Saturday, August 07, 2010

Sun King: Las leyes han cambiado

Sun King: Las Leyes han Cambiado


En su momento fue un crimen, pero las leyes han cambiado

aunque los héroes de alquiler sean los mismos de siempre.

Por primera vez, el faraón al micrófono.

Canta, todos ovacionan.

¿Qué se nos revelará hoy al mirar a lo desconocido?

Después de tantos años sumidos en abismos,

nos sorprendemos de estar aquí, sintiendo lo que sentimos

mirando lo desconocido con esperanza.

Fue un crimen en su momento pero las leyes han cambiado.

Las leyes han cambiado.

Sí.

(The Laws have changed)




01 ¿Va a llover? (Viernes 06 de Junio 2008, 19:30)

Emite un sonoro gruñido. Echa la cabeza hacia atrás y cierra los ojos. Empieza a masajearse las sienes en un intento de que la cabeza no explote. Es el momento perfecto de buscar una postura más cómoda. Cruce de piernas, descruce, estiramiento de espalda. Nada. Prueba apoyándose en un lado del culo. Mala idea. Prueba el otro lado. Tampoco. Tal vez con los dos. No. Menos. Es oficial. Está hecha un cuatro, le duele la cabeza, le escuecen los ojos, las lumbares están protestotas y las costillas le dan pinchazos. Empieza a sentir la tentación de levantarse, ir al despacho de Molina y tumbarse un rato en el sofá. No lo va a hacer de coña porque no, está currando, pero es justo lo que le apetece hacer.
Jamás lo va a reconocer ante nadie bajo ninguna circunstancia, pero puede que todos tengan razón y esto de haber empezado desde el principio currando a tiempo completo no haya sido la mejor idea que ha tenido.

Está reventada. No entiende cómo puede estar tan cansada si lo único que ha hecho ha sido estar sentada, hablar por teléfono y bucear en la base de datos. Vale que ya lleva unas ocho horas al pie del cañón y que es solo su segundo día de trabajo después de seis meses de baja, pero, aún así no, entiende este nivel de cansancio. Será cosa de que todavía necesita desoxidarse, en medio año sin hacer nada a uno se le oxida todo lo oxidable. Hasta los empastes.
Medio año y aún hay quien piensa que ha vuelto demasiado pronto al trabajo. No saben lo que dicen, les gustaría verles a ellos en su lugar. Una semana más en casa y, posiblemente, hubiese empezado a tener ideas suicidas o, peor aún, homicidas.
En todos estos meses le ha dado tiempo a leerse todos esos libros que quería leer pero para los que no encontraba tiempo, a ver todas esas series de las que todo el mundo habla maravillas y ella solo conocía de oídas, a probar a ver de qué va eso de los sudokus que tan adictivo sonaba, a intentar resolver un cubo de Rubik y acabar cambiando las pegatinas. En seis meses da tiempo a todo. Hasta a volverte loca de inactividad.
Si hasta un día se encontró sacando brillo a los cubiertos. En su puñetera vida había hecho nada parecido. Si, al menos, la cubertería fuese de plata, abrillantarla hubiese tenido cierta utilidad o cierta lógica, pero cuando te pones a sacarle brillo a unos cubiertos del Carrefour, eso quiere decir que has tocado fondo.
Siempre lo ha sabido, pero ahora lo tiene clarísimo: no vale para estar demasiado tiempo sin hacer nada. Sobre todo cuando no es ella la que ha elegido la situación. Necesita trabajar para sentirse viva, en esos meses de baja se ha sentido como un puñetero parásito social.

Encima, en las últimas semanas, tenía momentos en los que se sentía tan frustrada que tratar con ella era poco menos que imposible. Estaba empezando a volver locos a todo el mundo, sobre todo a sus padres y a Corso. Es una enferma horrible pero como convaleciente es aún peor. Así las cosas, solo quedaba una opción: pasarse por el forro las recomendaciones de los médicos y pedir el alta voluntaria.
Era algo que tenía ya medio pensado pero después de todo un fin de semana en Cartagena sintiéndose libre y viendo el mundo exterior lo tuvo clarísimo. Bajo ningún concepto iba a pasarse encerrada en casa tres meses más.
Aunque nadie se sorprendió demasiado con la decisión, tampoco puede decirse que su entorno se sintiese muy feliz con ella. Mamá y Papá armaron un mini drama que la recordó muchísimo a ese otro de hace siete años, cuando les dijo que en Septiembre entraba en al academia de Policía de Ávila. Como la otra vez, al final acabaron resignándose y despachándola con un “ya eres mayorcita para saber lo que haces”.
Ellos entienden lo importante que es para ella su trabajo pero no acaban de ver la necesidad de incorporarse ya mismo. Le hubiese gustado poder esperar un poco más para que se quedaran tranquilos pero no ha sido capaz. Es superior a ella, comportarse así está en su naturaleza y, si seguía luchando en contra, corría un serio peligro de plantarse en un centro comercial con su arma y coger rehenes.
Corso la conoce muy bien, así que, cuando le comunicó la decisión de volver inmediatamente al trabajo, él ya llevaba un tiempo más que resignado con la idea. Por eso no gastó ni una gota de saliva en intentar convencerla de lo contrario. Él, por mucho que también hubiese preferido que se quedase en casa otro par de meses, la entiende perfectamente.

Así que aquí está, de vuelta en la unidad. No está en condiciones de andar correteando por ahí, pero nadie puede impedirla que trabaje desde su mesa.
Hay muchas cosas que se pueden hacer sin tener que salir al gran mundo. Papeleo, investigar antecedentes, controlar cuentas de banco, encargarse de pedir órdenes judiciales, coordinar operativos... Cosas así. No es precisamente lo que más la gusta hacer, todo lo contrario, pero es trabajo. Alguien tiene que hacerlo y ella no puede estarse quieta en casa..
Está cansada y algo dolorida, sí, pero prefiere mil veces estar cansada y con dolor de espalda trabajando, que estar sin dolores tirada en el sofá. Ya descansará el fin de semana y el dolor ya se le pasará. En peores se ha visto y aquí está.
No se va a quejar de situación. Sarna con gusto no pica, o eso dicen. Así que si alguien pregunta cómo está: divinamente, con cuerpo de echar otras siete horas, o las que hagan falta.
Sí, si la preguntan dirá eso pero, como ahora no hay nadie, puede gruñir todo lo alto que le de la gana. Se palpa con cuidado la zona de las costillas y las pone a parir mentalmente. ¿Quién las mandaba ir a romperse por cien sitios distintos en trocitos diminutos? Deberían habérselas quitado directamente y haberla puesto unas de titanio, como esos superhéroes que tanto le gustan a Corso. Leobezna.
La ocurrencia le hace reír, tras una carcajada se da cuenta de una cosa. Se está haciendo pis. Mucho. Y, si a eso vamos, también tiene sed. No la falta de nada. Se consuela pensando que, al menos, respecto esas dos últimas cosas sí puede hacer algo.


Se siente bastante mejor después de haber pasado por el baño, de paso ha aprovechado para mojarse la cara y ahora se siente algo más despierta. Solucionado lo del pis, es hora de ocuparse del tema de la sed. Está aburrida de agua, de modo que examina las opciones que la ofrece la máquina de refrescos.
Mira con anhelo el pulsador de la Coca Cola pero acaba dándole al botón del Nestea. No es una gran fan del té helado pero hoy ya se ha tomado cuatro cafés y dos Cocas. Cree que eso es más que suficiente, aún no se atreve a abusar de sus intestinos, llevan mucho tiempo portándose estupendamente bien y quiere que así sigan. No va a tentar a la suerte, pasa de arriesgarse a que sus tripas se ofusquen y tener que oír de boca de alguien “ya te lo dijimos”.
Al menos la lata que le devuelve la máquina está muy fría. Perfecto, porque hace un calor terrible y el aire acondicionado lleva todo el día haciendo de las suyas.

Lata en mano, y dando un tremendo rodeo para estirar las piernas, se acerca hasta la pizarra tranparente. Lo que ha echado de menos este trasto al que tanta manía tiene Requena.
Como siempre, está repletita de datos. Nombres, horas, lugares, fotos y hasta un plano esquemático de Madrid. Lee el nombre que está escrito en una letra más grande que el resto. Abundio Peladilla. Lo del apellido no tiene vuelta de hoja, pero el nombre.... A veces uno se pregunta qué tienen en la cabeza algunas personas cuando van al registro civil a inscribir a su hijo. En su cabeza no cabe el concepto de un bebé llamado Abundio.
A este pobre hombre, si alguna vez le importó llamarse así, ya no lo hará nunca más. Esta mañana Abundio ha dejado atrás todas las preocupaciones.
Abundio Peladilla, dueño de una cadena bastante conocida de tiendas de electrodomésticos, ha aparecido muerto después de haberse metido para el cuerpo una caja entera de Eszopiclone. Pastillas para dormir en cristiano.
Junto al cadáver, además de la caja vacía del somnífero, se ha encontrado una botella a medio acabar de ginebra Bombay, una nota de despedida y un móvil último modelo.
La nota de despedida iba dirigida a su mujer y decía lo típico de estos casos, que lo sentía, que le perdonase y que no era culpa de ella. Al principio en el móvil no se ha encontrado nada, todo había sido borrado, pero los de análisis han podido recuperar el contenido de la tarjeta de memoria, y la compañía de teléfono del difunto les ha facilitado el registro de la SIM. Han podido averiguar que, un par de horas antes de la que el forense dice que fue la hora de la muerte, el señor Peladilla recibió un par de fotografías, digamos, bastante delicadas.
De ese tipo de delicado que implica ver a un empresario cincuentón y entrado en carnes completamente desnudo y amarrado al cabecero de la cama con unas esposas forradas de peluche rosa.
La SIM les ha dicho que, junto con las fotos, recibió un mensaje de texto exigiendo el pago de treinta mil euros para que ese material gráfico tan bonito no saliese a la luz. Pobre Abundio, con esa cara de seminarista que tenía no le pega en absoluto haberse metido en este asunto tan sórdido que le ha costado la vida. Para que te fíes de las apariencias. Seguro que si llega a saber que iban a encontrar sus trapos sucios, antes de suicidarse, en vez de borrar nada, hubiese metido el teléfono en el horno.

Todos estos hallazgos los refleja la pizarra. Ella misma se ha ocupado de trasladar los datos al PVC transparente según iban saliendo a la luz. Además en una letra bonita y bien legible, los renglones perfectamente rectos y las fotos bien centraditas. Vamos, nada que ver con cómo lo hace habitualmente.
En el centro de la pizarra, a modo de fotografía de la sospechosa, hay un rectángulo con un monigote dibujado. También obra suya, claro, se ha pasado prácticamente todo el día sola en la unidad. Ahora ya hay foto, pero el muñecajo es tan bonito que se resiste a cambiarlo por la foto de verdad. Debajo del dibujo, un nombre. Almudena Alarcón.
A lo largo del día han descubierto que la tal Alarcón lleva años chantajeando con fotos comprometedoras a hombres ricos, poderosos y, esto es fundamental, casados. Nada de mindundis, todo empresarios de éxito, jueces, abogados, cirujanos plásticos de renombre... esa mujer sabía muy bien en la cama de quién se metía para poder costearse un tren de vida envidiable.
Hasta ahora no había habido ninguna denuncia. En estos casos es lo más normal, las víctimas del chantaje estaban demasiado avergonzadas y acojonadas con el daño que una denuncia podría hacer en su reputación social. Por no hablar de la pupa que las represalias de sus respectivas mujeres podrían hacerles en sus cuentas corrientes en forma de divorcios millonarios. Seguramente Alarcón hubiese seguido muchos años con su lucrativo negocio si Peladilla no se hubiese sentido tan humillado, asustado y presionado como para suicidarse.

Coge el rotulador y estudia el dibujo. Antes le ha hecho dos círculos bien grandes donde se supone que está el pecho del monigote que representa a la señorita Alarcón, ahora le parece oportuno dotar de más realismo a su obra. Añade un bolso y una bonita melena ondulada. Entrecierra un ojo, asoma le lengua entre los labios y se esmera en el flequillo. Preciosa. Está hecha toda una artista. Se ríe con un sonido ahogado. Si va a tener que pasarse mucho tiempo metida a oficinista con placa, va a acabar dándose miedo a sí misma.

El caso no es la repanocha pero está siendo curioso y, lo más importante, la ha hecho volver a sentir que forma parte de esa máquina perfectamente engrasada que es la unidad siete. Jamás dejará de fascinarla como con un hilito, pueden deshacer una madeja entera.
El teléfono desde que se mandó el mensaje era de prepago y sin registrar, eso no les ha llevado a nada, pero no ha costado demasiado identificar a Alarcón. Solo ha habido que hablar con el personal de ciertos locales que frecuentaba el difunto de los que les han hablado sus socios, locales que, con toda probabilidad, su mujer no sabía ni que existieran. A las tres de la tarde ya tenían la descripción de la sospechosa. Una mujer de unos treinta años que bien podría ser una muñeca hinchable, bien el clon de andar por casa de Lucia Lapiedra, bien el sueño el sueño erótico de todo tío. Si es que esas tres cosas no son la misma por definición, claro.
Han tenido mucha suerte. Una mujer como esa no pasa desapercibida así como así. No han tardado mucho en tener un nombre. Jasmine Stwart. Nombre más falso que un billete de siete euros, nadie nacido en Alcazar de San Juan, provincia de Ciudad Real, se puede llamar realmente así.
Solo la ha llevado diez minutos, unos cuantos golpes de ratón y una llamada encontrar el nombre, mucho más mundano, de Almudena Alarcón. Ya solo quedaba averiguar dónde podría estar la señorita Alarcón que no fuese en su modesto dúplex de la calle Ortega y Gasset, que Sevilla y Rocío han encontrado completamente vacío.
Dar con ella tampoco ha sido excesivamente difícil. Corso y Molina han hablado con los vecinos de la chica, Roci y Sevilla han hablado con amigos de la sospechosa, ella ha localizado a las otras víctimas de chantaje siguiendo los movimientos de la cuenta de Alarcón, y, cruzando datos de unos y otros, han dado con su paradero. Un elegante local de copas de esos en los que con un billete de diez euros no pagas ni una cerveza.
Ahora mismo la encantaría estar ahí fuera a la caza y captura de esa porn star venida a menos, pero aquí está, tomándose un refresco de viejas y pintándole complementos a un monigote. Toda una mujer de acción. Quién la ha visto y quién la ve.

Con un suspiro deja el rotulador en su sitio. Es hora de ponerse a redactar el informe del caso. No la apetece lo más mínimo, odia el papeleo con todas sus fuerzas, pero cuanto antes se ponga, antes estará hecho. Además tiene que acostumbrarse a hacer estas cosas. O mucho se equivoca o la a va a tocar estar de chupatintas una buena temporadita.
Se sienta en su mesa. Mueve el cuello en círculos y, mientras se abre el procesador de texto, da un largo trago largo al té helado, cada vez menos helado.
Mira su reloj. Las ocho menos cuarto. No cree que la tropa tarde demasiado en llegar. Estaría bien tener el informe terminado cuando eso pase, así que si quiere cumplir ese objetivo, debería ponerse ya mismo, antes de que el cerebro se la cortocircuite del todo y sea incapaz de escribir nada coherente. Debería, pero el cerebro echa a andar por su cuenta mientras acaricia la esfera del reloj con el dedo. Empieza sonriendo un poco y acaba haciéndolo tanto como los labios le dan de sí.
Le encanta su reloj, es grandote y, sin ser de tío, tiene un puntito masculino. Justo como a ella le gustan los relojes. Si se lo hubiese comprado ella, sería justo así. Desabrocha la correa de cuero y mira la inscripción de detrás. U7. No es experta en relojes pero no necesita serlo para saber que en la muñeca lleva un montón de pasta. Cómo se han pasado.
Ayer le montaron una bienvenida de esas que no se olvidan en la vida. Cuando salió del ascensor y se encontró con media comisaría metida a presión en el recibidor gritando “bienvenida” y aplaudiendo, no supo ni dónde meterse. Se puso tan blandita, tan blandita que tuvo que hacer virguerías para que no se la escapase una lagrimita o dos.
Se pasó media hora larga besando y abrazando a todo el mundo. Cuando todos se fueron de vuelta a sus respectivos puestos y se quedó el núcleo duro de la unidad siete, pensó que las sorpresas se habían acabado pero no. Acababan de empezar. Al minuto de que el panorama se despejase, Rocío se sacó de la manga una cajita envuelta en papel de regalo. Con la barbaridad de las flores del hospital, no esperaba ningún tipo de regalo de bienvenida, por eso se quedó bastante bloqueada mirando la caja sin atreverse a abrirla. Si Molina no la hubiese achuchado para que la abriese, seguramente aún seguirían en esas.

Que el regalo haya sido un reloj no ha sido cosa de la casualidad. Necesitaba uno. El suyo se jodió el día que la dispararon. Se dio un buen golpe cuando ella cayó al suelo, al menos eso supone. Recuerda habérselo visto en la muñeca mientras esperaba a que abriesen el IKEA, cuando volvió a verlo estaba dentro de una bolsa de plástico transparente con todas las tripas fueras.
Todavía estaba digiriendo lo del reloj cuando Corso apareció empujando un sillón de oficina al que habían envuelto en papel celofán y coronado con un lazo enorme. No un sillón de oficina cualquiera, uno de esos anatómicos con sujeción para los riñones, reclinable, con reposabrazos y con todos los extras imaginables. El Rolls Roice de los sillones de oficina.
Protestó como una condenada porque “joder, no hacía falta”, porque se habían dejado un pastizal entre pitos y flautas, y porque no sabía qué otra cosa decir que no fuese eso. La habían dejado sin palabras. A falta de ellas se tiró media hora colgada del cuello de cada uno.
Esta gente es la hostia. La hostia. Así, tal cual, no hay otra manera de describirles. La hostia en verso y en prosa. Desde que entró en la Policía, siempre ha dado con unos compañeros cojonudos pero Molina y Rocío hace mucho tiempo que no son solo compañeros, ni siquiera ya les llamaría amigos, se parecen más a su familia. Una familia extraña e increíble que se ha encontrado sin buscarla.

Ayer solo faltó una persona en la despedida, pero su ausencia se noto como si hubiesen faltado cien. Es una imbécil y una gilipollas, mientras besaba y saludaba a todo el mundo, , aún sabiendo perfectamente que no iba a estar, no dejaba de buscarle entre los demás. No sabe si algún día se va a acostumbrar a girarse y ver a ese chico rubio con barba oscura y gafitas en vez de a Mario.
Hace muchísimo tiempo que no sabe nada de él. La última vez que hablaron fue en Marzo, antes de que él se fuese a La Haya. Lo recuerda perfectamente. Fue la conversación telefónica más corta e incómoda que ha tenido jamás con nadie. Le notó jodidísimo. Jodidísimo. La siguiente vez que él llamó, no se lo cogió. No podía hacerle eso. Se quedó con el móvil en la mano deseando que dejase de sonar. Ya le había jodido de más, no iba a seguir haciéndolo. Desde ese día, Mario no ha vuelto a llamar ni a intentar comunicarse de ninguna manera.
Lo que sabe de él lo sabe por Rocío. Que está muy contento en su nuevo puesto, que se lleva muy bien con sus compañeros, que hace poco cerraron con éxito una operación muy importante, que las cosas le van bien, que parece feliz. Le encantaría saberlo por él pero, de momento, esto le basta.
No sabe si él le pregunta a Rocío por ella, supone que sí. Desde luego no se lo va a preguntar a ella, no quiere ponerla en una situación más difícil de la que ya está. Estar en medio es muy complicado.
A veces se la pasa por la cabeza coger el teléfono y llamarle pero sabe que no puede. Si él se fue, fue porque necesitaba poner tierra de por medio entre los dos. La cuesta muchísimo quedarse de brazos cruzados a la espera de ver qué pasa, pero no tiene opciones.
En un mundo ideal, Corso sería su pareja, Mario sería su amigo y nadie lo hubiese pasado mal, pero este mundo está muy lejos de ser ideal. En esta vida uno no puede tener todo lo que quiere, a veces hay que renunciar a algo. Es bastante mayorcita como para entender eso.
Ella ya ha elegido qué quiere de Mario, ahora le toca a él decidir si quiere ser su amigo, o si no quiere ser nada. Decida lo que decida, ella lo va a respetar. Aunque no le guste la decisión.

Sacude la cabeza para sacarse esas cosas. El informe, Leo, el informe. Empieza a teclear. Al cabo de un rato, nota los músculos del cuello y los hombros tiesos como si fuesen de hierro. Suspira y se estira sin cortarse un cacho. No hay nadie que pueda verla para juzgar sus modales, puede estirarse como la venga en gana.
Sevilla y Rocío están hablando con la viuda de Peladilla, que está más inconsolable por el hecho de que sus amigas vayan a enterarse de que su difunto era un putero, que por el hecho de estar viuda.
Molina y Corso deben estar de camino a la unidad con la sospechosa ya esposada. Cuando ellos dos han llegado con la orden de detención, la tía estaba, completamente ajena a todo el sarao que se había montado, tomándose tranquilamente un gin tonic y pelando la pava con un juez del Constitucional.
Sabe lo del gin tonic y lo del juez porque todo el mundo la llama cada media hora con la excusa más peregrina. Desde preguntar si les ha llamado alguien, hasta darla cuenta de todos sus movimientos como si ella fuese la Jefa Superiora de Policía.
Está más claro que el agua solo quieren asegurarse que no la ha dado por morirse inexplicablemente mientras ellos están fuera. Agradece y entiende la preocupación, cómo no la va hacer, pero es totalmente innecesaria. Puede que su forma física no sea como para tirar cohetes, pero de salud, lo que se dice salud, no es que esté bien, es que seguramente está mejor que la gran mayoría de los que trabajan en el edificio.
Y la forma física, pues poco a poco la está recuperando. Cuando salió del hospital había perdido doce quilos, prácticamente toda la masa muscular, la fuerza, la flexibilidad, y el DNI porque estaba a buen recaudo, si no, también lo hubiese perdido.
Hoy está a tan solo dos quilos de su peso habitual, esos pijamas que tuvo que comprarse de la talla treinta y dos ya no la caben ni con recomendación papal, los músculos han vuelto de su retiro espiritual y ya se mueve perfectamente. Se siente más fuerte, más ágil y muchísimo mejor consigo misma.
El cuerpo no es lo único que ha mejorado a pasos de gigante, su coco también está en plena forma. La semana pasada tuvo la última sesión con Eva, su psicóloga. Vuelve a sentirse fuerte y segura de sí misma. En realidad hace tiempo que se siente así. Una vez que la crisis pasó, se replanteó la necesidad de tener que ir a ninguna consulta, abrirse a una desconocida no la pareció tan buena idea.
Dejó de tomar la medicación que la provocaba las pesadillas, volvió a casa, empezó a mejorar físicamente y con todo eso volvió a sentirse bien. Está bastante segura de que lo que la ocurrió en el hospital fue porque se la juntaron demasiadas cosas, había pasado muy poco tiempo desde que ese hijo puta la hizo lo que la hizo, se sentía muy vulnerable después de los disparos, el miedo aún no se la había ido del todo y la morfina es una de las peores mierdas de este mundo, quita el dolor pero hace un batido con todo lo peor de tu cabeza.
Al final acabó yendo a la consulta de Eva porque pensó que daño no la haría y porque ya había tomado la decisión de ir. Cuando toma una determinación, no la gusta recular.
Ha estado viéndola durante dos meses y medio a razón de dos veces por semana, un total de algo más de mil eurazos. Un dineral pero no ha sido el dinero el motivo por el que la sesión del jueves pasado fue la última. Ver a Eva la ha ido bien, las pesadillas desaparecieron por completo en marzo y ya no han vuelto, los acentos sudamericanos, aunque siguen sin gustarla, ya no la producen taquicardia, y ya no necesita comprobar cada media hora que ha echado todas las vueltas de la cerradura cuando está en casa. Eva la ha ayudado mucho pero ya no cree que pueda seguir haciéndolo, no hay nada que pueda decirla que ella ya no sepa, que no supiese desde el principio. Ya no ve la necesidad de sentarse a hablar de cosas que ya la han dejado en paz, cosas de las que prefiere no hablar demasiado, y, encima, pagar cien euros por hacerlo.




Algo le pasa a su cabeza que no está por la labor de redactar nada. Está empezando a cabrearse. Lleva un montón de rato intentando poner en Times New Roman del diez una frase que en su cabeza tiene mucho sentido pero que en pantalla no tiene ni pies ni cabeza.
El sonido de unos tacones repiqueteando sobre el suelo la hacen apartar la vista del monitor. Es Rocío, viene sola y sonriendo.

- ¿Me he perdido algo divertido?

Roci se acerca hasta ella y se sienta en el borde de la mesa.

- Pues sí, te has perdido la que se ha montando ahí abajo con la señorita Jasmine...- dice el nombre poniendo los ojos en blanco-... creo que no hay un solo tío en toda la comisaría que no esté ahora mismo abajo viendo cómo la toman las huellas- resopla sacudiendo la cabeza- Están todos como adolescentes salidos. Molina lleva tanto rato metiendo tripa, que se va a poner azul... anda que si le viese ahora su señora como dice él...

- Ya se sabe, Roci, tiran más dos tetas que dos carretas, sobre todo si son tamaño familiar.

- Los tíos son tontos. No sé cómo les pueden gustar una cosa así. Si son dos bolas de silicona mal puestas. Las tiene en la garganta.

- Oye, lo mismo son unas paperas mal curadas y la estamos criticando por criticar...

- Pues lo mismo. O que cuando repartieron tetas, ella llegó la primera y se quedó parte de lo que nos tocaba a las demás...

- Pues qué quieres que te diga, Roci, yo prefiero estas que me ha tocado- se señala el escote- que no dos ubres, ahí en plan la vaca que ríe.

- Pues sí. Estamos estupendas como estamos, ¿para qué tanto, no?

- Bueno, visto lo visto, van bien para desplumar incautos.

Rocío entrecierra los ojos y silva.

- No veas el pisito que se ha montado- Roci hace un gesto con las cejas y con la boca- Además lo tiene en propiedad, sin hipoteca ni nada. Una cosa así no la pagamos tú y yo ni sumando sueldos y trabajando treinta años.

- Bueno, mujer, tú piensa que dicen ahora dicen que el ladrillo va a ir para abajo. Además, dentro de cuarenta años va a estar toda arrugada y las tetas van a seguir tal cual. Imagínate la pinta.
Rocío finge un escalofrío.

- ¿Qué tal os ha ido con los puteros cara a cara? Conmigo por teléfono estaba de un cortadito...

- Sí, pues conmigo... no querían hablar delante de mí, supongo que les daba vergüenza reconocer lo idiotas que fueron delante de una mujer. Me he pasado el día esperando fuera y Molina montándose numeritos suyos de esos de “cómo no te voy a entender yo si...” para que se les aflojase la lengua.

- Lo que habrá disfrutado...

- No lo sabes tú bien, ¿Y tú? ¿Que tal el día por aquí?

- Bien, muy bien. Tranquilo.

- Me vas a matar con la mirada, ya lo sé, pero tengo que preguntártelo, ¿cómo estás?
No la va a matar con la mirada, ni siquiera la molesta un poco la pregunta. Es lógico que se preocupe. Ella también lo haría.

- Pues muy bien ¿No me ves?

- Lo que te veo es con cara de cansada.

- Pero eso es porque estoy amargada de estar aquí todo el día encerrada. No es por otra cosa.

- ¿De verdad estás bien? ¿No te duele nada?

- Nada de nada.

- No sé para qué te pregunto. Parezco nueva.

- En serio, Roci, estoy bien. Antes sí, me molestaba un poco la espalda, pero me he tomado un paracetamol y como nueva.

Es mentira, pero sabe que Rocío eso sí se lo va a creer y se va a quedar más tranquila. Ni de coña se tomaría ahora una pastilla, bastantes mierdas se ha metido ya para el cuerpo. Hubo un tiempo en el que se sentía como una yonkie, todo el día empastillada. No piensa volver a tomarse ni una aspirina infantil a no ser que sea de absoluta necesidad.

- Vale, eso me lo creo más, pero insisto. Te tenías que haber ido a casa en cuanto hemos sabido el nombre. Es tu segundo día, te estás pasando.

- Joder, Rocío, que estoy aquí sentada con el ordenador y el teléfono. Y tengo mi súper sillón- golpea los reposabrazos con las palmas de las manos- No estoy picando piedra.

- No, picando piedra no estás pero...

- Estoy bien, ¿vale? A lo mejor no al cien por cien pero al ochenta sí que sí... y para estar aquí de oficinista, eso me sobra y me basta.

- Aún así, ocho horas aquí metida el segundo día me parece excesivo. Más cuando no ha sido un caso importante.

- ¡Ay, Roci!- lo dice con tono cansado.

- Ni “ay Roci” ni nada. Sabes que tengo razón pero como eres una cabezota, pues no me lo vas a reconocer. De verdad que cuando te pones así, no te soporto.

Le da la risa de lo seria que se ha puesto.

- No te rías que te lo digo de verdad.

- Rocío, si yo te agradezco un montón que te preocupes por mí, pero es que estoy bien. De verdad. Si no lo estuviese, ya me habría ido a casa. No soy tonta.

Rocío la mira como si no supiese si creerla o no. Razones no la faltan.

- Eres imposible, Leo, de verdad. Contigo no ganamos para sustos, primero el alta voluntaria y ahora te pones a trabajar como si fueses a heredar esto... ¿qué va a ser lo próximo, escaparte y liarte a perseguir a alguien?

- ¿Me crees capaz de escaparme para ir detrás de los malos?

Rocío se echa a reír.

- Leo, te creo capaz de eso y de más.

- Tranquila que no lo voy a hacer. Por lo menos esta semana no, la que viene...

- Ah, sí es así, ya me dejas tranquila del todo.

- En serio, no voy a hacer tonterías. Me voy a portar bien.

Pone cara de buena, Rocío suspira y pone los ojos en blanco como diciendo, “no tienes remedio”.

- Mira que eres cabezota, ¿eh?

- Pero... ¿a que has echado de menos no tenerme por aquí con mi mala leche y mi cabezonería?- le dedica una enorme sonrisa a Rocío y la acaricia cariñosamente la rodilla que más cerca tiene.

- ¿Ah, que te habías ido?- Roci sonríe y sacude la cabeza- Ni cuenta me había dado.

Rocío y ella son la noche y el día pero a pesar de las diferencias, o precisamente por ellas, tienen un rollo muy especial. Conectan muy bien. Puede que sea por eso de ser las dos únicas chicas en medio de tanta testosterona, puede que sea por otra cosa. Da igual el porqué, el caso es que se sienten a gusto juntas, hay un montón de cariño entre ellas y, aunque no se cuenten todo, confían la una en la otra y eso es lo importante en un amigo, ¿no? Ella cree que sí. Cuando la levanten completamente la veda de los excesos, ellas dos tienen pendiente una larga noche de juerga. Le apetece pasárselo bien con Rocío, sabe que lo ha pasado muy mal con toda esta historia.

- Yo solo te digo una cosa, Leo, en la vida me vuelvas a dar un susto como el que me diste, ¿eh? Ni se te ocurra, o no te vuelvo a dirigir la palabra.

- Prometido.

Se levanta de la silla y la da un beso en la cara. Rocío se la queda mirando muy seria.

- Te he echado un montón de menos, Leo. Un montón. Es que...- suspira- Las cosas se pusieron tan feas y tan raras...

- Roci, lo siento muchísimo. Siento que las cosas estén así. Que Mario se haya ido. Que no vaya a volver.

Rocío asiente despacio. Oficialmente Mario se fue porque le ofrecían un puesto mejor, oficiosamente tanto Molina como Rocío saben que se fue porque no podía quedarse. Ninguno de los dos es tonto. Al contrario, sin que nadie les haya dicho nada, saben muy bien qué ha pasado.

- Yo no quería hacerle daño. De verdad. No quería joderle. No pensé que esto fuese a acabar así. La verdad es que no sé cómo pensaba que iba a acabar, pero así no. Jamás se me pasó por la cabeza que me iba a cargar el equipo - suspira y sacude la cabeza- Yo no quería complicar las cosas para nadie. Ni para ti, ni para Molina, menos aún para Mario. Yo no quise hacerle esto.

Nunca ha hablado de esto con alguien que no sea Mario o Corso, se siente un poco extraña haciéndolo con Rocío pero sabe que ella se lo merece.

- Ya lo sé.

Asiente, no sabe si a sí misma o si a Rocío. Solo asiente

- Ojala...- resopla- ...ojala lo hubiese sabido hacer mejor. A veces parezco gilipollas. Yo solo quería... hacer las cosas bien, pero...La cagué por la puerta grande.

- Mira, Leo, yo no sé exactamente qué pasó entre vosotros tres. He visto y oído cosas, tengo mis teorías y no creo que vaya muy desencaminada, pero no lo sé a ciencia cierta. Tampoco te lo voy a preguntar porque te conozco demasiado bien- la sonríe- Yo solo sé que desde mucho tiempo antes de que a ti te disparasen, las cosas no iban bien. Los tres estabais rarísimos.

- Las cosas... se complicaron mucho.

No dice más. Es mejor no entrar en cuánto o cómo se complicaron.

- Tú estabas irreconocible, Corso no parecía ni él, y Mario... Mario se arrastraba por la unidad como un fantasma. Se enfadaba a la mínima, no tenía ganas de nada.... empezó así cuando todavía estabais los tres y siguió así hasta que se fue en febrero. Si llegas a ver la unidad en esa época...- Rocío sonríe débilmente- Entre que tú no estabas, que Corso no estaba, que Mario estaba pero no era él, que teníamos a Sara, la chica que te cubrió la baja... esto parecía un universo paralelo. A veces no tenía ni ganas de venir a trabajar, pero, bueno, eso ya da igual- se encoge de hombros.

Rocío nunca le había dicho las cosas tan a las claras. A ella no le da igual. Oír eso es hace que todas las costuras que tiene dentro se abran de par en par y empiecen a gritar todas a la vez. Fija la vista en la persiana del fondo y aprieta la mandíbula.

- Lo siento muchísimo.

- Escúchame, Leo, las cosas estuvieron fatal pero se han ido arreglando. Mario vuelve a ser Mario. El del principio, el de verdad. Vuelve a ser él. Y tú... pues vuelves a ser tú. Y Corso, pues, tres cuartos de los mismo. Mira, Leo, ojala esto pudiera volver a ser como antes, todos aquí trabajando juntos y todo bien, pero eso no puede ser. Los tres me importáis un montón, prefiero las cosas cómo están ahora a cómo estaban a finales del año pasado. Antes sufríais los tres, ahora ya no.

Respira profundamente y asiente.

- Muchas gracias, Roci. Por no preguntar, por intentar entenderlo, por no juzgarme.... por todo.

- Yo sé perfectamente que tú ni estuviste con Mario porque te encaprichases de él, ni le dejaste porque te aburrieses, ni querías hacerle daño. Si no estuviese segura de esto, tú y yo no seríamos amigas. Te lo dije una vez y te lo vuelvo a decir, confío mucho en ti. Sé cómo eres y sé que te esfuerzas en hacer las cosas bien, solo que, bueno, a veces te equivocas. Eso nos pasa a todos.

La agarra por el cuello, la planta un sonoro beso en la cara y la da un tremendo achuchón que Roci corresponde con todas sus ganas.

- Bueno, bueno, bueno... Y me lo quería yo perder...

Se separa despacito de Rocío y se encuentra de frente con la sonrisa de Corso.

- ¿Interrumpo algo íntimo, señoritas?

- Que va.

- Sí, ya hemos terminado. Acabamos de vestirnos- Rocío lo dice totalmente seria. Vaya, y eso que supone que es la formalita de la dos.

- No me jodáis...- Corso pone cara de pena infinita.

- Pues sí, si llegas a venir un minuto antes...- resopla y mueve la cabeza dando a entender que se ha perdido algo digno de ver-...una lástima, tío.

Corso chasquea la lengua con fastidio.

- Joder, y yo perdiendo el tiempo con la tipa esa de los melones de plástico... Chicas, no me digáis esas cosas que uno tiene su corazoncito.

La cara de bobo que pone es de foto. No sabe si le dan ganas de darle un beso o una colleja.

- ¿Y tú qué...? ¿Te has divertido cacheando y poniéndole las esposas a la señorita Neumática?

- Uy, Leo, ¿detecto cierto tono de desdén hacia la sospechosa?

- Que va, una tía tan natural como ella se merece todo mi respeto.

- Pues esa tía tan natural, es la mejor sospechosa de la historia por razones propias...- Corso se lleva las manos al pecho y las ahueca exageradamente.

La guiña el ojo y la dedica esa sonrisa traviesa. Ella le contesta entornando los ojos y resoplando.

- ¿Y si es la mejor sospechosa del mundo mundial, que haces tú aquí que no estás tomándole declaración?

Él hace una mueca con los labios y se encoge de hombros.

- Pues ya ves, Sevilla, Molina y yo lo hemos echao a los chinos a ver quien la interrogaba y he palmao. Hay que joderse. No sé cómo ha pasado, si he hecho trampa y todo...

Pone esa cara y esa sonrisa suyas de cabroncete. La colleja que se gana en todo el cogote por bobo, le hace encogerse y entrecerrar los ojos. Rocío pone los ojos en blanco, menea la cabeza y se va hacia su mesa susurrando "hombres" entre dientes.
Unos pasos muy fuertes les hacen mirar a los tres en dirección hacia las escaleras. Requena baja desde el Olimpo.

- Me han dicho que ya tenéis a la sospechosa bajo custodia.

- Sí. La están tomando las huellas.

- ¿Tenemos buenas pruebas contra ella?

Rocío asiente.

- La han identificado siete víctimas de chantaje y están dispuestos a declarar. Si garantizamos discreción, claro.

- Además están los movimientos de sus cuentas. Coinciden a la perfección con los de los chantajeados- señala la pantalla con la mano- También, ahora que tenemos su SIM, podemos demostrar que los mensajes salieron del móvil de la señorita Alarcón.

Requena asiente con cara de estar contento.

- Los puteros del mundo vuelven a estar a salvo.

- Corso, que son víctimas, ese respeto, por Dios...- el jefe supremo lo dice en tono de reproche, pero camufla una sonrisita- Decidme ¿quién hace el interrogatorio?

- Sevilla y Molina.

- Bien, me voy a pasar para asegurarme de que la cosa queda bien atada. El señor Peladilla era un empresario muy influyente y tenemos la oportunidad de quedar bien. Vosotros hoy habéis hecho un muy buen trabajo, iros a casa, os lo habéis ganado.

- Vaya, Requena, muchas gracias...- Corso abre mucho los ojos por el cumplido. Está más acostumbrado a broncas de Requena que a felicitaciones. Todos lo están.

- Cuando lo hacéis bien, os lo digo y hoy lo habéis hecho muy bien. Rápido y limpio.

Requena se aleja hacia el ascensor asintiendo con la cabeza. Los tres se miran los unos a los otros sonriéndose.

- ¡Qué fuerte!- a Rocío le falta tiempo para hablar cuando oyen que el ascensor se ha ido- ¡Y que a comprobar que todo se ata bien! Otro que quiere tomarle las huellas a la sospechosa.

- Pobre mujer, se va a sentir un poco observada en el interrogatorio. Cincuenta policías taladrándola con los ojos.

Se ríe por lo bajini. Cincuenta, como dice Corso no deben ser, pero no duda que diez o doce sí sean.

- No, si aún esperaran un cruce de piernas a lo Instinto Básico...- Rocío refunfuña con la vista fija en unos papeles.

- Hombre, Roci, pues no te diría yo que no, ¿eh? No sé si has visto el vestidito que me lleva la colega... madre mía... se la ve hasta lo que no tiene. Que no es que yo me haya fijado, ¿eh, Leo?

- No, ¿verdad?

Corso la contesta con una sonrisa de oreja a oreja y la hace una caricia disimulada en el muslo.

- Pues, bueno, chicas, ya habéis oído a Requena. Hora de irse a casita, que llueve.

- Yo todavía tengo que acabar este informe - señala con la barbilla hacia su mesa.

- Venga ya, Leo, no me jodas- Corso la mira con cara de incredulidad- ¿Estás haciendo papeleo?

- Pues sí.

- ¿En serio?- la mira con los ojos como platos.

- No sé de qué te extrañas tanto.

- Hombre, pues porque normalmente hay que amenazarte para que lo hagas...

- Pero es que si me quedo en la oficina, tendré que hacer trabajo de oficina, ¿no? No me voy a poner a pintarme las uñas, ni a quedarme de brazos cruzados aburriéndome como una ostra.

- ¿Has visto, Roci? La pobrecita se nos aburre... Bueno, tú tranquila, ¿eh? que para que no te aburras, el lunes mismo te damos una misión para que te infiltres tú solita en el corazón de la Camorra napolitana y nos traigas un capo o dos.

- No la digas eso, Corso, que se lo toma en serio y el lunes, cuando vea que no, se nos cabrea.
- Pero qué graciositos que sois los dos...

Les dedica una mueca y se vuelve a sentar a la mesa para acabar con el puto informe y esa frase que se la había atragantado. ¿Cómo iba?

- Coño, que decías de verdad lo de acabar el papeleo...

No contesta a Corso, tampoco le mira. Se afana en teclear la frase maldita.

- Yo me quedaría encantada a ver a Leo rellenando informes, pero tengo un AVE que coger, así que voy a hacer caso a Requena y me voy a ir, que para una vez que no intenta esclavizarnos...

- ¿A Sevilla a pasar fresquito?

- A pasar fresquito y a ver a mis padres, que ya toca. Deben haberse olvidado de que tienen otra hija. ¿Hacéis vosotros algo este fin de semana?- por el rabillo del ojo ve que Roci les señala a los dos.

Una de las muchísimas cosas que tiene que agradecer a Rocío y a Molina es la naturalidad con la que se han tomado el nuevo status de las cosas. Ni ha habido reproches porque Mario se haya ido, ni ha habido miradas extrañas, preguntas o comentarios por la relación que Corso y ella tienen ahora.
Nunca sabrá qué saben y qué no saben porque no se lo va a preguntar, pero duda que su relación con Corso les pillase de sorpresa a ninguno de los dos. Ni siquiera al principio. Rocío siempre ha sabido que entre ellos había algo, en realidad una vez les pilló in fraganti en la unidad. Molina no les pilló de ninguna manera comprometedora pero muy pocas cosas se le escapan, otra cosa es que las vaya diciendo por ahí.
Hasta Requena sabe perfectamente que entre ellos dos hay bastante más que aprecio. En realidad duda que a día de hoy haya una sola persona en el edificio que no sepa que Corso y ella están juntos.
Sí, está convencida de eso, como también lo está de que va a haber chismorreo a su costa durante una larga temporada. No la extrañaría demasiado que hubiese algún tipo de porra sobre cuánto van a durar juntos. Ya la hicieron cuando uno del laboratorio se puso a salir con una de la unidad tres. Las comisarías son caldo de cultivo para todo tipo de cotilleos. Tener placa no quita para que se sea una portera.
Asume que para algunos será la putita que ya se ha liado con dos compañeros y vete a saber cuándo va a por el tercero, que para otros será la gilipollas que se ha ido a pillar de un picha brava como Corso. Le da igual qué piensen o no. Ella sabe muy bien qué es y qué no es, con quién está y con quién no.
Lo único que la preocupa un poco es que por su vida personal alguno pueda mirarla por encima del hombro y a desestimarla como policía. No le extrañaría demasiado que algún caimán de los muchos que hay en comisaría ya lo haya hecho.
Es muy triste pero la Policía sigue siendo un mundo de hombres y lo que a un tío se lo aplauden a una tía no se lo perdonan. Ya ha aceptado hace mucho tiempo que para estar en el mismo sitio que sus compañeros, ella va a tener que correr el doble, y que aún así, para algunos, no será suficiente. Tampoco eso la preocupa en exceso, tiene muchos años por delante para demostrar cosas.

- ¿Que si hacemos algo? Pues, mira, Roci, por lo visto, Leo rellenar informes y yo mirarla.

Fingía no estar haciéndoles caso, pero en este momento levanta la vista hacia Corso y le dedica una sonrisa sarcástica.

- Es que, Corso, esto es muy adictivo, aunque claro, como tú no sabes ni cómo se redacta uno...

- Oye, no vengas ahora dándotelas de nada, que yo también me he chupao unos cuantos, ¿eh? –pone tono de estar muy indignado.

- ¡Venga ya, tío! ¿Cuándo?

- Pues muchas veces- se cruza de brazos y la mira con las cejas enarcadas.

- Dime una sola, anda.

- Pues, no sé, ya te digo que han sido muchas veces.

- Qué falso eres, ¡si todo el papeleo nos lo encasquetabas a nosotros! Tú solo firmabas.

- ¡Eso que lo dices tú! Rocío, ¿a qué yo me he ocupado un montón de veces de los informes?- suena picado de verdad.

Rocío es muy prudente y pone cara de "no sabe, no contesta".

- Tendrás valor... en la vida te he visto yo rellenar ni un solo papel si no bajaba Requena a ponerte firme.

- Joder, tía, si lo llego a saber, me quedo abajo con la Lanjarón...

- Pues, hala...- acciona con la mano hacia la puerta.

- Pues, mira, a lo mejor lo hago- Corso contesta enfurruñado con los brazos cruzados sobre el pecho.

- Pues corre que ya tardas.

- ¿Ah, que ya tardo? ¿Quieres que me vaya? Pues, mira, ahora me quedo.

- Pues quédate, pero yo no me voy a dar más prisa porque te quedes ahí mirándome.

- Pues no te la des. Allá tú.

Es consciente de que Rocío debe pensar que está delante de dos niños de parvulario por tener esta conversación/discusión para besugos.
Se concentra en su pantalla pero de vez en cuando mira por el rabillo del ojo y le pilla mirándola. Intercambian miradas de “y tú más” y siguen cada uno a lo suyo.




- ¡La hostia!

Corso hace malabares para no abrasarse la boca con su pollo tandoori. La encantaría ser ella la que se estuviese quemando la boca con ese pollo que huele que alimenta, pero se supone que no debe acercarse a nada picante hasta, al menos, agosto y en esto no se va a saltar los plazos.
Mira a Corso sofocando una risita, es un bestia. Se va a achicharrar la lengua. Le ha tenido más de de media hora en la unidad esperando a que terminase el informe. A veces se pasa de cabezota. Corso, para matar el rato mientras ella se afanaba con el Word, primero se ha puesto a jugar al Solitario en su ordenador pero no ha debido irle muy bien porque no ha dejado de soltar gruñidos y cagarse en todo lo que se meneaba, después se ha levantado y ha empezado a despejar la pizarra. Hasta ha guardo las fotos que había colgadas. Está segura de que, cuando quieran encontrar esas fotos para archivar el caso, van a tener que remover cielo y tierra hasta dar con ellas.
El pique tonto y el ataque de dignidad se han acabado cuando él ha visto el monigote de Alarcón. Se ha empezado a descojonar y la ha plantado un beso después de llamarla “artistaza”. Hasta le ha hecho una foto con el móvil a su obra de arte.

Al salir de la unidad estaba hecha unos zorros pero tenía la intención de proponerle ir a tomar algo por ahí. Por mucho que alguna vez se vaya de cañas con sus colegas, Corso lleva una temporada muy larga saliendo lo mínimo y eso la sabe mal. No ha tenido oportunidad de decir nada, él se la adelantado diciendo que estaba cansado como un perro y que si no la importaba, le apetecía un montón un plan de comida china y peli en casa. Se juega un pie a que es mentira, que solo pretendía no hacerla sentirse mal de un manera o de otra. No se lo va a decir en alto porque con lo que es, es capaz de tomárselo a mal, pero es un puto encanto. Se consuela pensando que ya vendrán tiempos mejores en los que se aburrirán de salir.
Han dejado el coche en el parking y han dado un paseito corto hasta un restaurante panasiático, que ahora son muy modernos y ya no se llaman restaurantes chinos.
Hacía mucho tiempo que no venía a casa de Corso. Muchísimo. Desde esa noche en la que se encontró con el fantasma de Mateo comiendo alitas de pollo en esta misma mesa en la que ahora está sentada. Le gusta estar aquí, le gusta su desorden y le gusta su olor. Huele a él.

- Si no fueses tan bestia y no te hubieses metido todo eso en la boca de una sola vez...

Él la ignora, sigue masticando a saltos y acaba engullendo el contenido de la boca para demostrarla que, aunque se abrase el esófago en el proceso, puede con eso y más.

- Bah, tampoco quemaba tanto, ha sido la primera impresión.

No tarda ni un segundo en dar un trago interminable a su cerveza. Sí, seguro que no quemaba tanto. Sonríe. Mira la botellita de Mahou de Corso, mira su vasito de agua mineral. En fin.
No le hace mucha gracia el agua embotellada pero todos se han empeñado en que el agua de grifo la podría matar de mil formas distintas y no tiene ganas de discutir también con eso. Se conforma con rellenar la botella con agua del grifo cuando nadie la ve. No ve la hora de tomarse una cervecita bien fría con unas patatas alioli.

- Bueno, Leo, ¿y qué tal el segundo día de vuelta al cole? Y no se te ocurra refunfuñarme que te aburres y que quieres salir a la calle porque cobras.

- Entonces no me preguntes- lo dice riéndose- No, bien, bien. Mejor que ayer, que por lo menos hoy he hecho algo útil.... ayer solo me puse ciega de galletitas integrales, y de besar y abrazar a todo el personal.

- Hombre, Leo, cada cual hace lo que le corresponde por sus habilidades profesionales, ¿no?- sonríe de oreja a oreja y se mete una enorme pinchada de pollo y arroz en la boca.

- Ja ja já.

Sofoca un bostezo con el último “ja”. Se siente mejor que antes, sigue estando muy cansada pero el paseo que han dado desde el restaurante ha hecho milagros en sus dolores de costillas y espalda.

- ¿A que soy gracioso?- habla con la boca llena

- No, no. Si tienes razón, a mi me sacas de besos, abrazos y galletas, y estoy perdidita....

- Pero lo haces muy, muy, muy bien,¿eh?- la sonríe de oreja a oreja con los ojos tan cerrados que parece un chinito.

Ella le hace una mueca con los labios y concentra su atención en su pad tai de gambas estrictamente no picante. Ya vendrán tiempos mejores también para esto.

- Oye, Leo, que digo yo que esto que tienes tú también tiene que estar bien bueno, ¿no?

- De muerte- contesta con la boca llena.

- ¿Me dejas probar?

- Pues no porque no te lo mereces.

- Joooo, Leeoooo

Mientras él la mira con la nariz arrugada, ella enrolla otros pocos en los palillos. Lo hace todo lo exageradamente que puede para darle envidia por lo que se va a comer y para restregarle en la cara que él es incapaz de comer con palillos. Se los está llevando a los labios cuando una mano desvía la trayectoria de la muñeca y la comida acaba en una boca que no es la suya.

- ¡Oye! Que te he dicho que no te daba!

Le da un manotazo en la mano pero es demasiado tarde, ya está masticando. Le mira sonriente con la boca llena de la comida que iba a ser para ella.

- ¡Anda! ¿Que me habías dicho que no? Pues yo te había entendido que sí, estoy fatal de los oídos, tía, no sé que me pasa.

- Habrá que echarte gotas

- Yo creo que mejor un besito de esos que tú das tan bien,¿no?

- Como si te lo merecieses....

- Pues yo creo que sí.

Él alarga el cuello para besarla y ella mueve la cabeza hacia un lado para evitar sus labios, claro que lo hace sin ninguna convicción y el beso acaba llegando.


Ni el uno ni el otro tienen ganas de fregar cacharros, así que no lo van a hacer. Vale que solo son dos platos y un tenedor que se apañan en dos minutos, pero del fregadero no pasan y mañana será otro día. Se da la vuelta del fregadero sintiéndose muy orgullosa de sí misma por haber dejado los platos tan bien apiladitos. Bosteza ruidosamente de camino a la puerta de la cocina, empieza a sentirse muy, muy cansada. La está dando un importante bajón.
Al salir, se encuentra de frente con Corso. Está apoyado en el mueble de la entrada y la mira con una curiosa sonrisa.

- ¿Qué?

Él sacude la cabeza y extiende una mano delante de él. Está claro que quiere que se la coja, así que no se hace de rogar. En cuanto lo hace, Corso tira suavemente de ella hacia él. Se deja hacer y acaba pegada a su cuerpo con sus manos alrededor de la cintura. Sigue mirándola igual que antes, es como si él supiese algo que ella no.

- ¿Qué?- insiste con una risita floja de por medio- ¿Qué pasa?

Corso vuelve a sacudir la cabeza.

- ¿Me he manchado?- se limpia la boca con la mano por si tuviese restos de algo.

- Que va, estás limpita, limpita.

- ¿Entonces?

- Nada.

- Pues, ya sabes... el que nada no se ahoga.

- Anda, si también te sabes el refranero español...

- Sí, bueno, es que yo sé muchas cosas.

- ¿Ah sí? ¿Además de comer galletitas y dar besos y abrazos?- la coloca un mechón de pelo detrás de la oreja.

- Además, además.

- Vaya... así que mi niña no es solo una puta preciosidad, resulta que también es muy, muy lista...

- Un lince soy.

- Pues me vas a tener que enseñar todas esas cosas que sabes, ¿eh?- pone ese tono suyo que la afloja hasta los empastes que no tiene.

- No sé yo, ¿eh? No estás haciendo ningún mérito...

- Jo, Leo, que yo soy muy bueno

- Pfffff....

- Si hasta tengo una cosita para ti...

- ¿Ah, sí? ¿Una cosita?- le contesta en el mismo tono meloso.

- Sí, señorita. Una cosita.

Deja de abrazarla y se da la vuelta. Vale, esto no se lo esperaba, pensaba que era uno de esos jueguecitos que se traen ellos dos. Corso se vuelve a girar hacia ella. Tiene en la mano algo plano y largo dentro de un papel de regalo bastante feo y en bastante mal estado. Los envoltorios, igual que comer con palillos, no son el fuerte de Corso.

- ¿Qué es?

- Ábrelo y lo ves.

Frunce las cejas y abre el paquetito. No sabe qué se esperaba, pero desde luego que esto no. Se la debe haber quedado con cara de idiota.

- ¿Y esto?

- Para ti.

- Un cepillo de dientes... ¿Es una manera rebuscada de decirme que tengo los dientes amarillos o que me huele el aliento?- le mira con los ojos entrecerrados.

- No, es una manera bien sencilla de decirte que creo que deberías tener aquí tu propio cepillo de dientes. Ahora que vuelves a trabajar, pues vendremos también a mi casa, ¿no? Yo en la tuya ya tengo un huevo de cosas. Te he invadido el baño, es tu turno de que invadas tú el mío. Vamos, digo yo.

Ya no hay tono meloso y juguetón, ni siquiera habla tan alto, ni con tanta convicción como hace un segundo. Ahora tiene esa voz seria y ligeramente temblona que se le pone cada vez que le da un trocito de él. El tono meloso la afloja todo, pero este la desarma de arriba a abajo.

- También he vaciado un par de cajones en el armario para que dejes cosas... no sé, bragas, sujetadores...

Se la queda mirando a la espera de contestación. Solo hay una contestación posible, primero un beso como la copa de un pino y después un abrazo que no le va a la zaga.

- Oye, ¿y solo puedo dejar bragas y sujetadores?- habla pegada a su sonrisa.

- No, mujer, tangas también, ¿eh? En realidad mucho mejor si son tangas...- el tono juguetón ha vuelto- Pero, espera que todavía tengo otra cosa.

- ¿Ah sí? ¿Un enjuague bucal a juego?

- Bueno, eso no, pero, calla, que, ya que estaba en la perfumería, me he dado un voltio y en el baño tienes una bolsa llena de cosas. Luego las miras a ver ti te van bien.

- ¿Cosas? ¿Qué cosas?

- Pues cosas para que estés más cómoda cuando vengas, ¿no tengo yo mi gel, mi desodorante y demás en tu casa? Pues eso. Son como los que tienes en casa. O eso creo. Eso sí, con el champú no sé si he acertado, me he bloqueado al ver tantos. Qué complicadas sois las tías para el pelo. Rizos, ondas, seco, graso, castigado... a ver, ¿qué coño es un pelo castigado? ¿Cara a la pared con los brazos en cruz? Además, como todos son igual, botes verdes, pues no tengo ni puta idea de cual usas.

- ¿Me has comprado champú? ¿En serio?

- Pues claro. Hasta unos Tampax te he cogido. Tú usas de eso, ¿no? Te los he visto en el baño.

Corso comprando Tampax es una de esas situaciones para las que su imaginación se queda cortísima.

- Sí, claro que uso.

- Pues te he cogido una cajita. Oye, ¿tú sabías que hay varios tamaños?

- ¿En serio? ¡No me digas!- se echa a reír con todas sus ganas.

- Oye, no te rías de mí, que soy novato en este mundillo la higiene femenina. Me parecía un poco jevi preguntarle a la chica que había por ahí por el tema de los tamaños, no fuera a pensar que era un depravado. He arramplao con una caja que se supone que viene con surtido, como las galletas. Alguno te servirá.

- Alguno.

Le abraza muy, muy fuerte. Tanto que se nota que él no se lo esperaba. Esta tontería de los tampones la acaba de descomponer del todo. Ha sido como una hostia de ternura directa al corazón y al estómago. Ahoga un bostezo contra el hombro de Corso antes de separarse.

- Joder, qué poquito hace falta para hacerte feliz, ¿no?

- Es que soy de buen conformar.

La da un beso en la punta de la nariz.

- Vale, pues está bien saberlo. Ahora queda lo otro... a ver qué te parece....

Lo otro, se le había olvidado que había más, que champús y Tampax eran solo un inciso. Le ve meterse la mano en el bolsillo. Primero ve la cadenita, después una estrella de mar hecha de metal y, por último, el juego de llaves que cuelga. Esto no necesita explicación alguna.

- Toma. Mira si soy bueno, que te las he hecho de colores para que no te líes. La azul es la de la puerta del garaje, la amarilla la del portal y la gorda, evidentemente, la de la puerta de casa. Del buzón no te he hecho, pero es que no la tengo, se me partió hace un porrón de tiempo. Por no decírselo a la casera y que me haga pagar la cerradura, saco las cartas con unas pinzas de esas de freír.

Traga saliva antes de ser capaz de ordenar al cerebro que mueva la mano para coger las llaves. Es la segunda vez que ha vivido esta escena, pero esta re-edición no podría parecerse menos a la original.

- ¿Va a llover?- es lo primero que se al viene a la cabeza.

- ¿Cómo que si va a llover?- la mira confuso

- La última vez que me distes tus llaves fue en previsión de catástrofes naturales. Inundaciones incluidas.

Corso sube el labio inferior y ladea la cabeza.

- Es verdad, ya no me acordaba. Hay que joderse conmigo, a veces, soy de patada en la boca. Te di a entender lo que no era.

Levanta un hombro. Al principio, cuando Corso y ella se enrollaban día sí, día también, ella sabía que no era nada demasiado serio, pero sí pensaba que su relación era más consistente de lo que en realidad era. No hay nada como encontrarse al tío que te trae por la calle de la amargura metido en la cama con dos tías en tetas para que las cosas te queden claras. Una dosis de realidad directa a la cara.

- Lo siento. Fui un capullo.

Sí, puede llegar a ser un verdadero capullo, para qué nos vamos a engañar, pero también es un puñetero encanto cuando le da la gana, que es la gran mayoría de las veces. Además, le quiere tal como es, sus salidas por la tangente incluidas.

- ¿Qué le vamos a hacer? Cada cual tenemos lo nuestro, yo la primera. Además te perdono lo capullo que fuiste porque este llavero es muy bonito. La otra vez fue uno de esos feos que dan los bancos. Vas mejorando.

- Si es que soy como los vinos bueno, Leo. Mejoro con los años, ya verás cuando llegue a los cincuenta, vas a flipar. Te he puesto una estrellita pues...no sé, porque me molan, bueno, creo que se nota...- retira un brazo de su cintura y se mira los tatuajes- ... así, si metes la llaves en un cajón con otras, pues sabes cuales son las de mi casa sin pensarlo demasiado.

- Qué listo.

- ¿A qué sí? Oye, Leo, que esta vez, las llaves... ¿tienes claro qué son, no?

- Lo tengo muy claro.

- Vale.

Él asiente y la aprieta muy fuerte contra su cuerpo. ¿Cómo no va a saber que son? Las llaves, juntos con esos cajones y todo eso que hay en el baño, son las pruebas tangibles de algo que ella ya sabe hace mucho tiempo, que Corso la ha dejado entrar en su vida sin reservas de ningún tipo.
Vuelve a bostezar contra Corso. Estando en sus brazos, sintiendo en la espalda las caricias suaves de esa mano que él ha colado bajo su camiseta, se siente tan a gusto y tan relajada que la posibilidad de aguantar más allá de diez minutos despierta acaba de disminuir dramáticamente.

- Estás hecha polvo- se lo dice en un tono muy suave, con los labios rozándola la oreja.

- No, estoy bien- habla contra la piel de su cuello.

- No, ¿verdad? Por eso estás bostezando y a puntito de quedarte frita.

Se ríe con un sonido adormilado.

- Estoy reventada- no ve la necesidad o utilidad de negar lo evidente.

- Si es que eres muy bestia, Leo. Mucho.

No tiene fuerzas ni para contestar a eso.

- El lunes... bah, iba a decirte que el lunes no estás ocho horas ni de coña, pero paso. Que solo basta que te diga eso para que en vez de ocho, te estés diez.

- ¿Y qué iba a hacer? ¿eh? ¿Trabajar dos horas y venirme a casa? Pues no, tío, no- el esfuerzo que la supone decir esto es el mismo que tenía que hacer para completar frases cuando la dopaban a lo bestia.

- Si ya lo sé, Leo- la da un beso en la coronilla- Ay, madre, qué cosa más bonita y más cabezota que tengo yo aquí.

Hace un ruido con la garganta que es mezcla protesta por lo de cabezota y agradecimiento por lo de bonita.

- Venga, anda. Vamos a la cama, que ya han salido los Lunnies.

No tiene fuerzas para protestar cuando la coge en brazos como si fuese una niña de seis años a la que hay que llevar a la cama porque tiene demasiado sueño para hacerlo ella sola. Algún año más tiene, justo veinte, pero por lo demás la descripción se ajusta muy bien.

- Te prometo que mañana... – no llega a decir más porque la lengua la pesa una tonelada. No recuerda haber tenido tanto sueño desde que dejaron de doparla a lo bestia.

- Mañana será otro día. Ahora a dormir.

Antes de llegar al dormitorio, ya está más dormida que despierta.




02 [Miércoles 06 – Viernes 08 de Agosto ]

Disfrute del café(Miércoles 06 de Agosto 2008, 08:44)

El ascensor les deja en la séptima planta, con un gesto de la mano invita a Leo a pasar primero. Aprovechando que no hay nadie a la vista, aprovecha para plantar la mano abierta en ese culo tan bonito que tiene delante. Leo contesta soltando una risita y devolviéndole el gesto con tanta contundencia que su mano resuena al dar contra su trasero.
La sigue tarareando un canción, hoy se siente tremendamente bien. Un sol de escándalo, airecito fresco, no han encontrado atasco al venir y, lo mejo de todo, han empezado el día de manera inmejorable: jugueteando largo y tendido entre las sábanas. El día de hoy tiene todas las papeletas para ser cojonudo.
Cuando entran en la zona de mesas solo ven a Sevilla. Está mirando con gesto concentrado un ordenador con las tripas abiertas. Desvía la cabeza del amasijo de cables y circuitos cuando les oye entrar.

- Sevilla, Sevilla, qué te habrá hecho el pobre ordenador para que lo tortures así...

- Pues, para empezar, ser un poco castaña, para terminar no tener instalado ningún receptor Wi-Fi. Han llegado a primera hora y las estoy instalando. Nos las han mandado internas, supongo que para que Molina no la confunda con un pen y haga algo raro con ella. Al de Rocío y Leo ya se las he puesto, ahora estoy con el tuyo, Corso.

Le enseña una cosa rectangular verde llena de circuitos con un trozo de metal en el borde del que sale una antenita negra. Así que eso es una tarjeta Wi-Fi, esperaba algo más espectacular, pero bien está saberlo.

- Hostia, que era verdad que nos iban a poner Wi-Fi, qué fuerte. Estaba totalmente convencido de que era otra leyenda urbana como lo de las HK...

Las HK de los cojones. Interior lleva cosa de cinco años diciendo que les van a cambiar la pistola reglamentaria por una más moderna y así siguen todos, con la antigualla de siempre. El que se puede permitir comprarse una buena con su sueldo pues bien, el que no... pues ahí anda, con casi un kilo en la cadera.

- Pues no, la mayoría nos moriremos sin que nos den las HK pero lo del Wi-Fi era verdad. O eso parece. De momento ya tenemos las tarjetas. La conexión todavía no está activada, pero, vamos, digo yo que....

- Uy, Sevilla, mucha fe tienes tú. Yo hasta que no lo esté usando, no me lo voy a creer- Leo les mira a los dos con una sonrisa irónica mientras deja el bolso en el respaldo de su silla.

- Mujer de poca fe...

- Corso, son ya seis años en este negocio, ya me sé cómo se las gastan los de Interior... Prometen, prometen... si tenemos diez chalecos antibalas para cincuentas, ¿tú crees que nos van a activar el WI-FI? Yo mira que lo dudo...

Desde luego que no le falta razón a Leo. Si les racanean con los fundamental....

- Oye, Sevilla, ¿han llegado ya Molina y Roci?

- Sí y no. Venir no han llegado a venir, pero ya están en funcionamiento. Se han ido directamente a los bajos de Orense. Esta mañana ha habido un apuñalamiento.

- ¿Tienes la dirección exacta?

- Sí, pero no corras mucho. Requena os quiere ver a ti y a Leo.

- ¿Quiere vernos?

- Ya ha bajado dos veces en los últimos quince minutos. Ha dicho que, en cuanto llegaseis, subieseis a su despacho- Sevilla señala hacia arriba con el dedo.

- Joder, para una vez que llegamos un poco tarde....

- No sé qué querrá, pero dudo que sea por eso. Yo que vosotros subía echando leches. Tenía cara de descomposición.

Mira a Leo, en sus ojos ve lo mismo que está pensando él, “¿qué coño hemos hecho?”. Sin respuesta a la pregunta, empiezan a subir los escalones hasta los dominios de Requena.

- Corso, ¿la hemos cagado últimamente?

- Pues yo diría que no. Nos hemos portado muy bien.

- Bueno, creo que yo un poco mejor que tú.

La sonríe y hace una mueca. Razón no le falta a Leo. Alguna pifia suelta él sí que ha hecho, pero nada como para que el gran jefe les convoque a su presencia.

- No sé, Leo, como no sea que no le gustó que me pasara por el forro la prohibición de hablar con la viuda del caso Machorro antes de que tuviésemos los resultados del laboratorio...

- Chaparro. Se llamaba Chaparro, y mira que lo dudo. Los resultados no dijeron nada y si no es porque te empeñaste en hablar con ella, ahora mismo estaría en el cementerio de la Almudena haciendo compañía a su marido. Además, si fuese por eso, ¿para que me llama a mí también? Yo me quedé aquí viéndolas venir mientras tú te lo guisabas y te lo comías solito.

- ¿A lo mejor para echarte la bronca por no tenerme controladito?

La sonríe de oreja a oreja, ella resopla y ser ríe.

- Sí, vamos, no tengo yo otra cosa que hacer que controlarte a ti....

Riéndose, llaman con los nudillos a la puerta de Requena. Se le encuentran sentado en su escritorio con cara de tener un tremendo cólico. Sentado en el sofá situado a la izquierda de la mesa principal hay un hombre vestido con traje gris, camisa de rayas y corbata. No le gusta ese tío. Le da muy mala espina. Otra mirada rápida a Leo y ve que otra vez sus pensamientos coinciden.

- Leo, Corso, pasad.

Entran con mucha cautela y cierran la puerta tras ellos.

- Este es Ignacio Gutiérrez, del Ministerio Fiscal- señala con la mano hacia el desconocido- Ellos son la subinspectora Leonor Marín y el inspector Pablo Corso.

El hombre del traje gris se pone en pie sonriente y les ofrece la mano. Leo es la primera en estrechársela, luego lo hace él. El tío aprieta tan fuerte que casi le espachurra los dedos.

- Mucho gusto, agentes.

Leo y él contestan a eso afirmando casi imperceptiblemente con la cabeza.

- Sentaos- Requena señalas las dos sillas vacías que hay frente a él- ¿Os apetece un café?

Sin darles tiempo a contestar, levanta el auricular del teléfono y se lo pide a su secretaria. Tercera mirada hacia Leo y tercer pensamiento gemelo. Requena ofreciéndoles café no es una buena señal.
Estudia detenidamente a Don Ministerio Fiscal. Unos cincuenta años, delgado, pelo canoso con tremendas entradas y unos ojos grises que parecen ir a juego. El tío iría elegante si no fuese por esa corbata tan horrorosa que lleva puesta. ¿El estampado es de grullas? Tiene toda la pinta de serlo.

- El señor Gutiérrez...- Requena señala con la mano al hombre del traje gris-... trabaja para el Fiscal General. Han estado siguiendo con mucho interés todo lo referente al caso Caballo de Troya. Ya sabéis, Esparza y sus ramificaciones- se frota nerviosamente las manos.

Chachi. Esparza. Era de esperar, las cosas estaban demasiado bien. Un día que había empezado cojonudo y que ahora tiene toda la pinta ir a convertirse en un día de mierda. De reojo, ve que la expresión de Leo cambia, se tensa.

- Subinspectora, inspector, antes de nada quería felicitarles y agradecerles su encomiable trabajo. Sin ustedes dos, hubiese sido imposible llegar a detener a Diego Esparza y sus asociados.

- No hay nada que agradecer. Hicimos nuestro trabajo- responde con cautela, sin saber todavía dónde les va a llevar esto.

- Hicisteis más que eso, Corso, os implicasteis totalmente en el caso. Llegasteis muy lejos, más de lo que era vuestra obligación. Ahí se demuestra quién es un realmente policía y quién no. Desde luego, vosotros dos lo sois de los pies a la cabeza.

Esto va de mal en peor. Requena ofreciendo café y regalándoles elogios. Si esto fuese la consulta de un médico, empezaría a sospechar que les va a decir que les quedan menos de dos horas de vida.

- Totalmente de acuerdo, comisario. Totalmente de acuerdo. El inspector Corso y la subinspectora Marín demostraron que en la Policía española los casos como los de Vázquez y Gironella son la excepción y no la regla. Ustedes dos demostraron un sentido del valor y de la lealtad extraordinarios.

Esto ha empezado gustándole poco, a estas alturas no le gusta nada de nada. La experiencia le dice que cuando te halagan tanto, algo muy malo te aguarda a la vuelta de la esquina.

- Somos policías, eso es lo que hacemos. Como ya ha dicho el inspector Corso, no hemos hecho nada fuera de lo común, solo nuestro trabajo. Si se me permite, me gustaría señalar que lo que nosotros dos hicimos para destapar a Esparza no hubiese valido absolutamente de nada sin el apoyo y el esfuerzo de nuestros compañeros. Ellos fueron los únicos que no creyeron la versión oficial y siguieron buscando la verdad. El mérito es suyo tanto como nuestro. Lo que es más, sin ellos, ni el inspector ni yo estaríamos hoy aquí.

Vitorea mentalmente a Leo por haber puesto tan educadamente en su sitio a este tío. Si la pulla escondida de Leo le molesta al tal Gómez, no lo demuestra, al contrario, la sonríe.

- Sí, por supuesto, por supuesto- Requena entra al quite sin perder un segundo- El trabajo policial debe ser siempre un trabajo de equipo. Esta comisaría está llena de grandísimos agentes de los que estoy muy orgulloso.

En la vida pensó oír a Requena diciendo esa clase de cosas. Llaman a la puerta y, tras recibir permiso, Rebeca, la secretaria de Requena, entra con una bandeja con el café. Un espresso con una pinta estupenda servido en tacitas de porcelana. Viene acompañado de un plato de galletas. No, peor aún, pastas. De las buenas.
Esto cada vez pinta peor. Ahora ya está absolutamente convencido de que cuando salgan de este despacho les habrán jodido de alguna manera que ahora mismo es incapaz de imaginar. ¿Qué ha pasado? ¿Se les han pirado las pruebas contra Esparza? ¿Ahora resulta que no hay nada contra él? Tiene tantas ganas de saber como miedo a preguntar.
Tras haber repartido los cafés, Rebeca les sonríe a Leo y sale en silencio sale del despacho. En cuanto la puerta se cierra, se hace un silencio sepulcral. Requena y el tío de Fiscalía, González, prueban los suyos. Leo y él ni miran sus tazas. Ella le mira con cara de ser consciente que está a punto de pasar algo que hará que el café se les atragante. El señor del traje pone cara de aprobación ante el café, deja la taza en la mesita que tiene al lado y mira a Leo.

- Leonor, debo de decirla que todos en la Fiscalía nos alegramos enormemente al saber que se incorporó al servicio con tanta prontitud. Es usted un ejemplo a seguir en cuanto a superación personal y entrega al deber se refiere.

La reacción automática cuando alguien la llama Leonor es la de corregir con un Leo, pero ahora solo asiente distraída. Debe ser que el peloteo supino de este señor la tiene tan descolocada y acojonada como a él.

- Si me permite la observación, Leonor, su aspecto es estupendo. ¿Cómo se encuentra? Bien, espero.

Leo mira al tío del traje de lana con el ceño fruncido.

- Yo... estoy....eh... estoy.....- se gira hacia Requena con brusquedad- Requena, ¿qué coño está pasando? ¿Qué pintamos Corso y yo aquí?

Leo acaba de ganarse mil puntazos por haber cortado las gilipolleces cómo lo ha hecho. Requena deja con lentitud la taza sobre el plato. Si necesitaban más señales para saber que esto va a acabar mal para ellos, aquí tienen otra, Requena ni pestañea por la salida de tono de Leo. Les mira con los labios tan apretados que casi ni se le ven.

- Ya os he dicho que el señor Gutiérrez trabaja para el Fiscal General y que ha seguido muy de cerca el caso Esparza, precisamente por eso ha venido hoy. Hay novedades. Novedades que, me temo, os afectan directamente a vosotros dos.

El estómago se le descuelga. Por el rabillo del ojo ve que Leo se pone aún más rígida en su silla.

- ¿Qué tipo de novedades?- cuando habla su voz no se parece a la suya- ¿El juicio lo van a hacer en un McDonald’s por recortes de presupuesto?- si no hacía la coña barata estaba en zona de riesgo para ponerse a gritar.

- Como ya sabéis, todo el asunto de Vázquez, Gironella y Esparza ha destapado una trama de corrupción policial y ministerial de dimensiones pocas veces vistas en este país. El juicio a Esparza será el primero de una larga lista. Los nombres que sacamos de la documentación incautada en el chalet de Vázquez están relacionados con crimen organizado. Venta de armas, fabricación y distribución de estupefacientes, prostitución, tráfico de personas, asesinatos por encargo... Es un tema muy serio.

- Eso ya lo sabemos desde hace mucho tiempo, no entiendo cómo eso puede ahora afectarnos a Corso y a mí.

Leo suena muy dura y muy seca. Alguien acaba de ponerse el escudo protector.

- Veréis, desde que el juez instructor comenzó a interrogar a los imputados en la trama, se empezó a sospechar que había algo que no encajaba del todo. Había hechos que no acababan de explicarse satisfactoriamente con lo que los imputados declaraban. La policía judicial que depende del juez instructor que ha llevado el caso ha seguido investigando todos estos meses. Tras una larga investigación se ha determinado que falta una persona por imputar en el sumario. La persona que da sentido a todos los datos que ahora no acaban de casar. Desgraciadamente, su nombre no aparece ni en la documentación, ni ha sido mencionado por ningún imputado.

- Pues muy bien, otro que está en el ajo. Me pasa como a Leo, yo tampoco veo qué tiene que ver ese tío con nosotros.

- Es complicado, Pablo, verá...- le toca que los cojones que ese tío le llame Pablo como si le conociese de algo, pero no dice nada- -... hemos determinado que esa persona es Francisco Naranjo Espinosa.

El hombre se calla como si esperase un aplauso o algo así.

- ¿Y ese tío quién es?

- ¿No os suena el nombre?- Requena les mira a los dos inquisitivamente.

- Pues no, de nada.

- Trabaja en Interior, ¿no?- se gira hacia Leo. Ella siempre ha tenido bastante mejor memoria para estas cosas que él- Secretaría de Seguridad del Estado o algo así.

- Eso es, Leonor. Actualmente Francisco Naranjo desempeña uno de los más altos cargos en la Secretaría y, por extensión, también uno de los más altos en todo el organigrama de Interior. Estamos hablando de un hombre extremadamente influyente y poderoso.

- Pero no siempre ha sido así- Requena se echa hacia delante sobre su mesa todo lo que la barriga le da de sí- Hace quince años, Naranjo era comisario jefe de la unidad de crimen organizado, la UDYCO. Así fue cómo entró en contacto con el entorno del narcotráfico. Podemos probar que Naranjo ha tenido acceso a información privilegiada, así como relación con todos y cada uno de los imputados en la trama, incluyendo a Gironella y a Vázquez. Fue precisamente él quien facilitó el ascenso de Gironella de comisario a una subdirección que dependía directamente de su secretaría. Se han investigado sus bienes patrimoniales y hemos dado con bienes difícilmente conciliables con sus ingresos familiares. También sabemos que lleva viajando a Colombia tres veces al año desde mil novecientos noventa y dos. Sabemos que él es la cabeza del Caballo de Troya.

Cada vez que oye a alguien el puto nombrecito que le han puesto al juicio, piensa en un balancín gigante con forma de caballo. Normalmente eso le hace gracia, hoy no.

- Pues, si lo tenéis tan claro, imputadle y ya está. No veo el problema.

- Verás, Leo...- Requena suspira- Lo sabemos pero no podemos demostrarlo. No hay ningún tipo de prueba sólida contra Naranjo. Tenemos para meternos en un juicio por evasión fiscal, como mucho por cohecho, pero nada más. Eso no le interesa a nadie. Le queremos por su implicación en esta trama criminal. Hemos intentado conseguir testimonios de los imputados pero no hemos tenido suerte. Una y otra vez nos hemos estrellado contra un muro de ladrillo. Los imputados se han sumido en el mutismo más absoluto respecto a Naranjo. No es de extrañar, Naranjo sigue teniendo intactos y en activo sus vínculos con el narcotráfico. Tiene demasiado que perder, no vacilaría en quitar de en medio a quien hiciese falta. Todos deben ser conscientes de que aunque ellos estén a salvo, no podemos proteger eternamente a sus familias.

Requena se calla de pronto. Se nota que no es que no tenga más que decir, que lo tiene pero que no quiere seguir hablando. Una alarma silenciosa empieza a sonar en su cabeza. Recoge la pelota el Señor Traje Gris Ojos Grises del Ministerio Fiscal.

- Como acaba de decir Antonio- jamás había oído a nadie llamar a Requena por su nombre de pila, qué coño, ni siquiera sabía que se llamase así- Hemos intentado por todos los medios que alguno de los imputados en Caballo de Troya testifique contra Naranjo pero no lo hemos conseguido. Han rechazado cualquier oferta que les hemos presentado. No quieren oír hablar del asunto, todos alegan no saber de qué les hablamos. No hay manera alguna de forzarles a hablar.

Se lo ve venir en el modo en que ese tío frunce los labios, en como se nota que está escogiendo cada palabra como si fuesen de cristal que pudiese romperse.

- Pablo, Leonor, en Fiscalía no queríamos hacer esto pero nos quedamos sin alternativas, hay que procesar a Naranjo por el caso Caballo de Troya a toda costa. Siento mucho tener que decirles que hemos presentado un trato al abogado de Esparza y que él, a diferencia de los demás, no lo ha rechazado.
Abre la boca para decir algo pero, antes de que pueda salir un solo sonido de ella, se le olvida qué iba a decir. Mira a su derecha. Leo está rígida. Tiene la mandíbula tan apretada que se la adivina bajo las mejillas. No mira a nadie, tiene la vista fija en sus deportivas blancas. Verla así le duele como si le estuviesen azotando.

- ¿Qué tipo de trato?- el tono de Leo resulta totalmente indescifrable.

Gutiérrez vacila unos segundos antes de contestar.

- Verán él no tiene familiares a los que proteger y su propia seguridad la vamos a garantizar ingresándole en un módulo especial para...

- A mi la vida de Esparza me toca la polla. ¿Qué tipo de trato?- con una voz que es una cuchilla, corta las gilipolleces que ese tío esta contando.

Traje Gris se queda callado unos segundos antes de contestar. Siente el corazón latiéndole a toda hostia en el pecho.

- Reducción de condena y ciertas ventajas penitenciarias. Tercer grado tras cinco años de internamiento. Condicional a los siete. Libertad total a los diez, al menos en principio, pues se tendrá en cuenta el buen comportamiento.

Siente que algo le explota en el cerebro.

- Si esto es una broma, no tiene ni puta gracia.

- Verá, Pablo...

- No.Me.Llame.Pablo.

Si ese tío le vuelve a llamar así una vez más, le parte la boca de una patada. Requena no reacciona de ninguna manera por la bordería que acaba de soltarle al tío importante, parece desencajado.

- Hacer un trato con él era la última opción, deben creerme. Hemos agotado todas las demás opciones. Sé que esto es muy duro de aceptar, entiendo perfectamente su frustración.

Se remueve en su asiento luchando con todas sus fuerzas para no empezar a berrear como un energúmeno.

- ¿Pero usted qué cojones va a entender? Usted no entiende una puta mierda. Nos está diciendo que han hecho un trato con un asesino. Un puto asesino cobarde que acribilló a balazos a un tío esposado. Un hijo puta que la disparó a matar cuatro veces - señala a Leo con la mano- Cuatro. Ahora usted la verá, ¿cómo ha dicho? ¿con un aspecto estupendo? Sí, claro que ahora tiene un aspecto estupendo pero le garantizo que hace nueve meses, cuando estaba en cuidados intensivos más muerta que viva, no estaba ni la mitad de estupenda que ahora. Requena la vio, se lo podrá confirmar. ¿A que si Requena?- Requena no dice nada, le mira con ojos avergonzados- Y si no nos cree a nosotros, pregúntele a ese hijo de puta con el que han hecho el trato. Él también la vio. Claro que la vio, las veces que fue a meterla esa puta mierda para que la medicación no funcionase y se muriera. ¡Hostia puta! ¿Cómo coño se han atrevido? ¿Cómo no se les cae la cara de vergüenza?

- Corso, no...- el tono de Requena es más un susurro que otra cosa.

- No, Requena, ni “Corso no”, ni “Corso sí”, ni “Corso pollas”. Este tío nos acaba de decir que, dentro de cinco años, ese cabrón solo va a tener que ir a cárcel a dormir, que en siete solo tendrá que ir al juzgado una vez al mes y que en.. ¿cuánto eran, diez años? Pues eso, en diez años a la puta calle como si no hubiese pasado nada- clava los ojos en Traje Gris- ¿Me dice que era la última opción? ¿Y a nosotros qué cojones nos importa eso? Pueden poner la justificación que le salga de los cojones. Que era la última opción, o que era la primera, que a mí me da igual. Usted qué cojones va a entender. Usted...

A falta de palabras da un tremendo puñetazo sobre la mesa de Requena que hace que el café rebose de todas las tazas y acabe sobre la madera. Nadie dice nada.
Busca a tientas la mano de Leo y se agarra a ella. Está completamente helada. El despacho se queda en absoluto silencio durante unos segundos. Si a una mosca le diese por cagar, se la oiría.

- Lamentamos mucho que esto haya tenido que se así. Tienen que creerme. Pero no podemos permitirnos dejar libre a un hombre tan peligroso como Naranjo. No podemos dejar que los son como él piensen que se pueden usar del sistema para su propio beneficio y salir impunes. Hacer eso sería atentar contra las bases del Estado de Derecho en el que vivimos.

- Ya, y supongo que soltar a Esparza no atenta contra nada.

La frase de Leo debería tener mala leche en cada sílaba pero el caso es que no la tiene. Solo hay cansancio y una tremenda decepción. Por eso duele tanto oírla, por eso nadie dice nada en un buen rato. Un carraspeo del señor Traje Gris rompe el silencio.
- A la hora de ofrecer este trato hemos tenido en cuenta que las acciones de Esparza fueron cometidas bajo coacción y amenazas hacia su vida, y que ha mostrado en reiteradas ocasiones su arrepentimiento por lo que hizo. De haber sido de otra manera...

La carcajada amarga de Leo le pone los pelos de punta.

- Claro, de haber sido de otra manera, no, ¿verdad?- Leo pone los ojos en blanco y sacude la cabeza muy despacio.

- Por supuesto se pondrán los medios para que no se va vuelve a acercar a ustedes dos. Para el Ministerio, su seguridad es muy importante.

- Sí, importantísima. Ya lo veo- Leo resopla y mueve la mandíbula de un lado a otro- Bueno, pues ya está, ¿no? Esto es todo. Nos podemos ir- sin esperar a que nadie la responda, Leo ya se ha puesto en pie.

- Sí, claro, podéis iros- Requena lo dice con tono entre avergonzado y derrotado.

Antes de que Requena haya acabado la frase, Leo ya ha salido por la puerta. Antes de seguirla, clava los ojos en Don Puñalada Trapera Ministerial. El tío baja los ojos hacia su taza de café.

- Disfrute del café.

Lo dice con toda la frialdad de la que es capaz, después sale a toda prisa del despacho. Si se queda un segundo solo más, va a agarrar la corbata esa hortera y estrangular con ella a ese pedazo de hijo de puta.


Leo se ha movido muy deprisa. Ya está llegando al final de las escaleras. Acelera el paso para alcanzarla. Se pone a su altura cuando ya ha llegado abajo. No tiene pinta de que tenga en mente pararse. La coge suavemente por el codo. Se vuelve despacio hacia él. Le señala con la mirada hacia Sevilla que sigue trasteando con los ordenadores, después sigue andando.
La sigue hasta la máquina de agua del pasillo. Una vez allí, Leo se recuesta en la pared como si bajar las escaleras la hubiese dejado completamente agotada. Durante un rato, solo se miran. No se le ocurre qué podría decir.
La mira con la cara tensa y el estómago encogido. Adelanta una mano y la pone sobre la mejilla de Leo. Ella se la coge por la muñeca como si quisiera asegurarse de que no la va a quitar de ahí.
La ve cerrar los ojos y sacudir la cabeza como si la pesase más de una tonelada. No soporta verla así. ¿Dónde está toda esa energía y alegría de hace solo un rato? Ese hijo de puta encorbatado se la ha quitado de golpe. Ojala el café de Requena le dé diarrea y se pase tres días sentado en la taza del váter cagando plomo fundido.

Quita la mano de su cara y la envuelve con los brazos. La atrae hacia él hasta que entre ellos dos no cabe ni un átomo de aire. Ella mete la cabeza en el hueco de su cuello, la siente suspirar profundamente.
Busca en su cabeza alguna palabra para consolarla pero no la encuentra, ahora mismo ahí dentro solo hay rabia en carne viva. La sostiene contra él mientras la acaricia el pelo y la espalda. Solo puede pensar en coger la pipa, plantarse en la cárcel y joderles a los de Justicia el puto trato. Un tiro entre los ojos de esa rata cabrona y adiós. Eso es lo que debería hacer, lo que debería haber hecho cuando tuvo oportunidad. Justo eso. Mandar al hoyo a ese asesino cobarde.
Ese cabrón no les deja en paz, sigue jodiéndoles y haciéndoles daño incluso desde dentro de la cárcel. La acaricia la nuca hasta que Leo echa la cabeza hacia atrás y le mira.
- Ya está, ¿no? Lo han hecho. Ya... ya está. Ese cabrón se ha salido con la suya.

