Así, sentadito, mucho mejor, y en cuanto me fume un cigarrito, pues estaré chachi piruli Juan Pelotilla. Joder, ahora la mierda esta no tira, ¿qué cojones le pasa? Pues qué le va a pasar, que al lado de la boquilla que tiene un agujero de los gordos. Lógico que no tire. Paso de ponerme a arreglarlo con empalmes raros, eso se hace con diecinueve años, a los treinta se tira, se coge otro y sanseacabó. Esto es otra cosa, ahora sí tira bien. Nunca he sabido hacer aros con el humo, no sé para qué cojones lo intento. Debo parecer subnormal profundo, aquí poniendo morritos de besugo. Subnormal profundo. Justo lo que soy.
Se me ocurre una cosa, ¿qué pensarías si te diese por asomarte y me vieses fumándome un cigarro, prácticamente debajo de tu balcón? No sé si te extrañarías, o te enfadarías, o qué podrías hacer. Sé que hay muchas posibilidades de que te asomes, tú fumas en el balcón. Puede que te apetezca echarte un cigarro como me ha apetecido a mí. Parece una tontería, sobre todo para los que no fuman, pero un cigarrito a tiempo puede hacer maravillas con los nervios. Y tú no debes tenerlos muy templados hoy, tú día ha sido incluso peor que el mío. Si te soy sincero, no sé si me supone un problema que te asomes y me veas. Eso complicaría las cosas todavía un poco más, sí, eso está claro, pero yo ya no sé hasta qué punto eso me preocupa ya. Lo único que sé, es que no me atrevo a ser yo quien las complique, pero que las compliques tú, o la suerte, el destino si te gusta más, eso ya no me parece tan horroroso.
Casi me gustaría ver tu cabecita asomando por el balcón del quinto. Te imagino mirando este banco con cara de miope porque, claro, yo aquí no te cuadraría nada de nada. Esto me queda muy lejos de casa. Pensarías que estas quedándote ciega o viendo visiones. Asumo que el no querer ser yo quien mueva ficha me convierte en un cobarde. No, en algo peor: en un gilipollas, además de en un cobarde. Hay una canción, no me preguntes ni cuál es ,ni quién la canta que no me acuerdo. Pero está guapa, bastante guapa. El caso es que esa canción dice: “si no quieres nada ¿por qué pides algo? Y si quieres algo, ¿por qué no pides nada?” O por lo menos eso entiendo yo, que tengo el oído un poco duro para entender letras de canciones. Poniéndonos en que dice eso que entiendo, yo me encuentro en el caso b. Hay algo que quiero, pero no me atrevo a abrir el pico para pedirlo. La pregunta es: ¿por qué? Si quiero algo de ti, ¿por qué cojones estoy sentado aquí abajo, en vez de arriba contigo? Ya te lo he dicho, porque soy un gilipollas y un cobarde. Me da miedo subir y porque es justo lo que quiero hacer. La pregunta es fácil, lo complicado es la respuesta.
Vengo hasta aquí, me paso veinte minutos para encontrar un sitio libre —que mal está el aparcamiento en tu barrio, tía—, pero luego soy incapaz de llamar a tu telefonillo: me quedo como imbécil con el dedo encima del botoncito plateado. Si no te lo crees, pregúntala a tu vecina, ella dará fe. Mira, yo no sé qué serán esas cosas que me cuelgan en la entrepierna, hasta hoy pensaba que eran los huevos, pero ahora mismo tengo claro que no los son. Debo habérmelos dejado en algún punto del trayecto hasta tu casa, no sé dónde; créete que si lo supiese, iría a buscarlos y me los pagaría con Super Glue.
El caso es que aquí estoy, con los calzoncillos rellenos de algo que parecen huevos pero no lo son, sentado en un banco a la sombra, y fumándome un cigarro. Hay que joderse. Esto es... esto es para deshuevarse. Yo no había conducido hasta aquí para echarme un cigarro. Esto no es lo que quería. Lo que yo quería era verte a ti, a eso había venido. A verte. Quería verte y asegurarme de que todo está bien, que tú estás bien. Qué coño, quiero verte y asegurarme de que estás bien. Pero como soy un subnormal profundo, lo que estoy haciendo es fumarme un cigarro y comerme el tarro.
