Snug Kin: Querida Leo
Snug adj. cómodo, abrigado y cómodo, ajustado, ceñido, confortable /v. abrigar
Kin s. pariente, congénere, descendiente, parentesco
Querida Leo, no saldrás a jugar?
Querida Leo, saluda el nuevo día
El sol está en lo alto, el cielo está azul
Es precioso como lo eres tú
Querida Leo, no saldrás a jugar?
Querida Leo, abre los ojos
Querida Leo, mira el cielo soleado
El viento es suave, los pájaros cantarán
Querida Leo, no vas a abrir los ojos?
Mira a tu alrededor
Querida Leo, déjame ver tu sonrisa
Querida Leo, como si fueses una niñita
Las nubes serán una guirnalda de margaritas
Así que déjame ver tu sonrisa.
Querida Leo, ¿no vas a dejarme ver tu sonrisa?
(Dear Prudence)
Ω (omega) La felicidad es un arma caliente III (Martes 11 de diciembre, 08:47)
Madre Superiora, desenfunda ya
(bang, bang, dispara, dispara)
La felicidad es un rifle caliente
(bang, bang, dispara, dispara)
La felicidad es un rifle caliente, sí que lo es
(bang, bang, dispara, dispara)
La felicidad es un arma caliente.
Sí que lo es
(Happiness is a Warm Gun, White Album version)
Es increíble cómo las cosas pueden llegar a cambiar tan radicalmente en cuestión de solo unos segundos. Hace un momento estaba de puta madre pero ya no es así. Ya no está de puta madre, tampoco bien, ni siquiera regular. Está jodida. Está muy, muy jodida.
Todavía no acaba de creerse lo ha pasado. Ha sido todo muy rápido, muy de repente, muy inesperado. Todo iba bien, joder, mejor que bien, había conseguido llegar a tiempo de evitar que Corso hiciese una locura, tenían al malo esposado y él se iba a quedar a su lado, así que las cosas iban estupendamente bien, después se han salido un poco de madre, cuando ese tío del casco ha aparecido de la nada parecía que habían perdido el control de la situación, pero luego Esparza ha aparecido de la nada y ella ha pensado que no, que todo volvía a estar bien. Él le ha dicho que todo estaba controlado, que Molina, Mario y Rocío estaban ahí fuera con Corso. Le ha dicho que la ayudaba estaba fuera y que todo había terminado. Le ha dicho muchas cosas, ninguna era verdad, pero ella se las ha creído todas.
No vio ninguna señal advirtiéndola del peligro. La voz de Esparza era normal, su actitud era normal, su mirada era normal. Sí, parecía muy interesado en saber cómo habían llegado a la casa, en saber si había aparecido alguna escritura o algún documento vinculando a Vázquez a la casa, o si habían mirado los papeles de la caja fuerte y hablado de ellos a alguien. Sí, parecía muy interesado en todo eso, pero tampoco era extraño. También ella hubiese sentido curiosidad por esos detalles, son policías. Los polis son curiosos por naturaleza, por eso no se ha extrañado, porque todo era normal.
Después todo ha dejado de ser normal. Lo primero que ha pasado es que cerebro se ha negado a procesar lo que ocurría. Se ha bloqueado. Lo ha sentido colgarse y quedarse suspendido en el aire.
Uno siempre está sintiendo cosas por mínimas que sean, un ligero picor, la ropa sobre el cuerpo, la respiración que entra y sale de la nariz. Durante un segundo ella no ha sentido absolutamente nada y ha sido muy extraño, casi sobrecogedor. El cuerpo se ha quedado completamente adormecido mientras ella oía esas explosiones y se preguntaba qué podrían ser. Ha sido incapaz de reconocer los sonidos como disparos, ni siquiera estaba segura de que viniesen de la misma habitación en la que ella estaba. Ha sido extraño, ha dado miedo.
No ha entendido porqué las piernas habían dejado de sostenerla. Con la vista fija en el techo, se ha preguntado con una curiosidad lejana porqué estaba tirada en el suelo cuando hacía menos de un segundo estaba de pie. No era capaz de entender qué pasaba, no había razón alguna, tampoco la había para que el mundo hubiese perdido velocidad y se hubiese convertido en una película a cámara lenta.
Es bastante vergonzoso reconocer esto, pero su primer impulso ha sido pedirle ayuda para ponerse en pie. Sí, vergonzoso y bastante patético. Ahora es consciente de lo ridícula y lastimosa que hubiese resultado, pero en ese momento aún creía que Esparza había venido a ayudar, así que pedirle ayuda era lo más lógico.
Ha sido en ese momento cuando ha comprendido que algo iba mal en ella. De su garganta en vez de palabras subido un líquido caliente y espeso con sabor a hierro. Sangre.
Ese ha sido el momento en el que ha comprendido que el inspector jefe Diego Esparza de la división de Asuntos Internos acababa de dispararla.
Con el descubrimiento, las ruedecitas de su cerebro han empezado a girar de nuevo. El mundo ha vuelto a moverse a velocidad normal. Ha vuelto a sentir. Primero ha sido un calor muy fuerte extendiéndole por la tripa, después el calor se ha convertido en un latido rápido y por último el latido ha pasado a ser el dolor más horroroso que jamás se hubiese atrevido a imaginar. Todas estas sensaciones han estado comprimidas en cuestión de un segundo, ha venido todo tan concentrado que el cerebro casi vuelve a quedársele colgado por sobrecarga de trabajo. Ha empezado a sentir que algo la desgarraba y la partía en dos, dolía tantísimo que durante un interminable segundo ha creído que se iba a desmayar. No ha sido así, el momento ha llegado y ha pasado. En realidad no solo no se ha desmayado, una vez que su pobre cerebro ha conseguido asimilar todo lo que estaba pasando, todo los sentidos han vuelto a ella .
Sobre su cabeza oía llantos y súplicas. Vázquez, el asesino y el traidor, estaba llorando por su vida. Ha sentido una mezcla de pena y asco oyendo sus gimoteos. No se le puede rogar por la vida a un asesino que lo tiene todo que perder, eso debería saberlo él. No te van a escuchar como seguro que él no escuchó a Clara. Los asesinos solo se escuchan a sí mismos.
Disparos han sofocado la voz de Vázquez, después ha oído claramente el sonido de un cuerpo cayendo al suelo, unos cuantos disparos más, y después todo se ha quedado en silencio.
Mientras oía unos pasos retumbando sobre el suelo y, por el rabillo del ojo, veía formarse un charquito de sangre justo debajo de ella, lo ha comprendido. Un policía no dispara a sangre fría a otro policía y le da la oportunidad de contarlo. Esparza no la iba a dejar con vida.
Ha sentido mucho miedo al darse cuenta. Ha intentado levantarse, pero es difícil ponerte en pie cuando no puedes sentir las piernas. También ha intentado coger el arma, pero algo le debe pasar en la mano derecha porque lo único que ha conseguido ha sido acariciar la culata con la yema de los dedos, no podía moverlos, eran una masa informe.
Los pasos han vuelto a oírse justo cuando estaba intentando levantar la mano izquierda para coger el arma con ella, no iba a dejarse matar sin más. No lo ha conseguido. Mientras intentaba reunir fuerzas para volver a intentarlo con la derecha, unos zapatos marrones, las perneras de unos vaqueros y una enorme pistola negra, han aparecido en su campo de visión. Ha entendido enseguida que la pistolita de juguete que tenía en la cadera no la iba a ayudar esta vez.
Esparza se ha agachado junto a ella. Le ha visto y ha sentido como sus dedos le buscaban el pulso en el cuello. No ha pensado lo que ha hecho a continuación, ha sido un instinto que la ha sorprendido a ella misma. Se creía incapaz de todo, pero ha conseguido morder como en la vida lo había hecho.
Ha puesto todo su miedo, su rabia y su desesperación al servicio de sus mandíbulas. Ha sentido como sus dientes se clavaban en ese hijo de la grandísima puta a través de capas y capas de tejidos, ha sentido su sangre llenándola la boca con un sabor distinto a la suya propia, y ha oído su alarido animal de asombro y dolor.
Ese mordisco, esa sorpresa llena de dientes que ese cabrón no se esperaba, ha sido una venganza por partida doble. Le ha devuelto parte del daño que acababa de hacerla y se asegurado de que ese hijo de puta vaya a responder por todo lo que ha hecho.
Él no la va a dejar hablar, pero no hará falta. Los forenses van a encontrar piel entres sus dientes, con suerte hasta un trocito de carne, de ahí van a sacar ADN y cuando lo contrasten con las bases de datos, saldrá un resultado en la que recoge al personal de Cuerpo. Se sabrá la verdad, se sabrá quién es en realidad Diego Esparza.
El muy hijo de puta no se ha estado quieto, le ha dado un puñetazo en la boca y la ha quitado todas las fuerzas que aún le quedaban. Esperaba una bala directa al entrecejo, pero ha sido entonces cuando ha ocurrido algo que ha echado por tierra los pocos esquemas que aún le quedaban en pie. Esparza ha desviado los ojos de los suyos y ha susurrado dos palabras. Lo siento.
El hombre que acababa de dispararla la estaba pidiendo perdón con los ojos llorosos. Ha habido un momento en el que ha creído que no la iba a hacer más daño, en sus ojos ha visto la vergüenza y el deseo de ayudarla. Ha pensado que iba a hacerlo, que la iba a salvar, pero se ha equivocado.
Ha sacudido la cabeza, ha puesto el cañón del arma contra ella, ha girado la cabeza hacia el otro lado y ha convertido sus pulmones en engrudo y sus costillas en confeti.
La ha dejado tirada en el suelo como se deja a una cosa inservible y ha salido de la casa sin mirarla ni una sola vez. Ese es Diego Esparza. Te dice que está ahí para ayudarte, te dispara, te pide perdón, te pega otro tiro y luego no se atreve a mirarte a la cara. Ese es Esparza, un hijo de puta, un asesino, un traidor, un cobarde y un mentiroso.
Fuera no hay ayuda. Espera que fuera no haya nadie, solo casitas y coches de lujo. Desea con todas sus fuerzas que Corso no esté ahí fuera, que no se haya cruzado con Esparza, que no le hayan hecho daño, que esté bien.
Desea con todas sus fuerzas que si él no ha vuelto todavía sea porque está muy, muy lejos de aquí persiguiendo al cabrón del casco, y no porque también él se haya convertido en un estorbo para Esparza. No puede aguantar ese pensamiento, sería demasiado cruel y demasiado injusto que después de todo lo que han tenido que andar para estar dónde están, vayan a acabar muriéndose a tan solo unos metros el uno del otro, pero cada uno por su lado. Se niega a creérselo. Eso no va a pasar, Corso está bien, tiene que estarlo, si hubiese pasado algo lo sabría, esas cosas se saben. Corso va a ser quien le ponga las esposas a Esparza, él va a cerrar todo esto. Lo sabe.
No tiene idea de cuánto tiempo ha pasado desde que Esparza se ha ido, está muy desorientada. Sangra mucho y respira muy mal, da bocanadas como un pez fuera del agua, por eso se está mareando y perdiendo el sentido de la realidad, porque al cerebro le empieza a faltar oxígeno. Se está quedando con el depósito vacío.
Un montón de pensamientos absurdos empiezan a colársele por los resquicios de conciencia. Se encuentra preguntándose qué va a ser de su coche si se muere. Aún le quedan letras por pagar, alguien tendrá que hacerlo por ella. Tal vez no. Supone que si se muere no pasa nada si la embargan las cuentas o el coche. Los muertos ni conducen ni tienen gastos. Este pensamiento no le gusta.
No quiere morirse. No le sale de los cojones. No le sale de los cojones morirse y tampoco desmayarse. Le da un miedo tremendo quedarse dormida y no volver a despertarse.
No quiere morirse así que se agarra a lo único que tiene a mano para quedarse donde está, el dolor. Mientras siga sintiendo dolor no puede morirse, los muertos no sienten, eso lo sabe todo el mundo. Se concentra en esos cuchillos que se le clavan por todas partes. Lo que haga falta por mantenerse con vida. Se agarra al pensamiento de que no puede morir a manos del hombre que ayudó a meter injustamente al padre de Corso en la cárcel, sobre el suelo de mármol de blanco de la casa del hombre que mató a su madre. No puede morir así, eso es demasiado largo para ponerlo en una esquela.
La idea le hace soltar una risita lúgubre que trae detrás un ataque de tos que la hace sentir que sus pulmones están hechos de líquido y las costillas de fichitas de Lego torpemente ensambladas las unas con las otras. Tiene que tener cuidado de no volver a reírse.
Consigue serenar un poco la respiración y es consciente de que hay algo que le da más miedo que morir, y es hacerlo sola. Es un pensamiento muy egoísta pero le gustaría muchísimo que Corso estuviese a su lado. Eso, aunque no tenga demasiado sentido, no cambiaría nada y lo cambiaría todo.
Hostias, no puede morirse. No es una opción. Intenta una vez más sacarse el móvil del bolsillo pero no es capaz. Aunque los brazos si los siente, pesan tanto como si fuesen de piedra.
No es justo que sus extremidades se nieguen a recibir órdenes. Ella siempre les ha tratado bien, se ha preocupado de mantenerles fuertes con sesiones de gimnasio y carreras por el parque que a ella, personalmente, no le apetecían una mierda. No es justo que estas tartanas desobedientes la devuelvan el favor abandonándola cuando más falta le hacen.
Bueno, mientras los pulmones y el corazón sigan de su lado, toda va bien. Puede aguantar sin la ayuda de sus extremidades hasta que alguien llegue. Rocío y los demás ya no pueden tardar demasiado. Con un poco de suerte, Corso ya habrá cogido a ese hijo de puta del jardín y también él estará de camino.
Le parece oír su nombre pero no está segura, lo único que puede oír con claridad son los latidos desbocados de su corazón haciendo eco en los oídos y los sonidos raros que salen de su pecho con cada respiración.
Vuelve a oír su nombre. Leo. Sí, eso ha sido su nombre. Leo. Corso la está llamando, está ahí fuera y está bien. Intenta contestarle, pero de su boca solo sale un débil sonido de ahogo y unas cuantas gotitas rojas. Esto pinta mal.
El cerebro debe quedársele dormido un rato porque lo siguiente que sabe es que la despierta una tremenda presión sobre las heridas, y un dolor brutal que empieza en la tripa y se extiende por todo su cuerpo. Comprende que las manos de Corso acaban de arrancarla de un tirón del borde de la inconsciencia.
Se encuentra con que está cara a cara con él, que una de sus manos la está acariciando la cara y que la está hablando muy suavecito. Le dice que ya está, que él está ahí con ella, que se va a poner bien y que no tiene que tener miedo.
Le hace gracia que con ese terror que ve en sus ojos azules intente tranquilizarla. Se merecería un beso por intentarlo, uno de los grandes además. Ojala se lo pudiese dar.
Siente sus manos calientes sobre su cuerpo y se da cuenta de que tiene muchísimo frío. Es plenamente consciente del líquido templado que se le escurre por los costados y de tener las manos congeladas.
Se empieza a sentir muy rara, muy mareada, muy fuera de juego. En sus oídos, los latidos de su corazón, cada vez más rápidos, van ganando en volumen a todo lo demás hasta que llega un momento en el que la boca de Corso se mueve pero ella deja de oírle. El dolor cada vez está más lejos, está empezando a dejar de sentir el cuerpo. No sabe si está de pie o tumbada.
Tampoco ve bien. Todo se ha vuelto borroso. Delante de sus ojos desfilan figuritas geométricas de muchos colores. Triángulos que se juntan y se convierten en cuadrados que se juntan con más y hacen octógonos, hexágonos y todo un mundo de formas que ya no sabe como se llama. Si hubiese visto algún calidoscopio en directo, diría que eso es justo lo que ve, pero solo los conoce de oídas.
Esas cosas raras apenas le dejan distinguir los ojos de Corso, los tapan. Le encantan sus ojos, son preciosos. Intenta recordar si alguna vez se lo ha dicho, no lo recuerda pero supone que no. Siempre se ha cortado mucho a la hora de decirle las cosas que pensaba o sentía sobre él. Ahora todas esas razones que tenía para hacerlo le parecen una sarta de gilipolleces. Cuántas tonterías mentemos en nuestra vida para protegernos. Cómo complicamos las cosas que son sencillas.
Corso ha desaparecido completamente. Se ha ido junto con el resto de la habitación. Ahora sus figuritas de colores bailan sobre un fondo completamente negro. Se pregunta si tiene los ojos abiertos o cerrados. Ha perdido la voz y la cara de Corso pero sigue sintiéndole a su lado. Se le imagina diciéndola cosas bonitas para que no tenga miedo, supone sus manos acariciándola y tratando de mantenerla con vida. Le gusta tenerle al lado, le gusta mucho estar con él, le hace sentirse segura incluso en este momento.
Siente que se muere pero no le sale de los cojones aceptarlo. Se sabe el truco para seguir aguantando, solo tiene que seguir respirando hasta que la ambulancia llegue.
No se va a morir aunque solo sea por poder comerse otra de esas enormes hamburguesas tan buenas de ese garito diminuto en el que siempre hay que hacer cola, o por tomarse otro helado de chocolate con trocitos de brownie del Ben & Jerry's, o por una de las paellas de Mamá, o por poder ir una vez más a la playa, o conducir su coche por alguna carretera divertida, o ver otra película moñas de esas en las que el chico y la chica acaban juntos, o por compartir unas cañas con la tropa después de resolver un caso chungo.
No se va a morir. No. Ni de coña. No se va a morir delante de Corso, aunque solo sea por no hacerle esta putada, o por tener la oportunidad de echarle la peta por ser un capullo inseguro de sí mismo, o por darle otro beso, o por volver a abrazarle, o por poder compartir otra de esas noches juntos en las que dormir es lo último que tienen en la cabeza, o por poder despertarse otra mañana a su lado, o por poder estar juntos de verdad. Por todo eso no se va a morir. Se niega a hacerlo. Solo hay que seguir respirando, ese es el truco. Es fácil, solo hay que respirar.
No puede creerse lo que ocurre. No puede creerse que los hijos de puta de sus pulmones vayan a darla de lado también. No se puede creer no estar respirando. Busca algo a lo que agarrarse, pero no hay nada, no hay dolor. Tampoco pensamientos o recuerdos en su cabeza, se han disuelto, los ha visto pasar por delante de sus ojos. En su cabeza ya no queda nada, y los pulmones siguen fuera de servicio, y el corazón se une a la huelga general, y ya no sabe cómo seguir peleando porque ya no hay nada con lo que seguir tirando. El último fusible que quedaba en su cerebro se funde, ya no hay figuritas ante sus ojos, solo algo negro y pegajoso que se la lleva de un tirón.
α (alfa) Ella entró por la ventana del baño ( ¿¿??)
Entró por la ventana del baño
Protegida por una cuchara de plata
Junto a la orilla de su laguna.
(She came in through the bathroom window)
Un fogonazo de dolor. Formas líquidas y amarillas moviéndose delante de sus ojos. Ruidos que le hacen daño en la cabeza. Voces que no conoce diciendo palabras que no entiende. Una voz se acerca más que la demás y le dice que esté tranquila. Intenta decir algo pero no puede hablar. El dolor se empieza a limar. También las voces y los colores. Todo se vuelve negro y silencioso.
01 Mañana nunca se sabe (¿¿??)
Desconecta tu mente, relájate, déjate llevar
No es morir, no es morir
Abandona todo pensamiento, entrégate al vacío
Es brillar, es brillar.
Que puedas ver el significado del interior
Es hablar, es hablar.
Que el amor es todo y el amor es cada uno
Es saber, es saber
Cuando la ignorancia y la prisa lloran a los muertos
Es creer, es creer.
Pero escucha el color de tus sueños
No es vivir, no es vivir
O juega al juego de la existencia hasta el fin
Del principio, del principio
Del principio, del principio.
(Tomorrow never Knows)
En su sueño, porque sabe que es un sueño, va en una Vespa de color rojo. Es la moto que su padre tenía cuando ella tenía ocho años. Da igual que lo que vea sea un modelo nuevo que en el noventa no existiese, es un sueño y en los sueños no hay reglas. En el sueño recuerda con total claridad cuando Papá iba a buscarla los viernes a la salida del cole con la moto. Le encantaba agarrarse a él y recorrer las calles hasta casa pegada a su espalda.
El casco del sueño si es justo el que le ponía Papá, un modelo antiguo de esos sin visera. Los de visera son más seguros pero con este puede sentir el aire templado que le acaricia la cara. Huele a pino y a mar. Se siente increíblemente bien, como hace mucho tiempo que no se sentía. Contenta, tranquila y segura. Le gusta esa sensación.
Hoy no es su padre quien conduce, hoy es ella quien lleva la Vespa por esta carretera llena de suaves curvas. Tampoco conduce por Madrid, esta carretera bordea un pinar y el mar. Lleva a alguien detrás, siente unos brazos alrededor de su cintura. No necesita darse la vuelta para saber quién es, en los sueños las cosas se saben sin necesidad de ver. Es imposible por el casco, pero siente su barba cosquilleando contra su nuca. No lo ve, pero sabe que él también sonríe.
El sol está alto pero no hace demasiado calor, no hay ni media nube en el cielo, se siente como en la vida, y por delante tiene todas las curvas de la carretera para disfrutarlas. Oye el ruido del mar a su derecha, el susurro de los pinos acariciados por el viento a su izquierda y el ronroneo de la moto en el centro. Todo es perfecto, todo es como debe ser.
Está viva. El pensamiento asoma a su cabeza en cuanto se despierta a algo oscuro y frío. Realmente no sabe porqué la sorprende tanto estar viva, solo sabe que no creía estarlo.
Se siente terriblemente mal. Agotada hasta el extremo, dolorida, revuelta y muy confusa. Olor a desinfectante, un sabor extraño en la boca, pitidos monótonos, un colchón desconocido. Está en un hospital.
No recuerda qué le ha pasado, porqué está aquí, porqué debería estar muerta, o porqué apenas si puede sentir las piernas. Se pregunta si ha tenido un accidente de coche. Recuerda ir conduciendo muy rápido. Recuerda adelantamientos kamikazes y pitadas, pero también recuerda haber aparcado y bajarse.
¿Una moto? En su cabeza hay una Vespa roja. No, eso era un sueño. Está segura. Hace un momento soñaba que conducía una Vespa roja por una carretera preciosa. En su cabeza aún quedan fragmentos de ese sueño. Resina de pino, olor a mar, resaca de caricias de una barba y luz de sol. Era un sueño. Nada más. No ha tenido un accidente de moto y tampoco de coche.
Se pegunta si está entera. Intenta abrir los ojos para comprobarlo pero no puede. El miedo se la come cuando descubre que no es capaz de encontrarse los dedos. Los tiene, puede sentirlos, pero su cerebro no es capaz de ubicarlos en el cuerpo. No sabe donde están, se le han perdido.
Nota la lengua dormida y paralizada dentro de la boca. No puede hablar como tampoco puede abrir ojos o levantar un puto dedo. Es un despojo humano tirado en la cama de un hospital.
En su cabeza hay palabras dichas en una voz que no es la suya. La voz es la de Mamá. Habla de lo incómodos que son los asientos traseros de los coches de policía, dice que seguro que son así para que los sospechosos confiesen con tal de no volver a sentarse en ellos. Una voz contesta a la de Mamá, es Papá. Él dice algo sobre vecinos pensando que les han detenido por instalar el chip pirata a la Play. No sabe si a las voces de su cabeza las oye, las recuerda o las imagina. No está segura de nada. Se siente muy perdida.
Tiene la sensación de haber estado un buen rato inconsciente. En la cabeza solo tiene vacío. Le parece recordar haber estado con Corso. Él lloraba y le juraba que iba a hacer algo, no recuerda qué, también le pedía algo, pero tampoco recuerda qué. Puede que haya sido un sueño o puede que ni tan siquiera eso, puede que solo sea una mentira que su cerebro se ha inventado porque le echaba de menos.
Se siente peor que antes. Hay algo que le duele mucho pero es incapaz de decir qué parte del cuerpo es. Todo sigue manga por hombro en su cerebro. Es curioso porque aunque sigue sin encontrarse los dedos, sabe que son las piernas las que sigue sin sentir demasiado. Intenta usar eso como una referencia para encontrar el resto pero le resulta imposible.
La ayuda está fuera. La frase salta de golpe a su cabeza y trae con ella una cadena imágenes que huele a pólvora y sabe a hierro. Lo recuerda todo. Siente un poco de rabia, un poco de pena y un poco de miedo, pero todo está tan diluido en su cerebro que las emociones se van tan pronto como llegan. Se pregunta si le habrán cogido ya, justo antes de volver a la inconsciencia.
Ha podido abrir los ojos un milímetro. Se encuentra con un sitio azul y borroso que no reconoce. Los ojos se le vuelven a cerrar. Está sola.
Frío. Muchísimo frío. Se siente muy rara, muy inquieta. Es incapaz de recordar dónde está. Oye pitidos intermitentes a velocidad demencial. No sabe si son reales o si solo están en su cabeza. Cree que tiene los ojos abiertos pero no está segura, solo ve una masa negra sobre la que flotan triangulitos rosas y verdes. Juegan entre ellos y se convierten en cuadraditos bicolores. Tiene un fortísimo deja vu. Intenta agarrarse algo pero no encuentra a qué. Cree que alguien entra corriendo a la habitación pero no está segura. Está dejando de oír. Se pregunta si se va a morir.
Mezclado con el olor a sal, llegan ráfagas de pino. El sol sigue alto y la brisa suave. El día no podría ser más perfecto ni aunque lo intentase. La playa está desierta, solo están ellos dos. Desde su posición, la costa parece no tener principio ni fin. Se extiende a izquierda y derecha hasta donde alcanzan los ojos. En el sueño el agua tiene un color azul turquesa, parece más el Pacífico que el Mediterráneo. Nunca ha estado en este sitio pero sabe perfectamente que esta cala es la cala desierta a la que ella quería ir desde el principio, la que Roberto no supo encontrar. En el sueño pensar en Roberto no duele, en este sueño no hay dolor, no hay miedo y no hay inseguridades.
En este sueño todo está bien. La acaricia el sol en la cara, la arena en los pies y él en la espalda. No puede verle pero siente sus dedos bailando sobre su columna. Si se girase sabe que se encontraría con su sonrisa. Decir que se siente bien sería decir muy poco.
Coge un puñado de arena templada con la mano, la deja escurrirse entre los dedos y caer lentamente sobre su muslo. La sensación de cosquilleo es muy agradable. Una serie de escalofríos empiezan a esparcirse desde un omóplato, siente los pelillos de la nuca poniéndose tiesos. Eso ha sido un beso, uno que la hace reírse como una niña pequeña. De su espalda llega otro beso y una risa traviesa. Piensa que dentro de un rato le va a apetecer darse un chapuzón. Sabe que el agua va a estar perfecta sin tener que probarla, este es sueño y en él todo es como ella quiere que sea.
Leonor. Leonor. Golpecitos en la cara. Vuelve y piensa dos cosas a la vez, que sigue viva y que odia esa voz desconocida que acaba de arrancarla de su sitio preferido. Leonor. No le gusta que le llamen así. Más golpecitos. Leonor, ¿Me oyes?. Se esfuerza en entreabrir los ojos. Tiene la esperanza que haciéndolo la dejarán en paz y podrá volver a su sueño. Ve una cara muy borrosa frente a la suya. Los ojos se le cierran solos pero no hay golpecitos que intenten traerla de nuevo. Leonor, soy médico. Acabamos de volver a operarte. Desc... No escucha ni una sílaba más, se está empezando a deslizar hacia alguna parte, y ella se empeña en tirar del hilo del sueño y traerlo de vuelta. En ese sueño se siente bien, aquí no, aquí duele y tiene miedo.
Mamá y Papá están con ella. Les oye susurrar cosas que no acaba de entender. Abre los ojos, no es a ellos a quien ve, es un hombre rubio, vagamente familiar, que le habla con voz de mujer. Los ojos se le cierran, cuando vuelve a abrirlos ve a Mario que mueve los labios pero no tiene voz. Mario ya no es Mario, es Rocío, ella habla primero con la voz de Molina, después con la de su hermano, Santi. Rocío se le escurre delante de los ojos y aparece una mujer pecosa que habla con una voz que si podría ser suya pero también podría no serlo. No lo sabe.
Hay un momento que es Mamá a quien oye pero a Esparza a quien ve. Está parado delante de ella mirándola, cree ver algo en su mano, pero no sabe si es una mano o es el vacío. Luego ya no hay nadie. Tampoco hay voces solo máquinas que pitan haciendo burla al latido de su corazón. Vuelve a estar sola, preferiría no estarlo. Está asustada, no le gusta esto que la está pasando.
Sus párpados se han vuelto de piedra y no puede con ellos. Está agotada, no tiene fuerzas para nada. El cuerpo le pesa como si todo el Universo se hubiese puesto encima de ella. Tiene náuseas. Tiene frío. Le duele mucho. Se siente atontada y con mucha fiebre.
Sus oídos están llenos de una frase interminable y sin sentido dicha en muchas voces distintas. La de Papá, la de Mamá, la de Santi, la de Molina, la de Mario, la de Roci, la de Médico, la de Enfermeras. Te vas a poner bien, tienen a ese hijo de puta que te ha hecho esto a tu compañero, pero sube la saturación de oxígeno, cariño, que los tíos te mandan un beso muy grande y que le vamos a coger, puedes estar segura, Leo, no responde a los antibióticos y estas muy fría ¿quién ha hecho la ronda? hermanita no nos hagas esto que la tensión esta muy baja, pero todo se va a arreglar, y te echamos de menos, sube la morfina que dentro de nada es Navidad. Esto tiene mala pinta, los riñones están empezando a fallar, pero te vas a poner bien, no satura bien y muchos besos de los chicos del laboratorio porque ¿sabías que Carmen de cardio está embarazada? tienes que aguantar cariño yo no sé qué pasa que no reacciona y no baja la fiebre, oye ¿tienes tú guardia el domingo?
La frase no se acaba nunca y ella reza para que las voces se callen y la dejen en paz. Se está volviendo loca. Se pregunta si algo de esto es real.
Hay algo roto dentro de ella. Lo siente. Es eso que duele cuando respira. No se acuerda de dónde está, pero tampoco le importa demasiado. Se pregunta qué hora puede ser, le gustaría saber si es de noche o si es de día. Estaría bien saberlo. Después vuelve a la inconsciencia.
Está medio dormida sobre su pecho. En el sueño tiene los ojos cerrados pero no hay oscuridad ni hay miedo. Siente su respiración bajo su cabeza y sus dedos enredándose en su pelo, y deslizándose suaves sobre su costado. Todavía tienen la piel húmeda. En el sueño se han bañado desnudos en el mar y ha sido algo increíble.
Bañarte desnudo no se parece demasiado a hacerlo con bañador, el agua acariciando tu cuerpo te hace sentir completamente libre y vivo.
No se han traído toalla. Le siente a él, siente la arena bajo su costado y siente la brisa cosquilleando sobre las gotitas de agua en su piel. A lo lejos oye el murmullo del mar, gaviotas quejándose y ramas de árbol saludando a algún ser invisible. Él le dice algo de unas fotos que sacarán luego y ella asiente despacio.
Besos disfrazados de escalofríos que brotan en la coronilla y acaban en las puntas de los pies. Dedos que en su espalda siguen el trazado de las olas del mar. Un beso en la frente, una caricia en la cara. Se está bien aquí entre la arena y Corso.
Vuelve al mundo con granitos de arena de playa entre el pelo. Mientras sueña con esta playa sabe que es solo sueño, pero eso está bien. Es bueno saber qué es real y qué no lo es. No saber si siente o inventa, recuerda o imagina le da mucho miedo. No saber si te has vuelto loco, o si es que tu cerebro se está desgastando es algo que asusta. Le gusta soñar cosas bonitas. Le gusta soñar con él.
Se da cuenta de que le echa mucho de menos. Él no está con ella desde hace mucho tiempo. Su cara no se ha mezclado con las demás caras, sus manos son las únicas que no la han tocado y su voz no se ha enredado con la de los demás. No ha ido a verla. No lo entiende.
En su cabeza le ve inclinado sobre ella, acariciándola, diciéndola que no tenga miedo y que la ambulancia va de camino, pero también le ve tirado en el suelo de un parque sangrando, frente a él con una pistola grande, negra y humeante está Esparza con el pelo platino. Sting-Asuntos-Internos-Pelo-paja-Cabrón-Asesino. No sabe si eso es inventado, soñado, recordado o delirado. Solo sabe que si él pudiese, estaría ahí con ella. A Corso le ha pasado algo, él no la dejaría sola.
Ha soñado que volvía a tener cinco años. Iba con Papá, Mamá y Santi por el paseo marítimo de un sitio de playa. En el sueño ella se reía de la pelusilla oscura que a su hermano le estaba empezando a salir por la cara. Tenía un bigotito y una perillita ridículos. Comían helado de chocolate y Papá la llevaba a caballito. Eso no ha sido solo un sueño, ha sido verdad. Recuerda que ese año la sombrilla era azul con rayas blancas y que ella tenía unas sandalias cangrejeras amarillas. No sabe porqué se ha acordado de esto ahora, pero está bien tener momentos de lucidez en los que pueda distinguir lo que ha sido de lo que no.
Tiene tanta fiebre que siente que va a salir ardiendo. Recuerda oscuridad y también una sombrilla de rayas. No sabe qué significa esa sombrilla. No la entiende. Oye a alguien diciendo algo que tampoco entiende. Cree que es Mamá pero podría no serlo. Se le empieza a escurrir de la cabeza el sonido de su voz.
Le llegan olores. Huele a la colonia de Mamá, a agujas de pino, a los cigarros de Papá, a sal, al champú de Rocío, a tierra mojada, a los puros de Molina, a alcohol, a los cigarros de Santi, a sol, a los chicles de menta de Mario, a enfermedad, a desinfectante del hospital. A veces por separado, a veces lo huele todo junto y a veces no huele a nada.
Le ha vuelto a subir la fiebre. La siente quemándole la cara, sujetándole las piernas y abrasándola por dentro. Está entre tres sitios, entre eso que se parece a dormirse pero no que no lo es, una realidad derretida y lo que sí es dormir. Se desliza de uno a otro sin darse cuenta y a veces no distingue cuál es cuál.
Cree que está en la realidad derretida pero bien podría ser un sueño. Sea lo que sea, este sitio le gusta, quien faltaba ya no falta. Ha vuelto a ella. Le siente a su lado, le huele.
Siente caricias que no se parecen a las que le han dado hasta ahora. Corso le acaricia con las manos y con un chorro de palabras dulces y suaves que no es capaz de entender. Da igual. Es su voz y son sus manos, lo demás no importa. Él está con ella y ahora todo se va a arreglar. Acaba de encontrar ese algo para agarrarse.
02 Llevar esa carga (Sábado 15 de diciembre, 03:03)
Muchacho, vas a llevar esa carga
Vas a llevar esa carga mucho tiempo
Yo nunca te doy mi almohada
Sólo te mando invitaciones
Y en medio de la fiesta me echo a llorar
Muchacho, vas a llevar esa carga
Vas a llevar esa carga mucho tiempo
(Carry that Weight)
Le hubiese gustado quedarse un rato más, por ejemplo, toda la noche, pero no ha podido ser. No puede pedir imposibles, aún tiene que agradecer que le hayan dejado pasar a estar horas.
Es un imbécil, un gilipollas que pensaba que meter a ese hijo de la grandísima puta en el calabozo sería el abracadabra para que todo se solucionase.
Es tan tolai que había pensado que la princesa del cuento se iba a despertar mágicamente cuando el hechicero malvado pagase por sus crímenes y el príncipe azul la diese un beso. Debería haberlo visto venir, él tiene más bien poco de príncipe azul. Bueno, ni azul ni de otro color.
Deber ser que todas esas veces que ha visto la Princesa Prometida con Leo le han pasado factura. Ha visto esa peli demasiadas veces. Demasiadas... o demasiadas pocas, le falló la frase clave. Quizá tuvo que habérsela dicho a Vázquez cuando tuvo oportunidad.
"Mi nombre es Pablo Corso. Tú mataste a mi madre. Prepárate a morir". No lo dijo, se le pasó. Tal vez la frasecita hubiese marcado la diferencia. Ahora nunca lo sabrá.
Al pasar delante de la sala de espera de la UCI, ve que la familia de Leo está dentro. Sus padres y un chico que debe ser su hermano. La ha oído mencionarle alguna vez, pero ahora no se acuerda del nombre.
Los dos hombres están sentados alrededor de la mujer y la tienen abrazada por los hombros. El otro día solo pudo verles un momento y no tenía el cerebro para muchos detalles, pero no les recordaba tan mayores. Es como si hubiesen envejecido diez años en tres días.
Ni el tabaco, ni las juergas, ni la vida sedentaria, ni pollas en vinagre. No hay nada como sufrir como un animal para echarte unos cuantos años encima.
Con la vista fija en ellos, suspira desde el marco de la puerta. Se plantea entrar, pero enseguida manda la idea a la mierda. No cree que les apetezca compartir espacio vital con el cabrón que hasta hace dos horas era el principal sospechoso de haber intentado matar a Leo.
Supone que a estas horas ya les deben haber informado de que han detenido a Esparza, pero duda que eso cambie gran cosa. Para él no la cambia. No disparó el arma, pero fue él quien la puso en peligro jugando a manejar las cosas por su cuenta. No es culpable, pero tampoco inocente, es responsable de lo que ha pasado, y ese peso no le va a dejar en paz en la vida.
Se siente muy intranquilo al verles ahí. La familia de Leo no debería estar ahí, hasta mañana por la mañana no se la puede volver a ver. Deberían estar en su casa intentando dormir, no en una sala de espera preguntándose cuándo se van a cumplir los augurios del profeta Doctor Roberto y cuándo va a ocurrir lo peor. No deberían creerse esas cosas, no deberían, pero les entiende.
Él tampoco quiere créeselo, pero llega un punto en que lo has oído tantas veces que es muy chungo seguir ignorando toda la mierda con la que ese medicucho guapete y gilipollas te llena los oídos. Doctor Roberto te mete el miedo en el cuerpo y luego pone carita de inocente.
Sabe perfectamente que ese tío no tiene la culpa de nada, que se está dejando los cuernos para sacarla adelante, que seguramente esté viva gracias a él y que todo lo que dice, no lo dice por mala baba, lo dice porque debe ser verdad, pero esto es así. Los mensajeros siempre pagan el pato y a él, Robertito Robertón, solo le ha dado malas noticias, así que, que no espere estar en su lista de gente a la que mandar una cesta de Navidad.
Sale de la UCI. El dispositivo de vigilancia sigue ahí pero para lo que ha valido, bien podrían cambiar a los policías por dos gatos de esos dorados que menean la patita, y que se venden en los Chinos. Tanta seguridad, tanta polla... y el hijo de puta que quería hacerla daño se cuela delante de las narices de todo el mundo. Hay que joderse que cosa tan cruel.
Los polis que hacen guardia son los mismos tíos que le han detenido hace un par de horas. Le miran como si estuviesen avergonzados de haberle tratado como a Bin Laden y de que el malo-malísimo se les halla colado delante de sus narices. Le parece bien que se sientan así, es lo justo. Les saluda con la cabeza y ellos le devuelven el gesto con cara de gilipollas.
Elige un asiento de justo enfrente de las puertas de la UCI, desde ahí puede ver el pasillo de Cuidados Intensivos a través del cristal, así que si algo pasa, Buda no lo quiera, él se va enterar. Se sienta a esperar a que se demuestre que Doctorcito Robertito es un falso profeta.
Mario llega poco después del segundo café de la noche. Viene acompañado de su médico favorito, y los dos traen caras desencajadas. Se acercan a él.
- Corso, ¿Te acuerdas del doctor Roberto Caza?
Para no acordarse. Asiente con la cabeza y estrecha la mano que el médico le tiende.
- ¿Se sabe...? ¿Se sabe ya con qué la estaba envenenando?- la pregunta la hace él, pero suena como si la hubiese hecho un gangoso.
- Sí, ya sabemos qué la estaba suministrando. Deben saber que no era ningún tipo de veneno, eran antibióticos.
Seguro que se le queda cara de subnormalito. Deber haber entendido mal.
- ¿Antibióticos?
El médico asiente con firmeza.
- No... no lo entiendo.
Doctor Roberto, nada de Doctor Caza, para él siempre va a ser Doctor Roberto, asiente despacio.
- Sus compañeros nos han traído las ampollas que encontraron en el maletero de ese hombre. Eran de Eritromicina, Ampicilina, Penicilina, Clindamicina... antibióticos inyectables. Por supuesto están en manos del laboratorio y se van a analizar por si estuviesen alterados con alguna otra sustancia, pero no lo creemos probable.
Sigue sin entender qué coño le está diciendo este tío.
- ¿Nos está diciendo que intentaba curarla en vez de hacerla daño? ¿Dice eso?
Doctor Roberto sacude la cabeza tan fuerte que le parece oír una de sus vértebras cascándose.
- No, desde luego que no. Verán, hay ciertas restricciones a la hora de usar conjuntamente antibióticos. Hay ciertas combinaciones que pueden dar lugar a efectos deseables y otras que pueden tener consecuencias nefastas para el paciente.
Se ve venir una parrafada como la del martes de la que no se va a enterar de la misa la media. Doctor Roberto entrecierra los ojos, y su pone una cara que está entre un cabreo monumental y un caso agudo de estreñimiento. Supone que es la cara que pone cuando piensa. Finalmente el médico se relaja y asiente para sí mismo.