- No digas eso, Leo.

- Pero si es que es así, Corso. Ha hecho lo que le ha salido de los cojones, y ahora... ahora cinco años y la calle- cierra los ojos y sacude la cabeza- A la calle.

- Ya, pero...

- Pero nada, Pablo. Da igual lo que tú y yo pensemos o hagamos. Es así. No podemos hacer nada. Es así.

Daría cualquier cosa por poder desaparecer esa decepción y ese desamparo de sus ojos.

- No, Leo, podemos...- la página mental del plan B está vacía. No hay nada. No hay alternativas.

- ¿Qué, Pablo, qué podemos hacer? ¿Apelar a algún un tribunal superior? ¿para qué? No nos van a hacer ni puto caso. Ya lo has oído, tienen que dar ejemplo. Enseñar qué te puede pasar si haces lo que no debes. Nos podemos poner a patalear todo lo que nos de la gana, pero ya está hecho y no lo van a deshacer. Lo sabes tan bien como yo.

Se siente tan impotente, tan rabioso y tan desesperado que siente ganas de ponerse a llorar. La ven tan decepcionada y tan vulnerable que no puede soportarlo más.

- ¿Y dar un golpe de Estado? Digo yo que, con eso, el trato se iría a la mierda...

Ella se ríe con un sonido suave y triste.

- Mira cómo le salió a Tejero.

- Es que los picoletos son unos negados, nosotros lo haríamos mucho mejor. Tú serías la presidenta de la nueva república de España, ¿qué me dices?

La acaricia la mandíbula con el dedo. La sonrisa en los labios de Leo se ensancha un poquitín y luego desaparece. La rabia que siente es tan bestial que casi se lo come. Odia al mundo, al universo. Esto no es justo.

- Vamos a poder con esto, Leo, te lo prometo.

Leo asiente con firmeza, los ojos serios y los labios apretados. Vuelve a abrazarla. Si ha aprendido algo de todo lo que le ha tocado vivir, es que cuanto más consciente eres de que no vas a poder con lo que se te viene encima, la única salida que tienes que es repetirte que vas a poder. Aunque no tengas ni puta idea de cómo te las vas a apañar para hacerlo.

Entonces no (Miércoles 06 de Agosto 2008, 12:44)

Está sentado en su mesa peleándose con el buscador de la base de datos cuando ve que Requena baja las escaleras. Se acerca hasta él sin ni siquiera mirar a los demás. Llega a su lado y inclina junto a él. Tiene la cara del color de la cera.
Su primera reacción es la de mandarle a tomar por culo sin dejarle hablar pero se contiene. Sabe perfectamente que él no ha tenido nada que ver en esto.

- ¿Y Leo?

- Ha ido al laboratorio a ver si ya tenemos unos resultados- por mucho que sepa que Requena no tiene la culpa de esto, el tono le sale frío y borde.

- Ya....

- ¿La llamo?- esta vez suena más blando.

Requena niega despacio.

- No, no hace falta. Yo solo quería...verás...Corso.... yo....- baja la voz y a él le da la impresión de que es más una señal de que se siente avergonzado, que un intento de mantener de la conversación en privado- Siento mucho que os hayáis enterado así, y siento todavía más que esto haya pasado. Yo no he sabido nada de esto hasta ayer a última hora. - Requena se pasa las manazas por la cara con gesto de agonía- He removido cielo y tierra para que el Ministerio se echara atrás, he hecho llamadas, he intentado tirar de favores que me debían pero... pero no he podido hacer nada. Yo solo soy un comisario que ni pincha ni corta fuera de su comisaría. Estoy tan atado de manos como vosotros. Lo siento muchísimo, Corso. Tienes que creerme.

Acepta la disculpa asintiendo en silencio. Requena será todo lo gilipollas que sea pero ya he demostrado mil veces que es un buen tío, honesto y leal. No todo el mundo puede presumir de eso.

- Si puedo hacer algo por vosotros. Lo que sea.... Tomaos unos días libres, no os contarán como vacaciones ni cómo nada. No sé, Corso, cualquier cosa para haceros esto menos difícil.

- ¿Cualquier cosa?

- Lo que sea.

- ¿Puedes hacer que Esparza se pase cuarenta años en la cárcel?

Requena le mira muy serio sin abrir la boca.

- Entonces no. No puedes hacer nada.

- Iros a casa. Hoy las cosas está bajo control y vosotros dos necesitáis un poco de tranquilidad y tiempo.

- No. Hay trabajo. Han apuñalado a un tío esta mañana, alguien tendrá que coger a quien lo ha hecho, ¿no? Aunque luego ese cabrón haga un trato y le suelten a los dos días.

- Corso...

- ¿Qué?- le mira desafiante.

- Nada- Requena sacude la cabeza y se aleja despacio.




Nos la han jugao, ¿eh? (Miércoles 06 de Agosto 2008, 22:44)

Fuera debe hacer fácil veintiocho grados pero su sensación térmica es de cero. Desde esta mañana no entra en calor. Se siente físicamente enfermo.
Está medio tirado, medio sentado en el sofá. La cabeza de Leo está sobre su regazo, la acaricia el pelo y la orejita en silencio.
En el DVD está puesta su película preferida, Bulllit de Steve McQueen. Adora esa película desde que tenía siete años. Le gusta tanto que lo primero que hizo al independizarse y mudarse a este piso fue plantarse en una de esas tiendas para frikis del centro, comprar el póster de la película y colocarlo en el salón. Siete años después, ahí sigue. Si mirase a su derecha, podría ver la cara del bueno de Steve.

Acariciar a Leo y ver Bullit son dos de las cosas que más le gustan en este mundo. Esto, cualquier otro día, le haría disfrutar como un cabrón, hoy no es el caso. Hoy no hay nada que pueda hacerle disfrutar, está jodido como hace tiempo que no lo estaba. Ahora mismo, las aventuras de Bullit se la soplan un rato largo. No está haciendo ni puto caso a la película. Ve imágenes pero pasa de la historia como de comer mierda.
En los cuarenta minutos que llevará la película, Leo no ha movido ni un solo músculo. Ve su perfil, tiene los ojos fijo en la pantalla, demasiado. Tampoco ella debe estar haciendo ni caso a Steve. No ha dicho nada en mucho rato. Desde esta mañana no habrán intercambiado más de cuatro frases cortas, todas sobre trabajo o monosílabos. Cree que nunca habían estado callados tanto tiempo seguido.

Le encantaría poder estar al cien por cien para ella pero no es capaz. No encuentra las fuerzas por ningún sitio. Se siente vendido. Estafado. Traicionado. Hundido. Solo puede pensar en el tío del Ministerio con su corbata de grullas y en el hijo de puta de Esparza que debe estar descojonándose de ellos desde su celda.
La oye suspirar. Un suspiro que parece salirla del mismo centro del alma. Después cambia de posición, pasa de estar de lado, a tumbada boca a arriba mirándole de frente.
Su expresión es muy seria, poco a poco una sonrisa derrotada aparece en sus labios. Viéndola así, el estómago le manda al cerebro un mensaje complicado de descifrar. Baja los labios hasta su frente y los deja ahí un rato. Cuando se aparta de ella, Leo le roza suavemente la barbilla con los dedos y gira la cabeza de vuelta hacia la pantalla.
En la tele Bullitt persigue al malo del picahielos por el hospital, le importa una mierda, ya se sabe cómo acaba. No puede dejar de mirarla, cómo ha escocido esa sonrisa tan triste.
De da cuenta de que, al moverse, la camiseta de Leo se ha subido y se ve el trozo de tripa que queda entre el bajo y la goma de los pantalones. Dibuja con un dedo los músculos largos y esbeltos de los abdominales que vuelven a marcarse tímidamente bajo la piel.
Ahí está ese ombliguito perfectamente redondo con el que le encanta jugar. No está solo. Un poquito debajo y la derecha, tiene compañía. Una especie de estrellita del tamaño de una moneda de dos céntimos dónde la piel es más pálida que en el resto. Algo más arriba, se ve la mitad de otra estrellita. Si subiese la camiseta del todo, podría verla completa. También vería otras dos más. Cuatro estrellitas pálidas, la pequeña constelación que ahora adorna su cuerpo.
Acaricia con el dedo la estrellita bajo el ombligo. El tacto no es distinto al del resto de su piel pero, ahora mismo, le parece que arde bajo la yema de su dedo. La rabia y la impotencia amenazan con hacerle reventar.

La piel se ha regenerado muy bien y muy rápido en las cicatrices. Tienen una pinta estupenda, ninguno de los dos pensó que iban a estar tan bien en tan poco tiempo. Con los meses y los años, se volverán recuerdos borrosos, seguramente solo serán evidentes cuando Leo se ponga morenita y el resto del año habrá que buscarles a conciencia. Al menos eso es lo que les han dicho los médicos que la han visto, a él las cicatrices no le importan en absoluto. La mayoría del tiempo ni repara en ellas, solo tiene ojos para su precioso cuerpo, y, las raras veces que lo hace, solo siente alivio y gratitud por lo que significa estar viéndolas.
Hoy no puede dejar de verlas y no hay ningún sentimiento agradable al hacerlo. Solo rabia e impotencia. Aunque, en realidad, lo que ahora mismo ve no son cicatrices. Son heridas abiertas que no dejan de sangrar. A sus ojos, están igual que cuando se las hicieron.
¿En qué clase de mundo un tío que ha hecho algo así hace tratos con los jueces? ¿Qué puta mierda de justicia es esta que para dar lecciones a un hijo puta deja suelto a otro peor? No lo entiende, no lo puede entender. No quiere entenderlo.

La cabeza se le llena de pensamientos que sería mejor no tener. Siente que si estira un poco los dedos podría tocar fondo. Es muy jodido tener aceptar que no haya nada que pueda hacer para cambiar las cosas. Jodidísimo. Prácticamente imposible.
Cuando levanta la vista de la tripa de Leo, ve que ella le está mirando. Está tan jodida como él y encima preocupada. Se lo ve en los ojos. Está seguro de que tiene miedo de que empiece con sus rayotes de siempre y se hunda en la miseria. Manda cojones. Eso tampoco es justo. Leo ha estado más de dos meses yendo a un psicólogo, no puede hacerla esto.

- Nos la han jugao, ¿eh?

Ella asiente sin dejar de mirarle, tarda un rato en decir nada, el tiempo que, en pantalla, Bullit tarda en perder al malo del pica hielos en la persecución, volver al hospital y engatusar al médico para que haga un chanchullo con los fiambres.

- Es que... Tragamos con tratos de estos todos los días- su voz suena lejana- Te llegan y te dicen que no puedes tocar a alguien porque es un confite, o porque es un testigo protegido o sepa Dios qué, y se te llevan los demonios. Pero es que... cuando hacen el trato con el hijo puta que te ha jodido a ti,... ya no es que se te lleven los demonios es que....- sacude la cabeza con expresión de desamparo.

No ha dicho demasiado, pero para él lo ha dicho todo. Ya vale de mierdas. Ella se merece mucho más que un tío amargado del que tenga que preocuparse. Se merece alguien que la apoye, que la haga sentirse segura y que la dé esperanza aunque no haya salidas. No quiere ser un puto lastre cenizo del que ella tenga que tirar. No le sale de los cojones.

- Leo, escúchame. Da igual lo que hayan hecho esos cabrones del Ministerio. Tienes razón, eso no lo podemos cambiar pero tú y yo vamos a echarle cojones, y vamos salir adelante. Te lo prometo, cariño. Va salir bien, ¿vale? Encontraremos la forma de que esto salga bien.

Leo asiente, estira la mano derecha y le acaricia la nuca. Ve que los ojos se la iluminan, por arte de magia se aclaran y se llenan de destellos verdosos. Le sonríe con una sonrisa de las de verdad. Le gusta esa sonrisa, es lo mejor que ha visto desde las ocho y media de la mañana. Se inclina y la da un beso en los labios que ella le devuelve con suavidad.

- Venga, vamos a seguir viendo la peli, que ahora viene lo mejor. Una persecución de la hostia. La mejor que yo haya visto en la vida y he visto unas pocas.

Mete la mano bajo su camiseta y la acaricia la tripita. Deja que la mirada le resbale sobre la pantalla de televisión. Va a salir bien. Intenta con todas sus fuerzas creérselo pero no es capaz. No ve como esto puede salir bien si ese hijo de puta, dentro de siete años, solo va a tener que ir a la cárcel para dormir y en diez va a estar libre como un puto pájaro cabrón.


¿Te han traído una hawaiana (Jueves 07 de Agosto 2008, 11:09)

Hoy tiene el día muy torcido. Está de un humor horrorosamente horroroso. Anoche se pasó más de dos horas chupando techo en la cama antes de quedarse dormido. Para la pesadilla que ha tenido, ojala se la hubiese pasado enterita insomne.
Iba con Leo por una calle llena de gente. Era un sitio que no conocía pero sabía que era un pueblo costero. Una de esas certezas raras que se tienen en sueños. Estaban de fiestas o algo así porque la calle estaba llena de banderines y de puestos de mercadillo. Le compraba a Leo una manzana de caramelo y se la iban comiendo los dos por la calle. Estaban muy contentos y no paraban de hacer el tonto y de reírse.
Llegaban a una esquina en la que había un tío vestido con un traje gris y una corbata hortera de grullas. El tío tenía un puesto de pistolas de juguete. Las había de muchos colores. Rojas. Azules. Amarillas. Verdes. Rosas.
Un hombre estaba comprándole una de esas pistolas de juguete al tío de la corbata. Una muy grande de color rosa. El comprador le resultaba muy familiar pero no sabía de qué. Parecía un tío simpático, les sonreía a Leo y a él. Después se les acercaba para enseñarles la pistola, a él le daba un poco de mal rollo lo grande que era la pistola, pero parecía tan simpático que le dejaba acercarse.
Cuando estaba frente a ellos, la pistola dejaba de ser rosa y se volvía negra. Ya no parecía de juguete, entonces él se daba cuenta de quién era el tío de la pistola y de qué iba a hacer. No le daba tiempo a reaccionar. El cabrón apuntaba a Leo y apretaba el gatillo. Del cañón de la pistola, en vez de bala, salía una banderita que decía Bang, pero el disparo sonaba de verdad. Era de verdad.
Leo miraba con cara de sorpresa, la camiseta se volvía completamente roja en un segundo y empezaba a caer de espaldas. Él intentaba sujetarla antes de que se llegase al suelo, pero los brazos se le habían vuelto de agua y no podía cogerla. Tampoco podía moverse, tenía los pies clavados al suelo. Solo podía mirar.
Se ponía a gritar como un cabrón, se hacía daño en la garganta, pero nadie iba a ayudarles. Esparza se reía a carcajadas y le hacía burla, se agachaba al lado de Leo y la quitaba la manzana de caramelo que ella todavía tenía en la mano. Empezaba a comérsela mirándole directamente a él.
Se volvía loco de dolor y de rabia. Leo no dejaba de sangrar. La gente pasaba a su lado pero nadie se detenía, el del puesto seguía vendiendo pistolas de juguete. La vida seguía como si nada hubiese pasado.
De golpe, todo se llenaba de unos policías que iban vestidos como los de los dibujos animados. Hacían un corrillo alrededor de Leo. Él les decía que había sido Esparza y se les señalaba con el dedo. Ellos se encogían de hombros y le decían que lo sentían mucho, pero que no podían hacer nada, que Esparza tenía la tarjeta verde y podía hacer lo que quisiera.
Cuando miraba a Esparza, veía que de verdad tenía una tarjetita verde colgando del bolsillo de la camisa. Estaba llena de salpicaduras de sangre. El muy cabrón se comía tranquilamente la manzana de caramelo que le había quitado a Leo, le señalaba con el dedo y se reía. Se reía tan fuerte que se le caían las lágrimas. Se ría de él, se reía de ella, se reía de los policía, se reía de todos.

Se ha despertado tiritando, con la cara empapada de sudor y lágrimas, y la nariz llena de mocos de esos que son como agua, de esos que salen cuando te pegas la panzada del siglo a llorar. Cuando eso ha pasado ya era de madrugada. No se ha vuelto a dormir, le daba demasiado miedo hacerlo. Se ha quedado en la cama, completamente quieto, mirándola sin atreverse a parpadear, hasta que ha sonado el despertador.
No puede sacudirse de encima la sensación de que el sueño no era un sueño, que era la puta realidad solo que con una manzana de caramelo de por medio.


Se para en un semáforo, al girarse hacia Molina ve qué le está mirando como si estuviese esperando algún tipo de respuesta.

- ¿Me has dicho algo?

Molina hace un ruido de preocupación con la garganta antes de contestar.

- Te he dicho que si tú sabes dónde está el bar que nos ha dicho este tío.

- ¿Qué bar?

Pregunta qué bar por no preguntar qué tío. Ahora mismo no sabe ni de qué le está hablando.

- Joder, Corso...

- Perdona, Molina, estaba emparrado.

- Oye, Corso...

No. Por ahí no. No tiene ganas de esto ahora. El semáforo se pone verde. Arranca.

- ¿Cómo se llama el bar?

- Oliveros. Distrito centro.

- Sí, sé dónde está. Buenos boquerones en vinagre.

Molina no dice una palabra más pero le siente mirándole fijamente.



Cuando ve a Molina corriendo detrás de un tío que corre que se las pela, se da cuenta de que es justo el tío al que se supone que tenía que cortar el paso. Está tan ido que había pensado que era un hortera haciendo footing, no el yonkie que habían venido a buscar.
Echa a correr como un descosido. Concentra toda su rabia y su frustración en las piernas. No tarda en adelantar a Molina. Se ha convertido en una locomotora que funciona con ira. Cuando está a menos de un metro del yonkie, salta encima de él. Caen al suelo. Se da en una rodilla pero no nota dolor, solo oye el castañazo. El yonkie se resiste, se remueve debajo y le lanza un puñetazo directo a la barbilla. La excusa que necesitaba. Una hostia. Otra. Otra. Otra. Y otra. Y otra más.

- ¡Corso! ¡Hostia! ¡Corso! Quieto! ¡Que lo matas!

Molina le empuja a un lado sin miramientos. Sus miradas se cruzan un momento, la de Molina es dura, la suya rabiosa. Se da cuenta de que el yonkie está sangrando por la nariz y por la boca. Se le ha ido mucho la pinza.

- ¿Y tú, piltrafa?- Molina le habla al despojo del suelo- ¿Dónde ibas tan rápido?- le ayuda a levantarse. Una vez de pie, comprueba que sigue de una pieza y le da el pañuelo que siempre lleva encima- Toma, anda, límpiate. Que estas hecho un asco.

El tío se limpia la sangre con expresión nerviosa.

- ¡Os vais a cagar! ¡Os voy a demandar por brutalidad policial! ¡Hijos de puta!

- Brutalidad... anda y no me calientes. Esto te pasa por ponerte tonto y resistirte a la autoridad.
Molina esposa al tío. Al pasar por su lado sus ojos le dicen tú y yo ya hablaremos.

- ¡Quiero el Abeas Corpus!

- Y yo una noche loca con Paz Vega, no te jode. Venga, Pinzón, tira para delante, que, ahora, por listo, tú y yo vamos a hablar de tu amigo el Tiñas tranquilamente en comisaría.

Se queda clavado en el sitio mientras Molina se lleva al yonkie esposado al coche. Jadeante, se lleva las manos a la cara. ¿Qué coño le ha pasado?

- Tú aquí quietecito como un niño bueno, ¿eh? No vayas a buscarte otra mala hora.
Oye el portazo que Molina da al cerrar, después pasos enérgicos hacia él.

- Corso, ¿Esto de qué cojones iba?- su tono es autoritario.

Se encoge de hombros.

- No sé qué me ha pasado. Lo siento. No volverá a pasar.

- Mira, Corso, yo sé que estás jodido, pero esto no te lo puedo a tolerar. Ni se te ocurra hacerme otra así sin motivo, o te quedas encerrado en la unidad para los restos ¿estamos?

- Estamos.

Molina le mira con bastante menos severidad que antes, suspira y le aprieta el hombro.



En la unidad se ha jodido el aire acondicionado. Hace un calor de mil demonios. Nota la camiseta pegándosele a la espalda. Está seguro de que si no fuese negra, tendría dos buenas tortillas de sudor en los sobacos.
Encima el puto ordenador se queda colgado cada dos por tres, no sabe qué coño le pasa. Se está poniendo malo. Entre eso y que Sevilla lleva tres horas cantando por lo bajini una canción hortera, está a punto de tirarse por la ventana. Siente una vena latiéndole a toda hostia en el cuello.




- A ver, chicos, carburante para el cerebro.

Rocío empieza a distribuir las pizzas y las latas de refresco que el repartidor acaba de dejar. Le da a Sevilla la suya, a él le deja otra y se queda la última para ella. Molina y Leo comerán más tarde, están en la sala de interrogatorios con el yonkie al que él casi se carga esta mañana. Al final no ha presentado denuncia porque Molina le ha comido el tarro. Le debe una muy gorda.
Tiene hambre, a ver si la pizza le mejora el humor. Empezamos mal. La Coca Cola está caliente como si acabase de cagarla una gallina. Seguimos a peor, debajo de la tapa de cartón le espera una pizza que no ha pedido.

- ¿ Alguno de vosotros ha pedido jamón y piña?

Mira a Sevilla y a Roci, los dos niegan con la cabeza.

- ¿Te han traído una hawaiana?

- Joder, me cago en la puta, qué puta mierda- hostión contra la mesa- ¿Son de integración o qué? Pretenderán que me coma esta mierda...

- ¿Quieres que te la cambie? A mí la piña no me importa.

- No, Roci, no. No es eso. Es... ¡Hostias! ¿Dos putos años pidiendo las putas mismas pizzas al mismo antro de mierda y todavía no saben cuáles son? Bacon y cebolla. ¿Tan difícil es? Yo creo que no. Cago en la hostia. Menuda panda de subnormales inútiles. ¡coño!

Abre un cajón, no se acuerda qué iba a coger y lo cierra con un tremendo golpe.

- Si no saben tomar nota de una puta pizza de dos ingredientes, apaga y vámonos. No sé de dónde coño sacan esta gentuza. ¡Joder!

- Oye, Corso, tío, que lo mismo se me ha ido la pinza a mí al hacer el pedido...- Sevilla le mira con cara de crío que ha hecho una metedura de gamba graciosísima, pero a él no le hace ni puta gracia- En Salamanca tenía un compañero que siempre pedía esa....

- Pero es que esto, por si no te habías dado cuenta, Sevilla, no es Salamanca. Esto es Madrid y a tu compañero le encantaría esta mierda pero a mí me revuelve las tripas. A ver si nos ponemos las pilas y bajamos de la puta nube. Que ya está bien de gilipolleces.

- Lo siento, tío. Venga, no te pongas así.

- ¿Qué no me ponga así? ¡Si es que parece que estás agilipollao! En vez de cantar tanta cancioncita y de tocar los cojones al personal, estate a lo que tienes que estar.

- Tío...

- Ni tío, ni tía, ni pollas. ¡Joder!

Se está pasando ocho pueblos pero la caja de los truenos se ha abierto y no sabe cómo cerrarla.

- Venga, Corso, que solo es una pizza. Ya te he dicho que te la cambio, a mí no me importa.

- Que no es eso, Rocío, ¡hostias! Me la suda la pizza, me la paso por los cojones, ¿veis?

Cierra la caja, la retuerce lleno de rabia, y la tira a la papelera. Sabe que montando el pollo del siglo por la mayor gilipolléz del mundo y haciendo un espantoso ridículo pero ni puede parar, ni puede recular. Ha perdido el control.

- Corso....

En los ojos de Rocío ve más comprensión que enfado. Eso le da la más rabia aún porque siente que los ojos se le ponen húmedos, y nota un nudo en la garganta.

- ¿Sabéis lo que os digo? Que os vayáis los dos a tomar por el mismísimo culo.

Sale de la unidad sin mirar hacia atrás.


Vete a tomar por culo (Jueves 07 de Agosto 2008, 22:22)

Da un golpe seco con el taco. La bola blanca pasa olímpicamente de la bola rayada número siete y va a dar de lleno a la negra.. La manda directa la tronera de la esquina. Game over.
Pues qué bien. Ya van dos partidas que se acaban con más de la mitad de las bolas todavía en la mesa. Se le escapa una carcajada cáustica de la poca gracia que tiene esto. Está tan borracho que ni acierta con las bolas.

Al salir de la unidad, necesitaba despejar la cabeza por eso ha cogido el coche. Conducir le gusta mucho, suele relajarle. Meter marchas, acelerar, aflojar.
Al principio el método le ha funcionado, ha subido hasta el puerto de la Cruz Verde, lo ha vuelto a bajar, ha dado vueltas por la sierra y ha vuelto a Madrid. Para cuando ha llegado al centro, hacía ya mucho rato que los movimientos mecánicos de conducción habían dejado de mantener a raya toda la mierda que le acechaba. Durante el rato que ha estado al volante, ha pensado mucho. Demasiado. Tanto que ha acabado peor de lo que estaba antes de coger el coche. Necesitaba dejar de pensar si no quería volverse completamente loco. Sabe qué hay que hacer para dejar de pensar, ha venido directamente aquí.
No sabe cuánto tiempo lleva bebiendo, solo sabe que se ha metido entre pecho y espalda más media botella Jack Danield’s y la mitad de un paquete de Marlboro.
Sabe que la está cagando por la puerta grande pero no puede parar. Pensaba que sus días de regodearse en su propio dolor a solas con una botella habían quedado atrás, pero no. Aquí está. Con los dedos amarillos de nicotina, alcoholizado perdido y con todas las heridas abiertas de par en par. Es el rey de la gran pila de mierda sobre la que está. Parte es mierda ajena, parte ha salido de su propio culo. Dicen que uno no huele su propia mierda pero puede decir que eso es mentira. La mierda que tú cagas es la que peor huele, la más pegajosa. Intentas quitártela de encima pero solo consigues pringarte los dedos y extenderla aún más.

Está como estaba a finales del año pasado si no peor. Lleno de remordimientos y de rabia. Lo único que ha cambiado es el escenario. Estos billares no son los de siempre. Se parecen mucho, todos los billares son clavados, pero son otros. Ha venido a estos por dos razones. Los otros le dan un mal rollo horroroso y, sobre todo, no quiere que nadie le encuentre.
No se siente con fuerza de mirar a nadie a la cara. Sobre todo se esconde de Leo. Lleva evitándola desde el “incidente” con el drogata. No quería que le mirase y viese lo hundido que está. No quiere arrastrarla con él hasta el fondo, no la puede hacer eso.
Hasta ha apagado el móvil al salir de la unidad porque no quiere tener pasar por el trago de ver que ella le esté llamando y no ser capaz de contestar. Si hiciese eso después tendría que tirarse a las vías del tren.

Sabe que al verla se le va a caer la cara de vergüenza. Se está comportando otra vez como un puto egoísta. Ella está jodida como la que más, y él va y hace esto. La caga por todos lados y luego desaparece del mapa para emborracharse. Lo único que quiere hacer es hacerla sentirse bien pero la realidad es que lo único que ha hecho es montar estos numeritos de niñato.
Hoy vuelve a ser eso. Un niñato de mierda. Un hijo puta malcriado y caprichoso. No es justo que, después de todo lo que ha pasado, salga con estas. No es justo pero se siente superado por todos lados.
No es capaz de entender nada de lo que ocurre. Todo ha sido para nada. Tanto dolor, tanto sufrimiento, ¿Para qué? ¿Para que ese hijo puta salga con una palmadita en la espalda dentro de siete años? Hacerles daño a él y las personas que más quiere para luego salir limpio parece el deporte nacional. Vázquez casi lo consigue, Esparza lo ha conseguido del todo.

Esto es culpa suya. Tenía que haberle matado cuando pudo. Sin polleces. Tenía que haberle reventado la cabeza contra la mesa de la sala de interrogatorios en cuanto supo que había sido él. Eso es lo que tenía que haber hecho. Un cebollazo bien dao y a tomar por culo. Así, ni tratos ni tratas. Muerto no hubiese vuelto a hacer daño a nadie. Matarle. Eso es lo que tenía que haber hecho.
Su cerebro empapado de alcohol vuelve a eso una y otra vez. Si no lo hizo no fue por falta de ganas, las ganas sobraban. Si no lo hizo fue porque no podía ir a la cárcel por ese mierda y dejarla sola. No soportaba la idea de que estuviese sola en ese puto hospital. No soportaba estar completamente a ciegas. Necesitaba verla, decirla que todo iba a salir bien. No le mató por ella. Ahora se arrepiente de no haberlo hecho y vuelve a ser por ella.
Leo no se merece esto que esos cabrones de la fiscalía la han hecho. No se lo merece ni de coña. Se lo jugó absolutamente todo, ese cabrón casi la mata y ahora se lo pagan así. ¿Diez años por lo que hizo? Diez años que se pueden quedar en ocho si es buenacito y n da guerra. Una polla como una olla. Rellena por enésima vez el vaso y se lo bebe de golpe. Ya ni siente el sabor. Es como si fuese agua.

Estira el brazo para coger el paquete de tabaco y está a punto de besar el suelo. Consigue estabilizarse a duras penas. Cierra los ojos y echa la cabeza hacia atrás. Al hacerlo se siente mareado y descentrado.
Con la poca sobriedad que le queda en el cuerpo, es capaz de elaborar el primer pensamiento cabal en muchas horas. No tenía que haber venido aquí.
Se siente peor que antes. El bourbon ha acabado de desatar todos los fantasmas que tiene dentro. Todas las cagadas que ha hecho a lo largo de su vida están ahí mirándole con sonrisitas burlonas. Había aprendido muchas cosas de sus errores pero hoy se le ha olvidado todo.
Apoya la cabeza en el taco. Le pesa mucho. Debe tener tres mil toneladas de mierda dentro. Puede que más. Con amargura piensa que es posible que esta cagada de ahora sea la definitiva, la última. La que vaya a acabar con lo mejor que le ha pasado en la puta vida. Gruñe y suspira, las dos cosas se combinan en un sonido curioso, casi perruno.
No tiene que estar precisamente contenta con él. Tiene que estar muy cabreada, muy jodida, muy decepcionada. Sobre todo decepcionada. Eso duele casi más que el trato de Esparza porque de eso sí tiene toda la culpa. Eso se lo ha hecho el solito.

Está pensando demasiado. Otra partida. Mientras tenga el coco ocupado con bolas de colores, no pensará en nada más.
Se pone en pie, al hacerlo, se da cuenta de lo borracho que en realidad está. Si tuviese que soplar en un control de alcoholemia reventaba el cacharro. Se agacha para recoger las bolas de las troneras pero lo hace todo mal. Se agacha demasiado lejos de la mesa, demasiado rápido, demasiado bruscamente. Además lo hace con el taco en la mano.
Siente que el palo da contra algo blando. Alguien que se caga en su puta madre. Se gira otra vez midiendo mal sus movimientos y el taco vuelve a golpear algo. Ruido de cristales rotos. Se ha mareado al moverse tan rápido, el mundo se ha desestabilizado del todo.

- Lo siento - de su boca sale un confuso chapurreo de borracho.

Cuando los contornos de las cosas vuelven a quedarse quietos, ve que frente a él tiene un tío de aproximadamente metro noventa, unos ciento y pico quilos, la camisa empapada de Coca Cola y cara de muy pocos amigos.

- Es que no te he visto. Tío, se me... se me ha ido...

- ¿De qué cojones vas, gilipollas?

Perfecto. Ha tenido que dar con el broncas de turno y, o mucho se equivoca, o también va cargadito de alcohol.

- Ya te he dicho que lo siento, tío.

- ¿Me das dos veces y me dices que lo sientes? ¿Pero tú has visto cómo me has puesto, payaso?

- ¿Qué quieres, tío, que me ponga a llorar? No te jode.

Una chica rubia aparece al lado del imbécil bautizado en Coca Cola y le coge por el brazo. Un brazo que debe medir lo que mide su muslo. El tío señala a la camiseta de la rubia.

- Patoso, la has manchado también a ella.

Pues la habrá manchado pero él no lo ve.

- Si ni se ve, Marcos. Venga, déjalo.

Se le escapa una risa estúpida. Si el tío quiere bronca está de suerte, porque él sí quiere bronca.

- Sí, venga, Marcos, haz caso a tu churri. Déjalo

La frase tiene el efecto esperado, el tal Marcos se pone rígido y da un paso adelante con el puño levantado. Este gilipollas, sin saberlo, le va a hacer un favor, le va a dar lo que lleva buscando todo el día. Una excusa para dar y que le den de hostias. Este armario ropero le va a reventar al primer golpe pero no le importa. En realidad es justo lo que quiere.

- ¿Quieres que te parta la boca o qué? Subnormal.

- ¿Me la vas a partir tú? ¿eh?- Se envalentona. También él da un paso adelante.

Alguien más entra en escena. El tío que antes estaba detrás de la barra poniendo copas, ha aparecido para separares. El hombre tiene cara de estar a punto de que le de un torozón de los gordos.

- ¿Qué coño está pasando aquí?

- Este tío que me da con el taco por la espalda, me vuelve a dar, me tira la copa, nos empapa a mi novia y a mí, y, para colmo, se nos pone chulo.

Es consciente de que todo el local les está mirando. Se la pela.

- Te he dado sin querer y te pedido disculpas, subnormal. Eres tú el que quiere gresca.

- Te voy a reventar, borracho de mierda.

Marcos le mira enseñándole los dientes y con el puño levantado.

- Peleas en mi local no. Fuera hacéis lo que os dé la gana. Aquí ni media tontería o llamo a la policía ya mismito.

- Pues llámalos si quieres. Yo no he hecho nada y no me voy a ir hasta que este retrasado me pague la copa, por las buenas o por las malas.

- ¿La copa? ¿Eso es lo que quieres, Marquitos? ¿Quieres que te pague la copa?- se echa mano a la cartera y empieza a sacar billetes- Toma, veinte euros. No, cincuenta. Te pillas otra copa y te compras un paquete de detergente para lavarte la camisita. O los tiras. O los enrollas y te esnifas algo. O te los metes por el ojete. Tú verás lo que haces con ellos.

Marquitos acaba de encenderse y el encargado tiene que sujetarle como puede. Si esto es una pelea de gallos él no se va a quedar atrás. El camarero no va a poder seguir conteniéndoles más tiempo. Que empiecen las hostias. Que Marquitos le machaque. Esta mal de la cabeza pero quiere que este mostrenco le castigue.

- ¡Alfredo! ¡Alfredo! Ven para acá, hostias!

No sabe quién es el tal Alfredo al que el encargado llama a voces, pero sí sabe que ese tío no va a librar al imbécil este de llevarse una hostia bien dada. Marquitos le va a machacar pero no se va a estar quieto.
Oye carreras hacia dónde están ellos y aparece el que debe ser Alfredo. Pero Alfredo no viene solo, tampoco es Alfredo quien se mete en medio y les separa a Marquitos y a él con los brazos. Es Leo y él se quiere morir de la vergüenza.


No se ha sentido tan humillado, tan patético y tan ridículo en su puta vida. Leo ha tenido que sacarle de una bronca de borrachos. Le escuecen los ojos, tiene ganas de ponerse a llorar.
Ella no le ha dirigido la palabra directamente más que para decirle “vámonos”. La sigue hasta fuera andando como un pato mareado. Casi se escoña al subir las escaleras hasta el primer piso. Leo intenta ayudarle pero no se deja. La gruñe cuando ella intenta cogerle, se zafa de su mano, se agarra a la barandilla y acaba de subir como puede. Quiere intentar mantener a salvo el último átomo de dignidad que le queda.

Va haciendo eses y dando trompicones. Camina con la vista gacha para no tener que mirarla a la cara, no podría soportarlo. Tiene ganas de vomitar, pero, sobre todo, de desparecer de la faz de la Tierra.
A un par de metros de la entrada de los billares, los oídos empiezan a pitarle y ante sus ojos aparecen puntos de luz. Tiene que dejar de andar y apoyar la espalda en la fachada. Respira hondo hasta que la sensación de irrealidad empieza a pasarse.

- Corso...

No la mira. Clava los ojos en un papel de chicle que hay tirado en el suelo.

- Corso...

Ella le toca la cara y él la retira bruscamente empeorando el mareo. Esto es lo que le faltaba. No está enfadada. Triste, preocupada, acojonada. Suena a cualquier cosa menos enfadada. La ha hecho pasar la vergüenza de su vida, debería estar rabiosa. Levanta la cara hacia ella pero no llega a mirarla a los ojos, se queda en su cuello, no se atreve a más.

- ¿Pero tú qué cojones haces aquí, eh?- la lengua le patina sobre las sílabas.

- Me he enterado de lo que ha pasado en la unidad. Estaba muy preocupada por ti.

Lo dice de una manera tan directa y tan de verdad que se le acaba de ir la pinza del todo. Suena como si ella entendiese perfectamente qué le pasa y eso no está bien. No lo está en absoluto. No quiere que le entienda, quiere que se enfade. Necesita que se enfade. Quiere que le grite, que le diga que es un mierda que no vale para nada.
Es lo que se merece porque casi consigue que la maten, porque no pudo protegerla, porque la dijo que ese hijo puta se iba a pudrir en la cárcel y eso no va a pasar.

- ¿Qué pasa? ¿que como no he fichado ya tenías que venir a controlarme? ¿Eh? ¿Me quieres controlar? ¿Quieres atarme corto?¿Creías que mi ibas a pillar la bragueta bajada y metiéndola dónde no debía? - la frase suena todavía más cruel en su torpe lengua de borracho.

Se da asco de solo oírse. Se ha pasado muchísimo y lo sabe perfectamente.

- Vete a tomar por culo.

Esto va a peor porque sigue sin sonar enfadada, solo tremendamente dolida. La está cagando cada vez más pero no puede parar. Ahora ya no sabe ni cómo podría.
No quería que le viese en este lamentable estado. No quería que le viese tan desorientado, tan asustado y tan rabioso. ¿Ahora cómo coño va a poder volver a mirarla a la cara? ¿Cómo?

- No necesito una mamaíta que cuide de mí. Puedes irte por dónde has venido. Aquí no haces ninguna falta- con un repugnante ademán la indica que se vaya.

- Estás borracho, Corso. Te voy a llevar a casa.

- No necesito que mi mami me lleve a casa. ¿Por qué no te largas de una puta vez? Cuando me quiera largar, ya me iré yo solito. No te necesito para nada.

- Eres un gilipollas. Un gilipollas. ¿Te quieres matar? Estás loco. Loco.

¿No quería cabreo? Pues ahí lo tiene en todo su esplendor. Ahora sí que no se atreve a levantar la cara hacia ella. No tiene huevos para enfrentarse a su mirada. ¿Se siente mejor ahora que tiene lo que quería? No, al contrario. Se siente como el piojo de una rata sarnosa.

- Además, tía, ¿a ti quién cojones te ha dicho que yo me quiera ir a casa? Lo que quieres es amargarme. Tú vete dónde te de la gana y a mí déjame en paz.

- Mira, Corso, haz lo que te salga de la polla pero yo no voy a dejar que te mates.

No tiene tiempo a reaccionar. Sin que él pueda hacer nada, Leo le mete la mano en el bolsillo de los vaqueros y le quita las llaves del coche. Ella se mueve muy rápido y su cerebro procesa muy lento.
Levanta la vista hacia ella. Tiene la mandíbula apretada y los labios convertidos en una fina línea casi blanca. La mira y se siente un pingajo asqueroso. Tiene ganas de ponerse a llorar. Quiere decir algo, cualquier cosa, pero no se atreve. Ha llegado demasiado lejos. Demasiado.
Le mira con una expresión que es mezcla de enfado y de tristeza antes de irse. Se la queda mirando mientras se aleja. Espera que ella mire atrás, que vuelva a por él, lo está deseando, pero no lo hace. Leo dobla una esquina y la pierde de vista.
Deja resbalar la espalda contra la pared hasta que se sienta en el suelo ¿Qué coño acaba de hacer? Ahora sí que lo ha mandado todo a la mierda. No entiende qué acaba de hacer. No sabe qué le pasa.
El estómago le da una patada, tiene el tiempo justo para echar la cabeza hacia un lado antes de vomitar todo lo que hay en él. Básicamente bourbon y un par de aceitunas. Nota sudor frío bajándole por la frente. Cierra los ojos. Le zumban los oídos, ve destellos de luz tras los párpados cerrados. Nota algo húmedo mojándole la cara, pueden ser lágrimas pero no está seguro.

Oye un resoplido frente a él. Cuando abre los ojos, en primer plano, ve un botellín de agua, detrás del botellín una mano, después un brazo y, tras todo ello, una versión borrosa de la cara de Leo. Parpadea para asegurarse de que no la está imaginando. Para su sorpresa ella le sonríe con las cejas fruncidas.

- Bebe.

La hace caso, coge la botella y da un trago pequeño. El resto se lo echa por encima de la cabeza.

- Has vuelto.

- ¿Pensabas que te iba a dejar aquí tirado?

Solo es capaz de contestarla encogiéndose de hombros.

- He ido a por coche.

Ella señala hacia atrás con la cabeza. Le parece ver el Peugeot rojo aparcado en segunda fila. Él no contesta de ninguna manera. Quiere darle las gracias pero está demasiado borracho, y demasiado avergonzado como para hacerlo.

- ... – abre la boca sin que ningún sonido salga.

- Venga, anda. Vámonos, mañana por la mañana pasamos a por tu coche.



No te vayas
(Viernes 07 de Agosto 2008, 01:17)

Leo abre la puerta con su propio juego de llaves. La cerradura tiene truco pero ella ya se lo ha cogido y abre limpiamente. En cuanto entra a casa, corre hasta el baño todo lo rápido que el pedo que lleva encima le permite. Lo que no es mucho decir.
Con la cabeza metida dentro de la taza de váter, se da la vuelta como un calcetín. Pensaba que lo había echado todo antes pero se equivocaba. Aún tenía mucho que ofrecer a las alcantarillas. El estómago se relaja después de la segunda vomitona pero, extrañamente, se siente tanto o más borracho que antes.
Se agarra al lavabo para no caerse mientras bebe agua y mete la cabeza debajo del grifo. El agua no sale demasiado fría pero le hace sentirse un poco mejor. Se nota las manos llenas de mugre invisible, se las lava con jabón con tanto ímpetu como si fuese a operar a corazón abierto. El olor del jabón le hace sentirse algo mejor. Necesita quitarse este horrible sabor de boca. Da un buen trago al colutorio. El sabor a menta le ayuda a quitarse el estercolero que tiene en la boca pero, como no tiene efectos mágicos, el pedo no se va por el desagüe al escupir. El espejo le devuelve la imagen de un tío pálido con los ojos rojos y las pupilas como dos monedas de dos euros. Lamentable. Absolutamente lamentable.

Al entrar en la habitación ve que Leo le ha abierto la cama y está en medio de la habitación con los brazos caídos a ambos lados del cuerpo. Al verla, la vergüenza que siente hace que el pedo se le olvide un poco.
Camina hacia la cama como un zombie tambaleante. Se deja caer pesadamente en el borde. Leo se agacha frente a él. Sin decir nada, empieza a quitarle las zapatillas, después los calcetines. No protesta, se deja hacer en silencio. Cuando empieza a desabrocharle los vaqueros, se siente tan humillado y tan patético que necesita decir algo. Lo que sea.

- Te aviso de que hoy ni con grúa se levanta...- la lengua se le traba demencialmente al hablar.

Ella le mira. Sin sonreír, suelta una especie de risita por la nariz en la que no hay ni asomo de humor. Acaba de quitarle los pantalones y después va la camiseta. Le ayuda a tumbarse en la cama. Cuando ya está tumbado, ve que Leo hace un movimiento que le hace temer que ha conseguido lo que antes del pedía a gritos y ahora le aterroriza, que se va a ir y le va a dejar en paz.

- No, no, no. No te vayas, por favor.

Se incorpora hasta quedarse sentado en el colchón, lo hace muy deprisa y se marea. Se abraza a sus caderas con fuerza y entierra la cara contra su tripa.

- No te vayas, por favor.

Los dedos de Leo empiezan a acariciarle el pelo.

- Ey, que no me voy a ninguna parte. Solo iba a quitar las zapatillas de en medio para que no te rompas la crisma si te levantas echar la pota por la noche. No me voy a ir.

- No te vayas.

Aprieta más la cara contra su cuerpo. En el momento en el que siente los labios de Leo en su coronilla el pedo patético, que antes era un pedo agresivo, se convierte en un pedo llorón. Un gemido descomunal le sube por la garganta y se pone a llorar como un cabrón. Ni puede, ni quiere parar las lágrimas.

- Chssss, ya está, ya está. Tranquilo.

Leo le acaricia el pelo mientras él empapa la camiseta con sus lagrimones. El que antes era un gallito con ganas de bronca, se ha convertido en un crío asustado y desconsolado.

- Lo siento, Leo, lo siento, lo siento...

Ella no dice nada, solo le acaricia la cabeza y hace ruiditos tranquilizadores con la garganta.

- Es que... es que, joder, yo te metí en esto y.... creí.... creí que...te ibas a morir...- hace un ruido rarísimo con la garganta- ...y yo te prometí que se iba a pudrir en la cárcel y ahora... ahora hacen un trato con él y yo no puedo hacer nada y... yo no puedo soportarlo. No puedo. No puedo.

No sabe si ella ha entendido ni una sola palabra porque, entre el berrinche que tiene encima, que habla pegado a ella y que la lengua le patina sobre las sílabas, sale un chapurreo confuso.

- Hey, tranquilo, ¿vale? Tranquilo.

El tono de su voz y las caricias en el pelo le ayuda a calmarse un poco. Se echa hacia atrás para mirarla.

- Tenía que haberle matao, Leo, le tenía que haber matao- asiente para sí mismo- Tenía que haberle reventao a hostias y ahora no esto no estaría pasando. Tenía que haberle matao.

- No digas tonterías, anda- lo dice en tono de infinita paciencia, el mismo que se usaría para lidiar con un niño cabezota.

- No son tonterías. No pude, no puedo...- cierra los ojos. No sabe cómo empezar a construir la frase. Le faltan palabras a su vocabulario- Soy un mierda.

- No, Corso, no eres un mierda, lo que te pasa es has bebido demasiado.

- No.

Ella le sonríe con una dulzura que le hace cosquillas por todo el cuerpo.

- Sí, Pablo, has bebido demasiado. Te has bebido hasta el agua de los floreros. Mañana lo verás todo distinto. Venga, anda, duérmete.

- Tú no.. yo....

- Mañana. Ahora duerme. Lo necesitas.

Quiere decirle muchísimas cosas pero de su lengua solo salen tartamudeos de borracho. Deja que ella le ayude a tumbarse.

- No te vayas, ¿eh?- la coge la mano muy fuerte.

- Ya te lo he dicho, no me voy a ninguna parte.

- No quiero que te vayas, quiero que te quedes conmigo.

Le da un beso en la frente, luego empieza a desvestirse. No la quita ojo mientras lo hace, tiene miedo a dejar de mirarla y que desaparezca. Antes la ha dicho que no le hacía ninguna falta, esa debe ser la mentira más gorda que ha dicho en su vida. En cuanto ella se tumba en la cama, acomoda la cabeza sobre su pecho y se queda dormido oyendo el latido de su corazón.




Lentejas estofadas (Viernes 08 de Agosto 2008, 07:44)

Le despiertan los ladridos de lo que suena como perro diminuto con dos mil dientes y un cabreo tremendo. Una especie de caniche piraña. Tiene un horrible dolor de cabeza, su estómago es un guiñapo y tiene un estropajo por boca. La noche anterior le viene de golpe y sus males físicos pasan a un discretísimo segundo plano.
Sin necesidad de tener que abrir los ojos, sabe que está solo en la cama. Lo siente. Echa la mano hacia el lado derecho y solo encuentra un colchón vacío. Abre los ojos sintiendo que el miedo le sube por la garganta, la sensación solo desaparece cuando el puto perro deja de ladrar y puede oír el sonido del agua de la ducha corriendo. Vuelve a cerrar los ojos, se tapa la mano con la cara.
Siempre ha pensado que Leo es una mujer muy lista, ahora mismo tiene sus dudas. Si lo fuese, habría salido huyendo a la primera oportunidad, en cambio aquí sigue.

Se incorpora hasta quedar sentado en el colchón. Durante un rato se queda quieto sujetándose la cabeza con las manos. Tiene la boca como una alpargata valenciana. En su mesilla hay dos cosas que le vuelven a hacer dudar de si Leo es muy lista o si es profundamente tonta. Un vaso de agua fría y una aspirina. No se merece que le cuide así, desde luego no después de todas las animaladas que la dijo ayer.
Se traga la pastilla junto con un trago de agua que deja vacío el vaso. El frescor de su boca hace que la lengua resucite. Se siente algo más parecido a un ser humado de lo que se sentía hace un minuto.
Al levantarse de la cama la rodilla duele como una cabrona, se mira y la encuentra morada e hinchada. Le lleva un rato recordar el motivo, la hostia que se dio ayer al derribar al drogata. Lleno de remordimientos se pregunta cómo tendrá la cara ese pobre desgraciado.


Leo ha dejado la puerta del baño abierta mientras se ducha para que el vapor no lo convierta en una mini sauna.
Dentro, le recibe toda una sinfonía de olores agradables que le hacen sentirse sucio y asqueroso. Se mira en el espejo, tiene algo mejor aspecto que anoche, aún así, está seguro de que hay vampiros con bastante mejor pinta que él. Menudas ojeras. Por el espejo, ve una cabecita asomándose por la cortina de ducha. No sabe qué decir.

- Buenos días- Leo se lo pone muy fácil siendo ella quien saluda.

- Hola- la dedica su mejor sonrisa de arrepentimiento.

Ella le devuelve el saludo adelantando la barbilla y sonriendo, después vuelve a desaparecer tras la cortina. No está enfadada, no entiende cómo puede ser, pero no lo está. Lo dicho o Leo es muy tonta, o... O. O eso. O el es un desgraciao.

- ¿Cómo va esa resaca?- Leo le habla desde debajo del chorro de agua.

Observa su silueta a través del PVC blanco.

- Podría ser peor. Oye, muchas gracias por el agua y la aspirina.

- Kit básico de resacas. Te sentará bien.

- Sí.

- Oye, si quieres abrir el grifo, ábrelo. Estoy con la fría, o eso se supone- en verano, en esta casa da un poco igual qué agua abras.

Acepta la invitación sin dudarlo. Le apetece un montón lavarse la cara y despejarse, no lo había hecho antes porque la presión es un asco y si abres la fría en el lavabo, te quedas sin caliente en la ducha.
Hace un cuenco con las manos y se moja la cara y el pelo. Da un buen trago de agua, está deshidratado de tanto alcohol. Se siente algo mejor después de hacerlo, entre la resaca y el calor que hace se sentía muy incómodo.
Intenta adecentarse el pelo húmedo con la mano pero no consigue mucho más que sacar el olor a tabaco que tiene impregnado. Deja la tarea por imposible. Da un poco igual, no le va a ser más fácil enfrentarse a Leo por ir moderadamente bien peinado.
Duda entre quedarse o salir. Con un suspiro se sienta a esperarla sobre la taza del váter. Durante un rato Leo sigue duchándose en silencio, después el agua se corta.
Algo después, la cortina se abre y Leo aparece con el pelo empapado y el cuerpo brillante por el agua que cubre su piel. Coge una toalla del toallero y se la ofrece, ella la acepta con una inclinación de cabeza y un “gracias”. Se empieza a secar con una tranquilidad y una familiaridad que le hace sentir cosas raras. Viéndola, todo lo que pasó ayer le parece aún más feo y más cruel.
Después de secarse bien el cuerpo, se enrolla en la toalla y sale de la mini bañera. Coge otra toalla más pequeña y empieza a secarse el pelo. Cierra los ojos e inspira profundamente para coger valor.

- Lo siento. Lo siento muchísimo.

Ella ladea la cabeza y se cruza de brazos.

- Estabas muy borracho. Cuando uno está así, hace y dice muchas tonterías.

- No me busques excusas. Me porté como un hijo de la grandísima puta contigo.

- No es buscarte excusas, Corso, es que paso de hacer leña del árbol caído. Sé que ya te arrepientes de sobra sin que yo te tenga que decirte nada.

- No sé qué se me pasó por la cabeza.

Leo parece perder todo el interés por secarse el pelo. Deja la toalla con la que lo estaba haciendo colgada del pomo de la puerta, se recuesta contra el lavabo y le mira con seriedad.

- Pues yo creo que sí lo sabes. Desde luego yo sí que lo sé. Ya te he visto así antes. Rabioso, jodido, asustado... Estabas mal. Estás mal- enfatiza el tiempo presente.

- Tú tampoco estás bien.

Leo levanta un hombro con lentitud.

- He tenido días mejores.

La ofrece la mano, ella se la coge sin titubeos. Tira suavemente de ella hacia él, la sienta sobre sus muslos.

- Pero, mira, también los he tenido peores. Muchísimo peores.

Se queda callada. Siente gotas de resbalándola por la espalda y mojándole el brazo. Es tremendamente agradable sentirla tan fresquita y oliendo tan bien.

- Cuando nos dijeron lo del trato, fue como... Me sentí como si nos hubiesen dejado con una mano delante y otra atrás. Una cosa así no es fácil de digerir.

- Una cosa así es imposible de digerir.

- Pero es lo que hay. Lentejas. O las comes, o las dejas. Hay cosas mucho peores que esto.

- ¿Cómo qué? ¿Los garbanzos?

- No, los garbanzos no. Tú piensa lo poquito que faltó para que, ahora mismo, en vez de estar hablando conmigo estuvieses desayunando gachas al lado de un tío con trece condenas por asalto llamado el Liendres.

- ¿El Liendres?

Hasta hace un segundo no tenía ningunas ganas de reírse pero no puede evitar descojonarse con la ocurrencia de Leo.

- Sí. El Liendres suena muy carcelario, ¿no?- inclina la cabeza hacia un lado con un sonrisa- Así que échale. Tú en ese plan estarías, y yo.... pues imagínate como podría estar yo. Con una crucecita, un “no te olvidamos”y un ramito de claveles mustios encima.

Al oírla decir eso, los cojones se le encogen y arrugan hasta convertirse en dos ciruelas pasas.

- Qué bestia que eres, joder. Eso no lo diga ni en broma.

- Pues seré bestia pero es lo que hay, y lo sabes. Tú me dirás si no hay cosas peores que lo del trato. Estamos aquí y, aunque esto haya sido un palo, estamos bien. Bueno, tú no tanto, que debes tener un resacón de caballo.

Le alborota el pelo con la mano mientras sonríe. Él no sonríe, piensa. Piensa mucho, su cerebro se adelante una década en el tiempo.

- Estamos bien. Estás bien... ¿y cuándo le suelten? ¿Qué coño va a pasar cuando le suelten, Leo? ¿Vas a seguir estando bien cuando le den el tercer grado?

Ella toma aire profundamente por la nariz y se encoge de hombros.

- Pues no lo sé, Corso. No sé ni cómo voy a estar a las cinco de la tarde de hoy. Pregúntamelo dentro de cinco años. ¿Qué quieres que te diga? ¿Que no es justo que le hayan ofrecido un trato? Pues no, no lo es. Ni de coña. Pero...- levanta el hombro y ladea la cabeza.

- Ya. Lentejas.

- Pues sí, tío. Lentejas estofadas- se le queda mirando con el entrecejo fruncido, una mueca en los labios y los hombros alzados.

- Yo no sé si voy a ser capaz de tragarme estas lentejas, Leo. No lo sé.

- Pues claro que vas a ser capaz. Tú eres un tío muy fuerte, mucho. Lo que te ha pasado es que has reventado. Intentaste tragártelo sin masticar y eso no puede ser. Se te atragantó y.... ¡hala!. Salió hasta con fuegos artificiales.

- Y con pota de bourbon incluida- suspira profundamente.

- Mira, esto es muy duro de aceptar pero no nos queda otra. Y yo no voy a dejar que ese hijo de puta nos vuelva a joder otra vez. Ni a ti, ni a mí. Eso no va a pasar.

Leo no es tonta, Leo es Leo. La persona más acojonante que haya puesto un pie en este planeta de mierda. Oyéndola se siente bastante patético. No quiere ser un llorica que solo sabe auto compadecerse y patalear.

- Así que lentejas has dicho que eran, ¿no?

- Sí.

- Vale. Pues nos las tendremos que comer. Dame una cuchara que me apunto- Leo asiente y sonríe. Le gusta el brillo que ve en sus ojos- Total... las lentejas bien hechas están buenas, y... pues la cárcel es la cárcel, ¿no? Aunque en vez de con el Liendres, desayunes con el alcalde de Marbella, no dejas de estar encerrado. Y digo yo, que, como una lentejas sin una buena morcilla no son nada, lo mismo a los políticos estos chorizos también les gusta estrenar ojetes y con ese culito tan prieto que tiene Esparza...

Leo lanza una risotada fuerte y limpia.

- Joder, menos mal que la bestia soy yo, que si no...

- Yo más que bestia, tiro para animal. De bellota. Ya lo has visto- suspira profundamente- Perdóname. No sabes cuánto me arrepiento lo que te dije. No tenía ningún derecho. Fui un cabestro. Yo... yo no soy así.

- Ya lo sé que no. Te conozco un poquito, ¿sabes?

- Sí, un poquito- entrecierra los ojos y sonríe- Lo de ayer no se va a repetir en la vida. Te lo juro por lo más sagrado. Da igual que esté bien o mal, jodido o contento. En la vida. No te voy a volver a hacer daño de esa manera.

- De todo lo que dijiste, solo hubo una cosa que me hizo daño, la única que creo realmente piensas. Que fuiste tú quien me metió en esto, que esto es culpa tuya. Eso no, Pablo, eso no.

Echa la cabeza hacia atrás y toma aire profundamente.

- Si ya sé todo lo que me vas a decir, que te metiste en esto porque quisiste, que tú tomas tus decisiones, que no lo puedo controlar todo. Ya lo sé, Leo. Pero...

- Pero la espinita no se te va.

- No. No se me va. No puedo evitar pensar que las cosas hubiesen sido muy distintas si yo te hubiese contado desde el principio qué pretendía hacer.

- Escúchame, Corso. Las cosas se podrían hacer siempre de mil maneras, pero se acaban haciendo solo de una. Las cosas solo se pueden hacer de una única manera, no hay más. Mira, Eva me decía que cuando a la personas nos pasa algo muy gordo, necesitamos encontrar culpables. Decía que hay a quién se le da muy bien echar la culpa a los otros, y quién es experto en echársela a sí mismo. Es muy difícil dejar de hacerlo, es como un vicio.

- Pues menudo vicio. Y luego dicen que el tabaco es malo....

No sabe en qué circunstancias Leo y su psicóloga hablaron de sentidos de culpabilidad, pero todas las posibilidades que se le ocurren le ponen los pelos de punta.

- Tú eres del grupo B. Siempre te echas la culpa. Sé que no lo puedes evitar pero también sé que en el fondo eres consciente de que no es tu culpa, que hay cosas que simplemente pasan, y que sentirse así solo te hace daño.

- Claro que lo sé. Sé que tu tomaste tu decisión, y tengo muy claro que no por sentirme culpable voy a arreglar las cosas, que lo hecho, hecho está y no se mueve, pero... pero a ratos se me olvida, Leo. Ya sabes, mala memoria. Además, según tu psicóloga es un vicio, y si ya debe costar dejar de fumar... – la sonríe de lado.

- Escúchame, Corso, cuando te rayes, acuérdate de esto: yo, aún sabiendo lo que sé ahora, lo volvería a hacer todo igual. No sé qué dice eso de mi coeficiente intelectual, pero así es.

Sabe que lo dice completamente en serio, por eso es tan grande oírselo decir.

- Bueno, no. Hay una cosa que cambiaría. En vez de una camiseta de Zara, me pondría una de kevlar. Transpira fatal y no combina con nada, pero es cojonudo para parar balas.

Se come de un beso esa preciosa sonrisa.

- Daría cualquier cosa por haber sido yo el que se llevó los tiros. Cualquier cosa, Leo. Lo que fuese.

- ¿Te crees que no lo sé?- le sonríe echando la cabeza hacia un lado- Te dan envidia estas cicatrices tan chulas que tengo. Lo que hubieses fardado tú con ellas, ¿eh?

- Ya te digo... Me pasaría el día contándote la historia de cómo me las hice para que me las mimases a todas horas.

Mientras habla, la abre la toalla y hace justo lo que dice. Acaricia con el dedo la piel húmeda de su barriguita, mima esas estrellitas de piel pálida. Después, la agarra suavecito por la nuca y la da un beso lleno de cosquillas en la garganta.

- Joder, Leo, tú me dices todo esto para ayudarme.... y yo te dije todas esas cosas tan horribles.

- Ayer dijiste muchas cosas, Corso. Creo que hasta te oí decir “hala, Madrid”.

Se ríe sacudiendo la cabeza.

- Pues no me extrañaría haberlo dicho, ¿eh? Pero nada de nada.

- Es que lo dijiste de verdad. Justo antes de dormirte.

- Tú sabes que no pienso nada de eso, ¿verdad?

- ¿Te crees que si no lo supiese iba a estar aquí?

- No lo vas a entender porque no lo entiendo ni yo, pero necesitaba que te enfadases conmigo, que me metieses tres voces, que me mandases a la mierda. Era lo que quería, igual que quería que el armario ropero ese me metiese una somanta de hostias.

- Pues poco te faltó para conseguir las dos cosas, ¿eh? Y yo, bueno, no doy malas hostias, pero el tío ese...- entrecierra los ojos y resopla- Te hubiese mandado directo al hospital.

- Ya. No sé, tenía el chip autodestructivo encendido. Me sentó de culo el alcohol y me sentó de culo el cabrón de fiscalía.

- Sí, fue una mala mezcla.

Recuesta la frente contra la de ella.

- Te quiero muchísimo, Leo. Muchísimo. Tú eso lo tienes claro, ¿verdad?

- Pues claro que sí. Y tú tienes claro que yo te quiero muchísimo a ti, ¿o no?

- Hombre, mis sospechas tengo. Es la única explicación que se me ocurre para que ayer no me dejases tirado en el puto suelo para que un perro me echase una meadita.

Leo lanza una de esas preciosas carcajadas de niña pequeña suyas.

- Anda, que... tela. Tenía que haberte grabado con el móvil.

- No, déjalo, anda, que hay cosas que es mejor no ver.

Si se viese, se sentiría tan avergonzado de sí mismo que no tendría otro remedio que largarse a Alaska a amaestrar salmones y no volver en la puta vida. La escenita en los billares tuvo que ser fina. Lo que sí estuvo bien fue la llegada de Leo, eso molón un montón.

- Joder, tía, fue impresionante cómo lo manejaste. Nos echaste una mirada a cada uno y, hala, los dos más suaves que la seda. Sin sacar ni placa, ni leches. Dijiste que eras poli y no lo dudo ni Perry. Una pasada.

Ella sonríe y echa la cabeza hacia atrás.

- Bueno, tú ya sabes cómo me las gasto, y el tío ese debió verme en la cara que no estaba para ninguna tontería. Se me llega a poner tonto...

Su cara lo dice todo, si Marquitos se hubiese puesto estupendo, hubiese sufrido la humillación de ser hostiado delante de su novia por una chica a la que saca más de una cabeza y pesa la mitad de él.

- Oye, una cosa, ¿Cómo me encontraste?

- En Madrid no hay tantos billares. En alguno tenías que estar, acerté al tercero.

- ¿Tan previsible soy?

- Solo lo justo, no te preocupes.

Recibe un beso de consuelo en la cara.

- Gracias por cuidar siempre de mí, aunque a veces yo te lo ponga tan difícil.

- Somos un equipo, ¿no? Soy tu compañera. Esto funciona así, tú cuidas de mí y yo cuido de ti.

Y ese “compañera” en la boca de Leo no se parece en nada a otro “compañera”. Suena bien, suena muy bien. Correcto. Cómo debe ser y cómo es. Ella es su compañera y él es su compañero. Dentro y fuera de la unidad.

- ¿O tengo que recordarte quién ha estado cuidando de mí no sé cuantísimos meses aunque yo me pusiera imposible de bruta? Yo también me he pasado un montón de veces contigo.

- Tampoco...

- Y que tampoco... cuando me frustraba porque no podía hacer nada yo sola.... – pone los ojos en blanco y resopla- Los dos tenemos un carácter de mil demonios, a veces no podemos contenernos y nos liamos a ladrar. Venimos así de fábrica.

- Bueno, Leo, pero no es lo mismo. Tú me libraste de que la versión no verde del Increíble Hulk me partiese todos los dientes, y de que los de recogida de muebles usados me recogiesen de una acera y me donasen a un albergue de monjas descarriadas. Ayudarte en la ducha no puede decirse que sea ningún sacrificio. Además, que te pones guapísima cuando te enfadas. Guapísima. No sabes tú cuanto.

- Sí, ayudarme en la ducha y mil cosa más, Corso. Tío, que me has cuidado como si fuese un puto bebé. Si solo te ha faltao, yo qué sé qué te ha faltao... sacarme los gases después de comer. Y me pondré guapísima cuando me chino, pero que digo barbaridades como castillos también es verdad. Todavía me acuerdo de la que te monté en el hospital la primera vez que me pusiste la puta cuña de mear. No sé si eres consciente de que te faltó cero coma para acabar con ella por montera y regado.

- Lluvia dorada. Tú sí sabes lo que me pone, ¿eh?

- Serás cerdo....

Se le escapa una risotada. Ella le mira con una sonrisa en la boca, sacudiendo despacito la cabeza. La coloca un mechón empapado de agua tras la oreja.

- Corso, yo no es por hurgar en la herida, pero no sé si te acuerdas de que ayer no solo la cagaste conmigo. La unidad...

Sevilla y Rocío. Dios. Le viene a la cabeza el numerito de la pizza y vuelve a sentirse avergonzado a más no poder.

- Madre mía, Leo. No tengo perdón de Dios. Les puse a parir a los pobres. Sobre todo al pobre Sevilla. Cómo me pasé. Qué vergüenza, tía. Creo que hoy paso de ir a currar. Voy a llamar diciendo que estoy malito...

- Vamos, ni en sueños. Te llevo agarrado de los pelos. En cuanto entres por la puerta, ya puedes ponerte a hacer méritos como un campeón. Si hace falta, les suplicas perdón de rodillas.

- ¿Crees que si les llevo un café y unos bollitos de la pastelería esa pijotera, servirá para que no me enchufen en la jeta el spray de pimienta nada más verme?

- Hombre, es un buen comienzo- ella le revuelve el pelo con la mano- Ay, Corso, qué borrico eres a veces.

- Pobres borricos con quién les has ido a comparar.

Leo se echa a reír con todas sus ganas. Su nariz roza la piel de su cuello.

- Oye, qué bien hueles.

- ¿Si?

- Mucho. Mucho. Mucho- empieza a besuquearla por el cuello.

Ella se ríe y, de un salto, se levanta de sus muslos

- Pues tú no. Tú hueles a taberna que echas para atrás.

- Si, ¿no?- no lo duda ni por un segundo. Se siente guarro hasta decir basta.

- Cómo te lo diría yo. Hala, a la ducha, que mientras te vuelves a convertir en persona, yo hago café y zumo de naranja, que he visto que tienes unas naranjas a las que todavía no les han salido patas. Una duchita, un chute de cafeína y vitamina C... y a correr millas.

Leo hace ademán de irse pero él al sujeta por la mano. Quiere un último beso.

- Leo...

- ¿Qué?

- Que gracias por cuidar de mí. Que siempre me lo pones todo muy fácil. Que no te voy a dejar solar en esto. Que te quiero muchísimo.

Le sonríe, se acerca a él y le da un beso. Después sale del baño con los brazos cargados de envases de crema, desodorantes y cosas así. Cierra los ojos y echa la cabeza hacia atrás hasta que da con los baldosines de la pared. Sigue estando hecho polvo, pero hoy tiene ganas de hacer dos cosas en las que ayer ni se atrevía a pensar. Sonreír y echarle huevos.


03 [Domingo 31 Agosto- Lunes 8 Septiembre]




¿Tú has jugado alguna vez al Super Mario? (Domingo 31 de Agosto 2008, 19:32)



Abre los ojos una rendijita pero los vuelve a cerrar casi inmediatamente. Qué de luz. Tiene gracia, ni se había dado cuenta de que se había quedado dormida. Está perezosa, así que se queda tumbada boca abajo sobre el colchón sin mover un músculo.
No pensaba dormirse pero no ha podido evitarlo, estaba reventada. Los últimos diez días en la unidad han sido una verdadera locura. No habrán dormido más de cinco horas al día, y ha habido noches en las que ni se han llegado a acostar. Casos y más casos encadenándose unos con otros.
Este fin de semana ha sido como si no hubiese existido. Han ido saltando de caso en caso como si fuese el juego de la oca. Empezaron el jueves con un apuñalamiento en un barrio de las afueras, y han acabado esta madrugada con un ahogamiento en el pantano de San Juan. Cuando han vuelto a casa, ya había pajaritos cantando.
Parece que todo el mundo se hubiese puesto de acuerdo para matar, dejarse matar, o matarse en la última semana de agosto. Homicidios, suicidios e intentos de las dos cosas. ¿La gente nunca ha oído eso de vive y deja vivir?
Se pregunta qué hora es pero lo hace sin demasiado interés. No quiere mirar el reloj y descubrir que son las nueve y el domingo está a punto de acabarse.
No quiere que llegue mañana. El juicio lo va a revolver todo, va a ser bastante jodido recordar la suerte que han tenido cuando no les quede más remedio que tener que verle la cara a ese hijo de puta. Cada vez es más consciente de que va tener que remover cosas que preferiría dejar quietas. Va a tener que recordarlas, pensar en ellas, contárselas a un montón de extraños. No sabe si eso la convierte en una tremenda cobarde, pero referiría no tener que hacerlo. Ojala mañana volviese a ser hoy una y otra vez.


Oye un gruñido de frustración a su izquierda, gira la cabeza en esa dirección. Corso sigue prácticamente igual a como estaba antes de que ella entrase en modo hibernación, tumbado a su lado con la cabeza apoyada en un par de almohadas. La única diferencia está en que antes también él parecía apunto de quedarse frito, y ahora está muy despierto viendo la tele con cara de concentración.
Tiene puesto ese programa que ponen los domingos por la tarde y que a él tanto le gusta. Uno de fútbol en el que, más que periodistas, hay un grupito de futboleros empedernidos tirándose puyas los unos a los otros sobre las desdichas de sus respectivos equipos.
Corso adora el fútbol. Prueba de ello es que, desde hace un par de semanas, ha empezado a entrenar de nuevo con el equipo de su antiguo barrio. Estuvo jugando muchos años pero las cosas se le complicaron y lo acabó dejando. Ahora mismo a su lado tiene al flamante central de los Aston Birras. Todavía no les ha visto jugar pero, según Corso, son todos unos mantas de cuidado. Él el primero.

En el programa están poniendo un resumen del partido que acaba de jugar el atléti. Si hay que hacer caso al cartelito en la zona inferior de la pantalla, por una vez y sin que sirva de precedente, ha ganado. Por un montón además.
Sonríe con los ojos entrecerrados. Toda su familia es del Madrid así que, a los quince años, en un ataque de rebeldía, tomó la decisión de hacerse ferviente seguidora del Valencia. ¿Por qué precisamente del Valencia? La respuesta es tan sencilla como frívola. Le encantaba Cañizares, no era el más guapo pero tenía algo que la volvía loca. Aún le sigue encontrando su puntito. Con el tiempo, además de por el portero con morbo, el equipo le empezó a gustar por méritos propios.
Es che pero le gusta mucho cuando gana el atléti porque a Corso se le iluminan los ojos y se le pone cara de niño en la mañana de Reyes. Decide dejarle disfrutar con la repetición de los goles y esperar un rato para manifestarse entre los vivos.

Le observa tumbada boca abajo sobre el colchón. Corso no despega la vista de la pantalla. Para no despertarla, ha quitado el sonido de la tele y parece estar intentando leer los labios de los comentaristas. Le hace gracia verle ahí tumbado, en pelotas, con esa cara de concentración suprema, apretando los puños en señal de victoria cada vez que repiten un gol, o cagándose en la madre del árbitro entre dientes cuando hace alguna pifia. Se le ocurre que un día de estos, cuando haya un partido interesante, lo mismo estaría ir bien ir juntos al fútbol. Un Atléti- Valencia para pasarse todo el partido tirándose los trastos a la cabeza. Sí, eso estaría muy divertido.

Vuelve a cerrar los ojos. No tiene intención de dormirse otra vez pero está tremendamente a gusto. Esta bien esto de remolonear entre las sábanas. Hoy llevan todo el día en la cama. Se han despertado muy tarde y solo han salido de ella el tiempo justo para darse una duchita antes de comer.
Hoy es uno de esos días en los que no apetece ir a ninguna parte. Hace un calor tremendo, además de ese agobiante y pegajoso que hace cuando quiere llover y no puede.
Con este tiempo tan asqueroso, no han ido a ninguna parte. Tampoco ha hecho ninguna falta. El día ha sido cojonudo. Necesitaba algo así, tranquilo y relajado. Ratos de sueño, ratos de charla, ratos de sexo, ratos de risas y ratos de cómodo silencio. Ha estado muy, muy bien.
Este invierno se han pasado encerrados en casa todos los días, pero hoy ha sido distinto. Hoy no se han quedado en casa porque ella estuviese echa una porquería que no podía hacer nada, se han quedado porque les ha apetecido y ha sido genial. Las cosas son distintas cuando eres tú quien decide hacerlas. Es cojonudo tener las riendas de tu vida y ser tú quien haga o deshaga.
Qué bueno es disponer de tu cuerpo como te apetece a ti sin prohibiciones y sin miedos. Uno no se da cuenta de lo cojonudo que es poder comer lo que te dé la gana sin tener que mirar en una lista si puedes hacerlo o no. Es increíble poder comerte un plato de spaghetti con salsa picante sin miedo a que las tripas te revienten. Y el sexo, ah, el sexo... Qué bueno ha sido. No se va a quejar de lo que han tenido los últimos meses porque sería para abofetearla, pero tenía unas ganas tremendas de sexo como el de las últimas semanas, como el de hoy. Sin tonterías de así no que te hago daño, de esta otra forma menos aún que te descoyuntas, y mil variantes más. Tenía ganas de sexo sin manual de instrucciones. Solo instintos y sensaciones. Dejarte llevar y lo que salga, si apetece suavecito pues suavecito, y si vienen curvas, pues que vengan. Necesitaba sentirse así, libre para hacer lo que la venga en gana sin barreras físicas.

- Pero qué hijo de la grandísima puta....

La voz de Corso suena tan indignada que hace que se la escape una carcajada. Él se gira a mirarla mordiéndose el labio como si temiese llevarse un ladrido. Pobre. No sería la primera vez. Si no es por temas de trabajo, no es de las que se despierta de buen humor cuando no lo hace por sí misma. Él ya lo ha comprobado en sus propias carnes más de una vez.
Entrecierra los ojos y se encoge como si temiese que le fuese a soltar una galleta. Vuelve a hacerla reír con la cara de payasete que pone.

- Estaba despierta.

- De la que me he librao...- resopla exageradamente y se pasa la mano por la frente secándose un sudor imaginario.

- Vamos sí, maltratado te tengo yo a ti...

- Maltratadísimo. Un día de estos te denuncio.

Se inclina sobre ella, la besa primero en el hombro y después en los labios. El contacto de sus labios la ayuda a sacudirse la pereza. Bosteza y se estira contra el colchón.

- Oye, tío, ¿qué te ha hecho ese árbitro para que estés tan cabreado?

- Pues pitar un penalti que no lo era ni de coña, ¿tú te crees? Y encima nos anula un gol. Este cabrón siempre está puteándonos. Ni te figuras la de partidos que nos robó el notas la temporada pasada...- frunce las cejas y emite una especie de gruñido perruno que vuelve a arrancarla otra carcajada.

- Bueno, pues putéale tú, que vea que con los colchoneros no se juega. A ver, ¿en el equipo no tienes un colega munipa?

- Sí. Andresito. Defensa central. Malo como el solo pero un tío majísimo. A ver si te vienes un día a vernos entrenar, después nos tomamos unas cañitas con los chicos y te los presento.

- Pues ya está, que Andrés demuestre lo majete que es hinchándose a ponerle multas de aparcamiento al árbitro. Para eso están los colegas, ¿no?

Corso abre mucho los ojos y se ríe con un sonido suave. Le ha gustado la idea. Se le ve en la cara.

- Tú ibas para genio del mal, ¿eh?

- Pero ya ves en lo que me quedé. En puta madera.

- Desde luego... qué desperdicio de talento.

Él alarga la mano y la acaricia la espalda. Automáticamente se la pone toda la piel de gallina. Corso ve su reacción y sonríe de oreja a oreja. Un segundo después, desaparece de su campo de visión. Al siguiente le siente sentándose despacio sobre su culo. La quita la almohada de debajo de la cabeza, aparta el pelo a un lado y siente sus manos abiertas paseando por su espalda. Ese roce tan suave la despierta el apetito de algo un poco más contundente.

- Ráscame un poquito, anda, porfa.

Corso no se hace de rogar. La rasca y lo hace a conciencia. Se la eriza toda la piel. Está completamente segura de que si los curas y las monjas se planteasen un día el gustito tan tremendo que da que te rasquen, también lo convertirían en pecado. Mortal además. Casi todo lo que mola en esta vida o engorda, o es pecado, o las dos cosas a la vez.

- ¿Voy bien?

- Vas de puta madre.

Al cabo de un rato, deja de rascarla pero no tiene tiempo de protestar, inmediatamente después, siente un beso en la nuca que manda escalofríos por todo su cuerpo. Eso también está muy bien, igual que ese amago de mordisquito que acaba de notar en el hombro.
Hay un momento en el que no ocurre nada, después empieza lo bueno. Los dedos de Corso se mueven hábiles masajeándola los hombros y no puede remediar ese suspiro de puro gusto que se la escapa.
Un día de estos deberían probar a comprar un botecito de esos de aceite de masajes, así en seco, los masajes de Corso son la hostia, así que con un poco de aliño...
Cuando lo dedos de él llegan a las lumbares, se la pone de punta hasta el último pelo del cuerpo. Casi puede ver un cartel luminoso apareciendo ante ella. Bienvenida al Paraíso. De tanto estar sentada, tiene esa zona más tensa que la cuerda de un piano. Está hasta los cojones de pasarse los días plantada en su mesa, un día de estos se va a fusionar con la silla de la unidad y va a dar lugar a nueva especie. Híbrido de mobiliario de oficina y policía frustrada.
Alguna vez se ha preguntado de dónde ha sacado Corso este talento para los masajes, siempre se responde de la misma manera. Seguro que si le preguntase, cosa que, desde luego, no va a hacer, descubriría que alguna de esas amiguitas que ha tenido era masajista o similar.

- Ahora sí que sí, tío. Si paras, me pongo a gritar. Y no de gusto precisamente...

- Lo tendré en cuenta- por el tono de su voz, sabe que está sonriendo.

Cierra los ojos y vacía la mente. Solo se escucha el sonido de su despertador contando los segundos y algún suspiro ocasional que se la escapa. Está en la gloria. No sabe el tiempo que estará Corso con el masaje, debe ser un buen rato, solo sabe que cuando acaba se siente como nueva.

- Joder, Corso, qué manos tienes.

Le siente inclinarse hacia delante hasta que sus labios rozan su oreja.

- Pues si te gusta lo que hago con las manos, tengo otras cosas con las que hago verdaderas maravillas...

Se ríe sin remedio. Gira medio cuerpo para mirarle, se encuentra con esa suya sonrisa de gato que se acaba de comer un ratón. Corso se levanta de encima de ella y se sienta a su lado. Se acomoda boca arriba sobre el colchón con las piernas flexionadas, él se la abraza a las piernas y recuesta la cabeza en sus rodillas. Le gusta la sensación de su barba sobre la piel.

- Ya las he probado. No están mal. Nada mal. En realidad están muy, muy bien.

- ¿Te refresco la memoria y te recuerdo lo bien que están?

Corso sube y bajas las cejas exageradamente mientras con un dedo la recorre el esternón de arriba a abajo. Sabe que se lo dice por hacer la coña, conoce los tonos de Corso y este no es el de querer guerra. Es el de hacer el tonto un rato.
Se la queda mirando, la sonrisa sigue en su sitio, pero los ojos se ponen más serios. Está claro que Corso también es consciente de que el domingo se les está acabando, y que mañana no va a ser ni la mitad de bueno de lo que ha sido hoy. Se les viene encima una buena.
No puede evitar preguntarse cómo lo van a llevar. Hasta ahora se las han apañado muy bien, han tenido días regulares pero siempre han conseguido tirar el uno del otro. No ha vuelto a pasar nada parecido a lo que pasó a principios de agosto.

Esa noche, cuando fue a buscarle a ese antro de billar, pensó que les esperaban días tremendamente negros. Tuvo un miedo tremendo a que Corso empezase otra vez con sus ideas raras sobre ser una especie de peste que solo trae mala suerte para todo el que se le acerca. Le vio tan fuera de sí como le vio el día que intentó matar a Gironella y como ese otro día que lo hizo de verdad.
Cuando se siente asustado y acorralado, Corso muerde. No tenía miedo de que la mordiese a ella, sabe que, como mucho, a ella le enseña los dientes. Lo que temía era que se mordiese a sí mismo. Que hiciese como si nada hubiese pasado, se metiese en una espiral de culpa, se castigase, la intentase dejar al margen de lo que pasaba por esa cabeza tan dura que tiene y se hundiese.
El Corso de hace un par de años es justo que hubiese hecho, incluso el del año pasado, este de ahora no. Este Corso se está dejando los cojones en salir adelante, en estar bien y en hacerla sentirse bien. Está muy orgullosa de él.
Todos los palos que se ha llevado en el último año podrían haberle convertido en un perro rabioso, haberle mandado directo al fondo del pozo, pero no ha sido así. Ha salido de una pieza, más fuerte, más maduro y, lo mejor de todo, con menos miedo.

- Ha estado bien el domingo.

- No seas roñosa, Leo, ha estado de puta madre. Me apetecía un huevo un día así, de relax. Solo dormir, comer, follar. - pone cara de crío travieso.

- Qué burro eres.

- Sí. Pero eso ya lo sabías cuando me compraste.

Corso se ríe y la da un mordisquito en la rodilla que tiene más cerca. Estira la mano y le revuelve el flequillo. Está guapísimo con el pelo cómo lo tiene ahora, bueno, siempre lo está, pero la encanta así, más largo, con esos rizos que se asoman por todas partes.
Se quedan mirándose a los ojos, después, él baja los suyos y los deja resbalar sobre su cuerpo. Siente su mirada azul recorriéndola de arriba a abajo. La mirada es completamente distinta a la de hace un rato. No es juguetona y ligera. Está cargada de cosas. Cosas complicadas. Ve rabia reprimida, ve tristeza, ve impotencia, pero también ve un cariño y una ternura que la desmadejan. Corso adelanta un dedo y toca con él una de las cicatrices, una especie de estrella blanquecina en lado izquierdo de las costillas, un par de centímetros debajo del pecho.

- ¿Hoy te siguen picando?

- No, que va. Hoy no.

Ayer, cuando el tiempo empezó a cargarse, las cicatrices empezaron a picar. No tuvo más remedio que decírselo cuando la sorprendió rascándose con afán canino. Las costillas, que llevaban ya unas cuantas semanas completamente tranquilas, también empezaron a molestar, pero eso ya no se lo dijo. Su abuela se rompió la cadera hará quince años y, a día de hoy, sigue molestándola cuando el tiempo cambia. Supone que sus costillas se han convertido de por vida en una máquina meteorológica. Peores cosas hay, hasta puede llegar a ser útil para organizar el tiempo libre.

- ¿Entonces, hoy no va a llover?

- No. De momento no hay previsión de lluvias, no- sonríe- Tío, ¿has visto que chula soy que hasta predigo el tiempo?

- La más chula del barrio. En los chinos venden un gato de colores que también predice el tiempo, pero tú eres mucho más decorativa.

- Vaya, gracias por el piropo. Creo.

Le mira mientras él se dedica a jugar al conecta cuatro con sus cicatrices. Suele hacerlo con mucha frecuencia, está convencida de que la mayoría de las veces ni es consciente de estar haciéndolo. Es uno de los muchos gestos inconscientes que tiene, como el de colocarla el pelo detrás de la oreja, acariciarla la nuca o frotar la barbilla contra su frente cuando la tiene abrazada.
Está tremendamente agradecida con él porque, desde el momento cero, haya tratado sus cicatrices con toda la naturalidad del mundo. Las ha tocado, las ha besado y las ha puesto mil veces crema para ayudarlas a curarse, pero nunca las ha dado más importancia de la que tienen. Están ahí igual que está su ombligo o sus lunares. Cree que desde hace tiempo solo las ve cómo lo que en realidad son en momentos como este, cuando no puede evitar recordar.
Por eso, por esa familiaridad y sinceridad, nunca ha sentido ninguna ansiedad ni ninguna inseguridad desnudándose delante de él. Ni siquiera cuando era un saco de huesos con heridas inflamadas y rojas. Por esa época él solía llamarla Pupitas.
La decía cosas como que su Pupitas era la cosa más bonita del mundo, y ella sentía y le veía en la cara que se lo decía de verdad, que para él lo era. Aunque el espejo dijese otra cosa. Aunque diese penita verla. Aunque se la pudiesen ver todos los huesos del cuerpo sin necesidad de radiografías. Era la mirada. Corso es capaz de mirarla y hacer que cualquier rollo raro desaparezca de su cabeza.
Su físico ha cambiado radicalmente en estos ocho meses. Ya no es que esté como antes, es que está mejor de lo que nunca ha estado. Vuelve a sentirse bien y cómoda con su aspecto, vuelve a gustarse a sí misma. Entre su yo de ahora y el de hace ocho meses hay tanta diferencia que parecen dos mujeres distintas, pero la manera en la que Corso la mira no ha cambiado en absoluto.
Jamás la ha mirado de una forma que la hiciese sentirse insegura o incómoda, ni siquiera las primeras semanas en las que hasta a ella misma le daba muchísima cosa verse las heridas.
Tiene la impresión de que el reflejo que ahora la devuelven ahora los espejos, es lo que ha estado viendo Corso durante todo el tiempo. Cuando él la mira, sus ojos no se quedan en la piel, no son cicatrices, huesos o heridas lo que ve. Ve más, algo que los espejos no captan y ni un solo momento ha dejado de demostrárselo. Que alguien te mire así es tan grande que puede llegar dar vértigo si te paras a pensarlo.

Después de estar un rato de recorriéndola la tripa con la yema del dedo índice, empieza a hacerlo con la mano abierta. La mano no se queda en las marcas pálidas, recorre todo su cuerpo de arriba a abajo sin dejarse un solo rincón. Sus labios la acarician las piernas, a veces se vuelven besitos suaves. Ella le corresponde con la mano sobre el pecho y el estómago.
Si alguien pudiese verlos, podría pensar que esto es el preludio al tercer asalto del día. Se equivocaría de cabo a rabo. Esto no tiene nada que ver con sexo, es algo muy distinto. Ahorra mismo no están buscando placer, solo cariño, intimidad. Algo para no caerse por los bordes del domingo que inexorablemente está llegando a su fin.

