolviendo con desgana la confitura y las conchas de su plato.
- En realidad no- dijo la señorita Amapola apartando con un bufido su ración- Recibimos una invitación en la que se decía que por nuestra relevancia social se nos invitaba a este burgués divertimento de fin de semana con asesinato incluido, pero me temo que no tenemos el placer de conocerla en persona, ¿Ustedes si la conocen?
- Tampoco, nos llegó una invitación similar a la suya, pero nunca antes habíamos oído hablar de ella- explicó Mario chupando con fruición su espina de pescado.
- Es bien curioso todo este asunto, no entendimos el motivo de la invitación, pero vinimos igualmente porque las fiestas con un mínimo de nivel, en esta época del año escasean, y porque así ahorrábamos en calefacción- comentó el señor Púrpura.
- Permítame una pregunta, señor Púrpura- inquirió Molina- ¿Es usted también empresario?
- No, me temo que no. Yo soy un simple contable en la empresa de mis queridos señor Verde y Mostaza.
- Nada de simple, querido Púrpura, es usted un mago de los números- comentó el señor Verde con afabilidad.
- Además, no tiene nada de malo ser un don nadie segundón- le consoló Escalilla sin ningún tino - ¿a que no, Molina?
Contestó el aludido con un gruñido.
- En fin- dijo Rocío pintando ojitos a sus conchas de almeja- No se ustedes, pero yo después de esta mierda de cena, tengo más hambre que antes, y según el menú solo queda el postre.
Todos gimieron lastimeramente a la par que sus estómagos se quejaban de la inmerecida dieta.
- Pues como encima las copas sean de garrafón.... ya verán mañana la resaca- se lamentó Corso
- Bueno, aún nos quedan las mediasnoches de tucán de la cestita de fuera- recordó Rocío- Si las repartimos bien, no moriremos de inanición hasta, por lo menos, mañana.
- El postre pone que es "capricho del chef"....- leyó Molina- Como si lo viera, se le va a encaprichar ponernos otro plato vacío...
Rieron con aburguesada disciplencia la ocurrencia de Molina, lo que le hizo sacar pecho y mirar con aire de superioridad a Escalilla, apuraron las copas de vino, los botellines de cerveza, las botellas de champán, y las botas de vino, y se encendieron cigarros, puros, pipas, pitillos y cachimbas, y se esperó con terror el postre.
- Leonor, ¿puedo hacerle una pregunta?- la señora Blanco se dirigió a ella con cierta cautela.
Leo suspiró y puso los ojos en blanco, en parte porque cada vez que alguien la llamaba Leonor le subía la tensión, y en parte porque Corso la acababa de dar un pisotón de caballo. Además se maliciaba la pregunta.
- Ni brasileña, ni caribeña, es algo entre medias- contestó ella con tono de hastío antes de que la pregunta fuese formulada- En realidad solo quería perfilar, pero a la de la fotodepilación le dio un ataque de hipo y se le fue la mano.... pero como quedaba tan mono...
- ¿Perdón?
- ¿No era una pregunta acerca de mis ingles?
- No, me temo que no, aunque me ha satisfecho una curiosidad. Iba a preguntarle si es usted la Leonor Marín propietaria de esa empresa tan pujante en lo económico, relevante en lo social, y con todos los visos de convertirse en el próximo monopolio del siglo, llamada Leotex.
- Pues si, lo soy.
- Sus fijadores de dentadura postiza y su Leosterine para dentaduras antediluvianas, son una maravilla!- exclamó encantada la Señora Blanco.
- ¿Única dueña?- se interesó Mostaza ignorando a su esposa- Caray, Pablo, no es usted tan tonto como parecía.
Bajo el mantel, Leo apretó la mano que creía de Corso, pero en realidad era de Pavoreal, y lanzó una airada mirada a Mostaza.
- En realidad es una sociedad, si bien, es cierto que yo soy la accionista mayoritaria con el sesenta por ciento de las acciones. Pero al igual que la momia de su esposa, sin ánimo de ofender- la señora Blanco sonrío con afabilidad y restó importancia al calificativo- no necesita su dinero, Pablo tampoco el mío, pues tiene una participación del quince por ciento en Leotex.