Hoy ha sido un día muy hijo puta. Ha empezado bien, haciendo el gilipollas sobre un ring de boxeo, en un operativo que Requena se ha marcado. Luego todo ha ido de mal en peor. Me he pasado casi todo el día tranquilizando a la gente, diciéndoles que todo iba a salir bien, que te íbamos a encontrar a tiempo, y que no te iba a pasar nada. Seguro que si algún día lo comentas con estos, te dirán que el día que ese hijo puta te secuestró, yo estaba la hostia de tranquilo. Te dirán eso pero no es verdad. De tranquilo nada. Cualquier cosa menos tranquilo. Estaba acojonado perdido —quiero que eso lo tengas muy claro—, pero no me podía permitir perder los nervios. Si lo hacía, corría el riesgo de que todo se fuese a la mierda: bloquearme, hacer las cosas mal, contagiar a todo el mundo de mi acojone, precipitarnos. Eso nos podría haber costado muy caro. Carísimo. Me guste o no, ahora soy el jefe, tu vida dependía de mí, de lo que yo le trasmitiese a mi gente. Dependías de mi comportamiento y de mis decisiones. Es una responsabilidad muy gorda, he tenido muchas vidas en mis manos, pero la tuya pesaba más que ninguna otra.
Mario podía permitirse perder la cabeza ,y comportarse más como tu amigo que como un policía, yo no podía. He tenido que apretar los dientes, sacar pecho y mantenerme en mi papel de madero. No podía dejar de pensar que tú dependías de que yo me mantuviese frío y no metiese la gamba. Aunque claro, eso de que me he mantenido frío es bastante relativo. Hay unos cuantos tíos con un par de agujeros de bala en el muslo, y otro con una rodilla rota que no creo que estén muy de acuerdo en eso. Tenías que haber visto cómo le he partido la pierna a ese hijo puta. El cabrón no quería hablar y yo estaba convencido de que él sabía dónde estabas, no iba a esperar a que cediese en un interrogatorio. Ni de coña. Le he puesto la pierna en alto y le he saltado encima de su rodilla con todo mi peso. La he sentido rompiéndose, ha sido un poco jevi, pero no he visto otra salida. Así que si les preguntas a estos tíos, te dirán que de frío, tres cojones. Que me he comportado como un puto psicópata. Y seguramente eso esté más cerca de la verdad de lo que te puedan decir Mario, Roci o Molina. Yo solo sé que habría partido todas las piernas que hubiesen hecho falta para encontrarte a tiempo. La que hubiesen hecho falta, si hubiese habido que lisiar a un equipo de fútbol entero, lo hubiese hecho. Porque aunque me he pasado el día intentando actuar y pensar como si fuese un caso cualquiera, no he podido. En el fondo de esta cabeza tan dura que tengo, no dejaba de pensar que cuando te encontrase podría ser ya demasiado tarde. He tenido la gran suerte de no haber sido completamente consciente de lo que eso significaba hasta que te hemos encontrado, y te he visto sana y salva sentada en las escaleras del puto matadero ese. Hasta entonces muerta solo era un concepto abstracto, al verte ahí, ha dejado de ser abstracto. Y digo que no haberlo entendido hasta el final del todo ha sido una gran suerte, porque si hubiese pasado antes, creo que habría sido incapaz de dar pie con bola.
Viéndote ahí sentada, con la carita llena moratones y el labio roto, se me ha venido todo de golpe. Me he acordado de en qué consiste eso de morirse: es dejar de existir, desaparecer del todo. Morirse no tiene vuelta atrás, si te mueres, te has muerto para siempre. Adiós muy buenas, un placer haberte conocido. Yo no me puedo imaginar un mundo en el que tú no estás, Leo. No quiero imaginármelo. No es solo cuestión de imaginación, tengo muy claro que yo no quiero vivir en ese sitio en el que tú no estás.
A lo mejor eso te ha sonado un poco moñas. Lo mismo lo es, moñas digo. Pero me da igual. Tal vez es moñas, pero también es la verdad. ¿Entiendes lo que te estoy diciendo? Seguro que sí, que lo entiendes a la primera, tú eres muy lista. Bastante más que yo. Yo soy un poco ceporro, porque entenderlo del todo a mí me ha costado bastante.