- Oye, Leo, ¿Tú alguna vez has jugado al Super Mario?- la voz de Corso suena más grave de lo habitual.

- ¿El Super Mario?- Acaba de dejarla KO, no se esperaba esta pregunta ni de coña.

- Sí, hombre, el plataformas de los fontaneros. El de ir saltando de un lado a otro cogiendo monedas, flores y setas para salvar a la princesa Albaricoque esa.

- Melocotón. Princesa Melocotón. Y sí, claro. Mi hermano tenía una Nintendo de esas grises enormes cuando yo era pequeña. Nos echábamos unas buenas partidas por las tardes cuando yo salía del cole.

- ¿Te acuerdas que había unas tuberías por las que te podías meter? Te colabas en ellas y, al salir, habías avanzado un montón sin darte cuenta.

- Sí. Me acuerdo. Era genial para pasarte las fases más chungas. Te olvidabas de los bichos y de todas las trampas que había arriba.

- ¿Y si hacemos eso?- Corso estira la mano y la aparta un mechón de pelo de la frente- ¿Y si nos metemos en una tubería de esas y nos comemos un mes enterito?

La mira tan serio y tan convencido de lo que dice que no puede evitar echarse a reír. Comerse un mes, sí, eso estaría muy bien.

- Mira, Leo, a tomar por culo septiembre, directamente a octubre. Y, ya que estamos, pues tachamos unos cuantos días, nos plantamos directamente en el puente del Pilar, y nos largamos de vacaciones.

- ¿Dónde hay que firmar para eso?

- Aquí

Corso se señala con un dedo la sonrisa y ella no tarda ni un segundo en levantar la cabeza y firmar el trato.

- Pues ya está, es oficial. Mañana es el día del Pilar y tú yo nos largamos por ahí a disfrutar de la vida.

Gira la cabeza hacia un lado y se ríe. Ojala el tiempo se pudiese estirar y encoger como a uno le diese la gana.

- Me da a mí, Corso, que mañana va a ser mañana queramos o no.

- Pues sí, pero... ¿quieres saber un secreto?

Se inclina hacia delante y pega los labios a su oreja. Al sentir su aliento la piel se la pone de gallina.

- Hoy no es mañana. Hoy es hoy, y estamos de puta madre.

Vuelve a echarse hacia atrás y a acomodarse contra sus piernas.

- Y tan de puta madre. Nos hemos pasado el día durmiendo, comiendo y follando.

Él la señala acusatoriamente con el dedo por haberle robado la expresión.

- Eso y, encima, mi atléti ha ganado por cuatro golazos aunque el cabrón del árbitro nos haya anulado uno. Que si no, hubiésemos ganado por una manita.

- Bueno, que era el Málaga, ¿eh? No saques pecho. No tiene demasiado mérito que se diga.

- Ríete tú del Málaga. Es un matagigantes en toda regla. Además, Leo, hablamos del atléti. Si ganan a un equipo de jugadores de futbolín, ensartados en sus palitos y todo, ya tiene muchísimo mérito.

Se echa a reír sin remedio. Tristemente, lo que Corso dice se ajusta bastante a la verdad.

- Qué duro es ser colchonero, ¿a qué sí, chiquitín?- le coge un pellizco suave en la barbilla- Cuánto sufrís los atléticos.

- Mucho, mucho, mucho. Tú no sabes dónde te has metido, Leo. Vas a pasarte el resto de tu vida consolándome las jornadas de liga, bueno también de celebración cuando ganemos, pero eso será las menos- la mira de esa manera que solo sabe él, y algo muy cálido la llena por completo- Lo mismo tenía que haberte avisao antes de cómo iba a ir esto, pero me daba cosa decírtelo de primeras por si te replanteabas lo nuestro...

- Pues la verdad es que si me lo llegas a decir antes.... pero bueno, ¿qué se le va a hacer? - levanta un hombro- Ya te he cogido un poquito de cariño. Seré tu paño de lágrimas y me esforzaré en remendarte el corazón cuando te lo rompan los árbitros y esa panda de mataos de tu equipo.
Corso se inclina hacia delante y la da un beso.

- Pero hoy hemos ganado. Yo creo que pega celebrarlo un poco ¿no? ¿Qué me dices de darnos un agüita, vestirnos y bajarnos a una terracita a tomarnos unas birritas bien frías y a pedirnos algo rico de comer? Yo no sé tú, pero yo tengo un hambre que no me lamo.

Una cerveza fría para acabar el domingo suena a gloria. El otro día se tomó la primera del año, y casi tuvo un orgasmo con el primer trago.

- Te digo que ya estamos tardando.

- ¿Sí?

Ella asiente con la sonrisa pegada a la de él, Corso imita el movimiento.

- Pues, hala, andando que es gerundio.

Vendrán partidos en los que el atléti perderá hasta con el escalerilla y mañana tendrán un juicio que les va a revolver las tripas, pero este partido lo ha ganado el atléti y mañana todavía no ha llegado. Hoy sigue siendo hoy.

Te estás rayando porque has aparcado en zona verde (Lunes 01 de Septiembre 2008, 08:37)

Hay un bar justo al lado de la Audiencia Provincial, pero ellos se han ido a tomarse el café a otro que hay bastante más lejos. Anda que no han tenido que callejear. El argumento oficial de Corso, fervientemente apoyado por Mateo, ha sido que en el bar lejano tienen un café buenísimo.
No dice que el argumento oficial sea mentira porque el café realmente era muy bueno, pero se juega una mano a que la peregrinación ha tenido más que ver con el hecho de no querer correr el riesgo de que un periodista hiciese que se les atragantase el café.
En el bar en el que han estado no había periodistas, aún así, no se puede decir que el café la esté sentando demasiado bien. No tiene nada claro que el cortado no vaya a seguir el mismo camino que ese otro café que se ha tomado en casa antes de salir. Directo al váter. Bueno, en este caso directo al suelo.
Los nervios siempre se la agarran al estómago. Contiene una arcada. Potar en plena calle solo es aceptable cuando uno lleva una tremenda borrachera encima. Además, estando la zona cómo está, plagada de cámaras de televisión, seguro que si se pusiera a vomitar, un periodista saldría de un arbusto, la pillaría in fraganti, y todos los telediarios del día abrirían con esa imagen. No va a correr el riesgo de que pase algo así, sería lo único que la faltaba. Jodida, humillada y retransmitida en horario de máxima audiencia. Quita, quita.

Respira hondo intentando que las náuseas remitan. Sigue caminando sin demasiadas prisas, unos metros por delante Mateo y a Corso. Llevan un buen rato en silencio, la estancia en el bar no ha brillado precisamente por la amena conversación. Estaban a cada cual más taciturno. No sabe qué han hecho los demás, pero ella ha memorizado todo lo que ponía en el sobrecito de azúcar. Un rollo sobre cómo se saca de la remolacha al que en cualquier otro momento no hubiese prestado la menor atención.

- Joder, papá....- la voz de Corso la sobresalta, no la esperaba. Sin dejar de andar, gira la cabeza hacia atrás para mirarle-.. .¿pero qué coño de zapatos te has puesto que suenan así?

Lo cierto es que Corso lleva algo de razón. Las pisadas de Mateo resuenan por la calle completamente vacía y silenciosa a todo volumen.

- Pues unos- se encoge de hombros.

Baja la mirada hasta lo pies de Mateo. Sí, son "unos", no tienen nada de especial, son solo un par de mocasines marrones clavados a unos que tiene Papá.

- Pues, joder con los "unos", papá. Si pareces la Niña de los Peines taconeando....

La comparación la arranca la primera sonrisa del día.

- Suenan porque la suela es suela- suela. De cuero. No como las porquerías esas de goma que tienen las deportivas que llevas siempre puestas.

- ¿Porquería? No tienes ni puta idea. Bien guapas son mis zapatillas. Además, que no van anunciando a tres kilómetros que voy llegando. Por cierto, que ahora que los miro, esos zapatos ya los tenías cuando yo hice la comunión. Joder, papá, ya te vale. Tienen más años que las puertas. A ver si renovamos el armario.

- Pues tendrán todos los años que quieras pero están nuevos. Además a mí me gustan y son unos zapatos bien buenos.

Corso se ríe y mira a Mateo con las cejas fruncidas.

- Sí, papá, buenos, bonitos y muy actuales. Sobre todo eso, muy actuales.

- Pues son unos mocasines, Pablo, ¿Cómo quieres que sean? Ni cambian, ni pasan de moda- hay un puntito defensivo en la respuesta de Mateo que la resulta de lo más gracioso- ¿Tengo razón o no tengo razón, Leo?

Se la escapa una risita entre dientes. Menuda situación surrealista, en algo más de media hora se les presenta un papelón de cojones, estos dos hablando de zapatos, y ahora la meten a ella en el fregao.

- Pues, hombre...- se encoge de hombros- Desde luego mi padre tiene unos como esos y son nuevos. Se los regaló mi madre por este último cumpleaños...

- ¿Ves como Leo, que entiende de estas cosas, me da la razón?

- Te la da porque no quiere quedar mal contigo.

- No, Pablo, me la da porque la tengo.

Corso refunfuña algo por lo bajini meneando la cabeza. Mateo la mira y la dedica una sonrisa acompañada por un guiño. Parece de buen humor y relajado pero eso no se lo cree ni él. Empieza a conocerle. Es igual que su hijo, o, mejor dicho, su hijo igual que él. Ni uno, ni otro admitiría que está jodido sin más y, hoy, Mateo debe estar realmente jodido.
Esparza fue quién llevó la investigación amañada que le mandó a la cárcel, el que le señaló sin género de dudas a los de Internos, el responsable de que tuviese que ir al funeral de su mujer esposado, el que intentó hacer a su hijo lo mismo que le había hecho a él.

- Así que dando la razón a mi padre, ¿eh?- siente los labios de Corso contra su oreja. No le había oído acercase a ella- Qué decepción más grande me acabo de llevar contigo. Qué decepción... Menuda pelota que estás tú hecha...

Ella le contesta arrugando la nariz y sacudiendo la cabeza. Aunque teóricamente está indignadísimo con ella por haber dado la razón a Mateo, la coge la mano enlazando los dedos con los suyos.
Le gusta mucho hacer esto tan simple que es andar por la calle de la mano de Corso. Es una de esas cosas que ninguno de los dos hubiesen imaginado hacer en otras circunstancias que no fueran otras que ir deprisa y corriendo a comprar condones a la farmacia más cercana. El pensamiento la hace sonreír. Él la ve y la interroga con la mirada. Le contesta sacudiendo muy suavemente la cabeza, la conversación de mudos acaba cuando él la da un beso en la cara.
Si hace tiempo lo de las manos era algo marciano, este tipo de besos, mejor ni se comenta de qué planeta eran. El hecho de que todo esto pase en público y ese público sea el padre de Corso, directamente es de una galaxia muy, muy lejana.

La conversación vuelve a desaparecer. La calle vuelve a quedar perfectamente silenciosa, el único sonido es el repiqueteo de los zapatos de Mateo que les llega desde atrás. La ilusión de ciudad desierta se acaba en cuanto llegan al cruce de calles y el silencio se convierte en murmullos.
Frente a las escalinatas de subida a la Audiencia Provincial, en la zona de arena que hay en acera de enfrente, hay una pequeña aglomeración de periodistas. Sin que ninguno de los tres tenga que decir nada, paulatinamente disminuyen el paso hasta pararse del todo.
Normalmente, la prensa puede colocarse en los tramos de escalera, incluso apostarse en el rellano final, justo en la puerta, pero hoy no. Hoy han dispuesto unas vallas amarillas en la zona arenosa de enfrente y tres policías uniformados cuidan que ningún periodista se mueva de dónde está. Este no es un juicio normal. Es uno tremendamente gordo.
La madera está ahí para proteger del acoso de la prensa a los que esta mañana se acerquen a la Audiencia por el juicio Caballo de Troya. Menudo nombrecito, ¿a quién se le ocurriría? Es bastante ajustado a la realidad, sí, pero para su gusto peca de peliculero. En cualquier caso, no van a tener mucho trabajo esos compañeros que cuidan del orden, son bien pocos los que esta mañana se van a dejar caer por aquí porque este puto juicio, entre muchas otras cosas, es a puerta cerrada.

No va a haber público. No va a haber cámaras ni de cadenas televisivas, ni de la policía, ni de los propios juzgados, ni de nadie. Lo que ahí dentro pase solo lo verán y oirán los que estén dentro. Cuatro gatos. Los imputados, los jueces, los secretarios, los testigos que declaren y unos cuantos “privilegiados” con pase de temporada para el espectáculo.
Se supone que la puerta cerrada es para preservar la intimidad de los afectados pero ella no lo tiene nada claro. Está bastante segura de que ella entra en esa categoría y nadie la ha consultado al respecto. Tampoco a Corso o a Mateo.
A ella, esta puerta cerrada la huele más bien a no querer que este asunto se airee demasiado. Ya se sabe, la ropa sucia de lava en casa, y cuanto menos detalles se sepan de qué hizo este hombre con el que la Fiscalía ha hecho un trato, tanto mejor. Más bonito y más limpio todo. Ojos que no ven....
Molina lo dijo muy clarito en cuanto se enteró de cómo se iba a llevar el juicio. “El que tiene la conciencia despejada, no busca puertas cerradas”. Molina es un filósofo que el mundo debería descubrir.

- ¿Creéis que habrá venido alguna conejita del canal Playboy a cubrir la noticia?- Corso lo dice en una voz hueca que no parece ni la suya.

No diría ni que si ni que no. No puede haber menos de treinta periodistas. Puede distinguir sin problema los logos en los micros de esa treintena de periodistas. Están todas las cadenas nacionales, todas las autonómicas, las de pago y algunas de esas nuevas cutrillas del TDT. Hasta hay un par de cadenas extranjeras en el barullo.
Según se ha ido acercando este día, este asunto ha vuelto a cobrar la misma importancia que tuvo en diciembre. O eso la han dicho, no sabe qué importancia tuvo esto en diciembre, en esa época no estuvo muy pendiente de las noticias.
Todos los periódicos, cadenas de televisión y páginas de noticias en Internet, se han ocupado de poner bajo el microscopio al Caballo de Troya.
Cada día sale más porquería a la luz. Hay mucho interés en torno al asunto de los chanchullos que hay entre el mundo del narcotráfico y algunas personas integradas en ministerios y cuerpos de seguridad. Incluso se han empezado a publicar libros que destapan asuntos muy feos que más de uno y más de dos hubiesen preferido que siguiesen bien tapaditos.

Los compañeros policías y los periodistas están haciendo un gran trabajo, cada cual en su campo, para desenterrar cosas feas. Mucho cabrón se ha quedado sin sitio dónde esconderse. Esparza se ha soltado, pero detenerle a tenido el mismo efecto que empujar la primera de una larga serie de fichas de dominó alineadas.
Esta bien saber que todo lo que ha pasado ha servido de algo y que hay quien sí va a pagar por sus crímenes. Aunque esto sea como la cabeza de la hidra, que cortas una cabeza y salen dos, al menos alguien sí va a tener que responder por sus actos sin miramientos de ningún tipo. Ese es un gran consuelo, más en momentos así.

- Ya verás, papá, mañana fijo que te ponen a parir los zapatos en algún programa casposo de esos la tele.

- Me estás tocando ya los cojones con el tema de los zapatos, ¿eh, Pablo?- posiblemente sea verdad pero la voz de Mateo suena más ausente que otra cosa.

Está segura de que nadie se va a poner a criticar los mocasines de Mateo, pero también lo está de que van a poder verse en todas las ediciones de los informativos de todas las cadenas.
Ahora que, por primera vez, se la pasa por la cabeza la posibilidad de que algún periodista la plante un micro delante las narices, se da cuenta de lo poco que le gusta esa idea. No sabe manejar a la prensa, no ha sabido nunca y no va a empezar a hacerlo precisamente hoy.
Los periodistas tienen la virtud de hacer que se tense con solo verlos. Hace mucho tiempo que ha renunciado a participar en ninguna rueda de prensa. Intenta sonar seria y profesional, y lo único que consigue es parecer la tía más desagradable, más brusca y borde del mundo. Por eso rehuye los periodistas como un gato rehuye el agua.

- Todavía es pronto pero voy a ir entrando- la voz de Mateo la saca de sus pensamientos- Quiero ver qué se cuece por los pasillos y me gustaría hablar con Requena, ¿qué hacéis vosotros?

Corso la consulta con la mirada si quiere pasar o no. Por supuesto que todavía no quiere pasar.

- Pasa tú, papá, nosotros vamos a quedarnos otro rato aquí. A ver si vemos a los del canal Disney y le preguntamos si Bob Esponja es gay de verdad o no.

Mateo y ella sueltan una risita por el comentario tonto de Corso. No va a decirle que Bob Esponja no es la Disney, eso podría dar lugar a preguntas del tipo, ¿y tú cómo lo sabes?.

- Bueno, pues, ahora os veo dentro. Suerte despejando la duda.

- Guárdanos un buen sitio y compra palomitas, anda. Ah, y, papá, cuando pases por delante de las cámaras, mete barriga. Que luego las vecinas te ven por la tele y largan de lo fondón que te estás poniendo.

Mateo, como si fuese un Papa Noel fuera de temporada, se da un par de palmadas sobre su inexistente barriga, les hace un gesto de despedida con la cabeza y se aleja caminando a buen paso.
En cuanto Mateo se acerca a dónde los periodistas están apostados, éstos se activan como por arte de magia. Todos los micros y las cámaras de dirigen hacia él. Mateo, sin detenerse, hace un gesto con la mano y empieza a subir las escaleras de dos en dos. Toma nota de su plan de escape, piensa copiarlo.
Se mira los pies y suspira. ¿Quién coño la mandaba ponerse hoy estás sandalias tan bonitas pero tan poco prácticas? Ni que los jueces fuesen a mirarla los pies y a deshacer el trato porque ella se haya puesto mona. Tendría que haberse puesto las Adidas de correr para poder pasar a los periodistas sprintando. Esto de dar buena imagen es un coñazo y una gilipolléz soberana, pero no puede evitarlo. Son demasiados años oyendo enseñanzas maternales sobre causar buena impresión cuando uno va a un sitio.
Se consuela pensando que no es la única tonta. Corso no es que vaya precisamente un traje, pero sí se ha puesto un polo de rayas bastante pijotero y unas zapatillas marrones que casi podrían pasar por zapatos.

Examina sus alrededores en busca de un sitio en el que poder matar el tiempo hasta que llegue la hora de lo inevitable. Lo más apetecible que ve es un murete bajo de ladrillo que separa la acera de una zona ajardinada. Se acerca hasta allí y recuesta el culo en él.
Levanta la vista hacia la copa del árbol que da trozos de sombra. No es muy alto, sus hojas son largas y brillantes de un color verde muy oscuro. Tiene florecitas blancas desperdigadas por la copa. Piensa que esas pobres desgraciadas aún no se han enterado que el otoño está a la vuelta de la esquina y que tienen los días contados.
Corso no tarda más de un par de segundos en ir a sentarse junto a ella. El muro medirá sus buenos veinte metros pero se sienta tan cerca de ella que sus caderas rozan. Cuando le mira, la dedica una sonrisa un poco forzada.

- Ay que joderse, Leo, ni que esto fuesen los putos Goya con tanta camarita y tanta polla. Si lo llego a saber, ayer hubiese pedido cita para la pelu- acaba la frase con un resoplido.

A pesar de estar bromeando, su expresión es muy seria. Muchísimo.

- Sí, con unas mechitas estarías mucho más guapo.

- ¿A qué sí?- la voz le sale hueca y lejana.

Está jodido. ¿Cómo no lo va estar? Es muy duro ver que después de habértelo jugado todo y de haber luchado con uñas y dientes para conseguir algo, alguien llega y te dice que hasta para las justicias hay clases, y que la tú buscas está en la lista de justicias de segunda categoría. Jode y escuece.
Esta noche Corso ha dormido mal. Cuando se ha despertado estaba sola en la cama. Se le ha encontrado tumbado en el sofá viendo dibujos animados de Tom & Jerry. Aunque lleva toda la mañana intentando animarla y hacerla reír, en él no queda ni una sola gota del optimismo que tenía ayer.
Le cuesta mucho aceptar esto que está pasando. Corso es de los que siempre quieren seguir luchando hasta el final, sabe que sufre mucho estando atado de pies y manos. Para ella tampoco resulta fácil aceptar que no puede hacer nada, pero lo lleva mejor que él.

Con Eva, la psicóloga, habló de muchas cosas. Bueno, no de tantas, de cine, de sus comidas preferidas o de viajes nunca hablaron. Solo de cosas putas. El caso es que, en una ocasión, Eva dijo que ser valiente, luchar y no rendirse es algo maravilloso, una cualidad envidiable, pero que hay veces en las que hay que aceptar que no puedes hacer nada. Que no está en tu mano ganar o no ganar y que eso no es culpa tuya. Hay luchas que están perdidas de antemano, no importa lo fuerte que seas o lo mucho que luches.
Eva no se refería a lo que ocurre ahora, en ese momento esto ni estaba pasando, hablaba de otro tipo de lucha. Para ella, una peor que esta, una de la que jamás se va a olvidar, una de las de verdad, de las que te dejan señales, unas que nunca van a ir del todo, pero supone que la moraleja se puede aplicar perfectamente aquí. Ya han perdido, no importa lo mucho que les duela, no sirve de nada aferrarte o resistirte. Es triste pero tremendamente cierto. Resistiéndose, solo van a hacerse más daño. Lo único que pueden hacer es concentrar la energía que emplearían golpeando sombras en intentas salir adelante. Solo eso que no es poco.

- Sé qué estás pensando.

Él la mira con cara de haber sido pillado in fraganti.

- Te estás rayando porque has aparcado en zona verde y, como no vas a poder salir a poner los tickets a tiempo, ya estás viendo los papelitos en el parabrisas y poniéndote malo.

Corso se echa a reír con ganas. Eso es justo lo que quería.

- Pero tú no te preocupes, tío, que una de las pocas ventajas de ser madero es no pagar multas.

- ¿Es que hay más?

- Sí, hombre, no pagar en el Metro.

Se miran el uno al otro con dos sonrisas que se van apagando poquito a poco.

- Venga, Corso, que en peores nos hemos visto- le acaricia el pelo. Todavía lo tiene húmedo del agua de la ducha.
Él cierra los ojos y con la cara busca el contacto de la palma de su mano. Se restriega despacio contra ella.

- Ya lo sé, Leo, pero... ¿sabes lo que más me jode?- la mira fijamente a los ojos y empieza a acariciarla despacito la nuca- Tener que verle la cara a ese hijo puta. Que tú se la tengas que ver.

Traga saliva. Ella tampoco es que esté dando palmas con la idea de tener que verle.

- No te preocupes por mí, voy a estar bien.

Corso la mira como si no acabase de creerla.

- ¿Sí? Pues yo no, Leo. Yo no voy a estar bien teniendo a ese cerdo delante, sabiendo que le van a soltar con un tirón de orejas y que yo no le voy a poder tocar.

Hace de tripas corazón y le sonríe con todas las ganas que no tiene.

- Bueno, por eso no sufras, que ya le tocaste bien la última vez. Por lo que sé, te esmeraste. Le dejaste hecho un Cristo. Si hasta le saltaste dientes.

Corso se encoge de hombros con desgana.

- Ese hijo de puta se merece que tengan que hacerle una boca nueva. Una cara nueva.

- ¿Y qué iba a arreglar eso?

- Nada. No iba a arreglar nada pero me quedaría como Dios. Es lo justo. Se merece que le parta la cara. Tú te lo mereces. Sobre todo te lo mereces tú.

Se la queda mirando con una expresión tremendamente seria. Demasiado.

- ¿Ah, sí? ¿Me merezco que me partas la cara?

Él echa la cabeza hacia atrás y empieza a reírse.

- Sí, claro que sí, te mereces que te parta esa cara tan preciosa que tienes.

Le acaricia el pelo y le da un beso. El gesto relajado le dura muy poco, enseguida vuelve a endurecerse.

- Tenía que haberle reventado la cabeza en cuanto supe que era él. Tenía que haberle matao, y nada de esto estaría pasando. A tomar por culo. Muerto el perro...

Siente lo mismo que sintió cuando, el día de la borrachera, le oyó decir estas mismas palabras. Como si un agujero se abriese en su estómago.

- No vayas por ahí, Corso. Te lo digo de verdad. Por ahí no. Es que no quiero ni oírte decir estas cosas.

- Si ya lo sé. Soy un gilipollas, un pesado y un pelma. Tienes que estar hasta los cojones de oírme siempre con la misma cantinela, “de tenía que...”, “no tenía que...”.

- No es eso, Pablo. Ya sabes que no es eso.

- Me dirás que no se lo hubiese merecido.

- No, claro que no digo eso. Lo que digo que, si le hubieses matado, ahora mismo estarías en la cárcel. Y yo no te quiero en la cárcel, te quiero aquí. Aquí- señala con el dedo el muro sobre el que están sentados- Conmigo.

- ¿Y crees que yo no quiero estar aquí, contigo? Lo quiero más que nada pero también quiero que tú...- resopla- Quiero que te sientas bien, Leo. Sobre todo quiero eso. Que tú te sientas bien.

- ¿Y tú crees que me sentiría mejor si tú estuvieses en la cárcel por haberle matado? Pues no, tío, estaría hecha una puta mierda. En todos los sentidos. A lo mejor...- se encoge de hombros- A saber cómo estaría. Joder, Corso, ¿tú sabes lo que supuso para mí tenerte en el hospital, ahí, todos los días?

Corso la mira sin decir nada.

- No, no lo sabes. No tienes ni idea de lo que me ayudó. Ni idea.

Ve en sus ojos lo mucho que le gusta oír eso, se le llenan de energía. No lo dice por decir, lo mismo ha visto demasiadas películas tontas en su vida, pero está completamente convencida de lo que dice. Los médicos fueron los que la salvaron, pero si él no hubiese estado ahí apoyándola....

- Así que no te arrepientas de no haberle matado. Además, que si te llegas a buscar al ruina por ese mierda, estaría cabreadísima contigo. Cada vez que te fuese a ver a la cárcel, te pondría a parir, pero a parir. Y, como nos diesen algún bis a bis, te iba a haber caído una hostia día sí, día también.

Corso se ríe haciendo un curioso sonido.

- Pues entonces me alegro un montón de haberme estado quietecito. No te ofendas pero engañosa, pegas como un tío.

Él entrecierra el ojo y se señala el labio, justo dónde hace tanto tiempo le dio un puñetazo.

- Te lo digo en serio. Para mí, esto que tenemos es muchísimo más importante que dónde o cómo esté ese cabrón. Muchísimo más, así que tú no tienes que vengarme partiendo caras o haciendo estupideces. Esto no es una obra de Lope de Vega.

- Lope de Vega. Te lo creas o no, le he leído. En el instituto y obligado, claro, pero le he leído. El rollo de las venganzas molaba bastante, pero no había nada de sexo. Una lástima.
La coge la mano y se la besa.

- Escúchame, anda, Corso. Yo no necesito que hagas más de lo que ya haces. Ni necesito, ni quiero que ajustes cuentas por mí. Y si tú necesitas hacerlo, ya le diste de lo lindo una vez, con eso me doy por más que contenta y vengada, ¿vale?

- Vale. Si yo ya sé que el mundo no se arregla a base de hostias, pero ya sabes...- sonríe y levanta un hombro- ... tengo un complejo de héroe diagnosticado pero sin tratar. Supongo que voy a tener que hacérmelo mirar.

- Deberías.

- Mira, tengo un plan alternativo a lo de crujirle. La próxima sesión de boxeo en el gimnasio, me voy a plantar los calzoncillos por encima de los pantalones, así, rollo Superman, a pegar en el saco de arena una foto de ese hijo puta y a darle hostias hasta que quede hecho serrín para pipí de gato.

- ¿Ves? Ese plan alternativo sí es bueno. Tanto que me apunto a pulverizar el saquito contigo. Pero el grande, ¿eh? Nada de esos enanos de chicas. Esos son una porquería.

La da un beso enorme en la cara. La mira muy fijamente con expresión seria.

- Perdona que me ponga tan gilipollas con esto, es que ya sabes como soy. Soy un obcecao, me cuesta soltar las cosas, pero... – Corso toma aire- Lo voy a hacer, lo voy a soltar, y tú y yo vamos a salir enteros de esta. Ya te lo dije, no te voy a dejar sola con las lentejas. Palabra.

Levanta un puño cerrado delante de ella y Corso choca suavemente con el suyo.



Me duele la boca de decirte que estoy bien(Lunes 01 de Septiembre 2008, 21:37)

- ¿De verdad...? Mira que no quiero que me lo digas solo para que me quede tranquila, ¿eh?

- Te lo digo de verdad, mamá. Estoy bien. No os preocupéis.

- ¿Pero cómo no nos vamos a preocupar?

- Pues no preocupándoos. Si todo lo malo ya ha pasado, mamá, esto es solo el juicio. Un coñazo tremendo pero nada más.

- Ya, solo un coñazo...- lo dice muy poco convencida.

- Mamaaaaá...

- Vale, vale, si tú me dices que estas bien, pues te tendré que creer. Qué remedio.

- En serio, vosotros estaos tranquilos, ¿vale?

- Tranquilos... ¿pero cómo vamos a estar tranquilos sabiendo que ese desgraciado va a salir casi de rositas?

- No va a salir de rositas, mamá, va a ir a la cárcel.

- Sí, media hora.

- No, media hora no. Diez años. Eso es mucho tiempo.

Intenta sonar convencida de lo que dice, y cree que lo consigue.

- ¿Mucho tiempo? ¿Diez años te parecen mucho tiempo? Además que no son diez, en cinco años va a estar yendo solo a dormir y saber cuándo le sueltan de verdad. Así que no me digas que eso es mucho tiempo. Leonor, por el amor de Dios. Que si estás viva no es porque ese hombre lo quisiera.

- Ay, mamá...

- Es que, Leo, de verdad que yo no cómo pueden hacer tratos con alguien que intentó matarte a sangre fría y, encima, intentó echarle la culpa al pobre Pablo. No lo puedo entender, será que soy muy torpe o muy corta de entendederas.

Suspira mientras su madre recita toda clase de improperios contra Esparza, los jueces, los abogados y el mundo en general.
Si ella no entiende esta situación, sus padres aún menos. ¿Cómo lo van a entender? Ella intenta que lo comprendan dándoles las mismas razones que le han dado a ella. Supone que eso la convierte en una hipócrita porque ella misma no lo entiende pero no quiere verles así de jodidos. Ya las pasaron putas cuando ella estuvo tan mal, no quiere que vuelvan a sentirse así.

- Hacen tratos con él porque su testimonio es lo único que tienen contra el hombre que está detrás de toda esta historia. Ese tío es un cabrón, ha hecho daño a mucha gente. No se puede permitir que salga limpio.

- Ya. Ese hombre ha hecho mucho daño. Claro. El otro es una hermanita de la caridad. A ti no te hizo daño...

- Venga, mamá, no...- no sabe ni qué decirla- Tranquila, ¿vale? Esparza- qué poco le gusta decir su nombre, siente que se le hace un nudo en la lengua cada vez que lo hace- no a tener oportunidad de joder a nadie más. Le soltarán antes de tiempo pero no le van a quitar el ojo de encima. Ese tío va a estar vigilado de por vida. Ni dejar de pagar la letra de una lavadora que se compre va a poder.

- ¿Va a estar vigilado?

- Pues claro, mamá.

- ¿Cómo de vigilado?

- Pues, para empezar, reforzarán la vigilancia policial dónde vaya a vivir, le pondrán una pulsera con un localizador GPS directamente conectada con la Policía y tendrá que pasarse por el juzgado cada dos por tres. En todo momento se va a saber dónde está y dónde no está.

- ¿Eso nos lo dijiste el otro día?

Evidentemente no se lo dijo porque se lo acaba de inventar. Es mentira pero suena tranquilizador. A ella se lo parece y a Mamá también, lo sabe porque acaba de hacer ese ruidito suyo con la garganta que quiere decir que algo la parece bien.

- Pues claro que os lo dije pero cómo os pusisteis así de dramáticos, pues seguramente ni me debisteis escuchar.

Mentir a tu madre es una cosa muy fea, pero a veces no te queda más remedio.

- De dramáticos nada, a ver ¿cómo nos íbamos a poner? Si te parece nos ponemos a dar palmas. Bueno, pues eso de que le vayan a vigilar .... ya me gusta un poco más. ¿De verdad lo van a hacer?

- ¿Qué os creíais? ¿qué le iban a soltar y, hala, ancha es Castilla?

- Pues sí, algo así.

- Pues no, está marcado de por vida.

- De por vida... eso está bien. No es perfecto, pero sí mejor de lo que nosotros ya nos
imaginábamos. Que ya nos veíamos a ese desgraciado en la calle como si no hubiese pasado nada.
- Eso no va a pasar.

La está creciendo la nariz por segundos pero le da igual, su madre acaba de lanzar un tremendo suspiro de alivio, si al niño Jesús le ha molestado la trola, ya ajustará cuentas con él cuando llegue la hora.

- Oye, cariño, que no te he preguntado, ¿cómo está Pablo?

Corso se ha metido en el bolsillo a Papá y a Mamá. En condiciones normales está segura de que al verle no les hubiese hecho demasiada gracia. Un tío como él, guapo, con ese aire suyo de golfillo y esos tatuajes, no es el sueño de ningún padre pero Mamá y Papá ya han visto qué hay debajo de su aspecto físico. Han visto cómo la trata y cómo se deja los cuernos intentando cuidarla, aún a riesgo de llevarse un bocinazo, y eso ha hecho que se olviden de las apariencias. Papá, con lo que es, hasta hace la vista gorda con el tema de los tatuajes.

- Pues está bien. Tampoco le hace mucha gracia esto de ir de jueces, pero está bien.
Ahora no está mintiéndola. La actitud de Corso ha cambiado radicalmente después de la conversación que han tenido antes de entrar en la Audiencia. Su energía y su seguridad en sí mismo han vuelto como por arte de magia.

- Me alegro mucho. Oye, ¿está contigo en casa, no? – Mamá pone ese tono suyo de inquisidora que ni Torquemada.

- Sí, por ahí anda trasteando.

A saber qué estará haciendo tanto rato encerrado en la cocina. Conociéndole, miedo le da. Puede que mañana tengan que ir a comprar una vajilla nueva.

- Vale, pues ya me quedo tranquila. Si no llega a estar, me planto ahora mismo allí y te traigo a casa por los pelos.

Se ríe. No tiene que jurárselo, se lo cree. Ella es cabezota pero su madre es aún peor.

- Pues no hace falta que me deshagas la coleta.

- Dale muchos recuerdos de nuestra parte. Pero dáselos, ¿eh? Que te conozco.

- Que sí, que se los doy.

- Oye, Leo, cariño, no seas bruta ¿eh? que te he parido y me sé cómo te las gastas. Tú todo lo arreglas poniéndote en plan pared de ladrillo y ni hablas, ni aceptas ayudas de nadie, ni nada de nada. Si no quieres hablar conmigo, habla con él.

- Pero, mamá, que me duele la boca de decirte que estoy bien.

- Pero si es que yo ya me conozco tus "estoy bien", Leonor. Hasta en el hospital decías que estabas bien y estabas que daba penita mirarte.

- Joder, mamá, para una vez que lo digo de verdad...

- ¿Ves? Acabas de reconocerlo, solo lo dices para que te dejemos en paz.

- Mira, te voy a dejar porque me estás haciendo el lío y ya no sé ni lo que digo

- De hacerte el lío nada.

- Claro que me haces el lío, además no sé qué me dices... pero si tú eres peor que yo. Tú, así te estén matando, también estás siempre de puta madre.

- Eso no es verdad, pero aunque lo fuera, que no lo es, yo soy tu madre.

Nada tiene que decir ante tal argumento, así que se calla y sonríe.

- Bueno, hija, tengo que dejarte, que tu padre ya está hurgando en la nevera. Muerto de hambre le tengo.

- Pues, venga, aliméntale y, aunque ya he hablado con él, dale un beso grande de mi parte.

- Se lo doy. Cuídate mucho, déjate cuidar y come, por Dios, que siempre te digo que estás delgada pero es que cuando te he visto en la tele, me he asustado. Y eso que dicen que la tele engorda....cuando vengas te vas a llevar unos cuantos tuppers que te tengo preparados, ¿eh?

- No estoy flaca, joder, si ya peso lo de siempre. ¿Qué digo lo de siempre? Dos quilos más. Además como un montón, ya lo sabes.

- Pues no te luce y esos dos quilos más serán del pelo que lo tienes más largo, porque... Y, sí, no me lo digas que ya lo sé: soy una pesada y te aburro un montón.

- Pfff, bueno, menos mal que eres tú la que lo dices y no te lo tengo que decir yo...

- ¡Oye, niña, esa boca, que soy tu madre!- Mamá la regaña pero lo hace riéndose, así es como la gusta oírla.

- Anda, venga, mamá, da de cenar a papá antes de que se meta en la cocina y te líe alguna de las suyas. Un beso enorme.

Oye de fondo la voz de Papá diciéndola que la quiere, mandándola un beso y ordenándola que coma

- Ya has oído tu padre, ¿no?

- Para no oírle... Oye, mamá, que nos vemos prontito. Si puedo, mañana me paso veros un rato, ¿vale?

- Vale, cariño. Muchos besos y, oye, que lo de los tuppers es verdad, ¿eh? Mañana te los llevas, que he hecho pisto y croquetas.

- Mamá, voy a veros, no a que me llenes la nevera.

- Una cosa no quita la otra, además que a saber qué comistrajos hace por ahí cuando estás trabajando, bueno, a saber si comes.

- Mamá, por Dios...

- Venga, cariño, que ya te dejo en paz. Te quiero mucho. ¡Saluda a Pablo!

- Y yo a ti.

Cuelga y se queda mirando el teléfono con la espalda apoyada en la pared del pasillo. Nota la oreja en carne viva. Lleva más de una hora al teléfono, primero tranquilizando a Papá y luego a Mamá. Y porque no saben cómo va eso de la conversación a tres, que si no...
Los pobres han puesto las noticias y se han encontrado con un reportero diciendo que hoy la policía nacional herida el pasado diciembre ha salido completamente devastada de la Audiencia Provincial de Madrid tras haber pasado el amargo trago de haber tenido que verse las caras con el hombre que casi acaba con su vida. Hay que joderse lo dramáticos y exagerados que pueden llegar a ser algunos periodistas.
Encima, acompañando la frasecita de marras, han puesto un video en el que Corso y ella salían con gafas de sol, cara de poker y saliendo a toda leche de los juzgados. La guinda ha sido que el móvil se la ha quedado sin batería y les ha saltado el buzón de voz una docena de veces. A saber qué han pensado, que se había tirado delante de un autobús o algo así.

No está como para ponerse a tocar la pandereta pero, desde luego, no está “devastada”. Se siente bastante entera. Ver a ese cabrón no ha sido bonito pero ha podido con ello.
Al principio de tenerle delante pensaba que la iba a dar un infarto, después se he dado cuenta de que estaba viva, estaba bien y que ese cabrón ya no la podía hacer daño. Da igual cómo se sintiese entonces, las cosas han cambiado, ahora no es ella la que está en desventaja mirándole desde el suelo. Ahora es él quien tiene las de perder, quien está en el banquillo de los acusados. Aunque no vaya a pasar más de cinco años en la cárcel, ella no va pasar ninguno.
Se ha sentido segura de sí misma cuando ese tío la ha mirado a los ojos y le ha mantenido el pulso visual. Ha sido él quien ha bajado la mirada primero, está casi segura de que ha visto un resto de vergüenza en sus ojos. Corso tiene razón, van a salir de esta de una pieza.

Suspira y se asoma a la cocina preparada para ver cacharros fundidos por las radiaciones del microondas. El shock que ha sufrido esta mañana al ver a Esparza se queda en mera anécdota cuando, al abrir la puerta, la recibe un olor buenísimo que la recuerda que tiene un hambre tremenda.
Ese olor, junto a la visión de una cocina en perfecto estado y Corso fregando una sartén, hacer que se quede petrificada. Él la mira sonriente con pinta de estar encantado de haberla dejado con esa cara de flipe que debe tener.

- Joder, tía, va a haber que amputarte la oreja. Eso de que cuando os juntáis dos mujeres al teléfono os enrolláis como las persianas, de tópico no tiene un pelo, ¿eh? Más de una hora has estado dale que te pego a la lengua.

- Oye, tú, que también he hablado con mi padre, no te vayas a pensar. Pero, oye, ¿qué es eso...? - señala con la barbilla el plato con la comida humeante.

- Esto es una cosa típica de mi país. Se llama tortilla de patatas. ¿Lo sabes decir? Tor-ti-lla. Eso de ahí, lo que tiene cosas verdes, rojas y blancas, es una ensalada. En-sa- l

Le corta haciendo un gesto con la mano. Se acerca hasta él, cosa rápida y fácil en una cocina tan pequeña, y le abraza por los hombros. Él la corresponde por la cintura.

- Pero que te has currado la cena y todo...

- ¿Has visto? Quería que vieses que no soy tan adán para estas cosas como sé que tú te crees.

- Joder, pero si resulta que eres una joyita y yo sin saberlo. Haces cenas, friegas, recoges la encimera....Y yo todo este tiempo pensando que si tenías cocina era porque ya venía de serie con la casa.

- Pues, para tu información, te diré que esto que tienes delante, con permiso de la de Doña Julia, es la mejor tortilla de patatas del mundo. Además de ensuciar cacharros y fundirlos en el microondas, la tortilla de patatas es lo que mejor sé hacer en la cocina.

- Bueno, también te he visto abrir botellines y lo haces de miedo.

- Es que esa es mi verdadera especialidad. Muchos años de práctica.

Echa un ojo a la tortilla. No da crédito a lo que ve. Tiene una pinta estupenda. A simple vista no tiene nada que envidiar a la de muchos bares. Desde luego tiene mucha mejor pinta que las suyas, que siempre la caga a la hora de darlas la vuelta y se la descuajaringan.

- Hostia, que te ha quedado hasta bonita. Joder, me has impresionado. No tenía ni idea de que supieses hacer tortillas, como siempre las compras de esas que ya vienen hechas....

- Es que soy un poco perro, ¿para qué cascar huevos si ya te las dan cuajaditas y listas para hincarlas el diente? Pero saber hacerlas, claro que sé. Me enseñó mi madre.

- ¿Sí? No lo sabía.

Corso asiente con una sonrisa nostálgica.

- Ella cocinaba de puta madre. Hubieses flipado con su paella. Vamos, que si nuestras madres se hubiesen conocido, hubiesen podido montar un restaurante sin problemas. Clara & Julia, o Julia & Clara, eso ya que lo hubiesen echad a suertes. Mira, si hasta suena bien. Pues el caso es que mi madre se empeñó en que aprendiera a cocinar. Pretendía hacer de mí un hombre de provecho y que, llegado el caso, no me muriese de hambre. Anda que no jodí yo tortillas hasta que me empezaron a salir. Me decía que me salían mejor que las suyas y me pedía que se la hiciese de vez en cuando. Era mentira, ni le hacían sombra a las de mi madre, pero ella era así, le gustaba hacerme sentir especial - los ojos le brillan de forma especial al recordar a su madre- También intentó enseñarme a hacer más cosas pero solo tuvo éxito con las tortillas. Ah, y con la ensalada de pasta esa también me sale resultona, pero como la tortilla...

La encanta oírle hablar de su madre cuando la cosa no tiene nada de que ver con cómo murió, al principio no lo hacía nunca, poco a poco eso empieza a cambiar.

- Pues entonces sí que estoy desando probarla.

- Eso se arregla ahora mismo.

Corso la suelta, con un cuchillo corta una cuñita fina y se la acerca a la boca. La observa atentamente mientras ella mastica.

- ¿Qué? ¿Me das un aprobado?- hay un deje de impaciencia en su voz.

Está bastante mejor de lo que esperaba. En realidad está muy buena. Puede que le falte un poco de sal, que ella la prefiriese algo más cuajada y que un poquito más de cebolla no la fuese mal, peros esos son pegas tontas. Además estuviese como estuviese, hubiese sido la mejor tortilla de patatas del mundo porque, Corso, el que jamás hace nada ni ya lo venden hecho, se la ha hecho especialmente para ella.

- No, aprobado no. Te doy un notable- entrecierra los ojos y saborea antes de tragar- Notable alto.

Corso pone una cara de orgullo que hace que le dan ganas de comérsele a besos. Comérsele no se le come, pero uno bien grande sí le da.

- A ver...- Corso prueba su obra y frunce el ceño-Está un poco regu. Es que hacía un montón que no la hacía. ¿Le falta un poco de sal, no?

- Que va, tío, esta como tiene que estar. La sal es fatal para todo, no hay más que oír a los médicos.

- Pues, entonces, misión cumplida. Ya he demostrado que soy de lo más apañadito y no un patán como tú te pensabas. He limpiado mi nombre, que es por lo único que la he hecho.

- Ah, ¿que no era para darme un caprichito a mí?

- Pffff ¿pero tú en qué mundo vives? A lo mejor te creías que te quería mimar o algo así. Ves demasiada tele, Leo. Yo no sé ni cómo se hace eso de mimarte- la mira recostado en la encimera con una sonrisa en la boca capaz de convertir el casquete polar ártico en un charquito.

- No, ¿verdad?

- Pues no. Ni puta idea. Yo no hago esas cosas tan moñas.

Para demostrarlo, la da un abrazo un tremendo y la cubre la cara con un montón de besos, luego se concentra en sus labios. Tras un beso largo y travieso la mira fijamente.

- Oye, que no te he preguntado ¿cómo están tus padres?

- Pues, bueno, ahí andan. Nos han visto en las noticias y estaban bastante preocupados. Ya sabes cómo exageran los periodistas, se pensaban que estaba apunto de cortarme las venas o algo así, pero creo que les he dejado más tranquilos. Todo sea que mi madre no eche la puerta abajo dentro de un rato para asegurarse de que estoy bien. Ah, te mandan recuerdos que si no te lo digo, mi madre me mata.

Corso asiente.

- ¿Y la hija de tu madre?- la coloca un mechón de pelo detrás de la oreja- ¿Ella cómo está?

La pregunta indirecta la hace reír.

- ¿La hija de mi madre? Bien. Está bien. Ha tenido antes un momento un poco tonto y un poco jodido, pero ahora está muy bien. Encima ha liado a un tío guapísimo para que la haga la cena.

- Me alegro muchísimo de que esté bien.

- Yo también. ¿Y el hijo de tu padre? ¿Ese cómo está?

- Pues esta mañana ha tenido también un par de momentos bien jodidos pero ahora está de puta madre. Es más listo... ha engañado a una preciosidad para cenar con él. La ha montado el numerito de hacerla la cena para impresionarla y todo. Yo creo que pretende que la chica le invite a dormir a su casa. ¿Cómo lo ves tú eso?

- Pues creo que lo tiene casi hecho.

- ¿Sí?- la sonrisa de Corso se ensancha. Recuesta su frente contra la suya.

- Sí. Yo creo que sí.

Se queda mirándole, de tan cerca, sus ojos dan la impresión de ser uno solo y enorme.

- Al final, se ha podido, ¿ves?

Él asiente sin despegarse de ella.

- Se ha podido, sí.

- Y no ha sido tan malo, ¿a que no?

- No, pensé que sería más difícil. Al final, lo que más me ha jodido, ha sido una cosa que no me esperaba. La pinta de ese hijo puta. No esperaba verle llorando por las esquinas, no soy tan gilipollas, pero...

- Ya, yo tampoco le esperaba así.

- Hostia puta, Leo, que está de puta madre. Que hasta le han arreglado lo del diente, que le han puesto fundas, que está todo moreno, que ha engordao como si se pasase el día zampando... Verle ahí sentadito con su camisita planchada, sus pantaloncitos caros, todo peinadito, afeitadito... Coño, Leo, que parece que haya estado de vacaciones en Benidorm vez de en la puta cárcel.

Escuece mucho ver así de bien a quien ha estado a punto de cargarse todo lo que te importa. Es como la última carcajada, pero tampoco va a dejar que eso les hunda. Ha tomado la firme decisión de tomarse esto con humor. La salud mental de los dos depende de ello.

- Bueno, Corso, consuélate pensando que el color de la camisa no le sentaba nada bien.

- Eso es verdad, el color amarillo pollo le sienta como el culo.

- Como el puto culo.

- Yo creo que un tío que tiene tan mal gusto eligiendo colores no se merece que estemos jodidos por él.

- Desde luego que no se lo merece. A ese, ni la hora.

- Pues ya está todo dicho, ¿no?

- Todito.

Un abrazo largo y estrecho que la acaba de llenar de fuerza y optimismo. No quiere moverse de cómo está, pero no tiene más remedio que acabar haciéndolo, en la cocina hace un calor horroroso y sus tripas están empezando a protestar ruidosamente por no poder disfrutar de eso que huele tan bien.

- ¿Qué? ¿Hay hambre?- Corso se aparta de ella con una sonrisa. Al tenerle pegado debe estar notando el ajetreo de su aparato digestivo.

- Un montón.

- Pues, venga, señorita, a cenar. Que la gracia de la tortilla de la familia Corso es que esté todavía calentita cuando te la comas. Si no, no vale nada.

- Entonces, manos a la obra


Hablamos de mi padre (Viernes 05 de Septiembre 2008, 19:15)

El aire la está revolviendo el pelo y la hace cosquillas en la cara. Ha olvidado coger una goma de pelo y tiene que estar continuamente apartándose los mechones que se la vienen a los ojos. Es un poco incordio pero no tiene intención alguna de subir la ventanilla, le gusta demasiado el olor a tierra mojada que entra a través de ella.
Hoy, por fin ha llovido, se han cumplido las predicciones que sus costillas habían hecho ayer noche. Hace un par de horas el cielo ha reventado y el agua ha empezado a caer sobre sus cabezas. Hacía muchísima falta, el calor agobiante del domingo no ha hecho más que empeorar en los últimos días.
La calle es en cuesta y el agua baja por las aceras como si fuesen ríos en miniatura. Suspira pensando en lo mucho que le gustaría estar haciendo otra ruta que no fuese la de vuelta a casa desde la Audiencia. Sería feliz si jamás tuviese que volver a ese sito por ningún motivo.
Nunca le ha gustado tener que ir a los juzgados. El hecho de tener que dar explicaciones o justificaciones sobre su trabajo delante de un montón de gente a la que no conoce de nada y que la miran con ojos de águila es algo que la pone nerviosa.
La cosa es muchísimo peor cuando el juicio tiene que ver contigo. No es solo nerviosismo, son trescientas cosas más. A muchas de ellas no sabe ni cómo llamarlas. Y eso que aún no ha tenido que testificar. Ese día va a ser bonito.

Ella no es la única que detesta los juzgados, Corso es de su misma opinión, por eso los dos los evitan en la medida de lo posible. Estos tres últimos días de juicio no han ido a las sesiones. Tenían trabajo que hacer y ningún interés en escuchar lo que se decía. Ya tuvieron bastante el primer día oyendo los cargos desgranados y ampliados. Conspiración, prevaricación, abuso de poder, falseo de pruebas, obstrucción a la justicia, conspiración, y, por supuesto, las joyas de la corona: homicidio y homicidio en grado de tentativa por partida doble.
No tenían ganas de oír como los secretarios leían uno a uno todos lo folios del sumario. Mucho menos si el acompañamiento visual era el de la espalda de Esparza y todos sus amiguitos. Pasando ampliamente del tema.
Los pobres taquígrafos van a estar dejarse las huellas dactilares. Los métodos de siempre han vuelto, en esta pantomima no se permite ningún medio de grabación en la sala. Se han tomado muy en serio lo de mantener este asunto en petit comitè.

Si esto fuese una película, estas primeras jornadas en la Audiencia habrían equivalido al rollo ese que cuentan antes de que las pelis de La Guerra de las Galaxias. La introducción que hace falta para entender cómo están las cosas. Solo que aquí no hay Imperios, ni Fuerzas oscuras, ni princesas, ni seres peludos. Solo hay cabrones, corruptos, asesinos y mafiosos. Nada exótico, nada nuevo. Lo de siempre, gente con ganas de dinero y poder, y ningún escrúpulo a la hora de conseguir lo que quieren.
Ella ya se ha leído un par de veces el sumario del juicio. No importa las veces que lo lea, le sigue pareciendo algo lejano, casi irreal, ficción. Es una novela de Mario Puzo que nada tiene que ver con Corso o con ella. Sin embargo, estos cuentos de camorra napolitana han sido precisamente los que han traído a sus vidas la parte que sí les toca de lleno, la que es real sin ningún género de dudas.
Sin esos hampones de novela negra nada de esto hubiese pasado. Clara estaría viva, Vázquez jamás hubiese sido un corrupto y un asesino, Mateo no hubiese ido a la cárcel, el rumano, Camacho y Gallardo estarían vivos, Corso no se hubiese pasado ocho años de su vida lleno de culpa y sus costillas no darían pinchazos cuando el tiempo se pone húmedo.
Pero esos hampones existieron, hicieron lo que hicieron y de nada sirve hacer castillos de naipes sobre posibilidades pasadas. Lo hecho, hecho está. Hecho queda y no se puede deshacer.

Se hunde un poco más en el asiento y contiene un suspiro, casi le da miedo hacer algún ruido y romper el silencio casi perfecto que reina en el interior del coche. Solo se oye el sonido del limpiaparabrisas y el que hacen las gotitas de agua al caer sobre las lunas.
Corso conduce con la vista fija en la carretera. Mateo está en el asiento trasero, le ve por el retrovisor con la barba canosa recostada en el puño y la mirada perdida en algún punto del interior del coche.
Hoy no se han leído cosas raras en la Audiencia, hoy han empezado las declaraciones y lo han hecho por la puerta grande, con el principal imputado. El inigualable Diego Esparza.

Se veía venir que iba a ser algo muy jodido incluso antes de empezar. Parecía que en al aire había algo que no quería que Esparza hablase esta tarde. Primero se ha retrasado una hora el inicio de la sesión porque el sistema de megafonía no funcionaba, después, a los diez minutos de estar en la sala, han tenido que hacer un alto de otra media hora porque se ha ido la luz.
Lo que ha venido luego es algo que hubiese preferido ahorrarse. Lo más descorazonador es que, si Dios no lo remedia, y ella duda seriamente que lo haga, el lunes habrá más de lo mismo. Todavía queda un largo trecho que recorrer. La historia de Esparza, como casi todas las historias, tiene un principio un nudo y un desenlace. Si hace nueve años no hubiese ocurrido lo que pasó, el once de diciembre del dos mil siete no hubiese ocurrido nada.
Esta tarde, Esparza ni se han acercado al tiroteo del año pasado. Se ha quedado en mil novecientos noventa y nueve, concretamente en julio. Esta tarde han hecho un viaje en el tiempo, y cree que Corso y Mateo todavía no han vuelto del todo.

Ese verano del noventa y nueve ella tenía dieciséis años. Recuerda que se sentía desgraciadísima porque sus padres la obligaban a volver a casa antes que al resto de sus amigas, y porque el chico que le gustaba iba a estar todo el mes de agosto con su familia de vacaciones en la playa y no iba a poder verle. Qué fácil era todo entonces y qué ridículos sus problemas, en aquel entonces era incapaz de imaginarse todo lo que vendría después. Ese mismo verano, mataron a la madre de Corso y a su padre le metieron en la cárcel.
Ha pensado mucho en la muerte de Clara. Empezó a hacerlo desde antes de saber que la habían asesinado. Desde el momento en que Corso la contó que su madre se había suicidado, ella ya empezó a darle vueltas. Intentaba meterse en la cabeza de él, imaginarse lo que debe ser que tu madre se suicide, ser tú quien la encuentre y pasarte media vida pensando que podrías haberlo evitado. Imaginación es algo que no la falta, aún así, está convencida de que ni se ha acercado a la realidad. Es una gran suerte ser incapaz de poder imaginarte algo así, significa que no te ha pasado a ti.

Esparza ha empezado hablando de cómo se metió a poli corrupto, que fue su comisario el que le puso el caramelo delante de la nariz, después ha seguido contando cosas que a ella no la importaban demasiado, finalmente ha llegado a la muerte de Clara. Eso sí la importaba.
Ese día de julio fue la primera vez que Esparza cruzó la línea. Hasta entonces se había limitado a hacer la vista gorda a instancias de su comisario para facilitar las cosas a los narcos, pero ese día pasó de pasivo a activo. No solo hizo la vista gorda, señaló con el dedo a un hombre que sabía inocente.
Por cómo ha sido su declaración, imagina que ha pasado muchas horas preparándola con su abogado. Las palabras estaban cuidadosamente elegidas, hasta tiene la impresión de que las pausas estaban pensadas de antemano. Lo más triste de todo es que no hubiese hecho falta preparar nada. Hubiese podido decir cualquier cosa y eso no cambiaría ni un milímetro las cosas. Esparza ya tiene su trato firmado y ratificado. Las excusas eran totalmente innecesarias, ella no se las creído, solo han servido para que todo fuese aún más triste y doloroso.

Ese tío es bueno hablando, sabe escoger lo que dice para retorcer la realidad hasta hacerla como a él le interesa que sea. Una realidad en la que él no tuvo más opción que hacer lo que hizo, encubrir dos asesinatos y enviar a un hombre inocente a la cárcel. Eso es mentira, siempre hay opciones, siempre puedes elegir luchar por lo que es correcto. Siempre. Lo que pasa es que hacer lo correcto suele tener consecuencias. Consecuencias que no son bonitas. Esparza no quiso asumir esas consecuencias, eligió el camino fácil, el que le llenaba los bolsillos y mantenía su culo a salvo.
Hoy han sabido cosas que antes no sabían. Que la noche en la que Clara murió, la primera noche que Mateo pasó en la cárcel, una noche que Corso pasó llorando en el tanatorio, hubo una celebración en la casa de putas de Castrejón.
Todos estaban muy contentos porque se habían quitado de encima a Internos. A nadie le amargó la noche los daños colaterales. Nadie dejó de beber o de tirarse a una fulana por eso. Nadie. Al fin y al cabo, los muebles se habían salvado, así que, ¿qué más daba lo demás? Castrejón invitaba a las copas y a las putas, había mucho que celebrar.
La declaración ha dado un cambiado de tono después de eso, las preguntas del Fiscal se han desviado del hilo de la historia, se han centrado en quién sabía y quién no sabía de los tejemanejes sucios de la comisaría, en determinar qué ayudas se recibieron desde Interior para tapar el asunto.
Después de lo de Clara, ni Corso ni Mateo han movido un solo músculo hasta que la sesión ha concluido. Se han convertido en dos estatuas que ni parecían respirar. Nueve años es un periodo de tiempo muy relativo, muchos para pasarlos dónde no quieres estar, y muy pocos para empezar a olvidar según qué cosas.

El Ranger se detiene al encontrar en rojo el semáforo de la rotonda de Sinesio Delgado. Observa a Corso en silencio. Tiene tensa la línea de la mandíbula. Sujeta el volante con tanta fuerza que los nudillos se le han puesto blancos.
Se gira hacia ella y la mira directamente a los ojos. Ninguno de los dos sonríe pero, un segundo después, la mano de Corso está apretando muy fuerte la suya. Se quedan así, con las manos cogidas, hasta que el semáforo cambia a verde y tiene que soltarla para meter la marcha.
Reclina la cabeza en el asiento, echa un vistazo a la calle. Hoy está pesimista. Se pregunta si el lunes descubrirá que al no morirse cuando tuvo que hacerlo, le jodió a alguien la celebración. Siente algo curioso en la garganta y en el estómago, una especie de desagradable cosquilleo. No le gusta pensar en estas cosas y no es el momento de venirse abajo. Decide posponer todo esto que ronda su cabeza hasta el lunes, hasta que no tenga más remedio que enfrentarse a ello. No ve la necesidad de anticipar malos rollos que, con toda seguridad, vendrán por sí solo.


Cuando llegan al barrio de Mateo, ya ha dejado de llover. El destino parece decidir que les debe una y se la devuelve en forma de sito libre justo enfrente del portal. El espacio es bastante justo para el Ranger pero Corso mete limpiamente el coche en el hueco en una maniobra larga y silenciosa.
El coche se detiene. Nadie se mueve, tampoco dice nada. El primer signo de vida es un profundo suspiro que viene desde la parte trasera del coche. El segundo, el sonido del cinturón de seguridad trasero desabrochándose. El tercero, un carraspeo.

- Qué raro que haya sitio aquí. Siempre hay que estar dando vueltas y más vueltas. Será la cosa está de la zona verde. Al final sí va a valer para algo más que para sacar pasta- la voz de Mateo suena extrañamente lejos- Bueno, chicos, gracias por el paseo.

Mateo sale del coche sin demasiada energía, hasta el ruido de la puerta al cerrarse suena amortiguado. Corso y ella salen un segundo después. Después de la lluvia, el ambiente se ha quedado fresco y perfumado.
No le parece buena idea que Mateo, con todo lo que tiene que tener en la cabeza, se quede solo. Menos aún en esa casa. Ahí fue dónde todo pasó. Entiende que no quiera salir de ella porque está llena de recuerdos de Clara, pero a veces se pregunta cómo puede vivir ahí. Ella no se cree capaz de hacer algo así.

- Oye, Mateo, que digo yo que antes has pagado tú los cafés y, con la tontería de los aplazamientos, han sido unos pocos. Lo suyo sería que te invitásemos a algo. ¿Qué me dices de una cervecita?

- Muchas gracias, Leo, pero no. Estoy reventado, no tengo ganas de andar por ahí.

- Venga, papá, no me seas rancio. Una cañita ahí en el Ancla y nos pedimos una de pulpo. Lo siguen haciendo igual de bueno que siempre.

- No, de verdad que no, chicos. Otro día acepto la invitación encantado pero hoy estoy molido de tantas horas ahí sentado... A mí ya se me ha pasado la edad de estas cosas. Además he quedado en llamar a tu tía Toñi, no quiero que se preocupe si ve que no la llamo.

- Pues la llamas desde mi móvil, joder, que invita Interior.

- No, no me sé el teléfono de cabeza y no lo llevo en el móvil. Además, de verdad estoy muy cansado.

El cansancio y la llamada son una excusa y los tres lo saben perfectamente. A estas alturas conoce a Mateo lo suficiente como para saber de dónde le viene la tozudez a Corso. Sabe que discutir el tema no la va a llevar a ninguna parte, aún así, va a hacer una ultima intentona.

- Venga, Mateo, la llamas y te vienes. Que he oído maravillas del pulpo ese y yo todavía no lo he probado.

- ¿No lo has probado? Pablo, ya te vale no haberla traído nunca. El mejor pulpo a la gallega de Madrid, Leo. Te lo digo yo. Así que, hijo, ahora mismo te la llevas, os tomáis unas cañas, os pedís una racioncita y después os vais a divertiros un rato. Que es viernes, sois jóvenes y os lo tenéis más que merecido.

Se da por vencida y asiente. Cuestión zanjada, entiende perfectamente cuando un "no" es no y no va a sacar nada insistiendo.

- Tú te lo pierdes, papá, Leo y yo nos vamos a poner ciegos de cañitas y de pulpo- Corso acompaña lo que dice con un guiño y una sonrisa.

- Otro día no os libráis de mí.

- A ver si es verdad.

Mateo se despide de Corso con un abrazo y de ella con un beso en la mejilla. Se siente mal viéndole andar solo hacia el portal. Le ve muy cansado. Se reafirma en su idea de que no debería quedarse solo.
Vuelve a la cabeza hacia la derecha, Corso la está mirando. En su cara ya no queda nada de la sonrisa de antes. Sin decir nada, da dos pasos hacia ella y la encierra en un abrazo hambriento que está a punto de hacerla perder el equilibrio.
Se entrega totalmente al abrazo. Asume que poco más va a poder hacer hoy por él, así que le aprieta contra ella en silencio. Hoy no hay medias tintas ni tonterías. Está jodido de verdad y no va a ocultarlo. Eso es un paso muy importante.

Corso, sin soltarla o despegarse un milímetro de ella, da pasitos cortos hacia atrás hasta acabar recostando la espalda contra el Ranger. Debería haberle dicho que no lo hiciera, que el coche está mojado y se iba a empapar la ropa, pero ahora ya da bastante igual. Ya es tarde, ya se ha mojado. Tampoco cree que a él le importe demasiado el agua.
Echa la cabeza un poco hacia atrás y la mira a la cara. Tiene una expresión complicada, no es solo seriedad, es algo más. En este momento, sus ojos tienen el mismo tono azul grisáceo que el cielo sobre sus cabezas. Se la queda mirando un rato.

- ¿Sabes qué fue lo primero que sentí cuando supe que a mi madre la habían asesinado?- aunque es evidente que no espera respuesta, se queda callado un par de segundos- Alivio. Sentí alivio- entrecierra los ojos y esboza una sonrisa tristona- Un alivio acojonante.

Ella contiene el aliento. Tiene miedo a decir o hacer algo que le haga dejar de hablar. Esta es la primera vez desde que están juntos que Corso habla de esto. Ella nunca ha sacado el tema, no se la ocurriría. Sabe demasiado bien lo mucho que le sigue doliendo.

- Es una cosa horrorosa pensar que alguien ha matado a tu madre - Corso ha vuelto a abrir los ojos y la mira con la mirada entornada- Pero es que la otra opción, que se hubiese matado ella... Eso es muchísimo peor

Vuelve a quedarse callado y asiente para sí mismo.

- Eso sí que es acojonantemente horroroso, Leo. Es....- sacude la cabeza- No dejas de darle vueltas al coco. Piensas cómo podrías haberlo evitao, en que tenías que haberte dado cuenta de que algo estaba muy, muy jodido- se aclara la garganta trabajosamente- Te sientes como una mierda. Como una mierda inútil. Yo me he pasao muchos años así, Leo. Muchísimos.

No es la primera vez que se le imagina destrozándole durante años con a solas con su culpa y, como todas las veces que lo ha hecho, se la pone un nudo en la garganta. No sabe qué puede decir así que solo le acaricia despacio la nuca.

- Así que sí, fue un alivio. Saber que no fue ella quien se lo hizo, que fue ese hijo de puta, fue como un regalo que no me esperaba. Es horrible, ya lo sé, pero... pero es lo que sentí. Lo que siento.
Se la queda mirando y ahora sí parece esperar que ella diga algo.

- No es horrible, Corso. Creo que cualquiera en tu situación se sentiría así. Yo lo haría. Creo que una de las peores que le puede pasar a uno es que alguien a quien quieres se te vaya de esa manera, porque haya decidido que ya no quiere seguir viviendo. Tiene que ser durísimo.

- Se sienten cosas muy hijas de puta. Yo... yo sentía que mi madre me había dejao tirao, que me había abandonao- se ríe con un sonido muy amargo- Ya sé que es una niñería pensar eso, que es injusto, infantil y egoísta, pero no lo podía evitar. A veces me enfadaba con ella por eso, por haberse muerto. ¿Tú te crees? Me enfadaba con ella por estar muerta.

Suena y parece tan vulnerable que ella siente un poco de frío. La gravedad de Corso se rompe un poco y la sonríe levemente de medio lado como si pretendiese quitar un poco de hierro al momento.

- Pero ella no quiso morir, quería estar con vosotros, contigo. Fueron esos hijos de puta los que decidieron por ella.

Corso asiente levemente, después niega, más tarde mueve la cabeza de una manera curiosa y, finalmente, deja descansar los labios contra su frente. Después de un rato así, vuelve a echar la cabeza hacia atrás y mira un segundo al cielo antes de mirarla a ella.

- Soy un cabrón, Leo. Uno muy gordo. Primero me paso ocho años culpando a mi padre de que mi madre se hubiese suicidado. Paso de su culo mientras él se está pudriendo en la cárcel, y luego remato la faena acusándole de haberla matao. Cómo la cagué. Metí la pata hasta el fondo...- chasquea la lengua- Joder, Leo, que yo les veía, que yo sabía que mi padre la adoraba. Todavía no sé cómo pude llegar a creer ni un solo segundo que lo había hecho él. De verdad que no.

- Mira, Corso, Vázquez era un hijo de puta que sabía vender estufas en el desierto. No te dejó otra opción, te comió el coco a ti como nos le comió a todos.

- Pero es que yo no soy todos. Hablamos de mi padre, Leo. De mi padre. Se supone que yo no debería habérmelo planteado ni aunque se me hubiese aparecido la virgen de Fátima y catorce pastorcillos a decírmelo. Y es que no solo me lo planteé, es que me lo creí. Me lo creí a pies juntillas, y yo no sé si alguna vez me lo va a poder perdonar del todo.

- Corso, tú lo has dicho. Es tu padre. Él ya te ha perdonado hace mucho tiempo.

- Ya. Los padres lo perdonan todo, ¿no?- frunce las cejas y los labios- Supongo que tienes razón. Pero, ¿y yo? ¿Me lo voy a poder perdonar yo? Eso ya no lo tengo tan claro. Me he portado muy guarramente con él. Le dejé tirao como a un perro- su expresión se endurece, frunce las cejas y la mandíbula se tensa- Cuando desapareció en verano, justo antes de lo de la bomba que mató a Camacho, yo fui a hablar con el tío que había sido su compañero de celda para ver si él sabía dónde podría estar. ¿Sabes qué me dijo? Que mi padre tenía un hijo que era madero y, aparte de eso, también un grandísimo hijo de puta. Que en ocho años solamente había aparecido una vez y ni siquiera había sido para verle. El hijo madero tuvo la jeta de presentarse a pedir ayuda a su padre.

- Lo del atraco a la carnicería.

Corso asiente despacio.

- Sí, cuando te conté que estaba en la cárcel. Ese tío no tenía ni puta idea de quién era yo, claro. Ni se olía que yo era el hijo puta del que hablaba- suspira y gruñe a la vez- Tenía toda la razón el compañero de mi padre. Me porté como un cabrón y un egoísta. Soy la definición andante de mal hijo. Ni los perros hacen lo que yo hice. Fíjate lo que te digo, ni los perros.

Resulta doloroso oírle hablar de sí mismo con tanta dureza.

- Mira, no te voy a decir que se cómo te sentías porque es mentira, pero si sé que estabas mal Corso. Muy mal. Tú has estado muchos años tocado, muchos años sin entender porqué tu madre se había matado. Por eso te portaste así. No te estoy justificando, simplemente te digo que tú no te portaste cómo te portaste por capricho, tenías tus motivos. Lo hiciste muy mal, claro que sí, durante ocho años fuiste muy injusto con él, pero... pero él ya te ha perdonado, y ¿tú has oído alguna vez eso de borrón y cuenta nueva?- Corso asiente con la cabeza- Pues eso, borrón y cuenta nueva. Además, joder, que habrás metido la pata hasta el fondo con él, pero luego te dejaste la piel intentando arreglarlo. Te lo jugaste todo para ayudarle. La carrera y la vida. Yo creo que ahora lo estás haciendo muy bien. Yo ya sé que me repito más que el ajo pero.... no te rayes dándole vueltas a cosas que ya no tienen solución. Hazlo bien ahora que tienes oportunidad y ya está. No hay más.

A Corso debe gustarle lo que ha dicho porque la da un abrazo tan tremendo que casi la deja sin respiración.

- El que se repite como el ajo soy yo. Como tuviese que darte un euro por cada vez que me has dicho esto mismo, y por las que vengan, que vendrán seguro, te ibas a hacer de oro.

- Unos ingresos extras nunca vienen mal. Lo mismo habría que comprar una hucha para que vayas metiendo moneditas. Pero en forma de cerdito, que siempre he querido una.

- Vale, pues de cerdito entonces...- resopla- Si yo sé que tú tienes toda la razón y que rayándome no consigo nada, pero ya me conoces.

- Solo un poquito, ¿eh? No te vayas a pensar que te tengo calao ni nada así.

- ¿No verdad? Pues con ese poquito que me conoces ya sabes que soy de los que si tienen una pupa en la boca no deja de meterse la lengua para que escueza.

- Bueno, pero eso me pasa a mí también con los padrastros... ¿ves?

Le enseña el dedo índice de la mano izquierda. Está casi en carne viva alrededor de la uña por ser incapaz de dejar quieto un puto pellejito toca pelotas. Consigue su objetivo, arrancarle una sonrisa, y se lleva un premio extra, un beso en el dedo masacrado.

- ¿Te das cuenta de la coña de todo esto Leo? Bueno, coña, por llamarlo de alguna manera. A mí casi me pasa lo mismo que le pasó a mi padre.

No contesta de ninguna manera pero sí, claro que se había dado cuenta de que la historia estuvo a punto de repetirse. Ya dicen que todo es cíclico.

- En diciembre no dejaba de pensarlo. Creí que alguien me estaba castigando por haber sido tan cabrón con él, por haberle dejado tirado y por haberle acusado de haber daño a mi madre. Estaba convencido de que iba a tener que pasar por lo mismo.

- Corso...

- Sí, si ya sé que es una gilipolléz. Ya sé que eso del castigo divino no existe, que era una de mis rayadas, esas a las que tanta manía las tienes tú, pero lo pensaba. Ahora me parece ridículo pero cuando estaba en es calabozo sin poder verte no me lo parecía. No se me iba de la cabeza que de un momento a otro iba a parecer un guardia y me iba a decir que tú... - la frase se acaba antes de empezar, casi se puede vérsele en la traquea el nudo que se le ha hecho.

- Venga, Corso, ya está.

Mete la cabeza en el hueco del cuello de Corso y cierra los ojos, aspira el olor de su piel mezclado con el de los restos de la colonia que se echó por la mañana.

- Yo siempre he sido un calco de mi padre pero nunca me ha salido de los cojones hacer por entenderle. Ahora le entiendo muy bien. Demasiado bien. Sé cómo siente y sé que está hecho polvo. Lo que pasa es que el muy cabezón no lo va a reconocer en la vida.

Sonríe contra la piel del cuello de Corso. Eso le resulta vagamente familiar.

- No quiero que se quede solo y empiece a rayarse. No quiero, Leo. Mi padre ya las ha pasado demasiado putas en esta vida y yo ya le he fallado demasiadas veces. No le voy a dejar solo.

- Es que hoy no debe estar solo. Hoy tenéis que estar juntos.

- ¿Tú vas a estar bien si me quedo con él?

Le mira, arruga la nariz y resopla.

- Hombre, pues va a ser duro sobrevivir a la horrible experiencia de pasar una noche sin ti, pero creo que si me esfuerzo lo conseguiré....

- Pero qué gilipollas eres- se ríe sacudiendo la cabeza- Te lo digo en serio.

- Sí, claro que voy a estar bien

Corso la mira con un importante punto de seriedad en los ojos.

- Oye, que a mi padre no le va a importar en absoluto que te quedes con nosotros. Al contrario.

- No. Yo hoy no pinto nada con vosotros y lo sabes. Tú no te preocupes por mí, ¿vale? Ya te lo he dicho, estoy bien. De verdad.

Él la estudia detenidamente en busca de signos de que se acaba de marcar un farol pero no los encuentra porque no los hay.

- Vale.

- Mira, creo que me voy a ir a cenar a casa de mis padres. Pensaba ir mañana a comer pero así aprovecho, tapo con su compañía el enorme vacío que me va a dejar tu ausencia....- Corso, con una sonrisa traviesa, la da un toquecito en la espalda seguramente "herido" por el retintín que pone- .... y les dejo más tranquilos viendo que sigo de una pieza.

- Vale, me parece bien. Da saludos de mi parte a los jefes- señala el coche con la cabeza- Venga, que te llevo y luego ya me vengo para acá.

- No, no, no, ¿de qué me vas a llevar tú? Hay una boca de Metro a cinco minutos de aquí, tengo dos piernas estupendas y una placa para pasar sin pagar. Ah, y esto no es discutible. Te lo digo desde ya para que no gastes saliva.

- Bueno, Leo, lo de las piernas estupendas no te lo voy a discutir, al contrario. Lo ratifico y añado que las piernas no es lo único que tienes estupendo, pero eso de que te vayas en Metro no va a pasar ni de coña. Tampoco es discutible

- Pues si tú no cedes y yo no cedo, que no lo voy a hacer, me dirás cómo lo hacemos.

Corso rebusca un momento en el bolsillo de los vaqueros y acaba sacando las llaves del Ranger.

- Toma, llévatelo. Mañana por la mañana me vienes a buscar y desayunamos juntos. Hay un sitio por aquí cerca que hacen unos desayunos americanos para caerte de espaldas.

- ¿Y me vas a dejar que me lleve tu coche? Pero si cada vez que te alejas mucho de él te empiezan a dar sudores fríos y calambres por todo el cuerpo.

- Bueno, pero es que si mi padre se entera de que te he dejado irte en transporte público me va a dar de hostias hasta en el DNI... Lo mismo hasta me deshereda, y no voy a renunciar a su colección de Excalectric porque tú te pongas digna. Además que en el Metro hay de todo, ¿no ves que los túneles se comunican con la alcantarillas? Pues la peña tira por el váter a los cocodrilitos cuando crecen y ya han dejado de ser monos .Vaya a ser que te cruces con ellos, se te pongan farrucos y luego haya que pagar un multón al SEPRONA porque les has partido los dientes a los pobres bichos.

- Vaya, y yo toda emocionada pensando que me lo dejabas porque te preocupabas por mí...

Corso pone los ojos en blanco, cara de horror y resopla a todo volumen.

- Sí, tú sigue así, guapete. Sabes que la calle de mis padres está llena de bolardos de esos que si no los ves te hacen un buen bollo en la puerta o en los bajos del coche, ¿no? Pues eso. Tenlo en mente.
- Oye, Leo, ¿te he dicho ya lo guapísima que estás hoy?

Se la escapa una carcajada en el preciso momento en el que las gotitas frías que llevan un rato cayéndola sobre la cara se transforman en gruesos goterones.

- Venga, me voy, que, al final, nos calamos como dos cosas tontas.

- Si es que yo soy muy tonto. Ya lo sabes.

Las gotitas se convierten en una cortina de lluvia a la velocidad del rayo, pero el beso de despedida no entiende ni de fenómenos meteorológicos ni de prisas


04 [Viernes 5 Septiembre – domingo 7 Septiembre]


¿Cómo le van a poner piña a una empanada? (Viernes 05 de Septiembre 2008, 21:15)

- Te digo yo que ese no llega a final de temporada - señala con el dedo al hombre rubio con bigote que sale en pantalla

- ¿Schuster?- su padre le mira con los ojos entrecerrados.

- Ese. Y si no al tiempo.

- ¿Ahora eres vidente, Pablo?

- No, pero tengo buen ojo.

Su padre le mira escéptico.

- Permíteme que lo dude.

- Ya me lo dirás dentro de unos meses. Ese tío está muy bien para el Getafe, pero ¿para el Madrid? Ni de coña.

- Sí, claro, es tan malo para el Madrid que por eso el año pasado nos llevamos la Liga.

- Suerte del principiante. ¿Tengo que recordarte que también se os cepillaron en la Champions a la primera de cambio?

- La Roma es la Roma y eso no me lo puedes negar. Yo te digo que Schuster se queda y que el Madrid este año se vuelve a llevar la Liga.

- Pues yo te digo que no. Que ese tío se va, y que este año la liga va a ser del Barça.

- Eso es lo que a ti te gustaría. Como vosotros, los del atléti, no ganáis ni una liguilla de barrio, mira que os jode que a nosotros nos vayan bien las cosas.

Sonríe. Da un trago a su cerveza y se echa hacia atrás en el sofá.

- Venga, papá, vamos a ponerle emoción a esto ¿van cincuenta euros a que a Schuster lo largan antes de tiempo?

- ¿Cincuenta? Qué tacaños sois los colchoneros. Cien.

- ¿Cien? Qué espléndidos sois los merengues, ¿no? Pues, venga, ciento cincuenta, y ni para ti ni para mí.

Se miran fijamente el uno al otro y acaban sellando el trato con un apretón de manos.

- Oye, Pablo, que luego no te me amaricones cuando me los tengas que pagar, ¿eh?

- No, papá, no te amaricones tú cuando me los tengas que pagar a mí. Y no me vengas con eso de que estás prejubilado y no tienes ni para pipas, ¿eh? Que en bragas, precisamente, no estás.

Da un par de palmaditas en el hombro de su padre, recibe a cambio una mirada de indignación, claramente fingida.

- A propósito de esto de estar prejubilado...- su padre se echa hacia delante y le mira a los ojos- Verás, hace un par de semanas estuve comiendo con un antiguo compañero de cuando yo trabajaba en la comisaría de Tetuán. Alfredo Arias. Le conoces pero seguro que no sabes quién es.

- Arias.... ¿Uno rubio con el pelo rizado, así rollo fregona, bastante alto?

- No, moreno, calvo y bajito.

Hace una mueca con los labios y niega con la cabeza. Ni puñetera idea.

- Da igual. Resulta que Alfredo dejó la policía hace unos años y ahora está trabajando en una empresa de seguridad privada. Estuvimos hablando y me ha dicho que en su empresa hay una vacante y podrían estar interesados en mí.

- No me jodas que te vas a hacer pistolo privado.

- No, hombre no. No estoy yo con ganas ni con edad de eso. Nada de ir por ahí jugándomela, eso se ha acabado para mí. Asesor de seguridad.

- Asesor... Mateo Ruiz, asesor de seguridad. Bueno, pues, oye, no suena nada mal, ¿eh? ¿Y qué? Te interesa, ¿no?

- Pues la verdad es que sí. Necesito hacer algo, Pablo. No es por el dinero, el sueldo no es ninguna maravilla, la casa la tengo ya más que pagada y con la indemnización de Interior tengo la vida más que resuelta... pero, joder, que todavía no soy un mueble. Tengo cincuenta y siete años, todavía no estoy listo para jugar a la petanca y pasarme el día en un banco del parque. Todavía puedo y quiero trabajar. Llevo demasiado tiempo sin hacer nada, hijo, necesito empezar a moverme.

- Me parece cojonudo, papá. Ya estabas tardando.

- ¿Sí? ¿Te parece una buena idea?

- Me parece una idea de puta madre. El sofá este ya empezaba a tener la forma de tu culo.
- Alfredo me ha estado explicando el trabajo. Es más que nada organizar la seguridad privada en algunos eventos, fiestas, conciertos, firmas de discos... cosas así. No es el reto de mi vida pero me mantendrá ocupado y me sentiré útil que es lo que necesito.

- Oye, pues si os ocupáis de algún concierto molón y necesitáis refuerzos... Ya sabes- coge el botellín de cerveza y lo levanta ante él- Bueno, papá, esto hay que brindarlo. Por el asesor de pistolos privados que me va a pagar ciento cincuenta euros.
- Todavía no he dicho que sí.

- ¿Vas a decir que no?- la cara de su padre lo dice todo- Pues ya está. Por el pistolo.

Entrechocan las botellas y da un trago. Se alegra mucho por él. Le gusta verle con ganas de hacer cosas y no de apalancarse en casa.
Se alegra infinitamente de haberse quedado hoy con él. Le ha encantado cuando no se ha extrañado en absoluto al abrirle la puerta. Hasta le ha dado la impresión de que le estaba esperando.
Eso está bien, cuando vivían juntos, lo único que su padre esperaba de él eran disgustos y más disgustos. No se lo reprocha, esperaba justo lo que le ofrecía. Es muy bueno que las cosas hayan cambiado hasta este punto.
Antes no sabían hablar, solo gritarse, lanzarse reproches y hacerse la vida imposible el uno al otro. Todos los días había bronca y muchos de ellos, la gran mayoría, más de una. Era una sesión continua de reproches, gritos y desplantes.
Es cojonudo poder estar así con él, charlando, viendo las noticias deportivas, tomándose una cerveza y riéndose. Antes no conocía a su padre y cree que a la inversa esa afirmación también funciona bastante bien. Aunque antes vivían bajo el mismo techo, en realidad eran dos extraños que solo coincidían el tiempo justo para discutir.
Ojala se hubiesen tomado mucho antes el tiempo de conocerse el uno al otro. Entre las tropecientas mil cosas sobre sí mismo que ha descubierto en los últimos meses, está la de lo mucho que le gusta estar y hacer cosas con su padre.

- Mira hijo, ni voy a ser pistolo, ni te voy a pagar nada. Creo que con tus ciento cincuenta euros me voy a dar una mariscada de las que hace época. Te dejo mirar mientras me pongo las botas a base de carabineros.

- Eso que te lo crees tú. El que se va a poner ciego a marisquito soy yo. Lo mismo hasta te dejo chupar las cabezas de las gambas.

- Los colchoneros sois unos ingenuos.

- De ingenuos nada. Somos de otra especie. A los que nos gustan las emociones fuertes, nos hacemos del atléti. Los que solo quieren fardar, del Madrid. Es ley de vida.

Su padre lanza una carcajada entre dientes.

- Mamá era de los míos.

- Sí. Cosa de su padre, tu abuelo, que era colchonero hasta decir basta. Tu madre era muy futbolera. Antes de que tú nacieses, solíamos ir al fútbol casi todos los domingos.

- Si que la gustaba sí. Me acuerdo de la colección esa de cromos de la liga que hacía yo, ¿qué tendría? ¿ocho años?

- Sí, una cosa así. Yo todavía estaba destinado en Centro.

- Mamá me iba a buscar al cole y todos los días me compraba un par de sobres en el kiosco. Luego nos sentábamos en la mesa grande de la cocina y me ayudaba a pegarlos. Nunca conseguí el de Paolo Futre, y mira que mamá hasta presionaba al kioskero para que nos diese el sobre mágico.

Una sonrisa nostálgica llena los labios y la mirada que tiene enfrente.

- La echo muchísimo de menos, papá. Muchísimo.

Su padre asiente con los labios apretados. Le revuelve el pelo como solía hacer cuando era un niño.

- Ya lo sé, hijo. Yo también. Verás, para mí no ha cambiado nada el que ella ya no esté. La sigo queriendo exactamente igual que la quería entonces. Eso no va a cambiar jamás. Tu madre fue la mujer de mi vida, no va a haber otra para mí.

Toma aire antes de decir nada.

- Está Elena. Se preocupa mucho por ti y sé que tú también por ella.

Elena es la mujer que su padre conoció cuando trabajaba en las cocinas de la cárcel. Al principio no quería ni oír hablar de ella, ahora las cosas han cambiado. Le duele sugerir a su padre que salga con una mujer, pero tiene que hacerlo. Su madre ya no está, pero su padre sí. Se merece un poco de felicidad y él no va a ser el cabrón egoísta que le coarte de hacerlo.

- Elena... – lo dice con expresión abstraída- Sí, es una gran mujer. Nos tenemos mucho cariño. Me ayudó muchísimo conocerla, siempre ha sido un gran apoyo para mí, dentro y fuera de la cárcel. Pero es solo una amiga. Me gusta estar con ella pero lo que yo sentí, lo que siento por tu madre, no lo voy a sentir otra vez. Ni por Elena ni por nadie. Es imposible. Tu madre... – se encoge de hombros y abarca con las manos todo lo que le dan de sí los brazos- ¿Entiendes lo que quiero decirte?

- Sí, claro que te entiendo.

A lo mejor hace unos años no lo hubiese hecho, pero ahora, ¿cómo no le va a entender? Demasiado bien lo hace.

- Además, que yo estoy bien como estoy. Me gusta salir de vez con Elena. Vamos a cenar, al teatro, al cine... pero no quiero más. Me gusta la vida que llevo. Tomarme una cerveza en el bar con los amigos de siempre, hacer cosas contigo, con mi nuera...- la sonrisa socarrona que acompaña a eso último no tiene precio –Estoy contento con lo que tengo, Pablo. No necesito nada más, al menos de momento.