- Bien... imagínense dos personas, cada una con un pico. Estas personas pretender cavar un túnel en una montaña. Nuestros excavadores pueden trabajar de manera conjunta, ayudarse la una a la otra, y trabajar en equipo. Si una sola persona hubiese podido excavar dos metros, juntos han podido excavar tres. Eso se llama sinergia antibiótica.
Doctor Roberto acaba de sorprenderle. Si se pone a ello, sabe hablar en cristiano.
- Luego puede presentarse una situación bien distinta, esas dos personas en vez de ayudarse y dedicarse a picar en equipo, se dan codazos, se estorban y no se dejan trabajar la una a la otra. El resultado es que en vez de dos metros que podrían haber excavado por separado, los dos juntos han picado medio. Esto se llama antagonismo antibiótico y es lo que ha ocurrido en este caso. Por supuesto la interferencia antibiótica es un asunto bastante más complejo que el ejemplo dado, pero esa es la idea básica.
- Los antibióticos que Esparza la suministraba, interferían con su tratamiento - Mario habla con los labios tan apretados que casi parecen blancos.
- Exactamente. Tanto en el profiláctico que suministramos primero para prevenir la infección, como en tratamiento prescrito una vez se presentó.
Piensa un par de segundos en lo que acaba de oír antes de decidirse a abrir la boca.
- Bueno, entonces ahora que ya no hay interferencia de esa...el tratamiento va a funcionar y Leo se va a recuperar ¿no? Eso es lo que acaba de decir.
Doctor Roberto tuerce esos morritos suyos. No hay que ser muy listo para darse cuenta de que eso no indica nada bueno.
- Verán la situación no es tan sencilla, Leonor al principio presentaba una infección localizada, si esos antibióticos extras no hubiesen existido, el tratamiento que le suministrábamos seguramente hubiese sido suficiente para controlarla y finalmente erradicarla, pero eso no fue así. Esos antibióticos no prescritos existieron, como resultado la infección no solo no se controló, sino que ha empeorado de forma espectacular y se ha extendido a toda la cavidad abdominal. Teníamos una infección y ahora tenemos lo que se llama una peritonitis terciaria.
No sabía que las mierdas estás de las peritopollas tuviesen numeración. No le gusta nada ese "terciaria", hace que los pelos de la nuca se le pongan de punta.
- Pero.. pero habrá tratamiento, ¿no?- ahora habla y parece tartaja además de gangoso.
- Hemos iniciado un tratamiento antibiótico nuevo, mucho más agresivo, pero deben saber que no hay ningún tipo de garantía. Hay muchos factores en nuestra contra, Leonor está extremadamente débil y además están las lesiones causadas por los proyectiles en sí. Severos daños en órganos vitales, aplastamiento vertebral e inflamación en la médula... estos daños en absoluto son desdeñables, pueden llegar a evolucionar muy mal por sí solos.- suspira profundamente- Han de entender lo delicado de su condición y que hay un altísimo riesgo de complicaciones de todo tipo.
El estómago se le acaba de encoger. Doctor Roberto le gustaba mucho más cuando hablaba de excavar túneles, pero algo así era de esperar viniendo de él. De Doctor Roberto no se pueden esperar buenas noticias, tampoco optimismo, solo palos detrás de las orejas.
- No puedo decirles cómo va a evolucionar, pero lo que sí les puedo decir es que si esta información que tenemos ahora hubiese llegado solo un poco más tarde, hubiese sido fatal para ella.
No sabe hasta que punto eso le consuela ni siquiera un poco. Mario hace una cosa rara con la cabeza, asiente y niega a la vez.
- Doctor Caza, si...- Mario carraspea- ... si la intervención de Esparza hubiese sido, como usted ha dicho, fatal...- lo dice como si la palabra le diese miedo- ... ¿se hubiese podido saber lo que le había hecho? Lo de los antibióticos quiero decir.
Doctor Roberto niega secamente con la cabeza.
- De haberse producido la muerte, se hubiese achacado a la infección. En el caso de una autopsia, por sospecha de muerte intencionada se hubiesen hecho analíticas buscado tóxicos, nunca antibióticos. La persona que lo hizo sabía bien qué hacía y, de no haber sido por ustedes, le hubiese salido bien.
Y tanto que sabía lo que se hacía, Esparza es tan hijo de puta como listo. Doctor Roberto parece saltar de un pie a otro, de repente parece que le estén picando unas pulgas o algo así.
- Verán... yo...- carraspea- ... yo lamento mucho lo que ha ocurrido. La seguridad de mis pacientes es mi responsabilidad, esta situación no... no debería haberse producido nunca, nuestras medidas de seguridad no han sido suficientes. Lo lamento.
O se ha quedado sordo o Doctor Roberto se está disculpando. Al final no va a ser tan capullo. Estaría cojonudo echarle la culpa al hospital o al mismo Doctor Roberto pero las cosas no son tan sencillas.
- Nadie podía prever una cosa así- Mario habla despacio- Ni el hospital, ni nosotros, la Policía. No es cuestión de que las medidas de seguridad hayan fallado. Era una situación que nadie podría haber previsto.
No sabe si la familia de Leo estará de acuerdo pero, tristemente, así es.
- Supongo que no pero, aún así, lamento lo que ha ocurrido.
El tono del médico es distinto al que ha usado antes, ya no suena a capullo arrogante seguro, ahora suena como un crío que daría cualquier cosa por poder esconderse debajo de las faldas de su mamá. Es curioso este tío, tan seguro de sí mismo para unas cosas y tan inseguro para otras. Bueno, no sabe de qué coño va, a él le pasa exactamente lo mismo.
- Bien...- el médico se aclara la garganta con un sonido agudo - Ahora, si me disculpan, he de ir a informar de la situación a la familia de Leonor.
- Leo- lo de corregirle el nombre le ha salido solo.
Doctor Roberto le mira con las cejas fruncidas. El cabrón con esa cara está aún más guapete.
- Leo. No le gusta que le llamen Leonor.
La verdad es que el detalle de cómo le guste o no le gusta a Leo que la llamen, es una estupidez y al médico le tocará los cojones, pero a él le ha parecido importante decirlo. Ya que tiene que aguantar toda esta mierda que no le corresponde, por lo menos que se dirijan a ella por un nombre que no la haga enfadarse.
Ha gastado saliva en balde porque la cara del médico no tiene signo alguno de haberle escuchado siquiera, bueno, no le va a dar de hostias por ello. Su trabajo es cuidarla, y con que cumpla con él se da por contento.
Doctor Roberto parece haberse olivado de que Mario y él existen, mira al final del pasillo con expresión vacía, sacude la cabeza y sin despedirse desaparece por las puertas de la UCI.
Cuando el médico se ha largado, de da cuenta de que tiene las piernas temblonas. Este tío cabrón... cada vez que le tiene cerca le descompone completamente. Parece que no sabe hacer otra cosa que decir cosas que uno hubiese preferido no haber oído.
Se acerca despacio hasta la hilera de asientos de plástico y se deja caer en uno de ellos. Mario hace lo mismo un par de segundos después. No quiere hablar de lo que acaba de oír, así que decide poner los medios para evitarlo.
- ¿Se ha encontrado algo más en el coche de Esparza?
Mario asiente despacio. Tarda un poco en empezar a hablar.
- Sí, verás, además de la nevera portátil con los antibióticos, había varias cosas que se han llevado al laboratorio.. cargadores de varios tipos de pistolas semiautomáticas, balas y casquillos de diversos calibres...- se encoge de hombros- Todo un kit para transformar el escenario del crimen que te encuentres en el que a ti te apetezca que sea. Con todo esto tenemos a Esparza bien cogido.
- A Esparza ya le teníamos, Mario. Tiene en la muñeca un mordisco que le vincula a Leo, no necesitamos nada más para follarle a él, lo que necesitamos es follar a los hijos de puta para los que trabaja de chacha- siente una rabia tremenda al pensar en esos hijos de puta sin cara- Esparza no me vale ni para empezar, yo tengo muy claro que él no está solo en esto, lo tengo clarísimo y todos esos cabrones que han ordenado, consentido y echo la vista gorda, son tan culpables como Esparza de que Leo esté como está. Esos hijos de puta no pueden salirse de rositas, yo no lo voy a consentir.
- Ni tú, ni yo, ni ninguno de nosotros lo vamos a consentir. De eso puedes estar seguro. Todos los que se esconden detrás de él van a caer uno detrás de otro. Esparza, por las buenas o por las malas, nos va a dar nombres y apellidos.
- Ya... ¿y va a valer el testimonio de Esparza? ¿el testimonio de un policía corrupto, un asesino?
No lo dice en alto, pero si su testimonio valiese delante de un juez, le tocaría un poco la polla. Esparza asesino, testigo fiable. Corso soplapollas, testigo dudoso. Tócate los huevos.
- No sé si valdrá para imputar a nadie, pero con lo que nos dé vamos a saber dónde tenemos que mirar. Al juez le va a dar algo con lo que abrir una instrucción. Solo necesitábamos eso, un juez de nuestro lado y una investigación oficial abierta. Nada más, a esta gente se la ha acabado eso de esconderse entre las sombras, van a salir a la luz y van a hacerlo con una mano delante y otra detrás.
Cierra los ojos y asiente. Manda cojones que el hombre que una y otra vez, ha intentado quitarle todo, Diego Esparza de Asuntos Internos, sea ahora la persona de la que un juez depende para descubrir esa misma verdad y hacer esa misma justicia que el muy cabrón le he intentado quitar. Qué asco de vida, qué hija de puta puede llegar a ser. Oye suspirar a Mario.
- Joder, Corso, todavía no me puedo creer cómo nos la coló a todos...nosotros creyendo que nos quería ayudar... agradeciéndole que nos lo pusiese todo tan fácil... y ya ves, a nuestras espaldas, a ti te estaba mandando derechito a la cárcel y a Leo... ¿cómo se puede ser tan cabrón y tan pardillo?... Ayudarnos...- Mario se ríe con amargura
Pone una mano en el hombro de su amigo.
- Te sientes como un gilipollas cuando te das cuenta de que te han manipulado, ¿verdad?
Mario chasquea la lengua.
- La estaba matando delante de las narices de todos el mundo... si no llega a ser por ti, si tú no te hubieses dado cuenta de que era él....
- Mira, Mario, es jodido de asumir, pero esto ha sido pura coña - suspira- No ha sido otra cosa. Solo un cúmulo de casualidades, empezando con cuatro disparos y un mordisco, y acabando con una gotita de sangre en una muñeca. Tú has tenido tanto que ver en cogerle como yo, si no te hubiese parado con esa mano cuando entrabas a la sala de interrogatorios... ha sido puta casualidad. Nada más. Ese cabrón ha caído por casualidad...
Casualidad. Puta casualidad. Te dejas los cuernos intentando hacer algo y luego es la casualidad la que te salva el culo. Le pone nervioso el pensamiento de que las cosas no dependan de uno mismo. La casualidad les ha salvado a los dos. La casualidad y los cojones de Leo. Sin ese mordisco que le dio...
- Joder, Corso, es que pienso que todo esto está pasando porque unos cabrones con una nómina acojonante querían sacarse un sobresueldo ayudando a un narcotraficante, y se me llevan los demonios. Todo esto es solo por dinero, y por nada más. Da miedo lo que la gente es capaz de hacer por un puñado de euros.
Y tanto que da miedo. La pasta lo emponzoña todo, tener dinero es algo muy goloso. Todo lo que le importa en esta vida se ha destruido o ha estado a puntito de hacerlo por la avaricia de esos cabrones. Su madre, su padre y ahora Leo. Toda su vida destrozada por unos cuantos trozos de papel con un número impreso.
Se quedan callados. Por cómo suspira Mario sabe que la conversación va a ir por dónde él no quiere que vaya.
- Ya has oído al médico, Corso, no hay garantías de nada- le mira con los ojos muy brillantes y muy húmedos
- Ya, ya le he oído... este tío es así, parece que no sabe dar más que malas noticias.
- No, Corso, no es cuestión del médico, es cuestión de que Leo está muy mal, mucho peor de lo que tú quieres aceptar.
La mira un segundo con toda la cara contraída antes de contestar.
- ¿Tú te crees que no me doy cuenta de las cosas? No soy tonto, Mario, sé perfectamente cómo están las cosas. Sé que Leo está muy mal. Demasiado bien lo sé. Pero no me sale de los huevos tragarme ese "no hay garantías" o eso de que "hay que prepararse para lo peor". No me sale de los huevos y además, simplemente, no puedo.
- Joder, Corso, ¿Te crees que los demás si podemos? ¿Te crees que para los demás es fácil? ¿Te crees que para mí es fácil?
Mario le mira con los ojos muy rojos.
- No, claro que no creo que esto sea fácil para nadie, menos para ti. Sé perfectamente que no soy el único que las está pasando putas.
- ¿Entonces... ?
Entonces ninguno de ellos la ha puesto en la situación que la ha llevado a esto. Entonces ninguno de ellos puede entender lo que es sentir que lo que más te importa en el mundo se muere porque tú fuiste un gilipollas. Entonces ninguno de ellos puede llegar a comprender que si acepta esos "sin garantías", esos "lo peor", no tendría más remedio que tirarse a las vías del tren. Entonces es mejor dejar el tema.
- Entonces nada, Mario. Entonces nada, pero no te creas todo lo que oyes, aunque te lo diga un médico con pinta de listo. Los médicos no lo saben todo aunque ellos se crean que sí.
A las tres y media de la madrugada, en vez de un espresso, la máquina de café le da un vaso de agua caliente. Se ha acabado el café y está seguro de que también de eso tiene culpa. La ha dado caña para aburrir a la máquina en las horas que lleva aquí metido.
Necesita cafeína así que sale a buscarla en la máquina que hay en Urgencias. Cuando está ahí, decide salir a fumarse un cigarro, sus uñas, o lo que queda de ellas, se lo van a agradecer. Está solo, Mario se fue hace horas a comisaría y los demás están arrimando el hombro para coger a esos cabrones. Se siente muy inútil sin poder hacer nada. Solo puede esperar, beber café y fumar.
Fuera hace frío. Enciende un cigarro y aspira el humo con ansia. A su alrededor hay poca gente, un puñado de personas con aspecto de zombies fumando en silencio. Uno de los zombies es tremendamente alto y ancho. Tiene la barba y el pelo salpicado de canas, y acaba de suspirar como Leo lo hace.
Se quedan mirando el uno al otro. El hombre le mira de una manera que no sabe cómo interpretar. Toma aire y se acerca a él. Cuanto más se acerca a él más alto le parece, estará cerca del metro noventa y parece perfectamente capaz de levantarle del suelo con una sola mano. Estar a su lado le hace sentirse un piojo insignificante.
- Me... me llamo Pablo Corso, soy policía... compañero... amigo de Leo...
Le ofrece la mano pero él no hace ademán alguno de querer estrechársela, así que la guarda en el bolsillo sintiéndose horriblemente torpe.
- ...bueno, creo que usted ya sabrá quien soy, supongo que estos días habrá oído muchas cosas sobre mí. Tiene que entender que...
El hombre le corta en seco con un movimiento de mano. Ve que sus ojos son de un marrón moteado de verde, y que los tiene completamente enrojecidos. El hombre bufa como un toro.
- Yo no tengo que entenderte nada- la voz es tajante y seca- Hace cuatro días me llamaron por teléfono y me dijeron que mi niña estaba en el hospital, no me dijeron más. Llegué aquí y me encontré con lo que me encontré, que un cabrón me la había metido cuatro tiros- frunce los labios- Tú no sabes lo que es que alguien te diga que a un hijo tuyo le han disparado. No lo sabes y ojala nunca lo sepas.
Suspira y sus hombros imposiblemente anchos suben y bajan al compás.
- ¿Sabes que más me dijeron? Un policía se me acercó y me dijo que tenían al hombre que lo había hecho. Me dijo que ese hombre eras tú - le señala con un dedo acusador- Tú. Su compañero, el tío por el que se estaba jugando el cuello ayudándole. Tú.
Le ve tragar saliva y parece que eso le doliese.
- Tú no tienes ni puta idea de lo que ha sido esto. No puedes saber qué es que se echen la pelota de unos a otros mientras tu hija se muere. No puedes. Unos nos decían que era imposible que tú hubieses hecho daño a mi niña y que el hijo de puta que la había disparado seguía en la calle, y otros nos decían que tenían todas las pruebas para demostrar que habías sido tu. ¿Tú sabes qué es no saber qué creerte? ¿Lo sabes? No. Tú no tienes ni puta idea. Ni puta idea.
No se atreve a abrir la boca.
- Ahora... esta noche....vienen y me dicen que el culpable es el policía que me decía que habías sido tú. Ese hijo de puta que me daba palmaditas en el hombro y me decía lo mucho que sentía lo que le había pasado a mi niña. Ese hijo de puta- sacude despacio la cabeza- Me dicen que lo tienen detenido y que hay pruebas. Dime, ¿qué hago? ¿Me lo creo o no? Dicen que es el culpable, pero también lo decían de ti, ¿hasta cuándo va a ser el culpable, hasta que volváis a cambiar de idea? ¿Hasta que decidan que ha sido otro?
Se queda callado y le mira con los ojos rebosando de lágrimas.
- ¿Tú entiendes lo que te estoy diciendo? Pues si lo entiendes eres mucho más listo que yo, porque yo no entiendo nada de lo que está pasando. No entiendo una mierda. Yo solo entiendo que mi niña se me muere, que la tengo en una cama de hospital llena de tubos y de mierdas, y que los médicos no dan un duro por ella. Eso es lo único que entiendo. Así que no me pidas que entienda nada de lo que tu me digas. Entiende tú que me importa tres cojones cómo te llamas, quién eres, o las justificaciones que quieras darme.
El hombre tira el cigarro lo pisa y le mira un segundo.
- Si te han soltado debe ser verdad que no la has hecho nada, pero yo soy su padre, así que no me pidas que entienda nada porque no me sale de los cojones entender.
El hombre se mete dentro del hospital sin espera ninguna clase de respuesta. Cuando se queda solo le empiezan a temblar las manos y las piernas, y no es por el frío.
Por favor, no dejes que se muera. Por favor, por favor, por favor. Es un murmullo que repite entre dientes una y otra vez. Acaba y vuelve a empezar. Dios no puede dejarla morirse, no puede hacerlo. Si la deja morir a ella, le mata a él también. Dios no puede hacer esas cosas.
Es consciente de estar pidiendo favores a un dios que no tiene claro del todo que exista. No ha vuelto a pensar en este dios desde hace muchos años. No sabe porqué recurre a él ahora, no se fía demasiado de él. La última vez que recurrió a él no le fue demasiado bien, no le devolvió a su madre.
Se supone que él lo puede todo pero no hizo nada, no le escuchó. Por eso no entiende que hace ahora recurriendo a él de nuevo, nada le dice que esta vez vaya a ser distinto.
Puede que lo hiciera mal. Hacía ya muchos años desde que había dejado el colegio de los curas, a lo mejor se le había olvidado rezar y por eso dios no le escuchó.
Rogar a dios, ¿Dios?, es una estupidez, sobre todo cuando no sabes cómo se hace, pero cuando estás desesperado y solo hay miedo, cuando no hay salida, cuando estás a punto de perderlo todo se hacen muchas estupideces, así que le da igual comportarse como un estúpido. Da igual el tamaño de la estupidez. Pablo Corso intentando rezar, el mundo debe estar a punto de acabarse. Se la pela el mundo, aprieta la mandíbula, mete la cara entre las manos y se esfuerza por acordarse de cómo iba eso del avemaría y el padrenuestro.
- ¡Pablo, hijo! No te encontraba, me he recorrido todo el hospital buscándote. Cerca te has venido...
- Aquí se está tranquilo, hay un punto de información ahí al lado y está relativamente lejos de intensivos, así los padres de Leo se pueden tomar un café sin tener que verme el careto.
- Toma, hablando de cafés, te he traído uno doble, no te irá mal.
Coge el vaso caliente. Tiene razón, no le irá mal. Se siente agotado.
- ¿Qué hora es?
- Las seis y media.
Suspira mientras su padre se sienta junto a él.
- Leo está muy mal, papá, muy mal, no deja de empeorar.
Su padre resopla con las cejas fruncidas.
- Ha tenido otra hemorragia, una muy gorda. Se ha jodido bien jodida una vena del hígado. Han tenido que llevársela corriendo al quirófano...- suspira y se encoge de hombros sintiéndose perdidísimo.
Una mano presiona cariñosamente su brazo. Agradece el gesto pero no encuentra mucho consuelo en él.
- ¿Cómo está ahora?
Responde con un graznido amargo que no sabe qué pretendía ser originalmente.
- Han acabado de operarla hace un ratito, dicen que ha ido todo lo bien que podía ir, que la han arreglao la vena y que parece que ahora está estable pero... pero no saben decir hasta cuándo. No tienen ni puta idea de qué va a ser de ella, no saben si ahora le va a reventar otra vena, dos, o qué coño la va a pasar...
- Lo siento mucho, hijo, de verdad.
Asiente despacio y cierra los ojos un momento. Sí, él también lo siente mucho, muchísimo.
- Antes he estado hablando con su padre, o intentando hacerlo, ha sido antes de que pasara esto. Tenías que haberle visto, parecía un zombie, era como si... como si de verdad pensase que se va a quedar sin su hija. Miedo me da pensar cómo deben estar ahora. Me da miedo... ¿Sabes? No puedo dejar de pensar que esto se lo he hecho yo. A los dos.
- Ya lo sé, hijo, sé cómo te sientes porque me he sentido así, pero... esto no es culpa tuya. No lo es.
- ¿Entonces de quién es culpa?
- De Esparza, hijo, de Esparza y de Vázquez.
- Esparza y Vázquez... ya....- asiente- ¿Entonces por qué me siento así?
- Porque es inevitable. Todos nos sentimos responsables cuando ocurren cosas malas a nuestro alrededor y la gente a la que queremos sufre. Sentirse responsable duele pero es necesario. Es bueno. Mira, los monstruos y los niños son los únicos que no se sienten responsables de nada.
- Los monstruos y los niños... ¿Y los niñatos qué? ¿Esos se sienten responsables o no?
Su padre sonríe y sacude despacio la cabeza.
- Tú no eres ningún niñato.
Llevaba mucho tiempo esperando oír algo así de boca de su padre. En otro momento se hubiese sentido jodidamente bien oyéndole decir eso de que ya no es un niñato, pero en este momento las palabras le resbalan. No traen alivio, ni paz, ni satisfacción, ni nada de nada. Ahora mismo solo palabras, puede que dentro de un tiempo las rescate de su memoria y algo de eso haya, pero de momento, no va a pasar.
- Ni se me pasó por la cabeza que a Leo le pudiese pasar algo. Soy un soplapollas. Con todo lo que había pasado ya, con todos los muertos que había encima de la mesa...joder... Mamá, Camacho, Gallardo... Le dije que no me ayudase más, que era demasiado peligroso, se lo dije y ella me dijo que no me iba a dejar solo- siente que los ojos se le llenan de lágrimas- Me dijo eso... yo... yo tenía que haber insistido, hostias, tenía que haberme puesto serio pero... me gustaba demasiado que ella me ayudase y... en el fondo pensaba que a todo el mundo podía pasarle cualquier cosa menos a ella... ¿tú te crees? Soy un gilipollas... un subnormal que no tiene ni derecho a respirar, no sé qué tenía en la cabeza... ojala hubiese dejado las cosas quietas.
- Hijo, tú no eres de los que dejan las cosas quietas.
- Joder, es que no podía consentir que Vázquez se riese de nosotros, papá. Después de todo lo que había hecho, de habernos quitado a mamá, yo no podía consentirlo. No soy idiota y sabía que iba a haber consecuencias, pero ni se me pasó por la cabeza que las fuese a pagar nadie más que yo. Joder! Ojala me hubiese metido el dedo en el culo.
- Es tarde para ponerte a pensar ahora en lo que debías haber hecho. Lo hecho, hecho está. Te conozco y te va a sonar a mierda, pero, Pablo, la vida es eso, equivocarse, apechugar con lo que hemos hecho, aprender del error y tirar para adelante. Así es como se crece, Pablo, equivocándose y a base de hostias.
- Papá, te lo pido por favor. No me toques los cojones con tonterías, esto no es un error o una equivocación. Esto.... joder, parece que no entiendes que a Leo acaban de operarla de urgencia por tercera vez en una semana porque yo le pedí ayuda en un asunto personal. ¿No te das cuenta de que si me hubiese metido la lengua por el culo, esto no habría pasado?
Su padre no abre la boca, solo le mira con los labios tan apretados que han desaparecido de su cara. No es justo, apareciendo en esa casa ella le salvó la vida, y ahora está a punto de pagarlo con la suya propia. No es justo.
- Todo esto hubiese sido distinto si hubiese disparado a Vázquez cuando me sacó el arma.. fui... fui incapaz y el hijo de puta lo sabía. Solo le faltó reírse en mi puta cara. Si le hubiese matao en ese momento, esto sería distinto. Si a Leo no le hubiese dicho que se quedase en la casa, también sería distinto. Son demasiados síes, papá. Demasiados como para poder cargar con ellos. Esos tiros me los tenía que haber llevao yo, hostia puta, yo. Yo tenía que ser a quien se le reventasen las venas, se le aplastasen las vértebras, y mease sangre. Yo, no Leo.
Se golpea con el puño en la rodilla. Acaba de tocar fondo. Nota las lágrimas acumulándosele detrás de los ojos. Su padre le mira un rato en silencio antes de hablar de nuevo.
- Mira, hijo, la vida está llena de cosas que podíamos haber hecho de otra manera. Nunca sabremos qué hubiese pasado si hubiese sido así, y de nada vale hacer cábalas. Este peso lo vas a llevar encima durante mucho tiempo, posiblemente toda la vida. No te quedan más cojones que aprender a vivir con él.
- Ya sé que no tengo más cojones, pero... es muy jodido papá, si al menos esto hubiese valido de algo... eso es lo peor de todo, que no ha merecido la pena. No se ha arreglado nada. Vázquez está muerto y Esparza en la cárcel, ¿y qué?- siente que le empiezan a caer lagrimones- A mamá no nos la han devuelto, a ti nadie te va a dar los nueve años que te quitaron, y mientras tú y yo estamos hablando, Leo se muere. Así que no. No ha merecido la pena, no ha valido para nada. Para nada.
Se seca una lágrima y suspira tan hondo que duele.
- No digas eso.
- ¿Y qué coño quieres que diga? ¿Que por lo menos se ha hecho justicia? ¿Que por lo menos se sabe la verdad? Me paso la justicia y la verdad por el forro de los cojones. Por el forro de los cojones. Esos hijos de puta van a acabar en la cárcel, puede que hasta el mismísimo cabrón mayor, Castrejón. Bien, a ver cuánto tarda otro tan hijo de puta como él en continuar con lo que estaba haciendo, en untar a otros a Gironellas, Esparzas y en seguir engañando y matando. A ver cuánto. La justicia no vale una puta mierda y la verdad... la verdad no va a curar a Leo. Esto no ha valido para una puta mierda, papá, solo para hacer daño a quien menos se lo merecía, para nada más. Esto... esto es una puta mierda. Una puta mierda.
Los ojos le escuecen como a un cabrón por todas las lagrimas que se está comiendo. Llorar le sentaría de miedo, pero no va a ponerse a llorar como un niño asustado delante de papá, da igual que precisamente así sea como se siente.
- Pablo, ahora no puedes verlo, pero de todo este horror ha salido algo bueno. No es solo que se haya hecho justicia o no, que se sepa la verdad o no. ¿que habrá más como ellos? pues sí, pero eso no es excusa para nada, siempre va a haber asesinos, violadores, secuestradores... por cada uno que coges hay dos en la calle. Esto es así y no va a cambiar nunca, pero no por ello hay que dejar de intentarlo.
- Ya, pero..
- Pablo, ahora mismo solo sientes dolor, lo comprendo perfectamente, pero lo que dices es igual que decir ¿para qué comer si lo voy a cagar?- la metáfora le arranca una involuntaria carcajada- ¿Sabes lo que te digo.
- Sí, supongo que sí.
- La gente detrás de todo esto ha hecho mucho daño. Muchísimo, han quitado muchas vidas y han arruinado otras tantas. ¿Te crees que tu madre y yo fuimos los primeros o los últimos en tener que pagar el precio de sus chanchullos?
Se encoge de hombros.
- Claro que no, hijo, pero eso se ha acabado, puede que haya más como ellos, pero estos hombres ya no van a hacer más daño a nadie.
- Menudo consuelo, papá, no sabes lo bien que me siento al saber que las últimas vidas destrozadas son las de Leo, su familia y la nuestra. Sí, ya me siento mucho mejor, deberían darte un programa de esos de madrugada en la radio para animar a la gente desesperada.
La coña marinera sobraba, lo sabe, pero no ha podido resistirse.
- Ahora te da igual porque solo sientes dolor, pero cuando esto pase, no te dará.
- Ya, cuando esto se pase... ¿pero y si Leo...?- no se atreve a decirlo en alto, se le rompe la voz en un gallo angustioso- ¿y si esto que siento ahora no se pasa nunca? ¿Entonces qué, eh? ¿Entonces qué?
Su padre no le contesta y se quedan callados. Se siente perdido como en la vida, sin rumbo, sin metas y sin nada. A la deriva. Su padre le aprieta suavemente el hombro. Le mira fijamente a los ojos.
- Pablo, escúchame, no puedes hacerte esto. Tienes que echarle huevos, hijo, echarle huevos de verdad. No te escondas, dalo todo y ten fe.
Se acuerda de su conato de oración de hace un rato y le sale una risa hueca.
- Sí, bueno, con el de ahí arriba no me llevo muy bien, y a mi eso de rezar no se me da, así que no me jodas con fes.
- No te estoy hablando de religión, no te confundas. Te hablo de confíar en quién se lo merece. Tanto "Leo se ha jugado esto y lo otro por mi", "Leo me ha salvado la vida", "Leo me ha..." qué se yo... ¿y ya tiras la toalla con ella? No me jodas tú a mí, Pablo. Los médicos dicen que no debería ni estar viva, eso lo sabes, y mírala, luchando con uñas y dientes. No me toques los cojones, tu madre y yo no te hemos educado para que fueses un llorica y un derrotista, joder.
Su padre le mira completemente serio, un poco mosqueado y todo.
- Deja de auto compadecerte, deja de verlo todo negro, deja de lloriquear por los pasillos, deja de pensar que nada de lo que ha pasado ha valido la pena, deja de echarte las culpas del mundo y échale huevos, coño. Ella te necesita y te necesita entero, no un trapo lleno de culpa y mierda. Ya está bien de auto compadecerte y pensar que eres el ombligo del mundo porque no lo eres. El mundo no gira a tu alrededor, Pablo, entérate, la gente toma sus propias decisiones al margen de ti.
A esto se le llama un baño de realidad, no es el primero que le dan. Hace unos días Leo le dio otro muy parecido.
- Así que recoge tus cachitos y no se te ocurra fallarla porque si lo haces, ese peso si que no te va abandonar en la puta vida y de ese no ibas a aprender nada. No le falles a Leo.
- No. Ni de coña, vamos, eso no va pasar.
- Pues ya está, no la falles y no te falles a ti mismo
03 Sueños dorados
Una vez hubo una manera de encontrar el camino de vuelta a casa
Una vez hubo un modo de volver a casa
Duerme, mi niña, no llores,
Que yo te cantaré una nana
Que sueños dorados llenes tus ojos,
Que sonrisas te reciban cuando te levantes
Duerme, preciosa, no llores,
Y yo te cantaré una nana
(Golden Slumbers)
(Domingo 16 de diciembre, 09:23)
Lleva ya unos cuantos días sin reloj, el móvil está sin batería y los relojes desperdigados por el hospital parecen haberse suicidado colectivamente a las seis, así que no sabe a ciencia cierta qué hora puede ser. Tiene la impresión de que deben ser alrededor de las nueve, pero no pondría la mano en el fuego por ello, su sentido de la hora, como su memoria para los nombres, deja bastante que desear.
En la UCI las visitas están muy restringidas, solo familia directa, policía y personal médico. No tiene un libro de familia que diga que es pariente de Leo. Tampoco tiene placa, los polis en suspenso no gastan de eso. Menos aún es médico, ni enfermero, ni siquiera celador.
En su cartera hay un par de tarjetas de crédito, un DNI, un carné de conducir y el carné de socio del Atléti. Nada de eso le da autoridad para ver a Leo, pero el Hospital le permite pasar a verla "siempre que el personal médico lo considere adecuado".
Es su premio por haber cogido a Esparza antes de que matase a Leo y haberles ahorrado al Hospital y al Cuerpo la papeleta de tener que explicar al mundo como una paciente, supuestamente protegida, había sido asesinada delante de los ojos de sus guardianes y de todo el personal médico.
Si está calladito y no molesta a nadie le permiten pasar a verla morirse. Son un encanto. Le encantaría armar ruido si eso fuese a cambiar algo, le encantaría poder repartir su culpa con el Hospital y el Cuerpo, pero no puede. Nadie pudo hacer nada para salvarla de ese hijo de puta y sus antibióticos.
- Hola, preciosa- en el beso que da a su mejilla puede sentir su carita ardiendo.
Después de lo que ha pasado esta madrugada aún parece más frágil e indefensa. Hay dos sombras bajo sus ojos que en contraste con la piel casi transparente acojonan de mala manera. Parece que algún crío cabrón se las hubiese pintado con tiza morada. Los ojos hundidos tampoco tranquilizan nada de nada.
El hijo de puta de Doctor Roberto es un gafe cabrón, deberían mandarle a una isla dejada de la mano de Dios, ayer mismo hablaba de posibles complicaciones, pues hala, toma dos tazas.
Dos porque la hemorragia de ayer no ha sido la última complicación. Los riñones de Leo se están jodiendo muy rápidamente, no pueden limpiar la sangre ellos solos, necesitan ayuda. De medicina él solo sabe que la aspirina quita el dolor de cabeza, pero sin que nadie tenga que decírselo, tiene bastante claro que esto no deber ser ni medio bueno.
- Menudo susto el de esta noche- aparta un mechón de pelo que rondaba amenazadoramente su ojo derecho-No se te ocurra volver a hacerme esto que yo no llego a viejo...- un beso en la carita- Pero bueno, ha sido solo un susto, ya está superado y tú estás mucho mejor. Tú no te asustes por lo de ayer, ¿eh? No se te ocurra pensar que... no, ¿eh? Toda va bien, lo que pasa es que todavía hay que esperar un poquito a que la medicina nueva empiece a hacer efecto... estás cosas necesitan unas cuantas dosis, nada más. Tú no tienes que tener miedo. Tienes un médico cojonudo que te cuida muy bien y sabe un rato. La medicina que te han empezado a poner es cojonuda, una de esas de última generación que lo curan todo mejor que nada...
No sabe si intenta engañarla a ella o si intente engañarse a sí mismo. Prácticamente es la misma cosa.
- ... y va a funcionar ya verás, solo hay que darle tiempo, ¿vale? Solo eso.
Coge su mano. Mira primero y recorre con el dedo después, los huesos y las venas que se asoman cada vez más descaradamente bajo la piel.
- Oye, Leo pero ¿qué es esto? Te pierdo de vista un par de de días y ya te me estás quedando en los huesos... Esto no puede ser, ¿eh? Va a haber que decirles a estos médicos que te quiten el suero y te pongan en la vía un cocido de tu madre...
Juguetea con la mano de ella abriendo y cerrando sus dedos. Están helados, es casi como andar enredando con cinco trocitos de hielo. Piensa en lo raro y jodido que es que su frente arda y las manos estén heladas. Deja de abrirlos y cerrarlos, y pone todo su empeño en dar algo de calor a esa mano encerrándola entre las suyas.
- ... claro que no sé si tu madre hace cocidos, supongo que sí, todas las madres los hacen, ¿no? Desde luego la mía sí que hacía cocido. A mí no me gustaba nada de nada, cuando me lo ponía para comer, que eran casi todos los sábados, protestaba como un cabrón. Era yo de hostia con mis diecinueve añitos.
Sonríe al recordar las discusiones alrededor de la sopera blanca. Su madre diciendo que si no quería cocido le hacía otra cosa, y su padre diciendo que eso no era un hotel, que se comía lo que había y que no había más que hablar. Cuántos sábados se habrá quedado sin comer por pura cabezonería.
- Luego decidí que sí, que me gustaba pero, claro, para entonces mi madre ya no estaba para hacérmelo... - suspira y siente escozor subiéndole por la garganta hasta la nariz- ...así que ahora cuando quiero comerlo, pues o lo compro de lata o me tengo que ir al bar, porque el cocido se escapa de mis habilidades entre fogones. Ya me conoces.
Sácale de pastas, tortillas, ensaladas y fritos, y está perdidísimo.
- Verás, hay un bar cerca de mi casa, justo enfrente de una churrería de la que te hablé una vez, ¿te acuerdas? Es un bar de esos pequeñitos de los de toda la vida, es tirando a cutre pero hacen un cocido cojonudo... además está muy bien de precio. Oye, si surge... cuando estés buena del todo, podríamos ir a comer allí.... aunque, claro, yo no sé si a ti te va el cocido.... nunca hemos hablado de esto...
Lógico. Como tema de conversación el cocido es una mierda como una catedral. Suspira. Se da cuenta de las estupideces que está diciendo y se siente ridículo y gilipollas. Estudia su carita mientras la recorre con los dedos. El estómago le hace una cosa muy rara al verla tan vulnerable.
- Joder, Leo, ¿qué coño hago hablándote de cocidos? A ti, ahora mismo, te debe importarte una mierda lo que me guste comer o no. Debes pensar que cada día que pasa soy más gilipollas que el anterior- resopla- y...¿qué quieres que te diga? Pues que tienes toda la razón. Soy un gilipollas. Un gilipollas y un cabrón y un egoísta y un... un tonto. Un tonto del culo. Te hablo de cocidos y lo que tenía que estar haciendo es pidiéndote perdón de rodillas.
Se le ha hecho un nudo en la garganta, nota las manos temblonas y el escozor tras los ojos y la nariz es inaguantable. Esta claro cómo va a terminar esto, se había jurado no ponerse a llorar delante de ella pero en cuanto siente que se le empiezan a escapar un par de lágrimas, sabe que el juramento va a ir directo a lista de fracasos del año.
- Joder, Leo, que yo me he portado muy mal contigo. Muy mal, muy mal, muy mal... tú no te lo merecías. Te... te he complicado la vida de mala manera. Joder, es que me lo he montado fatal contigo.
Ya no hay nada de lágrimas sueltas, ahora está llorando como un berraco.
- Tú no te merecías aguantar mis gilipolleces, mis inseguridades y mis salidas de tono. No te lo merecías. Soy un gilipollas...
Es muchas más cosas. Ser un gilipollas es el menor de sus pecados.
- Un gilipollas y un cobarde... pero no te descubro nada nuevo diciéndotelo, ¿a qué no? Eso ya lo sabes tú solita... voy de tío duro y de guay, me la sopla liarme la manta a la cabeza y saltarme a la torera todas las normas, pero luego, cuando las cosas amenazan con empezar a ir bien... te tengo miedo a ti. Siempre me han faltado cojones para las cosas importantes... Mira, voy de Rambo y no llego ni a Sissi Emperatriz....
Ve que un par de sus lágrimas caen en el dorso de la mano de ella, las mira un segundo antes de secárselas con un dedo. Se calla un momento. En la habitación solo se oye el pitido del monitor ese al que la han enchufado. Se lo queda mirando. Ese pitido, el tubito en la boca, los cables, las agujas y todas esas mierdas, hacen demasiado reales las cosas con las que Doctor Roberto le calienta la cabeza.
Acojona no entender esos chismes, ni qué hacen, ni qué no hacen, ni para qué sirven, ni para qué no. No entiende el significado de los números, ni de las curvas, ni de los pitidos. Verlos y oírlos le hacen sentir torpe, estúpido, inútil y muy asustado.
- Te las he hecho pasar putas, y yo no quería eso, de verdad que no, desde nunca... Sé que no es justo decirte todo esto ahora que tú no puedes contestarme, claro que lo sé, pero yo soy tan capullo que siempre hago las cosas a destiempo... siempre...
Es como el galgo Lucas que cuando sale la liebre se pone a cagar.
- No pienses cosas raras, no pienses que te lo suelto ahora porque crea que no va a haber otro momento. Ni se te ocurra pensar eso, ¿eh? Ni se te ocurra. Lo que pasa es que estoy hasta los cojones de hacer las cosas mal, de hacerlas mal contigo, y... siento que si no empiezo a hacerlas bien desde ya mismo, pues este cabezón tan duro que tengo me va a explotar, ¿y tú sabes lo mal que sale la materia gris de las paredes? Es fatal, las enfermeras me iban a echar un broncón de cojones por ponerte perdida la habitación.
Como un colgado, sin dejar de llorar, empieza a reírse de su propia estupidez. Cierra los ojos y trata de calmarse, respira hondo un par de veces y los vuelve a abrir. Se agacha sobre ella, toma su carita en la mano con mucho cuidado de no tocar el puto tubo cabrón.
- Te vas a poner bien, mi niña, que no se te olvide eso. Te vas a poner bien.