- ¿Y el resto de las acciones? ¿A quienes pertenecen?- se interesó el señor Púrpura que adoraba hablar de dinero.
- Pues estos cafres de aquí- señaló Leo a Mario, Rocío, Molina y Escalilla- tiene cada uno un cinco por ciento de las acciones, y el cinco por ciento restante está repartido en pequeños accionistas, ahorradores que invierten en bolsa- contestó Leo con ayuda de un ábaco que siempre usaba para no liarse con los porcentajes.
- ¿Y si a usted la ocurriese algo, Dios no lo quiera?- preguntó la señorita Amapola- ¿Qué ocurriría con el dinero?
- Disculpe el atrevimiento de mi hija, querida Leonor, pero con tanta muerte a su alrededor, sus preguntas tienden a ser un tanto morbosas.... a mi misma me pregunta todos los días a la hora del té que cuando voy a cascar....
- Pues una pregunta estupenda, yo siempre me lo he preguntado, pero me daba apuro preguntártelo, no quería que te enfadases- explicó Rocío mientras el ama de llave se llevaba los platos.
Leo asintió antes de contestar.
- Pues si a mi me pasa algo, es decir si muero, o si me incapacitan, la mitad de mis acciones irían a parar directamente a Pablo, el resto se repartiría entre el resto de los accionistas, a excepción de un fondo de doce millones de euros que iría para la Casa del Mimo, esos pobres desgraciados una vez se retiran....- sacudió la cabeza con pesar abrumada por la triste vida postjubilación del gremio de los mimos.
- ¿De qué cantidad de dinero hablamos?- preguntó Púrpura.
- Pues con esto de la crisis hemos perdido un poco de valor, creo que el último balance anual tasaba la empresa en sesenta billones de euros, millón arriba, millón abajo- contestó Leo
Tras reponerse de los sus respectivos soponcios al saber cuan ricos eran, Rocío, Mario, Escalilla y Mario, se lanzaron a abrazar y a besuquear a Leo como locos, pues lo de las acciones había sido su regalo de Reyes.
- Bueno, seguro que si algo le pasa a usted, Pablo encontraría consuelo rápidamente con esos millones que irían a parar a sus manos...- comentó maliciosamente Mostaza- Las penas con millones son menos.
- Mire, señor Salsa Perrins, si sigue por ese camino no va hacer falta el asesinato de mentirijilla, porque yo mismo le voy a matar con mis propias manos- amenazó Corso haciendo ademán de lanzarse a él- Y si no se lo cree, atrévase a hacer un solo comentario más fuera de lugar sobre Leo.
En vez del consabido "halaaa", esta vez fue un "oh, oh" lo que corrió como la pólvora por la mesa.
- Era una broma, querido amigo- se río Mostaza con ese desagradable sonido suyo hasta que fue consciente de ello, momento en el que se exploró el canal auditivo con el tenedor.
- No hagan caso a mi esposo, entre sus contados defectos, está el de un sentido del humor un tanto macabro...- comentó la señora Blanco.
El tenso ambiente que el enfrentamiento verbal, con amenaza de muerte incluida, había creado, solo se distendió cuando el postre hizo acto de presencia. Enormes lagrimones cayeron de los ojos de los doce comensales, cuando descubrieron con alborozo que el capricho del chef no había sido otra cosa que un churrasco del tamaño de la península itálica, servido en pantagruélicas fuentes a rebosar de patatas panaderas, pimientos de Guernica, y en una esquinita un flan de huevo recubierto de nata y coronado con una rodaja de melocotón en almíbar.
08 Cuarteto de simios, Manhattan y necesidades imperativas.
Hurgando entre las dentaduras para quitar los restos que entre los huecos, hubieren podido quedar del contundente postre, los invitados y el simiesco cuarteto de música se trasladaron a tropel hasta la sala de música anexa al comedor. Era una habitación de grandes dimensiones, y lujosamente decorada con espectaculares vistas sobre la isla. Fuera, una tormenta de viento, agua y relámpagos azotaba la superficie de los acantilados y las playas. Corso se acercó al enorme ventanal y, por un momento, se sintió tocado por una extraña y profunda melancolía. Todas esas cosas que se habían dicho y visto en la cena, le habían dejado con un muy mal sabor de boca, y un horrible sentimiento de derrota. Vio en el reflejo del cristal frente a sí a Antonio Mostaza. Pensó en su despreocupado encanto, su arrollador atractivo, su vasta cultura, sus perfectas facciones y su esbelto y fuerte cuerpo. Hasta el traje, que de cerca había visto que era de poliéster del C&A, le sentaba mil veces mejor que a él su traje de lana de Hugo Boss. Sacó un cigarrillo, encendió una cerilla en la suela del zapato y lanzó una mirada enconada el recipiente de tanta virtud.