No sé cómo ha pasado, pero te has convertido en indispensable para mí. No estoy acostumbrado a necesitar a nadie, a depender de nadie. Esto es cómo andar con los ojos vendados: no tengo ni idea de qué me puedo encontrar. Me asusta. Me hace sentirme muy inseguro, muy frágil. Sí, no te rías. Frágil. Los tíos con pinta de macarras también podemos sentirnos así, frágiles. Por eso no soy capaz de llamar a tu telefonillo. Esto me viene muy grande, no sé qué hacer con esto que siento. No lo puedo controlar, por eso estoy aquí abajo fumando y no sentado en tu sofá.
Ahora mismo me encantaría estar ahí arriba contigo, que me invitases a un café. El café de tu cafetera es horroroso, metas el café que metas, siempre sabe como a metal, pero tú me lo servirías en una de esas tacitas de rayas tan monas que tienes, y yo me lo bebería encantado. Aunque no creo que me sacases café, ya se ha pasado la hora del café, y con el día que hemos tenido, seguro que te apetece algo más contundente. Eso es, me sacarías una cerveza. Una cerveza y unas patatas fritas, en tu casa siempre hay patatas fritas. A lo mejor no tienes leche, pero patatas fritas sí. Sacarías dos cervezas, una para ti y otra para mí; nos las tomaríamos mientras yo te soltaba todas las gilipolleces que se me ocurrieran para que se te pasase el susto.
Porque sé que estás asustada. Asustada y bastante jodida. Hoy has pasado por algo muy duro: tu pistola ha matado a una civil, una pobre chica. Tú no tienes la culpa, pero no lo ves así. No tenías el control de la situación, pero te empeñas en creer que sí. Eres así, en eso te pareces un poco a mí. “Nos podría haber pasado a cualquiera”, te he dicho. Tú no me has dicho nada, solo me has sonreído con un aire tan triste que me has puesto los pelos de punta. No has abierto la boca pero yo te he visto en los ojos lo que estabas pensando. “Os podría haber pasado a cualquiera, pero me ha pasado a mí”. No he sabido qué decir para que te sintieses mejor. Ojala lo hubiese sabido, ojala lo supiese ahora.
No sé las palabras mágicas para hacer que te sientas bien, pero hay una cosa que sí sé: te estoy decepcionado. No soy tonto, me doy cuenta de las cosas, es solo que a veces juego a hacérmelo. El tonto digo.
¿Crees que no sé que te habría gustado que me quedase sentado a tu lado en esas escaleras? ¿Te crees que a mí no me hubiese gustado quedarme hasta que se hubiese hecho de noche, con tu manita dentro de la mía?
¿Crees que no sé que esperabas que me quedase fuera contigo? ¿Te crees que yo me quería encerrar en mi despacho y mirarte desde lejos, comiéndome casi el móvil a bocaos?
¿Cree que no sé que hubieses querido que fuese yo quién se ofreciera a llevarte a casa? ¿Te crees que no estaba deseando hacerlo? ¿Que no sé que a mí si me hubieses dicho que sí?
Pues claro que sé todo eso, Leo. Claro que lo sé, y nada me hubiese gustado más que hacerlo. Igual que ahora me gustaría estar tomándome tu café metálico en tu diminuto salón, que en un fin de semana tonto pintaste de color verde pistacho. Me gusta tu casa aunque sea diminuta. Me gusta tu café aunque sepa a rayos. Pero hemos quedado en que tomaríamos cerveza. También me gusta tu cerveza, aunque no sea de la marca que yo compro normalmente. Si me ponen esa cerveza en un bar, protesto, pero si me la pones tú, me sabe a gloria. ¿Sabías eso? Pues es verdad. Y si nos ponemos a decir verdades, ya te las digo todas: tú me gustas muchísimo. Aunque no sea lo más conveniente ni para ti ni para mí, me gustas más que nada.
¿Cómo no me vas a gustar a rabiar, joder? Si es que estás buenísima, y eres lista de cojones, y me lo paso de puta madre contigo, y tienes dos cojones como María santísima (que decía mi madre), y cuando te cabreas de verdad eres como el demonio de Tasmania, y cuando te da la gana eres la cosa más dulce que me he echao a la cara, porque tienes aunque vayas de dura tienes un corazón de oro. Sí, he dicho dulce, ¿qué pasa? No se me ocurre otra palabra mejor. También he dicho corazón de oro. Ríete lo que quieras, no me voy a retractar de nada de lo dicho. De nada.