Se pregunta qué ve, qué siente y qué oye ahí donde está. Doctor Roberto les ha dicho que esta puta infección se la ha llevado a tierra de nadie. Ya no está simplemente dormida o inconsciente. Le ha dado un nombre a lo que le pasa a Leo, nombre que ahora no recuerda pero que no sonaba demasiado médico. Leo no está en coma pero tampoco está despierta, está entremedias. Ella sola no puede despertarse, solo se la saca de dónde está si empiezas a gritarle como un loco, o la zarandeas, o si la haces daño. Si haces eso vuelve un segundo y luego se vuelve a ir.
Leo está entre dos tierras y solo se la puede sacar de ahí, durante un segundo, haciéndola cosas desagradables, la perspectiva es para que a uno se le parta el alma a cachos. Hay una canción que iba sobre el tema, sobre estar en tierra de nadie. Mira que era buena. Tenía razón el colgao de Búmbury, entre dos tierras no hay aire que respirar, por eso ella tiene ese puto tubo metido por la boca.
Después de pensarlo un poquitín decide que la canción ya no le gusta tanto como creía. Se ajusta tanto a lo que le pasa a Leo que da bastante miedo. ¿Tendrá ella miedo? Espera que no, daría cualquier cosa porque no lo tuviese. Preferiría morir, ir al infierno y arrastrarse de vuelta sobre la panza antes de que ella sintiese el más mínimo asomo de miedo.
- Ey, cariño, escúchame, no tengas miedo. No lo tengas, porque esto se está arreglando. Poquito a poquito, pero se está arreglando.
(Domingo 16 de diciembre, 17:34)
Le da la sensación de que la frente bajo sus labios está mucho más caliente que por la mañana. Sentirla arder hace que a él le den escalofríos. Suspira y se compone, no puede ponerse a lloriquear como antes. Leo puede oírle y no quiere asustarla con sus sofocones.
- Joder, Leo, pero mira que sabes. No me extraña que estés en la cama, no veas el frío que hace ahí fuera. Menuda tarde de perros, está lloviendo, hace un aire de pelotas y además ya casi es de noche y todo... si no fuera porque estoy seguro de que la enfermera rubia me sacaría con un bazooka, me metería contigo en la cama sin pensármelo. Eso sí, nada de para hacer guarradas, ¿eh? Estoy cansao. Cansaso como un perro... ¿sabes lo malo? que me cuesta un huevo dormir. Mira que jode eso, ¿eh?
Más que cansado está agotado. Tres noches durmiendo en el camastro de una celda y una más entre dos asientos en la sala de espera de un hospital no son precisamente noches de descanso. Tampoco ayuda nada que las dos horas que habrá dormido hayan estado llenitas de sangre, entierros, ataúdes y muerte.
No sabe las veces que se ha despertado con el corazón en un puño y los ojos llenos de lágrimas, completamente seguro de que ella había muerto. Dormir se hace cada vez más duro.
Dentro de un rato se irá a casa a intentar conciliar el sueño porque con las horas que son no le van a volver a dejar pasar hasta mañana. Dormirá pero no descansará, sabe lo que le espera, arrugar las sábanas, angustia y pesadillas a granel. Soñar se ha vuelto un asco.
¿Qué soñara ella? Parece muy tranquila, da la impresión de estar soñando con cosas bonitas, cosas que no dan nada de miedo, pero vete tú a saber, las cosas no siempre son lo que parecen.
- ¿Sabes otra cosa? Que estoy seguro de que si me metiese contigo en esa cama, me quedaría frito al instante y hasta soñaría con los angelitos.
Está completamente convencido de lo que acaba de decir. Estando con ella, por muy duro que resulte verla así y por muy mal que estén las cosas, se siente mejor. Se siente más seguro de que todo va a salir bien, casi optimista. Hasta esa almohada llena de piedras que lleva a la espalda pesa menos. Le encantaría pensar que ella también soñaría con los angelitos si se pudiese meter en esa cama con ella.
- Aunque, ahora que lo pienso... eso de soñar con los angelitos es un coñazo. Los angelitos, si no son los de Charlie, dan mucha pereza... así que mejor un sueño chulo, ¿No? Hay sueños que son muy chulos... Lo de los sueños es curioso, ¿verdad? A uno le parece que son reales aunque esté viendo gilipolleces como castillos
Se queda un rato callado mirándola, mientras lo hace, tiene el impulso de compartir algo con ella, un sueño. Nunca le ha contado a nadie sus sueños, bueno, una vez le contó una pesadilla a un hijo de puta, pero esto no es lo mismo, ni siquiera se le parece.
- Yo no suelo recordar mis sueños, solo las pesadillas, que las tengo, las tengo, vaya que sí....pero recordar sueños, lo que se dice sueños, muy pocos. Se me viene a la cabeza uno que tuve a los pocos días de que tu volvieses de Miami...Fue...fue.. no sé... verás...
Ese sueño le dejó rayadísimo durante muchos días. Le dio un empujón muy grande para acabar de darse cuenta de las cosas que ya sabía.
- Yo estaba en un garito. El sitio estaba muy guapo y había mucha gente, no les había visto nunca pero yo sabía que eran mis colegas. Me lo estaba pasando de puta madre con ellos, me reía, me invitaban a copas, yo les invitaba a ellos, jugaba al billar, hacíamos el tonto... era cojonudo. Me lo pasaba como en la vida. Había muchísimas chicas en el sito, algunas se me acercaban, o yo me acercaba a ellas y nos enrollábamos un rato... Pensarás que soy un creído, pero en ese sueño yo sabía que me podía enrollar con todas las que me diera la gana, y yo estaba encantado yendo de flor en flor... En el sueño podía hacer lo que me diese la gana a mí, cualquier cosa... Todo iba genial, pero de esto que... que me estaba enrollando con una y... me empecé a sentir mal, sentí que no... - sacude la cabeza- ...que yo no quería estar ya en este garito, que ya no quería enrollarme con ella, que estaba hasta los cojones de pasar de tía a tía como si fuese un pintalabios... Me... me agobiaba muchísimo e intentaba salir, pero no podía.... había mucha gente y no me dejaban moverme del sitio. Yo me ponía muy, muy nervioso y luego me sentía muy triste, y yo sabía que a toda esa gente que estaba ahí le daba igual que yo me sintiera mal... Ellos seguían a lo suyo y a mí ni me miraban... Era... era muy agobiante la sensación de estar atrapado ahí en medio de toda esa gente a la que yo le importaba tres cojones. ¿Sabes qué sensación te digo?
Le contesta el puto pitido del cacharro ese que le hace burla a su corazón. Suspira.
- Seguro que sí, es esa sensación de cuando estás en un garito petao y no te deja llegar al baño. Se pasa mal. Pues eso era mucho peor.... cuando estaba desesperao, alguien me cogía de la mano y me sacaba del garito sin problemas. Había mucha gente y yo no podía ver quien era, solo sabía que me sentía muy bien cogiéndole la mano. Cuando salimos fuera, resulta que estábamos en el Vicente Calderón, justo saltando al césped. Las gradas estaban vacías, no había nadie, solo yo y la persona que me había ayudado. Yo me giraba para darle las gracias, y resulta que eras tú.
Se calla un momento. La carita de Leo no cambia con la revelación, claro que no, ¿cómo iba a hacerlo? Seguro que Leo le estará oyendo pero no puede contestarle de ninguna manera.
- No... no me sorprendía nada de nada, creo que en el fondo sabía que eras tú desde el principio la que me había sacado. Yo me volvía a sentir de puta madre, mucho mejor que antes... me sentía distinto, muy bien, muy libre.... nos poníamos a jugar con un balón que había por ahí. Estábamos descalzos pero no nos hacíamos daño, y tú jugabas de puta madre, parecías más Leo Messi que Leo Marín... y... luego nos olvidábamos del balón y nos poníamos a jugar a perseguirnos el uno al otro y yo corría mucho y casi me pierdes... pero entonces yo me quedaba parado, y veía que estabas muy lejos, y entonces era yo quien corría hacia ti... y al final te cogía y nos caíamos al césped riéndonos y tú te manchabas los vaqueros que llevabas que eran nuevos... y... y yo te daba un beso y entonces... entonces me despertó el capullo de Requena para decirme que habían matado a no sé quién en no sé dónde...
Se la queda mirando y suspira.
- No sé porqué te lo he contao...- se encoge de hombros- Esto de contar sueños no va conmigo, pero no sé, me sentí de puta madre y me apetecía que lo supieras.
Le encantaría recuperar la sensación que tenía mientras soñaba esto y poder regalársela a Leo. Ojala las sensaciones se pudieses guardar, acumular, recuperar y regalar.
Se lleva su mano a los labios y empieza a toquetear la pulserita con su nombre. L. Marín Lebrún. Suspira. Coge su carita entre sus manos y la mira.
- Leo... no te puedes rendir, ¿vale? No lo hagas. Te echo mucho de menos- se inclina sobre su oído- Me haces mucha falta.
(Lunes 17 de diciembre, 09:07)
- Hola cariño.
Se agacha y deja cuidadosamente un beso en su mejilla. La sensación es de la de besar a alguien que ha pasado las últimas horas dentro de un horno a trescientos grados. La hija de puta de la fiebre no la deja en paz, debería irse a dar por culo a alguien de su tamaño y dejar a la pobre Leo en paz.
Hoy es uno de esos días en los que resulta casi imposible encontrar fuerzas para seguir tirando. Doctor Roberto da pocas noticias y las que da son de las malas, de las que uno preferiría no haber oído. Riñones cada vez peor, inflamaciones que no bajan, pulmones que no se recuperan. Dentro de Leo las cosas no van bien y si ella no está bien, él tampoco. Cada vez tiene más claro que si Leo se va, él la sigue. Eso de que si a ella le pasaba algo, él se moría, no era una forma de hablar. Era la realidad.
Acaba de leer algo que no le ha gustado, algo que le ha bajado los ánimos a cero. Mientras esperaba la venia de las enfermeras para poder pasar, ha cogido el periódico gratuito que alguien había dejado en el asiento de al lado.
Resulta rarísimo abrir un periódico y encontrarte un titular que dice, "La policía nacional herida el pasado martes continúa debatiéndose entre la vida y la muerte mientras el juez Olaya instruye el mayorcaso de corrupción conocido en la historia de la democracia española". Lees una cosa así y ¿qué cojones haces? ¿Gritas, lloras, la emprendes a hostias contra el primero que ves? ¿Qué haces? ¿Quién coño se creen esos periodistas hijos de puta para escribir esa mierda? ¿No había otra manera de decirlo? ¿es que a esa gentuza no se les ocurre pensar que su familia y sus amigos lo van a leer, o es que les da igual? Estos putos periódicos gratuitos amarillistas son la peor mierda, solo quieren vender historias, les da igual hacer daño que no hacerlo.
Hasta ayer había una tía en su agenda del móvil, una tal Lucía. Es periodista, la última vez que la vio, hará más de un año, fue cuando ellos estaban investigando el secuestro del padre de un futbolista. En ese año no ha pensado ni una sola vez en ella, está seguro de que tampoco ella en él, y ayer por la noche la tía tuvo la poca vergüenza de llamarle para "cenar, tomar unas copas y charlar un rato". Se debe pensar que es subnormalito profundo. Ni se molestó en decir nada, colgó el teléfono y le dio un puñetazo a la pared.
Quien quiera morbo que se lo busque por su cuenta. Si esa tía quiere follarse a alguien para conseguir una buena historia que se folle a otro y que se olvide de él.
A los periodistas no les interesa él, ni les interesa Leo, solo quieren usar esos dos personajes que ellos mismos han creado para dar penita, para aderezar esa historia tan fantástica que tienen y vender más periódicos. No les importa lo que ellos dos hayan podido hacer no hacer para resolver este caso, solo les interesa que esos cabrones del Ministerio les han destrozado. Nada más, solo les interesan porque son dos muñequitos rotos. No ha leído el artículo, lo ha hecho una pelota de papel y lo ha tirado a la basura.
Sacude la cabeza para sacarse toda la mierda que tiene dentro. Se aclara la garganta.
- ¿Sabes? Hace un rato he hablado con el gran jefe Calva Brillante, Requena. Me ha dado buenas noticias, puedes olvidarte de la investigación de Internos para siempre, han barrido todo bajo la alfombra. Hace una semana se nos querían follar vivos, y ahora resulta que hablan de ponernos una medallita mierdera de esas... ¿tú te crees? Estos romanos están locos, Leo, te lo digo yo...- le coge la mano y mete sus dedos entre los de ella- ...señorita Leo, tengo el placer de anunciarle de que usted vuelve a ser policía con todas las de la ley.
Se le quita el tono de broma.
- Así es como siempre tenía que haber sido. Esos cabrones de Internos no tenían que haberse atrevido a toserte. ¿Te acuerdas de que me dijiste que había pocos policías como yo? ¿te acuerdas?- coloca los labios junto a su orejita- Seguro que sí, ya quisiera yo tu memoria... Pues escúchame ahora tú a mí, policías como yo no sé cuantos habrá, pero como tú, no hay dos. No los hay. No hay ni dos polis como tú, ni dos personas como tú.
Al acercarse tanto, se da cuenta de que el pelo le huele a champú. Un champú que huele a pelo de niño. Han debido de lavárselo. Lo acaricia, está muy suave. Le encanta su pelo, cuando se lo cortó, aunque estaba igual de guapa, lo echó de menos. Le encantaba enredar sus dedos en él cuando estaban juntos, le flipaban las cosquillas que le hacía el pecho. Está muy bien que se lo hayan lavado, uno está a gusto con el pelo limpio, quiere que ella esté cómoda.
- Me ha dicho otra cosa, quiere que me pase por la Unidad para, cito textualmente, "discutir mi situación en el Cuerpo". Supongo que quiere saber qué voy a hacer, creo que tiene la esperanza de que haya cambiado de idea y me quede.
Enreda un dedo en un mechón de pelo. Le encanta el tacto.
- ¿He cambiado de idea? Pues no lo sé, Leo, no lo sé, ahora mismo no tengo claro nada. Ahora mismo tengo tan poco claro querer seguir siendo policía, como no querer serlo. Tengo la picha hecha un lío y no tengo ni fuerzas, ni ganas, ni nada como para ponerme a pensarlo. Así que no sé que le voy a decir. No lo sé.
Le coge la mano.
- Antes decía que no sabía si quería seguir siendo policía y lo decía de verdad, ahora digo que no sé si quiero dejar de serlo y también lo digo de verdad. Solo sé que a veces sigo pensando en mí como policía y otras no soporto la idea de serlo- suspira- A mí hay que echarme de comer a parte, no sé como me puedes entender tan bien si yo no me entiendo a mí mismo. Solo sé que ahora no tengo la cabeza para hacer crucigramas. Mañana lo pensaré, que decía la tía esa de Lo que el viento se llevó.
Ahora está demasiado cansado como para intentar pensar. Esta noche ha dormido unas cuantas horas, pero se ha levantado igual de agotado que se fue a la cama. Hoy no ha tenido pesadillas que le hicieran despertarse cada dos por tres, hoy ha tenido una única y larguísima pesadilla de la que no podía despertarse.
Bueno, no ha sido una pesadilla, ha sido revivir segundo por segundo la mañana del martes, ha visto cada detalle a cámara lenta y con zoom. Ha sido como ver un episodio de una serie de televisión que solía ver las noches de verano cuando tenía catorce años, Historias de la Cripta, cuentos de terror que siempre te dejaban con mal rollo en el cuerpo. Solo le ha faltado ver el esqueleto cabrón que presentaba las historias.
- Ya vale de hablar de Internos y de Requena,estoy hasta la polla de el tema y seguro que tú también de oírme ¿sabes? Creo que ahí fuera están tus tíos. Vamos, que lo mismo no son, pero yo creo que sí porque he visto a tu padre hablando con un señor igualito que él. Así que o era tu tío, o el clon de tu padre y no creo que tu padre tenga clones... de momento solo clonan perros, ovejas y chimpancés, que yo sepa, personas no.
Es increíble la cantidad de estupideces que puede soltar por esa boquita que Dios le ha dado.
- Cuánto hablo y qué chorradas te digo, ¿verdad? No... no lo puedo evitar, esto de hablar mucho me pasa cuando estoy asustado y ahora mismo... pues tengo los cojones de corbata. Es que no me acostumbro a verte tan quieta. Acojona mucho. Yo sé que solo estás así porque estás malita pero.... se me hace rarísimo y me da un poco de miedo. Nunca te he visto así. Ni siquiera cuando duermes te estás quieta del todo, lo sé por experiencia, que algún sopapo tuyo me he llevado al darte la vuelta en la cama. No es que me queje, ¿eh? Que va a ser que no. Me mola mucho dormir contigo.
La toca con cuidado el lóbulo de la orejita.
- Oye, si te digo una cosa super moñas... ¿me prometes no decírsela a nadie? Pero me lo tienes que prometer porque uno tiene una reputación que mantener... venga, vale, te lo digo, pero tú calladita...
Acerca los labios a su oído.
- Pues que el otro día, después de la última noche que pasamos juntos, cuando me desperté y tú estabas en la cama, joder, tía... que me moló lo que no te puedes imaginar. Fue una pasada que estuvieras ahí conmigo, Leo, una puta pasada.
Esa mañana, por un segundo, cuando oyó el móvil sonando, pensó que todo lo que tenía en su cabeza, los besos, los abrazos, las caricias y las palabras, eran solo un sueño, pero luego escuchó ese "está aquí", y se puso a sonreír como un gilipollas.
- No lo vayas contando, ¿eh? Va a ser nuestro secreto. Tuyo y mío.
Ojala le hubiese dicho como se sintió esa mañana y no gilipolleces sobre México. Ojala no pensase siempre las cosas un segundo demasiado tarde. Ojala no...
No quiere que se le escurra, no quiere que se vaya, quiere que se quede a su lado, que abra los ojos y se ría de él por ser tan moñas, por eso aprieta su mano muy, muy fuerte.
(Lunes 17 de diciembre, 16:39)
Nada más poner un pie dentro de la habitación un puño invisible le golpea en el estómago y le deja sin aliento. La sábana que cubre a Leo está bajada hasta su cintura. Esta tarde puede ver lo que hasta ahora quedaba oculto. Una maraña de cables, tubos sujetos por pequeños trozos de esparadrapo que se clavan sin piedad en la carne, vendas que rodean el pecho, gasas que tapan destrozos hechos por balas, enormes cardenales verdosos.
Tenía la chistera llenita de conejitos y pañuelos de seda para ella. Tenía tantas chuminadas que contarla. Que le han vuelto a poner una multa por aparcar mal, que los del laboratorio de la Unidad la mandan muchos besos, que esta tarde ha nevado un poco... Todas esas gilipolleces acaban de borrarse de su mente y, aunque, las recordase tampoco las diría. No puedes hablar del tiempo cuando la realidad descarnada te mira directamente a la cara. Algo caliente y húmedo empieza a escurrírsele por la cara.
Diría su nombre, la llamaría preciosa, o cariño, o mi niña. Le encantaría decirle algo bonito pero no sabe dónde coño ha puesto la voz. No la encuentra. Se le ha olvidado hablar, pensar y también respirar. Su cerebro se ha bloqueado completamente.
Es incapaz de comprender cómo ese cuerpo que se conoce de memoria puede estar tan roto. No lo entiende y no quiere entenderlo. Esto no tenía que ser así, nadie tenía que haberla hecho tantísimo daño. No, esto no debería ser así, esto tenía que haber sido muy distinto y por eso las pocas neuronas que todavía le quedaban vivas acaban de caer fulminadas.
La sábana no está bajada por descuido, está bajada por necesidad, porque la puta fiebre no baja con nada. Se ha estancado en cuarenta grados y de ahí no baja. Los médicos han dicho que si la cosa sigue así la van a poner unas mantas raras o no sabe qué pollas para ver si la fiebre baja, tienen miedo a que esa temperatura tan bestial la fría el cerebro. Éramos pocos y parió la abuela, ahora las lesiones cerebrales también están en la lista de amenazas.
La tentación de acariciarla es fuerte, pero el miedo a hacerla daño hace que su dedo quede planeando a unos centímetros de su cuerpo antes de decidirse a rozarla suavemente en el costado. El calor que siente es espeluznante.
Ve un goterón gordísimo caer sobre el brazo de Leo y se da cuenta de que esa humedad que siente en la cara desde que ha entrado eran lágrimas. Se seca los ojos distraídamente con la manga de la camiseta. Últimamente está llorando lo que no ha llorado en treinta y un años.
Sube la vista de su cuerpo hasta su carita. Su expresión es tranquila y relajada, supone que es cosa de todos los calmantes que la ponen. Con una mano coge la de ella, la otra la coloca con muchísimo cuidado sobre el pecho de Leo. Dos dedos caen justo sobre la base del cuello. Cierra los ojos. Siente respiraciones y siente latidos de los de verdad, de los que hacen "bum-bum, bum-bum", no "pi pi pi". Siente un corazón vivo, no una máquina. Eso no se parece a lo que sintió hace demasiado poco.
Todavía recuerda demasiado bien en ese momento en el que sus manos estaban rojas y resbaladizas, y en el pecho de Leo nadie estaba haciendo su trabajo. Recuerda demasiado bien la sensación de haberlo perdido absolutamente todo cuando era ella solo una muñequita de trapo tirada en el suelo. Lo recuerda perfectamante y, precisamente por eso, esto que siente es tan importante, porque aunque en ese momento creyó que todo se había acabado, no fue así, la trajeron de vuelta. No se acabó entonces y no se va a acabar ahora, en este momento se convence al cien por cien de que esto va a salir bien. Llámalo como quieras, certeza o intuición.
A la mierda todas la predicciones fatalistas, a la mierda los libros de medicina, a la mierda los antagonistas, a la mierda las infecciones, a la mierda las palabras que dan miedo, a la mierda la lógica y su puta madre. A la mierda todo eso porque ella respira y su corazón late. Esto no es el final. Esto, aunque sea jodido, no es el final, ningún dios, ni ningún destino sería tan hijo de puta para hacer un final así de cabrón.
04 Cinco a uno
Cinco a uno, cariño, uno en cinco
Nadie va a salir vivo de esta
Tú tendrás lo tuyo, yo tendré lo mío
Si lo intentamos, cariño, vamos a conseguirlo.
Los viejos se hacen más viejos, los jóvenes más fuertes
Ellos tienen las armas, pero nosotros tenemos los números
Vamos a ganar, sí, vamos a tomar el control!
Vamos!
Oídme, vuestros días de bailes se han acabado,
La noche se acerca,
Las sombras del atardecer
Llegan arrastrándose a través de los años.
Tú caminas con una flor en tu mano, cariño
Intentas decirme lo que ellos han elegido:
Cambiar su alma por unas céntimos
Venga, princesa, yo me adelanto y te espero en casa,
Sé que vendrás enseguida
(5 to 1)
(Martes 18 de diciembre, 11:55)
- Vi como se te llevaban esposado la otra noche.
La voz viene a sus espaldas. No se le esperaba y casi le hace tirar el café del susto. Se da la vuelta para encontrarse con un tío moreno y alto, de más o menos su edad. Es una versión algo más baja, un poco menos corpulenta y bastante más joven del padre de Leo.
- Entonces aún pensábamos que tú le habías hecho esto a mi hermana. Estuve tentado de de salir corriendo para ayudar a esos tíos a darte de hostias y ya da paso arrancarte los huevos de cuajo.
Tiene una voz grave que suena como si acabase de despertarse.
- Si no lo hice no fue por falta de ganas, fue por mi madre, eso no le hubiese gustado. Lo dejé estar, pero me juré que la próxima vez que te viese lo haría.... ahora sé que hice muy bien estándome quieto, tú no le has hecho daño a mi hermana.
- No.
- Fue el otro policía... policía...- sacude la cabeza y se ríe lúgubremente- ¿Sabes qué? Pues que para estar ahí supuestamente para defendernos, tenéis el Cuerpo llenito de hijos de puta. Llenito. Bueno... al menos este no era su compañero, solo conocido.
Ladea un poco la cabeza.
- Nos lo dijo el jefe de Leo, un tal Requena, supongo que también debe ser tu jefe.......- se encoge de hombros y arruga la nariz- .... el caso es que también nos dijo que si no fuese por ti, porque tuviste una iluminación del Espíritu Santo, mi hermana ahora mismo estaría muerta.Ese policía, ese asesino hijo de puta, se la hubiese cargado con esa mierda que la inyectaba y nadie lo hubiese sabido nunca.
Después de la última frase se queda callado un rato. Él no se decide a abrir la boca, no se le ocurre qué podría decir, y tampoco cree que el chico espere respuesta.
- Tu jefe no es el primero que nos dice algo así. El médico dice que si hubiese estado sola mientras la ambulancia llegaba, se hubiese desangrado...- frunce el ceño y tuerce ligeramente la boca- Le has salvado la vida, así que te mereces más unas flores que una paliza... pero los precios de la floristería de ahí fuera son criminales...- esboza una media sonrisa y en ese momento se parece brutalmente a Leo- .... así que, muchas gracias.
Realmente de esta conversación esperaba cualquier cosa menos esto. Ni esperaba un "gracias", ni cree merecérselo.
- No me las des.
- Bueno, ya te las he dado y esas cosas no se pueden devolver. Mira, tío, yo no estoy seguro de que me gustes ni siquiera un poco pero ... le has salvado la vida a mi hermana y eso, de momento, me es más que suficiente.
- Ella me la salvó antes a mí.
El chico enarca las cejas.
- ¿Ah, sí? Bueno, entonces estáis en paz, y si al final decido que de verdad no me gustas un pelo, no voy a tener que sentirme demasiado culpable por ello.
La respuesta le hace sonreír, para ser alguien que ha fantaseado con mutilarle sus partes nobles, le empieza a gustar este tío.
Le ve tantearse los bolsillos de los vaqueros por encima de la tela con la vista fija en la máquina de café, después chasquea la lengua con fastidio, y suspira con resignación. Él si tiene cambio, de su bolsillo saca una moneda de veinte céntimos, lo que valen todos los cafés, y se la ofrece.
- En realidad no debería tomar más café, desde el martes llevo unos quince diarios y dicen que demasiada cafeína es mala ... pero, oye, que me da a mí que el aguachirri este que da la máquina no debe tener demasiada cafeína.... tampoco demasiado café si a eso vamos...
Coge la moneda y la sopesa en la mano.
- ¿Sabes? Si te digo la verdad yo no he venido a por café, te he visto pasar y he venido detrás. Llevo viéndote dos días rondando por el hospital, y después de todo lo que hemos oído sobre ti...- se encoge de hombros- ...tenía curiosidad por ver quién eras.
El chico mira un rato la moneda que tiene en la mano antes de decidirse a meterla en la máquina y pulsar el botón de "Capuchino". Mientras la máquina escupe el brebaje que dice ser café, ninguno de los dos abre la boca.
Duda entre irse o quedarse, decide no moverse del sitio. Por una vez en su puta vida va a hacer caso a su padre, no va a salir corriendo y le va a echar huevos. Pase lo que pase, aunque el hermano de Leo decida que se los quiere cortar.
- No sé qué os habrán dicho de mí, supongo que de todo, algunas cosas serán verdad y otras no. Yo solo quiero que sepáis que siento muchísimo esto que ha pasado, hayáis oído lo que hayáis oído, tu hermana y yo somos...-rebusca en su cerebro la palabra apropiada- ... estamos muy unidos, yo daría cualquier cosa por haber podido evitarle lo que le ha pasado. Cualquier cosa.
Aparece una sonrisa burlona en la cara del chico que no sabe cómo interpretar.
- Mira, si yo pudiera, le cambiaba el sitio a tu hermana sin pensármelo ni una sola vez.
- Seré un cabrón, pero si eso fuese posible, tampoco me lo pensaría para firmar por ello. Lo siento.
- No, no lo sientas.
No esperaba otra cosa y es de agradecer que no se ande con tonterías ni cortesías absurdas. Al pan, pan, y al vino, vino.
- El personal del hospital nos han dicho que estás pasando a verla fuera de horas.
Se queda helado, no está seguro de que eso no sea un reproche.
- Ey, tío, tranquilo, tranquilo. No pongas esa cara de acojone, joder, que ni te vamos a linchar, ni vamos a poner una alambrada de espino en la puerta de la habitación...
Se relaja un poco.
- Si está muy bien que entres a verla. Seguro que ella lo agradece un montón y, además, a nosotros se nos hace muy cuesta arriba pensar que se pasa prácticamente todo el puto día sola en esa habitación. Si pudiésemos haríamos campamento en la puerta de su habitación... por las noches a mis padres me los tengo que llevar casi a rastras. Ya se sabe que por estar aquí no se soluciona nada pero... es jodido irse a casa y dejarla aquí sola. Muy jodido. No dejas de pensar que el teléfono puede sonar en cualquier momento y que tú no estás ahí...
- Sé lo duro que es esto.
- No, tío, aunque creas que lo sabes, no es así. Yo no dudo que mi hermana te importe, ¿eh? No es eso... Verás, nosotros, mis padres y yo, tenemos un negocio de reparación de electrodomésticos. Televisiones, consolas, DVDs... cosas de esas. No va mal, hace un par de años los de Sony nos reconocieron como servicio técnico oficial... pero eso da igual. Mi madre lleva el rollo contable y trata con los proveedores, mi padre y yo llevamos la parte técnica, ajustamos, soldamos, cambiamos componentes... ese tipo de cosas...
El chico se para un segundo y se rasca la nariz, no está seguro de entender a dónde quiere llegar.
- Lo que quiero decirte es que en nuestro universo estas cosas no pasan. En el mundo en el que mis padres y yo vivimos, la gente acaba en el hospital porque le dan infartos, o tienen accidentes de coche, o les dan derrames cerebrales... cosas horribles, pero cosas que le pueden pasar a cualquiera. No acaban en el hospital porque les hayan pegado cuatro tiros. Eso es lo que te quiero decir, que nos ha pasado una cosa imposible en nuestro mundo. Tú... pues eres policía, estás acostumbrado a ver estas cosas, yo jamás he conocido a nadie a quien hubiesen disparado, ni he sé de nadie que lo conozca. Esto de los asesinatos por encargo y las conspiraciones solo lo conocemos de la tele o el cine. Nos viene muy grande, no... no lo entendemos, ni siquiera nos parece real del todo...
Le mira con los labios apretados. Ve que sus ojos se parecen un poco a los de Leo en la forma, pero los de él son bastante más pequeños y tiran más a verde.
- Todas estas cosas que dicen en la tele y en los periódicos... lo oigo, lo veo y me parece que no tiene nada que ver ni con mi hermana ni conmigo. Mira, hoy me he encontrado un periódico de ayer en la sala de espera. Seis páginas, prácticamente toda la sección de nacional, hablaban de... de esto, no se ni cómo llamarlo. No lo he leído, solo lo he hojeado y se me ha revuelto el estómago. Hablaba de narcotraficantes, mafia, corrupción en la Policía, prostitución, drogas.... y digo yo, ¿qué coño es eso? ¿qué tiene nada de eso que ver con mi hermana? A nosotros eso nos la trae floja, lo único que cuenta es que Leo se recupere, lo demás... cuentos chinos para niños del Japón...
El chico se encoge de hombros, hace un gesto sacado del manual de estilo de Leo y da un sorbo a su café.
- ... lo demás nos acabará importando, eso supongo, al menos, pero ahora no nos interesa ni lo que los periódicos, ni lo que tu jefe, o tus compañeros o tú podáis decirnos- hace una pausa y le mira fijamente- Mi padre me ha dicho que te acercaste a hablar con él antes de la última operación de Leo.
- Sí, quería explicarle, explicarme... no tenía que haberlo hecho, fui a coger el peor momento.
El chico frunce los labios y las cejas, y se queda mirando a la máquina con cara de ido. Llegado el momento será jodido rendir cuentas, pero no se va a esconder. Lo ha decidido, se han acabado las medias tintas y los sí pero no. Va a echarle a este asunto todos los huevos que hagan falta.
- ¿Sabes, qué? Todo este asunto nos pilló completamente en la parra. Nosotros no sabíamos que Leo estaba metida en ningún lío. No teníamos ni idea de que la estaban investigando, ni que tenía un pie fuera de la Policía - se rasca la coronilla con aire distraído- Supongo que no dijo nada porque no quería dar un disgusto a mis padres antes de tiempo... Verás, a mis padres lo de que sea poli no les ha hecho nunca demasiada gracia, así que ella pasa de preocuparnos y nunca cuenta nada del curro... bueno, ni del curro, ni de lo que no es el curro, no se puede decir que Leo sea muy de contar cosas...- eso suena muy Leo- No nos contó nada, se lo comió todo ella sola.
- Tenéis que saber que a aunque Leo la estuviese investigando Asuntos Internos, ella no ha hecho nada mala. Esto tenéis que tenerlo muy claro.
El hermano de Leo le mira como si acabase de escupirle en la cara.
- Mira, tío, mi hermana no se hizo poli por las ventajas de ser funcionaria, ni para poder colarse en el metro, o poder quitarse multas o porque tener esposas le mole- le mira desafiante- Leo es tan rara que se cree a pies juntillas todo ese rollo de detener a los malos y defender a los buenos. No necesitamos aclaraciones al respecto, gracias.
Se siente un bocazas, un torpe y un gilipollas.
- Yo no... no quería ofenderte, no tenía mala... lo siento.
El chico muerde el vaso de café y se encoge de hombros.
- No, no me has ofendido, pero quería dejarlo claro. Aunque Leo no sea muy comunicativa para sus cosas, sabemos perfectamente qué clase de persona es.
Está chulo esto de tener una familia que tiene tan claro cómo eres. No dice más, es mejor dejarlo ahí. Da un trago al café, se ha quedado helado y es repugnante.
- Hace un rato el médico ha hablado con nosotros, nos ha dicho que hay progresos, pequeñitos, pero progresos. Dice que los daños que hicieron las balas, aunque fueron muy gordos, y aunque la infección está poniendo las cosas muy difíciles, están evolucionando bien. Que los desgarros del pulmón y del páncreas que eran los que más guerra podían dar, están yendo a mejor, que la médula está empezando a responder al tratamiento, que los nervios están intactos y que no cree que vaya a haber daños irreversibles por ese lado.
- Sí, eso he oído yo también.
Precisamente por esa mejoría esta conversación está teniendo lugar, si no hubiese sido así, ninguno de los dos tendría ganas de charleta de ningún tipo.
- Claro que este médico nunca da buenas noticias a secas, también dice que todavía es demasiado pronto para poder decir que hay mejoría, que eso de que las heridas vayan bien, no quiere decir que la infección también vaya bien o que no puedan volver a empeorar, pero... esta es la primera noticia medio positiva que nos dan en cuatro días. Mis padres hacen como si no la hubiesen escuchado, están demasiado asustados como para hacerse la más mínima ilusión.
- Es normal que estén acojonados, yo lo estoy, y si tú me dices que no lo estás, pues, qué quieres que te diga, no me lo creo.
- ¿Yo acojonado?
Levanta mucho las cejas y se señala con un dedo a sí mismo. Después niega despacio con la cabeza.
- Hablamos de mi hermanita pequeña. La he dao de merendar, la he llevao al parque, la he enseñao a decir tacos y barbaridades, a montar en bici, a hacer raíces cuadradas... lo de las raíces cuadradas, no sé, no sé... pero los tacos se los aprendió de miedo.
Siente que una sonrisa grande y tontorrona aparece en su cara. Sí que se los aprendió bien. Sí.
- No estoy acojonado, estoy lo siguiente... pero también te digo una cosa, que mi hermana engaña mucho. La ves ahí tan delgadita y con cara de niñita.... pero es muy dura, mucho. Tiene unos huevos que para mí los quisiera yo. Los tiene cuadrados. Yo tengo muy claro que Leo, por sus santísimos cojones, va a salir adelante.
El chaval va ganando puntos.
- Mira, tío, desde que ingresó, no han dejado de decirnos que se iba a morir... y mírala, ahí la tienes, jodida pero aguantando como una campeona. Esta bien claro que a mi hermana no le sale de los cojones morirse y si a mi hermana no le sale de los cojones, mi hermana no lo hace. Es así de simple. No sé, a lo mejor a ti te parezco un gilipollas, pero a mí me da igual, yo tengo muy claro lo que se va a recuperar.
Se siente bien oyendo decir a otra persona justo lo que él piensa, le hace sentirse más seguro. No debería hacerlo pero se echa a reír, el hermano de Leo le mira con cara de no saber qué pensar de él.
- Ni de coña creo que seas un gilipollas. Yo no lo diría mejor. Mira, conozco a tu hermana y la conozco muy bien. Tú lo has dicho, Leo es cabezota como una mula y los cojones, no es que los tenga cuadraos, es que los tiene octogonales. Si es no, pues es no. Tú hermana va a salir adelante, eso lo tengo clarísimo yo también.
- Mira, al final no me vas a caer tan mal como había pensado.
- Está bien oír eso.
- Por cierto, soy Santi.
El chico le tiende una mano de dedos largos y delgados, se la estrecha con fuerza.
- Pablo.
(Martes 18 de diciembre, 08:32)
- Corso...- un roce en la cara y su nombre le arrancan de un sueño horrible.
Abre los ojos de golpe. En frente de sus narices tiene los rizos pelirrojos de Rocío. Se pone tieso de un salto. El corazón le bombea a toda máquina en el pecho, nota el terror pegado en el paladar, por su cabeza pasan mil cosas horribles que podrían haber pasado mientras dormía. Rocío debe vérselo y empieza a sacudir la cabeza muy deprisa.
- Tranquilo, tranquilo, que no ha pasado nada.
Asiente despacio. Deja escapar aire. Ha tenido una pesadilla putísima. Una con un funeral de por medio. Está desorientado. Instintivamente se mira la muñeca izquierda. No hay reloj, solo una estrella tatuada y unos cuantos pelillos.
- ¿Qué hora es?- la voz le sale pastosa.
- Las ocho y media.
Asiente y se estira un poco. Le duele todo el cuerpo, sobre todo la cabeza.
- Has pasado la noche aquí
No es una pregunta y, aunque lo fuese, la respuesta es evidente, así que no la contesta.
- Te dieron un golpe muy fuerte, dormir aquí no puede ser bueno para ti, deberías irte a dormir a casa
- Sí, bueno, Roci, es que estoy intentando evitar a mis vecinos. Pretenden que pague una derrama de cojones para cambiar la antena y yo no estoy por la labor.
La respuesta idiota le ha salido sola. Rocío le mira como si quisiera decirle algo, posiblemente que se deje de gilipolleces, pero al final solo suspira y le ofrece una bolsita de papel.
- Toma, anda, he pensado que todavía no habrías desayunado.
No, desde luego que no lo ha hecho, tampoco se acuerda de si anoche cenó o no. Coge la bolsa de papel color tostado que le ofrece y reconoce el logotipo blanco, negro y verde.
- ¿Starbuck's?- no le gusta esa sitio pero desde luego no va a decir nada, demasiado ha hecho la pobre que se ha molestado por él.
Ella se encoge de hombros y se sienta a su lado.
- Sí, hay uno de camino al hospital, pensé que te iría bien cambiar un poco de sabor.
Dentro de la bolsa hay un bocadillo y un vaso enorme de café.
- Anda, si hay comida y todo... pues habrás tenido que pedir un crédito al banco, a esa gentuza del Starbuck's si que habría que investigarles por robo.
- Te irá bien comer algo.
- Muchas gracias, Roci, pero no tengo demasiada hambre.
- Me da igual que tengas hambre o no. Corso, tienes que comer, si sigues así te va a dar algo. Te estás quedando en los huesos.
- Vaya, y yo que me creía todo guapo... entre que no tengo pecho lobo y que me ves flaco, está visto que contigo no tengo nada que hacer, ¿eh?
Ella le sonríe un poquito. Está bien que sonría, aunque lo haga de esa manera tan tristona.
- Además de verdad.
- Esas barbas que gastas tampoco ayudan nada, ¿eh?
- Ya bueno... ahora se lleva así.
Las barbas van a quedarse así una temporada, su recortabarbas sufrió ayer un accidente. El pobre aparato fue lo primero que encontró cuando la imagen del cuerpo vendado de Leo le vino a la cabeza y necesitó sacar fuera su rabia. Lo tiró contra la pared del baño y ahora es un amasijo de plásticos y cosas metálicas rotas dentro de una papelera.
- Corso, cómetelo, anda, por favor.
Mira a Rocío y mira al bocadillo. Tiene el estómago cerrado pero ve la cara con la que le está mirando y no tiene corazón para protestar.
- Vale, tú ganas, me como el desayuno como un niño bueno....
Saca el bocata de su envoltorio. Lo abre para ver de qué es. Bacon y queso. Lo cierto es que huele de puta madre. La boca se le llena de saliva y le rugen las tripas. Joder, tenía un hambre de cojones y ni se había dado cuenta. De un solo bocado se lleva casi una cuarta parte.
- ¿Cómo va tu cabeza?
- Tan dura como siempre, solo me duele de vez en cuando... oye ¿Tenéis algo nuevo?- habla con la boca llena de esa cosa tan buena.
Ella le mira un segundo antes de contestar.
- Sí, hay novedades, el asunto no deja de crecer, Corso, Esparza...- dice el nombre con cara de asco- ...lleva muchos años trabajando para Castrejón. No deja de ser poco más que un mandado, hay muchas cosas que no sabe, pero hay otras tantas que sí. Nos ha dado muchos datos, muchos negocios de Castrejón en los que los jefes de Esparza tienen metida la mano. Ayer por la noche se hicieron redadas en cuatro locales de la carretera de Valencia y Andalucía, tenían chicas que traían de Colombia. Las engañaban diciéndolas que venían a limpiar casas y luego las obligaban a prostituirse para pagar el viaje.