Él no era un triunfador ni nunca lo sería, era guapo pero sin pasarse, listo, pero solo moderadamente, aguantaba mucho tiempo la respiración, pero no más que cualquier mediocre delfín. Él, hasta la fecha, estaba contento de cómo era, también estaba muy seguro de lo mucho que su Leo le quería, pero viendo a tal espécimen de hombre no podía evitar hacerse preguntas, ¿y si ella se aburría de él? ¿Y si dentro de un tiempo se daba cuenta de que prefería un señor Mostaza a un Corso? No era nada propio en él la autocompasión, así pues, achacó ese arranque a la excesiva condimentación de hiervas aromáticas que la cocinera había puesto a las patatas panaderas. Se giró al oír el sensual deslizar de unas zapatillas de plantígrados sobre el malamente fregado suelo de mármol.
- Una de mis zapatillas ha perdido el hociquito, y lo estaba buscando, por eso me he entretenido, he sido incapaz de encontrarlo, tengo un disgusto... - le dijo Leo suavemente acercándose a él- Luego no te visto en la barra del bar, y me he preocupado.
- Estaba aquí, mirando la tormenta.
- Es bonita, ¿verdad?
- Si, muy bonita. Me gusta mirar por la ventana cuando llueve mansamente, me relaja y me ayuda a pensar.
Los dos observaron unos minutos en silencio como la fuerza de la tormenta arrastraba barcos hacia el fondo del mar, arrasaba pueblos enteros con sus rayos, y elevaba gaviotas, casas de madera, y niñas con vestiditos azules y blancos en el ojo de un ciclón que se había formado.
- Pablo, tenemos que hablar.
- Si, ya lo sé. Yo también quiero decirte algo.
Cesaron las conversaciones, enmudecieron los matasuegras, quedó aparcado el SingStar de Manolo Escobar, y se hizo un silencio sepulcral. Todos y cada uno de los invitados empezaron a acercarse, de forma más o menos discreta, para intentar oír lo que la pareja tenía que decirse el uno al otro.
- Mejor hablamos luego, ¿vale?- dijo Corso matando con la mirada a Escalilla que se había escondido dentro de un macetero- Esto está lleno de cotillas.
Se sintieron todos tremendamente ofendidos por el inmerecidísimo apelativo.
- Esta bien, vamos a pedir una copa.
Le cogió Leo de la mano, y se acercaron hasta la barra que ocupaba todo un lateral de la estancia, y tras la cual se movía con eficiencia el ama de llaves.
- Dos bourbon con hielo, por favor- pidió Corso acodándose en la barra.
- No hay.
- Pues dos whiskies de malta on the rocks
- No queda.
- Dos whiskies de no malta.
- Tampoco
- ¿Un ron?- le consultó a Leo, a lo que ella asintió- Pues dos ron con coca cola.
- No hay.
- ¿Vodka?
- Menos
- ¿Pues qué si hay?
- Pues, por ejemplo, Martini blanco.
- Pues dos Martinis.
- No nos queda, las dos pelirrojas se han bebido lo que quedaba.
- ¿Me está diciendo que no tienen nada de nada?
- Yo no he dicho eso. Tenemos bourbon.
- Pero si es lo primero que ha pedido y ha dicho usted que no había!- espetó Leo dando un manotazo sobre la barra
- No, lo que yo he dicho es que no les podía poner un bourbon con hielo, porque no hay hielo, bourbon hay doce cajas enteritas.
- Pues dos bourbon.
- ¿Con hielo?- preguntó el ama de llaves pasando una bayeta.
Los dos gruñeron enseñando los dientes.
- ¿Quieren que les ponga un palito de merluza rebozada para refrescar?
- Como usted vea....
- Pues lo siento mucho pero, no le puedo poner los bourbon.