- Vale, pero si algún día, necesitas más, a mí me parecerá bien. Quiero que lo sepas.

- Muchas gracias, hijo. Significa muchísimo para mí que me digas esto.

No está mal esto de hablar de cosas importantes con él. Nada mal. Si en esto consiste madurar, no es tan horrible como pensaba.

- Joder, papá, si mamá nos viese hablando aquí, hablando tranquilamente, así, sin llamarnos de todo y sin tirarnos los trastos a la cabeza... Flipaba. En colores.

- Si tu madre nos viese así, sería la mujer más feliz del mundo.

- Es que menudas hemos tenido tú y yo, ¿eh?

- Gordas, gordas, gordas. Vamos, que si no es por tu madre, nos hubiésemos abierto la cabeza en alguna de esas- de golpe se echa a reír con todas sus ganas.

- ¿Qué..?

- Que me estoy acordando del día que te vi el tatuaje ese por primera vez- señala con la barbilla su antebrazo derecho, dónde dice Carmen- Tuvimos tal trifulca que te fuiste de casa y no apareciste en tres días. Tu madre estaba enfadadísima con nosotros. No dejaba de decirme que te llamase para pedirte perdón.

- A mí me llamaba y me decía lo mismo. Esa sí que fue gorda. Yo creo que de las peores que tuvimos- él también se echa a reír.

- Ya te vale, Pablo. Te pasaste meses llorando porque no tenías pasta, yo voy, te encuentro un trabajo en la tienda de mi amigo Aurelio... y a las dos semanas lo dejas sin avisarle porque dices que estás muy cansado y que ya no quieres trabajar más. Para matarte.

- Es que me tenía todo el día quitando latas para limpiar las estanterías. Era yo era tirando a flojo por esa época...

- Hay que joderse. Todavía no sé cómo me convenció tu madre para que hablase con Aurelio para que te pagase las dos semanas. El caso es que hablé con él, salimos tarifando, pero te pagó...¡y vas y te lo gastas todo en el tatuaje ese de los cojones! Menudo cabreó que cogí.

Ahora el que se ríe es él. Menuda historia, hace un montón que no pensaba en ella.

- Treinta mil pelas que me dejé, que el euro todavía no había entrado. Si te digo la verdad, no sé porqué me hice el tatuaje, si porque estaba encoñado y quería impresionarla, o si para encabronarte a ti.

- No sé si a ella la impresionaste o no, pero a mí, desde luego que me encabronaste bien encabronado. Si no es por tu madre....

- Pues creo que te encabroné más a ti de lo que la impresioné a ella.

Su padre se echa a reír de buena gana.

- Esa chica, Carmen, te tenía sorbido el seso. Te diría que por su culpa te pasabas el día en el parque, pero eso ya lo hacías de antes.

- Es que el parque estaba precioso por aquel entonces y con diecinueve añitos, papá, ¿qué querías? Agilipolladito perdido andaba yo con Carmen.

- Lo dejasteis un par de meses antes de lo de mamá. Nunca te pregunté porqué fue.

- Es que tampoco te di pie. Si me hubieses preguntado, te habría mandado a la mierda. Eso como cerca. Tú y yo no hablábamos. Solo sabíamos gruñirnos y buscarnos las cosquillas.

- Eso es verdad. ¿Te lo puedo preguntar ahora?

- Sí, claro. Me puedes preguntar porqué dejé a mi “primer amor”...

Pone mucho tono de coña pero supone que eso es lo que Carmen fue para él. Hubo algunas antes que ella pero Carmen fue la primera chica que le gustó de verdad. Y si a eso vamos, también la última que le gustó así hasta que llegó Leo.

- Pues no sé, supongo que lo que pasa a esas edades. Que el encoñamiento del principio se te pasa y... Llegó un momento en el que yo estaba más por la labor que divertirme con los colegas que de quedar con Carmen. A ella le pasó igual. Éramos unos críos y teníamos ganas de divertirnos sin complicaciones. Todo tiene su momento y eso no era mi momento para relaciones.

- Supongo que a todos nos ha pasado algo así. Dime, ¿La volviste a ver alguna vez?

- Sí, después de que mamá muriese, cuando yo ya estaba en Ávila, vine a Madrid de fin de semana y me crucé con ella. Nada, estuvimos hablando un rato, nos tomamos una cerveza y ya. No la he vuelto a ver, creo que me dijeron que se fue a Valencia. No sé, no estoy seguro. Tengo muy buen recuerdo de ella. Aunque a ti no te gustase, era muy buena chica. De verdad.

Sí, aunque le quede tan lejos que ya ni se acuerde, aunque el noventa y nueve coma nueve de las veces que se ve el tatuaje no tiene ningún significado para él, es solo tinta en forma de letras, las veces que la recuerda lo hace con un montón de cariño. Fue corto y ya no queda nada, pero estuvo muy bien.

- No es que ella no me gustase, hijo ¿Cómo me iba a gustar o no gustar? Si solo la vi un par de veces saliendo escopetada de casa. Lo que pasa es que, estando con ella, te volviste más insoportable que nunca.

- No te lo voy a discutir, pero eso es mérito mío, no culpa de Carmen.

- También es verdad que por aquel entonces yo estaba bastante jodido y encabronado. Me había pillado los dedos con esos trapicheos estúpidos con el rumano que nunca debí hacer y todo me parecía mal. Estaba rebotado con la vida.

- Bueno, no pasa nada. Yo tampoco te ponía las cosas fáciles. Me gustaba tocarte los cojones siempre que podía. Aunque no te fueses a enterar.

Le enseña el otro antebrazo, el de niñato.

- Mira, este sí que me lo hice cien por cien para joderte. Tú antes me llamabas así muchas veces.

- Lo siento. No debía sentarte bien.

- No, no lo sientas. Tenías razón. Era un niñato gilipollas y ridículo. Más prueba que esta no hay. Intento joderte a ti y para eso me gasto otras cuarenta mil pelas, que este también fue en pesetas, y me paso una hora y pico muerto de dolor.

- No suena a una venganza muy allá, ¿eh?

- Pues no. Fue una gilipolléz como la copa de un pino- se mira los antebrazos- En el momento de hacerme estos tatuajes no pensaba que eso se iban a quedar ahí para siempre. Ahora...

- Si es que estas cosas hay que pensárselas, hijo.

- Me lo voy a quitar- pasa un dedo sobre las letras negras como si pretendiese borrarlo frotándolo- En cuanto se quite el sol, para octubre o así, me meto debajo del láser y me lo quito. Estoy hasta la polla de verlo.

- Puede que fueses un niñato hace nueve años, pero ya no lo eres. Ya te lo he dicho. Estoy muy orgulloso del hombre con el que me he encontré al salir de la cárcel. Muchísimo. Y tu madre, ni te digo cómo estaría si te pudiese ver ahora. Tendría a todo el barrio aburrido de tanto hablarle a todo el mundo del pedazo de tío en que se ha convertido su Pablito.

Se le hace un nudo en la garganta. Eso le ha tocado muy dentro. Le da un abrazo a su padre de los que hacen época. Cuando se separan se sigue sintiendo volado, tanto que no puede hacer más que apretar la pierna de su padre y dar un trago a su botellín. Su padre parece notar que está al borde del colapso emocional y le echa un capote.

- Oye, hijo, ¿Y eso del láser duele?

- Pues se supone que te dan anestesia local, pero me meteré un par de paracetamoles para el cuerpo por si acaso. .

Que duela lo que tenga que doler, lo que está claro es que no quiere llevar en la piel cosas que ya no pintan nada en su vida, que no tienen nada que ver con él.

- O mejor aún, Pablo, déjate de lasers y échate tippex. Eso es barato y no duele.

- Anda, otro que desayuna payasos como Leo.

Su padre se ríe con todas las ganas.

- ¿Ella también te ha dicho eso?

- Lo mismito. Sois los dos igual de graciosos.

- Mira, Leo sí que me gusta. Mucho. Muchísimo. Cada vez más.

Sonríe y asiente.

- A mi también.

- No te voy a decir ninguna gilipolléz de esas que podría decirte de que es una chica estupenda, ni de que la cuides, ni nada así. A estas alturas de la película sobra, tú ya sabes perfectamente lo que tienes que hacer.

- Sí, sí que lo sé. Ya me he aburrido de ir dando banzos, papá. Antes no sabía ni qué quería ni a dónde iba. Ahora tengo las cosas muy claras.

- Principalmente por eso no te voy a decir nada, por eso y porque no eres gilipollas. Debes saber que en otra así no te ves. ¿Una chica con los cojones tan bien puestos, lista, guapa como ella sola y que encima te aguanta? Vamos, Pablo, tú no vuelves a oler algo así en tu puñetera vida.

- No me digas esos piropos que me pongo colorao.

- En serio, Pablo, me alegro mucho. Me alegro de que tengas las cosas claras. No dejes que esto que está pasando te las emborrone. Yo sé que lo estás pasando mal, que tienes mucha rabia dentro. No dejes que eso te haga perder la perspectiva. Esto ya no te lo digo por Leo, lo digo por lo demás. Todavía me acuerdo de cuándo querías dejar la policía. Me da miedo que esto ha pasado te haga volver a replantearte las cosas.

- Pues no tienes que preocuparte por eso.

- Me dolió mucho verte tan desorientado el año pasado.

- Mira, papá, yo cada día tengo más claro que este sistema es una mierda, que la Ley al final ampara a quién menos lo necesita o quien menos lo merece, que no importan las cribas que se hagan porque siempre habrá un corrupto hijo puta agazapado en una esquina. Pero también tengo claro que yo soy poli y que yo estoy aquí para hacer mi trabajo: quitar toda la escoria de en medio. Aunque luego un juez venga detrás y decida que hay que soltarla. Debo ser gilipollas, porque con todo lo que he visto, sigo creyendo en lo que hago. El que venga detrás... él sabrá lo que hace con su mazo de juez, yo tengo muy claro para qué tengo la placa.

- Joder, hijo....

Y el modo en que dice esas dos palabras hace que las que podrían venir después resulten innecesarias. La fibra sensible vuelve a hacerle cosquillas una vez más.

- Bueno, ¿qué...?- su padre carraspea y sacude la cabeza- ¿Pedimos algo de cenar? A mí me está me está dando un hambre tremenda. No sé a ti.

- Apoyo la moción.

- Al final de la calle han abierto un obrador pequeñito que hace unas empanadas estupendas, lo mejor es que te las traen a casa. Podríamos pedir una. Cierran a las diez, aún nos da tiempo.

- Ah, pues, mira, sí. Una empanadita rica suena de puta madre

- Yo el otro día me pedí una de bonito y era buenísima. Pero si te apetece de otra cosa.... las hay de lo que quieras, carne, sardinas...

- Bonito, bonito. Esa me gusta un montón.

- Vale, pues de bonito. Ya verás que cosa más rica. El hojaldre buenísimo, nada grasa y con un montón de relleno. Tengo el número en la puerta de la nevera- se levanta del sofá y echa a andar hacia el pasillo.

- Vale, mientras llamas, yo me voy a echar un cigarro a la terraza- se para a medio camino y levanta la voz para que su padre pueda oírle- Ah, ¡que no la pongan piña!

- ¿Piña...?¿Cómo le van a poner piña a una empanada?

Sonríe. Su padre no sabe la que lió hace no mucho por encontrarse piña dónde no debía. Menos mal que Sevilla y Roci son dos cachos de pan y no se hicieron rogar su perdón. Qué mamón es a veces.
Fuera ha dejado de llover. Ya es casi de noche pero al fondo todavía se ve un rastro rosa en el cielo. Enciende el cigarro y saca el móvil. Le apetece hablar con Leo antes de cenar. Lo coge al quinto tono, justo cuando, decepcionado, ya iba a colgar.

- Hola, princesa, ¿qué? ¿has visto los bolardos o no los has visto?

Se fuma el cigarro entre risas mientras ella se inventa con todo lujo de detalles todos los destrozos que su pobre coche ha sufrido a costa de los malvados bolardos.


No sabía que en Suecia hiciesen panes (Domingo 07de Septiembre 2008, 18:45)

Parece mentira que ayer se pasase todo el día de tormentas, la que pudo caer, en cambio, hoy, menudo día ha amanecido. Un sol espectacular, ni media nube en el horizonte y el calor justo para que apetezca pasarte el día en la calle. No se le ocurre mejor sitio para disfrutar de este domingo tan cojonudo que tirado bajo un árbol en el césped de plaza de España. Es el remate perfecto para la turné del día.
Qué bien se siente, qué a gusto y qué tranquilo. Es como estar dentro de un paréntesis en medio de una frase demasiado larga y complicada. Un oasis de paz en medio de un mes horripilante. Mañana el mundo seguirá su curso pero hoy se está quietecito.
Tiene los ojos entrecerrados tras las gafas de sol, una mano tras la nuca y la otra acariciando la cabeza que Leo ha recostado sobre su estómago. Lleva callada un buen rato, es posible que se esté echando una siestecita.

Llevan todo el día andurreando de acá para allá. Hoy se han levantado relativamente pronto, al menos para ser domingo. A las once y media de la mañana ya estaban en el centro. Han estado en el Rastro. Hacía siglos que no lo pisaba. Es lo que tiene pasarte años acostándote a las siete de la mañana del sábado, que los consiguientes domingos solo existen entre sueños.
El Rastro le gusta tanto como recordaba. Siguen estando todos esos puestos de chuminaditas que tanto le molan. Se ha comprado un montón de pulseras y collares de cuero. Como media docena de cada cosa, que luego se pudren, nunca encuentra tiempo para reponer, y le encantan estas chuminadas. Es un poco tía para este tema de las pulseritas.

Leo también ha llenado el cajoncito de bisutería, se ha hecho con unas cuantas pulseras, un par de anillos y hasta con unos pendientes guapísimos. Con pulseras y anillos la ha visto un montón de veces pero con pendientes en la vida. Duda que vaya a hacer demasiado uso de ellos pero no ha visto ninguna razón para decírselo. Si la apetecía comprarlos, pues adelante. Seguro que, si algún día la da por ponérselos, la sientan de miedo.
Lo que la sienta de miedo seguro es esa chupa de cuero que se ha comprado. Leo es un crack, ha conseguido que la rebajaran el precio quince euros y encima, de regalo, se ha llevado un cinturón chulísimo. No sabía que tenía ese don para el regateo. Está deseando que llegue el momento de verla con la cazadora negra nueva puesta y esas botas altas de tacón que tiene en el armario. Ese día será un niño muy, muy feliz. Leo no va a ser conciente pero el día que se produzca esa conjunción de prendas, estará haciéndole realidad una fantasía suya. Si ya metiésemos una Harley en la ecuación....
Él no se ha comprado cazadora pero tampoco se ha ido con las manos vacías del Rastro. Le ha caído un vinilo de los Queen, ahora solo le falta dónde poder oírlo, y tres cómics de Spiderman detrás de los que llevaba un montón de tiempo. Encima todo a un precio de coña. Está como unas castañuelas con sus compritas.
Se han tirado sus buenas tres horas para arriba y para abajo oteando puestos, hasta han hecho la buena acción del día parándole los a un mangui que iba directito al interior de la mariconera de un guiri despistao.

Han acabado la ruta dónde la habían empezado una hora antes, en Cascorro. El coche lo han dejado en los alrededores del palacio de Liria, así que han ido dando un paseo por las callejuelas de Latina.
Le encanta pasear por el centro, siempre está repleto de gente digna de ver. El turista guiri requemado, plano en mano, el modernote gafapasta con aire de molo más que tú, la moderna radical que uno no sabe si tiene espejo en casa, la pija repija porque yo lo valgo....
El paseo de hoy le ha gustado más que nunca, esta visto que todo más luz y color cuando hay alguien especial a tu lado. Madrid es una ciudad que le vuelve loco, para él la mejor del mundo, pero es que con Leo al lado, ya es la rehostia. Oír sus comentarios, ver las cosas a través de sus ojos, simplemente caminar junto a ella, es algo que le fascina.
Cuando han llegado al coche para dejar las bolsas, era la hora de comer y ya tenían claro que si pretendían hacerlo en algún sitio lo llevaban muy crudo. Todos los bares y restaurantes que han visto estaban llenos hasta la bola, así que se les ha ocurrido coger la comida y venirse aquí al césped en plan picnic urbano.
Hay una pastelería por los alrededores del palacio, de esas con platos preparados, rollos de cattering y demás, se han hecho con un montón de cosas ricas, han encontrado un sitio cojonudo bajo un árbol cerca de la fuente y se han puesto las botas. Qué bocadill¡tos más buenos, y los pastelitos y el café de después tampoco han estado ni medio mal. Todo sabe más rico cuando te lo comes en un sitio precioso con una mujer preciosa.

- Corso...

Así que no estaba dormida.

- Mmm- la contesta con un sonido que le hace cosquillas en la garganta.

- Estoy pensando que...

- Uy, estás pensando. Mal asunto.

Recibe su merecido en forma de suave manotazo sobre un muslo.

- Aú- se frota distraídamente en la pierna- Venga, ¿qué pensabas?

- Ahora no te lo digo.

- Venga ya, Leo.

- Que no, que ahora, por listo, te quedas con las ganas.

Incorpora la cabeza y se las apaña para darla un beso sin cascarse todas las vértebras.

- No seas así... Vengaaaa.

La hace cosquillas en la cara hasta que ella estalla en carcajadas.

- Vaaaleee. Pues te iba a decir que antes, a la que veníamos, he visto que en los cines de la Plaza de los Cubos, tienen el Caballero Oscuro, la de Batman, y que como a ti te van esas cosas... Pero ya no te lo digo.

- Leo, me lo acabas de decir.

Leo se ríe y su barriga se llena de las vibraciones de su cabeza.

- Oye, pues me apetece un montón verla. Podríamos ir.

- No, ya no. Vaya a ser que me haga pensar y la liemos parda.

- Cómo se me pica, mi niña.

- No me pico.

- Venga, mujer. Vamos y te compro el cubo más grande de palomitas con caramelo que tengan.

Leo se encoge.

- Palomitas. Quita, quita. Todavía estoy digiriendo la comida.

- Sin estar buenas las pijaditas esas, ¿eh? No sabía que en Suecia hiciesen panes especiales, pensaba que solo sabían de muebles y renos, pero el pan no lo hacen nada mal. Esas tres cosas las bordan, si hiciesen un mueble de pan con forma de reno, sería ya la hostia, ¿no?

- Joder, Corso...- se descojona con todas sus ganas. Eso es lo que quiere, que se ría, mañana no cree que tenga demasiadas ganas de hacerlo.

- ¿Me dirás que no es una idea buenísima?

- Cojonuda es.

- Pues claro que es cojonuda. Casi tan buena como la que has tenido tú de ir al cine. Venga, Leo, vamos, que, joder, ahora que lo pienso, tú y yo nunca hemos ido juntos al cine.

- No, no hemos ido.

Se queda pensativo mirándola. Juntos han hecho prácticamente todo lo imaginable, pero algo tan simple como ir al cine, no.

- Qué fuerte, ¿no?

- Bueno, tampoco habíamos ido al Rastro.

- Ya, pero es distinto. El rastro hay quien no lo pisa en la vida pero el cine... es como muy de parejita, ¿no? Yo no estoy muy puesto en eso de primeras citas, ya lo sabes, pero un cine me pega que es lo típico cuando empiezas a salir con alguien.

- Es que nosotros empezamos raro. Además, tú muy típico, pues no eres. Para qué nos vamos a engañar.

- Tú tampoco es que lo seas.

- Pues no. Por eso todavía no hemos ido al cine.

- Ya es hora, ¿no? Deberíamos ir y perder la virginidad que ya toca- la toca la punta de la nariz con el dedo índice.

Ella se ríe, el sonido vuelve a rebotar en su estómago y se le contagia.

- Un poco tarde para eso ya, ¿no?

La mira sonriente.

- Entonces, ¿qué? ¿Levantamos el culo y miramos a qué hora la dan?

- Solo si me invitas a un helado.

- ¿No decías que todavía estabas con la digestión?

- Sí, pero es que las palomitas son muy empalagosas. Un heladito... Mi madre dice que eso ayuda a digerir.

- Ah, bueno, si lo dice tu madre...

Se levanta del suelo y, con las dos manos, ayuda a Leo a hacer lo mismo. Está descalzo y puede sentir el césped bajo los pies. Es una sensación muy agradable. Cuando Leo se agacha a recoger sus sandalias tiene una buena panorámica de su culo. Además de tan fabuloso como siempre, está completamente verde.

- Joder, tía, como te has puesto el culo....

Leo echa la cabeza para atrás.

- Uf, pues sí, pero, anda, que tú...-acciona con la mano.

- ¿sí?

- No sabes cómo.. ven aquí.... – se acerca a él con cara traviesa.

Mientras, a manotazo limpio, se limpian el uno al otro el verde del culo, piensa en todas las cosas que todavía no han hecho juntos y en lo muchísimo que le apetece ir quitándolas una a una de la lista de cosas por hacer. No se quiere dejar ni media.




05 [Domingo 07 Septiembre – Lunes 08 Septiembre]



Siempre se ponen de obras ahora, en verano (Domingo 07 de Septiembre 2008, 22:37)

Respira pesadamente. Las Adidas golpean firme y rítmicamente el suelo. El sudor la empapa la espalda y el pecho. Las piernas empiezan a protestar por el esfuerzo.
Lleva corriendo regularmente desde principios de junio. Al principio, el objetivo era ponerse en forma, hacer que sus tibias y fémur estuviesen rodeados de algo más que de piel. Hoy ese objetivo está más que cumplido, aún así, sigue haciéndolo. Tonificar el cuerpo ya no es el motivo de sus carreras, al menos no el principal.
Correr nunca ha sido uno de sus deportes preferidos y sigue sin serlo. Si la dan a elegir preferiría nadar o algún arte marcial, incluso el yoga, aunque eso último parezca mentira viniendo de ella. Pero correr tiene muchas ventajas sobre esos otros deportes, no solo que se te quedan unas piernas estupendas para lucirlas con faldas o pantalones cortos, hay muchas otras, algunas fundamentales.
Para empezar, no necesitas nada para practicarlo, solo unas zapatillas y ganas. Así que si te apetece salir a correr a las tres de la mañana nada te lo impide. No puedes ir a la piscina a esas horas, tampoco ponerte el kimono y plantarte en el gimnasio. Otra ventaja que tiene, y esta es lo más importante, es que ningún otro deporte te permite dejar la cabeza completamente vacía. Para hacer yoga solo necesitas una esterilla, sí, pero tienes que pensar en lo que haces. Hay que estar pendiente de controlar músculos y respiraciones. Corriendo no necesitas ni pensar ni controlar, puedes soltarlo todo. El cuerpo funciona con el piloto automático mientras tu mente se queda desierta. También cansa, cansa mucho.
Por eso, prácticamente a diario, se pone los shorts, las zapatillas y sale a correr cuando el sol ya se ha puesto. La ayuda a mantener las piernas firmes y fuertes, la cabeza despejada y hace que el sueño no la dé la espalda.

Todos nos buscamos nuestros trucos para mantenernos cuerdos, ella corre. Corso hace boxeo. Diferentes maneras para conseguir lo mismo, librarte de la rabia y de la tensión.
Hoy no pensaba que iba a necesitar salir a correr, ha pasado un día genial libre de todo pensamiento negativo pero, al volver a casa después del cine, han pasado por la rotonda que cogen para ir a la Audiencia y ha empezado a pensar en lo que no tenía que pensar.
Todo lo que ese cabrón vaya a decir mañana ha empezado a quemar cada vez más. No tiene demasiadas ganas de oírle contar como la metió cuatro tiros en la barriga e intentó inculpar a Corso. Ninguna. Por eso corre como si el diablo la estuviese persiguiendo, porque no quiere pensar en nada de esto.
Después de casi media hora a un ritmo infernal, está cansadísima. Empieza a faltarla el aliento y a sentir las rodillas temblonas. Es un buen momento de volver a casa, darse una ducha, cenar esa ensalada que Corso ha prometido preparar, ver un poco de tele e intentar dormir.

Cuando está cogiendo la calle que lleva a casa de Corso, una vibración sobre la cintura la hace bajar la marcha progresivamente hasta pararse. Las riñoneras siempre le han parecido algo absolutamente patético, esa opinión no ha cambiado, pero, cuando corres, no te queda otra para llevar ciertas cosas como el móvil y las llaves. En su descargo debe decir que es bastante chula y que no se parece en nada a esas que llevan los turistas alemanes en Mallorca.
Saca el móvil de dentro. Cuando ve quién está llamando, tarda un par de segundos en reaccionar pulsando verde y llevándose el teléfono a la oreja.

- Hola...- contesta casi sin aliento.

- Hola.

Nota la boca completamente seca. Se reprocha amargamente no haber cogido una botella de agua. Está tan bloqueada que no sabe qué más decir. El silencio espeso al otro lado de la comunicación deja claro que no es la única.

- ¿Qué...?

- ¿Cómo...?

Los dos hablan a la vez exactamente a la vez, y lo que fuesen a decirse se acaba antes de empezar. Durante unos segundos, ninguno de los dos vuelve a intentar decir nada. Tras ese momento de tenso silencio, la voz al otro lado de la línea vuelve a fluir contra su oído.

- ¿Qué...?- un carraspeo nervioso- ¿Qué tal todo?

- Bien. Todo... todo bien- su voz suena entrecortada y jadeante por el esfuerzo de la carrera.

- ¿Te llamo en mal momento...? ¿No estaré interrumpiendo algo...?

Nota su incomodidad. Cierra los ojos. A saber qué está pensando oyéndola jadear como un husky en pleno agosto.

- No, no, no. Claro que no. Estaba corriendo.

- ¿Corriendo?- una cierta nota de incredulidad en la voz.

- Sí, bueno. Sé que es rarísimo viniendo de mí pero ahora me ha dado por ahí.

- Correr es bueno.

- Eso dicen. A mi no me va mucho pero, bueno, es lo que hay. Tengo que ponerme las pilas. A ti si te gusta... te gustaba.

- Me gusta, me gusta. Todos los días que puedo salgo un rato.

Silencio por los dos lados. No se la ocurre qué decir, cómo continuar. La conversación vuelve a resurgir por el otro bando.

- Ya sé que es una hora rara para llamar después de tanto tiempo, es bastante tarde, pero yo no he podido llamarte antes y...

Entiende sin necesidad de más explicaciones lo que quiere decir.

- No pasa nada. Lo entiendo- la cuesta hablar, es como si tuviese la boca llena de arena- Bastante que... No pasa nada. Bueno, y.... ¿cómo van las cosas?

- Pues van bien. Con mucho trabajo. Tenemos bastante lío en la brigada.

- ¿Sí?- qué respuesta tan ingeniosa.

- Sí, estamos metidos en un asunto bastante importante de suplantación de entidades bancarias por correo electrónico. Ha habido vaciado masivo de cuentas de una sucursal del sur. Tal vez hayas oído algo.

La voz suena nerviosa y acelerada. A veces se desinfla durante unos segundos pero enseguida vuelve con un chorro de palabras.
Mientras le oye, el corazón la late a mil por hora, y eso ya no tiene nada que ver con haber pasado la última media hora corriendo.

- Pues no sé, Mario, ahora mismo me pillas completamente fuera de juego...- ahora mismo se sabe propio nombre y de milagro.

- Bueno, es lógico. Esto ha venido directamente a delitos informáticos. La judicial no tocáis estas cosas.

- A lo mejor sí se ha comentado algo, pero.... últimamente ando un poco en la parra. Además, últimamente estamos que no damos abasto y no salimos de nuestro micro universo.

- Sí, recuerdo que el verano pasado tuvimos mucha faena. Esta época es complicada para la judicial.

- Y tan complicada. No veas la de agresiones y homicidios que nos están llegando.

- Es lógico, con el calor la gente está más susceptible.

- Y tan susceptible, a la mínima de cambio saltan. La semana pasada tuvimos a dos que casi se matan en un atasco porque uno no puso el intermitente al adelantar al otro... casi se abren la cabeza.
Es una tontería esto que están haciendo. Hablan como si esta fuese una situación normal, como si nada hubiese pasado. Juegan a hacerse los tontos y eso la hace sentir un agujero negro en el estómago. Se moría de ganas de hablar con él pero no pensó que, llegado el momento, fuese a ser así de incómodo y de falso.

- Es que el tráfico en verano es insufrible, yo tengo que coger el nudo de Manoteras todos los días para llegar a la brigada y siempre hay unas retenciones kilométricas. Casi entiendo a esos dos. Si ya son malos los atascos el resto del año, con el calor...

- Eso es verdad. Además, siempre se ponen de obras ahora, en verano, y no hay manera. El otro día estuve más de media hora para llegar de Cuzco a la unidad, cuando normalmente son diez minutos. Imagínate.

- Y ya como te caiga una tormenta...

- Sí, si llueve ya es imposible.

La conversación es estúpida. Triste y tremendamente estúpida y banal. Tanto que siente ganas de ponerse llorar. No puede ser que solo quede este entre ellos dos. No puede ser.

- Bueno, ¿Y...? A parte de los atascos matutinos ¿cómo...?- carraspea- ¿Cómo estás? ¿Cómo te van las cosas? – lamenta profundamente haber preguntado eso tan como quién no quiere la cosa- Hace mucho que volviste, pero... ¿qué tal te fue por La Haya?

- Estupendo. La verdad es que el curso fue bastante aburrido, muy técnico, pero el ambiente era increíble. Los compañeros muy agradables y la ciudad muy bonita.

- Me alegro mucho. Yo estuve hace un par de años en Bruselas, en un curso de negociación de la Europol, justo después de aprobar el examen de oficial. Fue una pasada. ¿Qué estuviste? ¿En una de esas residencias concertadas que nos paga Interior?

- Sí, en una de esas.

- Entonces sería de lo más cutre, ¿no?

- No era el Hilton, no.

- Me imagino.

- Por lo menos no compartía habitación con nadie, ya sabes que yo soy muy especial para esas cosas.

- Sí, ya lo sé. ¿Y ahora, qué tal el trabajo en la brigada? ¿Te has hecho ya? Claro que te habrás hecho, qué tontería pregunto, si ya llevas un montón de tiempo....

Se le había olvidado que casi ha pasado un año entero desde la última vez que el vio. Contiene cualquier tentación de preguntar si echa de menos la unidad mordiéndose el interior de la mejilla hasta que sale sangre.

- Sí, ya son siete meses. Pues al principio me costó hacerme, el trabajo es muy distinto a lo que se hace en la judicial, pero ahora estoy muy cómodo. Me gusta mucho.

- No sabes lo que me alegro de oír eso.

- Bueno, y.... ¿Y tú? ¿Cómo estás tú, Leo? Físicamente, quiero decir, ¿Tienes dolores, molestias...?
- Que va, que va. Físicamente estoy genial. Lo del hospital y todo lo chungo es ya una etapa cerradísima de mi vida. Estoy muy bien.

- Eso es estupendo, Leo. No sabes lo que me alegro de oírte decir eso.

Claro que lo sabe, ¿Cómo no lo va a saber? Aunque estén teniendo esta conversación tan estándar y tan vacía, Mario es Mario.

- Ya estás de vuelta al trabajo, ¿no?

- Sí. Bueno, tenía que haberme incorporado este mes. El médico quería curarse en salud por si a alguna tripa le daba por rompérseme sin avisar, pero es que estaba harta de estar en casa como una cosa tonta. En junio empecé porque estaba al borde del ataque de nervios.

Él se ríe al otro lado de la línea. Le gusta volver a oír ese sonido. Casi se le había olvidado cómo sonaba. Lo echaba de menos.

- Lo otro hubiese sido lo raro. Que hicieses caso al médico, quiero decir.

- ¿Sí, verdad?

- Ve despacio, ¿eh? No quieras correr mucho y te fuerces más de la cuenta.

- No, no me fuerzo. Tampoco me dejan, me tienen encerrada en la unidad. Estoy ya amargada con el tema.

- Rocío me dijo el otro día comiendo que cada vez llevas peor que no te dejen salir fuera a divertirte.

La voz de Mario pierde fuelle según avanza la frase, está claro que lo de comer con Rocío se le ha escapado. El muy bobo debe pensarse que ella se va a tomar a mal que quede con Rocío. Siente su incomodidad y decide echarle un capote pasando sobre el tema de puntillas.

- Es que es un horror estar ahí metida. Estoy pendiente de que los de personal me pongan el sellito de los cojones que dice que soy apta para salir a la calle, así que ahora me he vuelto la reina de las búsquedas en la base de datos y de los informes. Te encuentro lo incontrable en dos segundos y los informes ya los relleno con los ojos cerrados y las manos atadas a la espalda.

- Mira que me cuesta imaginarte haciendo papeleo.

- Pues ya ves. Me he vuelto un hacha. Les tengo a todos preocupadísimos con el tema, se creen que me gusta el rollo este de secre, estoy convencida de que empiezan a pensar que todo esto me dejó alguna secuela irreversible en el coco.

Con el sonido de la risa de Mario en la oreja, echa a andar. Se había quedado petrificada como un pasmarote en medio de la acera.

- Bueno, yo estoy seguro de que en el momento en que vuelvas a la acción, se te va a olvidar hasta cómo se hace el trabajo administrativo.

- Cómo lo sabes...

Se hace un silencio tan largo y tan perfecto que tiene que mirar la pantalla del móvil para ver si la comunicación se ha cortado.

- ¿Mario...?

- Sí, sí, estoy aquí... oye, Leo. Yo...- su tono es bajo y algo apurado.

En este momento daría oro por tener un cigarro a mano. No, mejor un lingotazo de bourbon. Algo le dice que vienen curvas.

- ...lo de Rocío, lo de que estuve comiendo con ella... Verás...

- No, no, Mario. Eso si que no, ¿eh? No. Tú no tienes que darme explicaciones de nada.

- Es que no quiero que pienses cosas raras, Leo. Cosas que no son...

- Mira, Mario, yo no voy a pensar cosas raras y, si las pensase, sería mi problema, no el tuyo. Rocío es tu amiga y mi amiga. No hay más. Ella no tiene porqué elegir entre nosotros y desde luego que no tiene que pagar el pato de que entre tú y yo las cosas estén cómo están.

- Esto es complicado, ¿eh?

- Es complicado pero también es muy sencillo. Lo que haya pasado entre nosotros dos no tiene porqué afectar a las demás personas. Entre nosotros ha pasado lo que ha pasado, y solo debe afectarnos a nosotros. A nadie más. Yo entiendo perfectamente que a mí no me quieras ver, que estés enfadado conmigo. Es lo normal. Te dejé muy jodido, lo hice todo muy mal.

Le oye aclararse la garganta.

- Yo necesitaba estar muy lejos de todo lo que tenía antes, Leo. Sobre todo de ti. Y no te voy a engañar, sí, estuve muy enfadado contigo, muchísimo, pero ya no es así. Estoy cansado de estar enfadado. ¿Para qué? Lo hiciste muy mal conmigo pero eso ya no tiene remedio. Yo sé que tú no querías hacerme daño. Esa es de las pocas cosas que no he dejado de tener claras. Por eso no quiero que te vuelvas a disculpar. No quiero estar volviendo a qué hiciste tú o qué hice yo o qué hizo...- resopla y no llega a decir “Corso”- Ya he tenido bastante de eso. Lo hicimos cómo lo hicimos y ya está. No hay más.
Se queda callada con la vista fija en el luminoso del bar que tiene enfrente.

- Siento mucho que las cosas saliesen así, de verdad

- Ya lo sé, Leo. De verdad sé que lo sientes, pero déjalo, por favor. No digas más que lo sientes. No quiero entrar otra vez en ese círculo.

Por su voz entiende que realmente no quiere volver a oír sus disculpas. Lo respeta y lo entiende. Todo lo mal que debe haberlo pasado no se va a borrar con una disculpa

- Vale.

- Hubo un momento en el que no creí que volviese a hablar nunca contigo. Tienes que saber eso. Me ha costado mucho saberme capaz de hacerlo y decirme a hacerlo- un profundo suspiro- Ahora me alegro de haberlo hecho. Me alegro de estar hablando contigo.

- He pensado muchas veces en llamarte pero... no creí que fuese una buena idea.

La de veces que ha tenido que morderse los nudillos para no marcar su número.

- No, no lo hubiese sido. Todo tiene su momento, y el momento de esto no era antes de ahora.
Creo que de otra manera...

- ¿La hubiese cagado?

- Sí, seguramente sí.

- Entonces me alegro de haberme estado quietecita.

- Te conozco y sé que te cuesta estarte quieta, por eso te agradezco mucho que lo hayas hecho.

- Era lo menos, tú siempre te has portado muy bien conmigo. Me lo has puesto todo muy fácil y has respetado mis decisiones. Ahora me tocaba a mí

- Supongo. No lo sé- toma aire- Al principio, cuando estábamos hablando de atascos, me he arrepentido de llamar y casi cuelgo. Era todo tan...

- Artificial.

- Sí. Artificial.

- A mí también me ha parecido algo horroroso.

- Hemos hecho el idiota intentando comportarnos como si no hubiese pasado nada cuando lo ha pasado todo. Las cosas hay que hablarlas, cuanto antes mejor. Arrastrarlas como si no pasase nada, callar y seguir por inercia, solo acaba por romperlas del todo.

Una agujita se le clava en alguna parte. Al otro lado el teléfono se oye un resoplido.

- Sé que ha sonado a uno, pero no era un reproche. De verdad. Yo no hablaba de... me refería a ahora. A esto.

Le cree cuando dice que no lo es. De todos modos, aunque lo fuera, tiene todo el derecho del mundo a hacérselos por mucho que escuezan.

- Ya, tranquilo. No me lo tomo a mal. Llevas razón. En todo.

Más silencio.


- Bueno... ¿Y...? ¿y Corso? ¿cómo... ?
- Ahí está, como siempre. Dando guerra a Requena y ahora también a Molina. Está bien.

- Entonces... ¿todo va bien?

Mario le está preguntando por Corso y ella. Cierra los ojos y se apoya con la mano en un buzón antes de contestar.

- Bien, Mario. Todo bien- lo deja ahí, no quiere elaborar más la respuesta.

- Eso... me alegro mucho, Leo. Aunque te parezca mentira, créetelo.

- Me lo creo.

Silencio que dura más de lo que a ella le resulta cómodo.

- Corso me ha estado mandando correos todos estos meses. Nunca le he contestado.

- Sí, ya lo sé. Él tampoco lo esperaba. No estaba seguro de si te lo ibas a tomar a mal, pero a él se le da peor que a mí quedarse quieto.

- No me lo tomaba a mal, al contrario. Aunque no respondiese, me gustaba verlos cuando llegaban.

- Ya, con él es distinto, ¿no?

- Sí. No sé porqué pero sí- cierto azoro en la voz.

- Ya, bueno, es normal. Sois amigos desde mucho antes de que yo apareciese en el mapa. Es lógico.

En alguna parte, una canción cree, escuchó bros before hoes. Algo así como que los amigos van por delante de las tías. Supone que este el caso. Una especie de código entre hombres. No se lo toma a mal. Un suspiro le llega desde el otro lado de la línea.

- El otro día os vi a los dos en el telediario. Salíais de la Audiencia Provincial.

- Ya. Nuestro minuto de fama. Creo que todo el mundo, menos nosotros mismos, nos ha visto. ¿Se podrá descargar de Internet?

Mario ignora la broma.

- Estoy citado a declarar. Ya lo debes saber.

- Sí. Estamos todos citados, hasta la corbata marrón de Molina.

- Hace mucho tiempo que quiero deciros lo muchísimo que siento que esto haya salido así. Que hayan hecho un trato con Esparza. Me hubiese gustado haberlo podido decir antes.

- No ha hecho falta, ya lo sabíamos.

- No es justo que le vayan a dar la condicional en diez años. No lo es.

- Pues no, pero es lo que hay. Tienen que coger al otro, a Naranjo. Ya sabes cómo va esto. Los polis tenemos que tragar mucha mierda para coger a un malo. Estos tratos se hacen todos los días.

- Es distinto.

- No. Es lo de siempre, lo único que cuando te pilla a ti, pues te das cuenta de la gran putada que son de verdad.

- Supongo que tienes razón, pero a mí me parece muy distinto. Ojala pudiese hacer algo.

Los dos se callan durante un rato.

- Vas a ver ahora a Corso, ¿no?

- Sí- lo dice en un hilo de voz. Aún no se siente cómoda hablando de Corso con Mario.

- Bueno, pues... – se aclara la garganta- ahora, cuando le veas, le dices que...- un profundo suspiro- No. No. No. No le digas nada. Es mejor que se lo diga yo. Me apetece hablar con él.

- Le va a gustar muchísimo que le llames.

Ya puede ver la sonrisa y la cara que Corso va a poner cuando vea el nombre de Mario en pantalla.

- Oye, Leo, tengo que dejarte. Mañana a primera hora salgo para Málaga para echar una mano a la policía local con el caso que te comentado antes, y aún tengo cosas por meter en la maleta.

Sonríe al imaginársele esperando a guardar la camisas al final de todo para que no se arruguen.

- Vale.

- Oye, cuídate mucho, ¿vale?

- Tú también. Buen vuelo mañana.

- Gracias. Buenas noches.

Se queda un buen rato mirando la pantalla del móvil, hasta mucho después de que se haya apagado. Empezaba a pensar que le había perdido del todo. Mete el teléfono de vuelta a la riñonera y echa a correr como si se estuviese jugando una medalla de oro. Está deseando llegar a casa de Corso para ver su cara.



Puedes guardarte el Superglue (Lunes 08 de Septiembre 2008, 08:45)

Ya está pasando todo el mundo. En un rato cerrarán la puerta y empezará la segunda parte de la declaración de Esparza. Tiene las manos frías y el estómago intranquilo. Ahoga un suspiro al pensar en todo lo que va a tener que oír de boca de ese tío. Son cosas que no sabe si quiere oír.
Ha pasado mucho tiempo, casi un año, y las cosas están tan tranquilas que no tiene ninguna gana de removerlas. Al menos hoy no.
Después del tiroteo, se le quedaron unos cuantos souvenires de ese día. Sueños en los que la disparaban, pavor patológico a los ruido fuertes como los portazos, aprensión a que la gente que no conocía se acercase demasiado a ella si no había visto claramente que no tenían nada en las manos. Ahora todas esas cosas han desaparecido y no quiere que vuelvan.

La perspectiva de tener que sentarse y, tener que escuchar durante horas las excusas de un hombre que no tiene ninguna la pone los pelos de punta.
Sabe que es eso lo va a hacer. Se va a escudar en los demás y en su miedo a que le hiciesen daños para justificar sus actos. Está harta de oír justificaciones. Si al menos tuviese los huevos suficientes para admitir que lo hizo todo por su propio beneficio las cosas serían distintas, pero no los tiene. Esparza solo sabe esconderse a la sombra de las decisiones de los demás como si fuese un títere sin voluntad propia.

- Leo, deberíamos ir pasando.

Corso la coloca un mechón de pelo tras la oreja, habla muy cera de ella y en un tono muy suave. Le ve en la cara que está preocupado por ella, por cómo pueda afectarla la sesión de él. Tampoco él va a salir limpio, eso está claro. Esta mañana los dos van a salir trasquilados de la Audiencia.
No tienen porqué pasar a oír nada, nadie les obliga, su presencia no es necesaria, y, aún así, van a pasar igual que pasaron el viernes.
No puede dejar de hacer la misma pregunta una y otra vez, ¿para qué? No sabe los motivos de Corso, solo los supone, no deben ser muy distintos a los suyos. Ella va a pasar para demostrar a ese tío que es más fuerte de lo que él pensaba, que está bien, que está entera, que no le tiene miedo y que puede enfrentarse a él las veces que hagan falta.
Por eso estuvo en la sesión de apertura, por eso estuvo el viernes, por eso está hoy. Para demostrar a ese tío que no es ninguna niña asustada. Ayer estaba muy convencida de lo que iba a hacer, ahora mismo no está tan segura de tener ganas de demostrar nada a nadie.

- En diez minutos cerramos- el policía uniformado que cuida del orden dentro de la sala señala las puertas dobles de madera clara.

- Oído cocina - Corso le contesta a él pero sigue mirándola a ella- Oye, Leo, ¿tú estás bien?- baja el tono al dirigirse a ella.

- Sí, sí.

- ¿Seguro? A mí no me lo parece. Estás como ida.

- Estaba pensando una cosa.

- ¿El qué?

Meterse ahí dentro y escuchar lo que ese tío vaya a decir es una invitación a que viejas heridas vuelvan a abrirse. Las suyas y las de él. ¿Merece la pena que te hagan polvo solo para demostrar algo a alguien que ni siquiera se lo merece? Cada vez lo tiene menos claro.

- Pues, Corso, que no sé si...

Antes de que pueda empezar a contestar, Requena se acerca a ellos. Esta mañana lleva puesta una camisa planchada con mejores intenciones que resultados. Como se nota que su mujer se ha ido de vacaciones.

- Corso, Leo, ¿pero todavía estáis aquí fuera? Van a cerrar la puerta enseguida.

- Sí, ya nos lo ha dicho Ramón.

No tienen ni idea de cómo se llama el policía, pero a Corso desde el primer día se le ha metido entre ceja y ceja que se llama Ramón, y con Ramón se ha quedado.

- Bien, pero ya sabéis que la puerta, una vez cerrada, ya no se abre para nadie.

- No te preocupes, Requena, que no te vamos a dejar mal poniéndonos a arañar la puerta con la patita en medio de la declaración de San Diego Mártir.

- Corso, el día que se te diga algo y no tengas una de tus respuestas preparadas, el cielo se vendrá abajo....

- Requena, si no tuviese respuesta para todo, pues no sería yo.

Corso y Requena se ponen a hablar, ella desconecta completamente de lo que dicen. Ayer se sentía estupendamente bien, hoy está hecha un manojo de nervios. Cómo la jode sentirse así y no poder hacer nada.
Sabe qué va a contar Esparza, cómo para no saberlo. Ella estuvo allí con él. También sabe que oírle va a destapar cosas que no sabe si va a ser capaz de controlar. Recuerda cómo se sintió después de los disparos, se acuerda del miedo, de la confusión, de haberse sentido profundamente estúpida por haberse dejado engañar y disparar como si fuese un patito de feria. Se acuerda demasiado bien de la sensación tan horrible que es perder el control tu cuerpo y de tu cerebro.
A día de hoy, todos esos sentimientos se han ido haciendo difusos. No recuerda ninguna de esas cosas con claridad, lo cual, si te pones a pensarlo, es una suerte tremenda.

Sabe que, en esa casa y en el hospital, sintió mucho miedo y mucho dolor. También sabe que hubo momentos en los que pensaba que no iba a soportar más ni de lo uno ni de lo otro, pero ahora es todo tan borroso y tan lejano, que a veces casi parece que nunca pasó de verdad.
Quiere que las cosas sigan así, al menos durante unos cuantos días más. No quiere volver a eso. Hoy no. Hoy, después de todo el fin de semana, después de haber hablado con Mario, se siente extremadamente bien, quiere hacer durar esa sensación un poco más.
Vuelve al mundo real y ve que Requena la está mirando como si esperase algún tipo de reacción por su parte.

- Perdona, ¿decías algo? No estaba escuchando.

Requena interroga a Corso con la mirada, Corso le contesta negando despacio con la cabeza.

- Nada, le decía a Corso que acabo de hablar con el secretario del fiscal. Se están moviendo hilos para que Esparza cumpla el tercer grado y la condicional fuera de Madrid, también para que un juez firme una orden de alejamiento que le impida residir en la misma ciudad que vosotros de por vida.

- Ah, vale- no dice más.

Si Requena esperaba una reacción de gran alivio, se va a quedar sin ella. Lo agradece sí, pero...

- Bueno, os dejo. Si vais a pasar a la sesión, no os enrolléis mucho.

Le mira mientras se mete en la sala. Suspira y pierde la noción del tiempo viendo cómo unos cuantos hombres con traje y corbata charlan entre ellos.

- Leo, ey....- un dedo de Corso roza su cara.

Aparta los ojos de la puerta y los clava en él.

- No me estabas haciendo ni caso, ¿a que no?

Empieza a asentir, luego cambia el gesto y sacude la cabeza. Para qué mentirle.

- Lo siento- le sonríe- Estoy yo buena esta mañana, ¿eh?

Él la mira preocupado. Muy preocupado. Normalmente, cuando está acojonado por ella, trata de disimularlo pero esta mañana ni lo intenta. Lo que antes no tenía demasiado claro, se le acaba de aclarar. Ella va a salir hecha polvo de la sesión y no va a ser la única. No va a dejar que ese tío les joda a ninguno de los dos.
Nunca ha evitado exponerse a algo que la diese miedo, jamás ha esquivado una confrontación, pero hoy lo va a hacer. Los motivos para no hacerlo pesan mucho más que los motivos para hacerlo. Ya habrá tiempo para demostrar lo bien puestos que los tienen el día que les toque declarar.

- Te preguntaba que qué me ibas a decir antes.

Suspira y le mira fijamente. Aunque siente un poco de vergüenza y miedo por lo que él pueda pensar de ella, la decisión está tomada.

- Que no quiero entrar. Que no voy a entrar. Que tampoco quiero que entres tú.

Corso la mira sin decir nada.

- ¿Para qué vamos a entrar? Dime, Corso, ¿para qué? Si ya sabemos qué va a decir, ya sabemos qué nos hizo. No necesito oírselo contar. Si tú quieres entrar, yo desde luego que no te lo voy a impedir pero... ¿para qué? Dime ¿para salir hecho polvo?

Él se toma un momento antes de contestar.

- No quiero que ese hijo puta piense que todavía tiene algún poder sobre mí, que vivo acojonado o amargado por él.

- Ni yo. Por eso voy a seguir con mi vida. Es lo que voy a hacer. Mira, en el hospital hay un hombre en coma. No sabemos ni quién es, ni quién se lo ha hecho o por qué. Eso sí es importante, no oír a ese hijo puta diciendo cosas que ya sé. Mira, yo me voy a ir a la unidad, voy a ponerme a trabajar para sacar este caso adelante y creo que tú deberías venirte conmigo. Ya le hemos dado demasiado tiempo a ese cabrón. No me da la gana volver a dárselo hasta que un juez me diga que no tengo más remedio. Si tú crees que entrar ahí y oírle no te va a afectar, pues...- levanta un hombro y señala la puerta con la barbilla- pero no tienes porqué hacerlo. Tú no tienes que demostrarle nada.

Corso la mira con gesto tozudo, después la expresión se suaviza. Asiente despacio. La coge por la mandíbula y la da un beso muy suave en los labios.

- Vale. No vamos a entrar. Ni tú, ni yo. A ese hijo puta ni agua.

- ¿Piensas que soy una cagada por no querer entrar?- lo pregunta como quien no quiere la cosa, como si la diese igual, aunque no se lo dé en absoluto.

Él la acaricia la barbilla con un dedo.

- ¿Tú una cagada? Esa sí que es buena. Tú no sabrías ser una cagada ni aunque lo intentases. Pues no, Leo. Todo lo contrario. Lo que creo es que tienes bastante más sentido común que yo. Eso es lo que creo.

- Bueno, eso es porque tengo el día tonto, que ya sabes que, muy sensata, muy sensata... pues no soy.

La mira con la cabeza ladeada y el ceño fruncido.

- Leo, ¿De verdad estás bien?

- Claro que sí, por eso no quiero entrar. No me apetece remover la mierda. Por lo menos hoy no. Ya veremos qué pasa cuando nos toque declarar, pero hoy quiero olvidarme de esta historia que ya huele.

- A mí lo que me importa es que estés bien, lo demás me la pela un rato largo. Ya lo sabes.

- Pues estoy de una pieza, puedes guardar el Superglue.
Los ojos se le iluminan con una sonrisa.

- Mejor, porque la papelería estaba cerrada y he tenido que comprarlo en los chinos. Superflu se llama. Este no debe pegar una mierda.

- ¿Superflu? Joder, eso suena a gripe de la chunga, chunga. Anda, venga, vámonos. Ya vale de Audiencias por una temporadita.

- No podría estar más de acuerdo.

- Oye, estoy pensando que estamos al lado de la Paz... Podríamos pasarnos a ver si el hombre sin identificar ha mejorado o si sigue igual, lo mismo ha dicho algo que nos ayude a saber quién es...

- Tú lo que quieres es divertirte un rato fuera de la oficina. A mí no me engañas.

- Hombre, si cuela....

- Si eres buena, lo mismo nos pasamos. Pero antes, tú y yo, nos vamos a ir a desayunar tranquilamente al VIPS. Zumo de naranja, cafetito, una barrita con tomate... Que hoy no has tomado ni café, y como tu madre se entere de que te tengo en ayunas...– entrecierra los ojos y coloca sus dedos índice y corazón en forma de tijera que se abre y se cierra a la altura de la bragueta-... y eso no lo queremos de ninguna de las maneras, ¿verdad?

- Si es por ahorrarte una castración, pues venga, vamos a desayunar. Aceptamos pulpo- sonríe y recorre con el dedo el trozo del tatuaje que la manga corta deja el descubierto en el brazo de Corso.

Él echa la cabeza hacia atrás y se ríe.

- ¿Ah, sí, aceptamos pulpo? ¿Cómo animal de compañía?

- Como animal de compañía. Pero luego al hospital, ¿eh?

- Que sí, pesada. Eso sí, si Molina me echa la bronca, le voy a decir que tú me has obligado usando la fuerza.





06 [Jueves 11 Septiembre – Lunes 22 Septiembre]


Oye, que solo te estoy ofreciendo un poco de diversión (Jueves 11 de Septiembre 2008, 10:45)

La calificación que le daría a este café que tiene en la mano está en algún punto entre lo imbebible y lo directamente vomitivo. Parece mentira que con treinta y dos años todavía no haya aprendido a mantenerse alejado de las máquinas de café de cualquier edificio oficial del Estado. No es que él sea muy especialito con el café, que no lo es. Es que esto de aquí es una puñetera mierda. Se llama café por llamarse de alguna manera.
Tiene la sospecha que ese polvillo marrón que meten en el compartimiento del café haría mejor papel como hogar de un geranio que como bebida. Puede que un día haga la prueba a poner unas semillitas en un vaso para ver qué sale de ahí.
El edificio oficial en el que está la máquina en cuestión es la Audiencia Provincial de Madrid. Concretamente en el sótano, afinando más, frente al despacho del forense.
Ya empieza a conocerse este sitio al dedillo, sin embargo, nunca antes había llegado a bajar aquí. A tan solo unos cuantos metros por encima de él, están declarando los hijos de puta que hace nueve meses le arrearon en la cabeza con la pitón de una moto. Podría parecer que ha venido a recrearse con la visión del fiscal haciéndoles trizas, pero ese no es el motivo de su visita de esta mañana.

Ha venido para hablar con el forense de la Audiencia sobre un caso que el buen hombre llevó hace años, cuando aún trabajaba en el Anatómico Forense. Tenían motivos para creer que ese caso y el que están llevando ahora mismo podrían estar relacionados, ahora ya tienen la confirmación.
Ayer, en una cuneta de la carretera del Escorial, se encontró el fiambre de un ruso. Al pájaro le rompieron todos los dedos de las manos y de los pies, le dieron una buena paliza y después le metieron un tiro entre las cejas con un calibre veintidós. El asunto apesta a crimen organizado a kilómetros.
La bala que le han sacado al ruso coincide perfectamente con la del caso por el que ha venido a preguntar, otro rusito que corrió la misma suerte que su compatriota. Lo demás también está clavado en un caso y otro, la rotura de dedos y el palizón que, si hay que hacer caso al informe antiguo del forense, fue con un bate de baseball.
En el caso de hace diez años no se pudo imputar a nadie, más que nada porque tampoco se encontró a nadie a quien detener. No piensa permitir que esta vez pase lo mismo. Ni este ruso ni el de hace diez años debían ser unos angelitos pero juzgar a los muertos no es cosa suya. Van a trincar al cabrón o a los cabrones que se los cargaron. Es su trabajo, coger a los malos, aunque las víctimas no sean mejores que ellos.

La charla con el forense ha sido muy provechosa y también muy breve, en diez minutos ya le había despachado. Tanto mejor, los forenses, pobrecitos ellos, no son su gremio favorito. Como a cualquier persona normal, le ponen nervioso. Muy nervioso.
Al salir, tomó la decisión de esperar a Molina tomándose un cafetito, ahora se arrepiente amargamente de esa decisión. Seguro que en un rato va a tener acidez de estómago por esta porquería.
Molina, como ahora es el jefe, ha decidido que estaba claro quién se ocupaba de hablar con un señor que huele a formol en un sala llena de cosas raras, y quién hablaba en un despacho de caoba con la jueza que instruyó el caso en su época y ahora ha acabado trabajando en la Audiencia. El mundo es un pañuelo.

Tira el vasito de café a una papelera. Con un sorbo ha tenido bastante. Seguro que le da tiempo a ir a tomarse un algo al bar mientras Molina acaba su entrevista. Necesita cafeína de calidad. Esta aburrido de sucedáneos barateros. Cuando el jefe acabe, que le dé un toque al móvil, para eso Rubalcaba invita a la factura. Ya que les racanean con todo, habrá que aprovecharse de lo que sí les dan.
Nada más salir del edificio, ve que hay bastante menos periodistas de lo habitual. Desde luego no parece que el testimonio de la versión motorizada de Pixie y Dixie les interese demasiado a los de las alcachofas y las cámaras. Deben pensar que esos dos son morralla. Razón no les falta. Son escoria de la clase más baja, de la que se vende por una mierda de dinero. Puede llegar a entender que uno se olvide de su padre y de su madre por una buena cantidad pero buscarte la ruina por mil euros, eso fue lo que les pagó Esparza a cada uno, es algo que no le cabe en la cabeza. Hace falta ser miserable, ruin y desalmado.

Baja las escaleras con tranquilidad, los periodistas están distraídos y con la guardia baja. A estas alturas del juicio ya se saben muy bien las horas en las que a los jueces le gusta hacer un descansito para tomarse el café y la magdalena, así que aprovechan esas horas tranquilas para preparar sus crónicas y sus cosas.
Ahora mismo no esperan que del edificio salga nadie relacionado con el caso, así que les hace el arco sin mayores problemas. Están tan enfrascados en sus cosas que ninguno le ve. Se aleja con toda su pachorra. Lo mejor para pasar desapercibido es comportarte como si la cosa no fuese contigo. Un cafetito en el bar le sentará de miedo.




- Vaya, pero si es el inspector Pablo Corso. Demasiado tiempo desde la última vez, ¿no te parece?

Deja de teclear el mensaje que le estaba escribiendo a Leo, levanta la vista del móvil. Se encuentra cara a cara con una rubia que no le resulta en absoluto desconocida. Es la periodista de la CNN+ ¿Cómo se llamaba?¿Ana? ¿Lucía? Va a tener que hacerse un transplante de neuronas. Sí, uno de los dos. Pues se llame como se llame, no le hace especial ilusión verla. Joder, ¿Quién le mandaba tomar cafés esta mañana? El uno le va a dar acidez y este le va a dar dolor de cabeza.

- Eso depende de a quién le preguntes.

Ella se ríe como si hubiese sido una respuesta graciosísima y no una verdad como un puño. La última vez que supo algo de ella fue en diciembre, cuando el mundo se desmoronaba y esta tía, con la excusita de cenar y una copa, tuvo el cuajo de llamarle para intentar sacar alguna información. Verla, lo que se dice verla, hará fácil dos años.

- Me puedo sentar, ¿verdad?- ya se ha sentado cuando hace la pregunta.

- Un poco tarde para pedir permiso, ¿no? Eso lo hace uno antes de sentarse.

- No te recordaba yo tan borde- lo dice sin malas pulgas, riéndose.

La verdad es que tiene razón, se está pasando de arisco. Ella aún no ha dicho o hecho nada, pero ya está preparado para saltar.

- ¿No me digas que sigues enfadado conmigo?

- ¿Y por qué iba a estar yo enfadado contigo?

Ella sonríe y sacude la cabeza.

- Hombre, pues teniendo en cuenta que la última vez que te llamé me colgaste y luego no me lo volviste a coger...

- ¿Ah, sí? Pues no sé. Es que siempre ando con problemas en la línea. Ya se sabe, las compañías de teléfono, que te prometen el oro y el moro, y luego...

- Ya, la línea.... Mira, entiendo que no era un buen momento para llamarte.

- Pues no. No lo era.

- Lo siento, pero la cadena quería algo en lo que morder. Entiéndelo era un bombón de noticia y si les daba algo interesante....- se encoge de hombros- En cuanto me enteré de que eras tú, tuve que intentarlo. Estabas en todo el centro de la noticia, si lo llego a conseguir... Ya sabes cómo es esto.
Agradece la disculpa y la sinceridad pero no baja la guardia

- Me hago una idea- la verdad es que no ahora está enfadado, pero, aún así, el tono que le sale sigue siendo bastante huraño.

- Venga, hombre. No seas así, Pablo Corso, ya te he dicho que lo siento.

Le jode infinitamente que le llame Pablo Corso, siempre lo ha hecho, pero no se lo va a decir. Ahora ya es un poco tarde y no le ve la utilidad.

- Sí, lo has dicho. Vale. Disculpas aceptadas. Siento la bordería de antes. Es que los juzgados me ponen de mal humor.

La periodista hace un gesto con la mano restándole importancia.

- Oye, que no te lo he dicho pero me alegro mucho de que tu compañera se pusiera bien. De verdad.

- Yo también.

- La cosa no pintaba nada bien para ella en diciembre. Fue toda una sorpresa que saliese adelante. La he visto estos días entrando en el edificio contigo y está estupenda. Como si nada.

- Ya ves, nuestras chicas de la Policía Nacional, que son duras de pelar.

- Es la misma chica con la que te vi la última vez, ¿no? Cuándo lo del secuestro del padre de Belgrano. La que tenía el pelo corto. Ahora lo lleva muy largo, parece otra, está muy cambiada.

No tiene intención de aclararla de si es o no es la misma persona. Está en modo no sabe/no contesta.

- No me jodas que has dejado los sucesos y ahora trabajas en el canal Estilismos.

Lo dice con sorna pero sin asomo de mala baba. Ella le ríe la gracia.

- No, nada de “estilismos”, pero sí he dejado sucesos. Ahora me dedico a juicios. He subido en el escalafón.

- Me alegro por ti.

Levanta la taza hacia ella imitando el gesto de brindar.

- Si te dedicas a juicios, sabrás que la Audiencia está ahí fuera, ¿qué haces aquí? ¿No me irás a decir que estás buscando un titular sobre los hábitos alimenticios de los distinguidos miembros de nuestro siempre bien ponderado sistema judicial?

- Qué redicho eres cuanto te pones.

- Ya ves.

La mantiene la mirada.

- Contestando a tu pregunta, inspector, pues hago lo que tú. Tomarme un café. Bueno, cuando lo pida lo haré. Los periodistas también tomamos café.

- Ah, claro, que también sois humanos.

- Estás muy suspicaz. Venga hombre, que vengo con la bandera blanca en alto y solo a por un café con leche.

Demuestra el moviendo andando y se lo pide. El camarero, un sudamericano que a él ha tardado media hora en servirle, pierde el culo para ponérselo a ella. Hay que joderse. Lo que hace un escote. Bueno, no puede culpar al camarero. Él también perdió el culo un par de veces por ese escote.
Está bien buena, eso hay que concedérselo. En su historial de conquistas hay unos cuantos casos de embellecimiento progresivo por ingesta de alcohol, pero este no fue uno de ellos. Ana, Lucía o cómo coño se llame, está muy potable. Seguro que eso de estar buenorra no la hace daño a la hora de conseguir noticias.

- Bueno, dime- le mira mientras remueve con la cuchara su café- ¿Has venido a ver la declaración de David Moreno y Alejandro Fernández?

- ¿Qué le ha pasado a la bandera blanca? ¿La ha cagao una paloma y se ha puesto marrón?

- Solo te estoy preguntado. Un poco de conversación mientras nos tomamos el café. No seas así, hombre.

El tono conciliador le hace relajarse un poco. No es plan de estar a la que salta.

- Pues no. No he venido a ver a esa gente tan maja. Es por un caso.

- Un caso...- le mira con interés- Y, claro, no me vas a decir nada de ese caso.

- Ya veo porque te han ascendido, por lo lista que eres.

- Ya. Bueno. Se veía venir que no ibas a soltar prenda. Y sigues siendo un borde conmigo.

Va a contestarla con alguna gracieta cuando le suena el móvil. Se excusa con un gesto de la mano y contesta. Es Molina que acaba de terminar de hablar con la presidenta. Le dice dónde está, Molina decide que él también necesita un chute de cafeína y queda en ir a buscarle.

- No te preocupes, no te voy a preguntar quién era.

- Mejor porque no te lo iba a decir.

- Qué poco comunicativo que estás, de verdad. Relájate hombre, ¿no será que yo te pongo nervioso?

- Sí. Nerviosito perdido. Mira la temblaera que me ha entrado al verte- levanta una mano y la mueve como si tuviese Parkinson.

Ella se ríe de buena gana.

- Eso ya me gusta más. Ya pensaba que habías perdido el sentido del humor.

- No, de todos modos, tengo otro de repuesto en casa por si lo pierdo. Tú no sufras por eso.

- Está bien saber que sigues siendo un tío divertido- le mira con ojos juguetones mordiéndose el labio inferior- Tú y yo lo hemos pasado bien.

- Sí, supongo que sí.

- Podríamos volver a pasarlo. Nos tomamos algo esta noche y rememoramos viejos tiempos.
Ella le mira con ojos descarados y todos sus recelos y la espinita que tenía clavada con ella desaparecen. Se echa a reír. La ve venir tan de lejos que es imposible enfadarse con ella.

- Claro y, si, ya de paso, luego se me afloja la lengua y te cuento algo interesante del juicio, pues mejor que mejor, ¿no?

La periodista se ríe con un sonido efervescente.

- Si eso pasase, pues no te diría que no, pero, oye, que solo te estoy ofreciendo un poco de diversión. Demasiado trabajar no es bueno, le vuelve a uno un muermo.

- Bueno, mujer, pero tú no te preocupes por mí, que ya me divierto yo mucho por mi cuenta- ya no hay ni rastro de bordería en la respuesta. Se le ha pasado la mala leche que tenía - Esta noche tú te diviertes por tu cuenta y yo por la mía.

- Te has vuelto un aburrido de mucho cuidado- la chica se toquetea el pelo y pone expresión de cría enfurruñada.

- Siento decepcionarte pero de aquí no vas a sacar ninguna chicha. Vas a tener que buscarte el titular por otra parte.

- Oye, que tampoco es eso. Estoy hablando de pasarlo bien. Si no me hubieses gustado, nunca me hubiese ido a la cama contigo. Ni soy una puta, ni soy Matahari.

- Ya lo sé, mujer. La aclaración sobraba, pero ya que la has hecho, lo mismo digo. Yo tampoco soy un puto o un idiota que se deja usar. Solo me dejo usar cuando me interesa.

- Y ahora no te interesa.

- Pues la verdad es que no.

- Pues es una lástima...- se encoge de hombros- ... y ya no lo digo por lo que me pudieses contar... de verdad me divertí mucho contigo. Mucho- ella entorna los ojos- Oye, ¿y tú compañera?

- Pues tampoco creo que ella quiera divertirse contigo. No sé porqué, pero me da que no eres su tipo.

La chica hace un gesto con la mano para mandar al cuerno su comentario.

- En serio. Tú no quieres hablar conmigo pero puede que ella sí. Podría hacerle unas cuantas preguntas, que contase cómo lo está viviendo. Ya sabes, el lado humano del asunto. A la gente le gusta estas cosas. Podría ser muy interesante un punto de vista así. Seguro que en la cadena...

La corta en seco con un gesto de la mano.

- Ni se te ocurra acercarte a molestarla - ahora el tono sí que le sale duro de verdad- Te lo digo completamente en serio. Déjala en paz. Ella ya ha tenido más que de sobra con lo que ha tenido.
La periodista entiende perfectamente que ha sacado un tema que no debería haber sacado, se le nota en la cara.

- Vale, vale, vale. Perdona, perdona.... No te enfades. Tenía que intentarlo.

- Ya. Claro. Todo por la patria, como en la entrada de los cuarteles, ¿no?

- Algo así. En esta profesión, o te adelantas, o se te adelantan, pero tranquilo, he captado el mensaje. Me tendré que buscar la diversión y las fuentes de información por otro lado. Considérate y considera a tu compañera como dejados en paz.

Asiente. Intenta relajarse. Aunque motivos le sobraban, se siente mal por haber saltado como ha saltado. Al fin y al cabo, ella no tiene ni idea de qué tiene o no tiene con Leo. Seguramente intuye que tienen o han tenido algún tipo de lío, pero seguro que en la cabeza de la periodista ese lío no pasa de un par de revolcones.

- La información no sé, que la cosa está muy mal, pero encontrar diversión, me da que no te va a costar mucho.

- ¿Pero me invitarás por lo menos al café, no?

- ¿Tan mal te pagan los de la CNN que no te puedes pagar los vicios?

- Oye, de alguna manera tendrás que compensarme por no querer ser ya mi fuente de información experta. No seas agarrado. Eres funcionario, hombre, tienes un sueldo fijo. No te vas a arruinar por un euro.

- Venga, va, que te invito al café y hasta a un donuts si quieres. Paso de ver en las noticias un reportaje sobre lo roñoso que soy.

- Me conformo con el café.

Ella apura su taza mirándole con ojos de cazadora experta. Acaba, deja la taza vacía sobre la barra, se limpia los labios con una servilleta a cámara lenta, se pone en pie y le mira a los ojos.

- Pues nada, Pablo Corso. Si cambias de idea en lo de contarme algo, o en lo de divertirnos un poco... aquí tienes mi teléfono, que algo me dice que ya no me tienes en la agenda.

Sonriendo, le pone delante una tarjetita de color beige. Lucía Alonso. CNN+. Eso, Lucía. Le tocaba un poco la moral no acordarse del nombre.

- No me vas a llamar ni para lo uno ni para lo otro, ¿a que no?

- Pues no.

Lucía le sonríe con expresión de no estaría yo tan segura.

- Supongo que te veré mientras dure el juicio.

- Si. Seguramente.

- Tranquilo, ¿eh? Que ya ha captado que, para mí, de momento, tienes los labios sellados en todos los sentidos- le hace gracia la manera en la que pone énfasis en ese “de momento”- Pero un “hola” al pasar, pues no estaría de más, que me has ignorado como te ha dado la gana todos estos días.

- ¿Ah, que estabas ahí fuera? Es que tantas horas delante del ordenador le dejan a uno los ojos hechos polvo.

- Pues, nada, nos vemos, inspector- el tono de ese “inspector”, en otro momento de su vida le hubiese puesto cardiaco, hoy le hace más gracia que otra cosa.

Se despide de él con un apretón de manos coqueto y se aleja hacia la puerta sobre sus altos tacones. El movimiento de sus caderas dentro de esos pantalones imposiblemente ajustados hipnotiza al camarero, a un tío con cara de salidorro que hay en una mesita y al bueno de Molina que en este preciso momento está entrando al bar.

- Madre mía, Corso....- Molina se acerca hasta él con los ojos entrecerrados y un gesto en los labios como si estuviese silbando.

- ¿Te gusta? Pues para ti para siempre- le mete la tarjeta en el bolsillo de la camisa.

Molina saca la tarjeta y la echa un ojo.

- Lucía... bonito nombre. Tengo una sobrina que se llama así.... ¿cómo crees que se le darán las faenas de la casa?

- ¿Las faenas de la casa?- menuda pregunta rara hace Molina.

- Sí, hombre. Planchar, fregar, limpiar cristales, pasar la aspiradora...

- Pues no te sé decir, Molina. Pero desde luego que no tiene mucha pinta de ser una experta en esas cosas.

- ¿No, verdad? Pues entonces mi mujer no va a querer que nos la quedemos.

- Pues si la jefa no quiere... no hay nada que hacer.

- Qué duro es esto de ser monógamo, ¿eh?

No tanto, en realidad, ha sido tan fácil que es ahora cuando es completamente consciente de que acaba de decir que no a una proposición indecente de un tía buena. Se siente muy, muy bien consigo mismo. Dicen que la primera vez siempre duele, no es verdad.

- Más duros son esos filetes empanados que dan en el menú del bar de enfrente de la comisaría y aquí estamos.

- Pues también es verdad. También es verdad- hace un gesto al sudamericano que atiende la barra- Chico, uno solo. En vaso. Tres de azúcar.

El tono autoritario de Molina tiene en el camarero el mismo efecto que el escote de Lucrecia. En un segundo está dándole a la cafetera. Está visto que si quiere que en este sitio le atiendan rápido, va a tener que, o bien ponerse tetas de silicona, o bien trabajar su tono de mando.

- La chica esta, la tal Lucía, ha cubierto algún caso que hemos llevado nosotros, ¿verdad? Me suena mucho.

- Sí, unos cuantos. La conozco desde hace tiempo.

- Pues es importante tener un colega periodista, a veces tienen información que viene bien.
- Esta es más de pedirla que de darla. Ha venido a ver si dándome coba me sacaba algo del juicio para las noticias de la noche.

- Hombre, no se la puede culpar. El trabajo es el trabajo. ¿No vengo yo de darle jabón a una estirada de cojones para que nos facilite información?- Molina se sienta en el taburete que antes ha ocupado la periodista.

- Ahora me arrepiento de no haberle dicho nada. Tenía que haberle contado una de indios y vaqueros. Alguna historia para no dormir que la dejase como el culo. Seguro que así no me daba más la vara.

- Cómo eres, Corso. Pobre chica. Qué cruel.

- Pero si soy un cacho de pan, Molina.

- Sí, pero de pan duro.

Se ríe y apura su café.

- Además, para sacar información ya tengo a Pereira, un tío que trabaja en una agencia de noticias. Es feo como el culo, tiene la cara llena de venas marcas de varicela y le canta el pozo, pero es una mina de trapos sucios.

- Joder, cómo pintas de lindo al tal Pereira. No se puede tener todo en esta vida, ¿no?

- Pues no.

- Bueno, Corso, ¿Cómo te fue con el despiezafiambres?

- Aquí tengo el informe del otro caso- le enseña la carpeta color manila que ha dejado en la barra- Coincide al cien por cien. Quién se cargase al ruso de hace diez años, se ha cargado a este. Cuando le cojamos, hacemos dos por uno.

- Los dos por uno me encantan. En el súper y en el tajo. A Requena seguro que le van a hacer los ojos chiribitas cuando le demos al malo envuelto en papel de regalo.

- Pues sí. ¿Y la jueza a la que has dado jabón, qué tal?

- Tan cooperadora como un fardo de patatas. Si lo sé, te la endilgo a ti. Qué mujer más cansina y más intransigente. Va a hacernos llegar el sumario por conductos oficiales, nada de poner las cosas fáciles. Además, borde como ella sola, oye.

- Te está bien empelado, por abusar del cargo.

Molina le mira con cara de coña y después vacía medio vaso de café de un trago. Cuando le vuelva a mirar está más serio.

- Cuando salí de su despacho me crucé con esos niñatos cabrones- el tono ya no es de guasa- Se los llevaban de vuelta a Meco.

- Pues menuda lástima no haber estado ahí para haberles deseado buen viaje y haberles dado un besito a cada uno.

- Esos dos mamarrachos se lo buscaron ellos solitos. Se metieron en algo que les venía muy grande. No quisieron bajarse de la burra, siguieron en sus trece... pues ahora van a tener muchos años en la cárcel para arrepentirse. ¿Un cargo por complicidad de asesinato, otro por asesinato en grado de tentativa y otro más de conspiración? Eso son lo menos treinta años, Corso, y estos dos capullines los van a cumplir uno tras otro. Esos no tienen trato.

- Dios te oiga, Molina.

- Me va a oír, Corso, me va a oír. Esparza se escurrió como una rata. Estos no. Estos dos van a salir de la trena con las pelotas llenitas de canas.

- No me dan ninguna pena esos dos. Qué quieres que te diga.

- A mi tampoco. Se lo tienen merecido. Yo solo lo siento por sus padres que deben estar preguntándose qué carallo hicieron mal para que sus hijos salieran así. Si alguno de mis chicos me hacen algo así...

Molina sacude la cabeza y resopla.

- Te quejarás tú de los chicos que tienes. No te dan ni medio problema.

- Problemas no, pero disgustos.... Laurita, la mediana, salió muy tranquila y todavía la tengo bajo control, pero el pequeño se me está despendolando con esto de los trece años y de Isabelita mejor no hablar.

- ¿Qué la pasa a Isabel?

- Pues que no gano para disgustos con ella. ¿No me dice que su amiga Cecilia va a celebrar su cumpleaños en la casa que sus padres tienen en Rascafría y que se van todos a pasar este fin de semana allí?

- ¿Y qué tiene eso de malo?

- Joder, Corso, cómo se nota que no tienes hijas. Pues tiene de malo que el desgraciado ese con el que se pasa el día también va. Un rockero de veinte años. Tú me dirás.

- Oh- oh.

- Eso, oh- oh. Ella dice que no tiene novio pero yo ya la pillé condones en la mochila. Si no es para usarlos, ¿para qué los quiere?

- Joder, Molina, todavía te dura lo de los condones. Si hace ya casi un año de eso.

- El día que tú encuentres un condón en la mochila de tu hija de diecisiete años, me cuentas.

- Vale, cuando eso pase, te contaré. Por cierto, ¿tenías orden judicial para registrarla la mochila?

- Menos coñas marineras, joder, que esto es muy serio.

- Serio, no sé. Normal, seguro. Molina, tu hija ya tiene casi dieciocho años. ¿Tú qué hacías con esa edad?

- Joder, Corso, si quieres que me relaje, ¿para qué coño me dices eso?

Intenta hacerse una idea de cómo sería Molina con dieciocho, pero es absolutamente incapaz. v
- Los hijos deberían llegar a los siete años y estancarse ahí de por vida. Es la edad perfecta, ya se hacen todo ellos solitos, todavía te besan y te abrazan en público sin avergonzarse, solo tienen una idea vaga de cómo se hacen los bebés y aún no están con el pavo. Son perfectos.

Siente reírse de los apuros de Molina, pero no puede evitarlo.

- Sí, tú ríete...

- No, si no me río.

- Ahora por listo, te toca pagar a ti.

- Joder, esta mañana soy el primo que le paga a todo el mundo el café.

- Y toma- le pone en la mano la tarjeta de visita de Lucía- Vaya a ser que ahora me vaya a buscar
una mala hora con mi señora por la tontería de la tarjetita de la Barbie Periodista.

Deja sobre la barra los euros de los tres cafés y la tarjeta de marras. Seguro que sirve para que el camarero le perdone que no vaya a dejar ni un céntimo de propina.






¿Jura o promete decir la verdad? (Lunes 15 de Septiembre 2008, 16:31)





08:13

No tiene que callejear para encontrar un sitio libre. Extrañamente, hay un montón de huecos libres al comienzo de la misma calle de la Audiencia.
Ha metido el morro del Ranger tan bien que no haría falta hacer ninguna maniobra pero siente la necesidad de dejarlo cuadrado al milímetro. Quiere retrasar todo lo posible el momento de bajar del coche, así que empieza a maniobrar como si la vida le fuese en ello.
Giro de volante hacia un lado, marcha atrás, un poco hacia delante, otro volantazo al máximo, otro poco hacia atrás, un pelín para delante. Cuadrao. Un diez aparcando en batería. En su puñetera vida había aparcado tan bien. Ni en el examen para sacarse el carné se esmeró tanto.
Apaga el motor pero no saca las llaves del contacto. Gira la cabeza a su derecha, se la queda mirando. Ella no le mira a él, tiene el codo apoyado en la ventanilla y la vista puesta en el exterior. Ve que se está mordisqueando distraídamente el nudillo del dedo índice.
Están un rato así, callados. Él mirándola a ella, ella mirando el árbol frente al que han apagado. Solo se oye el sonido de los coches que pasan a toda velocidad por la avenida de la Ilustración. Reclina la nuca en el reposacabezas, maldice mentalmente el día de hoy.
Lentamente, Leo se gira hacia él. Su expresión es serena pero es imposible que sea un reflejo de cómo se siente. Solo es la voluntad de Leo trabajando a toda máquina para no dejar ver lo jodida que está.

- Bueno, pues... pues ya estamos aquí- ella suspira y repiquetea nerviosamente con los dedos en el salpicadero- No hemos tardado nada, ¿eh?

Vuelve a quedarse callada.

- Oye, Leo, ¿Te apetece un café o algo? Todavía es muy pronto para entrar y deberías meter algo para el cuerpo. Va a ser un día muy largo.

- Sí, un café. Creo que me apetece un café.

- A mí también.

Ninguno de los dos hace ademán de bajar del coche para ir a tomarse ese café.

- Corso, no tienes porqué quedarte todo el rato - le mira con expresión seria- Hasta por la tarde a ti no te van a llamar, y no vamos a poder vernos, así que es tontería. Si te quedas, te vas a aburrir de esperar y, además, para nada.

- ¿Cómo que para nada? En algún momento tendréis que parar para que los jueces echen una meadita y coman, ¿no? Pues yo quiero estar ahí. Aunque no me vayan a dejar hablar contigo. Que esa camisa que te has puesto te hace un escotazo.... ufffff. Tremendo, Leo, tremendo. Por no hablar de cómo te quedan los vaqueros. Ese culo... No me pienso perder esa visión ni loco.

Leo se ríe entre dientes y sacude la cabeza. No se va a ir, desde luego que no. Quiere ser lo primero que Leo vea al salir de esa puta sala.

- Pues te vas a aburrir de esperar para verme el escote y el culo. Como si no los tuvieses ya más que vistos.

- Leo, hay cosas que nunca se ven lo suficiente. Además, que no me voy a aburrir. Te he mangado el libro ese que te estás leyendo. El del título largo y raro. Ese de la hacker lesbiana gótica chalada. Pero tranquila, que prometo no moverte tu marcapáginas, me he traído el mío propio.

- Más te vale no moverlo. Y no es lesbiana. Es bisexual. Tampoco está chalada, es... peculiar.

- ¿Hacker sí es?

- Sí, hacker sí es.

- ¿Y gótica?

- No estoy segura.

- Bueno, por lo menos he dado una. Como sea. El caso es que me he traído el libro, así me entretengo. Ahí dentro se está fresquito, me pillo una Coca, me pongo a leer y, para cuándo me dé cuenta, ya será mi turno. Tú no te preocupes por mí, que el invierno pasado en el hospital me saqué un master en esperas. Créeme. Un par de horas no son nada. Y no me saques más peros que no me voy a ir ni de coña. Ya te lo he dicho.

Ella asiente y lo deja estar. Quiere creer que se siente mejor sabiendo que no la va a dejar sola del todo. La coge la mano y se la lleva a los labios.

- Joder, Leo... Hostia puta, ¿de dónde coño se han sacado esta pollada de que yo no pueda verte declarar a ti y tú no puedas verme declarar a mí? Es que no lo entiendo. Nos hemos pasado prácticamente todo el puto día juntos desde enero, esta noche hemos dormido juntos, ahora estamos juntos, pero, luego... luego ya no puedo estar ahí por si oyéndote se me contamina el testimonio. Los cojones sí que se me van a contaminar de tanta gilipolléz.

- Ya sabes cómo es esto. Hay un montón de leyes absurdas- levanta un hombro- En otros juicios, si los testigos no se conocen... pues supongo que sí tiene motivo, pero ahora...

- Ahora son ganas de tocar los cojones al personal. Para estas gilipolleces serán muy estrictos, pero luego para lo que importa de verdad... para eso ya...

Se calla ahí porque no quiere empezar otra vez con lo de siempre. Bastante agobiada tiene que estar la pobre con la perspectiva de pasar las próximas horas declarando delante de toda una cohorte de tiparracos estirados como para que él empiece con la misma cantinela de siempre.
Mira que le toca la polla esto. Con la gilipolléz esta de no “contaminar testimonios” y de la puerta cerrada, Leo va a pasar las próximas horas rodeada de gente a la que lo único que le importa es el caso y ella, cómo esté o cómo no esté, les importa una puta mierda. Valiente grupito. Jueces, fiscales, abogados, tíos del ministerio y de jefatura, y, como no, de ese hijo de la grandísima puta que casi la mata y sus compinches.
Esta noche no ha pegado ojo pensando en hoy. Lo que tenga que declarar él, de momento, se la pela pero que ella tenga que pasar por esto, no se la pela en absoluto.

- Tengo unas ganas de acabar con esta mierda... Odio declarar en juicios, siempre lo he odiado, ya lo sabes, pero es que esto...- Leo cierra los ojos y resopla- ... me supera.

Pasa un brazo por los hombros de Leo y, con el dedo, acaricia esa suave hendidura que tiene en la barbilla. Ve que hay sombras oscuras bajo sus ojos. Al tener la cara morenita de darla el sol, pues parecen poca cosa, pero está seguro de que si el tono de piel de Leo fuese el habitual en ella, estaría mirando unas señoras ojeras. Ella tampoco ha dormido bien esta noche. A las seis de la mañana, los dos estaban viendo dibujos animados en el sofá. En el último mes se ha tragado más episodios de clásicos de la Warner que en toda su vida.

- Un último empujoncito, ¿vale, cariño? Esto ya se va a acabar.

Leo asiente con los ojos aún cerrados. La coge la cara con la mano y la besa en la mejilla. Menuda mierda de día les espera. Joder con el último empujoncito lo jodido que va a ser.



10:37

Ya llevan más de hora y media de declaración. Ha intentado ocupar la cabeza leyendo el libro de Leo pero no ha podido pasar del prólogo. La historia pinta bien y según Leo lo está, pero ha sido ver ese árbol genealógico lleno de rarísimos nombres suecos y la poca capacidad de atención que hoy tiene ha salido huyendo despavorida. El libro no es precisamente de física cuántica pero requiere mucho más que la única neurona que hoy tiene operativa.
Le mata lo que pueda estar pasando al otro lado de la puerta que tiene delante. Esta declaración es responder a un porrón de preguntas afiladas y rebuscadas, es ponerse a hurgar en sitios en los que Leo no quiere que nadie urge. Hay dos temas de los que a Leo no le gusta hablar con nadie, ni siquiera con él. Este es uno de ellos, el otro es El Otro. Ojala no tuviese que pasar por esto. Daría lo que fuese por poder ahorrárselo. Sabe que no puede.
Intenta imaginarse la escena tras la cortina de madera maciza. O no conoce a Leo de nada, o está comportándose y hablando como si el tema no fuese con ella. Sabe que no va a dejar que nadie de los que están en esa sala vean en ella el más mínimo resquicio de vulnerabilidad. La supone respondiendo a las preguntas con tranquilidad, puede que hasta con chulería o brusquedad. Sí, seguro que está en plan borde. Cuando Leo está asustada, saca las espinas.



11:45

Hace un rato que han reanudado la sesión después de una pausa de quince minutos. Solamente ha podido verla de lejos y no más de un segundo. Los maderos de uniforme se la han llevado a toda leche hacia la zona de los despachos de dentro. Claro, lógico, no fuese a ser que le viese un segundo y se la contaminase el testimonio.
Cruza las piernas, las descruza, las vuelve a cruzar, se acomoda y reacomoda sobre el banco. Ya no sabe ni cómo ponerse. Se está poniendo malísimo. Es mejor que salga fuera para fumarse un cigarro y, ya de paso, comprar el Marca en el kiosco de enfrente. A ver si por lo menos viendo las fotitos es capaz de pasar más de un minuto sin mirar la puta puerta cerrada o el reloj del móvil.