Joder, qué asco le da oír esto.
- ¿Las chicas están bien?
- Todo lo bien que pueden estar. Físicamente sí, pero estaban muy asustadas, sus familias en Colombia estaban amenazadas de muerte, algunas no quieren hablar con nosotros. Son cincuenta chicas. Hemos detenido a doce personas en total. Seis españoles, dos rusos y cuatro colombianos.
- ¿Drogas?
- ¿Lo dudabas? Estos locales estaban llenos de coca, además, tirando, hemos descubierto más cosas. Estos cabrones ya no se conformaban solo con distribuir, tenían cocinero y todo. Eduardo Herrera, de profesión farmacéutico, y chef en sus ratos libres.
- Anda, cocinero... ¿Como Arguiñano?
La ha entendido perfectamente y los dos lo saben, pero esperaba ver en su cara la sonrisa que está viendo.
- No, no precisamente de esos, lo suyo más que el bacalao a la bilbaína es el éxtasis, el cristal, las metaanfitaminas.....
- Y... así que Castrejón ya no solo trafica, también sintetiza... mira, Roci, deberíamos aprender de él, en esta vida hay que tener ambiciones para llegar lejos....
- Creo que paso, eso de ser autónomo no va conmigo.
- Supongo que la alegre cuadrilla de Esparza, Gironella y sus amiguitos hijos de puta se llevaban su trozo del pastel por permitir que Castrejón se trajese ese mamoneo con las drogas y las chicas, ¿no?
- Un trozo bien gordo además.
- Desde luego, serán muchas cosas, pero tontos no. Solo les falta dedicarse el tráfico de Biblias pornográficas.
- Sí, será lo único, porque investigando los guardaespaldas de algunos de los cargos del Ministerio, hemos identificado un par de pistoleros a sueldo que tenían una orden de detención a nivel mundial emitida por la INTERPOL...
- Joder, más rusospelopajas, ¿no?
- Sí, bueno, estos eran albaneses, pero para el caso...
- Entonces ya está. Tenemos follaos a los del Ministerio.
Roci pone cara rara.
- No exactamente, todos niegan categóricamente conocer que sus empleados estuviesen siendo buscados por asesinato. Todos los detenidos tenían identidades falsas pero legales, usurpadas a ciudadanos albaneses sin ningún tipo de antecedente policial o penal. Nosotros les hemos identificado por las huellas. Así están las cosas, de momento no tenemos nada sólido contra los peces gordos.
- Ya... No sé de qué me sorprendo, esta gente es buena en lo que hacen, joder la vida a los demás.
- Corso, vamos a hacer lo que haga falta para encontrar pruebas, de eso puedes estar seguro. Está gente va a pagar por lo que os ha hecho. No vamos a consentir que se salga con la suya. Ni de coña, se van a pudrir en la cárcel. Puedes estar seguro.
Si tú lo dices. Da otro muerdo al bocata. Al final va a tener que cambiar sus ideas sobre los Starbuck's. El bocadillo está cojonudo.
- Oye, ¿Y Castrejón, qué? Ese cabrón está en el centro de todo, es el puto ombligo de toda esta mierda.
Ella le sonríe y adelanta la barbilla.
- Castrejón... por primera vez en años, muchos años, los de la UDYCO tienen algo muy sólido a lo que hincar el diente. Para empezar, la red de distribución de la Costa del Sol ha caído enterita. Es casi seguro que este tío acabe sus días entre rejas. El juez quiere hablar con él, pero por supuesto no aparece por ninguna parte. Se ha emitido una orden de busca y captura, incluso se ha pedido colaboración a la INTERPOL y a la policía Colombiana. Se cree que puede estar en Cali al amparo de los hermanos Salazar.
Colombia. Recuerda cuando estuvo allí con Leo para traerse el hijo de puta de Escobar. Se siente raro recordando eso. Ojala los policías colombianos le hubiesen metido unas cuantas balas cuando intentó huir, las cosas hubiesen sido bien distintas. Sacude la cabeza.
- ¿Sabes qué? Me encantaría que ese cabrón de Castrejón hubiese hecho algo en Colombia y se pasase toda su puta vida en una de sus cárceles. Eso si son cárceles y no esas de aquí.
Da un trago al café. Es un americano y sabe como si hubiesen usado una cucharadita de café para cuarenta litros de agua. Qué asco, coño. Starbuck's se queda a cero en el marcador. Valga lo bueno del bocata por lo malo del café. Mete el vaso en la bolsa y la deja a sus pies. Sacrificios por los chinitos los justos, y Roci ya le ha visto beber.
- Verás, Corso, hay más...
- ¿Qué... qué pasa?
Ella suspira profundamente.
- Ya sabemos de dónde salieron los antibióticos que le daba a Leo, hemos rastreado los números de lote. El lunes a las doce de la mañana hubo un asalto a la furgoneta que abastece a la farmacia del Hospital Gregorio Marañón. Se llevaron todo lo que llevaban, había medicamentos de todo tipo, anxiolíticos, analgésicos... también los antibióticos que encontramos en el coche de Esparza.
Deja de masticar.
- La descripción de los atracadores se ajusta a la de David Moreno y Alejandro Fernández, los chicos de la moto.
Le lleva un par de segundos hacer una cuenta mental.
- El tiroteo fue a las ocho y media, Leo salió del quirófano hacia la una. Ese hijo de puta de Esparza no perdió el tiempo. Antes de saber si iba a sobrevivir a la operación, ya había movido ficha.
Siente la rabia llenándole. Se le ha quitado el hambre de golpe, mira con asco el culo de bocata que tiene en la mano. Lo mete en la bolsa a hacer compañía al café. Rocío no le quita ojo mientras lo hace.
- No solo había antibióticos, entre lo que se llevaron había muchas maneras de quitar a Leo de en medio sin hacer sospechar... si no hubiese habido infección, hubiesen buscado otro modo. No querían darla ninguna oportunidad.
No dice nada. Tiene la necesidad de coger el coche, presentarse en la cárcel y matar a palos a esos dos críos hijos de la grandísima puta.
- Corso...- la voz suena temblona.
Rocío le mira con unos ojos azules que cada segundo que pasa están más húmedos.
- Acabo de hablar con el médico de Leo
Puto médico, nada bueno le ha dicho.
- No está mejorando. Cada vez está peor.
Traga saliva antes de contestar. Las buenas noticias se acabaron el lunes. Los riñones están cayendo en picado. Tanto que si sigue así, no van a aguantar. Nadie tiene que decirle que sin riñones no hay nada que hacer. La única esperanza es cortar la infección, pero la muy hija de puta no se deja cortar. Las cosas están desesperadas, pero él no está dispuesto a venirse a abajo ni a dejar que Rocío lo haga.
- No digas eso, Roci, el médico ha dicho que los desgarros de las balas están evolucionando bien, no ha vuelto a tener más hemorragias y la inflamación de la médula está bajando. Eso es muy bueno. No digas que no hay mejoría.
Ella le mira con los labios fruncidos.
- No, Corso, eso no es así. Las heridas se están curando sí, y lo de la columna no es tan serio como parecía, pero... pero lo demás solo va a peor. Joder, Corso, no me puedes decir que está mejorando cuando la puta infección se la está comiendo.
Él va a decir algo pero Rocío niega con la cabeza.
- No, Corso, no me trates como si fuese una cría a la que hay que decir las cosas con azúcar, joder, no te empeñes en protegerme y no me digas verdades a medias. No soy tonta y si tú me engañas, me asusto todavía más porque sé que si lo haces es porque las cosas están muy, muy mal.
- No te estoy engañando, Roci, de verdad que no.
Las lágrimas la desbordan los ojos, en cuanto empiezan a correrle por la cara, la abraza con fuerza. Ella se agarra a su cuello. La deja llorar sin decir nada mientras la acaricia el pelo. Un par de minutos después ella se empieza a calmar. Cuando se separan, los ojos de Rocío están completamente rojos.
- Lo siento, lo siento. Siento ser una puta llorona, pero... - suspira mientras busca algo en su bolso.
- Chsss, no pasa nada, Roci. Llorar es bueno, uno se queda muy a gusto.
La ve sacarse un pañuelo de papel y sonarse la nariz.
- ¿Sabes qué es lo peor?- él no contesta, ella, obviamente, no espera respuestas- Pues que nadie me dicho que no me asuste - le mira con la cara llena de angustia- Cuando te dispararon a ti, fue Leo quien me llamó para decírmelo. Lo primero que me dijo, fue que no me asustase, luego ya me dijo que te habían disparado pero que estabas bien... así que solo me asusté un poquitín, hasta que te vi dopado hasta las cejas y con ganas de guerra, y el susto se me pasó.
- Bueno, ya me conoces, me va eso de dar guerra.
Ella le ignora completamente.
- Esta vez nadie me ha dicho que no me asuste. Nadie - chasquea la lengua
- ¿No? ¿No te lo ha dicho nadie? Pues te lo digo yo. Roci, no te asustes- nota la lengua de trapo al hablar.
Ella se ríe con una risita nerviosa.
- Si, ya...- se seca las lágrimas con el dorso de la mano.
- No, Roci, te lo digo de verdad. No te asustes.
Rocío le mira muy seria, se echa hacia atrás y recuesta la cabeza en la pared. Empieza a hablar sin mirarle.
- Es que... joder, antes las cosas casi pasaban, yo casi me ahogo, a Mario casi se le comen unos cerdos... pero ya no hay casis. Ahora... ahora las cosas pasan... antes tenía el espejismo de que esto siempre acababa bien, daba igual lo jodido que estuviese todo porque nunca pasaba de verdad... ahora... ahora... esto de Leo, pase lo que pase, no es un casi, esto ha pasado de verdad y si este casi ha pasado... Joder, Corso, cuando entramos en esa casa y la vi ahí tirada en el suelo, con toda esa sangre...yo... yo creí que... - Roci sacude la cabeza- .. no se me va de la cabeza, Corso, no se me va.
La entiende, tampoco a él se le va. Pone una mano en su barbilla y la gira suavemente la cabeza hacia él.
- Rocío, ¿tú confías en mi?
- Ya sabes que si.
- Vale, pues escúchame bien. No te asustes. Lo que le están dando a Leo no es mágico, no es la purga de Benito, como decía mi madre. La medicina necesita tiempo para funcionar, ¿vale? Leo solo necesita tiempo, nada más. Joder, Roci, tú solo piensa que con la infección que tiene, todos los las daños que le hicieron las balas deberían estar yendo a peor, no mejorando, y mira... están mejorando. Leo solo necesita tiempo.
- Tiempo- lo repite con la voz extraña y los ojos entrecerrados.
- Eso es.
Ella le mira con cautela.
- No me protejas, Corso, te lo pido por favor.
- No lo estoy haciendo, Roci, de verdad que no. ¿Tú te crees que si yo pensase que Leo no se iba a poner bien te estaría hablando así de tranquilo?
Ella niega con la cabeza.
- No. Estarías chillando y cagándote en todos los muertos de los médicos- ella sonríe un poquito.
- Pues ya está, confía en mí y confía en Leo. Dale tiempo.
La seca una lágrima con el dedo y se queda rodeándola los hombros con el brazo. De vez en cuando se le olvida que solo es cuestión de tiempo, a veces necesita oírselo decir en alto.
(Martes 18 de diciembre, 17:32)
Molina tiene la cara llena de pelillos cortos y duros. Aún le queda un par de semanas para tener la barba que tenía cuando le conoció, hará algo más de un año, pero va por buen camino. Está mucho mejor así. Molina sin barba está raro de cojones.
- Las arpías de las enfermeras no me han dejado pasar a la habitación, me han dicho que ni placa ni chufas, que nada de visitas. He tenido que verla por la ventanita esa de los cojones.
- Sí, hoy está teniendo un día bastante complicado, le han hecho mil pruebas y la puta fiebre ha vuelto a subir. Quieren que esté tranquila, por eso han cortado las visitas.
- Sí, eso me han dicho. Puta fiebre.
No quiere pensar demasiado en el tema, si lo hace, la fe y los huevos se le encogen como por arte de magia.
- Yo tampoco he podido pasar, también me he tenido que conformar con verla desde la ventana.
- Carallo, qué... qué cosa da verla así tan... tan... niñita. Es como si no... impresiona mucho, mucho... - sacude la cabeza y susurra algo en gallego- Vaya, que si no la conociese y supiese lo fuerte que es, se me habrían puesto de corbata.
- Menos mal que la conocemos, ¿eh?
Molina asiente despacio con una especie de sonrisa que no hace que deje de parecer mortalmente asustado. No hay nada que decir en unos minutos, cada cual se pierde en sus pensamientos, es Molina quien rompe el silencio con la voz un poco temblona.
- Bueno, dime, ¿tú cómo estás?...y no me digas que bien que te mando pronto a tomar viento.
- Estoy, que no es poco.
Asiente muy despacio como si le entendiese perfectamente.
- Todavía estoy intentando digerir algo de esto. Lo peor es que yo no puedo hacer nada para ayudar. Me siento inútil aquí matando en tiempo mientras vosotros barréis toda la mierda que esos cabrones han dejado.
- Corso, la investigación déjanosla a nosotros, tú ya has hecho más de lo que debías, y ahora estás haciendo lo que tienes que hacer, que es estar aquí y vigilar que la niña sigue dando guerra...- ve que se esfuerza en sonreír de manera casi convincente- Esa es tu obligación, aunque si te digo la verdad...no te iría mal añadir a la lista de tareas por hacer una afeitadita, zamparte una buena empanada y un par de horas más de sueño, porque, mi madre, las pintas que gastas...
Agradece mucho el intento de aligerar el ambiente de Molina. Desde esta mañana la almohada de piedras pesa demasiado, tanto que parece que se le vaya a partir la espalda.
- ¿Pintas? Venga ya, Molina, pensé que un metrosexual como tú apreciaría mi look. Es lo último en el hombre que se cuida. Informal pero arreglao.
- Hombre, no he visto yo a Beckam con tu look, pero si tú lo dices...- se encoge de hombros- En serio, deberías cuidarte más, coño, que el tío con el diábolo y el perro sarnoso que pide en la puerta del hospital tiene bastante mejor pinta que tú...
Molina tiene razón como Rocío la tenía ayer, tiene un aspecto lamentable, pero para lo último que tiene ganas y tiempo, es para ocuparse de las pintas que gasta o no.
- Vaya, Molina, muchas gracias por el piropo.
- .... y, por lo que las enfermeras me han dicho, también se pasa aquí menos horas.
- Es que el café de la máquina es cojonudo. Deberías probarlo.
- Déjalo, que Mario se ha apropiado de la cafetera de la Unidad y ya tengo bastante con lo que tengo...
Molina mantiene la sonrisa un poco, después le vuelve a cambiar la cara. El minuto de recreo se ha acabado. De vuelta a clase, niños.
- Esparza quiere hablar contigo- lo dice de manera que las palabras suenan una encadenada a la otra, casi como un tren de juguete cabroncín.
- Quiere hablar conmigo.
- Creo que quiere explicarte porqué hizo lo que hizo.
- ¿Si? Pues ya se puede ir comprando un buen lubricante y metiéndose las explicaciones por el culo. No voy a hablar con él, ni hoy, ni mañana, ni al otro, ni en la puta vida.
- Ya. Te entiendo, Corso, yo solo he hablado con él porque no me quedan más cojones. A Mario no le dejan ni acercarse, y no me da la gana que Roci tenga que sentarse enfrente de ese cabrón. Yo sé que sería capaz, pero no quiero hacerla pasar por eso. Como tampoco quiero que se ocupe otra unidad... solo quedo yo.
No envidia en absoluto la situación de Molina, él no se cree capaz de sentarse delante de ese hijo de puta y tener que escuchar de su boca todo el daño que ha hecho. Se conoce demasiado bien, sabe que acabaría reventándole a hostias.
- He tenido que oír sus disculpas y morderme los puños para no matarle a palos. Lo que te intentó hacer no tiene perdón y lo que le ha hecho a Leo ni tiene ni perdón, ni tiene nombre- Molina enseña los dientes en una mueca agresiva- Ojala hubiese estado yo con vosotros en esa sala de interrogatorios.... en vez de faltarle dos dientes, le faltarían cuarenta.
- ¡No me jodas que le faltan dientes!
Delante de él una sonrisa cien por cien socarrona. Cien por cien Molina.
- Ah! ¿No te lo habían dicho?
- No, no me lo habían dicho.
Sí, cree recordar un diente volando, pero la verdad es que no recuerda bien nada de lo que pasó esa noche.
- Pues si, hijo, sí, le faltan dientes. Estos- de la hilera inferior se señala un colmillo y justo el de al lado- Además tiene un ojo casi cerrado, una fisura en la mandíbula y contusiones hasta en las pestañas. Le dejasteis como un Cristo de Medinaceli, vaya, que tú a su lado tienes cutis de porcelana.
Teniendo en cuenta que él aún tiene la cara como si fuese un extra de la peli El Club de la Lucha, se hace una idea de cómo estará Esparza. De siente sonreír con cara de cabroncete.
- Qué penita, ¿verdad?.
- Sí. Una desgracia terrible, me llevará años reponerme. Si no se hubiese resistido al arresto de esa forma tan salvaje que sus compañeros declaran... - Molina sonríe de medio lado- El pobrecito ha pasado dos días en la enfermería de Alcalá Meco,
- ¡No me jodas!- cómo le gusta oír eso.
- Sí, pero no saques pecho, ¿eh? Que la visita a enfermería no ha sido cortesía tuya ni de Mario. Ha sido un regalo exclusivo de nuestra enfermita
.
- ¿Leo?
- La única y genuina. El bocao que Leo le dio se le infectó cómo no te puedes imaginar, ese cabrón estaba tan ocupado dándola antibióticos a ella que no tuvo tiempo de hacerlo consigo mismo. Justicia divina. El desgraciado tiene la muñeca como la de mi suegra, y la pobre mujer tiene noventa años y sufre de retención de líquidos galopante, así que échale.
Ojo por ojo.
- Que se joda, la lástima es que no le vayan a amputar la mano de cabrón que tiene.
Molina asiente con cara de convencido.
- La infección, aunque le ha jodido de lo lindo, no le ha llegado a la lengua, ha cantado como un canario. Nos ha dado nombres de tres personas, por llamarlos de alguna manera, situados en Interior, tres puestazos que a su lado Gironella era el chico de los recados. Además tenemos dos abogados de los caros, y siete miembros de la Policía Nacional. Todos ellos estratégicamente repartidos por todas las ramas: crimen organizado, delitos informáticos, judicial, información.... los hombres de Castrejón podían hacer todo tipo de perrerías y ni nos enterábamos.
- Menos mal que se supone que en el rollo este de la corrupción la cosa ahora está mejor que antes...
- Lo está, Corso, lo está. Todos ellos son reliquias. Empezaron en este chanchullo hace quince años y no han sabido parar. El más joven es Esparza, a él le recluto un comisario que todavía seguía en activo y trabajando para Castrejón. Además de polis y cargos ministeriales también hay granujas de medio pelo para aburrir, y camellos para llenar tres cabalgatas de Reyes. Tenemos un Belén que no se lo salta un gitano.
- ¿Y con los cabrones de la moto qué ha pasado?
- ¿Esos? Bah... poca cosa, solo que están lloriqueando en una celda de Soto del Real cada uno con una acusación por complicidad de asesinato, complicidad de asesinato en grado de tentativa, conspiración para dos asesinatos, obstrucción a la justicia, lesiones graves contra un cargo público... algún otro cargo que se me olvida, y, además, creo que al capullín dueño de la moto, le han quitado tres puntos por exceso de velocidad. Otra desgracia de la que jamás me repondré del todo....
Molina le mira con los ojos cargados de sorna.
- Pues, mira, ya somos dos.
- No sabes lo ancho que me quedé cuando les pude decir "os avisé" a los niñatos cabrones esos... No lo sabes. Ni mariscada, ni leches, eso sí fue un placer de los de verdad.
- Estos están bien follaos... ¿podemos follar también a los peces gordos?
A Molina se le cae la sonrisa.
- Esos son otro cantar, Corso, de momento están pillados pero sueltos, ¿has leído los periódicos últimamente?
- Verás, en los últimos días, mi pasión por la lectura ha pasado a un segundo plano.
- Ya, me imagino... - Molina se rasca la barbilla con aire distraído- Los medios de comunicación lo saben todo. Otra tragedia más que añadir al lote y, esta, es verdaderamente horrible, verás, los nombres y puestos de esa pobre y honrada gente cuya presunción de inocencia proclama la Constitución, se han filtrado y les están dando cera por todas partes- en cada sílaba hay mala baba.
- Desde luego... cuánto cabrón hay suelto....
- Eso digo yo. Puede que se acabe investigando qué cabrón ha sido el que ha hecho la filtración, pero desde Jefatura nos han dicho que, si eso, ya lo investiguemos el lustro siguiente o al próximo... que no corre prisa....
Al final va a recuperar la fe en el mundo y todo. Por una vez nadie protege a los malos.
- ... total, que el caso es que la filtración ha movido muchas cosas, el Ministro de Interior ha anunciado públicamente una investigación interna de arriba abajo, la Oposición pide que el Ministro dimita por haber tenido una cueva de ladrones y asesinos delante de sus narices, el Ministro ha contestado a la Oposición que eso ya estaba cuando ellos llegaron, la Oposición ha contestado al Ministro que lo mismo dicen, el Gobierno ha contestado en las mismas... y así podría seguir hasta el día del juicio final. Política. Ya sabes como va esto, "sí, bueno yo... pero tú...". Un asco.
La política se la sopla. Todos le parecen igual de malos estén al lado al que estén y lleven las siglas que lleven.
- El caso es que, guerras políticas a parte, se ha armado un buen cirio. Con todo el polvo que se ha levantado... aquí no va a quedar títere con cabeza. De momento están todos suspendidos, a partir de ahora lo mejor que les puede pasar, es acabar sus días limpiando retretes con sus propios cepillos de dientes.
La imagen mental es sugerente.
- Sí, eso está muy bien, pero a mi no me basta con que se dediquen a limpiar zurraspas y se conviertan en apestados. Les quiero en la cárcel.
- Sí, y ahí es dónde van a acabar, puedes estar seguro de que esta investigación no se va a cerrar hasta que tengamos pruebas contundentes de todas y cada una de sus fechorías.
- Pruebas... justo como las pruebas que se llevaron de la caja fuerte de Vázquez, ¿no?
- Sí, como esas- Molina chasquea la lengua con pesar- Si las tuviésemos... todo estaría cerrado del todo, pero no es así. A diferencia de Vázquez, Esparza si cumplió con lo ordenado y las destruyó inmediatamente, las quemó y las llevó a un vertedero, las localizamos pero no queda nada recuperable. Solo cenizas y plástico requemado dentro de una bolsa de deporte. El cabrón era bueno en eso.
Sí, el cabrón de Esparza es buenísimo jodiendo la vida de los demás. Eso no tiene discusión posible.
- No tenemos esas pruebas, pero, Corso, escúchame, Dios no cierra una puerta sin abrir una ventana. Van a pringar, eso te lo asegura Juan Molina.
- Bueno, habrá que hacer caso a ese tal Juan Molina.
Juan Molina se pone repentinamente muy serio.
- Oye, Corso, ¿tú estás seguro de lo que vas a hacer? Dejar la policía, quiero decir.
No tiene el cuerpo para esta conversación, no dice nada, siente que la camiseta que lleva puesta se lo traga.
- Mira, yo no sé que motivos tenías cuando tomaste la decisión de irte, desconozco qué te llevó a decir eso, solo sé que desde hace semanas no dejan de ocurrir cosas horribles a tu alrededor. Saber la verdad de lo que le ocurrió a tu madre, lo de tu padre, Gironella, Gallardo, Vázquez, Internos... lo que le pasó a Leo..- hace un ruido curioso con la boca-...ahora esto otro tan horrible que le ha pasado ahora a Leo. Eso mina a cualquiera.
Se queda helado. Lo que le pasó a Leo... ahora esto otro tan horrible que le ha pasado ahora a Leo. Siempre lo ha sospechado, pero ahora tiene la certeza de que Molina sabe perfectamente que hace poco hubo una noche en la que pasaron demasiadas cosas que nunca debían haber pasado.
Abre la boca para decir algo pero no le sale nada. Molina le pone una mano en el hombro y presiona. Le mira y sus ojos le dicen que no se preocupe, que una cosa es saber y otra muy distinta decir en alto. Asiente.
- No digas nada, solo escúchame. Corso, si he aguantado un año entero a las órdenes de un niñato es porque eres un buen policía. Mira, hay veces en la vida en la que perdemos la perspectiva. Los árboles no nos dejan ver el bosque, tú es imposible que pudieses verlo cuando tomaste tu decisión, y es imposible que puedas verlo ahora. Yo no voy a intentar comerte la cabeza, solo te digo que no te precipites.
- Molina, yo...
- Ya te he dicho que no digas nada, solo piénsatelo. Se te echaría de menos. Mira... en realidad no debería animarte a quedarte, porque ya le he cogido el gusto al despacho y mi señora dice que la corbata me sienta de miedo... pero si no te lo decía, no me quedaba tranquilo.
- Tranquilo, Molina que pase lo que pase, ese despacho es tuyo por derecho propio. Yo solo lo tuve porque Vázquez se sentía culpable, ha sido tuyo desde el primer día.
- Mira, Corso, yo no sé porqué tenías despacho o porque no, tampoco me importa, solo sé que lo has hecho muy bien, Corso, muy bien... bueno...- pone los ojos en blanco- ...todo lo bien que un niñato capullín puede hacerlo, claro.
- Claro, hombre, claro. La aclaración sobraba, caimán.
Molina le sonríe.
- Tómate tu tiempo, anda, piénsatelo. Estoy seguro de que Requena te va a dar todo el que necesites, por muy capullo que sea, sabe que eres bueno y no tiene muchas ganas de soltarte. Piénsatelo, ¿vale?
- Vale.
- Vale... bueno, yo...yo luego volveré a ver si me dejan pasar a ver a Leo, que me quedé con ganas de darle un beso. Mientras tanto... si pasas a verla, dáselo tú de mi parte y.... de la tuya... pues dale todos los que quieras, que seguro que a la medicina que le dan le viene bien que tú le eches una mano o dos.
Le mira con los ojos entre cerrados y le devuelve una sonrisa socarrona. Molina, nunca se le cuenta nada y todo lo sabe. Qué grande es el cabrón.
(Miércoles 19 de diciembre, 13:37)
Está física y emocionalmente agotado. Su cuerpo y su mente son incapaces de descansar. Esta noche ha dormido catorce horas del tirón y se ha levantado peor de lo que estaba antes.
No pensaba dormir tantísimo. Su intención era dormir un par de horas y volver al hospital para una visita nocturna, pero el cansancio le enganchó bien enganchado. Cuando ha abierto los ojos, la habitación estaba llena de luz y el reloj marcaba las ocho y media. Le dolía la cabeza y el cuello.
Debajo del agua de la ducha se le han los males físicos, pero ha empezado a sentirse tremendamente culpable por haber pasado tantísimas horas fuera del hospital. No dejaba de pensar que si algo hubiese pasado, él no habría estado allí con ella.
Ha llegado lleno de prisas y deseando verla pero tampoco hoy ha podido ser. Ha pasado muy mala noche, las enfermeras solo le han dejado verla por la ventana.
Ver por un cristal a una panda de koalas comer eucalipto está muy bien, pero verla a ella así es horrible. Es casi peor que no verla. Tenerla delante de sus narices así, tan solita, tan quieta, tan pálida, tan frágil y no poder tocarla es una tortura.
Ha salido arrastrándose al hospital general en busca de un café y se ha encontrado con Doctor Roberto. Ese tío ha terminado de apañarle el día. Le ha hecho un mixto de noticias buenas y malas que no sabe cómo digerir.
Hay cosas que van mejor. La inflamación de la médula está bajándose muy rápido, y ya está confirmado que la bala no ha provocado ningún daño irreversible a los nervios, el edema de los pulmones está bajando, la consciencia está subiendo y todos lo destrozos de las balas siguen curándose.
Hay otras cosas que siguen igual. Los riñones y el hígado no van ni para atrás ni para delante. No sabe hasta qué punto eso es bueno y tampoco hasta qué punto es malo.
También hay otras que van a peor. Sus defensas están bajo mínimos, los leucocitos disparados por las nubes y la tensión por los suelos, el intestino muy inflamado y la fiebre no baja con nada.
Ese es el menú del día, una puta mierda.
¿Cómo tiene uno que tomarse eso? No sabe cómo se supone que debe sentirse. ¿Contento porque los pulmones empiezan a reaccionar o desesperado porque la infección no da tregua?
No sabe qué hacer con toda esa información, no sabe si mandar a tomar por culo el lado malo y quedarse con el bueno, si olvidarse del bueno y llorar como un cabrón, o si sumar los dos y quedarse a cero. No lo sabe, de verdad que no. Cada vez le resulta más duro mantenerse entero y recordar que esto va a acabar bien y solo es cuestión de tiempo.
Él no es el único que no sabe qué hacer con estas noticias. Doc Rob también parece bastante confuso con todo esto de la noticias mezcladas, aunque lo suyo más que un problema de emociones, es un problema intelectual. Un problema de incompatibilidades.
Se nota que no le entra en la mollera que en Leo haya cosas que mejoren y otras que empeoren o sigan igual. Con su extraño lenguaje ha venido a decirle que lo que le pasa a Leo, simplemente no puede ser, que las cosas que mejoran en ella son incompatibles con las que empeoran o siguen igual. Doc dirá misa, pero las pruebas dicen lo que dicen, que puede pasar y que está pasando.
Lleva toda la mañana pensando en todo eso que ha dicho Doc. Lo de las incompatibilidades. Le ha dado muchas vueltas al asunto. Ha pensado en ello por delante y por detrás. Con la vista fija en las puertas de la UCI acaba de llegar a un conclusión, que esas incompatibilidades que a Doc parecen darle dolor de cabeza, son la manera que tiene Leo de decirle a su guapísimo médico que se puede meter sus diagnósticos fatalistas por dónde el culo, que ella, le pese a quien le pese, no se va morir.
Esto de Leo, no son incompatibilidades, son puñetazos y patadas que le está dando a ciegas a esta peritopollas que se está cebando en ella. Leo no se va a rendir y si ella no lo hace, él menos aún.
Decidido. Se va a lanzar a la piscina con los ojos cerrados, pase lo que pase, nada ni nadie va a quitarle la certeza de que esto va a acabar bien.
Con el sabor de la decisión que acaba de tomar aún fresco en la boca, justo cuando las enfermeras pasan por delante de la puerta de la UCI con los carros llenos de bandejas de comida hacia la zona de cardiología, Mario aparece por su derecha con una expresión más bien extraña.
En silencio llega y en silencio se sienta a su lado mirándole directamente a los ojos. La sombra de barba ha desaparecido. Vuelve a estar perfectamente afeitado y en su camisa no hay asomo de arrugas. Es una gilipolléz, ¿qué tendrá que ver? pero ver a Mario así, como siempre, afeitado y bien vestido, le convence definitivamente de que todo va a salir bien.
Se le ve en la cara que tiene algo que contar, contiene la necesidad de achucharle para que empiece a hablar. Sus labios están apretados en una cicatriz blanca y delgada primero, pero poco a poco se curvan en una sonrisa cálida y ancha.
- Les tenemos.
El estómago se le descuelga y el corazón se queda en suspenso, no está seguro de haber entendido bien.
- ¿A quién?
- A todos.
- ¿A todos?- la sonrisa de Mario se le contagia a él- ¿A todos, todos?
- A todos, todos y esta vez no se nos van a escapar.
Se echa a reír sin poder contenerse. Este es el último empujón que necesitaba para disparar todo su optimismo, la prueba final de que no importa como empiezan las cosas, solo cómo acaban, y que esto va a acabar de puta madre.
- Joder, joder, joder....pero...joder! ¿qué os ha dado Esparza?.
- Esparza no nos ha dado nada, Corso. Ha contado muchas cosas y nos ha dado muchos hilos de los que tirar, pero no nos ha dado nada para coger por los huevos a estos mal nacidos. Eso... - Mario le demuestra que su sonrisa todavía se podía hacer un poco más grande- ... eso nos lo ha dado Leo.
Siente que los ojos se le abren de par en par. Él que se creía de vuelta de todo, últimamente no para de fliparlo. Mario mueve la cabeza afirmativamente. Qué cierto es eso de que Leo es incapaz de estarse sin hacer nada, hasta desde la cama de un hospital y sin moverse no para de hacer cosas. El marcador queda así: Leo, infinito - Malos, menos infinito.
- ¿Leo?
- Leo- asiente firmemente- Supongo que te acuerdas de cierta estantería fabricada en el norte de Europa.
- No me jodas, ¿otra vez la puñetera estantería del Ikea?
- Está dando guerra, ¿eh?
- Ya te digo.
Mario le sonríe de manera curiosa.
- Joder, Corso, no me digas que no tiene gracia que con lo bien montado que tenían todo, vayan a caer porque Vázquez compró una estantería de IKEA, guardó la factura y a Leo le dio por leerla.
Lo cierto es que gracia tiene para aburrir. Es como eso del clavo y el caballo pero en versión moderna.
- ¿Pero cómo...?
- Verás, esa estantería de IKEA no pintaba nada en esa casa... Toda la decoración está hecha por un estudio de interiores muy exclusivo, todos los muebles son caros, muy caros...
- Menos la estantería.
- Menos la estantería. Verás, esto ha sido casualidad. Esta mañana, muy pronto, Rocío y yo hemos ido a hablar con uno de los abogados que Esparza ha implicado. Él aún no había llegado y su secretaria nos ha dicho que le esperásemos en la salita de espera. Pues bien, le hemos esperado un buen rato y a mí me ha dado por echar un ojo a las revistas que había en la mesa, he cogido una de decoración...
- Joder, macho, mira que eres rarito.
Mario sonríe y se encoge de hombros.
- Sí, rarito, pero mi rareza nos ha venido más que bien. Escucha, pasando páginas me encontré con una estantería que era exactamente igualita a la de IKEA, solo que está no era de ellos, era clónica, pero eso sí, el precio no lo era. Frente a los setecientos euros que cuesta la de IKEA, esta costaba sesenta mil.
- Joder, ¿te viene ya con el piso integrado o qué?
- Por el precio podría, pero no, es un diseño de un arquitecto californiano muy reconocido y ya sabes...
- Sí, ya sé, en las marcas pagas las marcas, me lo decía mi madre cuando con quince años quería vaqueros Levi's y ella me los compraba del PRYCA.
- Pues sí, las marcas se pagan, pero también la madera maciza de sequoia con la que está hecha.
Resopla.
- ¿Sequoia? Tío, por mí como si está hecha de madera del arca de Noe, anda, no me jodas con el precio....
- Sí, es mucha pasta para una estantería, pero todos los muebles de la casa están en ese rango de precios, verás, hemos descubierto que la casa ocasionalmente se alquilaba bajo cuerda para sesiones de fotos profesionales y algún que otro rodaje de televisión, por eso la decoración estaba tan cuidada.
- Qué hijo de puta Vázquez... sacando rentas de la puta casa.
- Hemos encontrado en la casa una factura por una estantería de las buenas. Se compró y luego se sustituyó por otra idéntica.
- Ahora me vas a decir porqué, ¿no?
- Ahora te voy a decir porqué. La copia de los suecos es muy buena y, si no eres experto, podría pasar por la auténtica sin ningún problema, de hecho si las pones una junto a otra... es muy difícil diferenciarlas pero... la de IKEA está hecha de aglomerado y no de madera maciza. La madera de sequoia es extremadamente dura. Durísima. En cambio el aglomerado... ese con paciencia y la herramienta adecuada es muy fácil de vaciar.
Sonríe, empieza a ver por dónde viene Mario.
- Me están hablando de un roscón de Reyes, ¿no?
- Yo prefiero llamarlo caballo de Troya pero sí, un roscón vale. Uno con muchas sorpresas.
- ¿Figuritas horteras de porcelana?
- No, precisamente porcelana no es. Habían vaciado las baldas y metido dentro documentos, grabaciones y fotos, después habían vuelto a tapar con láminas del material original.
- ¿Me estás hablando de las pruebas que Leo y yo encontramos?
- De las mismas. Estamos prácticamente seguros de que las que Esparza destruyó no eran las originales, Vázquez hizo copias y las puso en la caja fuerte. Está visto que no se fiaba un pelo de sus socios.
- Bueno, visto lo visto, desde luego que razones no le faltaban, mira qué le acabaron haciendo sus socios.
Mario le mira con los ojos entrecerrados y las cejas fruncidas.
- Verás, Esparza ha declarado una cosa que creo que tú deberías saber. No pensaban matar a Vázquez, la idea era original era protegerle y sacarle del país, la decisión de tomarle se tomó cuando supieron que pensaba traicionarles y entregar la documentación al juez a cambio de un trato.
Ha perdido la capacidad de sorprenderse por la cobardía de Vázquez. El muy hijo de puta mató por ellos y luego, cuando ya no los necesitaba, intentó traicionarles. Una vez más la traición de Vázquez ha puesto su universo patas arriba. Su propia cobardía fue la que le mató.
- ¿Estás bien?
- Sí, sí, estoy bien- sacude la cabeza y carraspea- Al final va a haber que agradecerle que fuese un cabrón maniático y desconfiado. Sigue...
- El trabajo era perfecto. A simple vista o incluso tocándolo, o moviéndolo no se notaba en absoluto que la estantería tenía premio. La única manera de descubrirlo era dándole unos cuantos hachazos.
- Sí, o dar con un poli rarito que prefiera Tu Mueble antes que el Marca.
- Eso también...- la sonrisa se le borra de los labios- Esa casa estuvo llena de policía, la revisaron de arriba abajo, incluso la estantería se movió para comprobar que no había nada detrás, se quitaron todos los libros... si no hubiésemos sabido que era distinta a las demás....
- Ahora eso da igual, Mario, lo tenemos y ya está.
- Sí, y, Corso, lo que tenemos no da lugar a dudas. Hay fotos, fechas, números de cuenta, informes confidenciales, escuchas... el laboratorio aún tiene que verificar que no son falsificaciones, pero, sinceramente, nadie duda que sean auténticos. Han caído. Esos hijos de puta han caído y no se van a volver a levantar. Jamás.
Por una vez las cosas son como deben ser. Pagan los que tiene que pagar.
- Buen trabajo, Mario. Muy buen trabajo, muchas gracias.
Mario se encoge de hombros.
- No sé hasta que punto he hecho algo... yo solo he seguido lo que vosotros dos habíais empezado, nada más.
- No me jodas, Mario, no me jodas. Déjate de chorradas, has hecho un trabajo cojonudo, sin esto que has encontrado tú, a saber cuánto tiempo se hubiese tardado en tener algo sólido... y si se hubiese tenido.
- Bueno, pero si no lo hubiese encontrado yo... lo hubiese encontrado otro.
- Claro, y si Einstein no hubiese encontrado lo que fuese que Einstein encontrase, otro lo hubiese hecho, ¿y qué? Eso no cambia nada, tío, lo has encontrado tú y por lo que dices puede que nadie hubiese dado con ello.
- En realidad, yo solo he puesto la estrellita en la punta del árbol, esto ha sido un trabajo en equipo, como siempre....ahora a lo que importa de verdad, ¿cómo está Leo? ¿hay algún cambio?
Le da una versión íntegra, pero capada de palabros raros, de lo que el médico le ha contado a él mismo hace unas pocas horas. Cuando acaba, Mario le mira con una sombra en los ojos y el ceño fruncido.
- ¿Y qué quiere decir eso, Corso? ¿Quiere decir que esta peor o que está igual?
- Quiere decir que poquito a poco, Mario, eso quiere decir.
- Poquito a poco.
- Eso es.
- Joder, Corso, es que es tan poquito a poco que parece que ni es... - levanta un hombro después cierra la boca.
- Tío, mira los caracoles,
- ¿Los caracoles?- le mira con las cejas fruncidas.
- Sí, los caracoles, los jodíos van muy despacito, a cámara lenta, pero, tío, si les das tiempo llegan a todas partes. Leo necesita tiempo.
- Tiempo- suspira profundamente, después asiente.
Le ofrece la mano y Mario se la estrecha con fuerza.
05 Aguanta
Aguanta, Leo, aguanta
Todo va a salir bien
Vas a ganar la batalla
Aguanta, Corso, aguanta
Todo va a salir bien
Va a volver a casa.
Cuando te sientes solo,
Cuando te falta ese alguien,
Solo tienes que aguantar
Aguanta,
Aguanta mundo, aguanta,
Todo va a salir bien,
Vas a volver a ver la luz.
Cuando eres sois uno,
Uno de verdad,
Haces las cosas
Como nunca las habías hecho
Así que aguantad
(Hold on)
Nota 01: en este capítulo se alternan dos puntos de vista, la cadena " Ω α Ω α Ω α Ω " indica el salto de personaje.
La cronología está invertida en unas cuantas ocasiones, cosas que ocurren después aparecen antes, conviene ir leyendo fechas y horas, pero no es necesario la discrepancia temporal es cuestión de minutos y resulta muy evidente.
(Miércoles 19 de diciembre, 18:44)
No le encuentra por ninguna parte. En su casa no está, en la Unidad tampoco. Ha mirado en todos los bares a los que suele ir, también en los billares. Nada. Pensaba que podría estar en la playa pero un hombre que estaba sentado junto a un kiosco le ha dicho que estaba comiendo cocido en un bar que hay cerca de su casa, uno muy cutre en el que hacen un cocido cojonudo. Ha intentado ir allí pero no sabe llegar a su casa desde aquí. La carretera no está señalizada y no reconoce nada de lo que ve.