- ¿Qué pasa que ahora no hay vasos?
- Si, si, si que hay, es que he caído en la cuenta de que el bourbon es solo para los Manhattan.
Se inyectaron en sangre los globos oculares de la iracunda pareja.
- ¿Manhattan? ¿Nos está diciendo que nos puede poner un Manhattan que lleva Whisky, bourbon y Martini, pero no nos puede poner ni un bourbon, ni un whisky ni un Martini?- preguntó Leo resoplando como un toro de lidia.
- Eso mismo he dicho, señorita- repuso la mujer con sencillez.
Tuvo Corso que sujetar a Leo, pues intentó esta lanzarse tras la barra blandiendo, con talento de mosquetero, un cuchillo jamonero de tremendísimas dimensiones.
- Pues pónganos dos Manhattan, ¿o hay algún impedimento para eso también?
- ¿Impedimento? ¿Cuando les he puesto yo impedimentos a nada?
Mientras el ama de llaves mezclaba en una coctelera el whisky, la angostura, y el Martini con el hielo, Corso observó como Escalilla se metía en ojo la guinda que adornaba su Manhattan, y después resbalaba con la piel de naranja que se había caído de su copa.
- ¿Lo quieren agitado, o removido?- les preguntó doña Frijol
- Como sea, pero que sea ya- gruñó Corso que sentía como bajaba el nivel de alcohol en sangre.
- Vaya modales, aguante esto un momento, que voy a por una naranja- el ama de llaves le dio a Leo la coctelera para que la sujetase mientras desaparecía bajo el mostrador.
Reapareció un par de segundos después, y, en un derroche de habilidad, peló la naranja entera de una sola vez, con la única ayuda de la callosidad de su pulgar derecho, proeza que bien la valió los aplausos de la sorprendida pareja. Un minuto después se alejaban los dos de la barra con sendas copas heladas y un incipiente dolor de cabeza.
Ligeramente apartada de la pista de baile, estaba colocada una mesa redonda idéntica a la de la otra habitación, dejó Leo sobre la superficie de la mesa la toquillita de lana con la que toda la velada llevaba cargando.
- Que rico está este cóctel, lleva un toquecito zumo de cereza, justo como a mi me gusta- comentó Leo paladeando el oscuro líquido- Yo antes lo bebía mucho.
- Yo nunca he sido mucho de cócteles, porque ¿el vino con gaseosa no cuenta, no?
- No creo, de todos modos, a mi tampoco me van mucho, solo lo bebía por hacerme la fina. Cuando tienes catorce años, y pides bourbon a palo seco, te miran de mal modo.
Corso asintió, la entendía perfectamente. En ese momento tocaban los titis una refrescante, a la par que emotiva, versión de una vieja canción de amor de finales de los años cincuenta, Ne me quitte pas. El francés del simio dejaba bastante que desear, pero la deficiente pronunciación se veía suplida con creces por su indudable pasión.
- ¿Te apetece bailar?- preguntó Corso tendiendo la mano a Leo.
Ella asintió y tomó la mano que él la tendía. Dando un último trago, dejaron sus copas sobre la mesa, y se integraron en la pista de baile con el resto de las parejas. Se abrazaron el uno al otro y empezaron a moverse al compás de la música y de la dulce voz del simio cantante. Los vapores del alcohol, la tenue luz, los hipnóticos movimientos de la danza, la suave música, y el calor que irradiaba el cuerpo de su amada contra el suyo, y lo rematadamente mal que el señor Mostaza bailaba, se conjugaron para crear un mágico momento. Se sintió tremendamente estúpido por ese tonto momento de inseguridad que había tenido junto a la cristalera.
- Leo
Ella levantó la cabeza de su hombro, y por la bruma de sus ojos tuvo la impresión de que había estado dando una cabezadita.
- Dime, Pablo.
- Verás, preciosa, hay algo que quiero....
Dejó la frase en suspenso al percatarse de que diez pares de orejas, disimulando más mal que bien, acechaban todas y cada una de sus palabras.
- No importa, luego hablamos.