13:10

La página central del periódico se le queda enganchada en la pechera de la camiseta y, al intentar pasarla con más brusquedad de la cuenta, se raja de parte a parte. A tomar por culo. Si es que usan una mierda de papel para ahorrarse cuatro duros.
El periódico no solo se ha roto, también se ha descompuesto un poco. Unas páginas sobresalen más que otras. Intenta adecentarlo y solo consigue descojonarlo del todo. Las hojas se caen al suelo, en sus manos se queda solo la página exterior. Se caga en todo lo que se menea.
Se agacha lleno de mala hostia. Recoge hojas que, nada más estar en su mano, vuelven a caer al suelo. Está cabreándose más y más.
Un tío que pasa por el pasillo le mira con mala cara, él le mira con otra peor. Para cuando ha recogido todo el Marca del suelo, es una bola de papel imposible de leer. Que lo follen. Acaba de hacerlo una bola y de un manotazo lo manda al otro extremo del banco.
Consulta la hora en el móvil. Han pasado ya cuatro horas desde que empezó la declaración. No entiende que se pueda tardar tanto para contar algo que no debió durar ni cinco minutos.



14:46

Con la mandíbula tensa, mira la sangre que está empezando a salir del corte que acaba de hacerse con el envoltorio de plástico del sándwich. No se abría, ha perdido la paciencia y se ha hecho un buen tajo. Aprieta con tanta fuerza el sándwich que lo espachurra dentro de su envase de plástico duro. Respira hondo tratando de contenerse y no tirarlo al suelo.
Ve que, una decena de metros a su derecha, frente a la puerta de la sala en la que se está llevando el juicio, ha empezado a formarse un corrillo de gente. Son los cabrones del ministerio y de jefatura que ya han vuelto de la pausa para la comida. Seguro que ellos no han comido nada sacado de una máquina como está haciendo él. Tampoco lo han hecho aislados en un despacho como si tuviesen la lepra como ha tenido que hacer Leo. Seguro que han comido de puta madre en un restaurante con mantelito y todo. Puede que hasta se hayan tomado un chupito para hacer la digestión mejor.
Se pregunta qué estarán diciéndose los unos a los otros. También si algo de lo que han oído decir a Leo hará que esta noche duerman un poquito peor. Esa gente se sabe la historia al dedillo, la han leído y se la han oído contar a ese tío tan estupendo con el que han hecho el trato, pero a ellos dos no se la han oído nunca. La historia, aunque no cambie, es distinta según quién la cuente.
Espera que sí, que, aunque solo sea por un rato, se den cuenta de la cagada tan gorda que han hecho al ofrecer un trato al hijo puta que casi mata a esa chica tan guapa que lleva toda la mañana contándoles qué la hizo.
Les ver reírse a todos de algo que ha dicho un tío gordo con una corbata de rayas y las tripas se le revuelven. Va a ser que no, que las conciencias siguen intactas. Se limpia la sangre del corte en los vaqueros y tira el sándwich a la papelera. Ya no tiene hambre.



16:23

La puerta se ha abierto hace un rato. Un madero de uniforme se ha acercado a él y le ha dicho que la declaración de Leo ya ha terminado.
Los hipócritas encorbatados ya han salido, uno de ellos, un notas de Jefatura, también se le ha acercado. Este es poli, o al menos lo fue en su día, ahora solo es un político que da la casualidad de tener placa, así que debe sentirse en la obligación de hacer ver que, en esta historia, está del lado de los polis a los que jodieron vivos. El tipo, al que el aliento le apestaba a puro, le ha dicho que “su compañera ha estado espléndida en su declaración. Espléndida” . Ha sentido la necesidad de decirle que sus cojones sí son espléndidos y ofrecerse a enseñárselos, pero se ha limitado a asentir sin ni siquiera mirarle. El tío ha debido de ver las pocas ganas que tenía de ponerse a charlar con él y se ha largado casi inmediatamente.

Leo todavía no ha salido. La posición de las puertas no le dejan ver demasiado del interior de la sala y sabe que si asoma la nariz dentro se va a armar un pifostio, así que se limita a esperar dando vueltas sobre el mismo sitio como un león enjaulado. Se agarra a la idea de poder verla un momento. Necesita hacerlo o se va a volver tarumba del todo.

Pasan cinco minutos largos antes de que la vea aparecer. Va entre dos enormes policías de uniforme, tiene la carita marcada por el cansancio de tantas horas de declaración y el gesto muy serio. El bronceado de su cara parece haber desaparecido en las últimas horas, pero su mirada es firme y el paso seguro.
Sus miradas se cruzan. Ella le saluda levantando la barbilla y sonriéndole. Al hacerlo, la miel de sus ojos se aclara y, viéndola, todos los cabrones del ministerio y de jefatura se le van de la cabeza. Ha merecido la pena esperar tantas horas. Hubiese esperado el doble si hubiese hecho falta.
Esa es su niña, aunque de niña solo tenga la carita. Leo es una mujer de los pies a la cabeza. Ha decidido salir de una pieza de esto y así es como va a ser. No conoce a otra persona más tozuda, más valiente o más fuerte que ella. Da igual lo fuerte que la golpees, o las veces que la tires al suelo, ella siempre se levanta con ganas de seguir peleando. Está muy, muy orgulloso de ella.
Muy orgulloso y muy agradecido. Si Leo no fuese como es, el no estaría dónde está. Le mantiene anclado al suelo y no le deja irse muy lejos cuando le da por rayarse. Igual que el bourbon suele sacar lo peor de él, sus debilidades y sus porquerías, Leo saca lo mejor de él, le recuerda que no es un mierda, que aunque la ha cagado mil veces, tiene lo que hace falta para seguir adelante y hacerlo bien. El mundo puede volverse loco y ponerse del revés pero ella no le sigue la bola a ese mundo cabrón y cambiante. Pase lo que pase, ella se mantiene firme a su lado y le mantiene cuerdo. Tiene mucho que agradecerle a esa morenita con ojos color miel.

Contesta al saludo de Leo guiñándola el ojo y devolviéndola la sonrisa. Sabe que no puede acercarse a ella abiertamente, pero nadie dice que no pueda hacerse el encontradizo. Se queda plantado por dónde van a tener que pasar. Cuando están a la misma altura, estira la mano y coge la de ella con un par de dedos. El contacto entre ellos es de refilón y no debe de durar ni un segundo pero hace que se le erice toda la piel del cuerpo.



17.03

Es su turno de declarar. En principio iba a ser mañana pero ya van mal de tiempo, las declaraciones de los tipejos de la moto se alargaron más sesiones de las previstas, y pretenden acabar en la fecha marcada. Se deja guiar dentro por uno de los policías de la Audiencia. Un tío enorme llamado Ramón.
Lo primero que ve al entrar es, a su izquierda, en la última fila, un puñado de tíos encorbatados. Son los del Ministerio y Jefatura. El resto de asientos están vacíos. Hoy ni Requena ha podido estar presente, a él también lo han citado para testificar y, ya se sabe, si los testigos se oyen los unos a los otros, Dios mata a un gatito.
Sigue andando. Ahí está ese hijo puta con su camisita y su pelito engominado. Le ve sentado en primera fila, junto a esos hijos de puta de la moto. Algo le da una patada en las tripas. Ignora a los pimpines, se queda mirando a Esparza. Intenta decirle con los ojos todo lo que piensa de él. No sabe si lo consigue o no, pero ese cabrón acaba bajando la mirada. Cobarde de mierda.

El poli le escolta hasta dónde está el micro, se lo ajusta un poco de altura y le deja solo frente a los tres jueces, los secretarios, el fiscal y el abogado de Esparza. Un panorama precioso. Se oyen cuchicheos que vienen de la fila de atrás, pero, poco a poco, se van silenciando y, enseguida, un mazazo informa a todo el mundo que empieza la acción.

- ¿El testigo jura o promete decir la verdad sobre los hechos juzgados?

Es la jueza vocal la que ha hablado, la que parte el bacalao. Una mujer delgadita de unos cincuenta y tantos, con gafitas, ojos tremendamente azules y pinta de estar reventada y de malas pulgas después de esta sesión maratoniana. La verdad es que no puede culparla, hoy se ha ganado bien el sueldo.

- Lo prometo.

No le sale de los huevos jurar nada a esta gente, los juramentos se los guarda para quien se los merezca.

- ¿Podría el testigo decir su nombre y profesión para que conste, por favor?

- Pablo Ruiz Corso. Inspector del Cuerpo Nacional de Policía.

- ¿Podría usted relatar a este Tribunal la manera en que, el once de diciembre del dos mil siete, llegó a la vivienda en la que se produjeron los hechos que resultaron en la muerte de Juan Manuel Vázquez y en las severas lesiones que pusieron en peligro la vida de la señorita Leonor Marín?

Este es uno de los motivos por los que odia los juicios. Cómo hablan, por Dios, parecen gilipollas con esas palabras tan encorsetadas. No cree haber una pregunta tan larga y tan ortopédica en su puta vida.
Cierra los ojos un segundo, apaga el corazón, manda todas las emociones de vacaciones y empieza a hablar.


19:12

Recorre el pasillo de la Audiencia en dirección a la salida sintiéndose muy extraño. Muy desconectado. Todo lo que acaba de contar bulle en un lugar de su cabeza que no puede señalar con el dedo. Es una sensación difusa y muy dolorosa. Todo lo que ha reprimido mientras declaraba ahora amenaza con venírsele encima de golpe. Se esfuerza en mantener ese compartimiento cerrado, este no es el momento de venirse abajo.
Le han despachado rápido. Dos horas y a escupir a la calle. Su parte de la historia está sobradamente documentada y comprobada. Las preguntas han sido un puro trámite. Eran justo las que esperaba. Cómo entró en contacto con Esparza. Cómo llegó esa mañana a la casa. Qué ocurrió fuera de ella. Qué pasó en la sala de interrogatorios.
Sabía que iban a preguntarle si el arma que ese cabrón usó para disparar era suya, contaba con verla en foto, pero no contaba con que el fiscal se la pusiera en la mano. Eso le ha pillado fuera de juego. Alguien tenía que haberle avisado de que eso iba a pasar. Ha sentido lo mismo que si le hubiesen puesto una cobra.
Cuando la compró, le pareció la pistola más chula del mundo, ahora no quiere volver a verla. Tiene que hablar con Requena, no quiere que se la devuelvan cuando deje de ser una prueba. Que hagan con ella lo que les dé la gana, que la donen a la academia de Ávila, al convento de las carmelitas descalzas, que la conviertan en un pisapapeles, pero que no se la den a él. No quiere volver a verla nunca más.

Aunque la pistola le ha vuelto del revés, ha aguantado el tipo muy bien. Ha escondido todo lo que tenía que esconder y ha tirado para delante. Lleva muchos años poniendo compuertas a sus sentimientos y emociones, es todo un maestro a la hora de ponerse corazas cuando más falta le hacen.
Ha tirado para delante y se ha comportado como todo un profesional, que no lo dice él, que se lo ha acaba de decir ahora mismo el puto señor fiscal, ¿eh? Todo un honor que ese tío le haya felicitado por haber sido un niño bueno.
Es consciente de que, si alguien que no supiese de qué va el tema hubiese oído su declaración, habría pensado que la historia no iba con él, que él no fue el gilipollas que estuvo a punto de pasarse cuarenta años en la cárcel y que a esa chica a la que la metieron unos cuantos tiros solo la conocía de vista. De vista y de muy lejos.
Sí, cuando se le pone, puede ser un verdadero profesional, seguro que Requena se pone muy contento cuando se entere de que, para variar, no ha dado la nota.
Se ha tenido que morder la lengua un par de veces para no preguntarle a la jueza qué tal meaba su santa madre cuando las preguntas eran demasiado dolorosas, pero ha aguantado el tipo como un campeón. Ha dejado muy clarito qué clase de hijo de la grandísima puta es Esparza y, al final, han acabado dejándole en paz. Se siente orgulloso de sí mismo por haber sido capaz de enseñarle a ese cabrón de la camisita de cuadros que ni él, ni cien como él pueden hundirle.

Según se acerca a la salida ya está sacando el móvil, necesita urgentemente hablar con Leo. No llega a marcar el número. Está ahí, a tan solo unos metros de él. De espaldas. Apoyada en la barandilla granate del último rellano de las escaleras de acceso.
El aire que se ha levantado la alborota unos cuantos mechones ondulados. Tiene la barbilla recostada contra el pecho y fuma un cigarro, le llega su olor y ve su columna de humo. Parece estar completamente ensimismada. Viéndola así, a la contraluz de un sol que empieza a ponerse, le golpea una maraña de sensaciones demasiado intensas y demasiado complejas como para intentar desenredarlas o ponerlas nombre.
Se acerca a ella haciendo ruido para no cogerla desprevenida y asustarla. Ella se gira hacia él un segundo. Sin decir nada, vuelve a ponerse mirando al frente. Se acoda junto a ella. La mira pero no ve demasiado, el pelo esta suelto y casi la tapa los rasgos. Solo ve la nariz y la zona de la boca y barbilla.

- Le he dado a Ramón las llaves del coche para que te las diese y te fueses a casa, ¿no te las ha dado?

Le parece que una sonrisita se forma en sus labios pero dura tan poco que bien podría habérselo imaginado.

- Sí. Aquí están- se da un golpecito en el bolso- Quería esperarte.

Leo apoya la cabeza en su hombro y se queda mirando con aire ausente el humo de su cigarro como si buscase en él algún tipo de respuesta. La abraza por los hombros y la besa en la coronilla.

20:47

Mientras conducía hacia casa de Leo veía como muy real la posibilidad de que ella dijese que quería estar sola. Por poco que eso le hubiese gustado, lo hubiese respetado y entendido, él también tiene momentos en los que necesita estar solo. Este no es uno de ellos. Ahora mismo, si se quedase solo, se hundiría en la más absoluta de las miserias, necesita tenerla al lado para espantar sus demonios. Ha respirado aliviado cuando, al salir del coche, ella le ha abrazado por la cintura y le ha dicho vamos a dar una vuelta, anda.

Llevan un buen rato caminando, desde que han echado a andar no han cruzado ni una sola palabra pero eso está bien. Él tampoco tiene ganas de hablar. Le basta estar con ella, sentir sus hombros bajo su brazo y caminar a su lado. Sabe cómo se siente y sabe que si intentase hacerla hablar ahora se cerraría en banda. Con solo mirarla sabe que, aunque siga siendo consciente de la tremenda suerte que tuvieron, hay cosas que pesan el doble que ayer.
Se pregunta si ella ha recordado cosas completamente olvidadas. Él sí. Cosas que ahora no entiende cómo pudo olvidar. Ahora piensa en ese momento de hace casi diez meses, en el que una voz desconocida le preguntó desde el otro lado del teléfono a dónde tenía que mandar la ambulancia. ¿Cómo se le ha podido haber olvidado? Ese tuvo que ser uno de los momentos más angustiosos de su vida.
Qué putas las pasó cuando no supo qué contestar a esa pregunta. Qué miedo tan horroroso sintió al pensar que Leo se iba a desangrar por culpa de su cabeza de chorlito. Ese día Dios tuvo que apiadarse de él y echarle un cable porque, a día de hoy, aún no sabe cómo fue capaz de acordarse del nombre de la calle. Mira que era raro, joder, tan raro que, aunque lo ha oído doscientas veces en las últimas horas, se le ha vuelto a ir de la cabeza.
Tuvo un momento como esos que salen en la serie de la isla que tanto le gusta a Leo, una especie de viaje al pasado. El tío ese no dejaba de preguntar por la dirección, él estaba cada vez más angustiado y, entonces, tuvo ese momento de iluminación, en su cabeza volvió a revivir el momento en el que Leo llamó a Rocío y la escuchó diciendo el puto nombre.
También recuerda las palabras surrealistas que se le ocurrieron justo después de decirle el nombre de la calle al de emergencias. Un trozo de un chiste viejo y sin demasiada gracia sobre un ladrón y un banco de esperma. “¿Ves, María, como cuando quieres sí puedes?”. Hay que joderse. Le da una risa floja que hace que Leo gire la cabeza hacia él para mirarle con las cejas fruncidas y los ojos llenos de curiosidad.

- Nada- sacude la cabeza- Que me he acordado de una cosa.

- ¿De qué?

- Nada, una gilipolléz. Un chiste muy viejo y muy malo.

- Cuéntamele, anda.

- Es muy malo, Leo.

- Da igual, me apetece reírme un poco.

- Vale, tú lo has querido.

Se lo cuenta y, cuando acaba, Leo se ríe por la garganta y la nariz con un sonido infantil que le hace dar un vuelco al estómago por lo increíblemente bonito que es.

- Joder, tío, es malísimo.

- Te lo había advertido y no me has querido hacer caso.

Siguen andando en silencio otro rato bien largo. Han llegado tan lejos que para volver a casa de Leo van a tener que coger el autobús o andar más de una hora. Ya se ocuparán de ello llegado el momento.
Llegan a un semáforo en rojo y tienen que detenerse. Leo se gira hacia él y le mira fijamente. Una sonrisa extraña aparece en sus ojos antes de abrazarle con muchísima fuerza. La envuelve con los brazos, recuesta la cabeza en su hombro y aspira su olor. Oye que el semáforo se pone en verde para cruzar pero ni se le pasa por la cabeza dejar de abrazarla, ya volverá a cambiar a verde.


21:21

Leo da un mordisquito a su sándwich y mastica despacio con la vista puesta en el mantel de papel de su bandeja. Él se ocupa del medio que le queda comiéndoselo de un bocado.
Algo había que cenar. Él al final no ha comido, y duda que ella se haya puesto las botas, así que han entrado aquí. Está un poco hasta las pelotas de sándwiches pero les ha pillado de paso, no había cola y esta cena de hoy es más necesidad de reponer fuerzas que de cosas del paladar.
Sabía que tenía hambre, las tripas llevaban dándole la lata un buen rato, pero no tantísima. Se ha zampado cuatro sándwiches de los pequeños, dos de esos grandes calientes, unas patatas fritas enteritas y la mitad de las de Leo.

- Antes costaban cien pesetas. Eso son sesenta céntimos, ¿no? Siguen estando buenos pero anda que no se han subido a la parra con el precio. Además cada vez los hacen más canijos.

Es lo primero que Leo dice desde lo del chiste en el semáforo, sin contar un “¿entramos?” antes de decidirse a pasar. No es el inicio de una conversación fascinante pero es un comienzo.

- Yo siempre lo he dicho, son unos rácanos. Cada día apuran más cortando los bordes.

La conversación se agota con eso. Leo vuelve a dedicarse a dar pequeños mordisquitos a su sándwich y a masticarlos despacio. Él, como ya se ha comido todo, quita la tapa de plástico al vaso de al Coca Cola y se entretiene desmenuzándolo en trocitos diminutos. Levanta la vista de la que está liando cuando, un par de minutos después, la oye reírse muy bajito.

- La que me va a caer cuando mañana les diga a mis padres que les he metido una trola y que la declaración no es la semana que viene, que ya ha sido. Se me va a caer el pelo.

- Lamento decirte que sí. Te va a caer un buen rapapolvos.

Coge un par de las patatas de Leo, ella ni las ha tocado, y se las lleva a la boca.

- Lo mismo me castigan sin salir el finde - durante un segundo una sonrisa juguetona aparece en su cara, después se borra- Bah, que me abronquen, me da igual. Pasaba de tenerles todo el día acojonados. Les conozco y sé que se iban a pasar el día pensando cosas raras. Mañana les llamo, les digo que declaré ayer, que estoy bien y ya está. Ya se les pasará el enfado, ¿no?

Se enfadarán pero no se sorprenderán demasiado. Algo que le dice que si hubiese tenido la posibilidad, también le hubiese timado a él en este asunto. Leo es cómo es y no sabe ser de otra forma.

- Claro que sí. Lo mismo tu madre te corta el grifo de croquetas y canelones por una temporadita pero se les pasará.

Al alargar la mano para coger otra patata más se lleva un buen manotazo.

- Ya vale, ¿no? Eres un tragón.

Le mira con ojos chispeantes y una sonrisa socarrona.

- Joder, Leo, qué cosas más feas me dices- se frota la mano, le ha dado una buena y pica.

- Y las que te voy a decir como sigas comiéndote mis patatas sin permiso- enarca las cejas, arruga la nariz y se lleva una patata frita a la boca.



01:08

Cree que Leo está dormida. No puede verla la cara porque está de espaldas a él, pero en más de una hora no ha movido un solo músculo. Así que debe estar durmiendo, eso es muy bueno, se merece descansar un poco. Él no puede dormir, es absolutamente incapaz. Tiene un nudo en el estómago y otro en la garganta. De todos modos, es una suerte, le da miedo pensar qué podría soñar en su actual estado.
Al meterse en la cama, el avispero que tiene en la cabeza se le ha terminado de revolver del todo. Está hasta la polla de sentirse así. Del dolor, de la rabia, de los remordimientos. Hasta la polla de no poder soltarse de cosas que le queman las manos. Hasta la polla de que todo lo malo que ya ha dejado atrás, vuelva una y otra vez para descomponerle. Hasta la mismísima polla.
Las palabras que les ha dicho hace unas horas en esa puta sala a esos señores de negro ahora le llenan la cabeza, los ojos, las manos y la nariz con sensaciones, imágenes y olores.
La cabeza empieza a doler y a latir justo en el sitio en el que esos dos hijos de puta se la abrieron. Huele a pólvora y a hierro. Siente la humedad pegajosa y caliente de la sangre de Leo rebosándole por entre los dedos. Tiene dentro de él el terror, la impotencia y la desesperación. Es todo tan real que, si no la tuviese dormida junto a él, berrearía hasta que romperse la garganta. Lo ve todo. Lo huele todo. Lo siente todo. ¿Cómo eso que ve en su cabeza puede valer solo siete años de cárcel? ¿Cómo?
No puede más. Se está volviendo loco. Pasa de seguir dando vueltas en la cama, solo va a conseguir hacer un nudo con las sábanas y despertar a Leo. Se levanta procurando no hacer ruido.


02:02

El salón se ilumina con una luz casi violeta cuando un coche pasa por la calle. Faros de xenon. Oye el rugido motor acelerando y alejándose a toda prisa. Suena a cochazo de esos de ejecutivo importante. Un A8, un Clase S, un BMW7 o algo así. Seguramente si se asomase, vería un coche gris. No sabe porqué, pero casi todos esos coches son de ese color. Debe ser que la gente que se los puede permitir sufre de una preocupante falta de imaginación crónica. Si coges cien de esos coches ochenta y cinco son grises, diez azul marino, el resto, a saber, probablemente negros.
La calle vuelve a quedarse silenciosa, la luz violeta desaparece y vuelve a quedarse rodeado por la oscuridad que solo rompe los destellos de la televisión.
En la tele tiene puesto un canal de televenta. Se ha tragado un comercial de media hora de una cosa que corta, pela y pica todo lo que le eches. Zanahorias, calabacines, quesos, frutas.... Ahora están con una riñonera que vibra como una condenada. Supuestamente, si te la pones diez minutos al día, en una semana tienes un cuerpo de infarto. Si la usas en el brazo se te ponen unos bíceps de escándalo, si la usas en la barriga te salen unos abdominales que la deja como una tableta de chocolate, si te la pones en el muslo, unas piernas como la de Cristiano Ronaldo. Una maravilla. Y solo por trescientos euros. Si llamas ahora te dan dos al precio de una y, encima, te regalan una cruz de Caravaca de plata. Pues qué ofertón. Hay que joderse. ¿Y habrá quien pique? Que se vayan a intentar timar a su tía la del pueblo. Apaga la tele con el mando y se queda en completa oscuridad. Se tapa la cara con un brazo y suspira.

La angustia y la rabia no se le van de encima. Ya no sabe qué cojones hacer para alejarlas. Está acostumbrado a manejar estas situaciones de una única manera, plantándose en un bar, poniéndose hasta el culo de alcohol y enterrando las cosas hasta la próxima.
Las llaves del coche están en la entrada. Hay un bar por aquí cerca que no cierra nunca antes de las cinco de la mañana. El alcohol que sirven es como sacado del alambique de la abuela de Charles Manson, pero más de un apaño le ha hecho. Al venir hacia el salón ha tenido el impulso de ir a ese bar. Algo dentro de él pedía que le echasen algo que le calmase. No ha escuchado su impulso, se ha contenido y ha seguido andando hacia el salón.
La posibilidad de largarse y aplacar sus fantasmas a base de bourbon sería el camino más fácil, el conocido. No lo va a coger. Sabe que ese es el atajo para meterse el hostión del siglo. Ya ha hecho demasiado el mamón en esta vida. Está hasta los cojones de hacer las cosas mal. El alcohol no cura nada, no arregla nada, solo disfraza las cosas, las contiene durante un rato. Contener las emociones es pan para hoy y hambre para mañana. No va a volver a cometer los errores de siempre, así que se queda con la vista fija en el techo intentando no volverse loco.


02:45

Mira el enorme reloj que Leo tiene sobre el sofá. De IKEA, por supuesto. Lleva un montón de tiempo aquí tirado. El mundo ahí fuera sigue igual que hace dos horas, pero la polvareda que la declaración ha levantado está empezando a posarse en el fondo y cree ver un atisbo de luz al fondo del túnel.
No puede quedarse anclado en algo que pasó, por mucho que ese algo duela. Leo tiene razón, esto es lo único que de verdad importa. El aquí y el ahora. No valen de nada las cábalas.
No la pudo proteger y se va a pasar toda la vida deseando haberlo hecho pero, a falta de riñoneras vibratorias mágicas que le devuelvan a uno al pasado eso ya no tiene vuelta de hoja. Solo puede intentar estar ahí la próxima vez que le necesite nada más. Hay que apechugar con lo hecho, sacar las lecciones que haga falta de cada metedura de pata cometida y mirar para adelante.
No es fácil cargar con todo eso pero ahora tiene las cosas muy claras, sabe quién quiere ser, dónde quiere estar y con quién. Saber eso lo cambia todo. Todo. Las gilipolleces de soy fuego y todo lo quemo, son excusas para no luchar que forman parte de otra vida, una a la que no va a volver jamás.
Ya ha visto qué hay al fondo del pozo y no le sale de los cojones volver ahí, así que va a hacer lo que haga falta para mantenerse dónde está.


03:13

Mira el reflejo que le devuelve el espejo. Ve un tío con cara de cansado y muy pocas posibilidades de dormir esta noche. Se agarra al lavabo y suspira. Da un toquecito con el dedo a su recíproco en el cristal. No consigue más que hacerse daño en la uña al golpear el cristal con más fuerza de la prevista. Gruñe en voz baja. Abre el grifo, se lava la cara, bebe agua y sale del baño apagando la luz.
Antes no han bajado la persiana y el dormitorio está medio iluminado por la claridad de las luces de las farolas de fuera. Leo sigue exactamente igual que la dejó.
Se mete en la cama con muchísimo cuidado de no despertarla. Sabe que no va a ser capaz de dormirse, pero ahora lo único que le apetece es tenerla cerca. Se mete bajo las sábanas y se acomoda de lado mirando hacia ella. Coloca una mano sobre la curva que forma su cintura y sus caderas. Inmediatamente, Leo se gira hacia él. Acomoda la cabeza al borde de su almohada, muy cerca de la suya, y se le queda mirando.

- Lo siento. No quería despertarte- no sabe porqué, están solos, pero lo dice en un susurro como si temiese despertar a alguien más.

- No me he dormido. Te he oído antes cuando te has levantado. Por un momento he pensado que te ibas a ir- también eso es solo un hilo de voz.

Cómo le conoce, joder.

- ¿A dónde voy a ir yo que más valga?

Ella levanta un hombro y sonríe.

- He estado viendo la tele. He visto un chisme cojonudo para ponerte cachas. Me lo voy a comprar, me voy a poner musculoso y buenísimo en dos días. Ya lo verás.

- Tú no lo necesitas, ya estás buenísimo.

- Ya lo sabía, solo quería oírtelo decir.

Ella se ríe en tono de biblioteca. La besa en la punta de la nariz. Se quedan callados mirándose. Mete la mano bajo la camiseta de Leo y la acaricia la espalda. Siente la suavidad y el calor de su piel bajo su mano, y el mundo se ajusta un poco más. Leo suspira pesadamente.

- Hoy no hay quien duerma, ¿eh?- Leo sigue hablando muy bajito.

- No. Está la cosa bastante jodida.

- Ya.... si es que te pasas ahí horas hablando, respondiendo preguntas, dando detalles y, claro, pues... luego te vas a casa pero no dejas de pensar. Sigues dándole vueltas- Leo habla mientras con el dedo traza las líneas de tinta de su brazo. Los ojos en el movimiento de su dedo.

- Como para no dárselas, Leo. Como para no.

Ella asiente y hace un ruidito con la garganta. Se queda callada unos minutos antes de continuar hablando.

- Se nos ha removido todo.

- A mí se me han removido hasta los putos empastes.

- Ya... es jodido acordarte de estas cosas...

Leo suspira, se acomoda boca arriba, coloca los brazos bajo la cabeza y le mira.

- Cuando piensas en ese día, ¿de qué es de lo que más te acuerdas? - Leo lo pregunta en un hilito de voz.

Se toma un momento antes de contestar.

- De todo, Leo. Me acuerdo de todo. Ojala tuviese mala memoria para esto también. Pero no. Tengo una memoria muy hija puta que se acuerda de lo que le da la gana. ¿Y tú...?

- Yo también me acuerdo de todo, pero sobre todo del miedo. Pasé mucho, no fui la única. Tú también. Me acuerdo perfectamente de la cara de acojonado que tenías mirándome - resopla y lanza una risita a al vez.

Aunque el tono es desenfadado, sus ojos no lo son. Hablar de esto no es fácil para ninguno de los dos.

- Yo no estaba acojonado, ¿eh? Solo fingía estarlo, sabía que tú, de echa polvo nada de nada, que le estabas echando cuento para cogerte la baja.

Ella entrecierra los ojos y sonríe con calidez.

- Sí, eso era. Y me salió bien, ¿eh?

- Ya te digo. Unos cuantos mesecitos sin hacer ni el huevo.

Se acerca más a ella, pasa un brazo bajo su cuello, el otro sobre su cintura y coloca la cabeza tan cerca de la de ella que sus frentes se rozan. Leo le mira con los ojos entornados.

- Es normal que tuvieses miedo. Cuando uno ve algo así... yo me acojoné muchísimo cuando ese ruso cabrón te disparó a ti. Por eso casi te tiro una zapatilla a la cabeza cuando te intentaste largar del hospital, porque todavía tenía el susto en el cuerpo.

- Es que el susto no se va así como así. A mí aún me dura. Cuando vi el panorama que había dentro, cuando te vi a ti... – a falta de palabras, resopla.

- Para mí lo peor de ese día no fue que me disparase. Sí, lo de los tiros fue la putada del siglo y en la vida me quiero ver en otra así, pero... bueno, al final todo lo mal que lo pasas se te acaba olvidado, ¿no? Lo peor fue cómo me sentí al darme cuenta de qué iba la cosa. Como la gilipollas más grande del mundo. Si es que ni me moví, tío. Ni pestañeé. Joder, que solo me faltó pintarme una diana en la tripa. Ni de coña me esperaba que fuese hacer algo así. Le conocíamos, habíamos estado hablando con él un montón de veces, se suponía que estaba de nuestro lado, que nos ayudaba...

- Pues ya ves. No teníamos ni idea de quién era. Ni idea.

Leo levanta la vista del tatuaje y le mira directamente a los ojos. Se queda callada unos segundos antes de seguir hablando.

- Si yo me sentí así con este tío que, al fin y al cabo, no era nadie...- ladea la cabeza- Pues no me puedo ni imaginar cómo te sentiste tú con Vázquez.

- Como si me clavaran un juego de cuchillos por la espalda y luego me arreasen en la chola con el taco de madera ese en el que van puestos. Tú dices que te sentiste como una gilipollas, si te digo cómo me sentí yo... Nunca se lo voy a perdonar.

- Ya. Hay cosas que no se pueden perdonar.

- No, hay cosas que ni puedo, ni quiero perdonar. Lo mismo soy un hijo puta, pero es que ni voy a intentar perdonar a Vázquez, ni voy a intentar perdonar a Esparza, ni voy a intentar perdonar a los cabrones que le pusieron delante el puto trato. Esa gente no se merece ni perdón ni pollas en vinagre, Leo. Yo no perdono a nadie que te haya hecho tanto daño. Es que ni muerto.

Se quedan callados. Nunca antes habían hablado tanto tiempo ni tan abiertamente de esto. Nunca. Aunque estén hablando en susurros, están diciendo las cosas más altas y claras que nunca.

- Hoy me he acordado de esto que te digo del miedo y de sentirme como una mema, pero también me he acordado de otras cosas que se me habían olvidado del todo. Son gilipolleces, pero....- los ojos de Leo se han vuelto a aligerar. Su voz suena casi alegre- Ese día, lo primero que hice fue ir a IKEA, ya lo sabes, ¿no? Pues me acuerdo de que al chaval al que cogí por banda para que me diese la dirección me estuvo tirando los trastos a saco. Pero a saco.

- Si es que te lo tengo dicho, no se puede ir por la vida siendo tan preciosa.

Leo sonríe y hace una mueca con los ojos antes de seguir hablando.

- Era un crío, así como de dieciocho años, ni uno más. Feo como un dolor y con la cara llena de granos pajilleros- habla con una gran sonrisa en la boca, a susurros interrumpidos - Me daba largas mientras trasteaba con el ordenador, se notaba que era para tenerme ahí un rato. Yo me estaba poniendo mala de los nervios y no tenía placa, así que, con dos cojones, le enseñé el carné del gimnasio de la policía. Como tiene plaquita....

- No jodas. ¿El carné del gimnasio? ¿Coló?

- Que si coló... se le quitaron todos los granos de golpe. Al kioskero de ahí de dónde vivía Vázquez, también se lo enchufé debajo de las narices. Otro que tragó. A ese pobre hombre, como no quería decirle porqué estaba buscando tu coche, le conté un rollo de que alguien se había olvidado dentro un paraguas o algo así. No me acuerdo qué fue exactamente, pero de ese palo. Me dijo que si la Policía se dedicase a menos gilipolleces, otro gallo cantaría.

- La madre que te parió...

- Luego, en la carretera yendo para la casa... – resopla a través de una sonrisa traviesa- Esa mañana se debieron cagar en mi madre pues como unos trescientos conductores. Es que no veas la que armé en la A-2, seguro que estos me tuvieron que quitar multas a punta pala de todas las pifias que hice. Tenías que haberme visto, puse el coche a más de doscientos, comiéndome los tres carriles de una vez, adelantando por la derecha y por la izquierda... Me tuvieron que poner de puta para arriba.

Los dos se echan a reír en el mismo tono bajo en el que llevan hablando toda la conversación, como si no quisieran que les oyese la profesora.

- Ah, y lo mejor de todo. Me pasé la salida de la urbanización, di marcha atrás a casi setenta por hora, y me marqué un trompo de infarto. Eso sí que fue... No veas cómo sonaba el motor. Ahí sí que me pusieron a parir, me acuerdo de una tía que iba en un coche muy pijo. Me llamó de todo. Desde zorra hasta subnormal. Creo que no me han insultado tanto como ese día. Y no fue para menos, ¿eh?

- Joder, Leo, lo que hubiese dado por verte. Leo Fitipaldi.

- Ya me conoces. Lo que haga falta para llegar a tiempo.

- Y llegaste, llegaste. Justita para salvarme el culo.

- Joder, es que de todo esto no me he vuelto a acordar hasta hoy. De esto sí que me gusta acordarme. ¿Tú no tienes nada así? ¿Algo de esa mañana que en su momento ni puta gracia pero que visto ahora tenga su punto...?

Medita un poco.

- ¿Esto que tenía aquí?- se señala el pómulo izquierdo, dónde hay una cicatriz que ya es prácticamente invisible - Pues no me la hicieron esos dos. Me la hice yo solito.

- ¿Sí?- le mira extrañada

- Esto no se lo he dicho a nadie para que no piensen que soy de educación especial... Después de que los de la moto me abriesen la cabeza, cuando volví a la casa y vi... bueno, te vi, pues se me cruzó el rojo con el verde, el verde con el rojo y el amarillo canario con el fucsia . Eso como poco. El caso es que eché a correr como un cabrón y, como la puta cristalera esa estaba tan limpia, me estampé contra todo el cristal. Así- planta suavemente con la mano abierta en la tripa de Leo- Como cuando una paloma agilipollada se la da contra un cristal. Menuda hostia. Si no atravesé el ventanal fue porque Dios no quiso o porque era blindado. Una de dos. Al final reboté y me caí para atrás de culo.

- ¿En serio?

Leo se ríe en la penumbra con expresión infantil.

- Y tan en serio. Menudo guarrazo. Hasta pajaritos vi. Sacado de unos dibujos animados.

- Ya te vale.

- Si no le hubieses estado echando tanto cuento... pues no me hubiese pasado.

Ella asiente con la cabeza contra la almohada. Lanza una risita nerviosa y frota la nariz contra la suya sin dejar de reírse.

- Anda que... mira que si llegamos a acabar los dos en la UCI... yo por pardilla y tú por torpe.

- Pues bien poquito faltó, porque tengo la cabeza dura como una piedra, que si no....

- Si no, acabas tú peor que yo. Ya te vale, estás cegato...- se tapa la boca con la mano y se ríe por la nariz- Oye, ¿Sabes qué fue muy bueno también?

- A saber...

- Los caretos que se os quedaron a Vázquez y a ti cuando aparecí. De foto.

- Es que no te esperaba ni de coña. Vamos, ni de coña. Me acuerdo que, cuando te vi, pensé que había llegado el séptimo de caballería.

- Porque eso de conseguir un caballo en Madrid está complicado, que si no, allá que me planto con él- Leo alza las cejas- Menuda mañanita...

- Menuda. Por llamarla de alguna manera.

- Pero, mira, sobrevivimos.

- Sí. Le pese a quien le pese.

- Que se jodan los que querían jodernos a nosotros, ¿no? Les salió el tiro por la culata.

- Que se jodan, se jodan y se vuelvan a joder, como los peces en el río.

Esa estupidez pseudo navideña vuelve a hacerla reír en el mismo tono de cuchicheo. Le encanta su risa, le hace sentir que está en casa y a salvo.

- Estoy pensando que tengo una mejor que la del hostión del cristal.

- A ver, soy toda oídos.

- Seguro que ya te lo han contado tus padres, pero bueno... Pues, cuando llegamos al hospital, a mí, después de zurcirme el melón, se me llevaron la ropa y, como no había otra cosa y no me iba a quedar en bolas, me dieron un pijamita verde de esos de los médicos. Para verme visto, Leo.

- ¿Tú de médico? Hostia, no te imagino. Ni de coña.

- Casi mejor. Ese tono de verde no me sienta muy allá. La hostia, Leo, la pinta que tenía. Con la cara hecha un cromo, el ojo todo negro y cerrado, la cara llena de puntos... parecía que acababa de discutir con Mike Tyson y había perdido. Encima con el pijamita verde... parecía un médico sacado de la serie esa de terror de médicos chalados.

- ¿Cuál?

- Pues una muy mala que echaban en verano por las noches. Da igual. El caso es que yo estaba en la sala de espera, y de esto que vi a Molina hablando con una pareja así, como de cincuenta y pico y, claro, como soy más listo que el hambre, pues me imaginé que eran tus papis. A todo esto no te he dicho que me habían dopado y estaba más agilipollado que de costumbre. Me levanto, me acerco a ellos, todo esto en plan zombie, ¿eh? Que ni notaba las piernas. Claro, yo con el pijamita ese, pues tus padres me vieron y se pensaron que era médico. El médico broncas del hospital. Si ves como me miraban tus pobres padres.... Telita....

Leo se tapa la boca con una mano y se ríe muy bajito.

- Tú madre me preguntó algo, ni puta idea de qué porque yo ni oía... y yo que les suelto con voz de ido y con la cara desencajada “lo siento”. Claro, tú imagínate qué debieron pensarse. Estaban ahí los pobres, acojonaos perdidos, esperando que les dijesen cómo estabas tú, llega “un médico” y les dice que lo siente.... pues blanco y en botella....

- ¡Ay, pobres!

A Leo se le escapa una carcajada más fuerte que el resto y se encoge sobre sí misma. En su momento no le hizo ni puta gracia la cosa, pero, visto con perspectiva, ahora le parece descojonante. Surrealismo en estado puro. Se deja llevar por la risa de ella.

- Claro, así tu padre, los primeros días, no me podía ni ver.

- Y te extrañaría...

- Pues no. En absoluto. Y con lo grande que es Don Guillermo, pues yo vivía acojonado por si me le cruzaba por los pasillos y me mandaba a hacerte compañía a la UCI. Así que, así fue como conocí a tus padres. Yo, como siempre, dando buena impresión... por los cojones.

- Hostia, qué fuerte. Esa no me la sabía yo.

- ¿No te lo habían contado?

- Que va.

- Habrán ido a hipnosis para olvidar ese momento....

- Pues lo mismo- Leo clava los ojos en los suyos- Lo que sí que me han contado es que no te movías del hospital ni para cambiarte de ropa. Que pensaban que eras indigente y vivías ahí.

- Es que ese mes estaba regañado con la casera...

Leo sacude la cabeza mordiéndose el labio inferior y le empieza a acariciar la espalda con la mano abierta. Él, con el pulgar de la mano que rodea su cuello, empieza a acariciarla suavemente bajo la orejita.

- Yo no sabía que se podía echar de menos así a alguien - recorre con el dedo su labio inferior- De verdad que no lo sabía. Mira, yo era el idiota que decía que se iba a largar y, al final, la que me dejaste solo fuiste tú. Es que... estabas ahí pero... pero no estabas y... – sacude la cabeza- Vivía acojonao. Acojonao perdido. En la casa pensé que ya, que todo se había acabado. Que estabas muerta- le duele la boca al decir esta última palabra- No respirabas, no tenías pulso... y yo no podía ayudarte, y el tiempo pasaba y... Fue horroroso, Leo. Horroroso. Luego llegaron los de la ambulancia, les costó un huevo pero te trajeron de vuelta y yo..... fui tan gilipollas que pensé que todo se había arreglado, que te iban a curar y que te ibas a poner bien enseguida, pero...- le cuesta mucho hablar de esto se toma un segundo antes de seguir-... pero no. Todo empezó a irse a la mierda por momentos, el médico cenizo ese tuyo no dejaba de decir cosas raras que yo ni entendía. Solo sabía que no eran buenas. Me sentía estúpido, inútil... Un puto botarate- toma aire y se queda callado, ella no dice nada, solo le mira- He pasado miedo muchas veces en mi vida, muchas, pero nunca un miedo así. Tan grande, tan de verdad. No sé, es que aunque yo esté acojonado, en el fondo, siempre tengo la certeza de que al final todo va a salir bien. Y yo ahí no la tenía, Leo. No la tenía. Era como estar ciego. Por eso daba tantísimo miedo, porque a lo que ves, pues le puedes hacer frente, pero a lo que no...

Esto no se lo había dicho nunca así de claro. Se siente extrañamente liberado y asustado mientras habla. Se le está cerrando un nudo en la garganta

- Por eso esto me está costando tanto esto, porque....- no sabe ni cómo expresarlo- Porque fue demasiado y, por mucho que me esfuerce, cada vez que pienso que le van a castigar con un tirón de orejas, me acuerdo de lo cerca que estuviste y... pues eso. Que se me viene todo encima. Pienso que te podrías haber muerto y...

Leo no dice nada, solo le coge la mano y se la coloca sobre su pecho. Bajo la palma, siente los latidos fuertes y seguros de su corazón. La canción más preciosa del universo.

- ¿Sabes? No te lo he dicho nunca pero yo también creí que me moría. Más que creerlo. Lo sentí- oírla admitir le produce una extraña sensación de irrealidad- Ya no me acuerdo de cómo iba el tema, ya te digo que estas cosas se te acaban escapando... pero sé que lo sentí. Así que, para mí esto, estar hoy aquí contigo, es un regalo. Un regalo enorme - baja la mirada a la mano que tiene contra el pecho- ¿Lo notas?
Asiente en la penumbra.

- Estoy viva, Pablo, más viva que nunca. Quiero que te quedes con esto de ahora, no con lo otro. Ni con lo que viste, ni con lo que pensaste. Con esto.

Va a abrir la boca para decir algo, no sabe qué, pero ella le pone un dedo sobre los labios para hacerle callar. Obedece sin rechistar. Deja que la cabeza se vacíe de pensamientos. Se concentra en lo que hay bajo la palma de su mano, el idioma del corazón de Leo.

- Ahora todo está bien, ¿no?- su voz parece llegarle como a través de una especie de bruma.
Nota su respiración contra la cara, sus labios rozándole los suyos, sus dedos enredándosele en el pelo.

- Sí.

- Pues ya está. Lo otro ya no importa. Ya ha pasado. Y no va a volver.

- No.

- Claro que no. Da igual que nos lo recuerden o que pensemos en ello. No va a volver. Nunca. Es hora de soltarlo, de que lo sueltes tú y de que lo sueltes tú.

Abre la boca para decir algo pero en el último momento cambia de opinión y acaba besándola. Ya no hay nada más que decir, nada que añadir. Las palabras sobran.
La besa de todas las formas de las que es capaz, con suavidad, con ansia, con dulzura, con intensidad. A veces todo eso ocurre a la vez. A veces ni siquiera necesita la boca para besarla, con los ojos es más que suficiente. Los ojos de Leo son capaces de arrancarle sensaciones que ninguna otra mujer ha podido ni con el cuerpo entero.
Hay dos pares de manos que no se están quietas, que tocan, acarician, rozan, palpan, tientan. Le faltan manos para tocarla, brazos para abrazarla, lenguas para saborearla, y a la vez le sobra todo porque el cuerpo es un estorbo para llegar dónde quiere llegar, para que ella llegue dónde quiere que llegue. Es todo a la vez tremendamente complicado de explicar y enormemente sencillo de comprender y sentir.
Era inevitable que esto ocurriese, que, desde hace un rato, ahí abajo, Corsito Jr tenga ya muy poco de junior. Leo sonríe contra su boca y, a tientas, le ayuda a quitarse de esos calzoncillos que empiezan a resultar más que molestos. Detrás de ellos, van la camiseta y las bragas de Leo. Se oye el ruido de algo que se tambalea en alguna parte de la habitación, seguramente una lámpara, un portavelas o algo así sobre el que ha ido a caer la ropa. Mañana se ocuparán de eso. Ahora da igual que la casa se venga abajo.

No es que se haya cansado de la boca de Leo, eso es absolutamente imposible, pero sus labios son muy inquietos y tienen ganas de salir a conocer mundo. A base de besos, redescubre y recorre el cuerpo más maravilloso del mundo. Se pierden por sus rincones repartiendo besitos, besos, besazos, lengüetazos, pequeñas succiones. Como en ningún lado se está como en casa, entre piel y piel, vuelve una y otra vez a su boca.
La expedición de su boca acaba entre los muslos de Leo. Hace tiempo que tiene asumido que es un cerdo, porque lo muchísimo que le gusta hacerla esto no debe ser ni medio normal.
Coloca las manos sobre sus suaves caderas y se prepara para disfrutar como un cabrón. Empieza saludando con un besito cariñoso, muy casto. El siguiente está igualmente lleno de cariño pero es bastante más desvergonzado. El siguiente sigue siendo tierno para aburrir, pero es un sinvergüenza total. De cómo es lo que viene a continuación, mejor ni hablar, que luego todo se sabe.
Aunque el instinto es tener los ojos cerrados, hace un esfuerzo para abrirlos, quiere verla. Se la encuentra con los ojos cerrados, la boca entreabierta y las mejillas muy rojas. Qué cosa tan bonita.
Un rato después, las caderas de Leo parecen cobrar vida propia, le aprieta muy fuerte la mano que él tiene sobre su tripita, empieza a hacer un ruido extraño con la garganta y, finalmente, la siente latiendo descontroladamente contra su boca.
Cuando los latidos se acaban, vuelve a subir hasta su boca con los mimos besos con los que ha bajado hasta el sur. Se sabe la barba impregnada de su sabor y su olor, eso le acaba de poner más cachondo de lo que ya estaba.
La besa en la boca sin prisa mientras la entrepierna le palpita como una descosida. La necesita ya mismo o, ahí abajo, algo le va a estallar y va a dejar las sábanas hechas un Cristo.
Entra en ella muy despacio, milímetro a milímetro, pero la sensación le llega de golpe con la intensidad de un martillazo. Le viene a la cabeza la imagen de ese enorme hongo nuclear de las pruebas en las islas Bikini que venía en sus libros de historia.
Se mueve sin dejar de besarla, la suavidad con la que se mueven sus caderas poco tiene que ver con la violencia de lo que siente. La cabeza la da vueltas y más vueltas, se le ha convertido en una peonza barbuda. No se oye ni una palabra, solo crujidos de colchón y respiraciones. Se besan y se mueven como si estuviesen drogados o borrachos.
La respiración de Leo se acelera por segundos, la siente jadear cada vez más fuerte contra su cuello hasta que emite una especie de gruñido, después queda en completo silencio. Echa la cabeza hacia atrás para mirarla, ella le sonríe con los ojos entrecerrados y las mejillas muy coloradas. Baja el ritmo hasta quedarse quieto, aparta un mechón de pelo de su carita.

Durante un rato solo se besan con abandono, después, Leo forcejea. Se revuelve para salir de debajo de él y cambiar las tornas. Se deja hacer, siente su cuerpo firme apretado contra el suyo, sus besos y lametones por el cuello, el pecho, el estómago. Cada vez le besa más abajo y él cada vez está más cachondo.
Ahora es ella la que le acaricia a él con la boca. Lo que siente le sobrecoge, tanto que cierra los ojos y se agarra a las sábanas para no dar un berrido y despertar a todo el vecindario. Tirado sobre las sábanas, intenta que su pobre cerebro pueda asimilar todo lo que le está haciendo sentir. Siente sus manos y su boca deslizándose sobre él, llevándole cada vez más lejos.
Necesita mirarla, abre los ojos y lo que ve, la expresión de su carita, es demoledor. Le hace sentirse el ser más importante del universo. El cariño y la dulzura con la que se lo está haciendo son tan tremendos que casi duele. Alarga la mano para acariciarla los hombros y la cara, al sentir su contacto, ella abre los ojos y le sonríe con ellos. Todo se multiplica por mil ante esa mirada.
Cuando ella le suelta un momento, aprovecha para cogerla por la carita y subirla hasta su boca. La besa, primero con la misma tranquilidad con la que todo estaba ocurriendo hasta ahora, después con necesidad, con hambre, casi salvajemente.
Llega un momento en el que es perfectamente consciente de que, si no la tiene ya mismo, se va a morir. Y esto ya no tiene nada que ver con gustitos ni nada de eso. Esto va más allá de las sensaciones y se mete en el mundo de los sentimientos. Tan complicado y tan simple.
Leo baja las caderas y le deja entrar. Se queda quieta sobre él, mirándole sentada sobre los talones. Los ojos, la sonrisa y el cuerpo la brillan bajo la luz de farola que entra por la ventana. Y es precioso, absolutamente precioso. Le mira con los ojos limpios y transparentes, y con la sonrisa le dice cosas que, en papel, ocuparían tres mil folios. Y, en ese momento, algo hace clic en su cabeza. De golpe, las cosas han cobrado un nuevo sentido que antes no tenían. No ha cambiado nada y ha cambiado todo.
La coge la carita con las manos y tira suavemente de ella hasta que queda sobre su cabeza. La besa mientras Leo empieza a mover las caderas en un delicioso vaivén.
No pasa demasiado tiempo antes de que las caderas de Leo empiecen a coger velocidad, la siente llena de necesidad y urgencia. Se siente completamente vivo y la siente completamente viva. Las respiraciones se han vuelto tan pesadas que, si alguien intentase cogerlas, se partiría los codos, las muñecas y la espalda.
Nota gotitas de sudor apareciendo sobre su pecho, las ve formándose sobre la piel de Leo.

Con la frente de Leo recostada sobre la suya y sus pulgares acariciándole la cara, el tiempo pierde el poco sentido que de por sí tiene. Llega un momento en el que ella pierde el ritmo, así que él lo encuentra. Se mueve bajo su cuerpo firme, los sonidos que salen de la garganta de Leo le invitan a moverse cada vez más rápido, con más intensidad, más dentro. Acaba moviéndose como un caballo desbocado, ella le llena la cara de sus jadeos hasta que la siente irse tan salvajemente que pierde la noción del tiempo, del espacio y del ritmo.

Leo se está quieta unos segundos en los que respira pesadamente contra su cuello, después, toma el control de la situación y empieza a moverse con decisión, arrancándole sonidos que suenan más animales que humanos. Y la sensación de estar más vivos que nunca es tan fuerte que tiene ganas de reírse, de llorar y de gritar. Y está al borde del colapso, Leo se lo ve en los ojos y se mueve aún con más furia. Siente que ya no hay marcha atrás, y se corre brutalmente gruñendo y gimiendo como una bestia salvaje. Y, con ese orgasmo bestial, siente que se vacía por completo, que se convierte en una cáscara dentro de la que no hay nada. Y, después, Leo lo llena todo con su sabor, su olor, su tacto, su vida.
Se quedan los dos completamente quietos, jadeantes, agotados, sudorosos, plenos. La urgencia y la necesidad se transforman en una dulzura aún más salvaje y desgarradora. La llena la cara de besos, la piel de caricias, los oídos de susurros. La luz que entra por la ventana se ha vuelto azulona, se oye un pájaro madrugador dando su opinión a base de piopiós. Está a punto de amanecer.

Leo se pega a él cómo hace cuando tiene frío. No quiere que el sudor se la quede frío y que algo tan increíble como lo que acaba de pasar acabe con un mundanal resfriado, así que, con el pie, de una patada, rescata las sábanas que han ido a parar abajo de la cama y les tapa a los dos.
No porque ahora el algodón haya venido al rescate va a dejar de darla calor con su cuerpo, muy al contrario. Después de que ella se haya escurrido un poquito hacia su derecha, lo justo para quedar medio tumbada sobre él, la rodea con los brazos.
Leo acomoda la cabeza sobre su pecho y suspira profundamente. Sube la carita para mirarla y le sonríe con las mejillas y los labios muy rojos, los ojos muy brillantes y la sombra del sueño tirándola del pelo. Mirándola, sabe que se va a quedar dormida antes de que ese pájaro vuelva a piar.
Él también tiene sueño, se siente completamente agotado. Se pregunta cuánto quedará hasta que el despertador suene, ¿dos horas? ¿tres? Leo ya está dormida, siente su respiración pausada y profunda bajo la mano con la que está acariciándola la espalda.
Esto no ha sido solo sexo, el sexo, por muy bueno que sea, no te deja como esto le ha dejado a él. Se siente como si acabase de morirse y resucitar. Seguramente ni tomarte un ácido te hace esto. Tiene la cabeza despejada como nunca la había tenido. A pesar del agotamiento, lo ve todo con una claridad pasmosa, comprende cosas que antes solo sabía con la cabeza, cosas que solo intuía. Se queda dormido con la barbilla sobre la coronilla de Leo, y la sensación de acabar de dejar atrás algo que pesaba una tonelada.



Te noto un poco tirante (Jueves 18 de Septiembre 2008, 21:04)

- ¡Hostiá!

Qué poquito ha faltado para que Leo le dé con la puerta en las narices. Literalmente. Ha visto su nariz reventándose contra esas barras de hierro. Si no llega a poner la mano, ahora se parecería a Poli Díaz.

- ¡Ay, que te he dao!- ella se gira hacia él con una mano en la boca como si estuviese horrorizada, pero el tono más falso que un billete de siete euros.

- No, no. Ha faltado un pelo, pero no me has dado. Tranquila.

- Menos mal. Joder, tío, lo siento. La puerta esta, que pesa una tonelada. Se me ha escapado.
Le mira con carita de inocente pero el brillo en sus ojos lo dice alto y claro. Qué lástima.

- Nada, nada, mujer. No te preocupes, que solo ha sido un casi.

Leo no debe ni oírle porque ya ha salido escopetada hacia la calle. Reprime una sonrisa al verla andar a marcha de legionario. Ni siquiera le espera para cruzar el semáforo, como está verde se lanza sin más y él tiene que apretar el paso para cogerla.

- Oye, Leo, ¿a ti te pasa algo conmigo?

- ¿A mí? ¿Qué me va a pasar?- como si no lo supiese.

- No sé, pero es que te noto un poco tirante.

- Pues no. No me pasa nada de nada- si lo hubiese dicho en un tono solo un poco más seco, el árbol que están sobrepasando ahora mismo se hubiese convertido en carbón vegetal.

La conversación transcurre sin que ella se gire a mirarle ni una sola vez. Está cien por cien convencido de que si, ahora mismo, a Leo le diese por hacer una lista con sus cien personas favoritas en el mundo, su nombre no saldría en ella. Probablemente tampoco en la de las doscientas. En la de las trescientas ya tiene sus dudas. De lo que no tiene duda es de que si los cabreómetros existiesen y la enchufase a uno, el aparato, o salía corriendo aterrorizado o explotaba seguro. Cabreo de antología el de Leo.
No la puede culpar ni siquiera un poco. Motivos no la faltan, más bien la sobran. Hoy es el cumpleaños de Leo y la pobre aún está esperando a que él se dé por enterado.

No es que se le haya olvidado, ¿eh? Ni mucho menos tiene el dato en la cabeza desde hace un montón de tiempo y, para curarse en salud, lleva con alarmas en el móvil recordándoselo desde hace una semana, ahí, rollo cuenta atrás. Simplemente lleva todo el día fingiendo no tener ni puñetera idea de que hoy sea alguna fecha especial. Cuando quiere, puede ser un verdadero capullo. Bueno, en honor a la verdad, a veces también lo es sin pretenderlo. Pero hoy es a posta.
Es un poco cabroncete y puede que también un poco infantil, el caso es que tenía ganas de darla una sorpresita y no se le ha ocurrido mejor manera de crear intríngulis que hacerse el tonto. Además, para qué negarlo, tenía mucha curiosidad por ver cómo reaccionaba.
Es triste decirlo pero estaba seguro de que Leo ni se iba a extrañar, ni se iba a sentir herida por su olvido. Todo el mundo que le conoce sabe que él para nombres, números y fechas tiene la misma memoria que un salmonete. Existía la posibilidad de que ella le diese un pescozón y le recordase qué día era hoy, pero, o poco la conoce, o sabía de antemano que es demasiado terca y orgullosa como para hacer eso.
No se le da nada mal esto de prever las reacciones de Leo, ha hecho bingo con todas. Ni se ha extrañado, ni se ha sentido herida, ni le ha metido un calendario debajo de las narices.
Leo no está cabreada con él simplemente porque no se haya acordado de que es su cumpleaños. Supone que eso, por mucho que sepa cómo es, la jode un poco, pero el hecho de que haya intentado hacerle una napia nueva con una puerta viene de otro lado, de la parte B de su maquiavélico plan. Esa parte en la que lleva buscándola las cosquillas desde primera hora de la mañana con el tema del cumple. Lo dicho, es un cabroncete.

Hoy se ha levantado muy, muy cariñoso y en cuanto Leo se ha despertado se lo ha demostrado. No cariñoso en plan “te voy a hacer lo que no está escrito y todavía más”. Aunque muchos por ahí piensen que se pasa las veinticuatro horas del día con la escopeta cargada, eso no es así. A veces no tiene ganas de mambo, solo de cariñitos. Así se ha levantado hoy, cariñoso en plan osito Mimosín. Los tatuajes y tener pinta tirando a macarrilla no están en absoluto reñido con ser un tío cariñoso.
Se ha puesto morado de darla besitos, de acariciarla y de lanzarla miraditas y sonrisitas cómplices. De esas que a uno le hacen pensar que quién se la dedica sabe que en el ambiente se respira algo especial, que no es un día o un momento como otro cualquiera. Pobre Leo, la ha despistado de mala manera.
Se la ha quedado mirando fijamente en ese plan de “tú y yo lo sabemos”. Ella no ha dicho ni media pero se notaba un montón que estaba a la espera de que dijese algo. No la ha decepcionado, algo ha dicho, solo que no lo que ella esperaba.

“Leo, oye, que no te vayas a pensar que se me ha olvidado, ¿eh?” . Ella le ha mirado, ha sonreído y ha contestado el “¿No?” más coqueto que la haya oído nunca. “No, mujer, ¿tan mala cabeza crees que tengo?” Un beso para acabar de despistarla antes del golpe de efecto. “Ya le he dicho a mi casera lo de la ventana esa del salón que me dijiste que no cierra bien. Cuando tenga un rato se pasa a mirarla. Vaya a ser que ahora en otoño llueva y me entre agua. ¿A que no te esperabas que me fuese a acordar?” . Ha dicho lo del agua aposta, acordándose de esa otra vez en la que su miedo a inundaciones la dejó fuera de juegos.
La cara que ha puesto Leo es absolutamente imposible de describir con palabras. No cree que ni un escritor con el premio Nobel, el Planeta y el Nadal juntos pudiese hacerlo. Aún no sabe cómo se ha contenido la risa al verla con esos ojos como platos. Si no hubiese sido porque hubiese dado el cantazo, la hubiese hecho una foto con el móvil para ponerla de fondo de pantalla en el ordenador.
Se ha quedado un rato como petrificada, después ha gruñido algo entre dientes que le ha resultado incomprensible pero que no ha sonado a nada bueno, se ha apartado de él como si acabase de da cuenta de que estaba abrazando a un infectado de tifus, se ha levantado de la cama todo lo bruscamente que ha podido, ha subido la persiana a tope, ha abierto la ventana de par en par, ha salido de la habitación rodeada de nubarrones negros y ha vuelto a aparecer un segundo después para soltar un agrio “me voy a duchar, ni se te ocurra abrir el grifo. Y venga, levanta el culo, que al final llegamos tarde” . Antes de irse por segunda vez, se ha acercado a la cama, le ha destapado del todo con cara de a ver si con un poco de suerte coges una pulmonía, ha salido de la habitación sin mirarle y ya no ha vuelto a aparecer más. Ha disfrutado como un enano viéndola. En ese momento, seguramente estaba más cabreada consigo misma, creyéndose una pardilla, que con él. Luego las cosas han ido cambiando a lo largo del día, él se ha encargado personalmente de ello.
Esa ha sido la prueba de fuego. Si en vez de simple y llanamente cabreada como una mona, la hubiese visto mínimamente jodida, el juego se hubiese acabado antes de empezar. Hubiese corrido detrás de ella, la hubiese pedido perdón de rodillas hasta que le hubiesen salido pupas en la boca y hubiese desplegado el kit de cumpleaños. Es un cabroncete pero no un cabrón. El objetivo del juego es tocarla un poco las pelotas antes de la sorpresa, no joderla.

Leo, con la excusa de que este segundo semáforo que cruzan está parpadeando, ha puesto el turbo y casi tiene que correr para no perderla otra vez. Aprieta el paso para ponerse a su altura.

- Leo, joder, ¿Seguro que no te pasa nada? Me tienes un poco mosca.

Con lo que la jode a ella que la anden preguntado estas cosas de ¿te pasa algo?, ¿estás bien?, debe estar que echa chispas.

- Que no, joder, que no me pasa nada. Déjalo ya, que al final me voy a acabar cabreando de lo pesado que te pones.

- Pero...

Le fulmina con la mirada y él tiene que morderse un carrillo para no reírse. Lo que está disfrutando con esto no debe ser normal.

Después del numerito mañanero, se han ido juntos a la unidad en el coche de Leo, como ella no va a salir, no necesitan dos coches y así ahorran gasolina y cuidan el medio ambiente. La ha convencido para que le dejase conducirlo, cuando han llegado a comisaría, la ha dejado en la puerta y él se ha ido a aparcarlo. Antes de subir se ha ido a desayunar tranquilamente al bar, quería dar tiempo a que cuando él llegase ya la hubiese felicitado todo el mundo. No hubiese sido fácil fingir que no sabia de qué va la película con gente haciendo cola para tirarla de la orejas.
Hoy han tenido dos casos, una agresión y un homicidio. Él ha estado todo el día fuera con Molina por lo de la agresión, y Leo con Sevilla y Rocío con los interrogatorios del homicidio. Le ha venido bien la cosa para no tener que andar de misteriosas desapariciones cada vez que a Leo la sonase el móvil. Tiene memoria de pez pero no es sordo.

En algún punto de la mañana, se ha perdonado a sí misma por la candidez mañanera y el cabreo se la ha pasado completamente. A la hora de la comida ya estaba perfectamente normal. Hasta le ha llevado un sándwich y un refresco a su mesa sin que se lo hubiese pedido, y han estado hablando tan tranquilamente mientras comían. Era el momento de pincharla otro poquito.
Después de comer, ha ido a sacar dos cafés de la máquina y se ha acercado a ella con cara de culpabilidad. Se ha plantado en su mesa y se arrodillado delante de ella. La pobrecita Leo ha puesto cara de por fin, esta vez sí que sí. Qué cabrón es cuando se pone. “Joder, Leo, me vas a matar por no habértelo dicho antes. Me acabo de dar cuenta...” una lucecita de esperanza se ha encendido en esos increíbles ojos que tenía delante “.... que te han llamado los del laboratorio cuando estabas en el baño. Ya te puedes pasar a por los resultados de tóxicos que estabas esperando” . La mirada esperanzada ha cambiado a mirada asesina. Seguro que la ha faltado poco para darse de cabezazos contra la mesa por haber picado otra vez.

Leo tiene una cosa cojonuda, bueno tiene mil cosas cojonudas, pero esta en concreto es que lo que tiene de pasional y visceral, le falta de rencorosa. Es incapaz de guardarlas. Tal cual la vienen, tal cual se le van. Se pone como una moto, suelta un gruñido, dos o los que hagan falta y luego se olvida del tema.
Por la tarde, el segundo cabreo ya había pasado totalmente a la historia. Volvía a estar tan tranquila y tan a gusto con él. Con sus coñitas, sus tiras y afloja, y sus miraditas. Hasta, hace un rato, a eso de las siete, cuando él ha vuelto de hacer unos recaditos fundamentales para su plan maestro, le ha dado un beso cuando se han cruzado en un pasillo vacío.
La verdad es que hubiese preferido que no le hubiese besado así, porque, justo en ese momento, iba a buscarla para darla la puntilla final. Se ha sentido bastante culpable cuando la ha mirado y la ha soltado lo que la ha soltado, pero es que la necesitaba más que cabreada para que la sorpresa funcionase cómo él quiere.
“Oye, Leo, que llevo todo el día para comentarte una cosa” , ella le ha mirado sonriendo, “Sí, yo a ti también, pero, venga, dime” , “Pues nada, que se me ha pasado decírtelo antes, verás, que esta noche he quedado para tomarme unas cañas con Andrés, ya sabes, mi colega del equipo, el munipa. Que resulta que el otro día fue su cumpleaños y se va a estirar pagándonos unas cervecitas y unas bravas a los del equipo. No te importa, ¿verdad?” . Jura ante Dios que ha visto llamaradas saliéndola de los ojos.
Leo, cuando se enfada, se pone todavía más guapa y, aunque la ha visto cabreada mil veces, nunca antes la había visto tan jodidamente preciosa. Lo cual dice dos cosas: lo tremendamente bonita que es su niña, y el cabreo tan monumental que ha debido sentir en ese momento. “Me parece perfecto. Iba a decirte que yo también he quedado” . Si las palabras cortasen, las de Leo hubiesen sido una katana. Se ha alejado con él a zancadas furiosas, no sin antes darle, un pisotón accidental.
Ese último cabreo no se le ha llegado a pasar, primero porque eso ya era demasiado, segundo porque ha sido hace nada y tercero porque no la ha dejado. En el coche no ha dejado de hablar de lo majísimo que es Andrés, de cómo el otro día, cuando le llamó para felicitarle el cumpleaños, le comentó lo de las cañas, de cómo se le había olvidado comentárselo a ella y de lo tremendamente bien que se lo va a pasar de cañas con él. Así la tiene, contenta. Lo que debe joderla la idea de que se hubiese acordado del cumple del colega Andrés y del suyo no. Si fuese verdad, esto podría ser causa de cisma total. Y con razón. Eso le jodería hasta a él que para estas cosas no es demasiado puntilloso.

Por fin llegan hasta el portal de Leo, la plaza de garaje la tiene en otro edificio. Como excusa para venir con ella hasta aquí, ha puesto la guinda al pastel. Le ha contado la milonga de que necesita ponerse una camisa vaquera que, casualmente, está en su casa, o no será un niño feliz en la fiesta de cumpleaños de Andresito. Eso ya ha acabado de encenderla del todo. Pobre Andrés, con lo majísimo que es y Leo debe odiarle con todo su corazón.
Leo está rebuscando las llaves dentro del bolso, a él se le ocurre soltarle una última cosita. La de la recámara.

- Oye, Leo, que voy un poco justo de tiempo. Hemos quedado a las diez en Corazón de María y todavía tengo que ir a casa para ducharme y coger unas cosas, ¿me bajas la camisa mientras yo aprovecho para ir al estanco a comprar tabaco? Creo que aún llego. Lo cierran a las nueve y media, ¿no?

Si las miradas matasen...

- Sí, claro, sí. Ahora mismito te la bajo, mi amor. ¿Quieres que te la dé una planchadita y te la perfume antes?

Cuando Leo se pone así de sarcástica, se la comería enterita.

- Joder, tía, cómo eres.

- Sí, ¿verdad? Cómo soy. Además, ¿tú no vas ahora a un bar? Pues lo compras ahí.

- Es que en el estanco me ahorro cincuenta céntimos.

Esta vez, en previsión de otra puerta con aviesas intenciones corre para pasar justo detrás de ella. Al entrar en el ascensor, Leo se coloca completamente pegada a la pared en la esquina opuesta a la suya como si la idea de rozarle la horrorizase.
Si lo de irse de cañas fuese verdad, algo le dice que Leo se iba a pasar la noche buscando ADN suyo por su casa y confeccionando un muñeco vudú al que haría todo tipo de putadas.
La ve con los labios tan apretados que están blancos y los ojos fijos en la puerta del ascensor. Si los pensamientos de Leo tuviesen banda sonora, la de Psicosis sería perfecta para este momento. Debe se masoca, pero cómo le gusta su carácter, joder.

Leo sale del ascensor media décima de segundo después de que se pare para ahorrarse compartir oxígeno con él durante más tiempo. Abre la puerta de su casa haciendo un ruido de mil demonios al girar las llaves con toda la mala leche de que es capaz. Cuando acaba con la operación, se hace a un lado y le señala el interior de la casa con la mano.

- Hala, venga, corre a por la camisita. No hagas esperar a Andrés.

No sabe cómo lo ha hecho, pero Leo ha conseguido hacer sonar esa última palabra como un insulto.

- Joder, Leo. Yo no sé qué te pasa conmigo, de verdad que no. Estás de borde...

Pone cara de tonto, se encoge de hombros y pasa dentro sacudiendo la cabeza como si no entendiese nada de nada. Oye un gruñido detrás de él. Menos mal que este paripé está a punto de acabarse. Empieza a sentirse verdaderamente preocupado por la presión arterial de Leo.
La deja echando llamaradas de fuego en la entrada, y echa a andar hacia el dormitorio. Sobre el ruido que hace la puerta al cerrarse, oye la voz de Leo increpándole.

- ¡Ah, y cuidadito con cómo dejas el cajón! Que a mí me da igual que tengas tus cosas hechas un puto higo pero luego no hay Dios que cierre y la puerta del arma...

El chorro verbal se corta en seco y da paso a un híbrido de una exclamación y aliento contenido. Por el sonido, cualquiera diría que Le acaba de encontrarse al mismísimo Jesucristo y a Buda tomándose una Coca Cola en su salón.

Sonríe como el gato que se comió al ratón al deshacer lo andado. Se la encuentra plantada delante de la mesa del salón. Los ojos desmesuradamente abiertos. Las cejas alzadas. La boca, medio tapada por las manos, formando un círculo casi perfecto.
Así que esta es la cara que se le queda a uno cuando pasa de pensar que su pareja es un mendrugo, a encontrarse el techo del salón plagado de globitos que dicen “happy birthday”, una tarta de tres pisos completamente hecha de nubes y gominolas, y, al fondo del todo, como quien no quiere la cosa, un jarrón con una enorme y preciosa rosa roja.
Su intención era comprar veintisiete rosas, una porcada año cumplido, pero, en el último momento, le ha parecido excesivo. Luego ha pensado en dos docenas, seguía siendo excesivo, después rebajó a una docena pero el problema seguía. Con le media docena le ha pasado igual, así que, al final, ha optado por una única flor.
Sería complicado explicar exactamente en qué consiste ese “excesivo”, desde luego no tiene nada que ver con el dinero. Las rosas, cuando no las vende un pakistaní dentro de un bar, tienen un precio escandaloso, ¿veinte euros la unidad? ¿nos hemos vuelto locos?, pero no van por ahí los tiros.
El problema no tiene nada que ver con lo loco de los precios, el problema está en él. Estando como están las cosas entre ellos, es una estupidez supina, pero regalarla flores es algo que la da un pudor horroroso. Le hace sentirse como un pez fuera del agua, torpe y con un tremendo miedo a hacer el ridículo. Él regalando flores es como si un atún se pusiese a montar en bici, tan extraño que no hace ni gracia.
Le pasó cuando le regaló la tontería de las flores de caramelo en el hospital y ahora le pasa otra vez. No se siente muy cómodo cuando pisa terreno desconocido, y hay ciertas facetas de lo que supone una relación que siguen siendo muy marcianas para él.
Por eso los globitos y la tarta, para que la flor no parezca tan importante, para hacerla pasar un poco desapercibida, para que parezca una idea de última hora, un añadido y no el tema principal, y así conseguir que no se note tantísimo lo mucho que se ha salido de su papel.

Leo no tiene aspecto de ir a decir nada sobre lo poco que le pega ir regalando rosas o, si a eso vamos, tartas de gominolas. En realidad no tiene aspecto de ir a decir nada en absoluto. Le mira con una expresión que no sabría ni cómo definir. Asombro, estupor, espanto y hasta una pizca de angustia. Parece haberse quedado completamente petrificada. Ni siquiera hace algo digno de mención cuando él lanza una lluvia de confeti sobre ella, que llevaba en el bolsillo de la cazadora, y empieza a cantarla una versión bastante libre del “cumpleaños feliz”. Leo solo se encoge un poquito y parpadea un poco más rápido de lo normal.
Solo consigue arrancarla una reacción cuando coloca una mano sobre su cintura, una tan contundente que le hace dejar la canción a medias: se lanza a abrazarle con una fuerza que le coge por sorpresa. Ahora, viéndola así, se siente bastante más seguro de sí mismo que hace un rato. O Leo es la mejor actriz del universo, o la ha tocado cómo y dónde quería.
El abrazo durará fácil un minuto largo durante el que no se oye ni una mosca. Cuando ella se aparta de él, le parece ver un asomo de humedad en los ojos que casi se le contagia a él.
Leo mueve la boca como si tuviese muchísimas cosas que decir y no supiese por cual empezar, al final acaba diciendo solo una.

- Joder....

Eso le hace reír. Le encanta dejarla sin palabras.

- ¿De verdad pensabas que se me había olvidado?

Ella levanta un hombro y le sonríe con culpabilidad.

- Ya te vale, ¿eh? Pensar eso de mí...

- Hombre, Corso, pues qué quieres que te diga...- le mira con los ojos tremendamente brillantes- No tienes precisamente buen historial con mi cumpleaños.

- Ya, bueno, eso... Es que el primer año ni sabía cuándo era, y el pasado, con todo el lío de lo de mi padre, pues se me fue de la cabeza.

- ¿Ves? Tienes un historial horrible. ¿Cómo no iba a pensar que se te había olvidado?

La sonríe e inclina la cabeza hacia un lado.

- Bueno, vale. Admitido. No tengo muy buen currículo.

- No lo tenías, ahora....

Leo frunce las cejas y se acerca a la mesa. Examina la flor con cautela, como si temiese que un chorro de agua o algo así fuese a salir disparado hacia su cara. Cuando se convence de que la rosa es inofensiva, le mira de nuevo con esa cara de querer decir un montón de cosas.

- Qué cosa más bonita, joder. Es... – resuelve la frase con un suspiro monumental.

- Puedes cogerla, ¿eh? No tiene espinas.

- Bueno, eso da igual. Si me pincho ahora, no sangro. Créetelo, que es verdad. No me esperaba esto ni de coña. Vamos... es que... ni de coña.

- Por eso se llama sorpresa.

- Joder con la sorpresa.

Ella toca flor con cuidado, como para asegurarse de que es real, después la huele con los ojos cerrados.

- Supongo que otro tío hubiese encontrado otra manera sin tener que estar puteándote todo el día. Una manera, pues eso, más normal. Pero...- se encoge de hombros-... ya me conoces, muy normal, muy normal, pues no soy.

- Pero es que yo tampoco quiero un tío más normal.

- Está muy bien saberlo. Llegará un momento en el que te recordaré que has dicho esto. Tenlo en cuenta.

Leo se ríe con todas sus ganas, luego le mira muy seria.

- Oye, que yo no estaba enfadada contigo por no haberte acordado, ¿eh?

- Ya lo sé, mujer, si te conozco como si te hubiese parido.

- Vale. Es que... – levanta un hombre- Yo, contigo, lo que se dice contigo, no me he enfadado hasta que me has dicho lo del cumpleaños de tu amigo. Antes de eso, estaba enfadada conmigo por idiota, por hacerme ilusiones de que te habías acordado, como me decías esas cosas...

- Bueno, Leo, es que como para no enfadarte con lo de las cañas. Me hubiese jodido hasta a mí y yo paso bastante de esas cosas.

- Ya, bueno, pero que no quiero que pienses que soy una niña tonta que se enfada porque su chico no la felicita, ¿vale? Me hace muchísima ilusión que te acuerdes. Muchísima. Igual que la tarta esa que es una puta pasada, los globos que son lo mejor y esta rosa tan preciosa. Más ilusión de la que te puedas imaginar, pero... hubiese podido pasar sin ellos. Sé cómo eres. Sé que para salvarme el culo, te meterías en un tanque lleno de pirañas sin pensártelo dos veces, pero también sé que estas cosas no son lo tuyo.

- Bueno, Leo, yo por tu culo me meto dónde haga falta, ya lo sabes. Hasta en un baño después de que Requena haya pasado a descargar de buena mañana.

Leo se ríe, resopla y señala con la barbilla en dirección a la tarta. No es porque la haya encargado él, pero Leo tiene razón. La tarta es una puta pasada. Preciosa. Está hecha con todos tipos de gominolas que uno se pueda imaginar, de todas la formas posibles. Flores, corazones, manzanas, tartas en miniaturas, fresas, plátanos, conos de helado, animalitos, muñequitos. En la cima, veintisiete velitas que en realidad son veintisiete nubes coronadas por otras tantas gominolas de fresa y nata.

- Joder, Corso, es que... - sube los hombros, alza las cejas, inspira profundamente y acaba dejando escapar sonoramente todo el aire que ha cogido.

- Te gustan las chuches, ¿no? Pues toma dos quilos.

- ¿Dos quilos? Hostiá. Se nos van a caer los dientes.

Se ríe con la misma carita que debía tener a los diez años.

- ¿Puedo coger una?

- Leo, es tuya. Puedes hacer con ella lo que te venga en gana. Bueno, menos tirármela a la cara, que esos dos quilos en plena jeta deben doler...

Ella se ríe entre dientes y coge una de las nubes del contorno. Se la ofrece a él, la da un mordisco y ella se come el resto.

- Digo yo que habrá que meterla a la nevera o algo así, que como se pongan duras... la hemos líao.

- Mañana le voy a llevar un trocito a estos, ¿vale?

- Di que sí, hay que hacer la pelota a los jefes.

- Joder, tío, que me la habías colado del todo.

- Si es que yo iba a para actor, ¿nunca te lo había dicho? ¿A que te ha encantado lo de la ventana de esta mañana? Ha sido una improvisación guapísima.

- Vamos, loca me ha vuelto. Y lo del numerito de arrodillarte con cara de angustia para decirme que ya tenía ese puto informe del laboratorio... Y, bueno, lo del cumpleaños Andrés... eso ya ni te cuento. Si no te he hecho la ola ha sido porque yo sola no tenía mucha gracia.

- Si es que siendo un cabroncete, soy el puto amo.

- Y no siéndolo también. A las pruebas me remito...- señala con la barbilla hacia la mesa.

- Pues esto solo es el aperitivo, si te ha gustado, cuando veas el regalo de verdad...

Los ojos de Leo se abren de par en par.

- ¿Cómo que el regalo de verdad? ¿Hay más regalos?

- ¿Ah, que esto te vale como regalo? Pues nada, nada, olvídate de lo que te he dicho. No hay más regalos. Este es el regalo.

- ¡Sí, hombre! Ahora no, ¿eh? Ahora quiero el regalo de verdad. Si no, no haberme dicho nada.
Ve su expresión entusiasmada y le sale una carcajada de lo más hondo del pecho.

- No me he escoñado escondiéndolo, ¿eh? A poquito que busques...

Leo mira a todos lados con una expresión graciosísima en la cara.

- Venga que te echo una mano. Debajo de la mesita de café.

Corre como una niña pequeña hasta la mesa. Se pone a cuatro patas sobre la alfombra y lanza una exclamación de triunfo al dar con su premio. Mira con los ojos entornados la misteriosa caja que lleva entre las manos.

- Pesa....

La ve en los ojos la idea de agitarla.

- No, nada de movimientos raros que te lo cargas. Hay cristal.

- ¿Cristal...? ¿Pero qué coño es...? ¿No será un juego de vasos para reponer todos los que me has roto?

- Podría, pero no. Eso para el próximo.

- Joder, no tengo ni puta idea de qué puede ser....- desata el lazo que la cierra con una impaciencia que le derrite.v
- Ábrelo y lo ves.

La observa conteniendo el aliento mientras ella hace jirones el papel del envoltorio. Esta parte en la que ella abre el regalo, también le da un pudor absurdo. No está acostumbrado a esto de regalar nada, menos a aún a una chica, todavía menos a su pareja. Le da tanto miedo haberse pasado como no haber llegado.
La ve contener un gritito cuando un montón de pétalos de rosa aparece delante de ella después de quitar la tapa. Leo aparta los pétalos y, con cara de pasmo, saca una botellita de cava y un par de copas altas de cristal. Le mira con la boca abierta y las cejas arrugadas.

- De esta moñada no soy responsable, ¿eh? Que quede bien claro. La preparan así de serie, yo intenté que metiesen un par de botellines de Mahou bien fríos y unas bravas pero me dijeron que ajo y agua, que esto era lo que había.

Leo le mira sacudiendo la cabeza y riéndose. Para ser sinceros, no tiene nada en contra de lo que hay en la caja, al contrario, pero uno tiene que mantenerse en el papel que le ha tocado y él ya lleva demasiados puntos moñas en menos de cinco minutos. No es plan.

- Estás hecho todo un romántico...

- ¿A que sí? Pero tú sigue buscando, que lo mismo encuentras algo interesante.

La punta de la lengua de Leo asoma entre sus labios mientras no deja de sacar pétalos de rosa en busca del regalo. Sepa Dios la de rosas que habrán dejado pelonas para rellenar la caja. Tras muchos pétalos sacados, al fondo de la caja, por fin aparece el puñetero regalo. Parece que lo hayan puesto abajo del todo para desesperar al homenajeado.
Leo se da muchísima prisa en quitar de en medio un sobrecito blanco pulcramente cerrado, lo que de verdad vale, y centra toda su atención en un folleto grueso y brillante. Conforme pasa páginas y se va dando cuenta qué es, sus cejas se van subiendo más y más, los labios van formando una “o” muda cada vez más grande y los ojos alcanzan dimensiones no vistas con anterioridad. Levanta la vista hasta él.

- No- una enorme sonrisa hace que ese “no” suene de lo más curioso.

- Sí. Definitivamente sí.

Le abraza muy fuerte por el cuello y, cuando no se está riendo a mandíbula batiente, le besa como una loca por toda la cara. De nuevo, el pudor y la tontería se le van. Se siente el tío más poderoso del mundo por haber puesto esa expresión en su carita.

- Me da que te ha gustado el regalito.

Leo no dice ni sí, ni no, ni nada de nada, solo se ríe como si no pudiese parar.

- Ah, te aviso de que te he mangoneado días libres como me ha dado la gana. Para reclamaciones, luego te doy una hojita.

Leo se ríe con todas sus ganas.

- ¿Y qué te voy a reclamar? Hostia, es.... Madre mía...¿Menorca?

- Menorca.

- Es que no me lo creo.

Cree que es absolutamente imposible de que la sonrisa de Leo se amplíe ni un solo milímetro más.

- Pues créetelo. Nos vamos a pasar diez días de puta madre tocándonos el bolo en las costas menorquinas. Vamos a relajarnos tanto que nos vamos a desintegrar. Ya habíamos hablado de hacer una escapadita, ¿no?

- ¡¿Diez días?!

- Diez, uno detrás de otro. Ya está hablado con los jefes desde hace un montón. Como hemos sido tan buenos, tú has solucionado el papeleo atrasado de dos años y yo no he liado ninguna demasiado gorda, ni una pega nos han puesto.

- Qué fuerte, diez días a Menorca...

- Ya verás qué pasada. Bueno, yo nunca he estao pero he visto fotos y me han contado cosas. Es la polla la zona. Pinares, playitas como las del Caribe, calas escondidas. Ah, y el hotel... Hostia con el hotel. Una casa señorial de sé qué coño de siglo, todo reformado hace nada, chulísimo. Es chiquitito, doce habitaciones creo que son. Nada de puvertosos tocajones, ni de jubiletas tocapelotas. Es la hostia. Bueno, si es que con que veas las fotos...

La cara de Leo ahora es un cruce entre espanto, estupor y algo más que no sabría decir. Ya estaba bastante emocionado con la idea del viajecito pero, viéndola así, su entusiasmo acaba de dispararse.

- Pero... ¿Pero, Corso tú has visto el sitio?

- Pues claro que lo he visto, ¿por qué te crees que nos vamos a este hotel y no a otro? Ya verás la habitación. Te vas a quedar de piedra. Cuarenta metros cuadrados, abuhardillada, una terraza enorme con vistas al mar y al pinar para nosotros solitos, cadena de música, tele de plasma, portátil con conexión a Internet, cama de dos metros por dos... Vamos, que vamos a tener que usar el móvil para encontrarnos en el colchón - levanta las cejas y la pone morritos.

- ¿Pero tú te estás oyendo?- le planta el catálogo debajo de las narices- Me estás hablando de un estrellas.

- Y porque no había de seis, que si no...

- Esto.. esto es un pastizal. No... no hacía...- levanta un hombro y resopla.

- ¿Que no hacía falta? Ya lo sé que no hacía falta. Me ha apetecido y punto. Sin más. Joder, Leo, ¿se te ha olvidado el añito que hemos tenido?

Ella niega con la cabeza.

- Pues ya está, joder. Nos merecemos unas vacaciones como Dios manda. Nada de gilipolleces de hoteles cutres y mierdas. La casa por la ventana. La pasta, pues es lo de menos. Está para gastarla, ¿no? Pues eso. Además, que es octubre cuando nos vamos. Temporada baja. Por lo que cuestan cuatro días en verano, nosotros nos vamos diez. Es una ganga. Y, coño, que va a ser la hostia, Leo. La hostia. ¿Pero tú tienes idea de cómo nos lo vamos a pasar? Playa, montaña, relax, fiesta... Es que no me jodas, Leo, es... acojonante.