Está cansada de dar pedales pero si deja de hacerlo el coche se parará y ella no quiere quedarse en este sitio que no conoce de nada, además tiene muchas ganas de verle.
Esta carretera es muy rara, se estira y se encoge. A veces parece larguísima, y otras es tan corta como el pasillo de su casa. Ya no hay desvíos a los lados, solo se puede seguir recto.
Se está haciendo de noche cuando llega al IKEA. En el aparcamiento no hay más coches que el suyo, solo un par de caballos atados donde deberían estar los carritos de la compra. Uno de ellos le da un lametón en el brazo, y la humedad le produce escalofríos.
Entra dentro del IKEA. Hace frío y está oscuro. Por fuera es muy grande, pero por dentro solo es un pasillo estrecho y muy, muy largo. El pasillo está lleno de estanterías por las dos paredes. Estanterías de IKEA, claro. Están llenas de libros. Mira los lomos y reconoce casi todos. "Eres las chica más preciosa del mundo", "Tengo unos colegas en México", "¿Tú me quieres de la misma manera que yo te quiero a ti?" , "¿Qué ha pasado entre Corso y tú?" , "Aquí no ha pasado nada más. Nada más", "Si a ti te pasa algo, yo me muero". Se ha leído todos esos libros, algunos le gustaron mucho, otros hubiese preferido saltárselos.
Deja los libros en paz y sigue andando. El pasillo se corta bruscamente por una pared. No ve puertas por las que pasar. Tiene que darse la vuelta y volver al coche. No puede. Detrás de ella ha aparecido otra pared lisa. Está atrapada.
Se empieza a angustiar cuando una purtecita diminuta aparece en la pared que ha aparecido primero. Es tan pequeña que tiene que pasar a cuatro patas por ella.
Sale por el otro lado y se encuentra en una sala de un juzgado. No es un juzgado de verdad, ya ha estado en muchos y no se parecen a este. Es como los que salen en las series americanas de abogados. Este juzgado es de Ally McBeal, lo sabe porque puede verla al fondo hablando sola. Dice algo sobre poner gasas a una persona que tiene mucha fiebre. Se pregunta de quién hablará, en la sala solo están ellas dos.
O eso creía, porque un alguacil se acerca a ella y la obliga a sentarse en la primera fila de bancos, justo enfrente del estrado del juez. El hombre es rubio, con ojos azules y pinta de surfero.
- Yo no quiero estar aquí
- Lo siento, es tu obligación.
No quiere quedarse pero se ha quedado pegada al banco y no se puede levantar. Empieza a oír un murmullo de voces. Los bancos hace un momento estaban vacíos pero ahora están llenos. Hay muchos ruidos. Ruidos muy fuertes que la ponen nerviosa.
Se da cuenta de que encima de su cabeza hay un cartelito luminoso que dice BUENOS. Está hecho con un montón de bombillas de colores que parpadean. A su derecha hay otro cartel muy parecido, solo que este dice MALOS.
No le gusta nada la gente que hay sentada en el lado de los MALOS. Conoce a todos. Los ha detenido. Hay maltratadotes, secuestradores, asesinos, violadores. No le gusta esa gente, no le gusta nada. No le gusta que Escobar esté enfrente mirándola como si se la fuese a comer. Escobar es un lobo, ya la mordió una vez. Le da mucho miedo ese hombre.
También está Roberto. Él no le da miedo, en realidad le da pena que tenga que estar ahí sentado con toda esa gente. Entiende que deba estar ahí porque no era BUENO, pero le da mucha pena. Roberto le hizo cosas muy malas a esas dos chicas, cosas que nadie debería hacer nunca. Verle ahí sentado le da ganas de llorar porque hace mucho tiempo le quiso. Ya no le quiere, ya ni sabe quién era Roberto de verdad.
Los malos del banco de MALOS no son los únicos malos del juzgado, hay más. En frente de ella, justo al lado del estrado del juez, hay una pecera de cristal. Tiene otro cartelito luminoso encima, en este sitio hay muchos cartelitos. Este dice NOSOTROS TAMBIEN SOMOS MALOS. El cartel dice la verdad, dentro hay gente muy mala. Está Gironella, está Vázquez, está Rusopelopaja y está Esparza. Esparza es el único que está en color, el resto están en gris. Eso es porque están muertos. Esparza no está muerto, por eso está en color y por eso la mira con cara de pena. No quiere que la mire así, no quiere sus disculpas.
Ya está bien de Malos, es mucho mejor mirar el lado en el que está ella, el de los BUENOS. En el último banco están Mamá, Papá y Santi. Ellos la ven y empiezan a sonreír y mandarla besos. Se siente mucho mejor, se la olvida toda la gente mala que acaba de ver. Delante de ellos tres hay un montón de gente, también los conoce a todos. Está Requena, está Mateo. Están todos sus ex compañeros que ha tenido. Están todos los chicos de la comisaría, hasta los del laboratorio.
También está Gallardo. No sabe si Gallardo le gusta mucho, pero sabe que ella sí era Buena y eso es lo importante. En realidad, eso es lo único que cuenta al final, ser Bueno, o al menos intentarlo. Gallardo se merece estar en este lado, la pobre intentó hacerlo lo mejor que pudo. Le da mucha pena lo que le pasó. Es una putada que un señor venga y te dispare. Se pasa mucho miedo y te lo desbarata todo.
Justo detrás de ella están sus compañeros, sus amigos. Mario, Rocío y Molina. Los tres la sonríen, la hacen caricias y la dan besos. Ellos tres no deberían estar en este banco, debería haber uno especial para ellos porque no son bueno, son muy buenos. Siempre se preocupan de ella y la cuidan todo lo que se deja. Les quiere mucho a los tres. Mucho.
Falta alguien. Ella está sola en el primer banco. Corso no está en este juzgado. Si estuviese, debería estar en el mismo banco especial de Rocío, Mario y Molina. Aunque él piense cosas raras de sí mismo, es muy bueno. Mucho. La cuida y se preocupa muchísimo. También a él le quiere mucho, aunque a él le quiere de una manera muy distinta a cómo quiere a todos los demás, antes le daba mucho miedo quererle así, pero ahora ya no. El miedo se le ha acabado. Ojala estuviese ahí con ella, le echa mucho de menos.
Huele a café. Es el juez que se ha materializado de la nada en su estrado y se está preparando un espresso en una máquina estupenda. Es una cafetera preciosa, es roja y hace un ruido muy gracioso. El juez lleva toga negra, puños de ganchillo, peluca blanca y es igual que George Clooney. Claro, es una cafetera Nespresso, ¿quién si no iba a ser?
Hay un ruido muy grande y se lleva un susto tremendo. Ha sido el juez dando un mazazo.
- El juez, que soy yo, va a hablar, como yo ya he terminado de evaluar este estupendo espresso, se reanuda el juicio contra el señoresparzadeasuntosinternos por vandalismo a estanterías, robo de monedas de chocolate y, lo más importante, manchar con mermelada de fresa la camiseta nueva de la señorita Leo.
Se mira la camiseta y ve que tiene una mancha muy grande. Huele a mermelada de fresa pero está caliente y pegajosa, no le gusta la sensación.
Empieza a tener cada vez más miedo, pero entonces alguien la abraza por los hombros y el miedo se va, y se siente estupendamente bien. Corso la mira y sonríe debajo de su enorme sombrero mexicano. Va vestido de mariachi. Lleva un traje negro con bordados plateados. Está guapísimo.
- Oye, cariño, en las noticias han dicho ya se sabe el resultado del juicio, ganamos nosotros. Esta gentuza se va a pasar el resto de su vida picando piedras. Todo va salir bien, así que no tienes que tener miedo a nada.
Él se inclina y la da un beso en la cara. La barba raspa más de lo normal, pero es una sensación que le gusta. El murmullo de voces empieza a desaparecer, y aparecen sonidos nuevos que la resultan muy familiares. Un pitido intermitente y un ronroneo suave de motor. Ya no queda casi nada del juzgado, solo el olor a café.
- Poquito a poco esto se está arreglando.
Corso se lo dice al oído y un escalofrío la recorre de pies a cabeza. Cuando él se incorpora, y puede verle de nuevo la cara, le ve muy borroso. Se da cuenta de que ya no lleva puesto el sombrero mexicano y que la chaqueta bordada ha desaparecido. De golpe es consciente de que tiene frío, de que le pesan los párpados y de que le duele hasta el alma.
- Hey, hola, hola....- una mano le acaricia el pelo y otra la cara.
Parpadea un par de veces pero la imagen no se hace más clara. Es como si llevase puestas las gafas de Rompetechos o estuviese borracha. Cierra los ojos. Este no es el sueño absurdo que tenía hace un momento, pero tampoco está segura de que esto sea real.
No debe serlo, este Corso tiene una barba que al real nunca le ha visto, así que debe ser otro sueño. O no. Se queda dormida pensando que ya tiene la respuesta a ese viejo anuncio de compresas. ¿A qué huelen los sueños? Los sueños huelen a café y dan escalofríos.
(Miércoles 19 de diciembre, 18:55)
Esta tarde, por fin, le han dejado pasar a verla. No hubiese podido aguantar otra negativa, si le llegan a decir que tenía que conformarse con ser un mirón de ventana, hubiese armado un taco de impresión. La alegría de que hayan levantado la veda a las visitas le ha durado bien poco, justo hasta que ha entrado en la habitación y ha visto el panorama.
Todos estos días la ha visto perfectamente quieta y tranquila. En este momento no es el caso de ninguna de esas dos cosas. Tiene las cejas ligeramente fruncidas, los párpados se mueven sobre los ojos cerrados y los dedos bailan inquietos sobre las sábanas. Tiene toda la pinta de estar delirando en sueños.
Puta fiebre, parece que no le da la gana dejarla en paz. Tiene tanta que se ha asustado cuando la ha dado un beso en la frente. Las enfermeras llevan todo el día yendo y viniendo para pasarla gasas húmedas por la cara y los brazos. Hoy han vuelto a destaparla de cintura para arriba.
Ve que los moratones tienen mejor pinta, que el verde ha cambiado a un amarillo pálido. Si siguen así en un par de días habrán desaparecido. También ve que las costillas que las vendas del pecho no tapan se le marcan bastante más que el otro día, aún parece más frágil que el otro día. Si sigue así, lo del cocido en el gotero no va a ser ninguna tontería. La puta fiebre y la puta infección se la están comiendo de verdad. En este momento tiene que hacer un esfuerzo mayúsculo para recordar su propósito de ser positivo.
- Hola, cariño. Me acabo de tomar un café que no veas, si te dan a ti eso armas la marimorena... qué malo por dios, me voy a tener que comprar una cafetera de esas que anuncia el Clooney ese para llevarla siempre a cuestas.... digo yo, ¿tan difícil es hacer un café decente?
No deja de sorprenderse de las tonterías que podrá decirla cada vez que entra en la habitación. Es curioso las cosas que el miedo le hace a tu lengua y a tu cerebro.
La enfermera le ha dicho que no se corte en pasarle la gasa húmeda por la cara y los brazos, que seguro que ella agradecerá que la toqueteen unas manos que no sean desconocidas. No sabe si Leo notará la diferencia entre las manos de una enfermera y las suyas, ojala sí, pero desde luego para él es muy grande poder hacer algo por ella. Aunque sea una mierda que no va a llevar a ninguna parte como pasarle una puta gasa mojada. No sentirse completamente inútil es cojonudo, lo necesitaba.
- Bueno.... la fiebre está no sé quien se habrá creído que es, va a haber que darle caña, ¿vale?
Humedece la gasa en la palangana que hay sobre la mesilla, y la pasa despacio por el brazo derecho hasta la altura del codo. Ve que toda la piel se le pone de gallina. Cada vez que ve esta reacción en ella piensa que las cosas no pueden estar tan mal como el médico quiere hacerles creer. Si su cuerpo reacciona...
No acaba el pensamiento porque en el pasillo se oye un tremendo ruido que hace que casi le de un infarto. Ve por el cristal que a una enfermera se le ha caído un montón de instrumental metálico al suelo. Juraría que el cacharro este al que Leo está conectada, por un par de segundos se ha acelerado, pero no sabe si ha pasado de verdad o si solo son sus ganas de verla reaccionar de alguna manera, jugándole una mala pasada.Sacude la cabeza y se olvida de lo que debe haber sido un espejismo. Soñaba el ciego que veía y eran las ganas que tenía.
- No sé si te lo han dicho ya, creo que no... verás, esto te va a gustar mucho, han detenido a todos esos cabrones que estaban detrás de Esparza. A todos. Se les han acabado los días de vino y rosas para siempre.
Leo no reacciona de ninguna manera con la noticia. Es tan tonto que había esperado algo.
- Va a haber juicio, claro que sí, pero ya está cantado. Leo, esos hijos de puta van a dar con sus huesos en la cárcel y no van a volver a salir hasta que necesiten andador y pañales para adultos. Están follaos, folladísimos. Les va a salir muy, muy caro haberse atrevido a hacerte daño, puedes estar segura de eso. Te juro que Esparza y tosa esa gente que ha hecho esto no va a volver a pisar la calle hasta que sean unos fósiles asquerosos, te lo juro. Escúchame, Leo, todo va a salir bien, así que no tienes que tener miedo a nada.
Ve que ella relaja el ceño, por un segundo no parece tensa. Se pregunta con qué sueña. Se acuerda de una vez que se pasó tres días con treinta y nueve de fiebre por unas anginas. Las pasó putas, tuvo sueños raros de pelotas, joder, es que los sueños que se tienen con la fiebre son malísimos, muy pesados, muy cansinos, muy surrealistas. A saber qué ve ella que tiene más de cuarenta. Se inclina sobre ella hasta que los labios rozan su orejita.
- Poquito a poco esto se está arreglando- la besa en la sien y se incorpora después de soltar un suspiro bestial.
Se queda congelado. Algo ha cambiado mientras no la miraba la cara. Ha ocurrido un milagro de esos de andar por casa.
Una rendijita color miel ha aparecido entre pestañas espesas y oscuras. El corazón se le acelera y la gasa se le cae de la mano. Ni se molesta en mirar donde cae, ya se ha olvidado de gasas y gasos, solo importa ese brillo castaño y somnoliento delante de él. Coge con mucho cuidado su carita entre unas manos a las que les ha entrao la temblaera.
- Hey, hola, hola....
Ella parpadea un par de veces como si las pestañas le pesasen toneladas, después cierra definitivamente los ojos. Joder, joder, joder. El corazón se le ha vuelto loco dentro del pecho. Se da cuenta de que está temblando de pies a cabeza.
No está seguro de que le haya visto, pero qué ganas tenía de volver a ver esos ojitos, pensaba que el momento no iba a llegar nunca. Espera un rato mirándola y aguantando la respiración por si la rendijita vuelve a aparecer. Cuando entiende que no va a volver a pasar, se inclina sobre ella y besa en el hombro. Le acaba de quedar clarísimo que el viento ha empezado a cambiar de dirección
(Jueves 20 de diciembre, 08:47)
Hace un momento las cosas estaban tranquilas, iba y venía de la inconsciencia mientras Papá le contaba algo sobre celebrar la Nochebuena en Marzo y cenar lo que a ella le diese la gana. Patatas fritas y huevos. Le gustaba estar entre sueños, oír su voz grave y sentir su mano acariciándola. Hasta hace un momento no se sentía demasiado mal, no había demasiado dolor y la cabeza estaba bastante despejada, pero de golpe todo se ha puesto mal.
Ha empezado a sentir que se ahogaba. Los pulmones han empezado a funcionar por su cuenta, a hacer cosas que ella no quería que hiciesen, a respirar a un ritmo que no era el que su cerebro ordenaba. Es muy angustioso sentir que no eres tú quien manda sobre tu cuerpo, que hay otra persona manejando tus pulmones.
Se está mareando y las máquinas que la rodean se han vuelto locas. El pitido que oye no es el de siempre, suena muy rápido. Si ese es el sonido de su corazón no puede ser nada bueno que pite así. Suena como si fuese a reventar de un momento a otro.
Está asustada, Papá la agarra la mano muy fuerte y la mira con los ojos muy asustados. Le cuesta entenderle lo que le dice, por su cara cree que está gritando pero no está segura, a ella su voz le suena como un susurro muy lejano. Se le van los oídos, el mundo pierde consistencia como si fuese de agua. Se va a desmayar, se ahoga, necesita oxígeno y lo necesita ya.
Los contornos de las cosas empiezan a disolverse, se juntan los unos con los otros hasta que todo se vuelve una pelota negra sin formas. Oye una maraña de voces algunas hablan con ellas otra no, siente una mano zarandeándola la suavemente la cara, entiende su nombre varias veces, después deja de oír y de sentir. Todo se vuelve completamente negro y mudo.
(Jueves 20 de diciembre, 08:44)
Pensaba que Leo estaba sola, pero no, no lo está. Su padre está con ella. Se les queda mirando con media sonrisa. El hombre está inclinado sobre ella. A su lado Leo es un bultito minúsculo bajo las sábanas. Ve que está hablándola y acariciándola el pelo.
Verles es como ver una de esas fotos de calendarios moñas en las que sale un enorme, y supuestamente fiero, Rott Weiller plácidamente acurrucado junto a un gatito diminuto. Desde luego Leo y su señor padre serían una foto bien curiosa tal y como están, pero ni tiene cámara, ni intención alguna de hacer de este momento un momento Kodak. Hay una cosa preciosa llamada intimidad.
Ser un fisgón en general es una cosa muy fea, serlo en este caso es poco menos que un pecado capital. Él odiaría ser mirado en un momento tan íntimo, no va a ser hipócrita. Además, si el padre de Leo le pillase fisgando, sería la guinda para hacer un "amigo" de por vida.
Da la espalda a la ventana de la habitación. Valora sus posibilidades y decide ir a sentarse a la sala de espera de Cuidados Intensivos. Ya está bien de andar jugando al escondite con la familia de Leo. Ellos saben de sobra que está en el hospital, si necesitaba confirmación, ya se la dio el otro día el hermano. No quiere dar lugar a que piensen que se está escondiendo por vergüenza o porque tenga algo que ocultar. Estas cosas, cuanto más tiempo tardes en enfrentarte a ellas, peor. Ya va siendo hora de echarle de verdad al tema esos huevos en los que últimamente tanto piensa.
Echa a caminar despacio por el pasillo preparándose mentalmente para el encuentro. Algo ocurre a medio camino que le frena en seco. En un instante, el pasillo en el que está deja de parecer el de un hotel y se muestra como lo que es, el pasillo de la unidad de cuidados intensivos de un hospital.
Durante unos segundos se queda clavado en el sitio flipando por como todo el personal que hace un momento estaba completamente relajado, se pone en modo de emergencia a la velocidad del rayo.
Un par de enfermeras pasan con un chirimbolo de esos de dar descargas, los celadores gorilas aparecen en escena y Doc Rob se materializa de la nada estetoscopio en mano. No es hasta que empieza a oír los gritos desesperados del padre de Leo cuando deja de flipar y los cojones se le caen directos al suelo.
Tarda un par de segundos en reaccionar, darse la vuelta y echar a correr. Tiene la impresión de que las piernas se la van a doblar mientras corre como no ha corrido en la puta vida. Con cada zancada que da, oye cada vez con más claridad los gritos del padre de Leo y un pitido que suena tan angustiado y desbocado como su propio corazón.
Llega a la puerta de la habitación justo cuando los celadores que ha visto pasar antes están sacando del brazo al padre de Leo. Intenta colarse pero uno de los enormes hombres le deja claro con la cabeza que ahí dentro no pinta nada.
Tiene un segundo que le permite ver a Doctor Roberto inclinado sobre Leo, dando órdenes a las enfermeras, antes de que una de ellas cierre la persiana y le deje a oscuras en medio de un pasillo completamente iluminado.
Se tapa la boca con las dos manos. Inclina el cuerpo hacia delante. Está aterrorizado. El corazón le late tan rápido que podría reventarle en cualquier momento y no sería una sorpresa. Siente la boca seca y las manos heladas.
Busca algo de consuelo en la cara del hombre que tiene delante, alguna señal de que no tiene porqué asustarse, pero no la encuentra. Solo ve unos ojos perdidos y llenos de lágrimas. Unos pasos apresurados a su espalda le hacen girarse. Son la madre y el hermano de Leo. Ni la mujer ni el chico le miran.
- Papá, ¿qué está pasando?
El hombre les mira a los dos con cara de ido, es como si no hubiese oído a su hijo.
- Guillermo...- su mujer la pone la mano en el brazo, eso parece hacerle reaccionar porque empieza a negar despacio con la cabeza.
- No lo sé... no... estaba dormida, estaba... joder, estaba tranquila, después ha empezado a ponerse muy inquieta... ha abierto los ojos, me ha mirao, luego... luego la esa cosa se ha puesto a pitar como una loca ... Yo... no... no sé... todo ha empezado a pitar..ella se... se ahogaba...
- ¿Se ahogaba?
- No lo sé, joder, Santiago, no lo sé.
El hombre se tapa la mano con la boca y mira a su hijo con los ojos llenos de angustia. Uno de los celadores se acerca a ellos y les dice que lo siente muchísimo pero que ahí no pueden estar, que el pasillo tiene que estar libre y que dónde deben estar es en la sala de espera. Ninguno encuentra las fuerzas para protestar. Se dejan conducir dócilmente hasta la sala de espera.
Los siguientes veinte minutos son un batido de puro miedo y angustia. Nadie dice una sola palabra y nadie se atreve a mira a nadie. Se quedan de pie, ni demasiado cerca, ni demasiado lejos unos de otros. Pone todo su afán en no pensar en nada pero su mente se empeña en hacerle ver todas las posibles maneras en las que el hijo de puta de Doctor Roberto va a entrar en esa puta sala y les va a decir que ese lo peor del que no dejaba de hablar, ya ha pasado, que Leo se le ha escurrido. No había sentido esta clase de miedo en su puta vida.
Cuando Doctor Roberto entra, cuatro cabezas se giran hacia él. El tío trae una cara que no dice absolutamente nada. Se acojona un poco más.
La temida pregunta es incapaz de avanzar por la garganta y salir por la boca. El miedo le ha paralizado. No es el único, no se oye ni una mosca. A todos se les ha comido la lengua el gato. Es Doctor Roberto quien, después de un silencio que se le hace interminable, toma la iniciativa.
- Pueden estar tranquilos, Leonor está estable.
Se lleva las manos a la cabeza y deja escapar un aliento que no era consciente de haber estado conteniendo. Si no se mea encima de puro alivio, es porque acababa de ir al baño.
- Vale, vale, vale, ¿pero qué es lo que le ha pasado? Se estaba ahogando, se ahogaba- la voz del padre, ¿Guillermo?, suena llena de gallos y nervios.
- Efectivamente, Leonor se ahogaba. Ha entrado en conflicto con el respirador, ha tratado de marcar una pauta distinta a la impuesta, se ha producido una asincronía y esto ha llevado a un brusco descenso en la saturación de oxígeno produciéndose el ahogo y disparándose la frecuencia cardiaca.
El tío lo ha dicho de la manera más enrevesada y ortopédica posible y encima en un tono tan normal como si estuviese leyendo el menú del día de un bar, pero cree que lo que acaba de oír es algo increíblemente bueno.
- ¿Eso qué quiere decir?- la madre lo pregunta muy despacio, parece que a ella también le ha sonado demasiado bueno como para ser verdad.
- Quiere decir que Leo ha alcanzado un nivel de consciencia que la permite ventilar espontáneamente sin ayuda del respirador.
- ¿Está... está respirando sola?- es el hermano quien lo pregunta con su voz de recién levantado temblorosa al máximo.
- Eso es, respira sola, por supuesto va a seguir requiriendo soporte respiratorio pero ya la hemos desentubado y pasado a un tipo de ventilación no invasiva.
Le perdona que hable de esa manera tan ortopédica por lo que acaba de decir. Joder, no es que sea demasiado bueno para ser verdad, simplemente es una verdad cojonuda. Siente cómo la cara de pavor le cambia a una de felicidad absoluta en cuestión de décimas de segundo, y no es al único. Los padres de Leo se abrazan el uno al otro, Santi empieza a reírse y hasta una mujer que no tiene nada que ver con ellos, posiblemente aburrida de malas noticias, sonríe. Le da miedo hacer ninguna pregunta, teme un contrarevés de esos que tanto le gusta a Doc Rob, uno que anule de golpe la buena noticia.
- Eso es muy bueno, ¿no?- la voz le sale llena de cosas raras.
Doctor Roberto hace algo que nunca le había visto hacer y de lo que le creía incapaz. Sonríe.
- Por supuesto que el hecho de que haya ventilación espontánea da pie a cierto grado de optimismo pero deben entender que su estado sigue siendo crítico.
Eso está muy lejos de ser un "sí", pero viniendo de Doctor Roberto ese "cierto grado de optimismo" suena a gloria bendita.
- En un rato podrán pasar a verla. Le hemos bajado la sedación, eso unido a que su nivel de consciencia ha subido notablemente, hace muy probable que en las próximas horas empiece a tener más periodos despierta.
Doctor Roberto debe estar volviéndose loco porque antes de irse vuelve a sonreírles. La madre de Leo se pone a llorar en cuanto el médico se va. Su marido la abraza riéndose entre lagrimones enormes.
- Julia, cariño, venga, no me llores, ya lo has oído, la niña está respirando ella solita.
Ella asiente y, sin dejar de llorar, empieza a reírse. El hijo se abraza a sus padres y se pone en el mismo modo risa- llanto. Siente que sobra, este momento es para que estén ellos tres solos, así que sale despacito de la sala de espera y de la UCI.
En cuanto se ve solo en un pasillo, se recuesta contra la pared. Esto de hacer a la vez dos cosas que se dan de hostias la una con la otra debe ser muy contagioso, porque él también empieza a reírse y a llorar a la vez. .
(Jueves 20 de diciembre, 18:34)
Una luz blanca y cegadora. Molesta. Molesta muchísimo. Quiere cerrar el ojo pero algo lo tiene sujeto. La luz se aleja. El resplandor blanco se rompe en mil pompas que la llenan los ojos. Está agotada, perdidísima y dolorida. Piensa que en cualquier arcén de cualquier carretera comarcal habrá conejos atropellados sintiéndose mejor que ella.
- ¿Leonor? ¿Leonor? - la voz parece salir de la nada.
La irrealidad de la luz y el tono grave y serio, le hacen pensar que es la voz de Dios la que le habla. Eso es absurdo, Dios de existir no la llamaría Leonor, de existir lo sabría todo y sabría que detesta que la llamen por su nombre.
No es la voz de Dios y esto que lo llena todo no es un sol artificial. La voz es completamente terrenal y la luz viene de una linterna. No está con Dios, sigue en el hospital y contra lo que ella creía sigue viva. Una gran sensación de alivio y de gratitud la recorre de pies a cabeza.
- ¿Leonor? ¿Puedes oírme? - la voz que no es la de Dios insiste.
Parpadea intentando aclarar la visión. Poco a poco las pompitas de luz estallan y desaparecen. Empieza a ver. Tiene delante un hombre rubio de ojos azules que parece sacado de una serie de televisión o de un catálogo de ropa de tío. Le resulta vagamente familiar, cree haberle visto antes. Si lo piensa la voz también la suena conocida. El médico hace algo con la cama y se encuentra en una postura más parecida a estar sentada que tumbada. Lo agradece ella y lo agradecen sus doloridos pulmones, así respirar resulta más sencillo.
- ¿Entiendes algo de lo que te digo?
Siente la garganta como si la tuviese llena de cristales rotos. Traga saliva con dificultad. Duele.
- Es mejor que de momento no hables, ¿vale? has estado intubada y tienes la garganta muy inflamada. Solo asiente con la cabeza o parpadea, lo que puedas.
Comprueba que, más mal que bien, puede hacer las dos cosas. Asentir cuesta pero se niega a comunicarse a base de parpadeos como si fuese una especie de apio enorme.
- Bien, muy bien- el hombre le sonríe con una hilera de dientes blancos y perfectos- Estás en la unidad de Cuidados Intensivos del hospital Federico Olóriz y Aguilera. Yo soy Roberto Caza, jefe de la unidad, y tu médico- frunce las cejas- ¿Recuerdas porqué estás aquí?
Asiente débilmente. Hay cosas que no son fáciles de olvidar. Forma la palabra "disparo" con los labios sin atreverse a poner voz.
- Eso es, te dispararon. Ingresaste con cuatro heridas de bala.
Se pregunta si está oyendo bien. El cerebro se le bloquea. Eso es imposible. Fueron dos balas, la que la hizo estallar la tripa, y la que le reventó el pecho. Dos, no cuatro. Este hombre tiene que haberse confundido de paciente.
- Eso no lo sabías, ¿verdad?
Hace un movimiento negativo con el cuello.
- Si quieres te puedo contar esto en otro momento, cuando te sientas más fuerte.
Vuelve a negar. No quiere esperar a tener otro momento de lucidez, necesita saber.
- Tu familia está fuera, ¿quieres que les llame para que estén contigo mientras te lo explico?
Una negación más.
- ¿Estás segura?- asiente- Bien, verás, Leonor...
El médico guapo le cuenta una historia terrorífica sobre órganos abdominales y pulmones dañados, sobre balas alojadas en columnas vertebrales, sobre vértebras aplastadas y médulas inflamadas, sobre costillas destrozadas, sobre trozos de intestino y de hígado que ya no están, sobre infecciones, sobre riñones que no están bien, sobre respiradores y crisis respiratorias. Le cuenta una historia de terror y ella no siente absolutamente nada mientras le escucha.
Sabe que debería sentir algo pero no es así. No puede. Este hombre le está contando lo que le ha pasado a una persona que no es ella. No habla de ella, definitivamente se ha confundido de paciente.
El cerebro parece decidir que ahora es el momento adecuado para salir por la puerta trasera, antes de que empiece a sentir nada o de que esa pobre descocida que tan chunga está tenga su cara. Se desconecta del mundo real y se zambulle en la inconsciencia.
Olores familiares. El tabaco de Papá. No todos los tabacos huelen iguales. Lo mismo al no-fumador se lo parece, pero a su nariz no se la engaña. Cada tabaco tiene un sabor y tiene un olor. Papá es la única persona que haya conocido en su vida que fume Winston. En realidad está completamente convencida de que esa marca sigue existiendo en España únicamente por él.
También huele a Mamá. A esa mezcla de suavizante, colonia y crema que lleva asociando a ella desde que era una niña. Nota la mano grandota y callosa de Papá sobre la suya, la de Mamá está en su frente, distingue sus dedos lagos y delgados. Les echaba de menos.
Descubre llena de rabia y frustración que los párpados no van a colaborar con ella. Parecen estar pegados con superglue. No puede con ellos. Concentra todo resquicio de fuerza que le queda en la garganta. Consigue arrancar un ruido que no sabría como llamar, si gruñido, si gemido, si quejido o qué.
- ¿Leo?
Los párpados están en huelga pero encuentra un aliado en su dedo índice. Se las apaña para darle vida y dar un toquecito en la mano sobre la suya.
- Hola, chiquitina, hola.
El sonido de la voz de Papá la arranca un amago de sonrisa. Da igual los años que tenga, para él siempre va a ser su chiquitina. Un beso en la frente y un apretón muy fuerte en los dedos. Se siente sonreír. No va a dejar que esos párpados vagos suyos le ganen la partida, tiene demasiadas ganas de verles. Se esfuerza, se esfuerza y tiene recompensa. Consigue entreabrirlos una rendijita.
Está vez no ha habido destellos de soles artificiales. El mundo está claro y despejado. Justo enfrente de su cara está la de Mamá, un poco más allá la de Papá. Viéndoles tiene la sensación de que han pasado muchos años desde la última vez que les vio. Se pregunta si Mamá siempre ha tenido esas ojeras, y si en el pelo y la barba de Papá siempre ha habido tanta hebra gris.
Es curioso, a los dos les llega la sonrisa hasta las orejas, pero los dos están llorando. Nunca había visto llorar a Papá. Intenta decirles que se va a poner bien pero es incapaz de hacerlo, solo consigue toser y dejarse el pecho y la tripa en el intento.
- Chsss, ya está, ya está. Tranquila, ¿vale? Tranquila, mi vida, no hables, no lo hagas.
Consigue controlar la tos entre la voz tranquilizadora de Mamá y las caricias de sus dedos.
- Eso es, cariño, eso es. Haz caso a mamá, tú solo descansa.
Asiente despacio. Se siente agotada. La tontería de intentar hablar la va a pagar cara, se va a quedar dormida enseguida. Algo tira de ella y la saca fuera de escena mientras Mamá le está diciendo que Santi está fuera y que la quieren mucho. .
(Viernes 21 de diciembre, 19:56)
A simple vista el panorama ha cambiado muy poco, sigue rodeada de pantallitas que hacen dibujos raros como de libro de mates de las serias, de esas que él no entiende. Tampoco han desaparecido los tubitos que se la clavan en la carne, ni los cables pegados a su pecho. Eso sigue igual, pero ya no tiene un puto tubo metido por la boca que haga funcionar a sus pulmones.
Ahora solo tiene una máscara como de película de aviadores que se asegura de que le llegue el oxígeno que necesita y que deja fuera todas las cosas chungas que no necesita para nada. Este cambio es más que suficiente como para ponerle en la cara una sonrisa como la del gato ese cabroncete de Alicia en el País de las Maravillas.
Máscara por tubo no es el único cambio. Hay más cambios. Unos que no se ven con los ojos. El cerebro de Leo ya no está entre dos tierras. Se ha decidido por una de ellas, por esta. Ya no está en un sitio raro del que solo se la pueda traer haciéndola putadas, simplemente está dormidita. Es cojonudo verla y saber eso. Lo cambia todo. Ya no viene a hablarla hasta que la lengua se le caiga con la esperanza de traerla de vuelta, se ha acabado llenarla los oídos de gilipolleces, ahora solo quiere estar un ratito con ella y verla dormir.
Por primera vez en muchos días se atreve a sentarse en la cama. Lo hace con el mismo cuidado que si lo estuviese haciendo sobre una mina antitanques. Durante un par de segundos no se atreve ni a respirar. Le aterra la idea de haber plantado el culo sobre un cable y o algo así. Ninguna alarma se dispara en ningún sitio, así que asume que no la ha liado con su ocurrencia de sentarse.
Así, sentado en la cama, sus caras quedan prácticamente a la misma altura. No tiene que inclinarse para besarla en la frente, solo echarse un poco hacia delante. La frente sigue estando muy caliente, y eso ya no le gusta en absoluto.
Con un suspiro se retira de su piel y mira su carita. No duda ni por un segundo que la mayoría de las suecas están bastante más morenas que ella, pero la piel empieza a tener algo de color, ya no es casi transparente. Hasta el pelo vuelve a parecer castaño
La máscara es una jodienda, le tapa toda la boca y la nariz y no puede verla bien. La vista se le va sola hasta esos ojos enormes suyos. Ni que estén cerrados, ni esas ojeras que parecen pintadas con una tiza morada le hacen cambiar de idea. Los ojos de Leo son los más bonitos de este puto mundo.
Tendrá ojeras, estará más pálida que una nórdica, la habrán llenado de tubos y de cables, la habrán hecho mil perrerías, llenado de gasas y vendas, pero... qué bonita es, joder. La chica más preciosa del mundo es ella y no hay absolutamente nada que pueda cambiar eso. Ni hoy, ni mañana, ni nunca.
Hoy sí que parece muy tranquilita y relajada. No cree que tenga ningún sueño de esos raros que te da la fiebre y que hace que en tu cabeza se mezclen churras con merinas. Le encanta verla así, sin tubo y sin tensión en la carita.
Coge su mano entre las suyas. Ya no está nada hinchada, casi ni hay moratón. Solo una sombrita amarilla que en un par de días habrá desaparecido del todo. Desde luego que fue una soberana hostia la que soltó. Ya lo cree que sí. La mira a la cara y sonríe. Piensa en que a nadie se le ocurriría que esta cosita de aquí sea capaz de arrear semejantes mamporros. Su hermano tiene razón, Leo engaña mucho. A él le engañó, la primera vez que la vio la tomó por una pijita moñas. No se podía haber ido más lejos.
Está viéndola dormir cuando siente algo que le hace llevarse el susto del siglo. El pulso se le dispara y le pone al borde de la taquicardia. Le ha parecido sentir algo rozándole el dorso de la mano. Coño, que sigue sintiéndolo. Te has flipao tú solo, tío.
Le da miedo mirarse la mano y ver que, o se ha vuelto loco, o que solo ha sido una puta tela de araña o algo así. No. No es una telaraña, en al UCI no hay de eso. Tampoco se ha vuelto tarumba.
Delante de sus narices hay un dedito moviéndose tímidamente sobre su piel. No se lo puede creer. Se oye hacer un ruido que es una mezcla entre un gemido, una risa y aire que se le escapa. Parpadea un par de veces y el dedito sigue moviéndose. No se ha flipao, esto está pasando de verdad.
- ¿Le...Leo?
La contestación en forma de mini apretón tarda un segundo en llegar. Sube la mirada de las manos hasta su cara. Los ojos siguen cerrados pero bajo la mascarilla ve formarse algo que se parece muchísimo a una sonrisa. Hostia puta.
- Hola, hola, cariño...- le sale un susurro lleno de gallos.
Ella le da otro apretón, está vez un poquitín más firme y más largo. Joder, joder, joder. Esto sí es un subidón y lo demás tonterías. Le sale una risa rara de pelotas. No puede creerse que esto esté pasando de verdad. Se lleva su manita a los labios y la besa sin perder de vista un solo segundo su cara. Ve que la sonrisa bajo la marcara transparente se hace todavía más grande. Un dedo muy frío le acaricia despacito los labios. Se vuelve a reír como hace tiempo que no hacía, después se come a besos ese dedo.
- Hey, hola, hola, bienvenida...- no puede dejar de acariciarla el pelo con la otra mano mientras se repite como la morcilla.
Se inclina y la besa un montón de veces en la frente. La oye hacer un ruido con la garganta como si se la estuviese intentado aclarar.
- No, no, no, no. No intentes hablar, cariño, tienes la garganta hecha polvo.
Ella parece que se relaja y asiente un poquitín con la cabeza. Ha sido un movimiento que si no hubiese estado mirándola fijamente, ni habría visto, pero se siente tan orgulloso de ella como si acabase de pintar las Meninas con tres botes de témperas.
Encaja los dedos entre los de ella. Sus pulgares se acarician y se dan cariño el uno al otro. Por un momento se siente de vuelta unas semanas atrás, a una sala de interrogatorio. Parece mentira la de cosas malas que han pasado entre medias.
Sacude la cabeza, ya vale de echar la vista atrás, lo único que importa es el aquí y el ahora. No cree haberse sentido tan contento en la vida. Lo único que haría este momento aún más perfecto es poder ver sus ojos abiertos. Eso sería cojonudo a más no poder, pero todo llegará. Queda mucha tela por cortar, tela que no va a ser agradable, pero esto ya está sentenciado, los cojones de Leo han ganado el partido por goleada. .
(Viernes 21 de diciembre, 19:58)
Se despierta en el preciso momento en el que un beso aparece en su frente. Reconoce la sensación de la barba sobre su piel. Cree que estaba soñando con él, pero no está segura de todo. Ahora mismo tiene la cabeza muy cargada y se siente algo confusa, cree que tiene fiebre.
El cuerpo le pesa da una manera brutal. Se siente más en Júpiter que en la Tierra. Completamente aplastada contra el colchón. Estos calmantes que la ponen deben de ser de caballo o de hipopótamo.
No le ha oído decir una sola palabra pero le nota sentado en la cama. Siente su mano dentro de la de él. Concentra en la mano derecha todas sus energías, igual que solía hacer cuando de cría le dio por intentar doblar cucharas con la mente. Nunca consiguió doblar ninguna cuchara pero hoy si consigue movilizar el dedo. Siente su piel templada contra su yema. Le oye contener el aliento y reconoce un temblor en la mano que sujete la suya. Tiene la impresión de Corso acaba de llevarse un buen susto.
- ¿Le...Leo?
Siente que los labios se le curvan solos en una sonrisa. Consigue apretar los dedos contra los de él. Vale, es una mierda de apretón pero hace que se sienta tremendamente orgullosa de sí misma.
- Hola, cariño...
Está colocada pero no lo suficiente como para no haberse dado cuenta de que Corso acaba de llamarla cariño. Cariño. Eso se merece un esfuerzo mayúsculo. Se esmera en dar un apretón que, sin ser una maravilla, sí resulta bastante más convincente que el de antes. Le oye reírse y siente besos estallando en su mano. Un escalofrío que no se parece a los que últimamente siente, le sube por todo el cuerpo. Le encantan sus besos.
Estira un dedo y le acaricia los labios. Nota unos pelillos más largos de lo habitual rozándole los dedos, al final va a ser que el Corso barbas que recuerda haber visto antes, ¿cuándo era ese antes?, era completamente real. Intenta abrir los ojos para comprobarlo, pero la super extra gravedad que tiene encima sigue haciendo su trabajo demasiado bien. Deja de intentarlo, se relaja y disfruta de lo que sí puede hacer. Sentir.
- Hey, hola, hola, bienvenida.