Así pues, decidieron limitarse a bailar y a meterse disimuladamente mano. Escalilla y Rocío, hartas de esperar que algún caballero se decidiese a sacarlas a bailar, decidieron hacerlo la una con la otra, y se movían, totalmente fuera de ritmo, a lo largo y ancho de la pista de baile. En un momento dado, hubo un cambio de parejas y Corso se encontró bailando con la señora Blanco que no perdió ni un segundo para palparle las nalgas por encima de la tela del pantalón. Mientras intentaba zafarse de las manso del vejestorio, vio de reojo como Mostaza intentaba sacar a bailar a Leo. Observó complacido como ella le arreó un discreto bolsazo, una más aún discreta patada, lanzó un disimulado escupitajo, y huyó para parapetarse detrás de un cactus. Estaba claro que si bien el interés del uno era indudable, este no era correspondido por ella. Es lo que tiene la tele, o para el caso, conocer a alguien a través de una pantalla, tú puedes enamorarte de la persona que ves, pero eso no funciona en sentido contrario, él mismo aprendió esa dura lección, años ha, con su amor no correspondido por Paula Vázuqez, aún le duele esa orden de alejamiento.
Al acabar la decimosexta canción, todos aplaudieron encantados y emocionados por la impecable selección musical de los titis, cuando estos se tomaron un descanso para tomar un refrigerio a base de plátanos y otras calóricas frutillas.
- Los titis son unos animalillos fascinantes, ¿no creen?- empezó la de siempre camino a la mesa.
- La verdad es que no, querida mía, aunque estos tocar, tocan la mar de bien- contestó la señorita Amapola apretando el paso para zafarse de la pelmaza forense.
- Pues si, fascinantes, pertenecen los titis a la familia de los calitriquinos, un grupo mofiléitco de posición taxonómica controvertida, ya que los expertos no nos ponemos de acuerdo en si pertenecen a la familia callitrichidae o a los cebidae- explicó Escalilla demostrando, una vez más, sus nulas habilidades sociales- El cantante creo que es un precioso ejemplar de Callithrix argentata, pero no estoy segura, más tarde se lo preguntaré.
- ¿Es siempre así?- le preguntó a media voz la señora Blanco a Molina
- No, a veces se hace verdaderamente pesada
Para hacer más llevadera la anodina y espesa perorata de Escalilla, cada cual vació de un trago su Manhattan, pues no se servía otra cosa que el cóctel con nombre de barrio elitista. Como el de Leo había desaparecido, Corso le tendió amablemente la mitad de su copa para que lo apurase. No pasaron ni cinco minutos antes de que empezase Corso a sentirse extraño, un fulgurante calor invadió su cuerpo, sintió el sudor chorreándole por las sienes, y una creciente estrechez en la bragueta de sus pantalones. Intentó cruzar las piernas para disimular su preocupante estado, pero el riego sanguíneo no estaba precisamente en su cerebro, y la operación le resultó imposible de realizar. Miró a su derecha, y vio que Leo se había puesto tan roja como él, y también sudaba a mares. Se miraron con los ojos como platos, y sin decir una sola palabra, se levantaron y corrieron de la mano escaleras arriba. Mientras salían a toda prisa, oyeron a sus espaldas como Escalilla musitaba algo de falta de educación, y de lo fascinantes que eran las orquídeas.
Cuatro horas, ocho asaltos amatorios completos, y doce mil calorías menos después, cayeron los dos sobre el colchón, rendidos, sudorosos, agotados, y sin aliento. Se miraron el uno al otro en la pálida luz de las primerísimas horas del alba.
- Esto tiene que haber sido la cigala deconstruida esa de las narices- dijo Corso finalmente, cuando la sangre regresó al cerebro.
- Yo no sé si ha sido la cigala o el churrasco, pero, desde luego, ha sido muy raro.
- ¿No te ha gustado?- preguntó Corso con cierta zozobra y congoja.
- ¿Cómo no me va a gustar? No, no, cariño, no es eso. Me ha gustado mucho. Lo que digo, es que es muy raro que a los dos nos de tamaño calentón, tan a la vez y tan de repente, ¿no te parece?
No estaba Corso tan seguro de lo raro del hecho, pues no eran pocas las veces que eso mismo le había pasado viéndola freír albóndigas.
- No sé, Leo, ya sabes que yo soy muy ardoroso cuando como sobrasada, y para almorzar me he tomado seis tarrinas- contestó Corso tomándose el vasito de leche que tenía por costumbre tomar antes de dormir, y que ya se había dejado preparado de antes.