Pues eso, que siendo como eres, ¿cómo no me vas a gustar tantísimo? Y está bien que me gustes, ¿eh? está muy bien. Pero es que no solo me gustas, es que... es que a veces te miro y siento cosas muy raras. Que tú me gustas muchísimo es algo que sé desde hace bastante tiempo ya, pero es que hoy me he dado cuenta de que decir que me gustas es como no decir prácticamente nada. Estas cosas que te digo que siento cuando te miro o tengo cerca, no se explican con un verbo tan tonto como gustar. Da igual la cantidad de determinantes indefinidos que le pongas detrás, o que vayan en grado superlativo. ¿A que no te esperabas de mí que supiese qué es un determinante indefinido? Pues, mira, para qué veas.
Supongo que esto viene ya de lejos, lo de haber cruzado la línea de “gustar”, pero ha sido hoy cuando me he dado cuenta del todo de una cosa: ya no te veo como te veía antes. Has dejado de ser mi compañera, mi amiga, cañón para ser algo más. Los días en los que cuando entrabas a la unidad, lo primero que te miraba era el culo y luego las tetas, se han quedado muy atrás. Sigo mirando dónde no debo, claro que lo hago, ya te digo que no soy tonto, pero ya no es el primer sitio en el que miro. Ni el segundo. Ni siquiera el tercero. Y esto, por Dios te lo pido, no se lo digas a nadie. Tengo una reputación que mantener.
Y eso, que tus tetas hayan pasado a un segundo plano para mí, ya no sé si está bien, porque si a ti y a mí no nos conviene que me gustes tanto, mucho menos nos conviene esto otro. Todavía lo estoy asumiendo. Sigo en esas. Entiéndelo, ha sido una especie de shock descubrir lo que ahora sé, porque, aunque ya te digo que me gustas mucho desde hace mucho, no me esperaba llegar a dónde estoy ahora. A mí no me pasan estas cosas, les pasan a los demás. A mí no. Nunca he querido involucrarme de verdad con nadie, y el solo hecho de estar planteándomelo, me resulta casi imposible de asumir.
Nunca me he cruzado con ninguna tía que me haya hecho plantearme nada así. Nunca. Y ha habido unas pocas tías en mi vida. Aunque siempre haya sido de paso. Hola y adiós con un unos cuantos revolcones entre medias. Nunca he dado nada que de verdad fuese mío, nunca he querido hacerlo, nunca he sentido la necesidad. Ahora... ahora estoy en la Dimensión Desconocida. Si te digo la verdad, no sé cuántas tías han pasado por mi vida. Es mejor así, no vaya a ser que me asuste yo, y te asuste a ti. Dejemos el número indefinido por la cuenta que nos trae a los dos.
A la mayoría las he conocido por la noche, con esas, las que se me cruzaron con nocturnidad y alevosía, un polvo, dos como mucho, y a otra cosa mariposa. Por su parte y por la mía. Luego ha habido algunas a las que he conocido de otra manera, a las que he tratado un poco fuera de la cama. En ese último grupo he conocido tías que me han llegado a gustar de verdad. Ha habido chicas muy majas en mi vida, divertidas, simpáticas y tal, pero con ninguna de ellas me he planteado ni por un solo segundo algo más que unas cuantas sesiones de sexo y unas risas. Jamás me he planteado una relación de verdad con ninguna de ellas. Las contraindicaciones siempre me han pesado mucho más que lo la tía podía gustarme. Pero eso era antes, ahora tú has asomado esa carita tan preciosa que tienes y me lo has puesto todo manga por hombro.
Lo que te estaba diciendo, que, porque ha habido otras que no eran tú que me han gustado, se que esto que me pasa contigo se pasa completamente del terreno de “gustar”. Sé lo que es que alguien te guste, Gustar es un sentimiento bastante dócil, si te pones hasta tibio. Le tengo bajo control. Esto que siento por ti, ni es dócil, ni es tibio, ni sé cómo controlarlo. Ergo tú no me gustas. Tampoco estoy encoñado contigo, lo sé porque algunas veces he estado así: encoñadito perdido. A mí el encoñamiento se me va enseguida, en cuanto echo un par de polvos, o cuando veo que no tengo nada que hacer. Lo que yo tengo contigo no se me pasa, ergo tampoco estoy encoñado contigo. Esto es otra cosa mucho más peliaguda. Más seria. Más fuerte. Yo no entiendo una puta mierda de esto que siento, solo sé que me puede quemar las manos. Que nos las puede quemar a los dos.