Bienvenida, como si hubiese estado de viaje. Este recibimiento se merece, como mínimo, un hola de respuesta. Carraspea y se siente como una tragasables de pacotilla, parece que alguien ha echado un bidón de gasolina y una cerilla dentro de su garganta.
- No, no, no, no. No intentes hablar, cariño, tienes la garganta hecha polvo.
Parece que no aprende, todavía se acuerda de la tos de la última vez, ¿esto otro cuándo fue eso? Acepta la realidad, de momento no es buena idea intentar ponerse a dar conferencias. Asiente débilmente con la cabeza. Ya vendrá el momento de decir cosas, este es el de acariciar y que la acaricien.
.
(Sábado 22 de diciembre, 07:43)
Se siente un hombre nuevo. Esta noche ha dormido once horas de un tirón y, por primera vez en muchos días, se ha despertado sintiéndose totalmente descansado. Es lo que tiene dormir tantas horas sin rastro de pesadillas.
Se ha levantado de un humor cojonudo, la sonrisa no se la ha caído desde que ha puesto el pie en el suelo. No sabe cómo no ha tragado agua como un mamón por seguir sonriendo bajo la ducha. Se siente como un anuncio de dentífrico enseñando dientes por doquier. Hasta al gorrilla del aparcamiento le ha dado un euro por enseñarle un hueco para dejar el coche que hubiese visto hasta un gato de escayola.
El buen humor ha dado paso aun buen bajón cuando la ha visto a través del cristal. No es que haya empeorado ni nada, es que jamás llegará a acostumbrarse a tener que verla a través de un cristal, no importa que esté mejor. Verla así le hace sentirse muy impotente. Sabe que él no podría ayudarla de ninguna manera por mucho que se pasase el día a su lado, también sabe que está bien atendida y que en el momento en que algo se tuerza un tropel de médicos y enfermeras correrá a ayudarla, pero se le hace muy cuesta arriba verla tan pequeñita y tan sola entre tantas cosas feas y mecánicas. Le da mucha rabia que tenga que ser así.
Tenía que haber sabido que tan pronto no le iban a dejar pasar, pero ha sido incapaz de quedarse en casa. Prefiere estar en el hospital aunque no haga nada más que matar el tiempo entre visita y visita.
Da vueltas, fuma, se lee el libraco este que se ha comprado en la tienda de prensa. No hace nada, pero no podría estar en otra parte sin sentir que la estaba fallando. Seguramente ella le echaría la bronca si supiese que se pasa el día ahí metido, pero le da exactamente igual. Un hombre ha de hacer lo que un hombre ha de hacer, eso dicen en las pelis, y es verdad.
También es cierto que no tiene mejor cosa que hacer, su status en la Policía sigue en el limbo, pero aunque lo tuviese.... no habría otra parte en la que quisiese estar. Ya ha estado demasiado tiempo demasiado lejos de ella.
- Las enfermeras dicen que ha pasado una noche bastante buena. Acaban de sacarle sangre para hacer análisis, a ver qué nos dicen hoy...
Aparta la vista del cristal y gira la cabeza a su derecha. Es la primera vez que tiene delante a la madre de Leo sin estar dopado o bajo los efectos de un terror mortal. La primera vez que la vio no encontró demasiado parecido con Leo y ayer no se fijó, pero, ahora que no está bajo los efectos de ninguna droga ni bajo la mano del miedo, puede ver los rasgos de Leo escondidos en las atractivas facciones de esta mujer delgada y morena que tiene delante.
No sabe bien qué decir. No puede decirse que sea un experto en madres, fuera del circuito profesiona,l no ha bregado con demasiadas en su vida, y además esta madre no es una madre cualquiera, es Su madre... De todos modos... a está familia habría que comprarles cascabeles, por Dios, qué sigilo. Nunca les oye venir.
- Pablo, ¿verdad?- él contesta afirmativamente con un movimiento de cuello- Yo soy Julia
Ella le da un apretón de mano firme y seguro.
- Ayer nos vimos pero no hablamos, bueno, en teoría tú y yo ya hemos hablado, según me han dicho, el martes pasado intercambiamos unas palabras, pero siendo sincera... no me acuerdo demasiado bien- le sonríe- En realidad soy incapaz de acordarme de eso.
Casi mejor porque su actuación no fue muy brillante.
- Si le soy sincero, yo tampoco.
La mujer esboza una media sonrisa y asiente. La forma de la boca es clavadita a la de Leo, bueno, en realidad al revés por aquello de que primero vino la madre y después la hija.
- El martes fue un día muy malo, de esos días que mejor olvidar, ¿verdad?
- Sí.
Julia se cruza de brazos y le mira de la misma manera en la que Leo mira a alguien durante una investigación cuando no sabe qué pensar de él. No le extraña, a saber lo que habrán tenido que oír y lo que habrán pensado.
- ¿Sabes? Conocimos a tu padre, es un hombre muy agradable.
- ¿A mi padre?
- Sí, él y tus compañeros intentaron explicarnos qué estaba pasando, decirnos que tú no podías haberle hecho daño a Leo.
Primera noticia de que su padre había hecho de abogado del diablo. En otras circunstancias se encabronaría de mala manera con él por haber metido las narices en sus asuntos, pero ahora, desde luego, no es el caso.
- Siendo franca, tu padre no tuvo demasiado éxito, no es que le creyéramos o no, es que si un policía te dice absolutamente convencido que tienen detenido al hombre que ha estado a punto de matar a tu hija, lo que el padre de ese hombre diga..
- Ya, la entiendo.
La se encoge de hombros como disculpándose.
- No te vayas a enfadar con él, ¿eh? que los hijos soléis hacer estas cosas de enfadaros con nosotros cuando intentamos echaros un cable. Además, no te apures que no nos dijo gran cosa. Solo nos explicó lo que el hombre que murió en el tiroteo en el que hirieron a Leo, les hizo a tu madre y a él. Nos contó todo el daño que le hizo a tu familia.
Ahora es él quien se cruza de brazos. No se siente cómodo hablando de estas cosas con una desconocida por mucho que la desconocida sea la madre de Leo.
- Ese hombre hizo muchas cosas a mucha gente.
Ella asiente con aire distraído.
- Lo que nos dijo, aunque nos pareció horrible, no cambió lo que pensábamos de ti, durante días creímos que habías sido tú- sacude la cabeza- Te deben haber pitado los oídos de mala manera...
Julia se ríe suavemente con un sonido que le resulta tremendamente familiar.
- Da miedo lo fácil que es hacer creer a la gente lo que uno quiera. Estábamos tan convencidos... ese hombre era tan amable, decía cosas que parecían tan ciertas, nos daba toda clase de pruebas...- suspira profundamente- Me siento como una idiota.
Se queda mirando por encima de su hombro con los labios medio fruncidos.
- No tienen que sentirse mal por haberle creído, cualquiera lo hubiese hecho, esa gente ha hecho de mentir su forma de vida. Lo hacen muy bien.
- Supongo, pero...- Julia se encoge de hombros y abre mucho los ojos, son tan grandes como los de Leo pero mucho más oscuros - ... me siento manipulada y estúpida. Nunca...- suelta una risita sombría- A mí se me da bien leer a la gente, pero en este caso... no me podía haber equivocado más....
- No se haga mala sangre, ese hombre nos engañó a todos. También me engañó a mí.
Ella se queda con la vista clavada en la habitación, él sigue el curso de su mirada. Al otro lado del cristal Leo sigue durmiendo tranquilamente.
- ¿Sabes? Nunca la habían ingresado. En realidad, nunca había tenido nada más serio que unas anginas o un sarampión. De niña era un trasto que no te imaginas, se estaba todo el día dándose golpes y cayéndose, pero nunca se rompió nada, lo más grave que se hizo fue una brecha en la frente, de una vez que se puso bruta en los columpios y la dio por saltar de ellos, pensábamos que se había abierto la cabeza... no veas la que se dio...- se señala justo donde Leo tiene dos diminutas marquitas- Nunca se había hecho nada.... y mira, ahora.... le ha venido todo junto.... suspira- Siempre ha sido un terremoto, no me acostumbro a verla tan quieta.
Acaba de descubrir un pequeño misterio de Leo, el de las marquitas de su frente. Le gusta saber eso tan chiquitín de ella y también imaginársela como un terremoto de niña. La mujer se gira hacia él y le mira de arriba a abajo.
- Hasta hace una semana ni había oído tu nombre, después pensaba que le habías hecho algo horrible a Leo, pero ya no lo pienso- niega firmemente con la cabeza- Por lo que he podido ver, creo que te preocupas mucho por ella... o eso... o es que no tienes casa y por eso siempre estás aquí en los pasillos del hospital.
Se oye reírse.
- Sí, bueno, es que los alquileres y las hipotecas están por las nubes.
- Menos mal que yo ya tengo mi hipoteca pagada...
La mujer se le queda mirando con una sonrisa, poco a poco deja de sonreír y se pone muy seria. Suspira profundamente como solo le había oído hacer a Leo.
- A ti no te han disparado como a mi niña, pero también a ti te han hecho daño. Esta gente que sale en los periódicos ha hecho mucho daño. Daño a mi hija, a mi familia, a tu madre, a tu padre, a ti... han hecho mucho daño y casi se salen con la suya. Da vértigo pensarlo.
- Sí que lo da, pero... lo único que importa es que esa gente va a acabar en la cárcel y que Leo se va a poner bien. Lo que pudiese haber pasado... escuece, pero es mejor no pesar demasiado en ello. No merece la pena. Usted solo tiene que pensar que su hija va a salir adelante.
Ella sonríe levemente.
- Justo eso es lo que les digo yo a Guille y a Santi, que se dejen de pensar cosas raras...
Guille. El padre de Leo se llama Guille. Su personaje preferido del Street Fighter se llamaba así. Menudos patadones daba el bueno de Guille. El muñequito del videojuego era un marine de dos por dos metros, con el pelo a cepillo y cara de buenazo. Parece cogido a posta.
- Pues debería hacerse caso a sí misma. Lo pasado, pasado está. Mi madre solía decirme que el agua pasada no mueve molino.
- Tu madre tenía razón.
Julia vuelve a calibrarle con la mirada, después mira el reloj y entrecierra los ojos.
- A Leo no se la va a poder ver hasta dentro de un buen rato, se la van a llevar a hacerla unas pruebas, sé que te voy a pedir algo muy difícil, pero me gustaría que me contases qué ha pasado, qué está pasando. Antes me daba exactamente igual qué pasaba y qué no, solo tenía cabeza para mi niña, pero ahora que está mejorando, quiero saber porqué está así.
El corazón se le acelera un poco. Este momento iba a tener que llegar tarde o temprano, eso ya lo sabía, pero el canguelo no se lo quita nadie. Asiente un par de veces.
- Por supuesto que quiere saber, yo... yo quiero que sepa que si no me he acercado a hablar con ustedes ha sido precisamente por eso, porque suponía que no tendrían cuerpo para oír historias de indios y vaqueros.
- No, no lo teníamos. Ahora estamos bastante perdidos, solo sabemos lo que nos decía ese hombre que disparó a Leo y lo poco que nos han ido contando tus compañeros. Hemos intentado mantenernos al margen de lo que dicen los medios pero es imposible. Imposibles. Aunque no quieras oyes cosas, ves a alguien leer el periódico y lees titulares, pones un momento las noticias y te enteras de cosas. Lo que he visto y oído...- niega despacio con la cabeza- Me gustaría que me contases la verdad, la vuestra. La de Leo y la tuya. No la de los periódicos ni la de las televisiones, esa no me interesa.
Las pelotas se le encogen un poco por la idea de tener que contar toda su mierda a cierto marine de videojuego reconvertido a padre de familia y técnico de electrodomésticos, pero es lo que hay.
- Claro que sí... ¿su marido y su hijo....?
Ella frunce las cejas y sacude la cabeza.
- No- hace un ruidito con los labios- Verás, lo he pensado mucho y creo que es mejor que me lo cuentes a mí. Verás, Guille, ahí donde le ves tan grandote y tan...- abre mucho las manos y hace un ruido curioso con la boca- ... pues no es la mitad de fiero de lo que parece, pero si le tocas a su niña...- hace un ademán con la cabeza- ...lo mismo le pasa a Santi. Es la niña pequeñita de los dos, y creo que si eres tú quien le cuente nada van a culpar al mensajero. Les conozco. No tengo ganas de escenas desagradables.
Él tampoco tiene ganas, además en esa posible escena desagradable él es quien tiene todas las de perder. Agradece en silencio la decisión de Julia.
- Así que... dime, Pablo, ¿Has desayunado?
La pregunta le pilla bastante fuera de juego.
- Pues no.
- ¿No?
- La verdad es que no suelo hacerlo, siempre ando con prisas, se me pegan las sábanas y siempre voy justo de tiempo.
- Pues deberías hacerlo, las prisas no so excusas para nada y el desayuno es la comida más importante del día. Me duele la boca de decírselo a Leo, siempre le digo que un día le va a dar una bajada de tensión por no tener cinco minutos para hacerse una tostada...
El arrebato "madre" de Julia, dadas las circunstancias, le hace mucha gracia.
- Así que, venga, desayunamos y me lo cuentas.
- Vale, supongo que un café no me hará daño.
- Nada de cafés bebidos, eso ni es desayuno ni es nada.
- Vale, pues un café y un pincho de tortilla.
- Eso ya me gusta más.
- Bien, pues después de usted.
- Te agradecería mucho que dejases de llamarme de usted, que con que el DNI me recuerde la pila de años que tengo, me llega y me sobra.
Se ríe suavemente. No está tan mal esto de tratar con madres, al menos con esta.
- No me creo que sean tantos, ¿eh?- ella sonríe de medio lado- Después de ti.
- Mejor- le dedica una sonrisa que parece haberle robado a su hija. O su hija a ella si somos estrictos.
Está seguro de que el humor medianamente bueno se le va a acabar en cuanto oiga la historia para no dormir que le va a contar.
La conversación le ha dejado cuerpo de jota. Ha sido muy, muy jodida. Se le ha revuelto todo. Ahora que ya ha pasado, agradece profundamente que no hayan estado presentes ni el hermano ni el padre. La mujer le ha puesto las cosas muy fáciles. Está seguro que ellos dos no lo hubiesen hecho.
Julia no le ha dejado abrir la boca hasta que él no se ha comido el último trozo de su tortilla, y bebido todo su zumo de naranja bajo su atenta mirada. Realmente esta mujer se toma en serio lo de que los niños deben desayunar bien para rendir en el cole. Cuando los dos han acabado de desayunar, ha empezado a hablar.
Durante casi veinte minutos le ha hablado de traiciones, dinero, prostitución, corrupción y drogas. Ha hablado de mentiras, de mentirosos, de traidores, de asesinos, de promesas rotas. Ha hablado de lo que Leo y él hicieron, de porqué lo hicieron. Le ha dicho toda la verdad, solo le ha mentido al decirle que cuando llegó a esa casa Leo estaba inconsciente y que no se enteró de nada de lo que le estaba pasando. Hay cosas que una madre no tiene porqué saber.
Julia no ha perdido la compostura ni una sola vez, pero todas las emociones que no han salido por su boca las ha visto pasar por sus ojos oscuros. Está claro que buena parte del carácter de Leo le viene en los genes.
Después de poner punto y final al relato, Julia solo ha abierto la boca para darle las gracias, explicarle que llevaba doce años sin fumar, y después pedirle un cigarro. Han salido a la puerta de Urgencias y fumado en silencio. Ella parecía estar en otra galaxia, una muy lejana.
Ahora caminan el uno al lado del otro por el pasillo del hospital. Ha decidido que lo mejor que puede hacer es acompañarla de vuelta a la sala de espera, y después dejarla a solas para que pueda asimilarlo todo. Tiene mucho que masticar y digerir.
Ve al padre y al hermano de Leo a través de la puerta de cristal de la sala de espera. No contaba con tener que enfrentarse a ellos. Antes de meterse en temas serios la madre de Leo le había dicho que ellos dos estaban en la tienda dando una vuelta para empezar a poner las cosas en marcha. Es lógico que estén ahí, tampoco ellos quieren pasar demasiado tiempo lejos del hospital.
Ha decidido que esconderse como un conejo asustado no está en sus planes, así que no le queda otra que dar la cara como un campeón por mucho que sus rodillas quieran darse la vuelta y salir corriendo. Va a dar la cara aunque al hacerlo corra el riesgo de que se la partan.
Entra en la sala tan solo un paso por detrás de Julia. Toma aire y se esfuerza en actuar con naturalidad. Se acerca despacio hasta donde están los dos hombres. No se le escapa que al padre se le tuerce el gesto en cuanto le ve.
Marín Junior se levanta de su asiento, le saluda primero con la cabeza y después le da un apretón de mano. Marín Senior es otro cantar, sin sacar las manos de los bolsillos, mira la mano que le ofrece con la misma cara de asco con la que se miraría a una rata espanzurrada en la carretera, y desvía la mirada hacia su mujer sin haber abierto la boca.
- Julia, ¿qué te pasa? ¿Es la niña?
Ella sacude la cabeza despacio
- No, no. La niña sigue igual, no es ella... es...- se sienta con aire cansino en un asiento de plástico azul. Suspira- Verás, venimos de la cafetería, he estado hablando con Pablo....
Guille no dice nada, pero tampoco es necesario, su mirada de qué-coño-le-has-hecho-a-mi-mujer- pedazo-de-mierda, lo dice todo.
- ...me ha contado porqué a Leo le ha pasado lo que le ha pasado.
Aunque hace un minuto parecía imposible, el gesto de Guillermo se agria aún más. Le ve contraer la mandíbula y apretar los puños. Al final si que va a haber una escena desagradable, y por escena desagradable quiere decir que le van a dar una somanta de palos. El hombre le mira y suelta una risotada seca sin asomo de humor.
- Claro... has esperado a que mi mujer estuviese sola acercarte a ella, porque conmigo delante no había huevos de hablar, ¿verdad?
- Guillermo!
- ¡No, ni Guillermo ni hostias!
- ¡Vale ya, joder!- Julia mira a su marido con cara de pocos amigos- He sido yo quien ha esperado a que no estuvieses para habar con él, así que no le eches la bronca al chico.
El tono de Julia es igualito al de Leo cuando se pone seria. Su marido la mira con los ojos muy abiertos, no se veía venir la respuesta.
- ¿Tú... pero porqué...?
Julia mira a su marido con una sonrisa extraña.
- Joder, Guille, ¿y me lo preguntas?
El hombre murmura un "ya.." , relaja el ceño y los hombros, y se sienta junto a mujer. Su mirada se cruza un segundo con la de él y, en ese segundo, Guille Fighter le fusila con los ojos. Por si tenía la más mínima duda, ya tiene la corroboración de que el padre de Leo, simplemente, no puede verle ni en pintura.
- Vale, vale... ¿estás bien, cariño?- el tono se ablanda al hablarle a su mujer, casi no parece ni el mismo hombre de hace dos frases.
Ella asiente distraída.
- Sí, creo que sí- se queda callada un rato con la mirada perdida- Los dos estábamos enfadados con Leo por no habernos contado nada del lío ese en el que estaba metida, ¿a qué sí? A mí me dolía que no hubiese confiado en nosotros, a ti también tenía que dolerte. Estábamos enfadados y dolidos.
Su marido no dice nada, tampoco asiente o niega, solo traga saliva.
- Claro que lo estábamos. Esta chica es una cabezona y nunca nos cuenta nada... pero, Guille, esto no nos lo podía contar, ni tú ni yo la hubiésemos podido entender...
Julia mira a su marido con cara de angustia, él asiente despacio.
- ¿Pero qué es lo que... este... te ha dicho?- en la palabra este, el hombre le señala con la barbilla directamente a él. Aunque cabrón desgraciado no lo dice en alto, él lo oye perfectamente.
- Mira, Guille, yo necesito asimilarlo, ¿vale? Lo que te puedo decir ahora es que si tu hija hubiese sido veterinaria como tú querías, y este chico y el resto de sus compañeros tampoco hubiesen sido policías.... la gente que ha hecho todo este horror seguiría haciendo daño y la vida de mucha gente no valdría un duro. Esto tan horrible que le ha pasado a nuestra niña ha sido...- sacude la cabeza- ...no debería haber pasado jamás. Jamás, pero... ha pasado. Ha pasado y creo que ha valido de algo, Guillermo. Gracias a estos chicos, a Leo, a Pablo y a sus compañeros, mucha gente, muchas familias como la nuestra, están a salvo. Eso no cambia lo que le ha pasado a nuestra niña, pero... le da un valor. Un sentido. Yo necesitaba eso, saber que no está sufriendo para que todo siga igual.
Le gusta lo que ha dicho la madre de Leo, le gusta mucho. Ojala pudiese aceptar sin más sus palabras. Santi parece conforme con la explicación, ve que su gesto se relaja y mueve afirmativamente el cuello. El padre es un tema aparte, sigue con el ceño fruncido y cara de pocos amigos.
- Si pero...
- Guille, cariño, déjame que lo digiera, ¿vale? Déjame pensar, luego en casa hablamos tranquilamente los tres, ¿vale?- mira a su marido y a su hijo.
Santi asiente con firmeza.
- Vale, mamá- se agacha y la besa en la mejilla.
Guillermo se queda unos segundos en posición de guardia, después cierra los ojos y asiente despacio con la cabeza.
- Vale, vale. Tranquila, Julia, tómate el tiempo que necesites.
El hombre da un beso a su mujer y después le mira a él. Es su turno de cagarla del todo o de empezar a destorcer las cosas con este hombre.
- Guillermo, yo no quiero que piense que escondo la cabeza debajo del ala o que me refugio detrás de su mujer. No es así. Yo estoy dispuesto a hablar con usted en cualquier momento, ahora mismo si quiere, y si con lo que yo les pueda decir no se quedan conformes, estoy seguro de que mis compañeros pueden resolverles cualquier duda que pudieran tener.
El padre de Leo le mira fijamente sin despegar los labios, en sus ojos hay menos dureza que antes, pero la cosa tampoco está muy allá.
- Creo que prefiero esperar a oír lo que mi mujer tenga que decirme antes de decidir nada.
Su tono es seco y cortante, está claro que acaba de dar por finalizada la conversación y de que no quiere seguir oyéndole. Que así sea. Tiene la sospecha de que haya dicho lo que haya dicho Julia, y lo que haya dicho el mismo, a este hombre le gusta entre poco y nada. Lo entiende pero también le escuece.
Suspira y toma la decisión de que es un buen momento para desaparecer de esta sala, en el momento preciso en que Mario hace acto de presencia. Huída frustrada.
Mario saluda a todo el mundo estrechando manos. No se le escapa que Guillermo le sonríe y le da un apretón en el hombro cuando le llega el turno del saludo. Es completamente absurdo. Una gilipolléz como la copa de un pino, pero lo cierto es que siente una cosa muy parecida a los celos. Celos de que a Mario le sonría y a él le quiera partir los dientes.
Si conoce algo a Leo, y cree que es el caso, duda seriamente que la familia sepa nada de la relación que Mario y Leo tuvieron. Leo es una persona muy reservada, eso lo tiene claro, pero el hecho de que no lo sepan no cambia el hecho de que se sienta incómodo y fuera de lugar.
Éramos pocos y parió la abuela, que se suele decir. Mario está acabando de saludarle a él, cuando Doc Rob cruza las puertas de la sala de espera. Pues qué bien. Ya estamos todos. Doc les mira con las cejas levemente arqueadas y la boca entreabierta.
- Vaya... están... están... están todos...- después se queda callado, parece que se ha bloqueado viendo tanta gente.
El tío será muy guapo y muy médico, pero sus habilidades sociales dejan bastante que desear. Doc tarda unos segundos en reaccionar sacudiendo la cabeza y carraspeando. Ha notado que cada vez que Doc aparece, todo el mundo se acojona y nadie se atreve a abrir la boca.
Él el primero. Es ver a este tío y automáticamente encogérsele las gónadas. El miedo todavía no se le ha ido del cuerpo, le aterra que haya cambiado de opinión y ahora diga que la mejoría era una falsa alarma.
- Bueno, yo... - carraspea- Acabo de examinar a Leonor...
Se le olvida completamente que tiene celos de Mario, de que Doctor Roberto parece no conocer la palabra "saludo", de que a Leo no le gusta un pelo que le llamen Leonor, y del acojone que le causa verle. El oráculo va a hablar y lo demás ya no cuenta.
- ...también tengo en la mano los últimos resultados de sus pruebas. Verán, la gasometría .....
Del chorro de palabras que empiezan a lloverle encima no es capaz de sacar demasiadas conclusiones, para eso debería entender qué está diciendo y no es el caso. Se pregunta si en la tienda de regalos venderán diccionarios "Castellano- Doc Rob, Doc Rob- Castellano".
Tras muchos minutos llenos de cifras, palabras raras y horribles, y datos desnudos recitados en un tono firme y seguro, Doc Rob se calla y suspira aparentmente muy satisfecho de sí mismo.
Supone que no lo hace aposta, que Doctor Roberto simplemente es de una especie superior y considera que todo el mundo sabe perfectamente qué es la hipovolemia, el gasto cardiaco ese y el ácido ¿lácteo ha dicho? Como sea, que Doc es muy listo y él es muy tonto, aunque no parece ser el único tonto del club de los tontos porque, contando los suyos, hay cinco pares de ojos abiertos como platos mirando a Doc Rob.
Está bien no ser el único en el vagón de los que no cogen más que las conjunciones y los adverbios de las frases del buen Doctor Roberto. Alguien debería decirle a este hombre que cuando la gente está asustada no tiene ganas ni cerebro para ponerse a hacer traducciones simultáneas.
Doc les mira a todos esperando una reacción que no llega. Nadie se atreve ni a resoplar. Él cree que todo lo que ha oído es bueno pero no pondría la mano en el fuego, ¿quién le dice a él que lo que ha dicho que ha subido no tenía que haber bajado y al revés? El médico frunce las cejas. Parece incómodo dentro de esa bata blanca que, como el pijama verde, también lleva su nombre escrito.
- Todo lo que les he dicho quiere decir que Leonor está evolucionando de manera muy favorable al tratamiento. Aún es pronto para poder decir hasta qué punto se van recuperar los órganos afectados, no hay que olvidar que hay algunos, como los riñones, han sufrido severos daños, pero hay bastantes posibilidades de una buena recuperación a medio plazo- asiente a sus propias palabras- Sí, hay indicios muy positivos, en la última analítica incluso puede verse que hay comienzos de regeneración hepática, algo impensable hasta el momento.
- ¿Eso... eso quiere decir que se va a recuperar?- es Santi quien pone voz a lo que todos se preguntan.
- Aún es pronto para poder contestar a eso. Su estado sigue siendo muy grave y todavía pueden surgir muchas complicaciones, algunas de ellas extremadamente serias, habría que plantearse posibles secuelas de todo tipo, pero... desde luego sus posibilidades de supervivencia son cada vez más altas.
Eso en el idioma de Doc es un "sí". Un sí como un templo. Se echa a reír y un brazo le rodea los hombros. Se gira a su izquierda y se encuentra cara a cara con un Mario sonriente. Joder, qué bien va todo cuando todo va bien.
- Qué razón tenías tío, qué razón.
Mario le sonríe y de golpe parece más joven, más alto, más guapo y hasta su ropa parece mejor planchada. Está comprobadísimo, todo está en el coco. No hay nada como un buen chute de endorfinas para estar divino de la muerte.
Están los dos solos en la sala de espera, la familia de Leo ha pasado a verla, Doc Rob ha decidido que por una vez va a hacer una excepción y les ha dejado pasar a los tres.
- No te voy a decir "te lo dije" porque jode un montón, pero...
- Bah, puedes decirlo las veces que quieras, ahora mismo estoy demasiado contento como para picarme por eso.
Mario le mira con una sonrisa que le llega casi a las orejas.
- Estoy hay que decírselo al resto de la tropa, cuando lo oigan no se lo van a creer, joder, Corso, yo todavía no me lo puedo creer del todo- Mario resopla y empieza a reírse otra vez- Leo se va a salvar, joder.
Mario se echar a reír con todas sus ganas.
- Fijo que Molina se pasa la normativa antitabaco por el forro y en cuanto lo sepa, se enciende un puraco de esos suyos gordos que guarda en el cajón.
- Seguro, y también seguro que Requena ni le chista- Mario suspira- Joder, Corso, es como si me acabasen de quitar de encima una roca de mil toneladas.
Esa es la sensación de moda, él se siente como si le acabasen de quitar de encima no una roca sino el Himalaya entero, con sus monjes budistas y todo.
- Pues ya puedes respirar tranquilo, tío. Todavía quedan por delante días muy, muy jodidos, tenemos que contar con eso, pero, lo que está claro es que Leo no se va a ir a ninguna parte.
- No, a ninguna.
Se quedan callados. A Mario, poco a poco, se le cae la sonrisa de la boca.
- ¿Y tú, Corso? ¿Tú te vas a alguna parte?
Toma aire profundamente por la nariz y lo echa despacio. Sacude la cabeza despacio.
- No. Yo tampoco me voy a ninguna parte.
Mario asiente muy, muy despacio. Da la sensación de que la cabeza le pesase.
- ¿Entonces... sigues en la Policía?
Se encoge de hombros.
- Eso... eso ya no lo sé, Mario, ahora mismo... estoy...
No sabe poner en palabras lo que siente o piensa.
- ... confuso. He hablado con Requena, ayer por la tarde fui a la Unidad, vosotros debíais estar aquí o hablando con alguien, no sé, no os vi....bueno, dónde estuvieseis. Según él, todo va a ser mucho más sencillo si dejamos las cosas quietas y no presento mi renuncia. Dice que el juicio será más ágil y que a la hora de depurar responsabilidades será mejor para todos.
Mario asiente despacio.
- No sé, a mí me da la impresión de que me quiere enredar para que me quede...- Mario sonríe y él sonríe- No discutí con él, me dejé enredar. Yo solo le dije que ahora mismo me siento cualquier cosa menos poli. No me comprometí a nada. Así que ahora mismo estoy rehabilitado como policía, pero me han dado la baja...
- Bueno, normal que te hayan dado la baja, Corso, con lo que te ha pasado te la hubiesen dado aunque jamás te hubieses planteado abandonar.
- Supongo, no lo sé. En el parte pone baja por stress, supongo que el médico no encontró mejor palabra.
- Es una buena manera de llamarlo.
Sí, stress es la palabra adecuada porque "Baja porque el hombre que metió a su padre en la cárcel mató al hombre que mató a su madre, hirió a su "compañera" e intentó acusarle a él de esos crímenes" es un poco largo.
- Así que ya ves, tocándome los cojones y chupando de la teta del Estado. El sueño de todo españolito que se precie de serlo.
- Pues yo creo que te irá bien un tiempo para descansar, tienes muchas cosas que asimilar.
Hace un ruido con la garganta que pretende ser un sí. Se da cuenta que no es que tenga muchas cosas por asimilar, es que lo tiene todo por asimilar. Por primera vez es consciente de que pase lo que pase, la vida tal y como la conocía, se ha acabado.
Al darse cuenta, siente miedo pero no le incomoda esa sensación. Entiende que los cambios siempre dan miedo. Además está eso de que los únicos que no tienen miedo son quienes no tienen nada que perder. Aunque el miedo no mole demasiado, es cojonudo tener algo que perder. Se siente contento y optimista como no recuerda haberse sentido antes.
(Sábado 22 de diciembre, 14:41)
La saca de la semiinconsciencia un tremendo pinchazo en la tripa. Aprieta los dientes. Joder. Lleva un día lleno de estos latigazos de dolor. Es como si tuviese un cactus invisible sobre la barriga. La sensación es parecida a la de estar a punto de tener la regla más bestia de la historia. No la pillan de nuevas, el médico se lo ha advertido, lo que la han hecho tiene un postoperatorio complicado y bastante doloroso.
Parece ser que antes tenía el cerebro medio hibernando y por eso no se enteraba demasiado de dolores de ningún tipo. No echa de menos esos vacíos en negro que recuerda, pero las cosas le gustaban más cuando no dolía tanto.
Le han dicho que no tenga miedo en pedir más calmantes si los necesita. Antes lo ha hecho, se ha comunicado como ha podido con una enfermera y la ha dado un extra. No tenía que haberlo hecho, el remedio ha sido mucho peor que la enfermedad.
Ha pasado un rato infernal. Ha sido como si alguien hubiese apagado el interruptor de la luz, al poco de haberse ido la enfermera ha empezado a sentir que la cama se la tragaba entera. Se ha quedado dormida en cuestión de segundos, deben haberla inyectado calmantes para diplodocus.
Cree que lleva durmiendo prácticamente todo el rato desde que ingresó en este sito, fuese eso cuando fuese, pero esta vez ha sido distinto.
No ha tenido uno de esos momentos de cabeza vacía, tampoco ha tenido el placer de soñar con playas solitarias, esta vez Él le ha visitado en sueños. El hijo de puta del Negro ha vuelto a meterse en su cabeza.
Todavía tiembla de recordar la pesadilla. Ha sido muy real. Demasiado.
Real e interminable. No se podía despertar. Ha tenido que verlo todo y, cuando ha acabado, ha vuelto a empezar desde el principio. Este miedo no se parece al miedo que sentía esas veces que pensaba que iba a morir, es distinto, irreal, difuso, inconcreto. No sabe cómo manejar este miedo.
Cuando el pico del chute ha empezado a disolverse, se las ha visto y se las ha deseado para mantenerse despierta. Al más mínimo descuido se quedaba dormida y se despertaba sobresaltada temiendo volver a soñar. Las enfermeras han vuelto a preguntarla si necesitaba más dosis y ella ha dicho que no. Prefiere el dolor de los pinchazos al terror que le produce el Negro.
No quiere más calmante extras. No. Los calmantes son una mierda que te revuelven el cerebro, te quitan el tiempo y la realidad, y te dejan solo pesadillas. Pasa de esas cosas. No quiere pesadillas y no quiere pasarse el día temiendo dormir.
Además por la puta botellita esa que la han enchufado, casi ni se ha enterado de las visitas que ha tenido. No quiere estar sola, esta harta de estar rodada de máquinas y pitidos. Quiere ver y oír a su gente, no tener que conformarse con olerla por la puta mierda de la morfina, o lo que sea.
El pinchazo remite. La deja agotada sintiendo el latido de su corazón rebotándole en los oídos. Tiene muchísimo sueño, siente la morfina empujándola hacia la inconsciencia, pero no se va dormir. No le da la gana. No va a darle facilidades a ese hijo de puta para que vuelva a joderla. Joderla, la palabra tiene mucha gracia y, a la vez, no tiene ninguna.
Mientras pelea a brazo partido contra la puta droga siente que alguien entra a la habitación. Oye pasos suaves. Le llega olor a aftershave, especias y madera. Es Mario.
Entreabre los ojos y se encuentra con sus ojos, ve que él los abre mucho y que sonríe después. Tenía muchas ganad de verle. Recuerda haberle oído y haberle visto cuando las cosas no tenían demasiado sentido. Esta es la primera vez que le ve desde que su cerebro volvió del limbo en el que estaba.
- Ey...
No se atreve a hablar, pero no se va a quedar sin saludar a Mario. Forma la palabra "hola" con los labios. Él sonríe de oreja a oreja.
- Hola,buenas tardes.
Está tan impoluto como siempre. Con esas camisas suyas que parecen hechas a medida, y que probablemente lo sean, su cara perfectamente afeitada y su pelo meticulosamente peinado. Si no le miras a los ojos podrías creer que está perfectamente bien, pero si se los miras, se le ve la falta de sueño y el miedo. No sabe a ciencia cierta qué habrá pasado en el mundo real o cómo habrá sido esto para todos los que viven fuera de esta habitación, pero está claro que no debe haber sido ni bonito ni fácil.
Él le aprieta la mano y ella se esfuerza en devolver el apretón. Se le cierran los ojos, está agotada. La morfina, la fiebre y el agotamiento hacen piña y se la llevan al reino de los sueños sin que ella pueda remediarlo.
Se despierta de golpe con la sensación de caer al vacío. Parpadea un par de veces. No se había dado cuenta de que se había dormido. Llevaba un rato relativamente espabilada, el efecto del extra de calmantes empieza a pasar, y creía estar despierta. Al menos no ha tenido ninguna pesadilla. Agradece la tregua. Esta vez se va a mantener despierta aunque se deje la piel en el intento.
Se da cuenta de que ha vuelto a quedarse dormida cuando al abrir los ojos se encuentra con Roci y Molina a su lado. La cara les cambia al ver que está despierta. También sus ojos cuentan historias no demasiado bonitas. Parpadea un par de veces, se siente relativamente despejada, cree que la fiebre ha bajado un poco.
- Pero si se ha despertado nuestra dormilona.... - Molina la acaricia la cara con unos dedos grandes que tienen un tacto parecido a los de Papá.
- Hola, cariño- nota la mano de Rocío apretando la suya.
Traga saliva, después carraspea. Va a poner a prueba esta garganta inútil suya. Está harta de ser el Enanito Mudito.
- Hola- es un susurro grave y áspero que hace que al garganta grite de dolor. Da igual, es agradable saber que aún tiene voz.
No está segura de que la máscara no haya matado el sonido hasta que ve que a los dos se les abren los ojos como platos. Primero viene la carcajada suave de Rocío y después la de Molina. Es muy agradable oír risas. Antes de que Roci se agache sobre ella para besarla, ve que tiene los ojos llenos de lágrimas.
- Leo, ay, Dios, mío, qué ganas tenía de... joder...- Roci acaba la frase secándose un par de lagrimones con la mano.
Después del beso de Roci llega uno de Molina.
- La Virgen! Leo, cielo... nos habían dicho que estabas mejorando mucho pero, madre mía, no nos imaginábamos que tanto... carallo... No sabes lo...- sacude la cabeza y no dice más.
Por un rato solo hay sonrisas. Empieza a sentirse cansada.
- Leo, cielo, supongo que te lo han dicho ya, pero...- Molina carraspea- ... hemos detenido a Esparza y a todo el grupo.
Se le acelera un poco el corazón al oí ese nombre. El monitor ese al que le han enchufado es un cabrón y se chiva acelerando el pitidito de los cojones.
- Ey, tranquila, tranquila. No te preocupes, todo está arreglado.
Asiente despacio. Sabía que está detenido, igual que sabe que todos los que estaban detrás de él también lo están. No sabe cómo, pero lo sabe, supone que alguien debe habérselo dicho mientras estaba inconsciente. Cuando uno está inconsciente se sigue enterando de las cosas aunque no se dé cuenta.
- Vale, solo quería que supieses que todo se ha acabado. Ahora no te vamos a calentar la cabeza, tú tienes que descansar y no pensar en esos bosteiros.
Asiente. Cada vez está más cansada, cree que la fiebre la está subiendo. Se queda dormida preguntándose en qué es exactamente un bosteiro.
.
(Sábado 22 de diciembre, 15:13)
No ha podido pasar a verla en toda la mañana. Después de las buenas noticias solo han podido entrar sus padres y una visita. La visita ha sido Mario, cree que era lo justo.
Él lleva desde las ocho acelerado como una moto, dando vueltas como una peonza y sacando el móvil para ver la hora cada tres minutos. Lo único medianamente útil que ha hecho ha sido acabarse, por fin, su libro. Le ha gustado el libro y el final. Va a tener Leo razón en esto de que debía leer más.
Seguro que esto de darle a los libros mata menos neuronas que darle a la Play. La historia de ese hombre obsesionado con reconstruir una catedral se ha acabado a eso de las dos y, después de cerrar el libro, ha decidido hacer otro tour por el hospital.
Está en un punto en el que se conoce este sitio mejor que su propia casa. Cree que ya le conocen hasta las rayas de las paredes. Ha acabado pasando por delante de la tienda de prensa con la idea de hacerse con el Marca, pero con eso de que no hay liga, todas las portadas eran gilipolleces como campanas. Ha acabado comprándose otro libro, este sobre una misteriosa escritora y un libro fantasma. Después de eso se ha echado un cigarro en la calle, y cuando ha visto a un niño comiéndose un bocata enorme se ha dado cuenta de que su dolor de estómago no era otra cosa que hambre de lobo.
En ese momento le ha parecido buena idea reponer fuerzas en la cafetería del hospital, ahora duda de su decisión. En teoría en su plato debería haber asado de redondo con puré de patata y ensalada verde. Osea, la versión de la cafetería de un menú de cuasi Navidad. Poco o nada se parece a lo que esperaba ver el trozo de madera, la montañita de cemento y el amasijo de tiras de lechuga mustia que tiene delante.
Se siente profundamente estafado, eso no vale nueve euros ni con recomendación papal. Se lo come porque tiene más hambre que un lobo estepario, pero toma la firme decisión de mantenerse alejado de este sito en el futuro próximo. Le joderá porque será recular en una decisión tomada hace mucho tiempo, pero cuando quiera comer recurrirá al Starbuck's, si se mantiene alejado del café, todo irá bien.
Molina y Rocío aparecen enfrente de él cuando se está comiendo lo único bueno del menú, un flan envasado que nunca ha pasado por la mano de esos "cocineros".
- Por vuestro propio bien, espero que vengáis comidos de casa....
Se sientan enfrente de él sin decir ni una sola palabra y sonriendo con cara de embobaos.
- Acabamos de ver a Leo- Molina lo dice casi cantando, tiene la cara de satisfacción más grande que jamás le haya visto.
- No jodas, ¿Os han dejado pasar?
Manda cojones, toda la mañana mendigando visitas y justo cuando se va, empiezan.... esta visto, tiene la suerte del enano.
- Hemos tenido que tirar de placa, pero sí. Nos han dejado.