- Si, pero la sobrasada no influye en mi líbido..... y yo ni siquiera he comido.
- No sé, puede que sea un efecto secundario del tucán de la merienda.... o puede que el depravado de Vázquez nos haya echado algo en la cena para satisfacer sus perversiones vouyeristas...- dijo corso bostezando sonoramente.
- Eso último tiene bastante lógica... mañana le arrancamos la verdad a palos, y si no ha sido él, igualmente le estarán merecidos. Pero por mucho que me guste hablar de causar daño físico a ese desgraciado, ahora tengo que decirte algo muy import...
Fuere lo que fuere, ese algo tendría que esperar al día siguiente, pues se sumió Corso en un profundo y espeso sueño antes de que Leo pudiese acabar la palabra.
Le despertaron unos golpes en la puerta. Al abrir los ojos descubrió que era completamente de día, junto a él, bajo el edredón azul, vio la espalda desnuda de Leo, que a juzgar por su alegre roncar, aún dormía plácidamente. Los golpes se repitieron, antes de poder abrir la boca, la bisagra lloró, la puerta se abrió, y Rocío y Mario entraron atropelladamente en la habitación.
- Ha ocurrido algo!- exclamó Mario.
- Algo horrible- puntualizó Rocío.
Mario, fiel a su costumbre de ducharse nada más levantarse, lucía una raya en su repeinada y húmeda cabellera que parecía trazada con escuadra y cartabón, olía a agradable colonia infantil, y vestía una camisa que aunque bonita, no le marcaba los pectorales tanto como solían hacerlo todas las que vestía. Junto a él, Rocío pese a estar también recién duchada, lucía un color verdoso en la tez, y unas ojeras de órdago.
- ¿Hmmm?- Leo se despertó en ese momento y se incorporó de la cama.
- Un asesinato!- dijo Rocío tapando los ojos de Mario para que no pudiese ver el top less mañanero.
- Pues a eso veníamos, ¿no?- repuso Corso con voz pastosa.
- No, no, un asesinato de verdad!
- ¿Cómo que un asesinato de verdad?- preguntó Leo cubriéndose recatadamente las glándulas mamarias con el edredón nórdico.
- ¿Quién? ¿Dónde? ¿Cómo?- preguntó atropelladamente Corso.
- El señor Mostaza, en el estudio, con la daga!- recitaron con innecesaria teatralidad Rocío y Mario a coro.
La cara de Leo se descompuso totalmente, palideció y emitió un sonido ahogado, la de Corso en cambio se iluminó cual faro al conocer la identidad del muerto.
- ¿Mostaza está muerto?- balbuceó Leo
- Si, lo encontró el ama de llaves hace un rato, a todos nos han despertado los gritos, no sé como no los habéis oído vosotros.
- Tenemos el sueño pesado- dijo Corso tapándose el también las tetillas con el edredón al ver que Rocío le miraba más de la cuenta.
- Venga, vestiros y bajad corriendo, Escalilla ha precintado la escena del crimen usando unos rollos papel higiénico de doble capa.
- Daos prisa!- les apremió Rocío antes de salir de la habitación y cerrar con un portazo.
Corso hizo ademán de saltar de la cama, pero la mano de Leo sobre su antebrazo le detuvo.
- ¿A ti también te apetece empezar el día con alegría?- entonó Corso zalamero
- No, no es eso- parecía ella pensativa, extraordinariamente preocupada, y poco o nada receptiva sexualmente hablando.
- ¿Entonces...?
- Tengo que decirte algo.
- ¿No puedes esperar a más tarde? Tenemos un fiambre calentito, como nos gustan a nosotros.
- No, Pablo, no puede esperar. Tengo algo que confesarte, es....- suspiró profundamente- ...es sobre Antonio, el señor Mostaza...
Asintió despacio Corso intuyendo que poco o nada iba a gustarlo lo que Leo tenía que decir. Ese llamarle Antonio en vez de Mostaza, no era antesala de nada bueno, peor presagio aún eran los arañazos y cardenales, en forma de dedos, que tenía Leo en el brazo, y que la noche anterior no estaban.
Continuará......
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