Plantéate esto: ¿qué pasaría si yo hubiese cedido a las ganas de todo eso que te he dicho antes? La cerveza, el sofá, la charla... ¿qué pasaría si yo cedo a las ganas, y tú te enteras de qué me pasa contigo? Piénsatelo bien antes de contestar y, cuando lo sepas, me dices la respuesta, porque yo no la sé. Por eso me fumo las ganas de todo eso, porque no voy a correr el riesgo de quemarme y de quemarte. Mucho menos el riesgo de perderte. Eso sí que no. ¿Y si cedemos y la cago? Eso me da un miedo acojonante. Yo no quiero perderte, no quiero hacerte daño; pero tampoco sé si quiero no ceder. No tengo nada claro preferir que la cosas se queden como están, sería lo más sensato, lo más seguro para los dos, pero... pero no sé si es eso lo que quiero.
Si supieses de estas rayadas mías, lo mismo cambiabas de idea respecto a mí. Te dabas cuenta de que no valgo la pena, y te fijabas en alguien que sí. Tú no te mereces un tío que esconde quién es y qué siente detrás de un muro de chistes fáciles, frivolidades y gilipolleces varias. Leo, yo soy un cubo de Rubbik con patas.
A simple vista, parezco un tío la hostia de simple: con darme de comer, de follar y de beber me tienes contento. No sé si me complazco o me lamento, pero eso no es verdad. Como intentes resolver el cubo, entenderme, te puedes encontrar con que no soy lo que parezco. Tengo mucha mierda a mis espaldas, un montón de complejos y de inseguridades, mucha rabia contra el mundo en general. Las he pasado muy putas en este vida, estoy escaldado de muchas cosas. Me dan miedo cosas que a la gente normal no. Estoy muy desacostumbrado a hacer cosas que para el resto del mundo son de lo más normal. Ya ves qué partidazo soy. Creo que yo solo te complicaría la vida. Si sabes lo que te conviene, te olvidarías de mí, y le echarías el ojo a un buen tío. Uno sin mis taras emocionales. Mario por ejemplo. Él es un buen tío, está muy bueno (no hace falta ser gay para darse cuenta de esto, solo tener ojos en la cara), y lleva colado por ti desde el día primer día.
En realidad, no sé porqué te digo tan alegremente esto de Mario. La idea de vosotros dos juntos me da cien patadas en la boca del estómago. Cien no, mil. Diez mil. Un millón. Hoy he visto cómo le mirabas en la unidad. Nunca le habías mirado así. No me ha gustado una mierda. No han sido celos, al menos no solo celos, ha sido... Vértigo. Un vacío en el estómago. Un cosquilleo la hostia de desagradable en el paladar. Le mirabas como si le vieses por primera vez. Sí, justo así ha sido.
Hoy Mario ha hecho todo lo que me gustado hacer a mí, lo que debería haber hecho: se ha quedado contigo en esas escaleras, te ha llevado a la unidad, no te ha quitado ojo en toda la tarde, se ha ofrecido a llevarte a casa. Mario se ha portado como había que hacerlo, y tú te has dado cuenta. Me da miedo que ahora que has visto a Mario dejes de verme a mí. Me acojona de mala manera, porque las comparaciones son odiosas, y si nos pones a los dos juntos, podrías llevarte las manos a la cabeza y preguntarte en qué cojones estabas pensando cuando te fijaste en mí y no en él.