Ella se lleva la mano a la boca y se ríe. Se siente el tío más poderoso del mundo por haber puesto esa expresión en tu carita.

- Es que no sé ni qué decir.

- Es que no tienes que decir nada.

La coge por la nuca y la da un beso de esos que hacen que el resto del universo hasta estorbe. Cuando se separan, Leo se le queda mirando y suspira sentidamente.

- Oye, pesada, ¿No irás a empezar otra vez con lo de la pasta, no?

- No, que va. Yo ya he cumplido con eso, te voy a dejar que derroches todo lo que te dé la gana sin ponerte ni media pega.

- Como tiene que ser.

- Eso si, tú allí no te vas a gastar ni un chavo, ¿eh? Advertido quedas, no te voy a dejar pagar ni un helado- decide dejar esta discusión para cuando esté allí- Es que... joder, que soy una gilipollas y una desgraciada. Tú me montas esto, me regalas....- levanta una mano y frunce las cejas- ...y yo hace un momento te he intentado dar con una puerta en las narices... Joder, que, encima, que teníamos mesa para ir a cenar al sitio ese tan chulo al que tú siempre quieres ir y nunca hay sitio, y, antes, voy y llamo para anular la reserva. Soy lo peor.

Ella se cruza de brazos y hace un puchero con los labios. Está para comérsela enterita.

- ¿Pensabas sacarme a cenar a esa marisquería aunque no me hubiese acordado de de tu cumpleaños?

- Pues claro, a ver qué te vas a creer. Es lo que te iba a decir cuando me has saltado con lo de que te ibas de cañas con tus colegas. Ahora me siento como una persona horrible, pero es que me has cabreado tantísimo....

- Bueno, mujer, que yo también hubiese anulado, ¿eh? Eso y un buen rayajo con las llaves en la puerta del coche.

- Lo del rayajo también lo he pensado, no te vayas a creer. He estado con las llaves en la mano pero luego me has dado pena. Además, que con lo que quieres a ese coche, eso es motivo fulminante de ruptura....Pero ahora tenemos que salir, ¿eh? Esto hay que celebrarlo, el cumple y el viaje. Aunque sea, nos vamos al Burger King a por un menú Whopper y a que me den una coronita de reinita por ser mi cumple. Aunque me da a mí que pasados los doce no te la dan...

- ¿Tú con coronita? Esa imagen no me la pierdo yo por nada del mundo. Si no te la dan por las buenas, saco la pipa y les obligo.

Leo se muerde el labio inferior.

- Qué fuerte, tú me llevas a Menorca a un pedazo de hotel de caerse de espaldas, y yo te llevo al burger....- mira el folleto y suspira- No te voy a decir nada de la pasta, pero, tío, cómo te has pasado, si yo con dos días en un hotel normalito...

- Ni hotel normalito ni leches. Leonor, las cosas se hacen bien o no se hacen. Eso me lo decía mi madre a todas horas.

- ¿Pero tú sabes lo descolocada que me tienes? He pasado del cabreo del siglo, al embobamiento del milenio. Estoy que no sé ni por dónde piso.

Se hace una idea de su descolocamiento. Ni le ha corregido por haberla llamado Leonor.

- ¿Sabes? Es que no se me va la sensación de que de un momento a otro me vas a decir algo horrible, yo que sé qué. Algo que no sabes cómo decirme y por eso todo esto. Para endulzármelo un poco.

- Leo, tú has visto demasiada tele- dice eso, pero no le extraña en absoluto que Leo busque el gato encerrado. Últimamente las sorpresas que la dan no vienen siendo muy agradables.

- Será...- levanta un hombro- Joder, Pablo, contigo no puedo, ¿eh? O me puteas como te da la gana, o me haces esto... Joder, tío. Joder....- le sonríe con las cejas fruncidas- Joder...- toma aire- Joder.

Qué gracia le hace lo elocuente que se pone Leo cuando se emociona.

- Oye, por favor te lo pido, Leo, no le digas nunca a nadie que hago este tipo de cosas, ¿eh? De la tartita, los globitos y la rosa, ni palabra a nadie. Por favor. Que me hundes una reputación que me ha costado un huevo de años labrarme. Como me la jodas, ya no te ajunto, ¿eh?

- Idiota

- No, idiota, no. Me lo prometes ahora mismo.

- Vale, te lo prometo. Para el resto del mundo sigues siendo un cabrón insensible, el más duro de la clase, ¿contento?

- Contentísimo, y todavía más si alguien te pregunta dónde nos vamos de vacaciones y les dices que a un camping de Ávila.

Ella se ríe echando la cabeza hacia atrás. Es un sonido fuerte y limpio que le vuelve loco.

- Eres un idiota. Un idiota que... joder.

Cierra los ojos y apoya la barbilla en la coronilla de Leo. Qué bien se está así, coño. Pasará un minuto o así antes de que Leo se separe de él, le bese en la mandíbula, y coja la botella de cava.

- Venga, anda, vamos a abrir la botella. Esto hay que brindarlo como Dios manda, ¿no? Y ya que lo han puesto... aunque si esto del cava a ti te parece excesivo, saco un par de cervezas de la nevera para que te quedes tranquilo.

- No, joder. Está bien mear fuera del tiesto de vez en cuando, ¿no?- aunque algo le dice que en este último rato no ha echado ni una gota dentro...

Leo sonríe, asiente, quita el papel que recubre el corcho, y empieza a tirar de él. La cosa debe estar difícil, porque eso no tiene pinta de moverse ni un milímetro.

- Joder, qué duro está esto...

No pensaba decir nada porque la conoce, pero un minuto después de verla luchar a brazo partido con el corcho, decide echarla un cable.

- Dame, anda.

Leo, sin soltar el corcho, le mira con tal cara que le hace estarse quietecito y colocar las manos tras la espalda como un niño bueno. No, si lo raro hubiese sido que se dejase ayudar.
La ve colocarse la botella entre los muslos y concentrar toda su fuerza y maña en la tarea de descorchar la botella. Unos cuantos segundos de tiras y aflojas llenos de maldiciones entre dientes después, el corcho sale volando con un pop y va a estrellarse contra una pared.
La espuma chorrea por todos lados, parece que acabasen de ganar el tour de Francia, ella se lleva la botella a los labios para que no caiga al suelo. Es rápida pero no lo bastante. Bebe todo lo rápido que puede pero el líquido se escurre de su boca, corre por su brazo, empapa la pechera de su camiseta y cae hasta formar un charquito amarillo pálido sobre el suelo.

- ¡Dios, qué asco! ¡Está todo calentorro!- habla riéndose con la boca pegada a la botella, su voz suena curiosa.

Leo deja de beber, aparta la botella de ella y le mira riéndose. La barbilla y el cuello chorreando de cava, los ojos brillando traviesos.

- Madre mía, Leo, cómo te has puesto...

- Hostia, la que he liado...- se ríe aún más fuerte. En este momento, parece tener más doce que los veintisiete que acaba de cumplir.

- Podría haber sido peor, mujer. Casi haces diana con el corcho en el reloj.

La ve rastrear el salón con los ojos en busca de un sitio dónde dejar la botella. Se la coge de la mano y la lleva hasta la cocina. Dónde la dejen, deja manchurrón seguro. No es Don Limpio, pero tampoco es plan de enmierdar por enmierdar, más que nada porque luego hay que limpiarlo. Aprovecha el viajecito para coger un poco de papel de cocina. Ese suelo habrá que secarlo de alguna manera.
Al volver al salón, descubre que Leo ya ha resuelto el problema del suelo quitándose la camiseta y usándola de bayeta. ¿Cómo no va a estar enamorado como un puto perro de ella? No le deja otra opción, desde el primer momento no se la ha dejado. Ella levanta la vista al oírle entrar. Mira el suelo, mira la camiseta-trapo y levanta un hombro.

- Total, ya estaba hecha una porquería.... ¿qué más da enguarrinarla un poco más?

Leo se incorpora y se seca las manos en los vaqueros. Ese gesto le vuelve loco, como loco le vuelve esa sonrisa y ese sujetador tan bonito que lleva puesto. Uno que no la ha visto nunca. Uno que le gustaría volver a ver con frecuencia. Ella le mira sonriendo mientras se muerde el labio inferior. Conoce esa mirada y esa expresión.

- ¿Te gusta?- lo pregunta en un tono coqueto y provocador señalándose el sujetador – Es nuevo, me lo he regalado yo misma por mi cumple.

- Me flipa.

- ¿Sí? Pues, toma, para ti- se lleva las manos a la espalda, lo desabrocha en un ágil movimiento y, con una sonrisa traviesa, se lo tira a la cara.






Una sin, que hay que conducir (Lunes 22 de Septiembre 2008, 19:15)

Da tal trago al vaso de Coca Cola que lo deja casi tiritando. Está muy fría y le hace cosquillas en la nariz y el paladar. Le gusta esa sensación de cosquilleo extendiéndose por todo el cuerpo. Saborea el dulzor ácido y da un segundo trago, algo más civilizado que el anterior.
Deja el vaso sobre la mesa y, para matar el rato, se pone a examinar sus alrededores. Para ser un lunes el bar está bastante concurrido.
La barra está ocupada casi en su totalidad por un grupete de amigotes que se ríen hasta de su sombra y llevan ya unas cuantas birras de más en el cuerpo. Los de la unidad dos, la segunda unidad menos resolutiva detrás de la cuatro, han juntado un par de mesas y allí andan, de parloteo y sin cerrar un solo caso. Un poco más allá, en otra mesa, hay unos cuantos ejecutivos jóvenes que van de súper estupendos pero que llevan trajes de hipermercado. ¿no se darán cuenta de que van cantando “quiero y no puedo” a quilómetros?

Otro trago a la Coca y una patata frita en la boca. No es que tenga demasiada hambre pero a ver quién es el guapo capaz de resistirse a una patata frita cuando se la ponen delante. Desde luego él no.
Le gusta este bar. Tiene un montón de puntos a su favor. Está muy cerquita de la unidad, es de fumadores, aunque eso, siendo esto Madrid, no tiene mucho mérito, huele bien, al menos para ser un bar, tienen un menú del día estupendo a muy buen precio, siempre ponen tapa con todas las consumiciones, no solo con la primera, que eso le jode mucho, es barato, la música se deja oír y la decoración es chula.
Tiene un curioso punto entre golfo y pijotero que le gusta mucho. La lámpara de araña del techo, rollo Sisí Emperatriz, queda de puta madre con las paredes de ladrillo y las láminas de viñetas de cómic que llenan la paredes. Le gusta la manera en que esas cosas que aparentemente se dan de hostias, a la hora de la verdad, juntas quedan de putísima madre. También le gusta que la pared que da la calle no sea propiamente una pared sino una cristalera enorme. Así, mientras esperas a alguien tomándote una cervecita, pues te puedes entretener cotilleando lo que pasa fuera.

Suelen venir a este bar cuando el trabajo les da un respiro y no tienen ganas de que les lleven una pizza o un chino a la unidad, también se dejan caer con cierta frecuencia para tomar una cervecita al final del día. Se ha convertido en el punto de encuentro habitual. Al otro bar, a ese al que solía ir con Vázquez, no ha vuelto a ir y no tiene ninguna intención de hacerlo. Al menos no a corto o medio plazo.
No va a volver por la misma razón por la que no ha vuelto a sus billares preferidos, no tiene ganas de meterse dentro y encontrarse con el recuerdo de Vázquez. Pasa de meterse ahí dentro y oír en su cabeza la voz de ese cínico cabrón diciéndole que ningún inocente debería estar en la cárcel.
No se considera ningún cobarde por no ir. Es lo que dice Leo, que en esta vida hay que decidir qué batallas combatir. Hay que usar el coco para elegir en qué fregaos te metes, y no se le ocurre qué podría sacar de bueno yendo a esos sitios.
Las cosas están bien cómo están, no tiene ganas de remover la mierda sin motivo. Vázquez le hizo mucho daño y todavía no se ha curado del todo.
Se pregunta qué pensaría ese cabrón si supiese que, por su culpa, todavía es incapaz de usar reloj. Seguramente le soltaría algún discursito pedante de los suyos. Eso se le daba bien. Ese hipócrita tenía moralina para todo.


Echa a Vázquez de su cabeza a patadas. Ya ha malgastado un minuto pensando en él, eso es un minuto más de lo que se merecía. Saca el móvil y empieza a escribir un mensaje.
“Hoy dan ensladilla de tpa. Cmo tards mucho m la voy a yo cmer tda”
Lo envía. Es mentira, pero Leo siente debilidad por la ensaladilla. Seguro que con eso se pica y se da más prisa en acabar ese informe que tan enfrascada la tiene.
Mira que es cabezota la jodía. No había ninguna prisa en redactarlo pero se ha empeñado, se ha empeñado y se ha empeñado. Cuando Leo se empeña en algo, ya se sabe lo que pasa, que lo hace.
No ha valido de nada insistir en que lo dejase para mañana, bueno sí, ha valido para que insistiese aún más en hacerlo justo hoy. No sabe ni para qué se molesta en decirla nada, siempre acaba haciendo lo que la da la real gana. Eso le gusta tanto como le saca de sus casillas.
Al verla completamente decidida a ponerse con el puñetero informe, se ha ofrecido a ayudarla. A Leo la ha faltado tiempo para ponerle la cazadora en la mano y mandarle para el bar sin contemplaciones. Increíble pero cierto. Según ella, si se queda mirándola tarda el doble que si lo hiciese sin observadores, pero que si ya se pone a ayudarla, tarda el triple o el cuádruple. Lo que hay que oír.
Vale que alguna vez que la ha echado una mano con el papeleo ha pasado más tiempo haciendo comentarios, coñitas e incordiando que haciendo nada útil, pero, aún así, se ha sentido un poco ofendido.
Se ha ido porque estaba claro que de nada iba a valer discutir, pero no sin antes decirla lo fuerte que le parecía que le dijese esas cosas tan feas, aunque fuesen verdades como puños. Por supuesto, la segunda parte no la ha dicho en alto.

Leo tiene que estar de sus tareas de oficinista hasta las mismísimas pelotas. La pobre lleva un porrón de tiempo sin catar la acción, claro, para su gusto, que ya la cató demasiado la última vez. Lleva casi cuatro meses entregada en cuerpo y alma a hacer interrogatorios, ocuparse de hacer búsquedas, investigar antecedentes, y redactar informes y rellenar papeleo en general. Los interrogatorios siempre la han gustado pero lo otro... Leo y el trabajo administrativo nunca se han llevado bien, diga ella lo que diga.
Ahora, a lo tonto, se ha vuelto una verdadera máquina usando el motor de búsqueda de la base de datos, ha desarrollado un olfato de sabueso para dar con las palabras clave que la lleven a lo que busca. Y si hablamos de redactar informes... menudo piquito de oro que se ha vuelto. Se sabe lo menos veinte sinónimos para “preguntar”, otros tantos para “decir” y hasta más para “llevar”. Da gloria leer sus informes.
Bueno, ya le queda poco de encierro. Leo ya tiene cita para la revisión médica y la evaluación psicológica por las que tiene que pasar para que la den el apto y la devuelvan el arma. Si nada lo remedia, en menos de tres semanas, justo a la vuelta de Menorca, Leo estará por ahí, armada, peligrosa y con ganas de comerse el mundo. Solo espera que sea capaz de aguantar unos cuantos días más sin volverse loca.
Un par de tragos de Coca y unas cuantas patatas después, el móvil vibra un par de veces al recibir un mensaje de texto.
"Atrevte a comrte la ensaladilla y t corto la mano y lo q no es la mano"
El mensaje subversivo le arranca una carcajada y eso hace que los ejecutivos del traje de mercadillo le miren como si estuviese tarumba. Que la pelen.
"Djate de papeles y ven,q solito m aburro mucho y ad+ ya son casi las 7:30"
Deja el móvil sobre la barra. Menos de un minuto después recibe un nuevo mensaje. Si que teclea rápido, sí.
"Si djas d darme el coñazo acbare y bjare"
Se la imagina con los ojos entrecerrados y sonriendo mientras lo escribía. Bueno, aún tienen tiempo de sobra. Según el reloj del móvil son las siete y veinte, a Canillas llegan en diez minutos, como muchísimo veinte si hay lío, así que sí, estarán allí de sobra para las ocho y media.

- Trabajando para levantar el país.

Levanta la vista del móvil con tanta rapidez que, en su cuello, una vértebra suena de manera insalubre. Parpadea incrédulo un par de veces, el tiempo que le lleva asimilar lo que ve.
Camisa como recién planchada, pelo meticulosamente peinado, afeitado perfecto, americana impoluta y zapatillas deportivas imposiblemente blancas. Exactamente igual que la última vez que le vio.

- Soy funcionario. A las cinco de la tarde me cruzo de brazos. Ya deberías saberlo.

Se levanta de un salto, haciendo un ruido tremendo al mandar a paseo la silla alta con el pie. Su primera reacción es tirarse a darle un abrazo pero se corta. No está seguro de si es una buena idea o no. Le ha pillado con los pantalones bajados. Contaba con tener más tiempo para prepararse mentalmente para esto. Tras unos segundos de titubeo, acaba ofreciéndole la mano.

- Venga ya, Corso. No me jodas.

Mario le da un manotazo en la mano y le abraza por los hombros. Hay un segundo en el que solo es capaz de dejase abrazar y no responde de ninguna manera. El cerebro todavía está asumiendo la situación, ajustándose.
La reacción llega enseguida. Nada de esos abrazos de machotes llenos de palmaditas en la espalda. Nada de mantener distancias de cortesía. Un abrazo de tres pares de cojones. Uno con beso en la cara incluido. Le da igual que los ejecutivos puedan pensar que es un maricón tarao que se ríe solo. Se la pela. Joder, lo que le ha echado de menos. Pensaba que esto no iba a pasar nunca, que le había perdido para siempre.

- ¿Pero qué haces aquí, tío? ¿No habíamos quedado dentro de una hora?

- En el último momento he decidido cambiar hora y lugar.

- ¿Tan poca fe tienes en que sea capaz de llegar a tiempo a una cita?

Mario le mira sonriente y se encoge de hombros. Qué bien lo ve, hostias.

- No es cuestión de fe, Corso, te conozco desde hace cinco años y todavía estoy esperando verte llegar a la hora una sola vez.

- Vaya, qué bonito....

- A parte de eso, hoy hemos acabado del lío antes de lo previsto y se me ha ocurrido venir para acá. Esto me viene casi mejor para volver a casa y por aquí hay bastantes más sitios decentes para tomar algo.

- ¿Y lo de venir justo a este bar...? ¿Una premonición?

- No, una casualidad. He aparcado aquí al lado, iba a subir a la unidad pero al pasar te he visto en la barra por la cristalera. ¿Te has escaqueado de Molina y de Requena o qué?

- Cómo lo sabes tú. En cuanto se han dado la vuelta, me he venido yo solito de cañas.

- Pues entonces no creo que Requena tarde en aparecer para llevarte de los pelos de vuelta a la unidad...

- Que no te extrañase, me tiene marcadísimo últimamente. No se fía ni un pelo de mí.

- Motivos, precisamente, no le faltan.

- ¿No, verdad?- los dos sonríen sabiendo que tiene razón, después se encoge de hombros- Nosotros también hemos acabao pronto de empapelar a los malos. Hemos mandado derechito al juez a un cabrón que se ha cargado a su socio y, como no había más faena, hemos cerrado el chiringuito por hoy. Mañana Dios dirá.

Se quedan callados los dos. Es un silencio extraño, de esos que hace que te pique el cuerpo como si una panda de hormigas te corriese por encima. Esto, por muchas ganas que tuviese de que pasara, no es algo precisamente sencillo.
Indica a Mario con la cabeza que se siente, mientras él se reintegra a su sitio. Mario se quita la chaqueta, la dobla cuidadosamente, la coloca sobre una de las dos sillas libres y se sienta. Todo transcurre en perfecto silencio, tan perfecto que empieza a resultarle un poco incómodo.

- Bueno, hacemos un poco de gasto, ¿no? Que esta gente tendrá que vivir de algo- señala la barra con la barbilla.

- Sí, no me funciona el climatizador y vengo acalorado del coche.

- ¿Qué te pido? No, no, no. Espera, no me lo digas... déjame adivinar- cierra los ojos y se lleva los dedos a las sienes como si fuese un pitoniso de feria- Una sin, que hay que conducir, ¿a que sí, Mariete?
Abre los ojos y se encuentra con la cara sonriente de Mario.

- Sí, señor. Una sin, que hay que conducir.

- Si es que soy muy bueno en esto, joder...

En cuanto el camarero mira hacia ellos, pide las consumiciones. Otro rato de silencio, esta vez es Mario quien habla primero.

- ¿Sabes? Antes, al verte por el cristal, casi paso de largo. Estoy tan acostumbrado a verte de negro que si no llega a ser por los tatuajes...

- ¿Esto?- baja la vista hasta la pechera de su camiseta blanca con el perfil de Corto Maltés dibujado - ¡Pero si es negra, tío! Lo que pasa es que me ha desteñido al lavarla. Las lavadoras estas, que cada vez las hacen más parecidas a ordenadores y yo no me entero ni del nodo... ya no sé si está centrifugando o descargándose algo del eMule.

Mario se echa a reír. Se está esforzando más de la cuenta en ser gracioso pero es que está muy nervioso. Cuando esto le pasa, siente la necesidad de encadenar chiste malo con chiste malo. Se pregunta si Mario se estará dando cuenta. Seguro que sí.

- Oye, pues esta bien el sitio. Es bonito- vuelve a ser Mario quien rompe el silencio.

- Sí, está chulo y, lo más importante, buenos precios y tapa segura- señala el platito de queso y fuet que ha venido con las cervezas- También se come bastante bien, tienen un menú diario cojonudo por ocho euros. Le echamos el ojo Roci y yo este verano.
- ¿Es nuevo?

- Sí, antes era una inmobiliaria. Creo.

Más silencio.

- Bueno, dime, ¿cómo está tu padre?

- Muy bien, está muy bien. El mes que viene empieza a trabajar de asesor en una empresa de seguridad privada.

- Anda, no me digas.

- Sí, se aburre sin hacer nada.

- Es lógico que quiera trabajar, aún es joven para jubilarse.

- Se lo ofreció un colega suyo trabaja ahí. A ver qué tal le va.

- Seguro que bien.

- Sí, seguro.

Los dos asienten y vuelven a concentrarse en las cervezas. En su cabeza puede ver resaltadas en rojo todas las cosas que podrían hacer que las ampollas reventasen. No sabe qué hacer. Decide seguir otro rato más hablando de insignificancias.

- Oye, que estás muy moreno, Mariete, ¿te has ido a la playa de vacaciones?

- Pues la verdad es que sí. En mayo me fui a ver a mi hermana Miriam a Santander, han alquilado un apartamento para todo el verano y me fui unos días con ellos.

- Joder, con tu hermana. Yo me apunto a eso de todo un veranito de relax.

- Bueno, trabajar van a trabajar. Ella es traductora, solo necesita un ordenador y conexión a Internet, así que le da igual dónde estar. Fernando, mi cuñado, va y viene los fines de semana que no tiene guardia. Les hacen buen precio porque está concertados por el colegio de farmacéuticos o algo así. Se van, cambian de aires y las niñas se lo pasan pipa en la playa.

- ¿Qué tal las sobris?

- Guapísimas. Cada día se parecen más a mi hermana. La pequeña es un trasto de mucho cuidado.
- ¿Qué tiene? ¿Cinco añitos? Es normal, está en la edad.

Esta conversación es extraña. Los dos se están esforzando demasiado en aparentar que no ha pasado nada. No sabe si esto es de agradecer o de temer. Altruistamente, no quiere poner a Mario en situaciones incómodas. Egoístamente, tampoco quiere ponerse a sí mismo en esas mismas situaciones, pero el corazón y la cabeza le dicen que esto no va bien y que no puede seguir así mucho tiempo, que lo inevitable tiene que acabar saliendo. Por teléfono fue más fácil. Mucho más fácil.
Los dos beben en silencio. Mario mira a su alrededor como si en vez de en un bar estuviese en el museo Thissen, tampoco él parece tener muy claro cómo echar a andar esto.

- Bueno, ¿Y no te has ido más? Lo digo porque, anda que no te está durando el moreno..
.
- Sí, bueno, en julio me volví a ir. Una semana con unos amigos a Portugal, al Algarve.

- Cómo te lo montas tú también. Así, sí.

- No me puedo quejar. ¿Tú te...- un carraspeo-... os habéis ido?

La discordancia entre el sujeto y el verbo le produce cosquillas en el estómago.

- Pues hubo una escapada rápida en mayo, pero nada un fin de semana. Bueno, ni eso. Día y medio. Tal y como se han presentado las cosas no ha habido oportunidad de más. Ahora, en un par de semanas nos vamos. Nada, una cosa tranquila para desconectar un poco y cambiar de aires.
Por lo que implica, no se siente demasiado cómodo con este tema. Prefiere pasar de puntillas y dar la menos información posible.

- A veces uno necesita salir de dónde esta, ¿eh?

- Sí.

- Octubre es una buena época para viajar, hay mejores ofertas, menos gente y el tiempo acompaña. Sigue haciendo calor pero es más tolerable. Seguro que os hace buen tiempo.
El comentario sobre el clima de Mario le pone los pelos de punta. ¿Desde cuando Mario y él hablan del tiempo? Toma aire y desvía la conversación hacia otro lado.

- Pero, bueno, tío, cuéntame, ¿qué tal con los de la brigada de informáticos? He oído que de puta madre.

- Pues sí, la verdad es que sí.

- Me alegro mucho, Mario.

Mario se queda callado un buen rato, tanto que cree que no va a decir nada más, pero se equivocaba.

- Esto de Delitos Informáticos es muy distinto a la unidad. Ya no me suena el móvil a las tres de la mañana. Es mucho más organizado, más calmado. No hay horarios fijos como en una oficina, pero tampoco hay ese caos que teníamos, que tenéis.

- Pues con lo maniático que eres tú para el orden... estarás como en el paraíso, con mayúsculas.
Mario sonríe y asiente.

- Los casos son distintos y también se llevan distinto. No es como antes que era todo más inmediato. No es correr, interrogar, hacer cábalas... a los malos no les cogemos así, es más lento, más metódico, hay pocas intuiciones, mucho trabajo de ordenador y muchas horas de espera. A ti te horrorizaría, lo sé, pero a mí me gusta.

- Eso es lo importante, que tú estés a gusto.

- Lo estoy. Mucho. No sé, puede que dentro de un tiempo me apetezca volver a la acción pero ahora mismo estoy dónde quiero estar.

- Eso no es poco, tío. Mucha gente no tiene esa suerte.

- Eso es verdad.

Otro paréntesis de silencio, como Mario no dice nada, lo dice él.

- Oye, que me ha contado un pajarito que cazasteis a toda una red que traficaba con chicas rusas por la red.

- Pues sí. Fue una carrera de fondo pero al final nos llevamos el premio. Fue muy despacio, en la brigada no puedes ir a los malos y sentarles en una sala de interrogatorios. Ya te digo, es distinto pero, mira, al final...

- Bueno, mientras los malos acaben entre rejas.... qué más dará cómo les cojamos, ¿no?
Mario sonríe dando un sorbo a ese pis de gato suyo que se hace llamar cerveza sin, después se queda muy callado mirando una lámina en la que Tintín está rescatando a su perro sobre el ala de un avión amarillo.

- Ahora que me acuerdo... tengo un colega en tu mismo edificio, uno que hizo la básica en Ávila conmigo. Tomillo, uno de Cádiz bajito y pecoso. Inspector. Un tío bastante peculiar.

- Por el nombre...- sacude la cabeza- ¿dónde está?

- Crimen Organizado.

- No, no me suena de nada, lo mismo lo he visto, pero...

- Ya, lógico, eso es muy grande.

Tampoco lo esperaba, el edificio de Canillas es tochísimo. Además da igual, Tomillo es un gilipollas, solo le ha mencionado por hablar de algo.

- Pues me alegro mucho de que estés contento dónde estás. Te lo digo de verdad, tío. Ya lo sabes.

- Sí, ya lo sé, Corso- se detiene un segundo antes de continuar- Verás, no es solo que esté contento, es que me siento, distinto. Mejor. Mucho mejor. Yo al final, en la unidad estaba muy tocado y no... no me refiero a... a vosotros- se calla y resopla.

- Escobar.

Mario asiente

- En los últimos meses en la judicial yo estaba mal, me sentía mal conmigo mismo. Aquí hago mi trabajo, lo hago bien y ya no me siento cómo me sentía antes. Ya no me martirizo de esa manera. Estoy tranquilo y a gusto. Me vuelvo a sentir en paz conmigo mismo. Ya no siento la necesidad de arruinarme la vida para expiar pecados. No estoy orgulloso de lo que hice pero ahora puedo vivir con ello y seguir adelante.

Los dos se quedan callados. Sin comerlo ni beberlo, la conversación de ascensor se ha acabado y ha empezado la de verdad. Se han metido hasta las rodillas en terreno espinoso. Duele, pero es necesario.

- Mario, tú ya sabes lo que pienso de lo que hiciste. Hiciste lo que a mí me gustaría haber hecho. Deberían darte una medalla por hacer lo que el mundo necesitaba. La justicia no te la dan en los tribunales, Mario. Créeme, sé de lo que hablo.

- El trato con Esparza.

Asiente.

- Me quedé de piedra cuando Rocío me lo dijo.

- No fuiste el único que se quedó así. Por eso te digo, Mario. Los jueces sabrán mucho de leyes pero no tienen no puta idea de lo que es la justicia. Te llegan, te dicen que lo sienten mucho, pero que las cosas son así. Esperan que con una indemnización y una medallita mierdera por haber cogido a un tío al que van a soltar te contentes, y ahí te quedas tú con tu cara de gilipollas. Se podían meter el dinero y la condecoración por el ojete.

- No sé qué se les pasó por la cabeza al ofrecérselo.

- Pues coger al malo malísimo por las pelotas. Ya sabes cómo va esto, los peces gordos son los que cuentan, no los chicos... y para los de Justicia y los de Interior, Esparza es un boquerón raquítico y Naranjo un mero gordo. Esto es así. Lentejas- no puede evitar sonreír al usar la expresión de Leo- Es como cuando con el asunto del gimnasio ese del año pasado. También hubo un trato y nosotros nos teníamos que comer todo lo que el feo cabrón ese había hecho para pillar a su hermano, el Nécora.
Este asunto no lo lleva ni la mitad de bien de lo que ha dado a entender, pero hablar demasiado del tema no le va a hacer ningún bien. Al contrario.

- Centollo, era el Centollo.

- ¿Qué más dará? Los dos tienen patitas, se comen y están buenos, ¿no?

- Si lo miras así...

- Pues eso.

Mario da un trago largo a su jarra.

- La pregunta es vieja, pero, como no nos hemos visto antes, ¿qué tal ha sido volver a la unidad?
Esto le recuerda que la última vez que vio y habló con Mario fue en febrero, antes de haber decidido qué iba a hacer con su vida.

- Pues como si no me hubiese ido nunca. Como volver a casa. Casi la cago, tío, si me llego a ir... Joder, me hubiese arrepentido toda la puta vida. Pero al final tomé la decisión buena y estoy muy contento. Si llego a coger la puerta, hubiese tenido que volver con el rabo entre las piernas y suplicarle a Requena que me readmitiese.

- Pensé que lo dejabas de verdad.

- Yo también lo pensaba. Hasta tenía mi plan B, iba a montar un taller mecánico. Lo tenía visto y todo...

- ¿Un taller mecánico?

Mario lanza una ruidosa risotada que llena el bar.

- Si, ríete que me lo merezco. Estaba ya casi convencido, hasta había hablado con el banco para el préstamo y eso, pero... pero yo solo sirvo para esto. No sé hacer otra cosa y, qué coño, que esto es lo que quiero hacer. Yo no estoy aquí para pagar por culpas ajenas como cierto cabrón solía decirme, estoy porque es dónde quiero estar.

- Ya te lo dije, eres un buen poli, Corso.

- No sé si soy bueno o malo, solo sé que soy poli. No sé qué coño tenía en la cabeza cuando pensé en irme.

- A veces te obcecas en una idea y...- Mario se encoge de hombros.

- Sí.

- La última vez que vi a Leo, a principios de año, ella estaba completamente segura de que ibas a quedarte en la poli, en ese momento pensé que se equivocaba. Pero no. El que se equivocaba era yo.
La mención directa a Leo hace que algo le suba por el estómago. Acaban de llegar al punto crucial de la conversación. El que estaban dejando para el final. Da un trago a su cerveza mientras Mario hace lo mismo.

- ¿Dónde está?- le mira a los ojos al preguntárselo.

- Arriba, en la unidad. Acabando un informe. Había quedado aquí con ella para irnos ahora a Canillas. Debe estar al caer.

Mario se queda callado unos segundos antes de seguir hablando.

- Todo el mundo me dice que está genial, me lo dice Rocío, me lo dice Molina, me lo ha dicho ella... ¿Está bien de verdad?

- No, bien no. Está de cine, Mario. Cuando la veas vas a flipar. Está mejor que nunca.

Asiente un par de veces con fuerza.

- Estos meses han tenido que ser muy duros para ella. Para ti también.

Se encoge de hombros.

- Ha sido muy jodido llegar aquí, pero, bueno, lo pasado, pasado está y no hay que darle más vueltas. Lo importante es que ahora está de puta madre. Si te echa una carrera, te tumba fijo... bueno, lo mismo a ti no, que tú eres una máquina, pero a mí sí. Te lo digo por experiencia.

Mario le sonríe y asiente.

- No sabes cómo me alegro de oír eso. Te lo digo de corazón. Aunque no nos hayamos visto y no hayamos hablado, nunca se me ha ido de la cabeza lo que estaba pasando - lo dice clavando los ojos en los suyos

- Ya lo sé, ella también.

- Sé que he desaparecido completamente del mapa, pero a veces... a veces la situación se complica y uno tiene que hacer cosas que no le gustan. Yo no tenía más opciones, Corso, o cortaba de raíz o no podía salir adelante. No me podía permitir quedarme encallado. No podía.

- No, Mario, ¿eh? Déjalo, ni explicaciones, ni pollas, todo eso sobra.

Mario no protesta, asiente un par de veces con la cabeza.

- Pues ya está, las explicaciones para los jefes. Tú has hecho lo que tenías que hacer. Nada más. Al final todos hacemos lo que tenemos que hacer sin ponernos a mirar por otros. No es bonito de decir pero la vida es así. O eres un poco egoísta, o te dan por el culo. Además, ¿cómo vas a dar tú explicaciones de nada? Tío, eso sería el mundo al revés, yo tendría que empezar a beber cerveza sin y a comer mierdas de soja, y tú comprarte un todoterreno y tatuarte un pulpo

La sonrisa de Mario se ensancha. Mario le mira a los ojos mientras juguetea con un palillo entre los dedos. No dice nada, pero Mariete, en cuestión de sentimientos, es transparente. Se le ven en la cara. No se lo va a preguntar pero hay algo que necesita saber.

- Mario, tú para mí eres más que un amigo. Eres como mi hermano. Ya lo sabes. Lo último que quiero es hacerte más daño, pero hay una cosa que creo que tú necesitas oírme decir- hace una pausa para intentar organizar sus pensamientos- Yo tengo la cabeza muy dura. Muchísimo. Toda la vida me ha costado mucho ver las cosas importantes. Hasta que no he estado a punto de cagarla, no las he visto, y, aún viéndolas, hacía como si no estuvieran. Por eso la he cagado tanto con tanta gente. Por eso la cagué contigo. Mira, ojala hubiese sabido hacer las cosas de otra manera, pero no supe. Me hubiese gustado que las cosas hubiesen surgido distintas. Lo que te voy a decir lo mismo hace que te des la vuelta, te largues por esa puerta y no vuelvas a querer saber nada de mí, pero te lo voy a decir igualmente porque ya la cagué contigo una vez no siendo sincero. Te mereces que ahora lo sea.

Un sorbo de cerveza para coger fuerzas.

- Siento mucho haberte jodido y haberte hecho daño, Mario, muchísimo. No sabes cuánto, tío, pero yo no me arrepiento en absoluto de haberte hecho la putada que te hice con Leo. Lo siento mucho pero no puedo arrepentirme. No puedo. – sacude la cabeza- Cada día menos. Solo siento que tú tuvieses que sufrir.

No sabe si ha dicho lo que quería decir, o si ha dicho otra cosa distinta, verbalizar sentimientos complicados no es lo suyo. Se pregunta si va a reventarle la nariz de una hostia. Le ve asentir con cara muy seria un par de veces, después una sonrisa aparece en su cara, joder que casi parece contento. Mario acaba de desconcertarle echándose a reír. No tiene ni puta idea de qué decir así que se queda calladito, que parece que así está más guapo.

- Vas a pensar que estoy mal de la cabeza, pero me alegro muchísimo de oírte decir lo que me acabas de decir. Mucho. Muchísimo. Mira, si me llegas a decir esto hace unos meses, desde luego que no me hubiese reído. Créeme que no. Pero las cosas han cambiado. - se queda callado y entorna los ojos con una sonrisa- Han cambiado mucho. Si ahora me dices que lo que tienes ahora no te compensa el daño que me hiciste, que hubieses preferido quedarte de brazos cruzados a joderme a mí, eso hubiese sido como si me vomitases encima. Habría sido lo peor que me podrías haber dicho. La hostia final. Entonces es cuando no querría volver a saber nada de ti.

- Entonces...

- Entonces me hiciste polvo pero, al menos ha sido por algo que ha merecido la pena. Entonces eres un cabronazo por habérmelo dicho, pero lo podías haber dejado estar. Podías no haberme dicho nada, pero no lo has hecho. Eso dice mucho de ti.

Aprieta fuertemente el hombro de Mario, después se deja de tonterías, se levanta de su sitio, rodea la mesa y abraza a Mario como si no lo hubiese hecho en años. Se siente tan contento que, si no fuese porque tiene una reputación que mantener, lo mismo hasta se le escapaba una lagrimita. Joder, se está volviendo un oso amoroso moñas a la velocidad del rayo. Recupera la pose viril dándole a Mario unas cuantas palmaditas en la espalda, reintegrándose a su taburete y acodándose otra vez en la mesa.
Mario levanta su jarra de cerveza y él choca suavemente con la suya. Apura lo que queda de cerveza mientras Mario hace lo mismo con la suya.

- Eso sí, cabrón, esta ronda la pagas tú.

- ¿Voy a tener que pagarte ese pis de gato? Pffff, no sé yo, ¿eh? No sé... bueno venga, va. ¿Otra?

- Venga, otra, pero ahora una clara. Que hasta que coja el coche me la puedo permitir.

- Vas de mal en peor, tío, las “sin” mal están, pero las claras son de chicas. Chicas flojas además, pero, oye, yo no digo nada... tú sabrás- levanta la mano al camarero- Me pones otra caña y una clara.
Desvía la atención del camarero, y ve que una cosa preciosa y sonriente está entrando por la puerta del bar. Con la barbilla y los ojos le indica a Mario que mire en esa dirección. Mario gira la cabeza y, aunque no le ve la cara, se la imagina por esa risa suave que oye.

Cuando Leo ve a Mario, se convierte en una de esas muñequitas de los dibujos animados japoneses que solo tienen ojos. Los dos se quedan mirándose durante unos segundos sin atreverse a moverse. Ve que Leo está igual que él hace un rato, que no sabe que hacer. Mario rompe el hielo abrazándola, ella responde poniéndose de puntillas sobre sus botas y colgándose a su cuello.
No puede evitar preguntarse qué estará sintiendo Mario en este momento. Espera que no sienta lo que él sentía cuando les veía juntos a ellos, eso dolía mucho. Espera que se haya curado. Lo desea de todo corazón. Mario no se merece sufrir más.
Supone que si está aquí, si ha salido de él lo de quedar, es porque tiene asumida la situación, seguramente que hasta superada porque Mario no es tonto, pero como a él le resulta imposible la idea de olvidarse de Leo, no sabe bien qué pensar. Por su puesto él no es Mario, pero a uno le resulta imposible no volcar sus propias emociones y necesidades en los demás.
Mario y Leo se separan, les ve mirarse el uno al otro con dos enormes sonrisas gemelas.

- ¿Pero tú qué haces aquí, tío?- la voz de Leo suena como la de una niña pequeña absolutamente encantada

- Pues, ya ves, tomándome una caña con mi ex jefe.

- ¡Si habíamos quedado en otra parte!

- Como no me gusta esperar, y vosotros dos siempre llegáis tarde, he decidido poner remedio.

- Pues hubiésemos llegado pronto, ¿eh? Mira la hora.

- Seguro que no, que os hubieseis perdido, encontrado atasco o algo así...

- Pues seguro, somos un poco desastres.

Mario se acerca a la mesa y se vuelve a sentar en su sitio. Leo se queda a un par de pasos de la mesa. Se la queda mirando y no sabe qué cojones hacer. Se ha quedado bloqueado, lo que le apetece es darla un beso y un abrazo pero eso no puede hacerlo. Leo también parece estar dudando, se lo ve en los ojos mientras se quita la cazadora.
Mario debe notar la ligera incomodidad en el ambiente y finge estar muy enfrascado con algo que hay en el suelo. Alarga la mano para coger la cazadora de Leo y solventa el saludo con un roce en la mano. Ya habrá tiempo para lo que les dé la gana en privado.

- Bueno, ¿Qué, trabajadora del año? ¿Una cañita?

Al hablar él, Mario, por fin, levanta la vista del suelo.

- Sí, por favor, que vengo seca...

Leo coge una croqueta del plato que les han puesto de tapa con la segunda ronda. La da un buen mordisco y la mastica con los ojos entrecerrados. Hace un ruidito de éxtasis con la garganta.

- ... y con un hambre....- habla medio riéndose con la boca llena- Ni me acuerdo de cuándo o qué he comido.

- Seguro que un sándwich de esos de máquina- Mario se rasca distraídamente la oreja- Era lo que acabábamos comiendo casi siempre. ¿Siguen estando igual de secos?

- Que va, han cambiado de proveedor y ahora están más secos todavía- Leo lo dice poniendo los ojos en blanco.

- Interior, siempre a mejor- coge la croqueta que queda en el plato. Verla comer le ha dado hambre.

Leo mira a Mario y sonríe de oreja a oreja.

- Joder, tío, Mario, estás genial. Te ha sentado bien el verano.

- Bueno, quién fue a hablar. Quién te ha visto y quien te ve. Todavía me acuerdo de la última vez, cuando fui a tu casa a los pocos días de que te diesen el alta. Andabas con la muleta por esa época.

- Ay, la muleta, qué horror. Me salió hasta callo de usarla- levanta la palma de la mano para demostrarlo.

- Es que estás increíble, Leo. Menudo cambio.

- ¿Has visto? – Leo lanza una sonrisa de ocho mil watios- Como nueva. Ha sido comer comida de verdad, correr un poquito, un poquito de yoga.... y lista.

Mario le mira directamente a él con cara de estupefacción.

- ¿Ha dicho correr y yoga? Lo de corre, bueno... pero el yoga...

- Ha dicho, ha dicho. Doy fe, que la he visto hacer las dos cosas. Vivir para ver, ¿eh, tío?

- No me pega una mierda ni lo uno ni lo otro, lo sé y lo asumo, pero oye... yoga fue lo que me dijeron los médicos que hiciera. Se suponía que me iba a ir de perlas para ponerme en forma y era verdad. Eso sí, yoga en plan gimnasia, nada más. De todo ese royo filosófico paso un rato largo. Eso de que por ponerte la pierna en la cabeza vas a encontrar el camino de la verdad....- arruga la nariz y entorna los ojos.

- Eso ya me deja más tranquilo. Veo que vegetariana tampoco te has hecho.

Leo sonríe mientras se mete en la boca la otra mitad de la croqueta.

- Pues no, va a ser que no.

- Te veo con tu cerveza, comiendo de todo... es estupendo, de verdad.

- Hasta guarradas fritas puedo comer sin darme la vuelta como un calcetín. Me dijeron que con el resumen de intestinos que se me han quedado seguramente me iban a sentar mal tropecientas mil cosas pero, oye, que yo todavía no he encontrado ni media.

Leo habla muy deprisa, está un poco nerviosa, se lo huele debajo de su colonia. Está nerviosa pero también jodidamente contenta.

- No sabes cuánto me alegro.

Leo echa mano del paquete de tabaco que él ha dejado sobre la mesa y saca uno.

- He vuelto a fumar...- lo dice con expresión culpable.

- Yo no digo nada, pero ese tabaco...

- Pero si tengo los pulmones de exposición y no lo digo yo, que lo dice el médico, ¿a qué si, Corso?

Asiente con la cabeza mientras la acerca la jarra de cerveza que el camarero acaba de dejar sobre la mesa. Esta viene con unos taquitos de jamón que parece bastante bueno. Vamos subiendo de nivel.

- Ya te digo, según la última revisión, los tiene para ponerlos en el Reina Sofía. Como si en su puñetera vida les hubiese pasado algo o hubiese fumado. Esta chica está hecha de titanio- coge un taquito y se lo mete en la boca- Podrían hacerlo, ¿eh? Lo del museo digo. Total, con las cosas tan raras que cuelgan en los museos.... seguro que pasaban por una escultura moderna de esas.

Mario echa la cabeza hacia atrás y se ríe.

- No te diría yo que no. Ya sabéis que me gusta el arte moderno pero tengo que reconocer que hay cada cosa...

Durante un minuto la conversación desaparece completamente. Los tres se ocupan de su cerveza y de atacar el jamón sin decir nada. El silencio no es del todo tenso pero tampoco es precisamente cómodo. Seguro que con el sonotone adecuado podrían oírse las ruedecitas de tres cerebros girando a toda prisa.

- Bueno, y.... ¿qué tal van las cosas por la unidad?

- Pues como siempre...- Leo pone cara de haberse arrepentido al instante de usar precisamente esa expresión, “como siempre”- Estos todo el día para acá y para allá, y yo todo el día encerrada.

- ¿Seguimos en esas?

- Seguimos en esas. Se supone que un par de semanas ya me sueltan. A ver si es verdad... Pero bueno, lo que te dije, con mucho lío. Ya sabes cómo es el verano, con el calor la gente la pierde los nervios. Se pone más agresiva.

- Eso es verdad- Mario responde mientras juguetea con una servilleta de papel.

- Deberían sacar una ley orgánica de esas para que el aire acondicionado fuese obligatorio para todo el mundo. Así, todos fresquitos y tranquilitos.

Leo y Mario se ríen suavemente de su comentario tonto. Se siente más relajado que antes, todos parecen estarlo, pero aún hay partículas extrañas flotando en el ambiente

- Sí, sí, reíros, pero nos ahorraríamos muchos desaguisaos y nosotros pasaríamos unos veranitos más tranquilos.

- Pues nada, haz una propuesta por escrito y se la pasas a Requena. Tal vez salga adelante. Cosas más raras se han visto.

- Huy, Mario, Corso redactando un escrito... eso es ciencia ficción por definición.

- Qué graciosita...

- No, Corso, si es una idea buenísima. Eso sí, un aire que funcione, pro favor. Que el de la unidad, cada dos por tres está cascado, y nos asamos como pollos....

- Tan malo es eso como helarte. En la brigada lo tenemos tan fuerte que hay que ir con manga larga. Nuria, mi jefa, se pasa el día llamando a mantenimiento pero no hacen ni caso.

- Está bien saber que los de mantenimiento son igual de tocapelotas en todas partes...

Se quedan callados un buen rato. Sabe que la conversación inevitable está a la vuelta de la esquina, no pueden seguir haciéndose los tontos, la única duda es quién de los tres la va a sacar. Él no se siente capaz del todo. La duda sobre quién se va a atrever abrir la brecha se despeja cuando Leo deja escapar un largo suspiro que tiene timbre de sonrisa.

- Parecía que esto no iba a volver a pasar nunca...- Mario y él se vuelven para mirar a Leo- Los tres juntos, quiero decir.

Mario deja su cerveza sobre la mesa. Toma aire y les mira a Leo y a él con una expresión bastante seria.
- Sí, estamos los tres juntos, pero no estamos cómo estábamos antes.

Leo y él asienten. Los dos son perfectamente conscientes de que, para bien o para mal, entre los tres nada es como era antes. Las leyes han cambiado.

- Han pasado demasiadas cosas. Entre vosotros dos, conmigo... - Mario se encoge de hombros- Ni vosotros ni yo, somos los mismos que éramos cuando empezamos a trabajar juntos. Nos han pasado demasiadas cosas.

Leo asiente pesadamente mientras juguetea desarmando y volviendo a montar el mechero.

- Ya, las reglas del juego han cambiado, ¿no?

- Sí, Leo, han cambiado, para todos y para todo. Yo no veo esto de ahora como la continuación de nada, lo veo como el principio de otra cosa. No sé cómo nos va a salir, tenía mis dudas antes de venir, pero, ahora... me siento a gusto. Cómodo.

- Yo también, tío- le da una palmada en el hombro.

- Lo único que tengo claro es que no quiero forzar las cosas.

- Nosotros tampoco, tío. Despacito y buena letra, que decía mi madre.

- Sí, poquito a poco...- Leo levanta un hombro mientras juguetea con el cigarro apagado- Vale que no volvamos a estar como antes, pero eso no tiene porqué ser malo. Que sea distinto, no quiere decir que sea peor, ¿no? Vamos, eso creo yo.

Le gusta lo que dice Leo. Mirándola, se da cuenta de que es la primera vez que los tres hablan de algo así. Nunca antes lo habían hecho, siempre habían sido conversaciones a dos, esta es la primera a tres bandas.

- Me quedo con eso que dice Leo. Distinto. A mí eso me suena de puta madre.

- Sí, suena muy bien. A mí también me gusta. Distinto. Sin más.

- ¿Qué? ¿Brindamos por eso?- Leo levanta tímidamente su jarra.

- Por supuesto.

- Sí, brindamos, claro que sí.

Entrechocan las jarras. Siguen hablando, a ratos de cosas serias, otras de cosas que hacen que les duela la tripa de tanto reírse. Ve a Mario como hacia tiempo que no le veía, contento, ilusionado. Se cuentan cosas, ellos le hablan a Mario de sus casos. Mario les habla a ellos de sus nuevos compañeros. El tiempo pasa, fuera se hace de noche y ellos, entre cañas y raciones, empiezan a construir con cariño y ganas esto nuevo que va haber entre ellos, y que no tiene porque ser peor que lo que tenían antes, solo distinto.



07 A ver, que te cuento qué ha pasado (Sábado 27 de Septiembre 2008, 19:15)



Febrero


(240 días antes)

Tiene una entrevista con el director de una oficina bancaria del norte de Madrid en menos de media hora. A estas horas, la A6 estará congestionada y, si quiere llegar a tiempo, debería salir ya mismo. Debería.
Se siente incapaz de encontrar la energía para dar al contacto. Suspira, cierra los ojos y recuesta la nuca en el reposacabezas del BMW. Nunca en su vida profesional ha llegado tarde a una cita, en realidad, tampoco en la personal. Alguna vez tenía que ser la primera.
Nada ha cambiado respecto a ayer pero, sin embargo, todo le parece enormemente distinto. Hace menos de cinco minutos que acaba de estar con ella y de comunicarla su decisión de irse. Decirlo en alto lo ha hecho completamente real. Antes solo era una idea en la cabeza, un expediente trasladado y una firma en un papel. Ahora es verdad. Acaba de darse cuenta de que una etapa de su vida ha terminado y no se siente con fuerzas de seguir adelante.
Pensaba que se había hecho a la idea de las cosas pero no era así, al menos no del todo. La situación estaba revestida de una patina de irrealidad que acaba de desaparecer. La abstracción acaba de desaparecer, las cosas han cobrado una dimensión tremendamente real.
Al verla de vuelta en casa ha sido consciente de que la vida continua y de que ya nada va a volver a ser como antes. Todo ha cambiado y todo sigue igual. No la quiere y la sigue queriendo. La brújula de su vida está rota, solo sabe apuntar en una dirección hacia la que no puede ir. No sabe cómo va a seguir con su vida si no sabe ni qué vida tiene. Se siente completamente desnudo, expuesto a las inclemencias de un mundo desconocido y hostil.

Semanas atrás estaba irascible con todo el mundo, pagaba su desesperación con todo aquel que entrase en su radio de acción. Ya no queda nada de eso. Ahora no tiene nada, ni siquiera una rabia a la que agarrarse.
Ya no les odia a ninguno de los dos, aún quedan posos de desengaño y amargura, por supuesto que sí, pero son demasiado débiles como para poder tirar de ellos. Dentro de él no arde pasión de ningún tipo, ni para bien ni para mal. Se siente vacío y derrotado.
No solo ha perdido a la mujer con la que querría envejecer, también a su mejor amigo, a su medio hermano.
No solo Corso le ha quitado a Leo, también Leo le ha quitado a Corso. Ser el último en enterarse de ciertas cosas fundamentales en la vida de su amigo dolió casi tanto como le ha dolido perderla a ella. No haber sido él a quien recurrió cuando necesitó ayuda le hizo sentirse aislado y solo. Ni le valió entonces, ni le vale ahora la explicación de no querer ponerle frente a un dilema moral entre lealtad y legalidad. Eso es solo una excusa nada más. Lleva mucho tiempo sintiéndose al margen de un mundo que Leo y Corso han creado exclusivamente para ellos dos. Eso casi duele tanto como lo otro. Doble pérdida. Doble dolor.

Entonces le ve. Camina por la acera con paso resuelto. El pelo meticulosamente despeinado, las gafas de sol completamente negras ocultando los ojos. En las manos lleva dos abultadas bolsas de hipermercado. Jamás le imaginó haciendo algo tan cotidiano como la compra, aunque evidentemente es algo que hace con regularidad, ese tipo de cosas no parecen casar con alguien como él. Es cuando le ve sacar un juego de llaves del bolsillo de los vaqueros y abrir el portal cuando algo se termina de romper en su interior.
Él nunca tuvo esas llaves. Dio igual lo mucho que lo deseó, ella jamás se las dio. Ni siquiera después de hablar de irse a vivir juntos. Se ríe amargamente en el interior del coche. Hablar. Fue él quien habló, ella solo escuchó y calló. Nunca llegaron a ver ningún piso y él nunca tuvo sus llaves.
Corso nunca quiso tener las llaves de nadie, en cambio ahora parece feliz de tener estas. ¿Por qué? Su vida ha estado llena de mujeres con las que nunca se quedó, ¿por qué tuvo que querer quedarse con ella?



(236 días antes)

- Pues ya está. Otro que se ha buscado una mala hora. Hoy nos ganamos el sueldo bien ganado. Podemos irnos a casa bien contentos.

Oye a Molina pero no aparta la vista del teclado. Está concentrado en el informe. Las palabras bailan en su mente y sus dedos se apresuran en atraparlas dentro de letras.

- El jefe tiene razón, Mario. Hoy hemos cumplido. Vámonos a casa, mañana será otro día.

Desvía la vista del procesador de texto el tiempo justo para ver a Rocío acercándose a él.

- Yo todavía quiero acabar este informe.

- No corre prisa, hombre. Eso puede esperar hasta mañana.

- Prefiero terminar con todo esto antes de irme- no se refiere a irse a casa y ella lo entiende así- No quiero dejaros colgados con el papeleo y que me pongáis verde.

- El papeleo va a ser lo de menos cuando te vayas. Lo sabes perfectamente.

No sabe qué podría decir, así que solo asiente. Prefiere no detenerse a pensar demasiado en los cambios que le aguardan. Le asustan.

- Venga, Mario, hoy no me apetece meterme en la cocina pero sí me apetece cenar bien. Déjame que te invite.

Va a decir que no, preferiría seguir trabajando, ahogar el cerebro con tareas repetitivas, pero hay algo en la expresión de Rocío que le impide negarse.

- Está bien. Pero invito yo.

- Vale. Me dejo invitar pero solo porque sé que con las dietas del viaje a La Haya te lo puedes permitir sin problemas.

- Ese me parece un buen motivo.

Rocío asiente con una sonrisa, después su rostro se torna serio.

- Te voy a echar mucho de menos.

- Y yo a ti. Pero que no trabajemos juntos no significa que dejemos de vernos. Eso no va a pasar.

- Por la cuenta que te trae. Si no, como diría Molina, te vas a buscar una mala hora.

Los dos ríen. Cenarán, la acercará a casa y luego volverá a aquí para seguir trabajando con el informe. No puede permitirse pararse a pensar o a soñar. Hace días que no la ve, pero su voz y su imagen lo llenan todo. Hoy la siente más cerca de lo que nunca la ha tenido.



(234 días antes)

- ¿Esto es la Unidad siete....?- la pregunta está hecha en el tono de quien no las tiene todas consigo de haber acertado.

Aparta la vista de la máquina café del pasillo. Frente a él tiene a un chico rubio con ojos grises tras unas gafas de ligera montura metálica. Es solo un poco más bajo que él y de aproximadamente su edad.

- Sí. Es aquí.

- Menos mal, no me he equivocado otra vez. Me he bajado en el séptimo pensando que sería ahí, pero no, eso era la unidad cinco. La siete está en el noveno. Tiene guasa, ¿no?

Eso mismo ha pensado él en incontables ocasiones.

- Alguien decidió poner recursos humanos y la armería antes que las unidades. ¿Estás buscando a alguien en concreto?

- Sí y no. Soy Javier Sevilla. Empiezo hoy a trabajar en la unidad.

Este es el agente que ha venido por él. Siente algo extraño al tener enfrente a su reemplazo. Una punzada de celos, de nostalgia, de rabia y de arrepentimiento. Los disimula lo mejor que puede detrás de una sonrisa cordial.

- Yo soy Mario Arteta. Vienes por mí.

- Anda, ¿Tú eres Mario? Pues mucho gusto, tío.

- Igualmente.

El apretón del chico es firme y seguro.

- Ya sé que me esperabais la semana que viene, pero ya tengo piso, y todo más o menos organizado, así que he pensado que cuanto antes empiece, mejor. Claro, que si os descuadra que haya venido tan pronto...

- No, no, claro que no. Hay mucho lío. Tenemos dos homicidios, tres agresiones y una desaparición.

- ¿En serio? Genial- un brillo de entusiasmo brilla en sus ojos, después los baja avergonzado- Eso ha sonado fatal. Vamos, que no digo que es genial que haya pasado todo eso, es que yo vengo de una comisaría pequeña de Salamanca, allí no pasaba nunca nada de nada... y estoy que no me lo creo de estar aquí en la judicial.

Pensaba que instintivamente odiaría a quien viniese a sentarse a su mesa y hacer su trabajo, pero los ojos francos e ilusionados de Sevilla hacen que resulte totalmente imposible guardarle ningún tipo de rencor por haber venido a sustituirle.

- Te entiendo, mi primer destino también fue muy aburrido.

- Es que es horrible pasarte el día arreglando broncas de borrachos y ocupándote de gamberradas de universitarios.

- No he pasado por eso, pero estuve seis meses custodiando una oficina de expedición de DNIs...

Sevilla resopla y bufa con expresión cómica.

- Eso mismo pensaba yo todas las mañanas.

- Además de uniforme, claro.

- Claro.

- Macho, y me quejaba yo...

- Venga, vamos para dentro y te presento a los compañeros.

Se olvida completamente del café que iba a tomarse y guía al chico dentro.



(229 días antes)

Sus días en la unidad han concluido. Ya no va a volver más que de visita. Ayer, viernes, fue su último día y le hicieron una fiesta de despedida. Fue tremendamente duro mantenerse firme y sonriente entre tanto adiós y deseo de buena suerte.
Encima de la mesa del salón, tiene su regalo de despedida. Un flamante iPhone. En otro momento de su vida le hubiese mantenido ocupado y extasiado durante horas, hoy por hoy, aún no ha salido de la caja. Llevaba suspirando por él desde que salió a la venta en los Estados Unidos, sin embargo, no encuentra las fuerzas necesarias para plantearse siquiera cogerlo.
Aún le queda una semana hasta que salga su avión hacia La Haya. No sabe qué hacer con tanto tiempo en sus manos. Sin trabajo, ya no tiene nada con lo que parapetarse. Está desnudo, sin trincheras, sin refugio. Están solos él y sus recuerdos.
Lleva todo el día tumbado en el sofá. Esta mañana se ha levantado con la decisión de mantenerse ocupado con las máquinas del gimnasio, pero entonces la ha oído habándole desde un recóndito rincón de su cerebro. Ha sido como oírla de verdad. Estaban sus inflexiones, sus entonaciones. Era tan real que ha sentido miedo. Las energías e intenciones han muerto, y la tristeza le ha envuelto como si fuese una manta.
El teléfono suena. Lleva todo el día haciéndolo. Tampoco esta vez lo va a coger. Supone que es alguien con ganas de despedirse de él, tal vez Rocío, tal vez alguna de sus hermanas, tal vez algún amigo. No quiere hablar con nadie, quiere estar solo con su dolor.



Marzo


(226 días antes)

Le contestan al cuarto tono.

- Hola.

Su voz suena cohibida. Ni ella quiere que le llame, ni él quiere llamarla. Aún así, aquí están. Se lo había prometido. No le gusta faltar a sus promesas.

- ¿Cómo estás, Leo?

- Mejor, estoy mucho mejor. Esto va muy rápido. El día menos pensado estoy dando guerra de verdad.

El mensaje se contradice totalmente con el hilo de voz falsamente animado que lo transporta y con todo lo que Rocío le ha dicho. Leo habla de estar mejor, Rocío habló de vómitos y fiebres. Tiene claro a cual de las dos creer, pero lo deja estar. Esta batalla ya no es suya y, aunque lo fuese, no tiene fuerzas para seguir librándola.

- Me alegro mucho- lo deja ahí. No se atreve a más.

- ¿Cómo estás tú? Ya te vas en seguida.

- Sí, el jueves... Oye, Leo, tengo que dejarte, solo quería ver cómo estabas. Estoy en el coche y voy a entrar en un túnel. Cuídate.

- Sí tú también.

Cuelga el móvil y lo tira contra el sofá. No estaba listo para oír su voz. Acaba de terminar de romperse del todo. Cierra los ojos y siente una lágrima bajándole por la cara.



Da una vuelta más en la cama. No puede dormir. La conversación de hace unas horas le ha destrozado por completo. Ha durado menos de un minuto pero ha bastado para quebrarle del todo.
Piensa en lo que tuvo. No pude dejar de pensar que nada de lo que ha pasado ha merecido la pena. Esta tristeza es desproporcionada para lo que fue. Nunca la tuvo de verdad, solo lo que ella quiso o pudo darle. Retazos, fragmentos de sí misma. Momentos sueltos, migajas. Nunca se dio de verdad. Nunca.
Ese espejismo de felicidad que fue no justifica este vacío que tiene ahora. Se siente profundamente estúpido. Nunca debió dejar que las cosas llegasen a este punto.
Sabía que no iba a durar. Lo supo siempre, desde el primer momento. Por eso la necesidad de saber si eran novios, amantes, amigos o nada. Por eso el ansia de acelerar las cosas yéndose a vivir juntos tan pronto. Por eso los celos. Por eso las inseguridades. Por eso el saber las respuestas a sus preguntas antes de formulárselas y recibir únicamente evasivas. Lo veía todo pero no quiso darse por enterado, se agarró a un clavo ardiendo, a la posibilidad de que ella acabase queriéndole como él la quería a ella, y ha acabado quemándose las manos. Ya es tarde para arrepentimientos.
Salta de la cama y empieza a vestirse. Necesita oxígeno o se va a volver loco entre estas sábanas que, a pesar de los muchos lavados, siguen oliéndole a ella.





(225 días antes)

Se despierta con un dolor pulsante en las sienes. Una habitación desconocida. Una mujer desnuda duerme junto a él. Vuelve a cerrar los ojos. No está seguro de cómo sentirse.
La noche pasada solo pensaba caminar y despejar la cabeza. Tras salir de la cama, estuvo vagando sin rumbo durante horas, cuando pasó junto a un pub que estaba abierto entró sin pensárselo.
Bebió más de lo que es habitual en él, que suele ser nada. El local estaba vacío a excepción de un par de personas, él mismo y la camarera. Laura.
Empezaron a hablar, primero frases sueltas, después una conversación de verdad. Laura era divertida, tenía conversación, era coqueta y también demasiado atractiva como para poder resistirse a ella. Cuando ella propuso ir a su casa para tomar una última copa después de cerrar, no pudo decir que no.
Podría escudarse en que estaba demasiado borracho como para saber qué hacía pero sería falso. Sabía muy bien qué hacía. Sabía, y sabe, que hablando con ella se sintió un poco menos solo, un poco menos miserable, un poco menos vacío. Durante un rato se olvidó de qué le había llevado a ese bar y se encontró riéndose y pasándoselo bien. Sintiéndose vivo.
La luz del día lo cambia todo. Él no hace estas cosas, no se acuesta con la primera que pasa por su camino y no usa el sexo como bálsamo. Eso lo hacen otros, él no. No puede volver a pasar.



(220 días antes)

- Le voy a pedir a mi padre que me avale, estoy harta de trabajar para otros. Ese bar tiene un montón de posibilidades pero el negado de mi jefe no lo ve. Siempre están los cuatro matados de siempre y yo estoy segura de que eso podría cambiar si las cosas se hiciesen bien, si nos moviésemos. Se lo voy a comprar y las cosas van a cambiar.
Laura está sentada sobre la cama con las rodillas apretadas contra el pecho. Le mira y asiente para sí misma.

- Te veo tan convencida que me has convencido a mí. Si el que te den el crédito es cuestión de ganas, lo tienes hecho.

- Ojala fuera así de fácil. Tú no trabajarás en un banco, ¿verdad?

- Lo siento. Soy un mero funcionario.

- Me lo temía. El señor del banco no va ser tan fácil de convencer como tú.

No iba a volver a verla, lo decidió la primera mañana que amaneció junto a ella, sin embargo, esa misma noche volvió a buscarla al pub.
Echaba de menos el bienestar y el alivio que sintió durante esas horas que había compartido con ella. Qué fácil es dejarte querer, qué tentador es buscar a aquella persona que no puedes tener en quien sí puedes.

- Llévale tus ideas y exponlas cómo me las has expuesto a mí. Seguro que le convences.

- Dios te oiga.

Lleva cuatro noches compartiendo cama con Laura. En esos encuentros no ha habido amor pero tampoco han sido sexo descarnado. No han faltado ni la ternura, ni la dulzura, ni la comprensión. Por eso ha vuelto noche tras noche a sus brazos. Puede que en otras circunstancias Laura y él hubiesen podido llegar a algo más. Es una lástima que las circunstancias hayan sido precisamente estas.

- Cuándo el bar sea mío, ¿vendrás a verme?

- Claro que sí.

Los dos saben que no es cierto. Mañana se él se va a la Haya y seguramente no volverá a verla, aún así, sabe desde ya que cada vez que se acuerde de ella lo hará con cariño. Ella no es consciente, pero en estos días ha sido para él un puntal que ha impedido que el mundo se le venga abajo aplastándole.

- Eres un mentiroso, pero te lo perdono si me das un beso.

Se lo da.



(216 días antes)

Es su tercer día en La Haya. Pasa el día corriendo de curso en curso, de seminario en seminario. Está muy ocupado, aún así, su mente siempre encuentra un hueco para pensar en lo que no debe. En ella. En ellos. A veces se pregunta qué estará haciendo. Qué estarán haciendo. No quiere hacerlo pero es algo que se escapa a su control.
A veces, cuando la tristeza le llena del todo, intenta consolarse pensando que eso que tienen no va a durar, que en cuanto la pasión y la tentación de lo prohibido desaparezcan, el hechizo se romperá y ambos se arrepentirán de lo que han hecho. Una relación no puede basarse únicamente en sexo, ellos lo acabarán viendo cuando sea demasiado tarde.
La idea apareció por primera vez en su cabeza mientras sobrevolaba el cielo europeo. Es una fantasía estúpida e infantil, también mezquina y egoísta, pero no puede reprimirla por mucho que lo intente. En ocasiones le reporta un vago alivio pasajero, otras no sirve de nada. No puede hacerla desaparecer. No se siente orgulloso, pero si lo de ellos dos tampoco funciona, sentirá una oscura e inconfesable satisfacción.
Ayer la llamó, no quería hacerlo, pero era algo a lo que se había comprometido, a no desentenderse de ella. No se lo cogió. Está convencido de que no quiso hacerlo.
Ella no es tonta. Sabe qué supone para él exponerse a su voz. Seguramente debería agradecérselo pero no es capaz. Es muy poco y llega muy tarde. El próximo lunes volverá a llamar, aunque no quiera, aunque no deba.


(211 días antes)

En la residencia en la que se aloja hay una chica. Es guapa, morena, alta, delgada y con grandes ojos castaños. Se ha cruzado con ella en un pasillo y el aire se le ha escapado de los pulmones.
Es consciente de que el parecido está más en sus ojos que en los rasgos de esa desconocida, pero no pudo evitar ver en ella el reflejo de esa otra mujer que está en Madrid. Hoy no se siente bien, hoy siente que el recuerdo de Leo le sigue a todas partes. No ha sido capaz de comprender una sola palabra de lo que le han explicado sobre cómo se organizan las bases de datos de la Interpol.

(209 días antes)

Ayer han llegado nuevos agentes al centro de formación. Un grupo de policías norteamericanos que toman parte en un curso similar al suyo. Hay tres hombres y una mujer. Se llama Sarah, es de San Diego. La lleva observando desde que sus ojos se cruzaron con los de ella en el vestíbulo de la residencia.
Es el perfecto prototipo de lo que se entiende por una mujer de la costa Oeste estadounidense. California hecha carne y hueso. Alta, delgada, piel morena, cabello rubio, ojos azules.
Decir que es una mujer hermosa es un pobre eufemismo, decir que es espectacular se acerca más a la verdad. Tiene un físico que hace que tanto hombres como mujeres se giren a mirarla. No es eso lo que ha llamado su atención.
Sarah es perfectamente conscientemente del poder su físico privilegiado ejerce sobre la gente. Seguramente esa sea la causa de ese carácter voluble, caprichoso, casi despótico, que la ha visto exhibir desde su llegada.
La primera vez que la vio estaba humillando a uno de sus compañeros por haber tratado con poco cuidado la maleta que ella había tenido la magnanimidad de dejarle llevar por ella. El hombre, un imponente pelirrojo de poco menos de dos metros, lejos de mostrar ninguna clase de dignidad recordándola quién le estaba haciendo el favor a quién, se mostraba sumiso y compungido. La escena le impactó.
Debe ser una mujer tan acostumbrada a los favores de los demás que no es capaz de mostrar el más mínimo asomo de agradecimiento, todo lo contrario.
Ha vuelto a ver comportamientos de ese tipo durante todo el día de ayer y el de hoy. Todo hombre que se pone en su radio de acción hace todo lo posible por conseguir un segundo de su atención. Corren como perritos falderos tras un ama soberbia en todas las aceptaciones de la palabra. Para él, el maravilloso físico de Sarah queda completamente anulado por una feísima personalidad.



(206 días antes)

Hoy ha tocado fondo. Ha podido escuchar el sonido de sus huesos quebrándose al hacerlo. Aún le parece una broma del destino que haya ido a acabar en la cama de esa mujer a la que lleva tachado de altiva, engreída y despótica desde que la vio.
Sarah le mira. Está desnuda, recostada sobre almohadones, el pelo revuelto y las mejillas encendidas. Su belleza salvaje y exuberante resulta intimidatoria. Tiene en los ojos el brillo satisfecho de quien ha conseguido aquello que deseaba. A él.
Ella se lleva a los labios una botella de whisky que ya va por la mitad, después se le ofrece y él la acepta. No le gusta el whisky pero necesita algo que le ayude a asumir qué ha hecho. Está tan roto, tan hundido y tan borracho que estalla en incontrolables carcajadas.

- Something funny you wanna share with me?

- No- la devuelve la botella.

- You sure?

Asiente sin dejar de soltar carcajadas que duelen como cuchillos. No, no hay nada divertido que quiera compartir con ella. No hay nada divertido en esto. En absoluto.
Ha acabado entablando una buena relación con los compañeros de Sarah, ellos son completamente distintos a ella en carácter. Esta noche, después de cenar, le han propuesto salir a tomar unas cervezas a un pub irlandés cercano. Pensaba decir que no, pero disfruta de la conversación y la compañía de los norteamericanos, además, quedarse encerrado no es algo que le convenga. Ha accedido. Por supuesto, Sarah ha ido con ellos.
Ella ha pasado gran parte de la velada coqueteando descaradamente con él, poniéndole pequeñas pruebas y anzuelos para tentarle. Nada hubiese pasado entre ellos si esa chica que solo se parece a Leo cuando es él quien la mira, no hubiese aparecido en el local.
Desde que ha entrado no ha podido dejar de mirar a la desconocida morena y de beber cerveza cada vez más compulsivamente. Al cabo del rato, ha visto al espectro de Leo besando a un hombre, seguramente su pareja, y lo que él ha visto ha sido besándose a dos personas que están a miles de kilómetros de él. Ha sentido los trocitos de su alma haciéndose añicos.
Cuando Sarah ha vuelto a la carga, lo que debería haber sido un “no”, se ha convertido en un “sí”. Y aquí está, roto después de haberla tomado con una rabia y un frenesí que no sabía tener.

- Ok, whatever.

- Bueno, sí. Ahora mismo debo ser la envidia de todos lo tíos de la residencia, pero yo les cambiaría el sitio sin pensarlo. Yo no soy así. Eso sí tiene gracia.

Estalla en carcajadas de nuevo y ella se contagia de su risa aunque sabe que no ha entendido ni una sola palabra. Sarah es de esas norteamericanas convencidas de que el mundo empieza y acaba en su país y que, por lo tanto, aprender otro idioma diferente al suyo es poco menos que una obscenidad. Con barrera idiomática o sin ella, jamás se la hubiese pasado decirla nada de esto si no estuviese tan borracho.

- Yo tenía un amigo que era así. Se metía en toda cama que se le ponía por delante. Ya no sé si lo tengo. Tampoco sé si sigue siendo así. Esto de irte a la cama con la primera que encuentras... te hace sentirte bien un rato, te ríe las gracias como tú estás haciendo, te sientes importante y te olvidas de que fuera no tienes nada. Yo lo hago por eso, no sé porqué lo hacía él. No lo sé. Me da igual. Solo sé que yo no quiero ser así. No quiero ser un cerdo.

Ella le mira con los ojos llenos de los vapores del whisky, un cómico mohín en sus labios. Sarah lanza una carcajada y frunce sus cejas casi blancas. No se toma a mal su risa.

- You know I’m not understanding a single word you’re saying, don’t you? I’m cool listening to you, but....- levanta un hombro- I think you need more booze- un ronroneo alcohólico en su voz levemente nasal.

Claro que sabe que no le entiende. Sarah tiene razón, necesita beber más. Hubiese preferido no hacerlo en absoluto, pero eso ya no tiene remedio. Acepta de nuevo la botella que ella le da. Toma un largo trago antes de devolvérsela. Se tumba boca arriba en la cama y se tapa los ojos con el brazo.

- No sé si puedo ser su amigo. De ninguno de los dos. Sobre todo de ella. Con él es distinto. No sé porqué, pero lo es. Puede que porque, si hubiese tenido alguna posibilidad, yo también hubiese pasado por encima de quién hiciese falta. Pero ella... Creo que a ella la he querido demasiado como para poder ser su amigo. ¿Te ha pasado algo así alguna vez?

- Boy, you’re talking way too much. Shut up, drink and come’ere- ella le acaricia la ingle con el pie desnudo. Aparta el brazo y se descubre los ojos- You gotta be kiddin’, are you cryin’?- una nota de desconcierto y enfado en su voz.

Se lleva una mano a la mejilla. Sí, está llorando.


(205 días antes)

No es demasiado tarde pero aquí anochece pronto, y ya es noche cerrada. Hace frío y no hay casi nadie por la calle. Lleva varias horas caminando por La Haya. Se detiene frente al estanque de Buitenhof. La luna pálida se refleja sobre las aguas oscuras. Se apoya en la barandilla. El hierro está helado bajo sus manos.
Coge un pequeño guijarro de una de las jardineras que adornan la baranda y lo lanza al estanque. Observa las ondas que se propagan por el agua hasta que desaparecen del todo. Se detiene a pensar en cómo una piedrecita puede crear ese efecto sobre toda la superficie del agua.
Esto ha llegado demasiado lejos, no puede dejar que la tristeza le convierta en alguien que no quiere ser. El momento de la autocompasión ha pasado. No puede seguir así, convirtiéndose en una persona que no reconoce. Lo que ya has perdido, considéralo como completamente perdido. Vivió antes de Leo y tiene que volver a hacerlo después de ella.



(203 días antes)

Nuria Salgado, su nueva jefa, señala con aire de orgullo la CPU de aluminio plateado que, si hay que hacer caso a la pegatina del lateral, esconde una bestia de doble núcleo en su interior.

- Pues esta es tu mesa y tu ordenador. No te pregunto si estas familiarizado con Linux porque ya sé que sí. Por supuesto, también puedes arrancar con Windows si te sientes más cómodo. Se supone que la mayoría de las herramientas que usamos trabajan mejor en la versión para Linux, pero te digo yo que las de Windows van igual. Bueno, más o menos.

- Linux no es ningún problema, Nuria. Al contrario.

- No, si ya veo que eres como David y Julio, otro enamorado del pingüinito, ¿eh? Álvaro, Emilio y yo somos más del pueblo llano. Preferimos Windows, sus pantallazos azules, sus cuelgues, sus cosas raras... su encanto, vamos.

Según ha podido entender de las presentaciones, David, Julio y él mismo son los que tuvieron formación informática antes que policial, los casos de Álvaro, Emilio y Nuria son justo al contrario.

- No tiene nada de malo preferir uno a otro. Sobre gustos...

- Eso digo yo siempre. Además soy la jefa y si me gusta Windows, pues me gusta Windows. Y a quien no le guste, a la calle.

Nuria adopta una expresión maquiavélica que resulta de lo más cómica. Cree que le va a gustar trabajar con ella.

- Bueno, ¿qué, Mario? ¿Te apetece estrenarte?

- Eso ni se pregunta.

- Emilio y Julio están con un asunto de atentado contra la salud pública. Traducido: unos tipos se dedican a vender todo tipo de porquerías, desde cal hasta detergente, como si fuesen Prozac, Viagra, antibióticos.... qué se yo. Ya hay decenas de intoxicaciones.

- ¿De verdad hay quien compra medicamentos por Internet?

- Ya verás lo que la gente compra por Internet, Mario, ya verás....

No es el caso con el que esperaba empezar pero es lo que hay.

- Vale, pues me pongo con ellos.

- Sé que el caso es una porquería, pero quiero que vayas poco a poco viendo cómo funcionamos. Emilio tiene pinta de cafre, pero vas a aprender mucho viéndole.

- ¡Nuria, que te he oído!- el hombre de la cabeza afeitada grita con voz de buen humor sin apartar la vista de su monitor- Ven para acá, Mario. Vamos a dar caña a esos charlatanes de feria.

- Para cualquier cosa, estoy con Álvaro y David en la sala de allí, la de análisis.

- Vale.

Nuria se aleja unos pasos de él antes de detenerse y girarse hacia él.

- Bienvenido al equipo, Mario.



(201días antes)

Esta noche ha tenido un sueño. Estaba en la zona de escucha de una sala de interrogatorios, el lado por el que se ve al interrogado. Leo estaba al otro lado, en el del espejo. Ella hablaba con alguien que estaba con ella en la sala pero que él no podía ver. No entendía lo que decían. Él gritaba y daba golpes en el cristal para llamar su atención pero ella no le escuchaba.
Antes de ver a Corso entrando en su campo de visión, ya sabía que él era quién estaba con ella. Le veía inclinarse sobre ella y susurrarla algo al oído. La veía reírse. Les veía besarse. Se sentía romperse en pedazos. Después, la sala de interrogatorios desaparecía junto con Corso y Leo, y se encontraba solo vagando por una ciudad desierta que no reconocía.
Se ha despertado sintiéndose solo y perdido. No ha podido dejar de pensar el sueño en todo el día. Ha jugado con la idea de ir a ver a Laura pero no lo va a hacer. Eso se ha acabado para él.


(200 días antes)

- ¡Qué ganas tenía de verte!

Rocío se abraza a su cuello haciéndole cosquillas con sus rizos cobrizos. La estrecha contra su pecho y sonríe. La ha añorado muchísimo, hace casi un mes que no la veía. No se siente orgulloso, pero desde que abandonó la unidad ha estado evitándoles a ella y a Molina. No quería ningún tipo de relación con nada que le recordase al pasado. Necesitaba esta terapia de choque para reaccionar.

- Y yo a ti. He estado liadísimo, primero en el curso y luego intentando adaptarme en el trabajo.

- No te preocupes, lo entiendo. ¿Qué tal te tratan en Delitos Informáticos?

- Todavía me estoy adaptando, pero los compañeros son gente muy maja. Eso sí, a vosotros no os hacen sombra.

La cara de ella se ilumina con una sonrisa.

- Y vosotros... ¿Qué tal las cosas por la unidad?

- Bien, van bien. Ahora estamos bastante liados. No veas cómo es la... Sara, la nueva. Tiene un carácter... a Molina le trae por la calle de la amargura.

Rocío no ha querido decir “la sustituta de Leo” para no sacarla a colación. Lo agradece, pero Leo está presente la saquen directamente o no.

- ¿Y Sevilla? ¿Qué tal se maneja?

- Pues no lo hace mal del todo. Además es un tío muy simpático y muy trabajador. Por supuesto a ti no es que no te haga sombra, es que, si tuvieses callos, ni se acercaba a ellos. Te echamos mucho de menos.

No tiene ganas de que vaya por allí, no lo soportaría.

- Toma. Te he traído una tontería de Holanda.

La tiende una bolsa de papel marrón con un molino dibujado.

- No tenías que haberme traído nada de nada.

- Me he acordado mucho de ti allí, me apetecía traerte algo. Es una tontería.

Rocío extrae de la bolsa una pequeña caja de cartón envuelta en brillante papel color corinto, abre el paquete y examina con expresión entusiasmada su contenido. Un típico tulipán holandés hecho en madera y pintado de un vivo color anaranjado.

- ¡Qué bonito es! Esto le va a sentar de muerte al mueble del salón, que le tengo muy desangelado. Muchísimas gracias, Mario.

Se pone de puntillas para besarle en la mejilla.

- A Molina le he traído unos zuecos de madera.

- Seguro que le sientan de miedo...

- Bueno, ¿qué? ¿Pasamos al restaurante?

- Sí- ella asiente- Tengo muchísima hambre.

El camarero les acomoda en una agradable mesa que da a un patio interior ajardinado. Se toman unos minutos decidiendo qué pedirán. Cuando el camarero ha tomado nota de sus almuerzos, Rocío le mira sonriente.

- Ahora me lo vas a contar todo de La Haya. Con pelos y señales.

La habla sobre los cursos, sobre la extraña y diversa gente que allí conoció, introduce alguna anécdota divertida. Por supuesto deja fuera los capítulos más dolorosos.

- Me alegro muchísimo de que te haya ido tan bien, pero me das una envidia horrorosa.

- Imparten muchos cursos, seguro que un día te toca a ti.

- No sé yo, seguro que cuando me salga un curso, lo darán en el edificio de formación, el que está en Pío doce... – Rocío entorna los ojos y se echa a reír.

El camarero llega poco después con los entrantes. Durante la comida, la conversación gira entorno a su nueva vida en la brigada, lo que Rocío ha hecho estos días y a las andanzas de Molina como jefe. No es hasta que está a punto de terminar el plato principal, sus raviolis de calabaza, que hace acopio del suficiente valor como para hacer la pregunta que lleva cosquilleándole en la lengua desde el principio.

- La has visto

No es una pregunta. Tampoco da nombres pero no es necesario. Rocío le entiende. Deja los cubiertos sobre su plato y le mira algo azorada. Acaba asintiendo.

- ¿Cómo está?

Desde que, unas semanas atrás, ella no cogiese el teléfono no ha vuelto a llamar. Ha decidido aceptar su tácita invitación a dejar de hacerlo y mantenerse totalmente alejado de ella. Él necesita curarse, y teniendo que oír su voz no a poder.

- La cosa va despacio, pero, bueno, va mejorando. Ya lleva una par de semanas sin querer oír de muletas. Las costillas siguen hechas polvo, pero ya se va moviendo con más soltura.

- ¿Sigue teniendo fiebre?

- Que yo sepa no. Bueno, ella nunca dice nada, ya sabes cómo es. Es Corso el que tiene que estar pendiente, pero si él no se ha visto nada, es que ya no debe tener o, si tiene, muy poca. Décimas.

- Me alegro mucho de que vaya mejorando.

- Lo que sí se seguro, es que cada vez va pudiendo comer más cosas. Hasta ha empezado a coger peso.

- Eso es bueno. Lo necesita.

- Sí. Lo necesita casi más que respirar. La pobrecita mía se ha quedado...- Rocío levanta el dedo meñique y sonríe- Creo que empieza con la rehabilitación en un par de semanas.

- ¿Y Corso?

- Está bien. Como siempre. Todavía no ha vuelto a trabajar, y ya está sacando de sus casillas a Requena.

La mira estupefacto. Rocío le mira como si se sintiese incómoda.

- Claro, que tú no lo sabías. Su baja acababa ya. Hace un par de días estuvo hablando con Requena. Va a volver al trabajo.

- No.... no lo sabía.

- Aún tiene que hablar con el psicólogo para que le den el visto bueno, pero, sí. Es inminente.

Por el tono de Rocío está claro que ella se alegra muchísimo, él no sabe cómo sentirse. Se queda callado un rato.

- Oye, Mario, tenemos que pedir postre, ¿eh? No veas la panacota que hacen aquí.

Agradece silenciosamente a Rocío por facilitarle una vía de escape.


(195 días antes)

Llevaba varios días sin pensar en ella, desde que comió con Rocío, pero hoy no puede dejar de hacerlo. Hoy por la calle solo ve chicas que la recuerdan a ella, la carretera solo le conduce a sitios en los que estuvieron juntos, la radio solo pone canciones que, o bien escuchó con ella, o bien le recuerdan a ella.


Abril


(189 días antes)

Toca la puerta con los nudillos, unos segundos después una agradable voz de mujer le invita a entrar. Se encuentra en un despacho cuadrado, no demasiado grande, con un enorme ventanal que da al edificio de la policía local del municipio.
Una mujer de unos treinta y pocos años está sentada ante un escritorio de cristal y metal en el que descansa un ordenador de sobremesa y una gran pila de papeles cuidadosamente ordenados.

- ¿Hola...?- la mujer le mira con curiosidad con dos diminutos e inteligentes ojos azul desteñido.

- Hola, soy el subinspector Mario Arteta de la Brigada de Delitos Tecnológicos de la Policía Nacional.

La mujer parece tardar un poco en desentramar todo lo que ha dicho, después enarca las cejas y sonríe.

- Ah, del BIT.

Ella se levanta de la silla y le tiende la mano. Le causa buena impresión ese apretón firme y enérgico que hace tintinear las pulseras plateadas que adornan su muñeca.

- Yo soy Marta Herranz, una especie de enlace entre la organización y la Policía.

- Mucho gusto.

- Igualmente.

Marta le señala con la mano la silla frente a ella indicándole que se siente.

- Me he incorporado hace un par de semanas a la brigada. Ahora seré yo en vez del oficial Angulo quién trate con usted.

- Será “contigo”- ella sonríe con la cabeza ladeada- No me trates de usted, por favor te lo pido.
La expresión angustiada de la chica le arranca una sonrisa en una mañana que hasta el momento había estado yerma de ellas.