- Eso sí, ni dos minutos nos habrán dejado, nos han echado a patadas... estas enfermeras son peor que las arpías de mis cuñadas. Yo soy el primero que entiende que Leo necesita descansar pero hay formas y formas...
- ¿Qué tal está? ¿Cómo la habéis visto?
- ¿Que cómo la hemos visto?- Molina suelta una carcajada como no le ha oído en la vida- Nos ha dicho "hola", Corso, "hola"... casi ni se la ha oído, vale, pero, joder, que lo ha dicho. Hola.
Nota que las comisuras de los labios se le juntan en el cogote.
- Es increíble, hace tres días era como si ni estuviese.... y ahora... ahora dice "hola".
Roci menea la cabeza riéndose. Da gusto volver a verla tan contenta.
- ¿Has visto, Roci? ¿Ves cómo no tenías que tener miedo?
Ella sonríe y asiente despacio con la cabeza. Ve que se la escapa una lágrima.
- Venga, Roci, no llores, que Leo se va a poner bien, ya lo has visto.
Se pone a llorar sin tapujos. Molina la abraza por los hombros y la besa en el pelo.
- Ay, lo siento, pero es que.... - se ríe sin dejar de llorar- joder.... no lo puedo evitar.
La coge la mano por encima de la mesa.
- Tranquila, Roci, no pasa nada, que no eres ni la primera, ni la última a la que le da por llorar cuando le dan buenas noticias.
Que se lo digan a él.
- Es que...joder, es que estos días han sido como vivir dentro de una pesadilla. Desde que detuvimos a Vázquez las cosas solo han ido a peor... tan mal iban que... joder, que yo ya pensaba que Leo se nos moría.
Rocío suelta un suspiro que deben oír hasta sus padres en Sevilla.
- Rocío, cielo, es normal que pensaras cosas raras...- Molina deja caer los hombros y pone una cara muy seria- ..yo también las pensaba. Con todas las cosas tan hijas de puta que vemos todos los días... es muy jodido ser optimista... muy jodido. No puedes evitar volverte un cínico y esperar siempre lo peor... pero, mira, cielo, la vida a veces te sorprende para bien. Ya lo has visto.
Revuelve con la cucharilla lo que queda del flan. Aparta la bandeja a un lado, resopla, apoya los codos sobre la mesa y pone la cabeza sobre ellos. Rocío y Molina dejan de hablar. Se siente sobrepasado. Cree que es la primera vez que alguien se atreve a decir en alto las palabras Leo y morirse. Da muchísimo miedo oírlas.
Nota una mano grande apretando suavemente su nuca y una lágrima escurriéndosele por la cara. En este momento le da igual su reputación, acaba de mirar al suelo y ha sido consciente de la hostia que se podía haber pegado.
(Sábado 22 de diciembre, 20:13)
Aunque tiene los ojos cerrados esta despierta. Se siente bastante bien, los pinchazos parecen haber decidido darle una tregua. Está contenta de tener compañía. Nada más volver a la consciencia, su nariz se ha encontrado con un aroma muy familiar junto a ella.
No sabe qué colonia es, solo que si se pudiese embotellar el olor de una selva después de una tormenta, sería exactamente este. Le encanta este aroma, le encanta descubrirlo impregnado en sus sábanas y en su ropa. Le encanta sentirlo a su lado.
Puede oler su colonia mezclada con humo de tabaco y el cuero de su cazadora con tremenda claridad. Casi lo siente acariciándole la nariz, podría hacerlo, su nariz vuelve a estar al descubierto, ya no tiene cosas raras tapándole media cara, solo unos tubitos finos en la nariz que al principio le hacían cosquillas, pero no habrá tardado ni cinco minutos en hacerse con ellos.
La máscara tampoco molestaba demasiado pero si la hubiese tenido puesta no podría estar sintiendo esa caricia tan cojonuda los labios. Empieza a sonreír y el dedo que la rozaba se retira un poquito.
- Mmmmh- es un hola y una protesta por ese alejamiento.
Abre los ojos despacio y se encuentra con la cara de él casi pegada a la suya. La está mirando con los ojos abiertos de par en par en par y una sonrisa en los labios.
- Hey, hola, preciosa...hola....
La mano que estaba en sus labios se muda y la coge suavemente por la mandíbula. Él se ríe suavemente y se inclina a besarla en la cara. El beso cae muy cerca de la comisura de los labios y le produce un escalofrío increíblemente bueno.
- Hla- parece que ha hablado la versión dopada de la voz de Marge Simpsons.
Cierra los ojos, la garganta le escuece muchísimo. Se da cuenta de que tiene sed.
- ¿Mdsagua?- ¿Me das agua?
Ha sonado confuso y áspero pero Corso no tarda ni un segundo en ponerle delante un vaso. Le cuesta un esfuerzo tremendo dar un ridículo sorbo de la pajita que él sujeta delante de ella. Se le ha olvidado como va esto de beber, es la segunda vez que lo hace en sepa Dios cuanto tiempo, y la mitad del agua se le sale de la boca y acaba escurriéndosele por la barbilla. Corso no pierde un segundo en secar el reguero húmedo con los dedos.
- Despacito, ¿vale? Despacito
Desde luego que va a beber despacito. No podría hacerlo rápido aunque quisiera. Tiene que decir que eso de que cuando uno tiene puesto suero, no tiene sed, es una mentira como un castillo. Da otro traguito y suelta la pajita.
- ¿Más?
Ella niega con la cabeza. Él deja el vaso en su sitio. Los siguientes minutos los pasan en silencio mirándose. Corso tiene la cara llena de heridas y moratones en proceso de curación. No tiene un aspecto demasiado bueno.
Nunca le ha visto tan delgado, con una barba tan descuidada, con unos ojos tan hundidos, ni con esa mirada que tiene ahora. Consigue levantar la mano derecha y llevarla hasta a su barbilla. Él le sujeta la mano por la muñeca, ella lo agradece, le pesa mucho. Lo hace con la misma delicadeza con la que cogería el jarrón de porcelana de la abuela. Empieza a acariciar los pelillos duros de la barba, están muchísimo largos de lo normal.
Con esa barba parece mucho mayor. Se pregunta cómo estaba de larga la última vez que le vio y cuántos días hacen falta que crezca tanto. El médico le ha dicho muchas cosas, pero el día en el que están no es una de ellas.
- ¿andoes?- ¿Cuándo es? . Le sale un susurro áspero como la lija.
- Sábado. Más o menos, las ocho de la tarde.
Sábado. Se esfuerza en hacer cálculos. Recuerda que era martes cuando la dispararon. Lleva cinco días en el hospital.
- Zznco –Cinco. más lija y cinco dedos abiertos en al mano izquierda.
Corso sonríe de una manera un poco rara y le acaricia la cara.
- No, cariño, no es ese sábado. Llevas aquí once días. Has estado muy malita.
Algo hace clic en su cerebro. No tiene sentido, pero Corso diciendo que ha estado muy malita le hace sentir todo lo que no pudo, o no supo cuando el médico le dijo todo lo que había roto dentro de ella.
Las balas y todas esas cosas rotas y aplastadas que hay en su interior se hacen tremendamente reales. Esas cosas no le han pasado a otra persona, le han pasado a ella. A ella.
Vuelve a primera fila todas esas sensaciones que casi se la habían olvidado. Las figuritas de colores bailando ante sus ojos, el ahogo, la irrealidad. Era todo verdad. Todo. Hasta Se estar tirada en el suelo sin poder moverse mientras veía el pie de un hombre muerto.
En este momento, teniendo delante de ella los ojos azules de Corso, en la seguridad de esta cama de hospital y con la cabeza medianamente lúcida lo comprende del todo. De verdad ha estado a punto de morirse.
El corazón empieza a latirle muy rápido, lo siente martilleando en el pecho y lo oye rebotar en el cacharro de su derecha.
- Chss, tranquila, tranquila
Siente su mano acariciándola el pelo. Intenta concentrase en eso para dejar de sentir este miedo a deshora que la acaba de pillar por sorpresa. Nunca antes había sido tan consciente de lo frágil y vulnerable que es en realidad.
Siente que se le escapan un par de lágrimas que no sabe si son de miedo, de alivio, de triunfo, de rabia por lo que le hicieron, o de qué cojones son.
- Ey, mi niña...- su tono de voz le dan más ganas de llorar.
Corso se inclina sobre ella, le seca una lágrima con el dedo y después la besa despacito en ese mismo punto. No le dice que no llore porque él también está llorando.
- No te asustes, cariño, ¿vale? Has tenido una infección muy grande, has estado muy, muy malita...- a él se le escurren unas lágrimas muy gordas que no se molesta en secarse- ...pero, Leo, cariño, escúchame, ahora ya estás fuera de peligro ¿me oyes?
Asiente con la cabeza.
- Todavía te quedan días malos por delante, pero, te vas poner bien. Poquito a poco, vas a ponerte buena del todo, ¿vale?
Él se inclina y le besa en el que cree es el único sitio en el que nunca antes la había besado, la punta de la nariz. Corso lleva la mano a su pelo y sus dedos lo acarician despacito. Se serena poco a poco. La sensación de fragilidad empieza a pasar y a mezclarse con otra muy distinta, por un segundo se siente casi invulnerable. Ese hijo de puta no pudo con ella. Lo intentó pero no pudo. Que se joda.
- Sprza- la boca y la garganta le queman al decir ese nombre.
- No, cariño, no te preocupes por ese cabrón, está en la cárcel. Prisión preventiva. No va salir de ahí hasta que necesite un tacataca para andar. Tú no tienes que preocuparte por ese hijo de puta.
- ¿Cmo...?- es incapaz de empezar a hacer la frase, la garganta le está matando.
Corso se queda callado un segundo, le da la impresión de que una sombra le nubla los ojos un segundo, pero pasa tan rápido que bien podría habérselo imaginado.
- Nos tuvo engañados un par de días, nos hizo creer que quería ayudarnos pero... pero cogimos al cabrón de la moto, lo presionamos hasta que no pudo más y reventó. Lo confesó todo.
El de la moto cantó, entonces su mordisco, no valió de nada. Supone que no importa demasiado pero se siente absurdamente decepcionada.
- ¿Qun..?- ¿Quién?
- ¿El de la moto? ¿que quién era?
Cierra los ojos y asiente.
- Un don nadie. Un pringado con ganas de pasta fácil, pero tú no pienses en esto ahora, ¿vale? Ya habrá tiempo de hablar de todo esto cuando estés bien, lo importante es que todo ha acabado.
Hay muchas cosas que no acaba de entender, debe ser cosa de su cerebro que sigue funcionando a menos revoluciones de las normales. Corso tiene razón, lo importante es que lo cogieron, da igual cómo, ya habrá tiempo de hablar y pensar en esto.
- Tú ahora tienes que olvidarte de todo esto y preocuparte solo ponerte buena y de descansar, ¿vale, preciosa?
Clava los ojos en los de él, asiente y aprieta un par de dedos de la mano que sigue sujetando su muñeca.
- Ahora duérmete, que yo me quedo un ratito aquí contigo.
Le gusta tenerle cerca, le gusta sentir sus dedos acariciándola. Se siente ten bien que no se da cuenta cuando se queda dormida.
.
(Domingo 23 de diciembre, 08:57)
De pequeño le pasaba que cuando se iba a la cama y al día siguiente se iba de excursión con el cole, estaba tan nervioso que dormía a salto mata. Esta noche pasada, ha sido justo así. Se la ha pasado despertándose cada cinco minutos, acordándose de lo que pasó ayer en la habitación de Leo y sonriendo como un subnormal. Estaba deseando que se hiciera de día para volver al hospital, poder verla, tocarla y escuchar su voz.
Si no le dio un sincope en el mismo momento en que la escuchó hacer ese ruidito y la vio abrir los ojos, fue simplemente porque el cerebro se le desconectó del cuerpo.
Cómo echaba de menos su mirada, coño, nadie en este mundo le mira como lo hace ella. Nadie. Es sentir sus ojos encima de él y darse la vuelta de dentro a fuera como un puto calcetín. Tan bueno como ver sus ojos fue poder ver y tocar sus labios. Cómo los echaba de menos, joder. Son tan bonitos como los recordaba. Están muy pálidos, sí. Tienen heriditas, también, pero eso no cambia una mierda. Esa boca es increíble, igual que lo es su voz, da igual que ahora suene ronca. Leo tiene los ojos y la voz más preciosos del mundo.
No todo fue bonito y fácil. También hubo momentos difíciles. Casi se le parte el alma cuando vio su carita de susto y esas lágrimas. Ella ya sabía qué le había pasado, Doc ya había hablado con ella, y a saber cómo se lo dijo. Tuvo la impresión de que estando con él, se la vino todo encima, fue como si acabase de darse cuenta de las cosas. Fue muy jodido. Se puso a llorar como un mamón, no lo pudo evitar.
Lo que vino después también fue chungo. Esparza. No se siente orgulloso de haberle mentido pero no puede decirle la verdad. Ella no está para preocupaciones y si se entera de lo que ha pasado, se va a llevar un disgusto muy gordo que no le conviene en absoluto.
Todos Han decidido, sus padres los primeros, que Leo no puede enterarse de lo que ha pasado hasta que esté completamente recuperada. Será todo lo fuerte que quieras, pero le da miedo lo que puede hacerla un disgusto así con débil y jodida que sigue estando. La conoce y sabe que la va a hacer polvo lo que les intentó hacer a los dos. Ya llegará el momento de decirle la verdad, ahora no.
Seguro que se va a enfadar con ellos por intentar protegerla, pero eso no cambia nada. No va a arriesgarse a que le pase algo. Prefiere no pensar en eso, de momento elige quedarse con lo bueno, con las sensaciones de sus dedos sobre él, en su sonrisa y en sus ojos. Elige quedarse con la sensación de Leo completamente viva.
Lo que ayer pasó en la habitación de Leo fue de las cosas más increíbles que le han pasado en la vida. Las lecciones que te da la vida, es un tío que en esta vida ha hecho prácticamente de todo, y una simple caricia en la mano, un par de frases y una mirada, han resultado ser una experiencia extrema.
Ni puenting, ni poner el coche a doscientos, ni tríos, ni leches, lo que pasó se lo come con patatas a todo. Ya van unas cuantas veces que se queda sin aliento jugueteando con su manita. Tiene coña para aburrir, te pasas años buscándole las vueltas a la vida en sitios y cosas raras... y luego lo más pequeño y sencillo de todo, es lo más grande. Suena a rollo zen pero en este momento lo cree de verdad.
Se siente bien. Esta mañana al levantarse a eso de las ocho, después de haberse pasado media noche en vela, se ha metido de un salto dentro de la ducha y mientras se enjabonaba, por primera vez en siglos, ha silbado. Se siente jodidamente bien.
Entra en la sala de espera libraco en mano, ha decidido que su próxima adquisición literaria será de bolsillo, con este tocho parece un testigo de Jehová.
Como de costumbre, la sala está llena de gente con la cara desencajada. En un lateral, con la cabeza gacha y un Marca doblado en la mano, está el padre de Leo. Guille el Forzudo. Duda qué hacer, si fuesen la madre o el hermano se acercaría sin dudarlo, pero con él no lo tiene tan claro. Podría salir en silencio, el hombre no parece haberle visto. Tiene pinta de estar distraído. En ese momento no le parece un luchador del Street Fighter, ni de coña, parece solo un buenazo bastante asustado. Huevos, Pablo. Huevos. Toma aire y se acerca hasta él.
Se sienta a su lado dejando un asiento libre entre los dos, una cosa es acercarse y otra agobiar. Guille levanta los ojos hasta él y le mira de una manera curiosa. Tiene la sensación de que lo hace casi como si le viese por primera vez. El hombre suspira profundamente y después frunce las cejas.
- Tienen que volver a operarla. Están preparándola para el quirófano.
Lo suelta a bocajarro. Pierde la voz, la alegría, los huevos y los papeles. Literalmente. El libro se la cae de la mano al suelo haciendo un ruido tremendo.
- ¿Qué ... qué ha pasado?
Guillermo se agacha, recoge el libro, y lo sostiene entre sus manazas un segundo antes de devolvérselo. Le mira con expresión desamparada, luego se encoge de hombros
.
- El médico dice que han surgido complicaciones, ya nos lo advirtió... era... era demasiado bueno que todo fuese tan fácil, ¿no?
En este momento debe tener las pelotas del tamaño de dos Conguitos.
- ¿Qué tiene?- al preguntarlo la voz le tiembla como una hoja.
- Ha pasado una noche muy mala, muy inquieta, con mucha fiebre, y con muchos dolores. La han subido la morfina pero no se quedaba tranquila con nada. Ha empezado a vomitar y se han dado cuenta de que algo no iba bien. El médico de guardia la ha examinado. Por lo que me han dicho, en cuanto la ha puesto un dedo encima de la tripa, ha bufado como un gato de dolor... ha hablado con ella, por lo visto llevaba con dolores muy fuertes desde ayer, pinchazos, pero la muy bruta no se quejaba porque pensaba que era normal... - sacude la cabeza.
- ¿Y qué.. qué es lo que no va bien...?
- Pues la han hecho corriendo un TAC, un CAT o como cojones se diga.... resulta que tiene un trozo de intestino liado sobre sí mismo.
Gira las manos como si estuviese escurriendo una bayeta. El gesto es tan gráfico que le da bastante yuyu.
- ¿Es... es grave?
- Si no lo hubiesen visto a tiempo sí, esto podría haber sido...- resopla y mueve la cabeza negativamente. El grandullón parece a punto de echarse a llorar.
Sus cojones- conguitos amenazan con salírsele por la boca.
- ¿Pero ella.... ella va a ponerse bien?
- Sí, claro que sí. Va a estar bien. El médico dice que solo tienen que abrirla, quitar el trocito de intestino que no está bien y ya está... - una risa sin humor alguno- Mi niña.. me la van a dejar hueca... ya no voy a poder echarle la bronca por estar muy delgada, no va a ser su culpa.
Traga saliva. Va a estar bien. El ritmo del corazón empieza a normalizarse, se relaja un poco pero no demasiado. Todo el rollo este de quirófanos y líos de intestinos, por mucho que vaya a ponerse bien, no es precisamente tranquilizador.
- ¿Por qué le ha pasado esto?
- Pues no están seguros, puede haber sido bien por la misma infección, bien por las operaciones que la han hecho ya... no se puede saber con certeza... pero... joder...es que... sale de Málaga y se mete en Malagón....
- No piense cosas raras, lo importante es que lo han visto a tiempo y que se va a recuperar.
- Ya, eso mismo me dice Julia a todas horas, pero, es duro, y... joder, que si el médico no se llega a dar cuenta... esta hija mía no hubiese dicho nada y... joder! ¿cómo narices se puede ser tan cabezota y tan bruta?
Su primera reacción también ha sido enfadarse con ella pero no le parece justo. Si Leo ha hecho esto, sus motivos tendrá y cree que se hace una idea de cuales son.
- No se enfade con ella. Leo pensaba que era normal que le doliese y sabía que si se lo decía a los médicos o las enfermeras os ibais a enterar, y lo ibais a pasar mal. Seguro no quería preocuparos más. Ella es así.
Una sonrisa tristona aparece en la cara del grandullón. Se da cuenta de que ha empezado la frase con "usted" y acabado con "tú".
- Esta chica....- menea la cabeza- ...si es que peor que su madre y eso es mucho decir... - por primera vez le ve sonreír, parece mucho más joven- ...mira, cuando Santi nació, mi mujer, por no preocuparme, no me dijo que estaba de parto hasta que el crío casi se la cae solo al suelo. Diez años después me lo volvió a hacer con Leo. No te creas, que mi suegra es igual, no gano para disgustos con estas mujeres que me han tocado en la vida...
Con esto que acaba de oír queda confirmado que los cojones en esta familia vienen por el lado femenino. Guille carraspea y descruza las piernas
- Ayer por la noche Julia nos contó todo lo que tú le dijiste- hace un ruido seco con la garganta- Mi hijo y yo nos fumamos un paquete entero mientras lo hacía, y si yo fuese de los que beben, me hubiese tomado unos cuantos whiskies para asumirlo... - se queda callado y de golpe parece tremendamente vulnerable
Le ve así, con esa sonrisa ida, los hombros caídos y una mirada amable, y le resulta casi imposible reconocer en él al hombre que ayer parecía querer asesinarle con los ojos.
- Mira, sé que tú y yo no hemos empezado con buen pie. Yo he sido muy desagradable contigo
- Mira, Guillermo, es... es perfectamente normal. Leo es tu hija, es ella de quien tienes que preocuparte, no de ofender o no ofender los sentimientos de un tío que ha salido de la nada y del que no te habían dicho cosas precisamente bonitas. Yo hubiese hecho exactamente lo mismo, en realidad yo me hubiese partido los dientes.
- Lo siento mucho, de verdad... me he comporté como un bestia. Yo no soy así, pero... todo esto me supera. Sé que no tengo excusa para haber sido un capullo, pero.. joder, que es mi niñita y un hijo de puta me la ha hecho esto. Tú... tú la ves como una compañera, como una policía, y yo no la veo así. Para mí no es policía, ni siquiera es una mujer, es solo es mi niñita. Nada más.
El hombre le mira sus ojos verdosos enrojecidos y húmedos, acongoja un huevo verle así, tan al descubierto. Qué mal le midió, qué poco se parece este Guille al del videojuego, este buen hombre, de luchador callejero tiene bien poco. Se atreve a poner una mano sobre el hombro de Guillermo, no parece molestarse, al contrario.
- Yo solo pensaba que si no te hubiese ayudado, esto no habría pasado, que si esa mañana se hubiese quedado en casa estaría bien... yo solo pensaba eso.... que si no se hubiese metido en camisa de once varas... - chasquea la lengua y sacude pesadamente la cabeza- ...por eso te echaba la culpa a ti, porque no era justo echársela a ella.
El hombre le dedica una sonrisa muy triste con los ojos muy húmedos, después clava la vista en el suelo.
- Yo nunca he querido ver qué es lo que Leo hace de verdad. Sé que es policía, pero yo me la he imaginado siempre tomando declaraciones, rellenando papeles, delante de un ordenador... en mi cabeza mi niña no tenía nada que ver con armas ni con nada peligroso. Nada. Así que ayudarte a ti con esta gentuza que asesinaba no era nada de su incumbencia, era meterse donde nadie la llamaba... debes pensar que soy un gilipollas... creo que lo soy... Mi hija es policía de verdad, no manda faxes o hace cafés. Leo no se metía en camisa de once varas ayudándote, hacía su trabajo. Eso hacéis los policías ¿no? Os la jugáis para coger a los malos y ayudar a los buenos.
- Sí, los polis de verdad hacen esto. El hombre que disparó a Leo no era policía de verdad, solo un asesino con placa. No era otra cosa.
- Mi niña no es una oficinista, es policía. Policía de verdad, me ha costado un mundo, mucho dolor y muchísimas lágrimas darme cuenta, pero... es policía de verdad y yo estoy muy orgulloso de que lo sea.
- Tienes motivos para estar muy orgulloso de ella, Guillermo. Tu hija es de las que creen en lo que hacen, de las que se juegan el cuello cumpliendo su deber. Leo tiene principios y tiene muchos huevos, ha salvado muchas vidas desde que entró en la Policía, la mía entre ellas. Ha cambiado muchas cosas para bien. Muchas.
Guillermo asiente muy fuerte, después empieza a sonreír
- Los huevos son de su madre, pero si te digo la verdad, yo no sé de dónde se ha sacado esos principios suyos... yo te juro que la llevé a un colegio y a un instituto públicos. Se supone que ahí uno solo se aprende a liar porros, a hacer botellón y a jugar al mus... hay que joderse, es rebelde hasta para eso...
Se le escapa una carcajada.
- En un rato vendrá alguien para decirnos dónde podemos esperar mientras la operan. Sé que no te vas a mover de aquí, y no hace falta que estés dando vueltas por el hospital acosando a preguntas a las enfermeras. Puedes esperar con nosotros...- el hombre sube un hombro e inclina la cabeza- Si quieres, claro.
- Sí, claro que quiero.
Guillermo le da una palmada en el hombro y se levanta de su lado. Acaban de fumarse una pipa de la paz apta para no fumadores.
(Domingo 23 de diciembre, 22:13)
Se siente como algo que alguien ha tirado por el váter y un gato ha encontrado después. Tiene ganas de devolver y le pesa todo. Se siente como si que alguien se hubiese puesto a hacer artesanía con sus tripas. Abre los ojos. Delante tiene una versión borrosa de Corso. Parpadea un par de veces, y la imagen se aclara.
- Hola otra vez.
La voz de Corso parece venir de las profundidades marinas. Intenta decir "hola" pero le sale una especie de gruñido. Tiene fatal la garganta, la boca como una alpargata y siente los labios secos y llenos de heridas.
- Agua- le sale un murmullo que bien podría chapurreado un camionero vielorruso.
Corso le acaricia la cara y niega con la cabeza.
- No, cariño, hasta mañana no puedes beber nada, te han operado, ¿te acuerdas?
Se esfuerza en pensar. Recuerda toqueteo del médico, recuerda que la habló de pruebas y después no recuerda mucho más.
- ¿Quieres que te moje un poco los labios?
Asiente despacio. Agradece la humedad y la sensación de frescor que sus dedos le dejan.
- ¿De qué operao?- se come el verbo para abreviar, hablar es desagradable y cansa mucho.
- La tripa, verás...- Corso hincha los mofletes y frunce las cejas-... tenías el intestino hecho una especie de nudo y la sangre no pasaba, por eso te dolía tanto.
Arruga la nariz. Suena bien desagradable.
- Joder- la voz raspa y suena jodidamente drogada
- Ya lo ha arreglado, no te preocupes.
- Pfffff.... stoy... buena...
Él pone esa cara suya de niño travieso y niega despacito con la cabeza.
- No, Leo, tú no estás buena, tú lo que estás es buenísima.
Remata la frase con un besito en la mejilla que la hace esbozar una sonrisa
- Ya no sábado- sigue con su política de acortar frases, le parece lo más sensato.
- No, cariño, hoy es domingo, creo que las diez de la noche.
Un dedo la acaricia la barbilla.
- Las diez...
Da un poco de miedo como se le escapan los días y las horas sin que se dé cuenta.
- ¿Mis padres?
La última palabra casi no la oye ni ella misma, empieza a sentirse cansadísima. Es un asco decir cuatro frases de mierda y sentir que se acaba de correr un maratón.
- Han estado contigo un buen rato, tú estabas dormida..
No se acuerda de eso. Le molesta mucho no haberse enterado.
- ...se han ido hace un ratito a casa, ya no es horario de visitas, yo he engañao a las enfermeras y me he colao.
- ¿Tú?
- ¿Yo qué?
- Vas...- Que si tú no te vas.
Le resulta imposible decir la frase entera, se va a dormir de un segundo a otro.
- ¿Que si no me voy?
Asiente. Él se sacude la cabeza exageradamente.
- Ni de coña, verás, es que me había apostado con Molina una mariscada a ver cual de los dos hablaba contigo antes, después de que te operasen....
Le sale una media sonrisa, no puede con una completa.
- Mira, hacemos una cosa, esperamos a que tú estés buena para cobrársela y nos ponemos las botas a su costa, ¿vale?
Asiente suavecito. A Corso se le quita la cara de broma, le toca la cara con la mano.
- Joder, Leo... tú no sabes lo largos que pueden hacerse los días, no lo sabes... no tienes idea de lo que te he echao de menos. No la tienes.- un besito en la cara pone punto y final a al frase.
Se está haciendo una moñas de marca mayor, se le acaba de aflojar todo lo aflojable, en realidad si no se le han abierto todos los puntos, es porque Dios debe existir.
Ojala no estuviese tan cansada y pudiese contestar a eso como es debido, pero como está derrotada solo puede sonreír con lo que debe ser la mayor cara de mema de la historia. Una enfermera se asoma y lanza a Corso una mirada nada amigable, y se señala un reloj imaginario en la muñeca.
- Ya lo has visto...tengo que irme, ya me ha amenazado diez veces con sacar la porra, aunque, hombre, razón no le falta, me habían dicho cinco minutos y ya debo llevar veinte... a la próxima entra con una defensa extensible de la UIP y me casca... además tengo que ser bueno para que me sigan dejando colarme... y tú tienes que descansar.
Vuelve a asentir.
- Si surge... pues... mira, creo que mañana estoy libre... así que, si no me sale ningún plan, lo mismo vengo a verte y todo...
- Mmmh- su capacidad verbal ha desaparecido del mapa, de la mano de su capacidad de mantener los ojos abiertos.
- Descansa, ¿vale?
Lo último que siente antes de quedarse dormida es un besito rasposo en la cara.
.
(Lunes 24 de diciembre, 00:32)
Desde que dejó de creer en los Reyes Magos no ha sido muy amigo de navidades. Cuando su madre vivía no estaban mal del todo. A ella sí que le iba todo eso de los espumillones, los turrones, las reuniones familiares y toda la pesca. A él no pero le gustaba verla contenta y despreocupada aunque solo fuesen unos cuantos días al año. Solía ayudarla a montar el árbol y hasta firmaba una tregua silenciosa con su padre para esos días.
Le gustaba verla planeando menús, comprando adornos o, cuando iban a comer a casa de la tía Toñi el día de Navidad, presumiendo del regalo que le había hecho "su Pablo". Eso estaba muy bien, era como si las depresiones también se tomasen fiesta. Era cojonudo verla tan animada, con diferencia, lo mejor de las Navidades. Luego pasó lo que pasó y las Navidades se convirtieron en una pesadilla. Con una madre enterrada y un padre en la cárcel por asesinato no hay mucho que celebrar.
Sus últimas diez navidades no han sido precisamente la alegría de la huerta. Siempre se ha dicho que le daba igual pasarlas solo, que las navidades eran solo días especiales para los grandes almacenes que se hinchaban a vender mierdas a todos los insensatos del mundo, pero lo cierto es que no le daba igual. Se sentía como el culo cuando la noche del veinticuatro se sentaba él solo con su cena precocinada delante de un programa hortera de la tele.
No mola comerte un arroz tres delicias Frudesa mientras oyes cómo en la escalera las familias van y vienen con risitas y conversaciones, y el aire huele a cordero y besugo. No mola echarte un cigarro en la ventana de tu casa vacía y ver que todo el mundo tiene un sitio al que ir menos tú. No mola un cacho.
Cenaba, se echaba un par de cigarros, un par de bourbons y luego, o se iba a la cama directo, o se iba a algún pufeto a pillarse un buen pedo y a ver si encontraba algo de compañía femenina que le ayudase a olvidar que se sentía más solo que la one. La compañía solía encontrarla, pero el engaño de no estar solo duraba solamente hasta que el polvo acababa, la chica en cuestión recogía su ropa, se volvía a su casa con su familia, y volvía a dejarle en un apartamento feo y vacío.
En realidad no tenía porqué haber sido así, la casa de su tía ha estado abierta de par en par para él todos estos años, pero nunca ha ido. No está del todo seguro porqué, su tía le gusta, la quiere, es una buena persona. Cariñosa y agradable, pero aún así... prefería lamerse sus heridas en un rincón. Es un poco masoca.
Estar solo es una mierda, eso lo ha sabido siempre, pero también es un vicio como el alcohol o el tabaco. No tiene intención de dejar ni de beber, ni de fumar, pero lo de estar solo... ese vicio si que lo ha dejado. Le ha costado sangre, sudor, lágrimas y muchos palos detrás de la orejas, pero eso se ha acabado. Vicios tontos los justos y necesarios. El tabaco mata pero también lo hace la soledad.
Este las navidades no se parecen a ninguna otra. A su navidad le ha pasado lo que al resto de su mundo, que ha cambiado radicalmente. No va a decir que estén siendo buenas, porque no lo han son, pero tampoco han sido completamente malas. Son complicadas. Navidades de cal y arena. Nunca ha tenido demasiado claro qué era lo bueno y qué era lo malo de la expresión. La cal jode lavadoras así que debe ser lo malo.
Este año no está solo. Eso se ha acabado. Este año no tiene una familia fantasma completamente destrozada. Este año no ha montado un belén con el recuerdo de una madre desesperada y suicida, y el de un padre en la cárcel.
Este año ha recuperado el recuerdo de su madre. Esa mujer que no tuvo el valor de seguir viviendo, la que prefirió la muerte a la vida, nunca existió. Solo era una mentira que Vázquez le vendió. Una de las muchas con las que le llenó la cabeza. Su madre fue una mujer muy sensible que tenía muchas depresiones pero que estaba llena de ganas de vivir. Su madre no le abandonó, a su madre se la quitaron. Eso no cambia nada y lo cambia todo.
Su padre se equivocó en muchas cosas pero tampoco él es como Vázquez quiso hacerle ver. No es un asesino, solo un hombre que tomó la decisión equivocada para sacar a su familia adelante. Su padre es un buen hombre, nunca ha dejado de serlo.
Cuando vivían juntos no se dieron demasiadas oportunidades el uno al otro, ahora todo es distinto. Las cosas han cambiado. Él ya no es un niñato y su padre ya no le trata como tal. No pensaba que a estas alturas de la película la relación entre ellos dos tuviese arreglo, pero se equivocaba. Lo hizo muy mal con su padre, fue muy injusto con él, pero la vida le ha dado la oportunidad de arreglar las cosas. Si Dios al final existe, él debe caerle muy simpático.
Este año, no ha habido cena en solitario frente a un programa hortera. Tampoco se ha fumado un cigarro en la ventana de su casa vacía. Hace solo un rato estaba cenando en una mesa cubierta por un mantel de papel granate con árboles de navidad dibujados. Se comido un puñao de langostinos, un trozaco de cordero asado y hasta un trozo de turrón de chocolate de postre.
Él no tenía demasiadas ganas de nada de esto, pero la ilusión de su padre mientras preparaba la cena y plantaba ese horripilante arbolito de tienda de todo a un euro en la entrada, era demasiado intensa como para no dejarse arrastrar por ella.
Algunas costumbres nunca cambian, también este año tiene ganas de compañía femenina, solo han cambiado las formas. No ha ido a buscarla a un bar y la entrada no han sido veinte euros. Es a un hospital a donde ha venido y la entrada ha sido una gran dosis de peloteo, una caja de bombones y una botella de cava del bueno para las enfermeras.
Está dormidita. Ella parece estar muy a gusto, completamente ajena a todo el ajetreo que hay fuera de este hospital, pero a él le da una pena y una rabia horribles que su cena de navidad haya sido suero en vena y un chute de morfina. Leo se merece una enorme tableta de turrón de chocolate, una copa de cava y un árbol lleno de regalos.
- Feliz navidad, preciosa- se inclina y le da un beso en la carita.
Ella suspira y arruga la nariz pero no se despierta. Esta no es una navidad de oro, incienso y mirra. Es una navidad de cal y arena. Por un lado turrón y cordero, por el otro, heridas, infecciones y pesadillas. Mezclar cal y arena es una mierda. .
(Miércoles 26, 19:00)
Abre los ojos despacito. Acaba de despertarse de uno de sus sueños buenos. La playa. Le encanta ir a esa playa con Corso, aunque todo sea mentira, aunque en ningún momento se le olvida que es un sueño, la sensación de bienestar con la que se despierta es completamente real. Esta vez anochecía y se bañaban en el mar, sacaban fotos y se reían mucho. Ha sido genial.
En el sueño movía los dedos de los pies y jugaba con la arena, aquí no hay arena pero, igualmente, los mueve. Hoy empieza a ser verdaderamente consciente de seguir teniendo piernas. Hasta hace poco solo sentía un hormigueo difuso desde la cadera hasta los pies, hoy a descubierto que podía hacer la proeza de mover los deditos. Es una mierda pero la hace sentirse mucho más tranquila. Por mucho que la hubiesen dicho que iba a volver a sentir las piernas, no se lo ha acabado de creer hasta hoy, ysiendo completamente sincera, estaba acojonada perdida. Sus piernas serán unas cabronas que la dejaron tirada cuando más las necesitaba, pero son suyas y le gusta sentirlas.
Hoy está siendo el día más lúcido que ha tenido hasta ahora, entre los picos más fuertes de morfina se las ha apañado para mantenerse relativamente consciente, o en un sueño muy ligero, y está empezando a ver cómo funciona esta universo llamado UCI en el que anda metida.
Esta mañana ha sido testigo de un proceso que, por lo visto, ha tenido lugar todos los días que lleva en el hospital y al que había sido totalmente ajena hasta ahora. Se ha despertado de un sueño en el que un gato le lamía el brazo, para descubrir que esa humedad sobre su piel era completamente real. Resulta que cuando estás en la UCI, te lavan y te asean a diario.
Tiene sentido, claro que lo tiene. Lo que pasa es que nunca se había parado a pensar en ello. Seguramente, si lo hubiese hecho, habría llegado a la conclusión de que, evidentemente, no te van a dejar ahí acumulando mierda. La han lavado de arriba abajo, pelo incluido, le han cortado las uñas, la han dado crema y la han puesto colonia de baño. Se ha sentido muy bien, es genial hacer cosas normales como lavarse.
Nunca ha sido especialmente pudorosa, pero el poco pudor que tenía lo ha perdido del todo. Es lo que tiene pasarte todo el santo día en pelotas siendo toqueteada por desconocidos en partes de tu cuerpo que no sabías ni que tenías . Como una vez oyó decir a alguien, cuando entras en un hospital, el decoro y la dignidad se quedan en la puerta. Esta mañana le ha dado igual que fuese un auxiliar de clínica guapísimo el que ayudase a la enfermera, Silvia, a lavarla.
El único pensamiento que ha tenido al respecto de su desnudez mientras ese guaperas la colocaba y descolocaba como la enfermera quería, ha sido felicitarse por la decisión que tomó hace dos años de hacerse la depilación láser. A esa gente le daría igual que fuese descendiente directa de la mona Zira del Planeta de los Simios, solo Dios sabe qué clase de cosas habrán tenido que ver, pero a ella no le daría igual. Será una chica dura, pero también es bastante más coqueta de lo que pudiese parecer. Su madre siempre dice que "lo cortés no quita lo valiente", y tiene toda la razón del mundo.
Un poco después del baño de esponja, en un momento con poca fiebre y con la morfina en etapa valle, ha empezado a darle vueltas a esas cuatro balas suyas. No una, no dos, no tres. Cuatro. Esparza la quería muerta pero está viva. No tiene sentido.
La podía haber metido un tiro en la cabeza y todo se hubiese acabado para ella, pero no lo hizo, la metió cuatro balas en la tripa y ella es incapaz de entender porqué hizo eso. No le encuentra lógica alguna. Si ella quisiese a alguien muerto a toda costa, dispararía a la cabeza, ni siquiera a corazón, ahí puedes acabar fallando, en la cabeza no. La cabeza es la única opción lógica y Esparza no la escogió. Escogió intentar matarla con cuatro balas en la tripa. Sí, el médico guapo le ha dicho que estuvo a punto de quedarse en esa casa, que las balas casi la seccionan un par de arterias. Casi pasa, pero no pasó, las balas pasaron de largo las arterias y se fueron a las venas.
Nadie en la situación desesperada de Esparza hubiese dejado nada al azar. Ese tío es listo no es un chapucero, así que no entiende porqué está viva. No es un sádico que disfrutase viéndola sufrir, aún recuerda su cara desencajada y sus disculpas. Algo se le escapa. Tiene la sensación de que en lo que le han contado, falta una pieza muy importante.
Posiblemente sea un tontería, los instintos no son su fuerte, ella es más de dejarse los cuernos currando, pero la sensación está ahí y no se va con nada. Tal vez el problema está en que con todas las mierdas que le dan, no puede pensar con claridad, o, simplemente, se está inventando problemas donde no los hay para no tener que pensar en lo jodida que está. Nunca se sabe cómo funciona esto del coco.
Lo que antes eran molestias en la tripa y el pecho, comienzan a convertirse en dolor. Esto quiere decir que en cuestión de minutos, la máquina de su derecha le va a soltar una buena dosis de calmantes en vena.
Con el chute dejará de dolerle pero también volverá a su estado de me-duermo-en- el-palo-de-un-gallinero. Dormirse o no dormirse le daría igual si no fuese porque con los sueños también vendrán las pesadillas. Este sueño de la playa ha sido una rareza, últimamente o no tiene sueños, o tiene pesadillas. Cada vez le pone más nerviosa la idea de quedarse dormida.
Pip. Acaban de doparla hasta las cejas. En cosa de veinte minutos el colocón estará en todo lo alto y se volverá a quedar dormida y a soñar con "cosas bonitas". No quiere dormirse, debería pedir que la enchufaran en la vía un buen café espresso para contrarrestar efectos.
Se mira la T de plástico que tiene en la cara interna del antebrazo, y por la que le meten todo tipo de mierdas. A veces le dan ganas de arrancarse la aguja de cuajo y olvidarse de calmantes.
Nota que el sueño empieza a ganar terreno poquito a poco. Lo siente agarrándola por los pies y por las manos. Se empieza a amodorrar y a atontar. Vuelve a dejar de sentir las piernas pero no se asusta, sabe que son las drogas, que cuando vuelva de sueño y el cerebro se despeje, seguirá sintiendo y moviendo las piernas.
Siente alguien a su lado. Olor aftershave y colonia. Entreabre los ojos y se encuentra con los ojos oscuros de Mario. Parece pensativo.
- Mmmh, Mario...
Su voz amodorrada hace que a Mario se le vaya la seriedad y aparezca esa sonrisa suya de niño. Él la coge la mano y se la aprieta. Ella hace lo que puede para devolverle el achuchón.