Es que, Leo, yo no tengo un historial demasiado bueno contigo. Lo que te he demostrado hasta ahora es que conmigo tienes cuatro cosas aseguradas: risas, sexo, no saber dónde pisas y decepciones. Las dos primeras están muy bien, eso no tiene más vuelta de hoja. Las otras dos... esas ya no están nada bien. No sé que me pasa contigo que siempre te doy a entender todo lo contrario a lo que es. Nunca sabes qué quiero de ti. Nunca. Cuando solo quiero que seamos amigos con beneficios, me las apaño para que tú entiendas que somos algo más. Ahora que siento lo que siento por ti, te hago creer que solo quiero que seamos amigos; que no me importaría nada echarte un casquete, pero que lo que busco de ti no pasa de eso. Y ni siquiera como amigo me estoy portando muy allá, te he decepcionado. Lo que tú no sabes es que si me he cortado de todas las cosas que debería de hacer como amigo tuyo, es precisamente porque quiero ser más pero me da miedo serlo. Decepcionándote y dándote falsas impresiones soy aún mejor que en la cama, y eso no compensa. ¿Cómo va a compensar? Yo sé que soy muchas más cosas que un payaso, un follarín y una constante fuente de decepciones, pero, por miedo o por vergüenza (o porque soy subnormal profundo), nunca te lo he dejado ver a las claras. Solo te lo insinúo de refilón y muy de vez en cuando; supongo que tú intuyes que soy más de lo que dejo ver, porque tú no eres tonta y algo debes de ver en mí. Pero no sé si eso, que yo te lo insinúe y tú lo intuyas, es suficiente. Puede que hoy por hoy te sirva, pero a la larga dejará de hacerlo. Te mereces mucho más que las migajas que te doy.
Y luego está Mariete. Mariete. No se parece en nada a mí. A lo mejor es un poco soseras (aunque le quiero como si fuese mi hermano, las cosas como son), pero es un tío de putísima madre. Es un buenazo, no tiene dobleces. Él te trataría como tú te mereces, y no te haría las putadas que yo te he hecho. Se puede confiar ciegamente en él y tú lo sabes.Si él te dice blanco, es blanco; si te dice negro, es negro. No como yo, que si te digo blanco, puede ser amarillo con rayas negras.
Y ahora que has visto a Mario, ¿qué? ¿Y si ahora te paras a pensar, y te das cuenta de que yo no valgo la pena y él sí? ¿Y si me quedo fuera de la partida por gilipollas? Si eso pasa, ¿qué? ¿Sería una suerte o sería una desgracia? Te digo la de antes, piénsatelo bien antes de contestar, que ésta también es jodida. Muy jodida. He estado pensando en el tema mientras os miraba desde el despacho, y vosotros jugabais a las miraditas. Creo que sería las dos cosas: una suerte para ti, una desgracia para mí.
Y tú dirás, “a ver capullo, si piensas que perderme sería una desgracia para ti, ¿qué cojones haces ahí abajo que no subes?” Contestándote: no lo sé. No lo sé, Leo. Se supone que los tíos somos muy simples y que las complicadas sois vosotras. Yo, para estas cosas, normalmente lo soy. Simple, se sobreentiende. Cuando quiero algo, a por ello que voy. Si no voy a por ello, si me quedo quieto, es porque no estoy interesado. Contigo no. Contigo las cosas que siento, hago y pienso, no tienen ninguna lógica. Cuando la cosa se refiere a ti, me sale el gen tonto y lo hago todo al revés. Aunque a veces dé a entender lo contrario, nunca fui el más listo de la clase. Todo lo contrario, yo era el que se pasaba el día cara a la pared por borrico redomado.
No te voy a engañar: estoy bastante desorientado. Sí, bastante-bastante. Por no decir que estoy perdidísimo. Me siento como un personaje de Julio Verne (¿cómo te quedas oyéndome decir correctamente un nombre propio? Mi memoria es como yo: rara de cojones). Nunca he sido de leer demasiado, ni ahora ni de crío, pero Julio Verne siempre me ha gustado. No sé si sabes que hay novelas gráficas (comics, vamos) de casi todas las novelas de Verne. Yo los tengo todos, Veinte mil leguas de viaje submarino, Viaje al centro de la Tierra, De la Tierra a la Luna... De niño, no tendría más de siete años, mi padre me compraba uno todas las semanas y yo los devoraba con una linterna bajo las sábanas. ¿Qué por qué te cuento esto? No seas impaciente, mujer, espera, que a eso voy. Tiene un porqué, no es que ya esté chocheando. Verás, en casi todas las novelas del Verne los protagonistas acaban en sitios completamente desconocidos para ellos. Sitios que ni se imaginaban que existían, que no comprenden en absoluto, que les descuadra todo lo que creían saber. Así estoy yo. Como si me hubiesen sacado a rastras del Nautilus, metido en la cesta de un globo aerostático y llevase ochenta días dando vueltas alrededor de la Luna. Desorientado y asustado. Asustado sí, estoy asustado. No veo la razón para no decírtelo a las claras. Hay muchas cosas que no sé, pero hay otras que sí. Sé que necesito dejar de sentirme así para atreverme a hacer nada, porque ahora no sé si quiero ir a lo fácil y dejar las cosas como están, o si quiero liarme la manta a la cabeza y coger el toro por los cuernos. Solo sé que no estoy listo para asumir las consecuencias que puedan derivarse de subir ahora a tu casa.