- Perdona, es deformación profesional.

- No pasa nada, a mí me pasa igual, pero ya que vamos a hablar con mucha frecuencia, ¿qué menos que tutearnos?

- Completamente de acuerdo.

- Supongo que ya sabes qué hacemos aquí, ¿no?

La organización para la que Marta trabaja se creó para preservar la seguridad de los menores en Internet. Su principal cometido es el de rastrear la red en busca de sitios sospechosos de contener o facilitar el acceso a pornografía infantil.
La Policía Nacional, en particular su brigada, llevan tratando con ellos desde hace muchos años y esa colaboración ha llevado a unas cuantas operaciones policiales de envergadura.

- Sí, ya me han puesto al corriente de cómo funcionan las cosas. Tú recopilas y filtras los sitios sospechosos que encontréis o de los que os den aviso, y me los pasas a mí.

- Eso es. A lo largo de la semana acabamos con cientos de sitios marcados como sospechosos, yo intento cribar lo máximo posible, pero te advierto que tengo manga ancha. Vamos, que ante la duda, te voy a pasar el sitio o el grupo.

- Me parece bien. Es preferible perder el tiempo comprobando sitios inofensivos que pasar por alto uno que no lo es.

- Eso mismo creo yo. Si fuese otra cosa, pero siendo lo que es...

Mientras habla, Marta enreda y desenreda el dedo en un mechón de apretados rizos de un color rubio oscuro, natural por el color de cejas y pestañas, que lleva cortados a poco más de la altura de la mandíbula.

- Perdóname, soy una maleducada, no te he ofrecido un café- ella señala con un dedo una cafetera de goteo que ocupa un rincón de un mueble bajo lleno de cajones, seguramente destinados al almacenamiento de expedientes.

- No, no muchas gracias. Tengo que irme enseguida.

- Casi mejor que hayas dicho que no. Creo que la cafetera está embrujada, da igual el café que compre, sigue siendo poco más que agua sucia. Ya lo he dejado por imposible.

- Pero eso pasa en todas las oficinas. No es cosa solo de tu cafetera. Es una ley natural todavía no descrita.

Marta se ríe con un sonido agradable y cálido.

- Me dejas más tranquila...

- Yo vengo de la policía judicial, allí el café también era un fenómeno paranormal. Estaba, a la vez, aguado y fuerte. Una cosa extrañísima.

- Así que de la judicial

- Sí, he estado dos años allí. Me gustaba pero me sentía estancado. Me apetecía dar un cambio a mi vida.

- Yo creo que los cambios están bien. Yo antes de esto, trabajé dos años en un gabinete de psicología.

- ¿Eres psicóloga?

- Sí, psicóloga infantil. Pero, ya te digo, llevo seis años sin ejercer, el tiempo que llevo aquí. Uno nunca sabe dónde o cómo va a acabar. Yo, desde luego, estoy muy contenta con el cambio. Espero que a ti te esto de cambiar salga tan bien cómo a mí.

- Sí, eso espero yo también.

Se pone en pie y tiende la mano a Marta.

- Me alegro mucho de que hayas venido a presentarte. Todo un detalle. Estas cosas ya no las hace casi nadie. Angulo y yo, aunque hablábamos casi a diario, solo nos vimos un par de veces en los juzgados, cuando tuvimos que declarar en un caso que salió adelante.

- Es que yo estoy un poco chapado a la antigua, me gusta saber con quién hablo.

- Pues ya somos dos los chapados a la antigua. A mí también me gusta saber con quién hablo. En fin, Mario- ella dice su nombre con el tono titubeante de quien dice un nombre por primera vez- espero que se nos dé bien esto de colaborar.

- Sí, yo también lo espero.



(183 días antes)

Nada más entrar en la sala de aparatos del gimnasio, un sonoro abucheo que le hace encogerse ligeramente, cae sobre él.

- ¡Hombre! ¡Dichosos los ojos! Si el señorito Interpol se ha dignado a honrarnos con su presencia- el chico moreno deja un par de mancuernas sobre un banco e improvisa una cómica reverencia dirigida a él.

- Tío, ya pensábamos que se te había tragado la tierra.

Otra voz se une al rapapolvos.

- No contestas a los mensajes, no coges el teléfono...

Un cuarto les da la razón.

- Desde que te fuiste a eso de Bruselas, anda que no te has vuelto caro de ver....

- Que no, tío, que se fue a La Haya, no a Bruselas. Joder, Manu, no te enteras de la misa la media. Tanto respirar humos por sacar a gatitos de incendios te está matando las neuronas. Estos bomberos...

Se siente culpable viendo a sus amigos. Les ha tenido completamente abandonados. No ha venido al gimnasio desde hace meses y ha ignorado completamente todo intento de comunicación. No tenía energías para socializarse con nadie.

- Lo siento chicos. El trabajo nuevo me tiene absorbido.

- Ya, ya. Excusas. A saber qué has andado haciendo tú por ahí...

Mira fijamente a su amigo.

- Si te lo dijese, tendrías que matarte después- imprime un tono de falsa amenaza a sus palabras.

- Menos lobos... - su amigo le mira con una sonrisa ladeada y le da un golpecito con la toalla al pasar junto a él.

Se ríe con ganas mientras coloca una toalla blanca sobre el asiento del aparato de musculación y se acomoda sobre ella. Ha estado de menos estar con ellos, su buen humor y la camaradería relajada.
Empieza a trabajar los músculos de brazos y espalda. Los siente protestar por el esfuerzo debido a haber pasado tanto tiempo sin entrenarlos.

- Oye, Mario...- su amigo habla sin dejar de hacer sentadillas- ...que digo que yo que habrá que celebrar tu vuelta tomándonos unas cañitas ahora al salir.

Todos los demás demuestran sonoramente su conformidad con la propuesta. Lo medita un momento.

- No, hoy no. Estoy cansado. Ha sido un día duro. Mejor la semana que viene.

- Eso de codearte con la Interpol se te ha subido a la cabeza, tío. Ahora ya no quieres cuentas con los colegas de siempre.

- Pues, nosotros, vamos a celebrar tu vuelta. Aunque sea sin ti.

- Eso está cantado.

- Lo siento, me encantaría, pero...

Sigue ejercitando los músculos. Pasa diez minutos en este aparato, después cambia al banco de abdominales. Cuando va por la segunda serie de cincuenta, ha tomado una decisión.

- Venga, vosotros lo habéis querido. Me apunto a esas cañas.

Todos jalean y aplauden, una lluvia de toallas sudadas cae sobre él.

(180 días antes)

Hoy le parece haber visto a Corso pasar con el coche. No está completamente seguro de que fuese él, pero sí lo bastante. No está seguro de cómo se siente al pensar en él, ni siquiera sabe cómo se supone que debería sentirse.

(175 Días antes)

- ¿Son estos todos los sitios sospechosos?- comprueba el listado que acaba de enviarla por correo.

Para que nada se pase por alto, Marta siempre envía un correo y después las recita de viva voz. Es una mujer muy meticulosa, algo que él valora enormemente.

- Sí. No te parecerán pocas, ¿no?

- No, desde luego que no. Hay unas cuantas.

Hablar con Marta se ha transformado en algo que ya forma parte de su rutina. Todas las semanas hablan entre tres y cuatro veces.

- Si te digo la verdad, no creo que ninguno de estos sitios vaya a llevar a nada, pero hemos recibido varias alarmas y creo que vale la pena comprobarlo. Aunque siento darte más tarea de la que ya tienes, más vale prevenir que curar, ¿no?

- Sí, claro que sí. De todos modos, ahora mismo solo estamos vigilando unos foros y unas cuentas de correo. Comprobar esto va a ser más divertido- ha sonado mucho más quejica de lo que pretendía. Se siente bastante gruñón.

- No pareces de muy buen humor.

- No, verás, llevo un mal día. De esos que no das una a derechas.

Marta hace un curioso sonido con la garganta.

- Sé de qué me hablas. Yo tuve uno de esos días la semana pasada. Fue una hecatombe. Casi meto un unos yogures en la lavadora, y la ropa sucia en la nevera.
Estaba en la ducha con todo el pelo lleno champú y se fue el agua... Un día para olvidarlo.

Las desventuras de Marta le hacen olvidarse del pésimo humor que arrastra hoy, y se encuentra mismo riéndose con ganas.
Cuando, un par de minutos después, cuelga el teléfono. Se queda con la visa fija en el monitor de su ordenador.
Lo que le pasa a él no tiene nada que ver con un día regido por las leyes de Murphy. Lo que ocurre es que su frustración es tal que le desborda y se asoma al mundo exterior en forma de pequeñas calamidades.

Le cuesta muchísimo admitirlo, pero la brigada no es lo que esperaba. Cada vez está menos seguro de que haber pedido el traslado aquí fuese una buena idea.
Pasada la vorágine de las dos primeras semanas, ahora que se ha acabado el correr de un lado a otro y se ha hecho a sus compañeros y las herramientas de trabajo, empieza a arrepentirse de su decisión. Los casos son interesantes, claro que lo son, pero se extienden en el tiempo sin que se haga ningún arresto.
Empieza a perder la paciencia. Le gusta rastrear, investigar, indagar, hasta el hecho de que la pistola no haya salido de su cajón es algo que agradece. Desde que pasó lo que pasó con Escobar, no se siente demasiado cómodo con un arma en las manos. Lo que no soporta es la falta de resultados que pueda ver.
Siente que trabaja para nada, que sus esfuerzos caen en saco roto. Sabía que las cosas iban a ser distintas, pero no esperaba sentirse tan atado de manos. Empieza a ser descorazonador.



Mayo


(158 días antes)

Siente el corazón latiendo con la fuerza de un martillo. Los dedos le tiemblan mientras despega el velcro de los laterales del chaleco antibalas. Siente que las piernas que le sostienen no son tan firmes como deberían. Recuesta la espalda contra la pared exterior de la nave industrial. Nuria se acerca a él.

- ¿Todo bien?- le aprieta afectuosamente el hombro.

- Mejor que bien, jefa- lo que ha ocurrido hoy ha sido algo increíble, algo que lo ha cambiado todo.

- Hoy hemos hecho un buen trabajo.

Asiente con una sonrisa. Acaban de culminar exitosamente un operativo que ha llevado a la detención de una red que se dedicaba a usar Internet como medio para vender chicas de Europa del Este, poco más que niñas, como esclavas sexuales.

- Ha sido increíble. Pensaba que no iba a llegar el momento de detener a nadie.

- Pues ya ves como sí. Lo que pasa es que los de la judicial venís muy mal acostumbrados. Aquí las detenciones tardan meses en llegar pero, cuando llegan, en los calabozos hay que colgar el cartelito de “no hay vacantes”.

En colaboración con la unidad de crimen y organizado y los GEO han montado un operativo que ha acabado con toda la rama española de la organización, un total de once personas.

- Después vamos a ir todos tomar unas cervezas. Te apuntarás a celebrar tu primera gran operación en la brigada, ¿no?

- Por supuesto que sí. No me lo perdería por nada del mundo.

- Bien, pues nos vemos en la oficina y decidimos dónde vamos. Te aviso que Julio va a querer ir al bar ese cutrísimo que huele que apesta a pescado frito, así que vete pensando alternativas.

- Vale. Pensaré algún sitio que huela mejor.

- Cuento contigo.
Nuria se despide de él con un movimiento de cabeza. Aún no se decide a moverse, necesita un rato para ordenar todos los pensamientos y sentimientos que le asaltan.
Hoy, veintisiete niñas se han librado de un infierno y él ha puesto su granito de arena para haberlo hecho posible. El pensamiento se le sube a la cabeza como si fuesen burbujas de champán. Hacía tiempo que no se sentía tan contento, tan feliz, tan orgulloso de sí mismo y de su trabajo. Hoy está completamente seguro de estar dónde debe estar. Se siente renacido. Distinto.
No puede dejar de pensar que si hace siete meses hubiese confesado su crimen, hoy no hubiese podido estar aquí para liberar a estas chicas. No hubiese podido ver primero el terror y luego el alivio en sus rostros aún infantiles al saberse liberadas. El año pasado hizo algo muy malo pero hoy ha hecho algo muy bueno. La cuenta jamás quedará a cero pero lo que ha ocurrido hoy ha dado un importante giro a cómo se ve a sí mismo.

Cometió un error, un terrible error fruto de la ira y de la impotencia, pero un error al fin y al cabo. Uno que jamás volverá a cometer. No es un monstruo que deba estar encerrado para que la sociedad esté a salvo.
El monstruo no es él, el monstruo era el hombre al que mató. Un hombre malo hasta el tuétano que asesinaba y violaba por diversión. Un hombre que golpeó y violó brutalmente a una mujer que, en un momento de su vida, lo significó todo para él. No fue capaz de consentir que lo que hizo le saliese gratis.
Nunca debió haber disparado ese arma pero Corso tiene razón. Libró a este mundo de un cáncer. Además, ella le miró a los ojos y le dijo que, aunque no se lo hubiese pedido, se lo agradecía. Le dio las gracias, y le dijo que era un buen tío, que siempre lo sería. Todo eso no basta para anular lo que hizo, pero sí para empezar a perdonarse a sí mismo. Hoy empieza un nuevo capítulo de su vida, uno que no ya no estará lastrado por la sombra de pecados pasados.

(155 días antes)

Hoy ha vuelto a soñar con ella. No recuerda el sueño, solo que salía y lo ocupaba todo. Se ha sentido extraño al despertarse. Aletargado. Acorchado.
Pensar en Leo ahora es como tocar una extremidad cuando se ha dormido debido a una postura inadecuada. A veces, da pinchazos, pero, sobre todo, tiene la sensación de que esa parte de su cuerpo no le pertenece. Es lejano, casi irreal.
Al principio, era distinto. Pensar o soñar con ella hacía que un abismo lleno de dientes se abriese en su interior. Ahora es un hormigueo difuso que solo aguijonea de vez en cuando. Hay una cosa que tiene muy clara, aunque pudiese tenerla, ya no querría.


(153 días antes)

Hoy está de buen humor, en el trabajo todo ha ido bien, Nuria le ha felicitado por una iniciativa que ha tenido y esta noche ha quedado con sus amigos para salir a cenar. Se siente contento.


(147 días antes)

- Me alegro muchísimo de que estés aquí. Si te digo la verdad, no esperaba que vinieses.

Gira la cabeza hacia un lado para mirar el hermoso rostro de la mujer que, cogida de su brazo, camina junto a él por la playa. Los ojos verde musgo de ella brillan al sonreírle.

- Te dije que vendría, ¿no?

- Sí, pero has estado tan raro últimamente... Papá y mamá han estado muy preocupados por ti. Bea y yo también.

- Pues no tenéis que preocuparos. Es solo que me ha costado más de lo que creía adaptarme al nuevo puesto.

- Ya, y que ya no estés con esa chica no tiene nada que ver, ¿verdad?

Hunde las manos en los bolsillos de su bañador. Se encoge de hombros.

- Puede que un poco.

- Un poco.

- Vale. Bastante. Pero ahora ya estoy bien. Estupendamente bien.

Tal vez le esté exagerando un poco a su hermana mayor pero no del todo. No está estupendamente bien, pero sí muchísimo mejor de que jamás creyó llegar a estar. Empieza a volver a andar por su propio pie, ha dejado de sentirse incompleto y vacío. Su hermana le mira y gruñe un poco en tono de resignación cuando no tiene más remedio que darle la razón.

- La verdad es que te veo bien.

- Estoy bien, ya te lo he dicho.

Siguen caminando en silencio. La playa no está vacía pero tampoco abarrotada. Le gusta el ambiente relajado que se respira.

- Romper con alguien es siempre una putada.

Mira a su hermana y asiente. Es una manera breve y correcta de decirlo.

- Mira cómo me quedé yo cuando me dejó Esteban, ¿te acuerdas? Seis años juntos, a dos semanas de la boda, con el piso ya comprado... y va y me deja plantada por teléfono. Me pasé casi medio año sin dejar de llorar.

- Me acuerdo perfectamente. Nos tenías a todos con el corazón en un puño.

- Mal de amores... Pensaba que el mundo se había acabado, que iba a ser una desdichada para siempre, que no me iba a volver a enamorar en la vida y mira...- con una mano gesticula hacia delante, hacia la zona de la playa en la que Fernando, su marido, está jugando con Mar y Luz, sus dos hijas- ... siete años con Fer y sumando. Para que veas como uno sí que se vuelve a enamorar. Y cómo.

- Pero, Miriam, es que yo no quiero enamorarme de tu marido.

Ella ríe sacudiendo la cabeza.

- Ya sabes lo que quiero decir.

- Sí, claro que lo sé.

No tiene ni prisas, ni demasiadas ganas de volver a enamorarse, pero su hermana tiene razón. La vida no se le ha acabado porque una mujer no haya correspondido su amor.

- Además, mi hermanito pequeño es el más guapo, el más cachas, el más listo, el más educado, el más atento y el más todo del mundo. Me vas a traer una súper cuñada, te lo digo yo. Pero sin prisas, ¿eh? Yo no soy como mamá que ya te quiere ennoviar.

- ¿Ah, sí?

Su hermana asiente muy seria.

- Si llegas a haber venido el fin de semana que estuvieron ellos, mamá te hubiese preparado una cita con la hija de una pareja que se ha cogido el apartamento en nuestro mismo bloque.

- No...

- Sí. De la que te has librado, muy mona ella, no te lo discuto, pero un pan sin sal de los gordos.... menuda pavisosa. Además estirada. Si parece que tiene una escoba metida por el culo pero, oye, que con lo que eres tú para la limpieza, lo mismo lo de la escoba hasta te pone....

Estalla en carcajadas y su hermana lo hace con él. Siguen hablando y riendo hasta que llegan a la sombrilla en la que su cuñado y sus sobrinas les esperan. Pasa el resto de la mañana jugando con las niñas en la arena y entre las olas.


(144 días antes)

La pantalla digital del móvil le muestra un nombre conocido.

- Hola, Marta.

- ¡Hombre, si ya ha vuelto el huido! Te parecerá bonito irte a la playa y que los demás nos quedemos aquí. No sabes el calor que ha hecho aquí este fin de semana.

- Pues allí arriba ha hecho un tiempo buenísimo. Mucho sol y el calor justo.

- Qué envidia. Yo también quiero hermanas que me inviten a Santander. La mía solo me invita a ir a verla a Móstoles. No es lo mismo.

- La verdad es que no.

- Pero hacen unas empanadillas que ya las quisieran en Santander.

Los dos se ríen de buena gana. Le gusta mucho hablar con Marta. La primera impresión que le causó fue buena, las consiguientes han sido aún mejores. Es una mujer inteligente con la que se puede hablar de todo. Resulta muy agradable charlar con ella sobre esto y aquello. Siempre se toman unos minutos de conversación ociosa antes de entrar en temas de trabajo. Estas charlas le ayudan a relajarse y desconectar unos cuantos minutos de investigaciones, órdenes judiciales y todo lo que el trabajo implica.

- Ah, Marta, que no se me olvide. Llevé a mi familia a cenar al restaurante del puerto que me dijiste.

- ¿Ah, sí? ¿Qué tal? ¿Os gustó?

- Nos encantó. He quedado como un señor gracias a ti. Te debo una.

- Y yo a ti otra. Estuve con mis amigas viendo esa obra de teatro que me recomendaste. Buenísima. Yo también quedé estupendamente gracias a ti.

- Entonces estamos en tablas. Me alegro de que os gustase. A mí me sorprendió mucho cuando la vi el año pasado, es muy sencilla pero muy bien hecha. Estupendos actores. Es una suerte que haya vuelto a cartel. Bueno, que la jefa viene por ahí y me va a regañar si me pilla de tertulia, ¿qué alertas me traes hoy?

- Pues mira, nos han pasado un aviso de una página con una pinta bastante sospechosa....
Se reclina en su silla y la escucha con atención.


(137 días antes)

Va conduciendo por la A-6 cuando de la radio brota una canción que a Leo le encantaba. Seguramente seguirá gustándola.
La recuerda cantándola entre dientes sentada en su mesa de la unidad. Desafinaba muchísimo pero era hermoso oírla cantar. Cae en la cuenta de que este es el primer pensamiento acerca de ella en hace meses que no le causa ningún tipo de dolor. Al contrario, sonríe al recordarla tarareando y siguiendo el ritmo con los dedos.
Se da cuenta de que no pensaba en ella desde la conversación que tuvo con su hermana en la playa, desde que la conoce, nunca antes había pasado tanto tiempo sin pensar en ella. Se deja envolver por la canción, la deja resbalar sobre él como si fuesen gotas de lluvia. Continúa conduciendo sin cambiar de emisora.


(131 días antes)

- ¿De verdad hizo eso?

- Ya conoces a Molina, claro que lo hizo. Tenías que haberle visto. Un tío como un castillo, blanco como una sábana, temblando y a punto de echarse a llorar.

- No sé de que me sigo sorprendiendo, pero es que...

- Sí, como Molina no hay dos. Afortunadamente.

Rocío, con una sonrisa en los labios, da un sorbo a su refresco.

- ¿Y Leo? ¿Cómo está?- la pregunta sigue sin ser fácil, pero ya no es difícil.

- Pues está mal de la cabeza.

Mira a Rocío con el ceño fruncido.

- No te entiendo.

- ¿Te puedes creer que ha pedido el alta clínica?

- ¿Tan pronto?

- Y tan pronto, más de tres meses antes de lo recomendado. Con un par. Esta chica... Ella dice que no, que está como una rosa, pero yo no me creo que este tan bien como dice. Estoy convencida de que algo la tiene que seguir doliendo y, si no doliendo, sí molestando mucho.

- Diría que tu escepticismo está justificado.

Ella suspira y menea la cabeza.

- Pues ya ves, ella dice que no. Requena está intentando retrasar los trámites del papeleo todo lo que pueda pero, como tarde, a finales de la semana que viene la tenemos ya por la unidad dando guerra.

- Sigue igual de cabezota que siempre.

- No, igual no, peor. Además, ya la conoces, cualquiera dice nada. Se te come vivo.

- Bueno, Roci, se veía venir, ¿no? Si lo piensas, todavía hay que dar las gracias de que no se empeñase en volver en febrero.

Rocío estalla en carcajadas y él va detrás. Pensó que jamás llegaría el día en que se volvería a reír de algo relacionado con Leo.



Junio


(123 días antes)

Leo hacía con los labios ese mismo gesto que está haciendo la chica que va frente a él en el Metro. Los humedecía inconscientemente metiéndolos dentro de la boca cuando estaba preocupada o pensando en algo importante.
Es curioso, recuerda todos sus gestos y ademanes pero están perdiendo todas las connotaciones que solían tener. Los empieza a recordar como puede recordar los de Rocío o los de Molina. A veces, al pensar en ella, tiene la sensación de estar recordando a una extraña. Hay momentos en los que tiene la fortísima sensación de que Leo ocurrió en otra vida, una vida pasada hace eones.
Jamás pensó que esto llegaría a pasar, pero ha pasado. Las cosas cambian. Los sentimientos pierden intensidad y se borran, sobre todo cuando vuelcas toda tu alma y tu voluntad para que eso ocurra



(113 días antes)

Le ha pedido a la camarera un segundo sobre de sacarina, el primero ha acabado en el suelo. Cuando la chica se lo da, le mira directamente a los ojos y le sonríe con abierta coquetería. La devuelve la sonrisa, no tiene ningún tipo de interés en ella pero el gesto hace que se sienta halagado.

- Hombre, pero si el señor Arteta ha bajado del Olimpo

Mira a su compañero Emilio sin entender a qué se refiere.

- ¿Bajado del Olimpo?

- Joder, Mario, la pobre chica lleva cuatro meses haciéndote ojitos, desde que pusiste el pie aquí, y tú no te habías dignado ni a mirarla.

- ¿Me “hacía ojitos”?

Emilio y David estallan en carcajadas. No comprende cómo viniendo diariamente a esta cafetería puede habérsele pasado por alto algo así.

- Pero si la pobre hasta se ajustaba el escote a ver si la hacías un poco de caso, y ni por esas. Que no es que los demás nos quejemos, ¿eh? Ni de lejos. Yo, por mí, puedes volver a ignorarla otro poco. Menudo mostrador.

David se ríe de su propia ocurrencia con aire travieso. Es un poco bruto pero muy buen tío.

- Lo que yo no sé es cómo la pobre muchacha no ha resbalado, y se ha partido la crisma del rastro de babas que va dejando cada vez que te ve.

- ¿Lo decís de verdad? Es que...

Los dos le miran y sacuden la cabeza.

- ¿Pero tú dónde has estado, tío?

- Muy lejos, pero ya casi estoy aquí.

Sus compañeros le miran como si no acabasen de entender a qué se refiere. No importa, él sí se entiende.


(99 días antes)

- No me llamas, no me escribes... esto no puede seguir así. Voy a empezar a pensar que nos estás engañado con la Guardia Civil.

Marta se ríe con muchas ganas al otro lado de la línea. Durante casi ocho días no ha hablado con ella y, si tiene que ser completamente sincero, lo ha echado muchísimo de menos. Sin darse cuenta, hablar con Marta se ha convertido en algo que espera con ganas que pase. Incluso hay veces en las que si ella no llama durante días, es él quien llama para indagar si hay novedades.

- Tranquilos, mi corazón pertenece al Cuerpo Nacional de Policía. El de los picoletos es mi compañero Alberto. Yo soy de la madera.

Lo sabe. El motivo de tanto tiempo sin hablar con ella ha sido que ha estado fuera de la ciudad.

- ¿Qué tal por Bruselas?

- Pues muy bien, hemos presentado el informe y ha despertado mucho interés. Creo que, si no se tuercen las cosas, vamos a recibir más fondos de la UE.

- Me alegro muchísimo. Sé que has trabajado mucho en ese informe.

- Cómo te lo diría yo. La de noches que me he quedado hasta las tantas...

- Todo tiene su recompensa. Seguro que tus jefes están encantados.

- Hombre, disgustados no deben estar, pero ya sabes cómo son los jefes. Tampoco lo demuestran.

- Yo con mi jefa directa estoy encantado, pero con el jefe de la jefa...

- El tal Urdales, ¿no?

- Me quejaba yo del comisario que tenía en la judicial, Requena, pero al lado de Urdales...

- Si ya lo dicen por ahí, más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer.

- No siempre, el cambio es a mejor.

- Sí, eso también es verdad.

- Bueno, Marta, tú dirás qué alarmas tienes para mí.

- Si te digo la verdad ninguna. Solo te he llamado para saludarte y decir que he vuelto. Que una fue a colegio de monjas y es muy educadita.

Siente algo difícil de determinar al oírla decir eso.

- ¿En serio? ¿Fuiste a un colegio de monjas?

La conversación se prolonga sus buenos quince minutos antes de que ninguno de los dos hable de la posibilidad de colgar.


(90 días antes)

Hoy ha descargado un software para organizar por álbumes las fotografías almacenadas en el disco duro. Hacía tiempo que no las miraba. Se ha visto a sí mismo en diferentes etapas de su vida, con cinco años con sus padres y hermanas en una cena en casa de la abuela, con unos inclasificables pantalones vaqueros en el instituto, con el uniforme de gala el día de su jura de bandera.
También ha encontrado un par de fotos con sus compañeros de la unidad siete. Fue el cumpleaños de Rocío, y tomaron tarta y café. Él se llevó la cámara. Se ha detenido un rato en una fotografía en la que, Leo, con el pelo muy corto, se reía tras haber tiznado de nata y trufa la nariz de Corso.
Recuerda que, después de eso, Corso persiguió a Leo entre las mesas hasta que pudo pagarla con la misma moneda. Corso, no contento con eso, después fue a por Rocío. Al final, todos acabaron rebozados en nata y Requena les regañó por comportarse como niños.
Ahora, un universo entero le separa de ese momento. Les echa de menos, a pesar de todo, les añora. Ya no queda nada del rencor y de la sensación de traición, incluso el amargo poso del desengaño se ha diluido. Leo y Corso están juntos, lo ha aceptado.
Ya ha pasado ese momento en el que hubiese sentido algún placer mezquino por una eventual ruptura entre ellos. Aún no está preparado para desear que les vaya bien, pero ya no desea su fracaso. Lo que ocurra entre ellos dos, ocurrirá, pero esa ya no es su historia.




Julio



(85 días antes)

Se queda el último para entrar. En este bar estuvo en una de las primeras citas con Leo. Cada vez que sus amigos proponían venir aquí, encontraba una excusa para no hacerlo. O quedaba lejos, o ponían la música muy alta, o había demasiada gente.
Hasta ahora ha estado evitando concientemente todos los lugares que le recuerdan a ella pero eso se ha acabado. No puede permanecer con la cabeza bajo la arena de por vida. Tiene que saber si las heridas se van a abrir de par en par con solo tocarlas. No se va a conformar con espejismos de sanación. Tras tomar aire, entra en el local.
Sus amigos ya han juntado un par de mesas, y discuten sobre qué pedirán para cenar. Unos quieren pedir cosas para compartir, otros un plato para cada uno. Les que debatan mientras recorre el recinto con los ojos.
El examen visual acaba en una de las mesas del fondo. Siente una lejana punzada de dolor. Teme que la ira y la amargura le desgarren de nuevo, pero eso no ocurre. Tras unos segundos en los que se siente profundamente perdido, el dolor se amortigua, se vuelve sordo, y se transforma en una sutil nostalgia.
El recuerdo de Leo deja de ser borroso, se enfoca y recupera toda su nitidez. La recuerda y lo hace como no pensó que podría hacerlo, con un profundo cariño.
En esa mesa de allí, compartieron vino, charlaron y rieron. Recuerda que esa noche, después de abandonar este local, fueron a cenar a un precioso restaurante japonés cercano. Casi puede ver la cara de angustia de Leo mientras shushis y makis pasaban ante ellos por la cinta. Leo siempre ha sido muy cabezota y tremendamente orgullosa, no confesó lo repugnante que le resultaba la comida japonesa hasta que no tuvo más remedio, cuando una arcada la recorrió de pies a cabeza tras meterse en la boca un shashimi de anguila. Recuerda que esa noche llovió, que no encontraban taxi para volver a casa y que ninguno de los dos podía dejar de reírse mientras se calaban bajo la cortina de lluvia que caía sobre ellos.

Vivió cosas muy bonitas a su lado. Duró lo que duró, un suspiro, pero durante ese suspiro fue feliz. Muy feliz. Hay quien no tiene ni un suspiro de tiempo con la que persona que desea y pasa el resto de su vida anclado en el pasado, dejando pasar de largo la vida mientras se preguntan qué podría haber sido. Él ya lo sabe. Lo intentaron y no funcionó. Ya no importa porqué no, da igual que fuese por primeras o terceras personas, simplemente no lo hizo. Ya es hora de pasar página.
Sacude la cabeza y se une a al algarabía de sus amigos, parece ser que la mayoría se decanta por pedir algún plato para compartir y un surtido de canapés para el centro.



(75 días antes)

Necesitaba unas vacaciones. Llevaba meses sin parar. Muchos cambios, mucho trabajo. Era el momento de desconectar y relajarse. Lleva cinco días con sus amigos en una zona costera del sur de Portugal. El apartamento no se parece demasiado a lo que daban a entender las fotos de Internet, pero está en primera línea de playa, está limpio, y eso es lo importante.
Hoy han alquilado unas motos de agua. Todos han abandonado sus edades reales y se han convertido en un grupo de niños pequeños. En el puesto de alquiler no tenían motos para todos, así que hace un rato ha abandonado la suya y ha cedido el puesto a Juan.
Observa a sus amigos desde la arena. A Manu y Alejandro se les da bien, Oscar y Juan pasan más tiempo en el agua que sobre la moto pero parece darles exactamente lo mismo, sus carcajadas y expresiones de júbilo le llegan altas y claras.

Deja de prestarles atención y recuerda la última vez que montó en moto de agua. Denia, septiembre del año pasado. Casi un año ha mediado entre entonces y ahora. Tiene una perspectiva que entonces no tenía, la que da el tiempo.
Recuerda algo que entonces no quiso ver, la incomodidad de Corso en la conversación que mantuvieron en el coche acerca de Leo. Sus ojos huidizos, la manera precipitada en la que salió del coche, el tono deliberadamente brusco en el que había dicho que Leo y él “habían follado pero...”. Esa fue la primera pista que Corso le había dado pero en su momento la desestimó sin más.
No siente rencor hacia Corso, tampoco ya se siente estúpido por no haberse dado cuenta antes de que lo que Leo sentía no era unidireccional. Simplemente lo recuerda, sin más. Al hacerlo no hay dolor.
También recuerda el momento en el que la mano abierta de Corso se plantó sonoramente sobre las nalgas de Leo. Se pregunta qué clase de cara puso él al verlo.
Entonces pasa algo extraño, se echa a reír con todas sus fuerzas y ganas. No lo hace porque la imagen de Corso metiéndole mano a Leo le resulte especialmente graciosa, lo hace porque recordar esto es como ver una película antigua y desgastada. Una que ha perdido todos los colores.

- ¿Y a ti qué te pasa tío?

Óscar acaba de dejar la moto en la orilla desierta y se acerca a él mirándole como si se hubiese vuelto loco.

- Pues que la red se ha roto. Eso me pasa, que se ha roto.

- ¿La red? ¿Qué red? Ah, que te han llamado del trabajo. Una red de esas que desarticuláis los maderos.

- No, no me ha llamado nadie.

Óscar le mira con los ojos entrecerrados.

- Tío, a ti te ha dado demasiado el sol. Necesitas refrescarte

Se sacude el pelo encima de él llenándole de gotas de agua y echa a correr en dirección a la orilla. Se levanta de un salto y corre tras su amigo. Acaba de despertase del todo de un larguísimo letargo y se siente tan vivo que no puede estarse quieto.


Agosto



(59 días antes)

- Oye, Mario, ¿va todo bien?

Marta le mira fijamente. Ha venido a traerla un informe y unas estadísticas sobre pornografía infantil que han elaborado en la brigada. Podría habérselo mandado por e-mail sin ningún problema, pero, puesto que ya tenían una copia perfectamente encuadernada y él tenía que entregar una orden judicial aquí al lado, ha pensado en dárselo en mano. Al menos esa es la explicación que la ha dado y se ha dado. Para dar o darse la otra explicación, la real, aún no está listo del todo.

- Sí, todo va bien. ¿por qué lo dices?

Ella se encoge de hombros con una expresión en la cara que empieza a resultarle familiar

- Te noto muy serio.

- Lo siento... Es que... tengo la cabeza en otra parte.

Ayer, sobre un granizado de café, Rocío le contó que el Ministerio Fiscal ha hecho un trato con Esparza. Condicional en cinco años, tercer grado en siete, libre en diez, tal vez antes. Fue un jarro de agua fría.
Hoy no puede dejar de darle vueltas al asunto, no se le va de la cabeza cómo deben estar sintiéndose Leo y Corso. Él se siente profundamente traicionado, lo que ellos dos deben estar sintiendo debe ir más allá.

- ¿Complicaciones en el trabajo?- Marta ladea la cabeza y hace una mueca parecida a una sonrisa incómoda en la que enseña los dientes- Perdona si me meto dónde no me llaman. No quiero que me tomes por una fisgona. Es solo que...

- No, no tranquila. Es por unos amigos. Problemas.

Se sorprende que haya sido esa palabra, amigos, la que haya salido automáticamente de su boca. No era plenamente consciente de seguir considerándolos de tal forma.
No son solo retazos del pasado. A pesar de todo, del giro que han pegado las cosas, en el fondo siguen siendo sus amigos.

- Entiendo- Marta asiente con gesto serio- Discutir con los amigos no es agradable.

- No, no es eso. Estos amigos que te digo han recibido malas noticias. Muy malas noticias.

Ella no dice nada, solo le mira.

- Es algo referente a un juicio. El año pasado, les pasó algo. Les hicieron mucho daño y quién se lo hizo no va a pagar como debería- no tenía intención de verter en ella sus preocupaciones pero las palabras surgen solas de su boca. Confiar en ella le resulta sorprendentemente sencillo.

- ¿Tú estás bien?- le mira con gesto serio.

- No lo sé. Este hombre ha hecho cosas terribles. Terribles. No lo entiendo. Yo trabajé muy duro para atraparle y ahora me entero de que lo van a soltar antes de tiempo. Treinta años antes de tiempo. Ha conseguido un trato con la fiscalía. Es tan injusto....

- No sé qué decirte, Mario, solo que lo siento de verdad. Por ellos y por ti.

- No tienes que decir más. Con eso basta.

Y es verdad, ahora mismo su simpatía y su genuina preocupación le hacen sentirse mucho mejor. Marta se inclina sobre él, puede oler su perfume mientras ella le coloca afectuosamente una mano sobre la muñeca y la presiona ligeramente. Sintiendo el contacto cálido de su palma resulta difícil seguir cerrando los ojos a la verdadera razón por la que no ha enviado el informe por correo electrónico.


(40 días antes)

Se sienta en el sofá con una toalla enrollada en la cintura. Mira el móvil que descansa sobre la mesa de café. Aprieta la mandíbula. Desde hace días la idea de llamarla no se le va de la cabeza.
Desde que supo lo del infame trato con Justicia, ha ido cobrando consciencia de que la echa de menos, de una forma muy distinta a cómo la hacia antes, pero el sentimiento de añoranza es inconfundible.
También le echa de menos a él. Piensa en todo lo ocurrido el invierno pasado y el impulso de coger el teléfono es más fuerte que nunca. Aún así...
Le ha costado mucho tiempo y dolor llegar a estar como está, no quiere echarlo a perder por un impulso momentáneo. Su mundo se ha recompuesto con mucho esfuerzo, le aterra la posibilidad de que se vuelva a venir abajo por hacer un movimiento antes de tiempo.
Ojala pudiese llamarles y decirles cuánto lamenta lo que está pasando, lo injusto que es, lo mucho que le gustaría poder hacer algo. Necesita más tiempo.
Tal vez sea egoísta pero tiene que mirar por sí mismo. Corso puede cuidar de Leo y Leo de Corso. Él tiene que mirar por sí mismo. Aún no es el momento. Se levanta del sofá, se dirige al dormitorio y empieza a vestirse.


Septiembre


(27 días antes)

No suele cenar ni comer con la televisión puesta pero hoy lo hace. Sabe que las noticias de esta noche se van a centrar en el juicio que hoy ha empezado, necesita saber qué dicen.
Aunque estaba esperando el inicio de la noticia, no puede evitar sorprenderse cuando, en pantalla, Leo y Corso aparecen saliendo de la Audiencia.
Le cuesta reconocerles y no es solo por el cambio físico experimentado en estos ocho meses. Se había acostumbrado tanto a verles solo en sus recuerdos, que, inicialmente, las versiones en carne y hueso se le antojan dos perfectos desconocidos. Le lleva un segundo reconocer en esas dos personas a sus amigos, cuando lo hace y su cerebro digiere las gafas de sol, los rostros serios y las miradas hacia el suelo, se le encoge el corazón.


(15 días antes)

Está terminando de hacer la maleta, a media noche tiene que coger un vuelo hacia Málaga, la policía local ha solicitado la colaboración de la brigada para un caso.
Mientras dobla meticulosamente una camisa que mañana, justo antes de irse, meterá en la maleta, la canción que lleva meses persiguiéndole sale de los altavoces del equipo música al que tiene conectado su Ipod.
No recordaba haber pasado esa canción. Debió haberlo hecho cuando estaban juntos. Qué lejano parece eso, parece haber sucedido en otra vida. Suspira profundamente y se sienta despacio sobre la cama. Universos infinitos. Piensa en esos universos y piensa en Leo. Ella fue el centro de su universo, un universo finito. Uno que ha conseguido mirar con cariño y no echar de menos, al menos no de la forma en que no debe.
Mira su móvil. Algo le cosquillea en la garganta y el estómago. Toma una decisión. Coge el aparato. Contiene el aliento mientras los tonos suenan.

- Hola....- la voz que casi había olvidado cómo sonaba, contesta cuando ya pensaba que no iba a hacerlo.

- Hola.



(10 días antes)

De vuelta a casa hay atasco en la M-40, la radio ha dicho hace un rato que un camión ha volcado unos kilómetros más adelante. Le encanta conducir pero odia las retenciones.
Echa un vistazo hacia el coche de al lado, un precioso Mercedes deportivo. Los rizos rubios de la conductora le hacen pensar en Marta. Últimamente piensa en ella con mucha frecuencia. Hoy no ha hablado con ella, si mañana ella no llama, lo hará él. Tiene ganas de oír su voz.
No contaba con que algo así le ocurriese, pero no puede negar lo evidente. A estas alturas ya no tiene más remedio que reconocerse lo innegable, que Marta no le es en absoluto indiferente. No ha querido reconocérselo antes porque le parecía algo horrible. Era demasiado pronto, no podía entender cómo, después de lo que ha querido y sufrido por Leo, esto podía estar pasándole. Ahora entiende que las cosas no vienen cuando a uno le vienen mejor, simplemente llegan. Suelta levemente el embrague y el coche avanza un par de metros.



(5 días antes)

- Fueron unos vecinos los que nos llamaron. Por lo visto, los follones entre el matrimonio eran habituales, pero el de ese día fue más gordo que de costumbre...
Corso habla animadamente haciendo expresivos movimientos con las manos, junto a él, Leo le mira con expresión divertida y la barbilla recostada en la mano.
Se le hace muy extraño tenerles enfrente después de todo lo que ha pasado. Leo no es la única que pensaba que esto no iba a ocurrir nunca. Han transcurrido ocho meses, pero él se siente como si en realidad hubiesen sido ocho años. Todo ha cambiado, las dos personas que tienen delante han cambiado, él ha cambiado. El mundo se ha movido enormemente en estos ocho meses.

- Total, que llego justo cuando los del SAMUR están entrando en el portal. Todos los vecinos, ahí, chismorreando como locos al lado de los buzones. Subo con los sanitarios para arriba, un quinto sin ascensor para más señas. La puerta estaba abierta y la mujer en el recibidor con la cara desencajada.....

El tiempo que ha mediado les ha sentado extraordinariamente bien a los dos. Las huellas que las preocupaciones y los sufrimientos del año pasado habían dejado en físico de Corso se han esfumado. Se le ve lleno de energía y vitalidad. Incluso parece más joven que la primera vez le vio, cinco años atrás.

- .... pasamos a la casa y nos encontramos con el marido tirado en salón completamente fuera de juego. La señora no dejaba de repetir “le he matao, le he matao”...

- Pero, Corso, cuéntalo bien, que si no, pierde gracia- Leo le interrumpe y le mira directamente a él con una enorme y deslumbrante sonrisa- Di que el hombre tendría ochenta y muchísimos, y que la mujer por ahí rondaría....

El paso de estos meses es aún más notable en Leo. Un verdadero milagro se ha obrado en ella. Le cuesta reconocer en quién tiene enfrente a la mujer que vio antes de partir a Holanda. No solo ha recuperado con creces la forma física, también la ve llena de energía. Parece feliz. No, feliz no, radiante es la palabra que mejor define lo que ve. Espectacular.
El corazón debería habérsele colapsado en cuanto la ha visto, la ha tenido entre sus brazos y ha vuelto a sentir su olor. Pero el mundo se ha movido. Se ha movido tanto que prácticamente nada ha permanecido en su sitio.
Es casi estremecedor como algo que creías que era inamovible pueda desaparecer. Ese gran amor, esa pasión que sentía por ella, se ha ido por la puerta de atrás. Ni siquiera dio portazo al marcharse. Cuesta entender cómo esos enormes ojos del color del caramelo que antes le desmontaban con solo posarse sobre él, hayan podido perder todo su poder. Sigue siendo hermosos, muy hermosos, pero se han vuelto inofensivos, igual que el resto de sus bellos rasgos y formas. No sabe cómo ha pasado, pero esta ya no es la mujer con la que querría envejecer.

- Eso. Lo que dice Leo. Eran dos yayos, pero yayos de verdad. Chiquitines, arrugaditos....- Corso retoma el hilo de su historia- La mujer con su toquillita y todo en pleno agosto. Para criar pollos, vamos. Total, que los de la ambulancia se ponen a atender al hombre, y yo a intentar tranquilizar a la señora diciéndola que el marido estaba abollao pero vivo. Ahora viene lo bueno. Era la hora de comer y la mesa estaba puesta. Su pan, su agüita, su ensalada y una cazuela con unas albóndigas. Albóndigas, como para olvidarme de las albóndigas. Yo que estaba con un hambre que no me lamía, pues al verlas, me sonaron las tripas como si fuesen las de un diplodocus... nada raro en mí, todo sea dicho.

Leo hace un gesto con los ojos y sofoca una risita con la mano dando a entender que, efectivamente, eso no es raro en él.

- Todos me miraron como si me hubiese tirao un pedo en un ascensor, así que, para intentar quedar medio bien, pues no se me ocurrió otra cosa que decir que con las horas que eran, y lo de puta madre que tenían que estar las albóndigas...Bueno, dije buenas, ¿eh? Me corté, que estaba la señora y se merecía un respeto aunque acabase de dejar al marido inconsciente. Total, que la mujer me oye lo de las albóndigas y se pone a llorar aún más fuerte. Menudo berrinche se cogió. Nos quedamos todos a cuadros...

Toma un sorbo de su cerveza sin alcohol mientras Corso prosigue su narración.

- Me la llevo al sofá a que se tranquilizase un poco, pero nada, que cada vez lloraba más. Le traigo un vaso de agua y al rato, rato bien largo, ya un poco más allá, me dice que siente haberse puesto así, pero que en cincuenta años que llevaban casados, su marido nunca le había dicho que nada de lo que cocinaba estaba bueno. Que si estaban seco, que si estaban salado, que si estaba grasiento, que si estaba crudo, que si estaba quemado... Total, que ese día, a la pobrecita mujer se le hincharon los cojones de tanto desplante y, cuando el marido le dijo que la ensalada estaba agria y las albóndigas saladas y secas, le arreó en toda la cabeza con una barra de pan a medio descongelar y le dejó KO.

Se lleva las manos al estómago y se ríe con todas sus ganas.

- No me lo creo.

- Te lo juro, tío. Te lo juro. Fue brutal. La viejecita tiene un montón de fans en comisaría.

- Doy fe, Mario, doy fe. Que el informe lo redacte yo- Leo se carcajea echando la cabeza hacia atrás- El hombre se pasó tres días en el hospital de un baguettazo en todo el coco. Seguro que ya no tiene huevos a decir que algo está malo. Si soy yo la mujer esa, a los tres días de gilipolleces le abro la cabeza con un pan gallego, que es más contundente que la baguett.

Leo y Corso intercambian una mirada cómplice. Parecen mantener una larga conversación silenciosa en menos de un segundo. No es la primera vez que les ve hacer algo así, pero sí la primera que no se intenta engañar con nada. Leo y Corso tienen un lenguaje propio al que él no tiene acceso. Nunca será capaz de entender qué hay entre ellos pero ya n le importa. Antes eso le hacía sentirse excluido y dolía, hoy no.
No han intercambiado ningún gesto o palabra obvia de afecto pero hay cosas que uno no puede controlar. El lenguaje corporal más sutil puede ser el más elocuente. Verles y saberles juntos ya no le produce dolor, puede que cierta extrañeza porque, aunque haya pensado muchas veces en el concepto de su relación, para él siempre ha sido algo abstracto. No esta realidad que ahora mira cara a cara.
Tampoco siente esa nostalgia agridulce que sentía hace meses cuando pensaba en ella. Saber esto le hace sentirse completamente libre, saberse el dueño de su vida.

- Por supuesto el tío no se atrevió a presentar cargos. Hubiese estado bueno.
Corso alza una ceja y apura su cerveza. Leo hace lo mismo, la acaba de un sorbito. La suya se ha acabado hace rato.

- Bueno, pues... ¿qué decís? ¿nos vamos o...?- Corso inclina la cabeza hacia un lado.

Leo levanta un hombro en clara señal de que quién tiene la última palabra es él. Venía preparado para que el encuentro resultase ser un estrepitoso fracaso, hasta tenía una excusa prefabricada de la que echar mano para poder excusarse e irse pronto. Esta es ya la tercera cerveza que piden. Pasados los titubeos y la incomodidad inicial se siente a gusto con ellos. Está disfrutando de su compañía y es evidente que ellos también de la suya. Pero también es evidente que las cosas no están como estaban. La confianza se ha roto y cuando eso pasa, la relación inevitablemente se desmorona.
Las cosas entre ellos tres jamás van a volver a ser como antes, ni siquiera va a intentar que lo sea. No quiere reconstruir una relación sobre los cimientos de otra. Sería estúpido puesto que ninguno de ellos es el mismo que hace un año. Es el momento de empezar de cero. Solo queda esperar que con tiempo paciencia y cariño esa conexión especial que hubo entre los tres vuelva a resurgir.

- Si os apetece, podemos pedir otra y algo para cenar.




(3 días antes)

La encuentra en el vestíbulo del edificio. Cuando le han avisado de que estaba esperándole abajo, el corazón ha empezado a latirle más rápido de lo habitual.
Conforme se acerca a ella, no puede evitar fijarse en las largas y bronceadas piernas que asoman por el bajo de su falda. La primera vez que la vio, su físico no le llamó demasiado la atención, ahora qué lejos queda eso. Las cosas han cambiado hasta el punto en el que le resulta tan atractiva que casi le duele mirarla.

- Marta

Son casi de la misma altura, así que no tiene que agacharse para darla dos besos que le permiten disfrutar durante unos segundos del contacto de su mejilla y el dulce aroma de su perfume.

- Como no soy poli no me han dejado subir a verte. Siento haberte hecho bajar.

- Nada, nada. No te disculpes. ¿Qué haces aquí? Esto queda muy lejos de Las Rozas.

- Ya, ya lo sé. He venido a invitarte a un café....- el corazón da un salto de gozo dentro de su pecho-... y a pedirte un favor.

La perspectiva de que solo haya venido por eso le desanima notablemente.

- ¿Un favor?

- Sí, ¿vamos a por el café y te lo cuento?

- Vamos.


Se acomodan en una mesita junto a al cristalera de la cafetería. Es un sitio agradable al que viene cuando no tiene ganas de estar rodeado de gente del trabajo.

- Pues tú dirás que puedo hacer por ti.

Marta remueve su capuchino con la cucharilla durante unos segundos antes de levantar la mirada hacia él.

- En realidad no es por mí. Es algo del trabajo. Bueno, no pero sí. A ver, que te cuento qué ha pasado. Es un grupo de MSN. Mi compañero Alberto fue quien recibió el aviso y pasó la alerta al Grupo de Delitos Telemáticos de la Guardia Civil. Ellos la investigaron pero la descartaron.

- Pero tú no estás conforme con eso.

- No. Yo estoy convencida de que hay algo extraño. No sé qué, pero es muy extraño.

La mira con interés.

- A ver, háblame del grupo.

- Se supone que solo para intercambio de enlaces de descarga a videojuegos, algo ilegal pero inofensivo. Sí, se supone, pero... no sé. Hay cosas, pautas... llevo cinco años en esto Mario. Yo no estoy tranquila. No es que no me fíe de la Guardia Civil pero...

- Quieres que le echemos un ojo.

- Quiero que tú- recalca el pronombre- le eches un ojo y me digas que veo cosas dónde no las hay. Si tú me dices que no hay nada, ya me quedo tranquila, pero mientras tanto...

Le llena de una inmensa alegría la confianza en él que sus palabras denotan.

- Eso dalo por hecho. Ahora mismo estamos tranquilos, cuando suba, me pongo con ello.

- Si te hago perder el tiempo por nada, no te enfades conmigo, ¿eh?

- Tengo la impresión de que eso no va a pasar. Me fío de tus instintos. Ahora mismo me pongo a verificar ese grupo.

- Bueno, ahora mismo, ahora mismo.... tampoco.... el café te lo tienes que tomar, ¿no? No he venido desde Las Rozas para hacer la visita del médico.

El corazón vuelve a acelerarse un poco.

- Claro, mujer, eso por descontado.

- ¿Abuso de ti si te pido que después me enseñes la brigada? Tengo curiosidad, llevo añísimos tratando con vosotros y nunca la he visto.

- Considérame tu cicerone- cuadra el brazo derecho como un caballero que espera que su dama lo tome.

Marta se aparta un rizo rebelde de la cara mientras se ríe.


(Hoy) Sábado 27 de septiembre 13:23

Avanza por el pasillo. En la mano, firmemente agarrada, lleva la bolsa de papel que contiene la caja de bombones. Se detiene ante la puerta y se alisa unas invisibles arrugas de la pechera de la camisa antes de llamar con los nudillos. La voz familiar le invita a pasar. Es algo estúpido porque no va a pedirla una cita, solo va a dar unos bombones como muestra de agradecimiento pero, al girar el pomo, se siente nervioso como un adolescente.

- ¡Mario!

La expresión de alegría en el rostro de Marta le sirve para relajarse un poco. Se dan dos besos en los que se permite colocar brevemente la mano en el nacimiento de sus caderas.

- ¿Has visto? Sábado y trabajando. Y eso que se supone que soy medio jefecilla... una desgraciada es que soy.

- No, lo que eres es indispensable, por eso estás aquí.

- Contigo da gusto, levantas el ánimo de una manera... Oye, que me voy a empezar a acostumbrar a estas visitas tuyas sin avisar, ¿eh?

No le importaría nada en absoluto que eso pasase. Todo lo contrario.

- He venido a contarte novedades sobre la alerta que me diste.

- ¿Tenía razón?- le mira expectante

- Toda la razón del mundo.

Ella se lleva la mano a la boca en un gesto que es mezcla de asombro, orgullo y horror.

- Al principio parecía que la Guardia Civil tenía razón, en los foros no hay nada, ni siquiera en la parte cerrada al público. Los enlaces a videojuegos son realmente videojuegos, más concretamente de carreras.

- ¿Entonces...?- una mirada extrañada.

- Los descargamos y nos dedicamos a echarles un ojo porque, realmente, había algo raro en los mensajes, la redacción, el lenguaje... Examinando el material descargado. En el juego venían ya grabados mejores jugadas, tiempos, el nombre del jugador... tras mucho estudiarlo, hemos llegado a la conclusión que los tiempos están manipulados. Es imposible completar las misiones del juego en esos tiempos, o son demasiado largos o demasiado cortos. Son direcciones ip de sitios con pornografía infantil.

Marta le mira con los ojos tremendamente abiertos antes de atreverse a hablar.

- Nunca había oído nada así de sofisticado.

- Ni tú, ni nosotros. Estamos todos muy sorprendidos. Cada vez se buscan más las vueltas para pasar por encima de nosotros.

- ¿Habéis detenido a alguien?

- No, aún no. Es demasiado pronto. Si interviniésemos ahora, solo cogeríamos a unos cuantos. Les queremos a todos. Hemos montado un dispositivo de vigilancia y estamos a la espera de que se nos faciliten todas las IPS de los usuarios que han entrado en los últimos meses. Seguro que algunos no sabían qué se escondía en esos juegos, pero otros.... Hemos pedido la colaboración de la Europol Esto va a ser muy grande, Marta, muy grande, y va a ser gracias a ti.

- Bueno, yo.... yo no he hecho nada. Solo... habéis sido vosotros.

Le resultan encantadores sus titubeos al hablar y el leve sonrojo que aparece en sus mejillas.

- Toma.

La tiende la bolsa. Ella le mira con los ojos abiertos de par en par. Al extraer la caja de bombones, su expresión es la viva expresión del estupor más absoluto. Tan azorada la ve, que siente que tiene que añadir algo.

- Todos en la brigada hemos pensado que te merecías un detallito.

Por supuesto eso no es cierto. Nadie más que ellos dos saben que esos bombones existen.

- Ah... la brigada- la decepción en su voz es más que patente- Pues muchas gracias, de verdad.

Esa decepción por un lado le hace sentirse feliz, es claro indicativo de que esperaba que fuesen únicamente suyos y eso significa algo, y por otro le hace sentirse tremendamente torpe.

- Son de la pastelería que me gusta. No teníais que haberos molestado.

- Ninguna molestia. Recordé que me dijiste que siempre que podías los comprabas.

- Sí, me los solía comprar mi padre cuando era pequeña, me malacostumbró, ahora los que venden en los súper no me hacen mucha gracia.

Es evidente que ella trata de mostrarse como siempre, pero suena más seria de lo habitual. Como si se hubiese hecho ilusiones de algo y se la acabasen de esfumar. Esto solo sirve para inflarle de valor.

- Bueno, verás, estos bombones son el agradecimiento del equipo, pero no el mío. Bueno, el mío también, pero... Yo había pensado en un agradecimiento algo más contundente. ¿Qué te parece si te invito a comer?

Al acabar de hablar, el corazón le está latiendo muy rápido y sus manos y pies han perdido todo asomo de calor. Siente haber vuelto a los quince años, cuando las relaciones sentimentales eran un universo misterioso y desconocido. Ha dicho comer porque cenar siempre suena mucho más serio, más comprometedor. Por mucho que todo en Marta indique interés en él, quiere ir despacio.

- Pues me parece perfecto- ella le mira con la cabeza inclinada hacia un lado y una sonrisa coqueta en los labios.

Ella le sonríe y él le devuelve la sonrisa. El corazón le late de manera muy rápida.

- ¿Tienes planes para la comida de hoy?

- Pues sí...

Ahora es su turno de sentirse decepcionado.

- ... había quedado en casa con un arroz tres delicias congelado, unas salchichas y una película mala, pero si tú me ofreces algo más apetecible...- deja la frase suspendida en el aire.

- ¿Te convencería con la promesa de unos shushis de atún rojo y unos niguiris de pez mantequilla?

- ¿Comida japonesa? Considérame ya sentada en la mesa y con los palillos en la mano.




08 [Sábado 27 de septiembre, Miércoles 8 de octubre]




Pues porque soy irresistible (Sábado 27 de Septiembre 2008, 21:55)

La puerta se abre después de un ratito de espera. Tras ella, Leo le recibe sonriente, lleva puestos pantalón corto de deporte y camiseta de hombreras. Le mira con una ceja enarcada mientras se seca las manos en un paño de cocina.

- Bueno, bueno, bueno. Pero qué tenemos aquí...Tú llegando a su hora. Tío, creo que voy a empezar un diario solo por esto.

Vale, la puntualidad no es su punto fuerte. Culpable.

- Hala, di que sí, ni beso, ni hola, ni hostias... Encima que traigo la priba...- la enseña la bolsa que lleva en la mano- Al de Telepizza le haces más caso cuando viene que a mí....

Ella se ríe con ganas, un segundo después le está abrazando y supliendo con creces no haberle besado antes. Así, sí. Así da gusto.

- ¿Mejor así?

- Muchísimo mejor.

- Anda, pasa, gruñón.

Se queda en el marco de la puerta un momento mirándola.

- No sé yo, ¿eh? Estoy por largarme y volver dentro de un rato. No quiero traumatizarte más de la cuenta por haber llegado bien de hora.

- Tú de aquí ya no te mueves -le coge por la muñeca y tira de él hacia el interior de la casa.
Cuando ya está dentro, un olorcito cojonudo le cosquillea la nariz haciendo que sus tripas rujan en Stereo Dolby Soundround. Acaba de acordarse de que tiene más hambre que el perro de un ciego.

- ¿Qué es eso que huele tan jodidamente bien?

- Mi colonia nueva. Eau de solomillo... ¿Pues qué va a ser? La cena.

La sigue hasta la cocina, una vez dentro deja la bolsa en la encimera. El despliegue de medios que se encuentra le coge por sorpresa. Esperaba algo muchísimo más discreto. No tenía ni idea de que Leo se las gastase así en temas de fogones.

- La hostia... ¿y todo esto?

- La ocasión merecía currárselo un poco, ¿no?- le mira con una mano apoyada en la cadera y una ceja alzada.

Pues sí, lo merece. Aunque parezca mentira, esta es su primera cena formal. Han cenado fuera mil veces, en casa de uno o de otro, otras tantas, pero siempre cosas improvisadas o pedidas por teléfono a un chino o una pizzería. Nunca antes habían hecho de esto de ven a mi casa tal día, a tal hora para cenar algo un poco especial que voy a pensar de antemano y que no me voy a sacar de la manga en un minuto.
La idea de una cenita así se les ocurrió hace un par de días, hablando por teléfono sobre qué hacer el fin de semana. La idea original era cenar por ahí y luego de copas, pero Leo dijo que le apetecía innovar, ponerse el delantal y jugar un poco a las cocinitas. A él le pareció la mejor idea que había oído en mucho tiempo. Seguramente son sus instintos de hombre de las cavernas, pero la idea de Leo cocinando especialmente para él, le llena el estómago de cosas raras que no tienen nada que ver con el hambre.
La gente normal suele hacer estas cosas de en las primeras fases de una relación, pero la gente normal al principio de las relaciones hace muchas que ellos han dejado para más tarde. Para equilibrar la balanza, han hecho otras que la mayoría de la gente normal, por suerte o por desgracia, jamás hará.

- Joder, sí que iba en serio eso de que hoy te apetecía jugar a las cocinitas...

- Es mi lado oscuro, lo saco a pasear dos veces al año.

- ¿Así que este es tu lado oscuro?

Le hace muchísima gracia que este sea el lado oscuro de Leo. El lado oscuro algunos consiste en torturar animales pequeños en sótanos oscuro, el de Leo ponerse el delantal y meterse entre fogones. Leo ladea la cabeza y levanta un hombro.

- Es lo que hay, tío.

- Oye, pedazo de curro que te has metido.

- Que va, si esto se hace casi solo.

- Pues se hará solo, pero huele de vicio.

- Ahora solo falta que no nos intoxiquemos....

- Hombre, a las malas, la Cruz Roja queda muy cerquita de aquí. En cinco minutitos nos resucitan y tan contentos.

- ¿Ves? Precisamente por eso me decidí a alquilar en esta zona, porque no me fío de mis mañas culinarias.

Se ríe entre dientes y la besa suavemente antes de comenzar con la inspección visual de la cena. Levanta tapas de cazuelas y sartenes, y empieza a salivar como un perro de Paulov. Lo mismo luego es verdad que tienen que salir corriendo a urgencias por una intoxicación alimentaria, pero, a simple vista, no parece muy probable.

- ¿Puedo?- señala una cazuela llena de una carne bañada en una salsita oscura que huele como para resucitar a un muerto.

Por toda respuesta Leo coge un tenedor y un cuchillo, corta un trocito de carne de la cazuela, lo empapa de salsa y se lo acerca a los labios. De cerca huele aún mucho mejor. Decide que, esté como esté esto, va a decir que es lo más bueno que ha probado en su puñetera vida.
Todo este curre que Leo se ha pegado se merece eso y más. Pero el caso es que no tiene que poner a prueba sus dotes de actor, lo que acaba de llevarse a la boca está bueno. Qué coño, está cojonudo. Ella le observa atentamente mientras mastica, claramente está esperando su veredicto. Se toma su tiempo en saborearlo antes de tragar.

- Esto no lo has hecho tú.

- ¿Cómo que no?

- Está demasiado bueno. No me creo que sea obra tuya.

- Pues no te lo creas, allá tú...- un tono de mal disimulado orgullo en su voz que le resulta totalmente irresistible.

- Seguro que has tenido a tu pobre madre toda la tarde esclavizada para quedar por encima de mí y de mi maravillosa tortilla del otro día.

- Claro, claro. Eso ha sido.

- Que no tía, que no me creo que esto tan bueno haya salido de esas tuyas manitas.... No te ofendas, ¿eh? pero pinta de saber cocinar no tienes....

- ¿Ah, no? ¿Y de qué tengo pinta?- le escruta con la mirada.

Está convencido de que esta es una de esas horribles preguntas trampa en las que, digas lo que digas, vas a salir mal parado. Se ahorra el tener que contestarla con un beso. Cuando se separan, ella le mira con una sonrisa.

- No te vas a librar de contestarme dándome besitos...

- No estoy intentando librarme.

- Entonces, ¿me vas a explicar por qué no tengo pinta de saber cocinar?- le mira con una malvada sonrisa en los labios.

Está acorralado. Si la contesta la verdad, que simplemente no la tiene, no se va a quedar contenta y no va a parar hasta que le dé otra razón. Si la dice alguna tontería, como que está demasiado buena como para saber cocinar, cosa que tampoco es mentira, seguro que se lo toma a mal y le pone a parir por machista o algo así. Su salvación le espera sobre la encimera en forma de dos libritos pequeños y muy gordos. Cambio de tercio. Salvado por al campana. Alarga la mano y los coge.

- A ver qué tenemos aquí... “Cocina para estudiantes, solteros, separados, viudos y vagos” y “Recetas sencillas para novatos y cocinillas”- Se empieza a descojonar- Leo, ¿Y esto...?

- Se los habrá dejado olvidado mi madre, como yo no tengo pinta de saber cocinar y la cena la ha hecho ella...

- Ay, que mi cocinillas se me pica.


La abraza muy fuerte por la cintura, ella se ríe y trata de zafarse de él. Lo consigue, pero no antes de que se haya llevado una buena ración de besos por toda la cara.
- Quita, anda pesao, que estoy toda churretosa de estar en la cocina.

- Huy, sí, qué asquito das- para demostrárselo la da una última ración de sonoros besos por toda la cara y cuello antes de soltarla del todo.

Ella se aleja un par de pasos de él y hace un gesto con la mano como si espantase un moscón, él hace ademán de irse a acercar otra vez. Leo abre la puerta de la nevera y se parapeta tras ella sacándole la lengua.

- ¿En serio son tuyos esos libros?

- ¿Qué pasa? ¿Tú no tienes libros de cocina o qué?

- Vaya pregunta, Leo, claro que no.

- Pues deberías tener. Para Reyes te regalo uno.

- Déjalo, no hace falta. Ya, si eso, me dejas los tuyos...

- Todo el mundo debería tener por lo menos un libro de cocina. Anda que no me han venido a mí bien estos. Sin ellos... hubiese muerto de hambre o de colesterol hace años. Me los regaló mi madre cuando salí de la academia y me mudé aquí. No es que me hayan convertido en una súper chef, pero para sobrevivir... Del de cocina de solteros ya llevo dos, el primero, el que me regaló ella, se me cayó hace un par de años a una cazuela de sopa de verdura que estaba haciendo y tuve que tirarlo. La sopa también, claro.

No puede evitar empezar a descojonarse con todas sus ganas.

- Ya he vuelto a hablar de más, joder. Parezco tonta, nunca aprendo...- menea la cabeza- En fin... corramos un tupido velo.

- Corrámoslo, que como me pase mucho contigo, me veo sin cenar.

- ¿Una birrita mientras esto se acaba de hacer?

Sin esperar respuesta, Leo saca un botellín bien frío y se lo pone en la mano. La observa con una sonrisa en la boca. Lo que le hubiese gustado verla con esa sopa traga-libros.
Mientras da un trago a la cerveza, Leo saca lo que él ha traído en la bolsa. Un pack de cervezas de esas buenas de reserva y una botellita de vino. No tiene demasiada experiencia en este tipo de cenas, pero algo le dice que la etiqueta requiere que uno lleve algo. Él no es muy fan del vino pero Leo sí.

- Tenía yo una botella de vino preparada para ahora, pero este....- frunce las cejas y ladea la cabeza dando a entender que no ha metido la gamba con su elección.

- Me lo ha recomendado el tío de la tienda, le he pedido un vinito rico y me ha dado este. Ya sabes que yo de vino no distinguiría un Don Simón de un Vega Sicilia de esos.

- Claro que lo distinguirías, no hace falta saber de vinos para distinguir uno bueno de uno malo. Este tienes que probarlo, ¿eh? Ya verás que bueno.

- Oye, ¿tú no me querrás emborrachar para llevarme al catre?

Ella le sonríe enarcando una ceja y poniéndole morritos, después le roba la botella de cerveza y da un trago largo. Se la devuelve y le mira con una sonrisita.

- Tío, pues no sabes cómo me alegro de que hayas llegado pronto. Me vienes de puta madre.

- ¿Ah, sí? ¿Te vengo bien? ¿alguna necesidad que yo te pueda cubrir?

- Pues sí. Hay una

- ¿Cual...?

Se acerca a ella y la abraza por la cintura pero ella se zafa con una maña que ya quisieran muchos futbolistas. Sin ir más lejos a todos los de su equipo, los matados de los Aston Birras

- Que me vigiles las patatas que hay en el horno mientras yo me ducho. Que me estoy dando asco a mí misma, estoy muerta de calor y huelo a cebolla.

- Venga ya, Leo, ¿en serio? ¿quiere que te vigile el horno? ¿y por qué no, mejor, nos duchamos juntitos y las patatas que se vigilen solas?

- Pues, porque tú ya vienes duchadito de casa, porque las patatas no son tan listas como para eso, porque llevo dos horas conteniéndome de picar nada y porque, ahora mismo, tengo un hambre que me muero.

Esa última es una razón de peso, a estas altura ya tiene muy claro que Leo hambrienta no es muy receptiva a nada que no sea un plato de comida. Suspira sentidamente, después asiente y se de encoge de hombros.

- ¿Puedo fiarme de ti para que lo apagues en quince minutos? Lo apagas y sacas la bandeja, que si no se queman. Mira, se apaga aquí- señala el mando derecho del horno- Lo subes al cero.

- Oye, que ya sé dónde se apaga.

Leo, con toda la razón del mundo, le mira con escepticismo antes de darle un beso de refilón y desaparecer a toda prisa por la puerta de la cocina.
Bebe tranquilamente de su cerveza y mete un poco de mano a esa bandejita de embutido de ahí, mientras espera a oír el agua de la ducha corriendo para levantar la voz.

- ¿Estás segura de que te apañas tú sola ahí dentro?

- Segurísima- le contesta con voz cantarina



- ... un tufo a pino que echaba para atrás. Ha sido como estar en el parque del oso Yogui. Si hasta, al llegar a casa, me he tenido que lavar el pelo tres veces porque apestaba a fregasuelos.

Durante la cena, entre risa y risa, tonteo y tonteo, se han estado poniendo al corriente de lo que han hecho durante los últimos días. El martes, a media, les entró un operativo de vigilancia que les ha mantenido ocupados hasta esta misma mañana, menos mal que Requena las ha pasado el guarro a la unidad tres. Ha sido una locura de trabajo, se ha pasado horas y horas encerrado en un coche vigilando la casa del sospechoso, y Leo en la unidad, así que a penas sí se han visto o hablado. El martes, como su turnó acabó tardísimo, a eso de las dos de la mañana, se fue a dormir a su casa. Qué grande le pareció esa cama para él solo, durmió hasta mal. El miércoles, aunque acabó igualmente tarde, no cometió el mismo error. Se fue directo a casa de Leo, aunque ella no se despertó y cuando él se despertó, ella ya no estaba en casa, durmió como un angelito. El simple hecho de saber que está a su lado lo cambia todo.

- Qué exagerado eres, por Dios.

- Sí, exageradísimo. Cuando tengas que pasarte seis horas encerrado en el coche de Sevilla, medio intoxicada por el puto pino ese del retrovisor, me dirás si exagero o no exagero.

- Te quejas de vicio. Ya te cambiaba yo esas seis horas con el ambientador de Sevilla por las dos que he pasado yo en la sala de interrogatorios con el tío ese del polígono industrial. Hay gente que al desodorante solo lo conoce de nombre y yo creo que ni eso...

- Y yo te cambio el olor a sobaco del tío guarro ese por lo que he tenido que ver: al sospechoso en paños menores. Unos de esos calzoncillos blancos enormes de abuelo que parecen bragas enormes. La barriga llena pelos, que parecía que estuviese preñado de noventa y cuatro meses. ¿Tú te crees que el marrano se ha asomado al balcón en ese plan? Con una mano rascándose los huevos, y con la otra sacándose pelotillas de la nariz y tirándolas a la calle.

- ¡Joder, Corso! ¡Qué asqueroso eres!¡Que acabo de cenar!

Leo empuja su plato delante de ella, arruga la nariz, pone cara de repugnancia y empieza a descojonarse.

- Pues calcula Sevilla y yo que lo hemos visto...

- Eres un cerdo, tío.

- Pero si no he sido yo.

- No, pero me lo has contado.

- Pues bien que te estás riendo.

- Por no llorar.

- Qué delicadita que eres...

Se encoge de hombros y dedica a apurar con un trozo de pan los últimos restos de salsa que quedan en el plato. Sin estar buena.
Valora la opción de repetir, como poder, podría. Todavía hay un montón de carne, Leo ha hecho cena para todo el edificio, y ganas no le faltan, pero no le parece buena idea. Se ha puesto fino de carne, hasta el bolo de esas patatas panadera tan cojonudas (que no se le han quemado) y no se ha cortado un cacho ni con la ensaladita rebosante de salsa de roquefort, ni con los embutidos del principio. Una retirada a tiempo es una victoria. Si sigue jamando se va a poner malo.
Deja los cubiertos sobre el plato y suspira satisfecho. Desde el otro lado de la mesa, Leo le mira con una sonrisa de orgullo por lo limpito que ha dejado el plato. Se la ve que está encantada de que su niño le coma tan bien.

- Madre mía, Leo, cómo estaba esto...

- Ya he visto que te ha gustado, ya.

- Estaba de muerte. De muerte. No tenía yo ni idea de que te las gastases así en la cocina.

- Pues ni que fuese la primera vez que comes algo hecho por mí.

- No, pero es que una cosa es una pasta, una ensalada, o algo así, y otra cosa es esto. No te sabía yo capaz de estas exquisiteces. Me has impresionado.

- Bueno, exquisiteces... pero si esto está tirado de hacer, es lo más fácil del mundo y tampoco... - mueve negativamente la cabeza pero se la ve encantada de la vida con el elogio- Tú, que eres de paladar fácil. No te vayas a pensar, ¿eh? Que a mí me sacas de sota, caballo y rey...- pone los ojos en blanco.

- Tú lo que quieres es darme pie para que te diga otra vez lo buenísimo que estaba....

Leo se ríe y da un sorbito a su copa de vino. La sonríe mientras coge otro trozo de pan para arrebañar esa gotita de salsa que se le ha escapado antes.

- Oye, tú, ya vale de zampar, tragón. Que tienes que hacer hueco para el postre, ¿eh?

- Leo, parece que no me conoces, yo para el postre siempre estoy listo...

Aunque, ahora mismo, no tiene ganas de guerra, acompaña las palabras metiendo la mano bajo la mesa y acariciándola el muslo que la falda vaquera que lleva puesta deja el descubierto.
Siempre anda con estas chorradas sexuales, no lo puede evitar, forman parte de él, de su manera de relacionarse con ella. Siempre han estado ahí, desde el primer momento. No lo puede evitar, flirtear con Leo le sale con la misma naturalidad que respirar.
Por mucho que Leo le atraiga físicamente, y lo hace, ni la mitad de las veces que salta con alguna de estas gilipolleces pretende llegar a nada físico. Solo quiere jugar un poco, ver cómo reacciona, oír qué responde ella. Es como jugar al ping pong. Él la lanza y Leo la devuelve. O, no, a veces es Leo quien la lanza primero. A ella también le gusta jugar a este juego.

- Quita, tío guarro- Leo le aparta la mano de un manotazo, sonríe con cara traviesa, se pone en pie y empieza a recoger platos.

- ¿Ah, pero que hay postre de verdad?

- Pues claro, ¿qué te pensabas? Hay postre, café y copa.

- Madre mía, que nivelazo...

- ¿Has visto?- una sonrisa deslumbrante subrayada por una ceja alzada- Como en las bodas.
Hace ademán de levantarse para ayudarla, pero ella le pone la mano en el hombro para que se quede sentadito.

- No, no, no. Tú quitecito, que te conozco, mi cocina es muy estrecha, el roce hace al cariño....

- Tú sí que eres una estrecha.

Leo pone los ojos en blanco y resopla, después desaparece con los platos por la puerta de la cocina. Menudas piernas se la ven con la faldita. Debería ponerse faldas más a menudo, el mundo merece ver esas piernas tan fabulosas. O mejor no, que no se las ponga, que hay mucho salido suelto por ahí.
Con la mano, aparta con la mano unas cuantas miguitas de pan del mantel. Qué lástima de mantel, con lo bonito que era, ha acabado perdido de goterones de salsa.
Leo no solo se ha currado el menú, también la puesta en escena. Menuda mesa de lujo que ha puesto, como las de los restaurantes finolis.

Nada de hule, un mantel de tela, en realidad cien por cien lino fabricado en Bangladesh para Zara Home, según una etiqueta que ha visto colgando por un lado. Ha sido un gran alivio que no fuese de IKEA. Unos platos y uno cubiertos chulísimos, que deben ser los de las ocasiones especiales porque nunca los había visto en uso. Que si una copa para el agua, que si otra para el vino, que si otra para la cerveza. Hasta dos velitas en el medio de la mesa. Se ha cachondeado de ellas porque uno tiene que mantenerse en su papel, pero el detalle como gustarle, le ha encantado. Eso sí, jamás lo reconocerá en alto, que después todo se sabe.
No conocía esta faceta de anfitriona detallista de Leo. Seguro que ha sido cosa de la serie esa a la que se enganchó este invierno cuando estaba tan malita y solo podía leer o ver tele. Él vio unos cuantos episodios con ella y, la verdad, es que estaba chula. Te echabas unas buenas risas. Iba de cuatro tías que vivían en un barrio muy, muy pijo. ¿Cómo se llamaba la serie? Sí, hombre, que eran la pelirroja que era un crack, la ex modelo morenita que estaba para mojar pan, la patosa que no le gustaba un pelo, y la madre de los niños que era otro crack. Tiene el nombre en la punta de la lengua, mira que le molesta esta sensación de sí pero no. ¿Sexo desesperado? Suena un poco raro, ¿no?

- ¡¿Leo...?!- levanta la voz para que le oiga.

- ¡Dime!

- Oye, ¿La serie esa que te gustaba, se llama sexo desesperado?

Una carcajada lejana. Un segundo después, Leo asoma la cabeza por la puerta de la cocina y le mira con los ojos entornados.

- ¿Sexo desesperado? Tío, eso suena a algo que verías tú, no yo. En realidad, juraría que es el título de una de esas pelis “educativas” que tienes en esa caja debajo de la cama.

Ahora es Leo la que tiene ganas de jugar.

- Unas películas estupendas, Leo. De verdad muy educativas y muy didácticas. Todo clasicazos. Peliculones de los que ya no se hacen...

- Sobre todo peliculones.

- Que sí, de cuando el porno todavía tenía argumento. Verdaderas joyas, tengo todas las buenas, La noche de los zombies calientes, El ataque de las alienígenas cachondas, Rabocop, Cortocircoito... Están todas.
Leo se ríe con todas sus ganas. Le encanta hacerla reír, solo por oír ese sonido, sería capaz de recitar todo el catálogo de películas porno que se sabe y, cuando se quedase en blanco, inventarse todas las que hiciesen falta.

- Deberíamos ver alguna juntos. Te iban a gustar seguro. Mira, me echo un par de ellas a la maleta para las vacaciones y probamos cómo va esa tele de plasma tan estupenda.

- Bueno, échalas, por ver alguna ,no nos va a pasar nada, ¿no?

- Pues no, desde luego nada malo. Bueno, y...

- ¿Y...?- Leo levanta un hombro con cara de no saber qué le pregunta.

- ¿....y sexo desesperado...?

- Ah, eso. Me da que has hecho un batido con Sexo en Nueva York y Mujeres Desesperadas.

- Coño. Mujeres Desesperadas. Eso. Que no me salía el nombre.

- ¿Por qué lo preguntas?

- Nada. Cosas mías.

Leo resopla, sacude la cabeza con cara de y por esto me haces perder el tiempo, y vuelve a desaparecer en el interior de la cocina. Puede verla sacando cosas de la nevera en el reflejo del crista del aparador que tiene al lado. Un ratito después, Leo reaparece con una bandeja cuadrada de porcelana blanca en las manos.

- Tachán...

- La hostia puta... ¿pero qué es esto?

Deja la bandeja ceremoniosamente sobre la mesa.

- Tarta de chocolate, con un poquito de nata montada y unas fresitas para acompañar. Ah, tarta casera para más señas.

- Mira, Leo, ni tú te crees que has hecho esto.

Leo se sienta frente a él riéndose.

- He dicho casera. No he especificado de qué casa. Es casera, de la casa de mi madre, no de la mía. Le pedí que hiciera una, y antes he ido a por ella.

- Ah, bueno, eso ya sí me cuadra.

- Esta tarta me vuelve loca. Mi madre siempre me la hacía por mi cumpleaños. He puesto un trozo grande para los dos porque yo no me como una porción entera ni de coña. Ya verás qué cosa más buena.
Leo coge una cucharilla, coge un poquito de tarta, moja en un poquito de nata, añade una fresita al conjunto y se lo da a probar. Paladea lo que hay en su boca y no puede por menos que hacer un sonido de placer parecido al que haría un enorme gato.

- Cómo está la tarta de mi mami, ¿eh?- con la misma cuchara, Leo repite la misma operación que antes, solo que esta vez la destinataria es su propia boca.

Coge la otra cucharilla y le da caña al postre.

- Tía, esto tiene que ser ilegal de lo bueno que está.

- No, ilegal no. Una bomba calórica sí. Entre todo lo que hemos cenado y esto... pues nos hemos metido para el cuerpo como para tirar una semana entera.

- Tú por eso no sufras que tengo planeado quemar unas cuantas calorías antes de irme a dormir. Con tu inestimable ayuda, claro.

Ella enarca una ceja y pasa la lengua sugerentemente por la cuchara llena de chocolate fundido.

- Pues son muchas las calorías a quemar, ¿eh?

- Se hará el sacrificio... de todos modos, si dejamos alguna para quemar otro día, pues tampoco pasa nada... Ya oíste al médico, los días después de perder sangre hay que comer bien para reponerse. Yo le he hecho caso y me he puesto fino.

- Joder, Corso, que donamos sangre. No nos seccionamos la aorta.

- No, seccionarnos la aorta no, pero...

Leo lleva queriendo donar sangre desde hace meses, el martes, antes de que entrase el caso de vigilancia, por fin fueron. Antes no había podido ni por peso ni por condición física, pero, ahora que el médico de cabecera la ha dado el visto bueno, dice que no se va a quedar tranquila hasta que no devuelva hasta la última gota de sangre que tomó prestada.
No quiere descorazonarla, pero según unas cuentas que él ha hecho, a razón de cuarto de litro dos veces al año, que es lo que a ella le dejan con su constitución, Leo acabará de saldar su deuda cuando cumpla los cuarenta y cinco. Año arriba, año abajo.
Años a parte, le parece de puta madre la iniciativa de Leo. La sangre no crece en los árboles, alguien tiene que darla y, si un puñado de desconocidos no lo hubiesen hecho en su momento, ahora mismo Leo no estaría aquí. Por eso él también se apunta a eso de saldar la cuenta del hematocrito, porque agradecer lo que esos desconocidos hicieron por su niña echando un cable a quien lo necesite le parece lo justo. No le gustan las agujas pero cosa peores hay, si se puso debajo de una para hacerse unos tatuajes, ¿cómo no lo va a hacer por esto? Además, luego te dan un bocata de mortadela y una lata de coca cola. Oh, y si tienes suerte, el bocata hasta puede ser de jamón serrano.

- Ah, y te digo una cosa, Leo, tú ya no vuelves a donar sangre hasta bien entradito el año que viene, ¿eh?

- Sí, papi- le dedica una sonrisa plácida con los ojos entrecerrados llevándose una cucharada de tarta a la boca.

- Ni “sí papi”, ni leches. Te lo digo en serio. Sabes que todavía no te conviene andar regalando sangre tan alegremente.

- Que sí, que te lo digo en serio. Ya me dijo Roberto el otro día que era mejor que me esperase al menos seis meses para volver a donar.

El hospital de Doc Rob no les pilla especialmente cerca, pero a ninguno de los dos se les pasó por la cabeza ir a ningún otro hospital que no fuese ese. Les apetecía pasarse para saludar y volver a dar las gracias a todo el mundo por lo que hicieron por ellos. La gente del hospital se portó de putísima madre, mimaron a Leo una barbaridad y con él hicieron la vista gorda mil veces dejándole pasar a verla cuando no le correspondía.
Nadie se había olvidado de la cabezota y del pesado de los tatuajes que andaba dándoles la vara cada dos por tres para colarse en la UCI. Por supuesto, Doc Rob, o Roberto como le llama Leo, tampoco se había olvidado. Se acordaba muy bien, sobre todo de Leo.
El tío jeta estaba aún más guapo de lo que recordaba. Debe haberse pasado el verano haciendo surf o algo así, porque estaba todo cuadrao y todo moreno. También bastante más suelto. Anda que no le tiró los trastos descaradamente a Leo

- Ah, pues si lo dijo él...- vuelca su frustración en un enorme trozo de tarta.

Alguna cara rara debe poner porque Leo le mira y se ríe con todas sus ganas.

- A ver, ¿qué te pasa...?

- Nada. Que cuando te digo yo las cosas ni puto caso, te lo dice él....

- Corso, él es medico. Tú, pues como que no.

- Ya, es médico.

- Tío, él es el profesional en esto, yo a ti te hago caso en otras cosas.

- Profesional, por eso te dijo que te quitases la camiseta para... ¿cómo era? Ah, sí, “ver la evolución de las cicatrices”...

- Pues claro, joder.

- Claro, y por eso me echó esa mirada para que me largase de su despacho y os dejase solos.

- Ay, como eres. No te miró de ninguna manera rara y si lo hizo debió de ser por eso de la intimidad del paciente. Ya sabes.

- Intimidad...

- Sí, intimidad, él no tenía porqué saber que somos pareja.

- Joder, Leo, pues debe ser tonto, porque blanco y en botella....

- Corso, de verdad, encima que se toma la molestia de examinarme, le sacas faltas.

- Sí, una molestia tremenda fue meterte mano...

En lo de examinarla no la quita la razón. Y tanto que la examinó, menudo repaso la hizo. Somos todos tíos, ¿a quién va a engañar? Si se la comía con los ojos, coño. Y, encima, mientras la está toqueteando como le da la gana, el tío se pone a echarse flores a sí mismo y a decir que si las cicatrices se han quedado así de bien es por él. Porque la hizo no sabe qué coño de sutura especial ultra avanzada que había aprendido en un hospital de los Estados Unidos. Anda el tío, Si no decía que había estudiado en los States, reventaba.

- Yo solo te digo que lo que ese tío quería era verte, no eran precisamente las cicatrices...

Si en la media hora que estuvieron con él no dijo veinte veces “Vaya, Leonor, cómo te has recuperado, es increíble lo bien estás”, no lo dijo ninguna. Claro que él tiene un oído cojonudo y cada vez que lo decía, él oía claramente lo que quería decir de verdad. “Vaya, Leonor, cómo te has recuperado, es increíble lo buena que estás”. Y parecía tonto cuando lo compraron.

Como eso otro de darle la espalda a él y monopolizar la atención de Leo cuando le invitaron a un café en el bar del hospital. Se lo perdona por lo que se lo perdona, que si llega a ser otro, le parte la nariz y se queda tan a gusto.

- Es un médico, está aburrido de ver gente desnuda. A mí me ha visto mil veces en pelotas. Y si solo fuese en pelotas... Corso, ese tío me ha visto cosas que yo, ni me he visto, ni sé que tengo.

- Sí, pero no es lo mismo. Antes, cuando estabas ingresada, solo tenía ojos para ver lo malita que estabas. Ahora, solo los tiene para ver lo buenísima que estás.

Leo se ríe con todas sus ganas.

- Joder, Corso, se cree el ladrón...

- Sí, tú fíate de la virgen y no corras.