Así que, por todo esto, me voy a quedar aquí abajo fumando, en este banco, sin llamar a tu telefonillo. Me jode por ti y me jode por mí, pero no voy a sentarme en tu sofá, no te voy a pasar el brazo por los hombros (cómo me gustaría hacer eso), no me voy a beber tu cerveza, y no me voy a comer tus patatas. Hoy solo fumaré. Mañana... mañana ya se verá qué pasa. Te diría que lo mismo mañana veo las cosas distintas, que esto de hoy me pasa por el miedo y la angustia que he pasado pensando que te morías; pero no soy tan tonto como para decir esa estupidez. Por muy tarugo que sea, puedo ver que esto que tengo es como el bichito ese que se te puede meter en el cuerpo comiendo pescado crudo: una vez dentro ya no sale nunca. Me apuesto un huevo a que nunca nadie ha llamado de esa manera a Esto de lo que tú yo hablamos. Bichito del pescado crudo. A mí me parece una metáfora cojonuda, a lo mejor no es la más bonita, pero sí es la más ajustada. Va a ser que, muy en el fondo, tengo alma de poeta. Esto tampoco se lo digas a nadie, que se quede entre nosotros.
Soy un cobarde, un gilipollas y un desgraciao, pero tú eres mi amiga, aunque llamarte así sea tan pobre como lo de decir que me gustas. El caso es que no voy a dejarte tirada como una colilla solo porque yo tenga miedo de complicarme la vida. Si ahora me fumase el piti, y me fuese a casa tan pancho, me merecería la peor de las muertes. Pasaría de cobarde a hijo de la gran puta. No me atrevo a verte cara a cara, pero sí me siento capaz de pegarte un telefonazo. Te voy a llamar haciéndome el tonto, que se me da muy bien. Voy a hacer como que quería llamar a otra persona, pero que se me ha ido el dedo y he acabado llamándote a ti. Seguramente tú vas a saber que es mentira, que no me he equivocado de número, pero eso no importa, porque por teléfono no me vas a ver los ojos, que son los que podrían delatarme. Por teléfono solo vas a ver la punta del iceberg, lo que yo quiero que veas: un amigo un poco gilipollas que está preocupado por ti, pero que te conoce demasiado bien como para entrar al trapo directamente. Y esta bien que hoy veas solo eso en mí. Un amigo. Es lo más seguro para los dos, ya no es solo que nos podamos complicar la vida, es que creo que hoy los dos estamos demasiado vulnerables como para hacer las cosas de otra manera. No quiero salirte con líos raros tal y como estás, tan jodida, tan al descubierto. Sé que cuando uno se siente como tú te sientes ahora, es muy fácil dejarse llevar. Si me decidiese a hacer algo, a mover fichas, quiero que esto sea justo para los dos. Que tú puedas decidir con la cabeza despejada qué quieres y qué no quieres.
Me lo coges al quinto tono, justo cuando ya pensaba que no lo ibas a hacer. Pero te digo una cosa, lo hubiese intentado otra vez. No hubiese parado hasta hablar contigo.
—¡¿Leo?! Ahí, va la hostia. Que se me ha ido el dedo, que yo quería llamar a Roci...
Te ríes y me dices que estoy senil. Por el tono de tu voz y tu risa sé que no te crees lo de la equivocación. No pasa nada, está bien que sepas que me preocupo por ti, aunque a lo mejor nunca llegas a saber el tamaño y el color de esa preocupación. Hay que joderse, quién me iba a decir a mí que iba a acabar así, comportándome como un verdadero gilipollas. Haciendo todo lo contrario a lo que quiero. Montándome cortinas de humo para que no me cales. Sintiendo cosas que solo conocía de oídas. Haciendo filosofía barata mientras me fumo un cigarro, sentado en un banco, bajo tu balcón.