- ¿Sabes qué? Que así, en plan celoso, me encantas. Te pones guapísimo.

- Yo no estoy celoso.

¿Celoso de un tío alto, guapo, listo, cachas, médico de éxito que, para rematar, la salvó la vida? Pues no, claro que no está celoso, está lo siguiente.
Sabe que son celos absurdos y sin sentido, pero también que son completamente normales. Si no le diese cien patadas que semejante ejemplar de tío se pusiese a coquetear con su chica, pues algo iría tremendamente mal en esta relación.

- ¿No lo estás?

- Pues claro que no- cruza los brazos sobre el pecho con aire digno, o eso le parece a él.

Leo se levanta de la mesa, copa de vino en mano se acerca a él. Se inclina sobre su cara hasta que unos cuantos mechones ondulados le cosquillean la cara.

- ¿Ni un poquito, así chiquitín, chiquitín?- entrecierra los ojos y separa un milímetro el índice del pulgar.

No aguanta más la risa y se empieza a descojonar.

- Vamos, porque ese tío es quién es y porque hizo lo que hizo, que si no....

- Si ya lo sabía yo...

Le da un beso en los labios y le coge la mano

- Ven, anda, vamos al sofá. Que aquí ya está todo visto.

Obedece como un niño bueno. A lo tonto se han acabado hasta la última migaja de tarta y en la mesa no hay mucho más que hacer.
Agarra su cerveza, el vino estaba muy bueno, sí, pero como una cervecita no ahí nada. Se deja guiar de la mano hasta el sofá y se sienta. Leo lo hace junto a él. Acomoda la cabeza contra su cuello, se quita las sandalias y coloca las piernas encima de las suyas. Pasa el brazo sobre los hombros de ella, y la acaricia el brazo mientras ella da sorbitos a su copa de vino.
La tele queda enfrente, lleva toda la cena puesta en un canal de videos musicales. No la han mirado ni una sola vez pero, a falta de cadena musical en el salón, ha servido de hilo musical. Está bastante bien la música. Han puesto Queen, Springsteen, Europe, Scorpions... La canción que acaba de empezar ya no le hace tanto chiste pero el video sí, el video este del tío haciendo un strip tease radical se lo hace todo. Se gira hacia ella con una gran sonrisa en la cara.

- Este video tú y yo ya le hemos visto juntos, ¿te acuerdas?

Leo le mira con los ojos entrecerrados y expresión de extrañeza.

- Sí, hombre, lo pusieron en el garito en el que estuvimos el día que nos enrollamos por segunda vez. ¿No te acuerdas?

- Sí. Claro que me acuerdo. Lo que me descoloca es que te acuerdes tú- pone un montón de énfasis en ese “tú”.

- Oye, que no tengo tan mala memoria como todos os creéis- Leo le mira con una ceja levantada- Bueno, para algunas cosas sí.... – resopla- ...pero para otras no. De esto claro que me acuerdo. También de que toda la semana antes nos la pasamos como el perro y el gato. Todo lo que te decía te venía mal. Estabas cabreadísima conmigo.

- Hombre, mis motivos tenía, ¿no?

- Que la cagué con tu nombre. No está mal como motivo. Te llamé de una manera rara. Petra, Paca o algo así.

- Charo. Me llamaste Charo.

- Eso- chasquea los dedos- Charo. Cómo te acuerdas. Se te clavó, ¿no?

- Aquí- se da un golpecito en el centro del pecho- No esperaba que me declarases amor eterno, en realidad no esperaba nada de ti, solo que te acordases de mi nombre.

- Metí la pata hasta el fondo. Debió joderte muchísimo.

- No te imaginas. Juré que tú no te volvías a acercar a mí ni en sueños y ya ves...- Leo gesticula con la barbilla hacia el brazo que tiene rodeándola los hombros- Peor todavía, una hora antes de que esa segunda vez nos viniésemos para acá y nos enrollásemos, con la bocaza esta tan grande que tengo, te dije que tú y yo no nos íbamos a ir a la cama ni de coña. Está visto, cuanto más alto escupes...

- Bueno, Leo, pero cumpliste tu palabra, ¿eh? A la cama no nos fuimos. Del pasillo no pasamos. En realidad, creo que tu cama no la volví a catar hasta este febrero, ¿eh? Por aquella época me hacías tours por toda la casa, paredes, sofá, suelos... pero la cama me la tenías vedada.

Leo se ríe tapándose la boca con la mano.

- ¿Sí?

- Sí, sí. Te lo digo de verdad.

- Pues no lo hacía a posta. Bueno, me siento mejor al saber que cumplí algo de mi juramento. Lo que todavía no sé es cómo caí una segunda vez. Ni en pared, ni en sofá, ni en cama, ni en coche, ni en nada.

- Pues porque soy irresistible...- Leo pone los ojos en blanco- ... y que la primera no estuvo ni medio mal. Eso me lo tienes que reconocer.

- No, la primera vez de mala ni un pelo. Me encantó, si no, ¿de qué te iba yo a decir nada de volver a quedar? Pero, anda, que si lo llego a saber....

- Mujer, que nos acabábamos de conocer. Ya sabes cómo me patinan los nombres. Fue sin mala intención.

- No, si te parece... Lo que hubiese faltado, que hubiese sido con mala intención. Además, que yo todavía no sabía lo tuyo con los nombres y, coño, que acababas de salir de mi cama hacía menos de una hora.

Se encoge de hombros y pone cara de niño bueno. No le queda otra. Se pasó un huevo.

- Y ya no solo eso, lo de cagarla con el nombre, es que, un segundo después, con toda la jeta, me dices que te mire si te habías dejado unas gafas.

- Es que eran unas gafas muy bonitas y me sentaban de miedo.

Leo suelta una carcajada y se tapa los ojos con la mano.

- Me dio mucha rabia perderlas. Me las había regalado una amiga que era representante de una óptica o algo así. Bueno, amiga...- entrecierra los ojos y levanta un hombro dando a entender qué tipo de amiga era.

- Ya, me hago a la idea.

- Me encantaban esas gafas, la putada es que ese modelo ya no lo fabrican. Me compré unas parecidas pero no es lo mismo. No tengo ni idea de dónde las pude haber dejado, lo mismo fue en el bar antes de venir aquí. No sé.

- No, en el bar no fue.

Esa mirada traviesa....

- ¿No me jodas que sabes dónde las dejé? ¿Aquí? ¿Me las dejé aquí?

- En la entrada

- ¿Va en serio?

- ¿Qué? ¿No pensarías que te las iba a devolver, no? – le mira descojonándose y con los ojos llenos de destellos de luz- Las vi al llegar a casa por la noche. Ahora deben estar en Somalia, Mali, Burkina Faso o algo así. Iba a darlas un pisotón, pero vi que en la óptica estaban recogiendo gafas de sol para enviarlas a los países necesitados de África. Me pareció bonito hacer una labor humanitaria con ellas.

- Qué fuerte, Leo. Qué fuerte, qué fuerte, qué fuerte.

Trata de mostrarse indignado pero es incapaz. Se la imagina dándole sus gafas al óptico con cara maquiavélica y se empieza a deshuevar sin remedio.

- Bueno, me lo tenía merecido.

- Pues sí.

- Lo siento mucho. A veces soy un cabestro

Se la queda mirando. Hace un repaso rápido de su historial con Leo. Ha metido la gamba unas cuantas veces. La del nombre, la de darla las llaves y decirla que eran por si se inundaba la casa, la de las dos tías esas que seguro que ella sigue pensando que eran putas, la de pretender largarse a hacerse mariachi... Hay que joderse.

- Te he hecho unas cuantas- y esto ya no lo dice con tono de broma.

- Bueno, cosas que pasan.

- No sé qué decirte.

- Alguna putada te habré hecho yo a ti, ¿no?

Todavía se acuerda de ese “que Mario y yo estamos saliendo” que le rompió todos los esquemas y le hizo sentirse el tío más gilipollas de todo el planeta Tierra. Lo que le costó mantener el tipo y no empezar a darse cabezazos contra la pared. Se lo tenía merecido, mucho más que lo de las gafas. Muchísimo más. Por subnormal, por pensar que ella siempre iba a estar ahí esperando al momento en el que él tuviese las cosas claras.

- Supongo que sí. No es lo mismo, pero tú también me has dejado sin palabras alguna que otra vez.

- ¿Ves? Pues ya está.

La da un beso. Recuesta la cabeza contra la de ella. Se le hace raro recordar todo esto, qué lejano le parece. No ya solo la putadas, también las tonterías, las dudas, los miedos. ¿Dónde está todo eso ahora?
Pensar que esto tan increíble, estar con ella, le daba miedo, y que por ese miedo estuvo a punto de renunciar a intentarlo... Se le ponen los pelos de punta de lo idiota y lo cobarde que fue. A veces parece que en vez de neuronas tenga gambas pequeñitas rulándole por la cabeza ¿Cómo coño no iba a saber quererla? Se le ocurre cada idea de bombero, que es para empezar a hostiarle hoy y no parar hasta viernes santo.

- Quién nos ha visto y quién nos ve, ¿eh?- levanta la vista hacia ella.

- No sé de qué hablas, ¿eh?

- No, ¿verdad?

- No, ni la más remota idea- le mira desde muy cerca, con una enorme sonrisa en los labios.

- No empezamos muy allá. Pensé que eras una pija moñas, tú... a saber qué pensaste del gilipollas de la resaca...

- Pues eso, que eras un gilipollas. Ah, y un trepa.

- ¿También trepa?

- También. Si es que lo tenías todo. Cuando te dije que me caíste como el culo, te lo dije de verdad.

- ¿Y ahora? ¿Te sigo cayendo como el culo?

- Solo a ratos. La mayoría del tiempo hasta me caes bien.

- Anda, pues qué bien. ¿Por eso llevas tanto tiempo aguantándome? ¿porque te caigo casi bien?
- Por eso y porque me gusta tu coche. El maletero que se le queda cuando le pones la capota, me tiene fascinada.

Leo entrecierra los ojos y pone cara de interesante.

- Bueno, pues si es por eso, entonces de puta madre. Lo que más me gusta de ti son tus almohadas.

- Anda. Por eso duermes tantas veces aquí.

- Claro, tía, por eso. Es que son cojonudas. Ni altas, ni bajas, ni blandas, ni duras.

- Pues ya está, con estos motivos tan buenos que tenemos para estar juntos, yo creo que la cosa nos va a ir muy, muy bien.

- Mira, de momento, a lo tonto, a lo tonto, ya no debe quedar mucho para que llevemos un añito juntos.

- No, no debe quedar mucho y, si yo no cambio de almohadas y tú no cambias de coche, lo mismo hasta lo pasamos.

- Lo mismo, lo mismo.

Alguna vez han intentado averiguar cuánto tiempo llevan juntos, cuál fue el momento mágico en el que este “nosotros” empezó, pero han sido total y absolutamente incapaces.
No tiene nada de extraño, lo suyo no ha echado a andar de una manera sencilla. No fue salir un día y decidir que ya eran pareja. Ha sido complicado.
Muchas idas, muchas venidas, muchos desencuentros. Al principio las cosas cambiaban tan lentamente que ni se dio cuenta de qué estaba pasando, después, entre el otoño y el invierno, todo se aceleró y cambió tan deprisa que casi le aplasta. Era su amiga, su compañera, sí, estaba muy buena, pero el mundo está lleno de tías buenas, poco a poco empezó a verla con otros ojos, a confiar en ella más que en nadie, y, para cuando quiso darse cuenta, ella era todo lo que quería.
No sabe cuánto tiempo llevan juntos, pero si hay algo que tiene claro es de que lo han estado desde mucho antes de saberlo conscientemente. Eso es algo de lo que no tiene ninguna duda. Aunque no esté bien porque entonces ellos dos no estaban solos, es así. Las cosas que son verdad no siempre son bonitas.

- ¿Sabes? Se me han pasado volando estos meses.

A veces le da mucha rabia todo el tiempo que perdió con sus gilipolleces, pero entiende que las cosas tenían que pasar cómo han pasado. Esto no hubiese podido pasar de otra manera, o al menos eso necesita creer.
Mientras habla, enreda y desenreda un dedo en el pelo de Leo. Le flipa su pelo. Ella da un sorbito a su copa de vino y asiente.

- A mí también. Me parece que fue ayer mismo cuando me estabas diciendo eso de que no eras una polla con patas.

- Una polla con patas... madre mía, de verdad, Leo, que te digo cada cosa.... no sé cómo no te tengo aterrorizada.

- De aterrorizada nada. Me gustó que me dijeses todo eso que me dijiste, aunque no hiciese falta. A veces está bien oír en alto las cosas que ya sabes

- Eso es verdad. Como cuando tú me dices lo guapo que estoy con esa camisa nueva de cuadritos que me comprado.

Leo se ríe en voz baja con los ojos entrecerrados.

- Eres más tonto... Oye, ¿qué? ¿vamos a salir ahora a tomar algo?

Ese era el plan, cenita en casa de Leo y luego copeteo para les diese el aire y oxigenarse. En el momento de planearlo le pareció una idea buenísima, ahora le da una pereza infinita. Aún así, si a ella le apetece, no será él el rancio que diga que no.

- Venga, te acabas el vino y nos vamos.

No lo debe decir muy convencido porque Leo ladea la cabeza.

- ¿Pero a ti te apetece?

- Hombre, yo, como estar, estoy súper a gusto aquí, pero en cuanto me vea en un garito me animo.

- Es que a mí tampoco me apetece demasiado salir ahora.

- ¿No?

- Pues no. He hecho pereza. Con todo lo que hemos cenado, el vinito y aquí tan agustito...- mimosa, recuesta la cabeza en su cuello

- Pues, ya está, dejamos lo de salir para el próximo fin de semana.

- El próximo es Menorca.

- Es verdad. Pues genial, allí desfasamos en una terracita chula. Hoy nos quedamos aquí de buen rollo. Además, mira, mejor, que mañana no me puedo levantar tarde.

- Es verdad, tu primer partido.

- Además que debuto a lo grande, de titular. Oye, ¿no te habrás rajado en lo de ir vernos?

- No, hombre, no. Eso no me lo pierdo yo ni loca. Tengo ya el set de animadora preparado.

- No te rías mucho de nosotros, sobre todo de mí, ¿eh?

- ¿No te reías tú de mí cuando empecé con el yoga?

- Pero lo hacía sin demasiada convicción...

- De todos modos, tampoco podéis ser tan malos.

- Si podemos, sí. El año pasado estos no quedaron los últimos porque a otro equipo los penalizaron y les quitaron dos partidos. Tú me dirás.

- Joder. Yo creo que voy a animar al otro equipo en vez de a vosotros...

- Ni se te ocurra, ¿eh? Que la tenemos- aprieta la nariz contra la de ella- Oye, que estoy pensando que el partido es pronto, a las once. Luego podríamos comer fuera, a la sierra. Nunca hemos ido juntos, y, no sé, podría estar muy bien, ¿qué te parece?

- Que me apunto. Hace siglos que no voy a la sierra fuera del trabajo.

- ¿Sí? Pues ya está. Decidido. Te voy a llevar a un restaurante guapísimo que está por Navacerrada. Siempre está petao, pero un colega mío trabaja en sala, así que no vamos a tener problema con la mesa. No veas qué vistas más chulas y qué chuletitas de cordero a la brasa. Además, como hace bueno, lo mismo hasta podemos comer en la terraza. Ya verás que chulada de sitio. Vas a flipar.

- Pero, luego, como no flipe, te voy a poner una reclamación, ¿eh?

- Vas a flipar. Garantizado. Yo soy como la Teletienda, o quedas absolutamente satisfecha, o te devuelvo el doble del importe- acaba la frase con un mordisquito en el lóbulo de su orejita.

- ¿Tienes garantía de satisfacción?- Leo le acaricia los labios contra lo suyos- Eso no lo sabía yo.

- ¿No? Pues la tengo, garantía de doble satisfacción. Que es aún mejor.

Cada palabra queda separada de la otra por un beso que da en esa boquita que tiene delante.

- Vaya, eso sí que es impresionante...

La mirada de Leo acaba de ponerle bruto del todo.

- ¿Quieres que te lo demuestre ahora?

Leo asiente despacito contra sus labios. A estas alturas, su mano ya se ha colado bajo su falda.

- No se si deberías, mañana tienes partido. Se supone que no debes malgastar energía.

- Malgastarla no, invertirla muy bien sí.

- Pues, entonces, si es una inversión, nada me haría más feliz que una demostración práctica.

Y eso es perfecto porque a él nada le hace más feliz que hacerla feliz a ella.





De las buenas, con bien de tacos en las suelas (Miércoles 08 de Octubre 2008, 14:31)

Un coche rojo pasa a toda hostia por la Avenida de la Ilustración. Se lo queda mirando. Suena a maqueado a tope. Los Clio no hacen ese ruido infernal. Le parece bastante estúpido comprarse un coche de quince mil euros y gastarse otros veinte mil maqueándolo, para eso compra uno bueno desde el principio y no hagas el memo, chaval.
El Clio desparece bajo el túnel de la M-30 y no tarda mucho en olvidarse completamente de él. Con un suspiro de frustración e impotencia se acerca hasta las escaleras y se deja caer sobre el primer escalón, o el último, según desde dónde le mires.
Casi le puede sentir físicamente clavados en él los ojos de los dos maderos que hay apostados en la puerta de entrada a la Audiencia. Ellos han visto parte del numerito, a saber qué están pensando.

Abajo, hay más periodistas que estos días de atrás. Además, hoy, hasta les dejan estar en la misma acera, no tienen que esperar detrás de ninguna valla. Debe ser que, como hoy esta mierda va a quedar vista para sentencia, Interior y Justicia quieren que los tipacarracos que les representaban y que, día tras día, han estado en el juicio, hagan declaraciones de esas que tan bien quedan en las noticias. Que si se he hecho justicia, que este juicio solo es el principio, que dentro de nada van a empapelar a un cabrón corrupto sin importar lo alto que cagaba hasta hace nada, que el sistema funciona a la perfección. Sí, de puta madre funciona el sistema. Que se lo pregunten a Leo y a él.
La rubia de la CNN, Lucrecia, Luz o cómo se llame, está ahí abajo en primera línea de fuego. Ve que mira en su dirección y que le hace gestos con la mano para que baje, pasa olímpicamente de ella. Si se enfada, que se enfade, allá ella. Hoy no tiene el cuerpo para gilipolleces.
Por un momento, se pregunta qué va a pensar esa rubita cuando se enteré de lo que ha pasado ahí dentro. Porque sabe que se va a enterar, algo tan jugoso es imposible que pase desapercibido. ¿qué más dará lo que piense ella o lo que piense nadie? Lo hecho, hecho esta. Solo importa que esto ya se acaba.

Tenía muchas ganas de que llegase este día. Aunque se ha esforzado por seguir haciendo su vida y, a ratos, se le haya ido de la cabeza qué estaba pasando, nunca se le ha ido del todo. Siempre había un runrún de fondo. Siempre había una declaración más que hacer, una sesión más que ver. Está muy candado de todo esto, siente como si llevase un mes entero cargando a la espalda con un peso que empieza a pasarle factura.
El juicio, para él, se acaba hoy, no el día que se dicte sentencia. No hay ningún misterio en qué va a decir el juez.
A los desgraciados que no tienen trato, los de la moto y todos lo que estaban al corriente del tema, les va a caer íntegra la condena de cincuenta años que pide el fiscal. Si tienen muchísima suerte, saldrán en treinta, si no la tienen, en cuarenta, el máximo que la ley permite en este país.
Está bien que haya alguien que sí vaya a responder por lo que ha pasado. Lo que ya no está bien es que Esparza, con un poco de buena suerte, Esparza vaya a estar en la calle como si nada hubiese pasado en diez años, con mala, en siete, y, en cualquier caso, andando por la calle en cinco.

No entiende cómo un tribunal puede permitir que el tío que empuñó el arma y disparó vaya a estar menos tiempo en la cárcel que sus cómplices. No lo entiende.
Sabe que no puede hacer nada para cambiar las cosas, lo ha aceptado, pero eso no significa que no se le revuelvan las tripas cada vez que lo piense.
Lo peor de todo es que culpa de que esto esté pasando no es de Esparza. A él, en el fondo, le entiende. No tenía ningún motivo para rechazar el trato. Al contrario, los tenía todos para aceptarlo. Cualquiera en su situación hubiese hecho lo mismo.
A la justicia si que no la entiende. Te pasas la vida dando la cara por ella, jugándotelo todo para defenderla, y se te paga así. Con unos cuantos cumplidos vacíos, un par de medallitas que ponerte en el uniforme de gala cuando te toque ponértelo para pintar la mona, y soltando al hijo puta que casi te destroza.
Lo peor de todo es la indemnización que les van a dar, la gente que piensa que todo se arregla con dinero le pone enfermo. ¿Qué adelanta él con tres, treinta o trescientos mil euros más? Ni el ni Leo quieren dinero, quieren lo que no les van a dar. Justicia. Por lo que a él respecta, se pueden meter la pasta por en culo en monedas de un céntimo.


Nota la tensión acumulándosele en la boca del estómago. Necesita mantenerse ocupado con algo. Saca un Chupa Chups del bolsillo de la cazadora, el papel parece pegado con pegamento. Para cuando consigue quitarlo, está de tan mala hostia que, tras un par de chupadas, acaba pulverizando el caramelo de fresa a mordiscos rabiosos.
Se le ha ido mucho la pelota ahí dentro. Muchísimo. Si esos dos maderos no le hubiese cogido a tiempo, las cosas se hubiesen puesto muy, muy feas. Sabe perfectamente que, si le llega a enganchar, no hubiese podido parar. Estaba tan lleno de rabia que se le hubiese cargado a puñetazos. No quería hacer esa salvajada, pero ese hijo puta le ha puesto al borde y ha seguido empujándole hasta que ha perdido el sentido de la realidad.
Es que... ¿qué cojones esperaba ese tío? ¿A qué aspiraba? No tenía que haber abierto la puta boca. Sí, en la última sesión los imputados tienen derecho a la última palabra, soltar algún rollo para quedar bien de cara a la galería o para sentirse mejor con ellos mismos, pero todos han pasado del tema. Todos menos ese cabrón. No entiende porqué él, quién más tenía que callar, no lo ha hecho.
No sabe qué coño pretendía, de verdad que no, su cabeza dura no le encuentra explicación. No sabe si quería hacer un paripé para la prensa, un paripé para sentirse mejor con él mismo, un paripé para los jueces, si quería joderles un poco más... o a saber qué cojones pretendía. A saber.
Ese tío se plantado delante del micro, con su pelito a reventar de gomina comprada en el súper de la cárcel y, con esa voz suya que le revuelve las tripas, ha hecho lo que mejor sabe hacer, quitarse responsabilidades y echárselas a otros.

Al principio ha sido lo de siempre, el consabido “yo no quería, me obligaron”. Ya se sabe ese cuento de memoria. Está aburrido de oír sus excusas de mierda, excusas que no se cree ni él mismo.
Siempre anda hablando del miedo que tenía a que le hicieran daño, pero nunca habla de lo de rematadamente bien que ha vivido estos años, ni de que se metió en este asunto porque le salió de la punta del nabo, ni de que no se bajó del carro porque era más fácil seguir cobrando bajo cuerda, ni de todas las personas que ha dejado en la cuneta a lo largo del camino. Eso nunca lo menciona. Nunca.
Oírle decir eso le ha jodido pero no especialmente, ya está acostumbrado a oírle decir cosas así. Ha leído las transcripciones de los interrogatorios que sus compañeros le hicieron en diciembre y siempre eran así. No le ha pillado de sorpresa, en la sesión en la que le oyó contar que le habían hecho él y sus compinches a sus padres, jugó al mismo juego de “Esparza bueno, los demás malos”. Esparza es cobarde que no tiene huevos de aceptar responsabilidades por nada.
Los cobardes no cambian, siempre juegan a eso, a echarle las culpas a otros. Ellos nunca son responsables de nada. Al menos los dos niñatos de la moto han tenido la decencia de admitir que hicieron lo que hicieron por la pasta, no se han buscado excusas morales de mercadillo.

Las cosas se han complicado cuando ese hijo puta le ha pedido a la jueza permiso para mirar al público. Pensaba que ella iba a decir que no, se ha quedado muy sorprendido cuando ha aceptado.
La boca se le ha secado cuando los ojos de ese cabrón han ido directo a los tres pardillos de la sala: su padre, Leo y él.
A Esparza deberían darle un Oscar, si por él fuese, se los daba todos. Hasta se las ha apañado para soltar una lagrimita hipócrita al mirarles directamente a su padre y a él y decirles que no fue mi elección, yo solo cumplía órdenes, jamás hubiese amañado esas pruebas para acusaros si hubiese tenido elección. Tenía mucho miedo, me hubiesen matado sin dudarlo. La tensión se le ha empezado a disparar. Ojala pudiese reparar el daño y el dolor que he causado pero sé que no es posible, así que solo puedo decir que lo siento. Al oír eso, le ha dado un poco de risa floja.
Ha dejado de reírse de golpe cuando la mirada de ese cabrón ha ido a clavarse en Leo. Yo no quería hacerte daño. No quería. Tienes que creerme. Perdóname. No quería hacerla daño, por eso la metió cuatro tiros, por eso la dio una hostia cuando ella ya no podía defenderse, por eso la metió esa mierda en las venas que casi la mata, porque no quería hacerla daño. Claro, es lo lógico. Pero es que tú... tú no tenías que haber estado ahí. Si no hubieses estado....

Oír algo así no se lo esperaba de ninguna manera, por eso a su cerebro le ha llevado un poco asimilar el mensaje. Ese hijo puta, poco menos que ha dicho que la culpa de que la disparara fue de ella por aparecer dónde no debía. Ha dicho que se lo buscó ella solita.
Cuando se ha girado para mirarla, la última pizca de cordura que aún quedaba en él se ha esfumado. Leo tenía la mandíbula tensa y miraba a Esparza fijamente. Debajo de la expresión dura de sus ojos, había otras cosas. Dolor y un destello de vulnerabilidad que le ha partido en dos. Era la carita de una cría asustada que está dispuesta a echar el resto para que nadie note cómo se siente de verdad.
Se le ha venido a la cabeza todo lo que se cerdo la ha hecho. Cómo la dejó, los dos meses que pasó en el hospital, los que vinieron después, ya en casa, con fiebre y salidas a urgencias a las tantas de la mañana, las sesiones de la psicóloga, la fisioterapia. Se le ha venido todo encima y la rabia que tanto tiempo llevaba dentro de él ha estallado como un volcán.

Lo ha visto todo rojo, cuando ha querido darse cuenta de qué estaba pasando, iba directo a Esparza derribando sillas a su paso y berreando todo tipo de barbaridades.
No se acuerda ni de la mitad de lo que ha dicho, solo de decirle que le iba a reventar a hostias la cara de cerdo sarnoso que tenía. Las demás lindezas debían ser de ese palo.
No pensaba, solo le movía la rabia. Sabe qué hubiese pasado si los polis no hubiesen estado ahí para detenerle. Se le hubiese cargado. Él, por sí solo, hubiese sido incapaz de parar.
Esparza lo ha sabido, se lo ha visto en la cara. Le miraba aterrorizado, encogido sobre sí mismo como un gusano. No le ha llegado a tocar, pero está completamente seguro de que le ha metido el miedo en el cuerpo bien metido. Con un poco de suerte, se va a pasar unos cuantos años con pesadillas por las noches en las que le va a ver envistiéndole como un toro loco. Y, con otro poco de suerte, también se va a pasar los días acojonado perdido, pensando que, cuando le suelten, va a ir a buscarle y le va a matar. Que lo piense, que viva asustado y mirando por encima del hombro.

Hasta hace un rato, pensaba que Esparza había tenido una suerte tremenda, ahora, con la cabeza más serena, se da cuenta de que quien ha tenido suerte ha sido él. Las cosas se hubiesen puesto muy feas y no solo para él. Cargárselo no le hubiese supuesto ningún cargo de conciencia, pero las consecuencias no las hubiese pagado solo. También las hubiesen pagado su padre y Leo, si él hubiese acabado en la cárcel. Ellos ya han sufrido más de la cuenta por ese miserable.
Se le viene a la cabeza una escena en la que Leo y él están separados por un cristal blindado y hablan por un teléfono anticuado y sucio. La piel se le pone de gallina.
Sí, el que ha tenido suerte era él. Mucha. Incluso se ha librado de tener que pasar una noche en el calabozo por el numerito que ha montado. No le han acusado de nada, simplemente le han sacado a rastras de la sala y le han prohibido volver a entrar. No entiende cómo le han dejado irse sin consecuencias pero no se va a poner a cuestionarse su suerte. Si la jueza estaba de buenas, pues muy bien, si ha sido por otro motivo que a él se le escapa, pues también.
Pensaba que le iban a retener hasta que la jueza decidiese qué hacer con él. Lo único que ha pasado es que se le han llevado a un salita aislada para intentar calmarle. Le han ofrecido tilitas, agua y hasta una mierda de pastillita para tranquilizarle. Les ha dicho por dónde se podían meter todas esas cosas justo antes de salir dando un portazo. Pensaba que iban a salir corriendo detrás de él para ponerle unas esposas pero eso no ha llegado a pasar.

Requena sí que tiene estar de muy mala hostia. Dependiendo de qué decida hacer con él, se le puede caer el pelo. Echarle de la Policía no cree que le echen, pero seguramente le abran un expediente disciplinario. Le da igual, ya está hecho.
No sabe qué puede estar sintiendo Leo en este momento. No tiene nada claro si ella va a apreciar este numerito a lo Chuck Norris. Pero es que ha sido verla así de vulnerable y perder la cordura. No puede consentir que alguien ponga esa expresión tan desamparada en su carita y se vaya limpio. No puede. Su instinto de protección, en lo que a Leo se refiere, está a flor de piel.


Unos veinte minutos después, oye pasos a su espalda. No tiene que darse la vuelta para saber quién es. Conoce muy bien el sonido de esos pies.
Levanta la cara hacia ella. El sol está encima y no distingue bien sus rasgos. Leo se sienta junto a él después de unos segundos de estar de pie. Le mira sin decir nada, tiene la barbilla apoyada en el puño. En su cara no hay indicios de enfado, solo de cansancio. Parece agotada, desgastada. Es como si toda la mierda del mes se la haya venido encima de golpe.
Se miran sin decir nada, ella no parece con ganas de hablar y él no sabe qué decir. Cuando Leo recuesta la cabeza sobre su hombro, la abraza por los hombros y recuesta la barbilla en su coronilla.

Algo después, la gente que había en la sala empieza a abandonar el edificio. No se mueven, se quedan dónde están, indiferentes a la oleada humana.
Su padre y Requena son los últimos en salir. Requena le mira fijamente pero no parece demasiado enfadado. Su padre se detiene un momento junto a ellos, lo justo para sacudir la cabeza, revolverle el pelo y dejar una caricia en la mejilla de Leo.
Cuando los dos se han ido, acurruca aún más la cabeza contra la de ella al tiempo que, con el pulgar, comienza a acaricia el cuello. Durante un rato, se dedican a ver cómo los periodistas entran en acción, según la gente va llegando al final de la escalinata.
Los flashes se disparan, las cámaras graban y las preguntas de unos y las respuestas de otros se convierten en una maraña confusa. Requena se detiene un segundo para decir algo muy corto antes de proseguir su camino, su padre pasa de largo. Los de los Ministerios sacan pecho y se ponen a rajar delante de las cámaras. Se les ve a la legua que están encantados de haberse conocido. Se imagina qué mierda pueden estar diciendo, y la sensación de que les han vendido por un cabrón vuelve a él con la fuerza de una apisonadora. Se limpia el culo con las leyes y con esta justicia de todo a cien.

- Si llegas a...- la voz de Leo le sobresalta- .... me hubiese enfadado muchísimo contigo. Muchísimo.

Sabe que no está pensando en Esparza, que ella también tiene en la cabeza imágenes de monos naranjas y visitas carcelarias.

- Ya lo sé.

Leo le mira muy seria.

- No vuelvas a hacer algo así. En la vida. Prométemelo.

- No puedo, Leo, lo siento. No puedo. A veces, se desconectan y...- se señala primero la cabeza y luego el pecho.

Leo suspira, después asiente.

- Es que... Joder, esas putas lágrimas de cocodrilo. A mí no me vale que lo sienta. No me vale ni para empezar. Yo no sé si lo sentirá o no, me da igual, solo sé que hizo lo que hizo y todavía tiene la poca vergüenza de decirte que tú no tenías que haber estado ahí. ¿Con qué derecho hace eso?

Ella se encoge de hombros, después se agacha y se pone a alisarse una arruga que el vaquero hace antes de desaparecer en el interior de su bota marrón.

El silencio vuelve a quedarse con ellos un rato largo. La acaricia la cara con el pulgar. No sabe qué puede estar pensando ella, él trata de entender cómo un ser como Esparza puede vivir fuera de las alcantarillas sin necesitar algún tipo de mascarilla especial.
Unos minutos después, Leo levanta la cara hacia él y le mira directamente a los ojos.

- Lo que has hecho ha sido una estupidez de las gordas. Te podías haber metido en un lío tremendo. Joder, Corso, que te he visto la cara, que si le llegas a enganchar... Tío, que podías haber acabado en la cárcel. Además, joder, que ¿cuántas veces te he dicho que yo solita me las apaño, que no soy una muñequita y que no necesito que nadie me defienda? Es que te lo he dicho mil veces, joder. Mil. ¿Ya no te acuerdas de todo eso que te dije el día que empezó el juicio?

- Sí, me acuerdo. Lope de Vega.

- ¿Entonces?

No sabe qué decir, solo la mira sin abrir la boca. Auque tenga razón en todo, no quiere que se enfade con él. Necesita que le entienda porque, si ella no le entiende, no le va a entender nadie.

- Es que... hostia puta, Corso- recuesta la frente en la mano, sacude la cabeza- ¿Sabes qué es lo peor de todo?

Traga saliva y niega con la cabeza.

- Pues que debo ser bipolar o algo así, porque estoy enfadadísima contigo porque eres un borrico que se podía haber buscado la ruina por nada, pero... pero, joder, que entiendo porqué lo has hecho y que no tienes ni puta idea de lo que te lo agradezco. Sí, no me mires así, con esa cara de flipe. Ya te lo he dicho, soy bipolar- levanta un hombro y le sonríe llena de dulzura- Está fatal que te lo diga y está peor sentirlo, pero me has hecho sentir muy, muy bien. Muchas gracias.

La abraza muy fuerte por el cuello, la besa en la sien. Siente un alivio tan fuerte que es algo casi físico. Si ella le entiende, le da igual lo que piense el resto del mundo.

- ¿Tú te acuerdas eso que te dije el año pasado de que si a ti te pasaba algo, yo me moría? No te lo dije por decir. Si a ti tocan un solo pelo de la cabeza, a mí me es como si me diesen una patada en todos los huevos. Con botas futbolista. De las buenas, con bien de tacos en las suelas.
Leo asiente, le coge la mano y después recuesta la cabeza en su pecho. Se quedan abrazados en silencio hasta que el último señor importante de abajo se aleja de los periodistas.







- ... así que, nada, que si alguna vez necesitamos algo de esos jueces, sobre todo de la jueza, va a ser casi mejor que no sea yo quién se lo pida. Dudo que esos tres vayan a guardar un grato recuerdo de mí.

Les sonríe a los tres esforzándose en aparentar mejor humor del que tiene. Su sonrisa no es que tenga una acogida muy allá, la única que se la medio devuelve es Rocío, pero sin demasiada convicción. Molina le mira pensativo y Leo tiene los ojos clavados en el vaso de cartón térmico de su café, cualquiera diría que el dibujito la tiene fascinada.
Cuando han acabado de comer los bocadillos y las ensaladas que Leo y él han comprado para todos, Sevilla ha salido discretamente con la excusa de haber quedado con los de audiovisuales para analizar una grabación de video. No corría prisa, ninguna, pero Sevi es un tío muy discreto y muy considerado y ha
preferido dejarles a los cuatro solos para poder hablar tranquilamente.
Ahora, Molina, Rocío, Leo y él están sentados en el despacho de Molina. Las chicas ocupan el sofá, Molina preside el escritorio y él está cruzado de piernas sobre la silla de las visitas.

- No... no lo entiendo- Rocío cambia su capuccino de una mano a otra y resopla- De verdad que no. Me parece tan....- en vez de decir cruel, levanta un hombro pero se la entiende perfectamente- ¿Por qué ha tenido que decir eso de que si Leo no hubiese estado....? Es que... No lo entiendo.

Cuando acaba de hablar, Rocío, coloca una mano sobre la rodilla de Leo y la mira con ojos preocupados.
- Pues porque ese tío es así, Roci- Leo contesta con indiferencia, con demasiada- Ya lo sabéis vosotros que le interrogasteis el año pasado. La culpa siempre es de los demás, nunca suya. Es patológico creo yo.

- Sí, pero... ¿tú...?- Rocío deja la frase colgado ahí.

- Yo estoy de puta madre. A mí lo que me diga ese tío me resbala.

Leo lo dice con tanta ligeraza y en un tono de voz tan despreocupado, que alguien que no la conociese mejor estaría tentado de creérselo sin discusión. Si él no hubiese visto la carita que se la ha puesto al oírle, él mismo se lo creería. Rocío se lo cree, asiente y sonríe.

- Sabes que te podías haber metido en un gran lío, Corso. Ha sido una irresponsabilidad muy grande que te podría haber salido muy cara. Eres policía desde hace muchos años, ya deberías haber aprendido a no caer en provocaciones.

La voz de Molina es seria, ha dejado el café en la mesa y le mira con los brazos cruzados bajo el pecho. Le contesta encogiéndose de hombros. No tiene ganas de que le vuelvan a recordar cómo podría haber acabado el día, tampoco le hace especial gracia oír a Molina en plan jefe echándole la peta. Sabe que tiene razón pero esperaba otro tipo de reacción.

- Molina...

Molina hace callar a Rocío levantando un dedo.

- Rocío cielo, ahora soy el jefe de este capullín, me toca decirle estas cosas que no quedan bien. Es lo que se espera de mí. Ahora, como compañero y como amigo, te digo que hiciste lo que había que hacer, lo que yo hubiese hecho. Ese desgraciado venía buscando desde hace tiempo un susto así.
Molina alarga el brazo, le planta su manaza sobre el hombro y lo aprieta afectuosamente. Coloca la mano sobre la de Molina y da un par de palmaditas.

- Jo, me habías asustado, Molina.

- Roci, hija, a la corbata hay que honrarla, que como se entere Requena que no le tiro de las orejas a este, me busco una mala hora. En serio, Corso, si llego a estar yo ahí, le doy a ese bosteiro un par de hostias de Molina. Calidad Suprema.

Las hostias de Molina es algo que siempre le hace pensar en algo con azúcar glaseada por encima, que viene en un cajita de cartón con denominación de origen.
Leo no se vuelve a pronunciar sobre si ha hecho bien o mal pero sí le sonríe con la mirada mientras da un sorbo a su café.

- Desde luego que ha sido una suerte que no te hayan colgado ningún cargo de desacato o algo así.

- Sí, bueno, Rocío, es que hoy tengo al angelito de la guardia haciendo horas extras.

- Aún puedes dar gracias a ese angelito tuyo, carallo. De buena libraste, Corso.

- Corso, yo creo que más que el angelito de la guarda, fue la jueza, ¿eh?- Leo cruza plácidamente las piernas, se reclina en el sofá y les mira a todos con una sonrisa- La mujer estaba hasta los cojones de Esparza, os lo digo yo. Cuando se le han llevado fuera, el abogado ha empezado a presionar para que a Corso le acusasen de intento de agresión, de desacato... de todo lo que te puedas imaginar.

Mientras oye a Leo, siente un pequeño hormigueo en el paladar. Qué cerquita ha estado de pasar un par de noches en el calabozo.

- La jueza poco menos que le ha mandado a la mierda. Anda que no tiene que haberse arrepentido de haberle dejado darse la vuelta. Nada, le ha dicho que te había provocado descaradamente y que si no le gustaba su decisión de dejarte en paz, pues que se comprase un mono y le pusiera lacitos. Bueno eso no, pero casi.

- Bendita jueza.

- Pues sí. Bendita, que ya me veía yo metiéndote un bocata con una lima dentro por los barrotes de los calabozos de Plaza Castilla.

Seguro que a Leo la idea la hace muchísima menos gracia que la que quiere dar a entender.

- Hombre, Leo, yo lo bocatas los prefiero de jamón o de anchoas....

Ella se ríe sacudiendo la cabeza. Aún debe estar con el susto en el cuerpo pero se la ve más relajada.

- Oíd, ¿Y Requena? ¿Qué dice?

- Esa es una buena pregunta, Molina. Muy buena. Pues no sé, al salir no me ha dicho nada, luego, cuando veníamos para acá, me ha llamado quiere verme esta tarde en su despacho. Ahora está con los de Jefatura, a ver con qué me sale...

- ¿Estaba muy cabreado?

- Hombre, me ha puesto un poco a parir, pero...

- Yo creo que te va a ladrar pero que no te va a morder. Yo que le he oído, bueno... estaba en plan Requena, como se pone él cuando nos pasamos de la raya, pero tampoco...

- A mí me parece que está muy quemado con todo este asunto- Rocío, con la mirada, busca la confirmación de Molina y este se la da en forma de asentimiento.

- Sí, sí que lo está. A nuestro comisario no le gusta que le dejen por tonto y esta gente de Justicia e Interior han hecho lo que les ha salido de ahí mismo y ha tenido que tragar. Te puteará un poco y no más.

- Me veo buscando caniches perdidos una temporadita larga. Bueno, da igual, me encantan los perros rizosos con lacitos.

- Lo importante es que esto ya se ha acabado y que vosotros dos estáis bien, que, a ratos, joder, ha parecido imposible- Rocío les mira a Leo y a él con una sonrisa desmayada.
Leo acaricia con el dedo la mejilla de Roci y la sonríe. La pobre no lo ha pasado precisamente bien con este asunto, es muy sensible, las cosas la afectan mucho, y todo lo que ha pasado ha sido muy gordo. Lo mal que lo pasó cuando él estaba a puntito de acabar en la trena lo que puedo haber llorado la pobre cuando no sabían si Leo lo iba a contar. Roci es una amiga, de las de verdad. Los dos lo son, Roci y Molina.

- Rocío tiene razón, eso es lo único que importa, que estáis de una pieza y que ya no os vais a poder escaquear del tajo usando la excusita del juicio- Molina remata la frase con un guiño por si a alguien no le ha quedado lo suficientemente claro qué ha querido decir en realidad- Que ya me la tengo muy oída.

- ¿Ya no tenemos excusa? Vaya, hombre, menuda jodienda, con lo bien que nos venía para tocarnos las narices un ratito, ¿a que sí, Leo?

- Ya te digo, habrá que ir buscándose otra.

Los cuatro se ríen con un sonido curioso, lleno de nervios. Después, el despacho se queda en silencio durante un rato en el que cada cual piensa en lo suyo y da sorbitos a su café. Cuando él se ha acabado su triple espresso, esta noche no va a haber quien le haga dormir, Molina esboza una sonrisa canalla y les mira a todos.

- Espero que las señoras de la limpieza que trabajen en la cárcel usen mucha cera para el suelo. Como mi suegra, que cada vez que voy a su casa por no poco beso el parqué. Un resbaloncito tonto y... adiós. Uno menos. Fíjate tú qué pena. Un ahorro para el Estado y un alivio para la gente decente.

- ¿Ah, pero que usted cree que todavía queda gente decente en este país, señor Molina?

- Hombre, Corso, pues son como las meigas, haberlas haylas, pero de ahí a poder señalarte una....

- No me seáis así de cínicos, joder- Leo pone lo ojos en blanco- Que no todo el mundo es un hijo puta.

- Ah, pero qué bonito. Una joven e inocente cervatilla que aún tiene fe en esta sociedad democrática en la que vivimos.

Leo agita la mano delante de ella, por un momento teme que le vaya a dar a Molina una galleta bien dada por haberla llamado “cervatilla” pero no, era que tenía la boca llena de café y no podía hablar.

- Que no, joder, Molina. Si todos fuesen unos hijos de puta, pues apaga y vámonos. Más nos valdría cerrar el chiringuito y dedicarnos a otra cosa.

- Leo tiene razón, Molina. Hay mucho indeseable suelto pero también hay mucha gente buena.
Molina mira con expresión paternal a Rocío y a Leo.

- Ay, ay, estas chicas mías. Ya me contaréis si cuándo lleguéis a mi edad seguís pensando así.

- Cuándo te pones así, en plan cenizo, eres imposible- Rocío resopla y vuelve a coger sus palillos.

- Si yo no digo que no haya buena gente, la hay a porrillo, pero, en este negocio nuestro, se ve muy poquita y la que se ve... pues suele ser de la que ya dijo e hizo todo lo que tenía que decir y hacer en esta vida.

- Joder, qué positivismo, Molina... hoy da gusto hablar contigo....

- Rocío, mujer, no me lo tengas en cuenta, que es que esta noche Isabelita se va al concierto de un “amigo” y estoy retorcido. Amigo... un cantamañanas melenudo que toca la guitarra...

Todos se tapan la boca disimuladamente para camuflar sonrisitas. Molina y sus apuros paternales darían para escribir un libro.

- Acabáramos...- usa a propósito una de las expresiones favoritas de Molina.

- Sí, vosotros reíros, que ya os tocará...

- Pero si solo es un concierto, Molina, no seas así.

- Si el concierto no me preocupa. Lo que me preocupa es lo de después, la fiesta en el “baquestaje” ese....- ve cómo las chicas se muerden los labios para no reírse por la pronunciación, casi británica, de Molina- Además el chaval este no me gusta un pelo, es demasiado mayor para mi Isabelita, veinte años, y a saber qué hace por ahí. Eso de que no tenga antecedentes no me vale.

- ¿Le has mirado los antecedentes al chico?

- Hombre, pues claro- contesta como si Leo acabase de hacerle una pregunta de lo más tonta.

- Como se entere Isabel... Si a mí me hace eso mi padre, ya puede correr.

- Bueno, Leo, creo que el que ya podría correr soy yo, que como el señor Guillermo viese eso de que una vez me meé en la fachada del Congreso...

- ¿De verdad hiciste eso?- Rocío le mira con los ojos como platos.

- Es que me hacía mucho pis, no había baños a la vista....

Intenta poner cara de niño bueno pero, al final, la sonrisa de cabroncete se impone. Todos se ríen a la par.

- Venga, chicos, a apurar los cafés y de vuelta al tajo, que el crimen no descansa.

Todos se ponen en movimiento, se levantan de sus asientos, tiran los vasos vacíos a la papelera de Molina y se mueven hacia la puerta. Rocío sale primero, cuando Leo y él van a seguir, Molina habla.

- Leo, Corso....

Se dan la vuelta hacia él. Les mira fijamente a los dos.

- A todo porco chégalle o seu San Martiño

No hace falta saber gallego para entender eso. Dios oiga a Molina.




Según el relojito del ordenador, cuando Mario se planta frente a su escritorio son las siete y media.

- Menuda suerte que tenéis los de la brigada de informáticos que salís a vuestra hora....

Se levanta y, sin titubeos, le da un abrazo que es correspondido con fuerza.

- ¿Qué? ¿Envidia?

- Mucha. Además nada de envida sana de esa, de la otra, de la cochina.

- Oye, ¿Dónde está el resto de la tropa?- Mario mira a su alrededor.

- Pues Molina creo que ha ido a ver un confite suyo, Roci y Sevilla en el anatómico forense para contrastar unos datos, y Leo haciendo la pelota a los del laboratorio para ver si sueltan los análisis de tóxicos prontito.

Mario sonríe y sacude la cabeza.

- Siempre la mandábamos a ella para tratar con los de la científica, veo que las cosas no han cambiado.

- Como dice mi padre, si funciona, ¿para qué cambiarlo?

- Eso es cierto- Mario mete las manos en los bolsillo e inclina la cabeza hacia la derecha- ¿Tienes tiempo para un café de máquina?

- La cosa está lleva dos horas buscando una coincidencia en la base de datos y no me da nada, así que tengo tiempo de todo.

Salen hacia el vestíbulo de los ascensores. Un minuto y cincuenta céntimos después, cada uno tiene su café en la mano.

- ¿Cómo ha ido?

No especifica qué pero es totalmente innecesario. Los dos saben perfectamente a qué se refiere.

- Visto para sentencia.

- Me hubiese gustado estar allí. Esto de la puerta cerrada...

- Tranquilo, no te has perdido nada.

No tiene ganas de hablar de lo que ha pasado con Esparza pero tiene que hacerlo, lo que desde luego no quiere es que Mario se entere por otra persona.

- Bueno, o casi nada.

- ¿Cómo es eso?

- Ese tío ha echado una parrafadita final, ha dicho cosas que no tenía que haber dicho, poco menos que le ha echado a Leo la culpa de haber tenido que dispararla, a mí se me han hinchado los cojones, se me ha ido la pinza y he intentado partirle los dientes. Han tenido que sacarme a rastras.

Si esto le ha sorprendido, Mario no lo demuestra lo más mínimo. Se limita a asentir con expresión grave.

- ¿Te has metido en un lío?

- No, he tenido suerte. La jueza ha hecho la vista gorda y Requena se ha conformado con echarme una buena peta. Supongo que se vengará metiéndome algún pufo de caso, pero nada más.

- Bien, me alegro. ¿Leo, cómo está?

- Ya la conoces.

Es la mejor respuesta que puede darle. Mario vuelve a asentir.

- Y ahora, ¿qué va a pasar?

- Pues nada, Mario, esto ya se ha acabao. A esperar a la sentencia y a los posibles recursos de los abogados. Pero, vamos, que ya misterio ninguno. Ahora a por el próximo juicio, el del pez gordo. Limonero.

- Naranjo

- Eso, Naranjito. Ese a mí eso ya me la sopla. Yo ya me he bajado de este carro.

Mario da un sorbo a su café.

- Siento muchísimo que las cosas hayan salido así.

- Sí. Yo también. v
Toman café en silencio hasta que los pasos de unas suelas de goma les hacen mirar a los dos a la vez hacia la puerta que comunica con la zona de trabajo. Leo aparece con unos papeles en la mano y una sonrisa en la boca.

- Anda, pero si tenemos visita.

Se acerca hasta ellos. Le saluda a él con los ojos y a Mario con dos besos que salen espontáneamente. Parece que las cosas se están encarrilando bien.

- Acabo de salir de la brigada y, antes de irme a casa, me he pasado un ratito a ver cómo iban las cosas por ahí.

- Pues, ya ves, metidos hasta los codos en un asunto de drogas. Alguien ha empezado a pasar un cristal bastante chungo y se está liando una buena. La cosa esa es dinamita. Se están armando unos pifostios tremendos en los clubes de techo y house. Tenemos un tío en el anatómico forense y dos en el hospital. A ver si damos con quién la está distribuyendo...

Está claro que Leo no tiene ganas hablar de juicios, está bastante seguro de que Mario ha entendido el mensaje, pero va a asegurarse de que así sea. Es hora de cambiar de tema.

- Bueno, Mariete, que ya nos hemos enterado que los de Informáticos estáis motando un operativo gordo, gordo. Hasta a la Europol habéis metido en el ajo.

Mario asiente y sonríe, un destello de orgullo en sus ojos.

- Pues sí, ahí estamos. Tenemos el operativo de vigilancia a pleno rendimiento. Ya disponemos del listado de gente que ha descargado en los últimos meses, ahora estamos limpiando el trigo de la paja. Cuando se hagan las detenciones, va a ser algo muy importante.

- Eso es genial, Mario.

- Además, es que es la hostia como se pasaban las direcciones de las fotos, ¿eh? Por las mejores puntuaciones del Need for Speed. En mi puta vida había oído yo de algo así.

- Sí, una cosa tremenda. Yo es que todavía no sé ni cómo os distéis cuenta.

- Bueno, pues la verdad es que no fuimos nosotros. Fue Marta, Marta Herranz, una colaboradora externa. Creo que os hablé de ella el otro día.

Leo asiente.

- Sí, me acuerdo. Trabaja en la organización esa que os pasa alertas, ¿no?

- Sí, eso es. Esta alerta se la pasaron a ella, algo le olió raro, habló conmigo y lo investigamos a conciencia.

- Joder, y tan a conciencia. Menudo ojo tuvo esa tal María.

- Marta- Leo le corrige en ese tono paciente suyo que pone cada vez que lo hace.

- Eso, Marta. La chica se merece unas florecitas, unos bomboncitos o algo, así, en plan agradecimiento. Una mina de información como esa no se puede dejar escapar.

El rápido cruzado de brazos sobre el pecho y un ligero color en las mejillas de Mario le hacen pensar que acaba de poner el dedo en una yaga cuya existencia desconocía. Ve que a Leo tampoco se le ha escapado la reacción.

Pasan un buen rato charlando de todo un poco, nada demasiado serio, nada demasiado personal, todavía les queda mucho para llegar a ese punto. Las cosas transcurren con suavidad.
Todo lo que ve en Mario, le dice que está contento, muy contento, más que la última vez que le vio. Tiene la impresión de que, entre medias, ha pasado algo importante. Como hace ocho años que es policía, visto lo visto y oído lo oído, no puede evitar sumar dos y dos y que le den cuatro.

- Bueno, chicos- Mario mira el reloj- Me tengo que ir. He quedado esta noche y todavía tengo que pasar por casa para ducharme y arreglarme.

Si quería más pistas, aquí están. Entre semana, Mario solo queda con sus colegas del gimnasio y lo hacen después de salir de entrenar. Antes, a veces también quedaba con él, pero esos eran otros tiempos. Mario es un tío de costumbres y no cambia, así como así, de hábitos, es evidente que no ha quedado con los colegas. Solo hay una explicación, hay alguien nuevo en la vida de Mario.
Se muerde la lengua para no preguntar nada porque no tiene ningún derecho a hacerlo. Si hay algo que contar, ya lo hará él cuando considere que debe hacerlo.

- Sí, nosotros tenemos que darle un poco más de brillo al caso este del cristal antes de cerrar el chiringuito.

Mario pulsa el botón de llamada del ascensor, mientras lo espera, les mira alternativamente a los dos.

- Me alegro mucho de que el juicio haya acabado y que vosotros dos estéis bien.

Junto a él, Leo se encoge de hombros.

- Bah. Solo era eso, un juicio. Palabrería rebuscada y un coñazo de citaciones que te descolocan los horarios. Nada más. Lo malo ya ha pasado hace mucho, ¿no?

El tono bravucón de Leo hace que vuelva a sentir la necesidad de comérsela a besos. Mete con disimulo la mano por debajo de su camiseta y la acaricia la parte baja de la espalda.

- Pues eso, que ya ha pasado, que es historia.- Leo aprieta la mandíbula y asiente para sí misma.
En ese momento el ascensor llega, Mario coloca una pierna entre el sensor para que las puertas no se cierren.

- Escuchad, vosotros sabéis que a pesar de todo...- Mario se encoge de hombros y no hace falta más para entenderle.

Sonríe y, a su lado, Leo sonríe también. Ella se la adelanta con una contestación que igual mente podría haber salido de su boca.

- Claro que lo sabemos. Tú también lo sabes.

Mario asiente firmemente con la cabeza. Una sonrisa que le empieza en la boca y le llega hasta los ojos.
- Vale, vale... – asiente de nuevo, parece contento y tranquilo- Estoy pensando que podríamos quedar un día de para tomar algo con toda la tropa. Nosotros tres, Rocío, Molina... Yo esta semana que viene la tengo mal, pero antes de que se acabe el mes...

- Sí, claro que sí. Eso estaría muy bien. Hace mucho que no estamos todo juntos, ¿eh? Creo que la última vez fue cuando yo estaba todavía en el hospital.

- Sí, por ahí tuvo que ser.

- Ya es hora de tomarnos unas cervezas todos juntos.

- Ya lo creo que sí. Lo vamos hablando y vemos cuándo nos va bien a todos. v
- Bueno...- Mario carraspea- Ahora sí que me tengo que ir, que yo voy a llegar tarde y seguro que van a empezar a gritarnos pidiendo el ascensor.

- Sí, anda, vete que hacer esperar a la gente está muy feo.

Mario les dice adiós con la mano sin dejar de sonreír. Cuando Mario ha desaparecido detrás de las puertas cromadas, se gira hacia Leo, se la encuentra sonriéndole y con los ojos muy brillantes.

- Tú también lo piensas, ¿no? Hay alguien.

Ella asiente.

- Mira, te afino más. Marina, la de las alertas.

- Joder, Pablo... Marta, se llama Marta. Pero sí, yo también lo creo. El otro día habló de ella, vale que habló de todos sus compañeros pero... el tono... Además, hoy la vuelve a mencionar y esa reacción, así como de corte...

- Que sí, que a Mariete las cosas se le ven en la cara. Menudos sabuesos cotillas estamos hechos.

- Se le ve contento, ¿verdad?

- Yo diría que se le ve más que contento.

La sonrisa de Leo se ensancha. No dicen nada más, pero no hace falta. Se entiende de sobra. Las cosas pasan y ya están, el corazón quiere lo que el corazón quiere, pero eso no quita para que la idea de que Mario haya tenido que sufrir, les haya pinchado y escocido cada vez que pensaban en el tema.
Mariete es un tío cojonudo que se merece todo lo bueno que lo pase. El mundo se hizo cenizas para todos pero se está reconstruyendo, o mejor dicho, haciéndose de nuevo. Las cosas han cambiado para todos.

- Bueno, señorita ya-se-ha-pasado...

- Es que ya se ha pasado

- No te lo voy a discutir, no te preocupes

- Vaya, yo que tenía ganas de discutir un ratito...

- ¿Y no te apetece más, no sé, celebrar que las cosas se destuercen?

- Hombre, eso tampoco suena mal...

- ¿A qué no?

Mira a todos lados. No hay nadie en los alrededores y, al otro lado de las ventanas, Molina y Roci están muy atareados en una discusión sobre sepa Dios qué. La abraza por la cintura.

- Tú y yo, el viernes nos vamos a pasar unas vacaciones de las que hacen historia, pero, antes, vamos a tener aperitivo. Tenemos un asunto pendiente que vamos a resolver hoy mismo.

- ¿Ah sí?- ella le mira con los ojos muy abiertos- ¿Un asunto pendiente?

- Eso he dicho.



09 ¿Estás pensando alguna maldad? (Jueves 08 de Octubre 2008, 00:29)


- Señorita...

Corso se gira hacia ella y la pone en la mano un cubata de bourbon con Coca Cola servido en una copa de globo. Da un sorbito mientras él la mira acodado en la barra.

- Con esto, yo creo que ya está todo. Bueno, calla, no. Queda una cosa. La parte en la que nos pasamos dos días enteros del que te pego sin parar.

Se la escapa con una carcajada que casi hace que el sorbo de cubata se la vaya por otro lado.

- Oye, que lo dijiste tú, ¿eh? Vamos, de una cosa así no me olvido.

- Sí que lo dije. Culpable.

- Ahora nada de echarse atrás, ¿me oyes? Pero yo creo que lo podemos dejar para dentro de dos días, cuando estemos en Menorca. Habrá que sacar partido de esa pedazo de habitación, ¿no? Además, que, según el folleto, es insonorizada- levanta las dos cejas un par de veces.

- Vale, pues, si es por la insonorización, esperamos a Menorca.

- Me lo anoto en la agenda, ¿eh? Y qué viva el lubricante, que para este maratón lo vamos a necesitar más que nunca- la sonríe con esa cara suya de niño grande.

- Joder, tío... a veces... a veces me descolocas mucho. Lo sabes, ¿verdad?

- Pero eso no es malo, ¿no?

- Qué va a ser malo, es cojonudo. Es... – suspira profundamente- No esperaba que te fueses a acordar de esto.

- Hala, ya estamos con la poca fe en mis neuronas.

- Lo siento. Es la fuerza de la costumbre.

- Pues a ver si se te quita, que a estas alturas ya deberías saber que tengo memoria selectiva. Me puedo olvidar cien veces del nombre de la persona que tengo delante, pero hay ciertas cosas...

- Ya, pero es que....

- ¿Es que qué?

- Que tampoco te lo dije de una manera especial. No sé. Solo fue como un juego, ¿no?

Un sábado por la noche de hace siete meses, cuando ella aún estaba que no se tenía en pie más de cinco minutos, Corso la propuso un juego. Imaginarse el plan nocturno que más la apeteciese, si pudiese ir y hacer lo que la diese la gana.
No dudó ni un solo instante en responder. Cenar una hamburguesa especial del Alfredo’s Barbacoa, de postre un helado Ben & Jerry’s de chocolate con trozos de brownie y, para rematar, tomarse un bourbon con Coca cola. También dijo lo del sexo maratoniano, sí, pero eso, más que nada, fue porque, por aquella época, tenía el mismo instinto sexual que una bayeta y se moría de ganas de volver a sus instintos normales. Aunque tiene que decir que, un poco más moderadito, no es mal fin de fiesta.

- Sí, solo era un juego pero...

- ¿Pero, qué?

- Pues que tenías una carita mientras me lo decías...- achina los ojos y mueve la cabeza de un lado a otro- Además, Leo, que ni lo pensaste. Fue como si lo tuvieses pensado y requete pensado. Y, no sé, coño, que fue raro.

- ¿Por qué?

- Pues por eso. Porque te dije cualquier cosa y podrías haber contestado, pues eso, cualquier cosa. Cualquiera. Ponerte ciega de ostras en un globo sobrevolando Madrid, saltar la banca del casino de Aranjuez, ir al restaurante más caro y más in y luego de copas a la discoteca de moda... yo que sé. Pero no dijiste nada de eso. Por eso me quedé con la copla.

- Si es que yo soy una tía muy normalita. Tengo gustos sencillos.

- Es que es eso, que fue tan normalito, tan normalito, que no me pareció normal.

- ¿Te lo dice tu instinto de madero?

- Eso y que, aunque no te lo creas, te conozco.

El instinto de Corso es bueno, muy bueno. Si eligió este plan, un plan que, sinceramente, visto desde fuera no es como para tirar cohetes, fue porque era algo especial para ella.
Cuando, hace ya casi un año, se estaba desangrando en el suelo de esa casa, un montón de cosas, cada cual de su padre y de su madre, se le vinieron a la cabeza. La hamburguesa, el brownie y el cubata estaban entre esas cosas.
Tiene coña, te estás muriendo y te pones a pensar en comida. Qué puede decir, uno no elige qué se le pasa por la cabeza cuando el oxígeno falta. Está visto que no todo van a ser sentimientos nobles y grandes. Sí, claro que pensó en cosas así, muy bonitas y muy grandes, en toda la gente que iba a dejar atrás, en sus padres, en sus amigos, en Corso... el amor y la amistad son los pilares básicos de la vida, pero ¿qué sería de esta vida sin pequeños placeres simples? Pues, por eso, también pensó la rabia que la daba que ya no iba a volver a comerse una buena hamburguesa y ponerse morada con un enorme brownie caliente.

- ¿Te acuerdas de lo que te conté de porqué quería ir a Calblanque?

Él asiente.

- Pues esto es algo parecido. No igual, pero..
.
Ahora mismo no va a entrar más en detalles porque sabe qué siente Corso cada vez que hablan de este tema y no quiere estropear un momento perfecto, pero algún día lo hará. Ya llegará el momento, aún hay muchas cosas que tiene que decirse. Poco a poco. Corso se inclina sobre ella y la da un beso que sabe a bourbon.

- Pues entonces no sabes cómo me alegro de haberme acordado.

La acaricia la cara con el dedo y no pregunta nada más.

- Y yo.

En su cabeza este plan era increíble, en la práctica... joder, con la práctica. Corso es un tío capaz de hacer que una cena en un sitio en el que ponen música country, los manteles son de papel, los camareros van vestidos rollo texano, y en las pareces hay fotos de Dolly Parton, sea una de las cosas más increibles que la han pasado en la vida.

- Y, oye, ¿queda más por hacer en esa lista de cosas especiales?

- No, ya no. Las has tachado todas. Todas. Hasta alguna que ni estaba. Ya solo está pendiente lo de follar como conejos, pero eso hemos dicho que para este finde, ¿no?

- De eso no te libras, ¿eh? No quiero que tú y yo nos dejemos nada sin hacer, ¿eh? Ni dentro ni fuera de lista- lo dice con una sonrisa tan seria que la provoca escalofríos.

- Yo tampoco.

Le da un abrazo fuerte. Coloca la nariz contra su cuello y aspira su olor. La sola idea de que esta mañana todo podría haberse ido al cuerno, la aterra. No sabe qué sería de ella si no pudiese abrazarle todos los días.
Lo que ese tío cabrón ha dicho la ha hecho sentirse como una verdadera idiota. Ha dolido más de lo que está dispuesta a admitir o admitirse. Ha sido una locura que le podría haber salido carísima, le ha visto en la cara que si le llega a coger no hubiese parado hasta haberle matado, se ha enfadado con él por haberse arriesgado tanto, pero... pero también la ha hecho sentirse muy bien, muy acompañada, muy protegida. Siempre ha sido autosuficiente, nunca ha necesitado que ningún tío saque la cara por ella y los arrebatos macho man es algo que nunca ha apreciado demasiado, pero, lo de hoy, ha significado mucho para ella. Lo dicho, no hay quien la entienda.

- Estás pensando en lo que ha pasado esta mañana.

- No, que va.

- Mientes de culo, tía.

- Que no, joder. De verdad.

- Pues yo sí. ¿Sigues medio enfadada conmigo?

- No, pero prefiero no planteármelo mucho. Me he llevado un buen susto.

- Ya lo sé.

- Bueno, vamos a dejarlo, que al final me pongo a pensar cosas raras, y la cena me va a sentar mal.

Es una sensación extraña que haya alguien dispuesto a hacer una locura así por ti. Agradecimiento y también cierto peso sobre los hombros, porque aunque tú no se lo pidas, te sientes responsable. Le pasa con lo que Corso ha hecho esta mañana y le pasa con lo que Mario hizo hace un año. Es una sensación que no se va.
Mario. Desea de todo corazón que eso que Corso y ella creen de que hay alguien nuevo en su vida, sea cierto. Ojala lo sea. Egoístamente, porque todos somos un poco egoístas, eso la haría sentirse muchísimo mejor. Al principio se sentía tremendamente culpable por solo quererle y no amarle, esa culpa ha desaparecido, pero la otra, la que nace del daño que le hizo, está viva. Aunque se siente en una nube estando con Corso, la espinita de haber hecho daño a Mario está ahí. Sigue pinchando.
Dejando sus propios sentimientos a un lado, él se merece ser feliz. Se merece que no dejen de pasarle cosas buenas, encontrar a alguien que le pueda corresponder como ella no pudo. Mario es un tío de putísima madre, la mujer que él elija, va a tener una suerte tremenda. Cruza los dedos para que Mario encuentre a alguien que le haga sentirse como Corso la hace sentirse a ella.

- Pues no queremos eso, ¿eh? Que la hamburguesa estaba buenísima, no se te puede indigestar. Menos ahora, que todo se ha acabado y, además, sin demasiada bronca de Requena. Todo ha salido de puta madre, así que la cena te tiene que sentar bien.
Es increíble lo guapo que está con esa sonrisa y esa expresión en los ojos.

- Cuando nos dijeron lo del trato, dijiste que iba a salir bien. Tenías razón.

- Soy un poco broncas, pero también muy intuitivo.

- Un poco broncas.... – alarga la mano y le acaricia la cara, él se la coge y la besa la palma- Menudo mesecito largo que hemos tenido, ¿eh?

- Me le podía haber ahorrado perfectamente.

- Toma y yo.

- Si es que teníamos que haber eso del día del Pilar que te dije, hubiésemos podido plantarnos directamente de vacaciones, pero como nunca me haces caso en nada...

- Para la próxima te lo haré, de verdad.

- A ver si es verdad, y al próximo viaje en el tiempo que te proponga no me le pones pegas.

- Prometido.

Con un brindis y un beso, el pacto para viajes temporales queda completamente sellado.

- ¿Sabes qué dice mi madre?

- ¿Que cada día estás más delgada?

- A parte de eso. Que bien está lo que bien acaba. Y, dejando tratos a un lado, esto ha acabado bien, ¿no? Por lo menos para nosotros. Yo creo que ahora estamos mejor que hace un mes. No solo en plan pareja, también cada uno por su lado. Vamos, yo creo que esto que nos ha pasado, todo lo que nos hemos comido el tarro, todo lo que hemos hablado... yo creo que nos ha ido bien. No sé tú, yo me siento mejor que antes, más segura. Tengo las cosas, no sé, más claras. Lo mismo estoy diciendo gilipolleces, que yo ya no tengo costumbre de estas cosas- levanta la copa- y ya casi me lo he ventilado....

- Pues sí y no. Vamos que sí has perdido la costumbre, pero que no dices ninguna tontería. Desde luego a mí no me lo parece. Yo también me siento mejor, mucho mejor.

- ¿Ves? Si no hay mal que por bien no venga.

- Mucho refrán te sabes tú, ¿eh?

- Mi bisabuela, que era una gran conocedora del refranero popular español.

- Pues tiene mucha razón tu madre y tenía mucha razón tu bisabuela.

- Es que las mujeres de mi familia... aunque, bueno, lo del refranero se salta una generación. ¿Sabes? Por mi bisabuela me llamo yo Leonor.

- Anda, coño, eso no lo sabía yo.

- Pues ya sabes de dónde me viene el puto nombrecito.

- A mí me gusta. Leonor. Suena muy bien. Tiene mucho carácter.

- Lo que quieras decirme... pero, mira, aún tengo que dar gracias. Que mi abuela paterna se llamaba Nemesia.

- No me jodas.

- Te jodo. En aquella época, la estética de los nombres, como que no.

- Qué fuerte. Te podrías haber llamado Nemesia. Oye, ahora que lo pienso, lo mejor es que todo Leonor y Nemesia son casi lo mismo

- ¿Qué me estás contando?- la mira de reojo con el cubata contra los labios.

- Si, hombre. Piénsalo. Te llamas Leonor pero eres Leo, si te llamases Nemesia, serías Mesi. Leo Messi - forma una uve con los dedos índice y corazón y los gira- El del Barça.

Estalla en carcajadas que hace que la camarera la mire con cara rara tras la barra.

- Joder, Corso. Estás fatal de lo tuyo.

- Si es que tengo el cerebro atontao, necesito vacaciones ya mismo.

- Pues menos mal que pasado mañana nos largamos. Bueno, en realidad mañana, que ya debe ser jueves.

- Tengo unas ganas... Si el avión no nos hace ninguna pifia, llegamos a las nueve, vamos al hotel, dejamos las maletas, cenamos algo, y nos vamos a la playita. ¿Sabes el tiempo que hace que no baño en la playa por la noche? La tira.

- Pues si te digo el que hace no me baño yo, ni de día ni de noche...

- Te vas a resarcir. Ahora ya puedes tomar el sol, ¿no?- Corso señala con los ojos a su tripa.

- Sin problemas.

- Pues ya está, nos vamos a poner tibios de playa. Como dos mulatos vamos a venir. Se supone que nos va a hacer un tiempo cojonudo, por lo menos hasta el jueves.

- Tío, yo quiero hacer de todo, de todo, de todo, de todo- ...- Corso la mira enarcando una ceja mientras da un sorbito a su bourbon- De lo que viene en el folleto que se puede hacer, marrano, que te veo venir. Playa, caballos, kayak, senderismo, snorkel, quad, surf, motos...

Corso la mira con las cejas arqueadas y resopla.

- ¿Tú qué eres, Leo Croft?

- No, soy Leo Marín. Es que, joder, Corso, he estado un montón de tiempo en plan seta, me muero de ganas de hacer cosas divertidas....

- Te garantizo que te va a salir la adrenalina por las orejas- da un trago a su bourbon mirándola de reojo- Oye, ¿De verdad te va el surf? No veas como me ponen las chicas surferas...

- Pues no te sé decir, nunca lo he hecho. Pero ya que estamos.... ¿no? Habrá que probarse el traje de neopreno.

- Ya te digo yo, cómo te va a sentar, vas a hacer que los atunes babeen cuando te caigas de la tabla.

- Mañana hay que hacer la maleta que, si no, el viernes nos pilla el toro.

- Bah, yo no tardo nada. Dame cinco minutos y listo.

Se imagina cómo hace la maleta, seguro que coge el cajón y lo vuelca dentro.

- Oye, Leo, no te irás a llevar mucha cosa.

- Nos vamos diez días. No pretenderás que me vaya con lo puesto y un paquete de bragas de papel de usar y tirar, ¿no?

- No, mujer, tampoco es eso, pero...

- Me llevaré, lo que me tenga que llevar. Lo justo.

- Uy, qué miedo me da ese “justo”. Defínemelo.

Los hombres, para esto, son todos iguales. Cualquiera diría que van a tener que ir ellos con la maleta a cuestas todo el viaje.

- Pues eso. Lo justo. Unos cuantos vaqueros, pantalones cortos, camisetas, unas cuantas zapatillas, chanclas de playa, unas cuantas sandalias...Y, claro, algo para salir por la noche, porque ¿salir vamos a salir, no?

- Hombre, claro. Menorca no es Ibiza, pero hay marcha para aburrir. Tenemos que ir obligatoriamente a una discoteca que hay en unos acantilados, que me han dicho que es la hostia. Creo que es la hostia. Además cerquita del hotel, está el puerto y ahí hay un montón de garitos chulos.

- Pues ya está, si vamos a salir, habrá que ponerse mona. Algún vestido, alguna falda....

- Leo, tú estas guapísima con un saco de patatas puesto.

- Bueno, pero es que hasta los sacos de patatas ocupan sitio, ¿no ves que tienen la tela muy gorda?

Él se ríe y se encoge de hombros.

- Ah, y las cosas de baño, claro. Champú, gel, colonia, un poquito de chapa y pintura, espuma, la plancha del pelo. También me llevo secador que tener tienen, pero yo me apaño mejor con el mío.

- Venga, pues nada. Llévate la casa a cuestas como las tortugas. No sé para qué te digo nada, si sé perfectamente que vas a hacer lo que te dé la gana...

- Mira, Corso, como en tu maleta haya más de esas dos camisetas y esos dos calzoncillos, te voy a poner a parir con todo el coñazo que me estás dando.

- Bueno, dos... quien dice dos, dice tres...

- Y quien dice tres dice cuatro, ¿no?

La mira con su mejor cara de cabroncete. Habrá qué ver qué se lleva él.

- Eres lo peor, que luego tú eres de a los que le gusta cambiar de modelito cada dos por tres. Ya te diré yo cómo es tu maleta...

- Pues muy bonita. De esas que regala el banco por domiciliar la nómina.

Corso la guiña el ojo y se acoda en la barra. Durante un rato solo bebe a tragos cortos mientras la mira de una manera bastante curiosa.

- ¿Estás pensando alguna maldad?

- No, maldad no. Pensaba que el viaje va a ser la hostia y que... ¿sabes qué sería ya la rehostia?

Se queda callado mirándola con la cara muy seria. Parece muy tranquilo, muy seguro de sí mismo, pero le conoce, le ve que está respirando más rápido que de costumbre y, por el rabillo del ojo, ve que está dándole vueltas y más vueltas al mechero que tiene en la mano.

- Pues que, a la vuelta, empezásemos a vivir juntos - su voz adopta ese tono un poco inseguro que solo se le pone cuando habla de cosas muy serias- Tal y cómo están las cosas entre nosotros... desde luego yo tengo muy claro que es lo que quiero, si tú también quieres...

Vale, no se esperaba esto. Bueno sí que se lo esperaba, pero no en este preciso momento. Estaba claro que esto estaba a punto de pasar, todas las señales y los sentimientos adecuados estaban ahí, sabía que iba a ocurrir más pronto que tarde, pero nada la había hecho pensar que fuese a ser hoy, ahora. El corazón se la dispara. Siente un chute de endorfinas directo al cerebro.

- Pablo, ¿Tú qué crees?

- No sé, ¿qué sí?- y ese tono de voz acaba de derretirla.

- Que sí, joder, que sí.

- ¿De verdad?- la mira con una sonrisa tan enorme que los ojos se le cierran tanto que casi ni se le ve el azul.

- De verdad.

La da un abrazo brutal en el que la levanta del suelo como si no pesase en absoluto. Le abraza por el cuello y enrosca las piernas alrededor de las caderas de él para no caerse. Aprieta la cara contra su cuello y se ríe con todas sus ganas. Oye la risa de Corso por debajo de la música.
Corso, lejos de estarse quieto, se mueve en todas direcciones con ella brazos. Da vueltas, la mece de un lado a otro, se mueve al ritmo de la música, la levanta a lo alto con los brazos como si fuese una cría de tres años. Todo sin dejar de reírse y llenarla de besos.
Oye a alguien de fondo cagándose en sus respectivas madres. De refilón, ve que todo el recinto les está mirando. Le da igual. Si quieren, que les pongan a parir, que les echen del garito, que les cobren la copas al doble de precio. Le da igual. Si fuese solo un poquito más feliz, se cortocircuitaba
Cada vez se ríe más fuerte y Corso cada vez la a aprieta más estrechamente contra su pecho. Puede sentir su corazón latiendo muy fuerte contra el suyo. Van a vivir juntos. No va a haber “mi casa” y “tu casa”. Va a haber solo una, “nuestra casa”. La de los dos. Van a vivir juntos, eso no es solo compartir comidas, facturas y cama. Es eso, vivir. El paso definitivo. Todo o nada. Da un poco de vértigo de lo grande que es, también un poco de miedo, pero sentir eso está bien. Las cosas importantes de verdad siempre le hacen a uno sentirse así. Lleno de ilusión, felicidad y esa sensación de velocidad en el estómago.
En uno de los meneos de Corso, se da en la pierna contra la barra, mañana probablemente habrá moretón pero, ahora mismo, ni siquiera se ha dado demasiada cuenta del golpe.
Después de muchísimo rato, la vuelve a dejar en el suelo. El minuto siguiente, se lo pasan mirándose sin decir palabra como si fueran tontos del culo. Ve que Corso vacía de un trago su copa, la parece tan buena idea que hace exactamente lo mismo.




Epílogo (Jueves 08 de Octubre 2008, 04:29)

Cuando entra en el dormitorio, se encuentra a Leo completamente dormida. Hace menos de un minuto, desde el baño, la oía reírse y hablar atropelladamente mientras él se lavaba los dientes. Cuando él escupía la pasta de dientes, de golpe, se ha hecho el silencio más absoluto. Sonríe al verla completamente desparramada en mitad de la cama como si se hubiese caído desde un séptimo piso.
Aún a sabiendas de que se podría ahorrar la precaución, está bastante seguro de que hoy ni una bomba en el salón podría despertarla, se mete en la cama con cuidado de no hacer mucho movimiento en el colchón. Leo, al sentir que alguien invade su espacio, refunfuña en sueños y, sin despertase, se da la vuelta dándole la espalda, haciéndose un bolita. Sí, esta noche hace fresco.
Sube las sábanas, la tapa bien tapada, la besa en la mejilla y se queda mirándola con la cabeza recostada en el codo. Viéndola tan relajada, tan a gusto, tan bonita, siente una tremenda hostia de ternura en todo el centro del pecho. Verla dormir es una de las cosas que más le gustan en este mundo, le llena de paz y de tranquilidad.

Le da un poco de penita saber que mañana se va a levantar con una buena resaca. La pobre se ha pillado un pedete bastante considerable. Un pedo de esos graciosos que le convierten a uno en un manojo de risas. Si es que hacía mucho que no bebía nada más allá de un par de cerveza y por mucho que los cubatas hayan sido muy cortitos de bourbon, pues era bourbon y la afectado más de lo normal.
Tanto la ha afectado, que hasta ha tenido que echarla una mano para desnudarse porque, entre la borrachera, la flojera y la risa tonta que la ha entrado, no sabe cómo coño se ha intentado quitar la camiseta, que no atinaba a salir del lío en el que ella solita se había metido. Luego, al ponerse el pijama, segunda sesión de laberinto en la ropa. La madre que la parió.
Se siente un poco culpable, no tenía que haberla dejado pedirse la tercera copa. Claro que, menuda gilipolléz va a pensar ahora. Anda que si la llega a decir algo, el cabreo que se hubiese pillado. Habría acabado regado en cubata, con un vaso por sombrero y durmiendo en el sofá o en su casita, dónde más le gustase. Lo mismo hasta con un bofetón

Tiene razón doña Julia, la madre de la criatura, su suegra como la llama su padre para sacarle los colores. Bien está lo que bien acaba. Esto empezó mal, el año, el mes y el día de hoy, pero ha acabado bien. Más que bien. Mejor imposible, con una mudanza que se muere de ganas por hacer.
No ha sabido que iba a sacar el tema hasta que lo ha hecho. La idea estaba ahí en su subconsciente desde hace un porrón de tiempo, en el último par de semanas ha ido cogiendo cuerpo y, desde hace ya un par, de días estaba más que formada.
Había decidido esperar a que se pasase todo el lío de los tribunales y las cosas se calmasen. Para ser más preciso, pensaba proponerlo en las vacaciones. Le parecía una buena idea hacerlo en un sitio un poco especial, pero ha sido incapaz. Con la decisión requetetomada le ha resultado imposible aguantar más tiempo calladito, o lo soltaba o reventaba como el lagarto Jaén.
Es que, joder, no recuerda haberse sentido tan ilusionado por algo en su puta vida. Este paso que van a dar es uno de los más importantes de su vida, si no el que más. Ha hecho cosas muy gordas en su vida, sí, pero esto es completamente distinto. Tan distinto que no sabe ni por dónde empezar a señalar las siete diferencias, como piden en los pasatiempos. Es que hay tantas, la fundamental, es que esto es algo que elige él. Algo que no le ha impuesto ni el destino ni nadie. Lo elige él porque quiere elegirlo, nada ni nadie le obliga. Por eso es tan gordo. Porque esta es su vida. Porque esto solo tiene que ver con ella y con él. Con nadie más.

Se muere de ganas de meter sus cosas en cajas de cartón y ponerse a buscar pisos. Tiene ganas de abrir la ventana y ponerse a berrearle al mundo que se va a ir a vivir con Leo. En la puta vida pensó verse en algo así.
Hace unos años, no tantos, en realidad muy pocos, esto que tiene ahora no lo hubiese querido ni envuelto en papel de regalo. Pero las cosas cambian. Y de qué manera. En los últimos tiempos su vida ha dado un vuelco radical.
Antes no quería ni media responsabilidad, ni en lo personal, ni en lo profesional. Solo quería que su vida fuese una fiesta continua, una procesión de risas, copas y mujeres. Estaba convencido de que no necesitaba a nadie, le bastaba y le sobraba con su curro, eso sí, un curro en el que él no fuese responsable de nada, sus juergas y sus historias de usar y tirar. Era una vida muy cómoda, nadie esperaba demasiado de él, que cumpliese con el trabajo, que cumpliese en la cama y poco más. Ahora que lo piensa, resulta un poco triste haberse conformado con eso. Es jodido decepcionar a la gente, sobre todo a la que te importa, pero más jodido es aún que nadie espere nadie de ti más allá de una respuesta graciosa y un polvo.
A veces la vida da un giro que te descoloca todo lo que creías saber sobre el mundo y sobre ti mismo. Crees que estás muy a gusto cómo estás, muy contento con lo que crees que tiene, y luego... luego cambias de idea. Las cosas cambian, la vida cambia y las leyes por las que te riges también cambian. El cambio al principio duele, uno se agarra como un desesperado a lo que tiene y conoce, le da miedo eso incierto que va a venir. Luego, luego te sientes como un memo por haberte aferrado con tanta fuerza al aire, porque eso es lo que tenía aire. Te crees que tienes algo y no tienes nada. Solo eso, un puñado de polvo.
Para él, las cosas empezaron a cambiar el día que decidió aceptar el puesto de jefe de la unidad siete, después de eso, todo empezó a moverse. Primero despacio, luego muy deprisa.
Se dio cuenta de que no estaba tan mal eso de tener responsabilidades, que comprometerte con algo no tiene nada de malo. Luego, no sabe exactamente cómo o cuándo, empezó a mirar a Leo de otra manera, a darse cuenta de cosas. Sin comerlo ni beberlo, se quedó atrapado como una mosca en las pestañas de estar morenita tan preciosa que ahora está durmiendo a su lado.
No sabe si ella es consciente, tal vez lo intuya, pero fue ella la que le hizo ver todo lo que le faltaba. Leo lo ha cambiado todo. Leo no se parece a nadie que él haya conocido antes, lo que tiene con ella, no lo cambiaría ni por todas las juergas, ni por todo el oro, ni por todas las tías buenas mundo.
Se siente muy cómodo con todo lo que implica estar con Leo. Ella sí espera algo de él, espera mucho, muchísimo. Esa es una responsabilidad muy gorda, asusta un poco, sí, pero también es una sensación increíble saber que hay alguien que espera tanto de ti, eso quiere decir que cree en ti, que te capaz de cumplir esas expectativas. . Esa sensación te hace sentirte muy poderoso, te da alas para ser más grande de lo que eres. No la va a decepcionar. Antes no lo sabía, pero ahora sí. Ahora sabe que tiene muchas cosas que ofrecerla. Muchas. Y se las va a dar todas. Ni una se le va a quedar en el bolsillo. Un nuevo capítulo está a punto de empezar, se siente al cien por cien para afrontarlo.

5 comments:

danilover said...

pense qeu nunca lo ibas a poner!! me muero de gans de llerlo!! muchas gracias! de ste weeked no pasa. he empezado a leer un poquito y tiene ua pinta buendisisma!!!!!

danilover said...

Como meh a gustado! Lo espearba con muchismisas ganas y no me ha defradudado nada de nada todo lo contrairo!estupendo de prncipo a fin!
La trama de espearza (menudo cabron), pero sobre todo la relacion de corso y leo <3. las reacciones de corsos son geniales le pegan todo todo y las de leo igual. jo es que es muy bonito y como si la serie siguiese!!!
y mario me ha gustado mucho todo, lo mal q lo pasa y como se va reponiendo hasta qeu vuelve a ser feliz! eso tmb es muy bonito.
ojala sigas esciribiendo mas y mas, yo sigo echadn ode menos la seir y esto es como sino se hbiese acabado. buenisimo. muchos besos!!!!!!

Anonymous said...

"Bien está lo que bien acaba" tu si que has terminado de la mejor manera posible una historia escrita a la perfección!!!! me has tocado más que nunca, no sé que decir y al mismo tiempo tengo cien mil cosas que comentarte!! Gracias de todo corazón cielo!!! Quiero más pronto(que se que te entretiene y no es mucho pedir XD). La cuestión es cómo saldo yo ahora mi deuda después de la esta gran maravilla del mundo??? :S

GRANDE KATE/V. WOOLF!

Caddie

Anonymous said...

Increíble, simplemente increíble. Los tres relatos anteriores me encantaron por trama y por como desarrolaste a los personajes, no pensé que fueses a seguir asi que cuando el domingo fui a releer un poco y me encontre con esto no sabes la alegria que me llevé.
Es buenísimo, esa manear de alternar momentos ligeros ocn otros tan serios, las reacciones de todos los personajes, los dialogos, las situaciones... todo me parece sobresaliente. Aemas esta escrito de una manera increíble escribes de una manera muy sencilla, aparentemente, pero dices cosas que no son nada sencillas. Espero que dentro de un tiempo vuelva a pasrme para releer y me encuentre con otra sorpresa así. tienes tan cogo¡idos a los personajes que no deberías dejarlo. Enoharbuna, y yo que tú me planteaba dedicarme a esto profesionalemte.
Besos.
Silvia.

Unknown said...

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