- No quería despertarte, lo siento.
- No me has despertado - la voz ya es la suya de siempre pero las sílabas pesan y tiene que arrastrarlas.
Nota la garganta seca como una lija, sigue escociéndole. Traga con dificultad, siente la saliva como si fuese casi sólida. Hay algo que la dan que la deja la boca como si fuese de esparto.
- ¿Quieres un poquito de agua?
Asiente con la cabeza. Mario le acerca el agua y da un par de tragos a la pajita. Ha vuelto a cogerle el tranquillo y ya no se pone perdida cada vez que bebe.
- Gracias.
Él deja el agua en su sitio y la mira fijamente.
- ¿Cómo te sientes?...- Mario hace una mueca con los labios y menea la cabeza- Perdona, perdona... Te he preguntado una soberana estupidez.
Niega despacito.
- No, no es una estupidez, no me vas a preguntar por el Operación Triunfo de este año, ¿no?- él la sonríe y asiente- Me siento mejor, no estoy para muchos trotes pero... sí algo mejor, mira, ya hago frases completas y tampoco no me duermo cada tres palabras, ahora aguanto cuatro.
Mario se ríe suavecito, justo lo que ella esperaba. No le gusta verle tan serio y tan preocupado.
- ¿Cuatro? Pues creo que ya las llevas
Ella le sonríe.
- Pues entonces, si me duermo no te ofendas, ¿eh?
- Descuida.
No va tardar mucho en quedarse dormida. Tiene que aprovechar el tiempo. Tiene la cabeza somnolienta pero piensa con bastante claridad. Hay cosas de las que tiene que hablar con él.
- Mario...
- Dime.
- ¿Estás muy enfadado conmigo?
Él la mira con cara de pasmo.
- ¿Pero qué dices...? ¿Por qué voy a estar enfadado contigo?
- Por darte esquinazo...seguro que no te sentó muy bien enterarte de que no me quedé quieta...- suspira-... tú siempre quieres cuidarme y yo nunca te dejo.
Mario resopla ruidosamente.
- Mira, Leo, olvídate de eso ahora.
- No, no me olvido... si es que soy la hostia...- la lengua se le traba un poco-... me enfado con Corso por hacer las cosas por su cuenta sin contar con nadie... y voy yo, y yo hago lo mismo... soy la hostia.
- Te lo digo en serio, Leo, olvídate del tema, tú... tú eres como eres y no lo puedes evitar. Ya está. No me puedo enfadar contigo por eso.
Cada segundo que pasa se siente más y más cansada, o va al grano, o no llegan a ninguna parte.
- No tuvo nada que ver con lo que tú y yo hablamos en la Unidad, ¿vale? Nada. Me da miedo que te hayas rayado por eso...- intenta poner un poco de volumen a este susurro suyo, pero le es imposible- ...quiero que tengas muy claro que si hice las cosas sin contar contigo, no fue por nada de lo que tú me dijiste, no quiero que pienses cosas raras...
Él presiona ligeramente su mano y le mira de una manera curiosa.
- Corso necesitaba ayuda y yo no quería meteros en un lío, menos a ti. Tú ya estabas muy jodido... te sonara estúpido, pero me pareció que era así cómo tenía que hacerlo.
Le encantaría poder elaborar más esa idea, pero la cuerda se le está acabando a pasos agigantados.
- Mira, Leo, a veces me cuesta mucho entenderte, ya lo sabes, pero otras veces te entiendo sin problemas. Tú y yo no vemos las cosas igual, pero... muy en el fondo tampoco somos tan distintos, en el fondo queremos lo mismo, hacer las cosas bien y mantener a salvo a la gente que nos importa. Te la has jugado por eso y yo no puedo enfadarme contigo, además... ¿para qué?- él la sonríe- Estoy convencido de que, te haya pasado lo que te haya pasado, lo volverías a hacer.
Le contesta con una media sonrisa.
- ¿Ves? ¿Cómo me voy a enfadar contigo? Esta eres tú y no hay vuelta de hoja. Mira, Leo... yo siento todas esas cosas que te dije en la unidad. Necesito que me perdones, yo... lo siento muchísimo. No he podido dejar de pensar en eso estos días yo...- resopla- ... yo ya pensaba que no iba a poder decirte nunca lo muchísimo que me arrepiento.
Mario suspira y frota el pulgar contra su mano. La cara de Mario empieza a hacerse borrosa pero ve claramente que tiene los ojos cargados de lágrimas y la cabeza llena de pensamientos.
- Ey, Mario, no seas tonto, solo estabas enfadado, y yo me voy a poner bien, así que tema zanjado. Olvídate.
Las sílabas se encadenan unas con otras y el resultado es una frase algo complicada de descifrar, menos mal que Mario está acostumbrado a interpretar complicados lenguajes informáticos.
- Leo, ¿Pero cómo me voy a olvidar?
Él sacude la cabeza con cara de angustia.
- Pues muy fácil, olvidándote.
- No, yo no puedo, no tenía derecho a ser tan... tan cruel contigo.
- Joder, Mario, no le des más importancia de la que tiene, todos decimos cosas así cuando estamos enfadados, a mi cuando se me calienta la boca....- esboza una sonrisa amodorrada-... eso ya lo sabes tú muy bien...
Mario sonríe y asiente. El pobre se ha llevado más de dos y de tres broncas sin merecérselas.
- Pues eso, tío, que ya está.... y que como me pidas perdón te arreo con el gotero. De verdad.
La última parte ha sido poco más que el murmullo de uno mosca, no está segura de que él haya la haya entendido hasta que le oye reírse.
- Vale, ya me callo.
Los ojos se le cierran sin remedio. Presiona la mano de él para que sepa que aún está despierta, él le contesta con otro apretón.
- Leo..
- ¿Mmmh?
Se queda completamente dormida antes de oír lo que Mario tenía que decirle.
06 Te quiere (Miércoles 26 de diciembre, 19:46)
La vi ayer
Sólo piensa en ti
Y me dio este mensaje
Dice que te quiere
Y sabes que eso no puede ser malo
Sí, te quiere
Y ¿sabes?, deberías estar contento
Le hiciste daño y casi se volvió loca
Pero sabe que tú no eres de los que hieren a la gente
Ella dice que te quiere
Deberías estar contento
Porque ella te quiere a ti
(She Loves you)
Supone que es mucho mejor que se hay quedado dormida antes de que pudiese decir nada. Tiene los ojos llenos de lágrimas y no sabe cuánto más va a poder aguantarlas. Ahora es consciente de que necesitaba está conversación con Leo casi más que respirar. Ha pasado días y noches interminables atormentado por la idea de que ella iba a morirse y que lo último que había oído de sus labios eran reproches. Esa maldita conversación que tuvieron volvía a su mente una y otra vez.
Necesitaba arreglar las cosas, pedirle perdón. Necesitaba saber que lo que hablaron no tuvo nada que ver con la manera en la que ella le dejó a un lado. Ahora se siente mejor, un poco más libre. A veces las palabras no significan nada, otras hacen daño, otras son un bálsamo que alivia tus heridas.
Una lágrima le desborda los ojos, no sabe qué pensaría ella si le viese llorar de esta manera. Suspira profundamente. Tiene lo que necesitaba, paz interior, pero no tiene lo que quería. No la tiene a ella. No la tiene, no la va a tener y verla dormir duele como una herida abierta. Se muere por cubrirla de besos y de caricias, por decirle que la quiere y que ahora todo va a salir bien. No puede.
Es la primera vez desde que dispararon a Leo que esta clase de pensamientos le asaltan. Antes, cuando entraba a esta habitación, no había espacio para nada que no fuese sentir pánico y derramar lágrimas de dolor. La enormidad de lo que pasaba ocupaba todo su horizonte, no le permitía ver más allá.
Las cosas ahora son distintas, Leo se va a salvar y sus asuntos pendientes con ella han concluido. Ya no hay perdones que pedir o recibir. Las cartas están sobre la mesa.
Ya no hay más manos que dar o repartir. La partida ha acabado y es el momento de empezar a asumirlo. Ha llegado la hora de examinar los restos que el naufragio ha dejado esparcidos sobre la playa, descartar los que ya no le pertenecen y tratar de recomponer el resto.
No sabe cómo va a poder componer este puzzle, todavía está todo demasiado cerca, todavía duele, todavía recuerda con demasiada claridad. Recuerda el dolor al dejarla ir, la desolación al descubrir que ella quería a Corso, que nunca había dejado de hacerlo y que estaba con él.
Recuerda eso pero también recuerda el comienzo, la ilusión que sentía, las ganas de demostrarla todo lo que sentía por ella, los primeros besos, las cosquillas en el estómago. Lo recuerda todo demasiado bien.
No puede permitirse pensar así. Pensar en el principio duele más que pensar en el final, y si sigue por este camino le va a resultar imposible aceptar la realidad. Ellos dos nunca serán. Tiene que dejarlo morir.
Se seca las lágrimas con la mano y se inclina sobre ella hasta rozar el lóbulo de su oreja con los labios.
- Te quiero- es un susurro ahogado por las lágrimas que le desbordan los ojos.
Si hubiese hablado antes, eso es lo que hubiese dicho. Es mucho mejor que ella no lo haya oído. Solo hubiese hecho todo más difícil. Leo no mueve ni un músculo, está profundamente dormida.
Este ha sido el último te quiero que le va a decir en alto, después de este, ya no habrá más. Necesitaba oírselo decir en alto para poder dejarla irse definitivamente. No quiere hacerlo, pero no hay nada que pueda hacer al respecto. Esto no es cuestión de tirar la toalla o no querer luchar por ella, si hubiese algo por lo que pelar lo haría, pero no lo hay. Es muy duro saber esto, pero las cosas, simplemente, son.
Se permite besar por última vez sus labios. Se detiene un segundo sintiéndolos, después sale de la habitación llevándose este último beso y atesorándolo en el desván de sus recuerdos. Ella tenía razón, no duró, pero fue bonito, muy bonito. No todas las cosas bonitas duran para siempre.
Se encuentra con Corso nada más salir de la UCI. Le ve y le golpea con brutalidad el cambio físico que se ha producido en Corso en estas últimas semanas. Estos días le han pasado factura.
Nunca le había visto tan delgado. Con la barba espesa y el pelo crecido parece mucho mayor que sus treinta y un años. Incluso distingue un par de hebras plateadas en sus sienes que unas semanas atrás no estaban.
- ¡Hombre, Mario!
Corso le da una palmada en el hombro y le aprieta afectuosamente el bíceps.
- ¿Qué pasa, tío? Hacía un par de días que no te veía ¿Qué tal fue la navidad?
No tiene ninguna gana de ponerse a charlar con él sobre celebraciones, ni sobre nada. Solo quiere llegar a casa, darse una ducha caliente, tirarse en el sofá, poner Blade Runner y dejar de pensar por un par de horas.
- Pues bien, familia, cordero, salmón, discusiones de fútbol y política, ayudar a mi madre y mis hermanas a poner el belén... lo de todos los años, vamos. ¿La tuya?
- ¿La mía? También familia y cordero, pero para mí ha sido toda una novedad- se encoge de hombros- En casa no tengo belén pero mi padre ha comprao un arbolito horripilante en los chinos y lo ha plantado en el mueble de la entrada- lo dice con una sonrisa y un tono peculiares, suena casi como un niño ilusionado.
Siempre había dado por supuesto que para Corso las navidades eran simplemente una fecha más en el calendario, pero ahora tiene sus dudas.
- Bueno, ¿qué? ¿Cómo has visto hoy a Leo?
No tenía ganas de hablar de fiestas con él, pero menos aún de Leo.
- Leo... pues está amodorrada y sigue con bastante fiebre... pero la he visto bastante animada, con ganas de hacer bromas y todo... todavía queda mucho para poder decir que está bien pero... parece mentira que esté como está...Todavía no se me ha ido del todo el miedo del cuerpo.... a veces tengo la impresión de que solo lo estoy soñando, que me voy a despertar y ella va a estar medio ida otra vez.
- Bueno, Mariete, pues, o en tus sueños me ponen multas por exceso de velocidad, o esto es real.
A Corso le brillan mucho los ojos y sonríe tanto que se le podrían rajar las comisuras de los labios. Por primera vez en muchos días le ve verdaderamente contento. No es de extrañar, motivos no le faltan. Leo se va a poner bien y le quiere a él. También él sonreiría de esa manera si estuviese en su piel.
Hasta hace un par de días estaba tremendamente enfadado con Corso. Sentía que entre ellos se había abierto un abismo que nunca se iba a cerrar. No solo le había quitado a la mujer que quería, después de hacerlo decidió marcharse. No lo entendía, en realidad sigue sin hacerlo. Lo que ha entendido es que, simplemente, el mundo de Corso, como el de Leo, es bastante más complicado que el suyo. A ellos dos les dan miedo las cosas que él busca con todo su afán. No les entiende del todo, posiblemente jamás lo llegará a hacer, pero ya no está enfadado con ninguno de los dos. Está un poco dolido, esa sensación tardará en irse, pero sobre todo triste.
- Oye, ¿te vas ya?
- Sí, las enfermeras me han dicho que solo podía estar cinco minutos.
- Hombre, aunque te digan cinco minutos, no entran con la bayoneta hasta por lo menos los diez... aunque bueno, yo anoche me pasé de la cuenta, y la rubita esa casi me saca a cañonazos, para ser tan canija, no veas la mala leche que gasta la jodía...
Podría decir que sí, que le han echado, pero no lo va a hacer. Él no es como Leo y Corso, no puede callarse sus sentimientos como ellos. Necesita hablar, cada uno es cómo es.
- No, Corso, no me ha echado nadie, Leo se ha quedado dormida y me he ido.
- Tío, haberte quedado un ratito más que seguro que no le...
No se entera. Le irrita un poco su tono de entusiasmo.
- Corso, me he ido porque no aguantaba más tiempo ahí dentro.
A Corso le cambia la cara, la sonrisa desaparece. Se le ha ido la mano en la brusquedad, no pretendía sonar tan tajante ni tan brusco.
- Mira...- suaviza el tono- ...si... si me hubiese quedado ahí dentro más tiempo... no hubiese sabido cómo salir, Corso, si me hubiese quedado un minuto más habría querido besarla, abrazarla y no moverme de su lado hasta que pueda salir de aquí por su propio pie... y ese no es mi sitio, Corso, ese ya... ya no lo es. No lo es.
Corso le mira muy serio y asiente despacio.
- Mario, tío... yo... te lo dije una vez y te lo vuelvo a decir, no me gusta nada cómo ha pasado esto, de verdad. Esto no tenía que haber ocurrido así... tú eres mi mejor amigo y me importas muchísimo- no dice nada, le escucha en silencio- Tienes que entender que yo no te habría hecho esta putada por un capricho, porque sé lo que Leo significa para ti. Lo que te dije era verdad, Mario, yo quería que lo vuestro funcionase.
Quería que funcionase. Se enfada muchísimo, lo siente casi como un insulto.
- No lo entiendo, de verdad que no, ¿Por qué? ¿Por qué querías que funcionase?
Corso parece sorprenderse por la pregunta. La última vez fue él quien contestó, hoy necesita oír la respuesta de Corso. Necesita respuestas, respuestas de verdad. También con Corso necesita finiquitar los asuntos pendientes.
- ¿Por qué? Pues porque al día siguiente de conocer a Leo, me dijiste que quería pasar la vida con ella. Porque eres mi amigo. Porque Leo me importa mucho... porque tú eres tú y porque yo... - levanta un hombro y le dedica una sonrisa bastante triste- ... yo soy yo. Ya me conoces. Sabes de sobra qué clase de tío he sido toda la vida. No quería haceros daño a ninguno de los dos.
Claro que sabe qué clase de hombre ha sido. Corso el que colecciona rollos de una noche, el que nunca repite, el que nunca recuerda nombres, el que nunca anota teléfonos. Ese ha sido Corso desde que le conoce.
Tenía que haber visto venir este tren hace mucho tiempo. Corso casi nunca repite tres veces con la misma, pero con Leo repitió decenas de veces. Lo sabe. Muchas noches les vio irse juntos de la Unidad, también vio las miradas cómplices al día siguiente de dejarles solos en un bar cuando salían a tomar algo después de un caso complicado.
Corso solo se saltaba la norma de oro de no repetir mujeres con Leo. Qué ciego fue, o qué ciego se empeñó en ser. Se negó a ver el enorme elefante en medio de la habitación.
Leo y yo hemos follado. Con eso podía vivir, el sexo por el sexo, son solo sensaciones. No son sentimientos. Las sensaciones, por placenteras o intensas que sean, acaban por borrarse. Llegan sensaciones nuevas y te acabas olvidando de las viejas. Las sensaciones no eran un problema, los sentimientos sí, por eso le gustaba creerse que Leo y Corso "solo habían follado".
Cuando surgían dudas de lo que pasaba o no pasaba entre ellos, algo que pasaba con demasiada frecuencia, recurría a esa respuesta sencilla y segura. Entre ellos no había nada, nunca lo había habido, solo sexo, así que cuando Corso miraba a Leo con demasiada intensidad, o la rozaba más de la cuenta, o se emparejaba con ella continuamente en un caso, no había problema. Se decía a sí mismo que Corso nunca se colgaba de nadie, que lo único que pasaba por su cabeza era lo buena que estaba Leo y que le gustaba poder mirarla de cerca. Nada más. Se empeñó en engañarse y se engañó. Consiguió cegarse y no ver ese enorme elefante en medio de la habitación.
- Ya... yo también quería que funcionase.
- Mira, tienes que entender que, aunque vosotros dos ya no hubieseis estado juntos, a mi jamás, JAMÁS se me hubiese ocurrido acercarme a ella si...no...- le mira con una expresión de desamparo que nunca antes le había visto- ... esto que me pasa con Leo no me había pasado nunca con nadie. No... Leo no es un capricho ni un polvo, menos aún un juguete... tienes que tener eso muy claro, Mario. Yo no te hubiese hecho esta putada si no... - carraspea.
Se da cuenta de que es la primera conversación verdaderamente personal que tienen en la que Corso no se limita escucharle. Esta es la primera vez es cinco años en la que Corso se deja de coñitas y de hacerse el duro y le habla de cómo se siente.
- No me habrías hecho esta putada si no la quisieras.
Corso carraspea, se remueve incómodo y se pasa la lengua nerviosamente por los labios.
- Sí- lo dice con una sencillez que le acongoja.
Nunca le he visto tan vulnerable como ahora mismo. Jamás. Qué poco se parece este hombre que tiene delante, al Corso que cree conocer. Ya no sabe hasta qué punto le conoce. Corso no es un tío fácil, no se deja conocer con facilidad. Da la impresión de ser una persona abierta y cercana, pero solo es una cortina de humo. Corso, el de verdad, para él es un misterio, pero para Leo no. Puede decirse hasta que le salgan yagas que ella solo ve en Corso un reto, o que le gustan los tíos complicados, pero muy en el fondo siempre ha sabido que ella no ve en Corso lo mismo que ve él. Ella no ve solo tío duro, mujeriego de buen corazón, parece ver otra cosa que él y el resto del mundo solo pueden imaginar.
- Ya... la quieres pero decidiste que te ibas. Me dices que Leo no es un capricho ni un juguete, que te importa, que yo te importo, que no me harías esa putada... pero metes la mano, nos das la vuelta a los dos como un calcetín y luego sales con que te vas. No te entiendo.
No le da la gana ponerle las cosas fáciles. No sabe hacerlo.
- No... Mario... verás... yo.. yo... no... yo...
Se le queda mirando con expresión de angustia. Corso el que siempre tiene respuestas para todo, el que siempre habla seguro de sí mismo, balbucea como un crío acojonado. Nunca pensó que llegaría el día en que viese esto.
Cree que por primera vez tiene un atisbo de Pablo, no de Corso. Será muy valiente a la hora de ponerse de un malo con pistola pero a la hora de manejar sentimientos es un crío acojonado. No es tan fiero el león como le pintan.
- Déjalo, anda, Corso, déjalo, no te estoy pidiendo explicaciones. Ni siquiera sé si quiero oírlas.
- Lo siento mucho, de verdad, yo... mira, yo... no pretendía hacer daño a nadie. De verdad que no. Yo ya sé que me lo he montao fatal, quería hacer lo mejor para todos y la he ido cagando cada vez más. Lo siento, solo puedo decirte eso, que siento muchísimo haberte hecho daño. Habéroslo hecho a los dos. Tío, tú eres un hermano para mí. Me parte ver que las estás pasando putas por mi inutilidad. Tenía que haber sido claro contigo, tenía que haber sido claro con Leo... esto no tenía que haber pasado de así como ha pasado, tenía que haber salido del armario mucho antes...- dice lo del armario con una sonrisita tímida- ... lo siento.
No es justo que se ponga a reprocharle cosas sin aceptar las cosas que él también ha hecho mal. No quiere llevar cargas a cuestas.
- Yo tampoco me lo he montado muy bien contigo, Corso, últimamente he dicho muchas cosas de las que no me siento nada orgulloso... Cuando uno se siente dolido, se cree mejor que nadie y con derecho a decir lo primero que se le pasa por la cabeza.
- ¿Pero qué dices, tío?
- Yo... yo no tenía que haberte dicho todas esas cosas que te dije el día que ingresaron a Leo. Mucho menos aún eso de que tú no sabes querer. Te dolió, te lo vi en los ojos. Te lo creíste y te hice dudar.
Corso se pone rígido como una barra de hierro. Esa frase es una espinita que tiene clavada, no puede evitar pensar que ese fue el detonante de todo, del querer irse.
- Bueno, tú... tú me diste mucho en lo que pensar.
- Yo no soy quien para decirte eso, no tengo derecho.
- Sí eres quien, eres mi amigo.
- Sí, claro que lo soy, pero yo no sé si en ese momento hablaba tu amigo o solo su rabia. Lo siento. Fue muy duro, Corso... es muy duro- recalca la palabra "es"- ...pero eso no me daba derecho a ser tan cruel ni a creerme mejor que tú.
- Mira, Mario, tú solo dijiste lo que pensabas.
No se le escapa la tristeza en su voz. No debe ser fácil de asimilar que tu mejor amigo te diga que no sabes querer.
- Yo... yo era incapaz de asimilar lo que pasaba, todavía no lo asimilo del todo, es... es muy duro. Necesitaba creer lo que te dije para no volverme completamente loco, pensar que tú no ibas a saber quererla, que ibas a acabar engañándola o haciéndola daño de alguna manera... Era el último clavo al que agarrarme para no volverme completamente loco. Yo...
- Ya está, tío, ya está. Olvídalo. No le des más vuelas, no... no merece la pena. Tú la cagaste y yo la cagué, no lo podemos cambiar, así que ahora ya da igual. Somos amigos, ¿no?
Asiente pesadamente.
- Pues ya está.
No sabe hasta que punto esto ya está.
- Corso, esto... esto que te ha pasado con Leo... no podía haberte pasado con nadie más, ¿verdad?
No es una broma, no es mala leche, no es sarcasmo, es una simple afirmación.
- No- contesta sin vacilar un solo segundo.
Tiene sentido. Hay una cosa sobre Leo que él tiene muy claro. Las habrá más guapas, con mejor cuerpo, más listas, más divertidas, más simpáticas, más cariñosas, más fáciles de entender, más lo que sea, pero no las habrá más especiales. Leo es una mujer tremendamente espacial y no tiene nada de raro enamorarse de ella.
- Mira, Corso, yo no te voy a dar lecciones de moral, ni te voy a decir qué tienes o qué no tienes que hacer, solo te digo una cosa, que Leo ya ha sufrido más de lo que la correspondía en todos los sentidos.
- Eso no tienes que decírmelo, Mario. Lo sé tan bien como tú, que no se te olvida- hay un poco de dureza en la voz de Corso.
A veces se le olvida de que, aunque sus pies sean distintos, los dos han recorrido el mismo camino, visto la mismas cosas y aunque, cada cual a su manera, también han sentido lo mismo.
- Escúchame, Corso, da igual porqué te querías ir antes y porqué te quedas, da igual lo que yo o nadie te pueda decir o no decir, lo único que cuenta es que si te quedas ahora, no puedes cambiar de opinión mañana, eso lo sabes, ¿verdad?
Corso mueve afirmativamente la cabeza, su rostro es una máscara de seriedad.
- Ya te lo dije, Mario, yo no me voy a ninguna parte. Tengo las cosas muy claras.
- No sé si te das cuenta de que la vida muy poquitas veces da segundas oportunidades para hacer las cosas bien. No la cagues, Corso, no la cagues o te vas a arrepentir toda la vida.
Corso asiente con seguridad. Él cierra los ojos y suspira. Se siente extraño. Libre y roto. Se siente entre un final y un principio. Está dónde no quiere estar, en medio de una bisagra que al menor movimiento hacia un lado u otro va a pillarle. Solo sabe que ha hecho lo único que podía hacer, aceptar la realidad.
- ¿Qué va a pasar ahora con nosotros? Con los tres.- la voz de Corso le hace abrir los ojos.
Le mira un segundo antes de contestar. Eso es algo difícil de contestar.
- No lo sé, Corso. No lo sé. Yo... lo que yo siento por ella no ha cambiado. No... no puedo dejar de quererla solo porque quiera estar contigo y no conmigo. Las cosas no funcionan así... necesito tiempo para asimilar esto. Yo no voy a dejarla tirada ahora, eso no lo voy a hacer. Voy a seguir viniendo a verla todos los días, voy a... verte también a ti... pero... pero... yo no sé que va a pasar cuando salga de este hospital. No lo sé...
No sabe si Corso y Leo van a durar un día, una semana, un mes, un año o cuánto, pero ahora mismo es completamente incapaz de encarar una realidad en la que están juntos y comportarse con normalidad. Incapaz.
- ...mira, yo no soy tan moñas como tú te piensas, sé que nadie se muere de amor y que llegará el momento en que deje de sentirme como me siento ahora, que Leo se me acabará olvidando, que llegará el día en que la mire y no sienta nada, pero yo necesito tiempo.
- Mario, yo...
- No, Corso, eso si que no. Ni se te ocurra decirme que lo sientes porque no quiero oírlo. No lo digas porque aunque me lo digas de verdad, yo no me lo voy a creer, estás con ella, así que no ... no me lo puedo creer. No lo digas.
Corso asiente con semblante serio.
- Mira, Corso, pase lo que pase.... tú y yo somos amigos, y aunque todo cambie entre nosotros, eso a mí no se me va a olvidar y no quiero que se te olvide a ti.
Curva sus labios en un amago de sonrisa y Corso se la devuelve.
- Eso no va a pasar, tío.
Corso extiende la mano delante de él esperando un apretón. Mira la mano abierta y después sus ojos azules. Piensa en todas las cervezas que se han tomado, los partidos de fútbol vistos y jugados, las bromitas privadas, las veces que se han salvado el pellejo el uno al otro, los oscuros secretos que comparten. Piensa en todo eso e ignora la mano abierta. No quiere estrechar la mano de Corso, le rodea los hombros con los brazos.
Le abraza mientras siente que las lágrimas le desbordan los ojos. Será un capullo a veces, le habrá quitado a la que creía que era la mujer de su vida, pero es su amigo y le quiere. Sabe que es verdad que nunca ha querido hacerle daño, a veces las cosas simplemente ocurren y no hay que darle más vueltas.
Le habrá hecho la putada de su vida pero, aún con esas, este hombre al que está abrazando es el mejor amigo que nunca ha tenido.
07 Entra el Coco (Lunes 31 de diciembre, 06:46)
Reza, pequeña, no olvides, niñita,
Incluir a todo el mundo
Arrópate, acurrúcate
Mantente libre de pecado hasta que llegue el Coco
Duerme con un ojo abierto, bien agarrada a tu almohada
Sale la luz, Entra la noche
Coge mi mano, nos vamos a la tierra de Nunca Jamás
Algo va mal, se apaga la luz
Son sueños de guerra, sueños de mentirosos
Sueños de fuego de dragones y de cosas que muerden
Duerme con un ojo abierto, bien agarrada a tu almohada
Me preparo para ir a dormir
Rezo para que el Señor mi alma guarde
Si muero antes de despertar
Rezo al Señor para que mi alma lleve
Silencio, pequeñina, no digas una palabra
Y no hagas caso a ese ruido que escuchas
Solo son las bestias bajo tu cama,
En tu armario, en tu mente.
Entra el Coco.
(Enter, Sandman)
Está descalza. El suelo es de moqueta. Está sembrado de astillas y piedrecitas que se clavan en las plantas de sus pies. Siente un dolor lejano y difuso. Lo ignora. Las piedras son el menor de sus problemas.
Corre todo lo rápido que puede pero las piernas pesan como si fuesen de hierro macizo. No le ve. No le oye. Da igual. Le siente. Sabe que está detrás de ella y que si se detiene la alcanzará. Eso no puede pasar, quiere hacerla mucho daño, por eso tiene correr.
El pasillo es largo, no tiene puertas. Tampoco ventanas. Solo metros y metros de paredes sucias salpicadas de manchas de humedad y desconchones en al pintura. Hace frío. El aire está viciado. Huele a cerrado y a miedo.
Oye su propia respiración y los latidos de su corazón, por debajo de ellos algo que se arrastra a sus espaldas. No mira hacia atrás. Tiene la vista fija en la puerta cerrada que hay el fondo del pasillo. No sabe qué puede esperar delante pero no puede ser peor que lo tiene detrás. Esa puerta sucia y rota es su única salida y lo sabe.
Los músculos de las piernas protestan con cada zancada que da. No hace caso. Escapar es lo único que hay en su mente. Llegar a la puerta es su única oportunidad. Tras angustiosos momentos en los que se cree incapaz de alcanzar su objetivo, la puerta está a su alcance. De alguna manera se ha movido sin moverse.
Trata de aferrar el pomo pero sus manos se han vuelto de agua. Son incapaces de agarrarlo. Son líquido que no atrapan sólido. Lo traspasan una y otra vez como si fuesen las de un fantasma. Tiene que abrir esta puerta porque le siente cada vez más cerca. Casi puede notar su aliento en su espalda.
Las manos dejan de ser agua y se transforman en carne, agarra el pomo. Al principio no gira, la angustia se la come. Lo intenta una y otra vez, solo consigue sonidos metálicos de atasco y llenarse de terror. Cuando ya lo daba todo por perdido, el pomo cede y la puerta se abre con un lloriqueo agudo. Se apresura a traspasar la puerta y a cerrarla tras ella.
Recuesta la frente sobre la superficie de madera y cierra los ojos. El corazón empieza a recobrar su ritmo normal. Siente frío en los pies. No es moqueta lo que pisa. Abre los ojos y mira al suelo. Mármol blanco. En este lado la puerta está completamente nueva. Es de madera blanca. Tiene dibujos geométricos labrados. Es una puerta cara, madera maciza.
Se gira para ver dónde está. Es una habitación de paredes blancas y desnudas. Parece un despacho. Hay un gran escritorio vacío y una caja fuerte empotrada en la pared de su izquierda. La caja está abierta y vacía. El despacho le resulta familiar.
Chorros de luz blanca y radiante entran por una enorme cristalera que ocupa una pared entera. Se ve un trozo de jardín a través de ella. Ve el césped de un intenso verde. También lo huele. Se siente más tranquila. Este lado no es amenazador. Levanta los ojos hacia el alto techo de un inmaculado blanco. Un techo es solo un techo, pero ver este le hace sentir un miedo irracional. Sabe que enseguida se va a llenar de gotitas rojas, no sabe porqué lo sabe pero lo sabe.
Golpes violentos contra la puerta. Se gira y ve la puerta sacudirse sobre sus goznes. Más golpes. Comprende que si sigue así va a tirar la puerta abajo y va a entrar a por ella. El terror vuelve a tomar el control. Golpes y más golpes. La puerta deja de estremecerse y el silencio lo llena todo.
Da un paso hacia atrás con la vista fija en la puerta inmóvil. Contiene un grito cuando sus talones descalzos dan con el borde de algo. Un tejido. Se da la vuelta. Un colchón gris y sucio en medio del suelo blanco. Antes no estaba. Siente erizarse los pelillos de los brazos.
Hay más cosas que no estaban. Herrumbroso mobiliario de hospital, goteros oxidados y camillas ponzoñosas. Pánico. El olor cambia. Ya no huele a césped. Huele a sudor rancio, a cuero viejo y a alcohol. Ha sentido un aliento acariciándole la nuca. Se gira de golpe.
- Buh!
Cae hacia atrás sobre el colchón. Él ya ha empezado a reírse.
- ¿Creíste que te iba a escapar, mami? Del Negro no se escapa uno, ¿ya se te había olvidado?
No puede hablar. No puede moverse. El colchón la ha atrapado con cientos de brazos invisibles.
- Ya sabes porqué me llaman Negro, ¿verdad, mamita? ¿Te apetece que te lo recuerde? A mí sí. Me gustó mucho la otra vez...
Más carcajadas que taladran su cerebro. El Negro la mira y se pasa la lengua por los labios como si fuese una enorme y repugnante serpiente. Siente frío. Se da cuenta de que está completamente desnuda. Expuesta y vulnerable. Quiere gritar pero no puede.
- A ti también, ¿verdad, mami? Sí, yo creo que a la mamita le gustó bailar la cumbia conmigo, siempre viene a por más, ¿tú que dices, pistolero?
No se dirige a ella. Ella no es ese "pistolero". Hay otra persona con ellos. Mira a su derecha y le ve. Es Roberto. Está sentado en el suelo. Tiene la espalda apoyada contra la pared y fuma en silencio. Encuentra la voz. Empieza a gritar suplicando ayuda. Roberto no se inmuta, continúa con la mirada al frente. Se desespera. El Negro la mira y hace un ruido repugnante con la lengua.
- Pero, mami, ¿cómo te va a ayudar? El muchacho te dice que pasó el día más chévere de su vida contigo y tú vas y dejas que esos cabrones lo hagan muñeco... no te puede ayudar ¿Ves, mami, cómo todo lo que te pasa te está bien empleado? Lo vamos a pasar muy bien...
Negro forma una uve con el corazón y el anular, se la lleva a la boca y mueve la lengua de un modo repugnante. Ella grita tan fuerte que siente algo reventando en su garganta. Él se ríe con fuerza. Se lleva la mano al cinturón y empieza a desabrochárselo. No quiere llorar pero siente las lágrimas bañándole la cara.
Suplica ayuda con desesperación. Roberto ni la mira. Solo fuma. No la va a ayudar. Si no se ayuda ella, no la va ayudar nadie. Lanza patadas desesperadas para evitar que el Negro se acerque. Le da todas las veces pero es como dar patadas a una masa de agua corrompida. Las patadas no le hacen daño, solo consiguen que cada vez se ría más fuerte.
- Mami, que brava eres, ¿a qué es brava, brother? Oye, pistolero, cuando acabe, te dejo el sitio, esta jevita seguro que quiere más.
El Negro enseña la lengua entre sus dientes amarillentos y se relame los labios. Ella grita. Él empieza a bajarse los pantalones. Más gritos. Cada uno de los gritos que lanza su dolorida garganta es contestado por una carcajada. Un sonido seco corta sus gritos y las carcajadas de El Negro. Un disparo.
Un punto negro aparece en su frente, el Negro cae de rodillas y todo se vuelve a quedar en silencio. Huele a pólvora y a sangre. No le gusta el olor. Aparece él. Esparza. No le ha visto llegar. En la mano lleva una enorme pistola negra.
- Tranquila, la ayuda está fuera. Todo se ha acabado.
Sabe que es mentira. Sabe que ha venido a hacerla daño. Incluso antes de que el cañón de la pistola mire hacia ella, lo sabe. Esto ya ha pasado. Fuera no hay ayuda. Fuera no hay nada, solo kilómetros y kilómetros de desolación.
Se retuerce y lucha pero el colchón no la deja irse. La agarran decenas de brazos que salen de las profundidades del colchón. Siente su agarre. Ve el arma. Sabe que su sangre va a acabar sobre ese colchón y salpicando el techo. Suplica ayuda. Roberto la mira con expresión vacía. Está muerto. Ve el dedo de Esparza apretarse contra el gatillo. Bang, bang, bang, bang.
Abre los ojos de par en par. El corazón late desbocado en su pecho. Un sueño. Era un sueño. Una puta pesadilla. Otra. Deja caer la cabeza sobre la almohada, cierra los ojos y suspira.
Una enfermera entra con cara de susto. Pregunta si todo va bien. Ella asiente y murmura entre dientes que solo ha tenido un sueño extraño. La chica no parece convencida mientras comprueba los monitores y sus vías. Se esfuerza en controlar los latidos de su corazón, lo último que necesita es que nadie sepa que se está volviendo loca. Un par de "¿seguro que estás bien?" y un par de "síes" más. Finalmente la enfermera se va dejándola a solas con sus miedos.
Las pesadillas se han convertido en el centro de su vida. Es duro reconocerlo pero le da un miedo atroz quedarse dormida. Después de la violación, muchas noches las ha pasado en vela huyendo de sus pesadillas. Ahora no tiene ese privilegio ¿Cómo te vas a escapar de tus sueños cuando no puedes evitar dormir?
Cada vez que cierra los ojos, cuando baja la guardia, los monstruos y miedos que viven dentro de ella, aparecen para atormentarla. Todas esas cosas que no deberían haber pasado nunca, ocurren una y otra vez. Sus errores y sus caídas vuelven una y otra vez.
La pesadilla que acaba de tener no ha sido la peor que recuerda, esta vez casi ha tenido suerte. Hoy Escobar no ha llegado a tocarla. A veces la toca, otras le pasa la lengua por la cara, otras, las peores, se lo vuelve a hacer otra vez. Hoy tampoco ha llegado a sentir las balas, algunas veces vuelve a sentirlas entrando. Hay veces en las que Escobar, Esparza y Roberto no están solos, a veces Sara, la chica a la que disparó accidentalmente en el gimnasio del Centollo, aparece y se sienta junto a Roberto. Los dos se queda mirándola con los ojos vacíos mientras ella se retuerce debajo de Escobar.
Así que sí, ha tenido suerte, aunque suerte aunque sea un término muy relativo en lo que respecta a sus sueños.
Esto no puede seguir así, va a acabar volviéndose loca. Lucha por sacudirse la morfina del cerebro. Parpadea un par de veces. Consigue medio aclarar la mente y seguir una línea de razonamiento. Un silogismo.
Los calmantes la hacen dormirse, cuando se duerme tiene pesadillas. No quiere pesadillas, así que no puede dormirse. Fácil, que les follen a los calmantes. No hay otra cosa que pueda hacer.
Ni tiene intención de seguir aterrorizada por si se duerme y, menos aún, le va a hablar a nadie de su problema. Es un asunto suyo y solo suyo.
Ha visto mil veces a las enfermeras ajustar la dosis de la morfina en el aparato a su derecha, así que sabe cómo hacerlo ella misma. Moverse duele más de lo que había esperado. Las costillas y la espalda gritan de dolor. Aprieta los dientes y no se detiene. Tiene que hacer esto.
Cuando consigue tocar su objetivo, contiene el aliento por si la máquina se pone a pitar como loca al sentir que los dedos que la tocan no son de una enfermera. Se relaja al ver que eso no pasa. Tiene un instante de vacilación, tiene la sensación de estar a punto de hacer algo muy, muy estúpido, pero el momento pasa y se pone en movimiento de nuevo. Pulsa botones y enseguida llega al display de la dosis.
No se la va a quitar, pero sí a bajarla, cree que no pasará nada por eso. Hoy tiene un día muy bueno con el dolor, si se está quieta apenas sí duele. Supone que con esto que va a hacer la molestará un poco más que ahora, pero duda seriamente que vaya a tener ninguna consecuencia demasiado seria.
Cambia el once por un cinco con cinco, la mitad le parece un buen sitio. Vuelve a dejarse caer sobre el colchón sintiéndose dolorida y agotada. Calcula que el próximo y modificado chute vendrá en unos minutos, en un rato podrá comprobar la teoría de que a menos calmantes, menos sueño y menos pesadillas. Cuando una enfermera venga a comprobar la máquina, ya encontrará una explicación para la misteriosa bajada de dosis. Se enfadarán con ella pero le da igual. No quiere que Escobar vuelva a por ella.
En cuanto ve a Corso sabe que no está precisamente contento. Tiene una expresión tremendamente seria y el ceño fruncido. Está claro, alguna enfermera se ha chivado de su hazaña. Él se acerca hasta la cama sin haber dicho una sola palabra. Tiene la certeza de que esta conversación no va a empezar con un "hola, preciosa".
- Hombre, si tenemos aquí la doctora Leo Marín, ¿qué pasa....? ¿Resulta que eres médico y no me lo habías dicho nunca?
No se atreve a decir nada. Baja los ojos hasta la sábana que la cubre. Nunca se había enfadado de esta forma con ella. Nunca.
- Hace un rato he intentado pasar a verte y ¿sabes qué me han dicho? que no podía pasar porque estabas jodida, que estabas respirando muy mal. Me ha dicho que si seguías así te intubaban otra vez, que no sabían que te pasaba, que podía ser que el edema en los pulmones había empeorado.
Silencio. Sin mirarle, frunce los labios y las cejas.
- ¿No dices nada?- Corso aprieta los labios- Se pensaban que le pasaba algo a tus pulmones pero no...a tus pulmones no le pasaba nada, lo tuyo es más bien del coco... tú... tú estás mal de la cabeza.
Le oye soltar aire por la nariz como un toro.
- Tú solita, porque te ha salido de los santos cojones, has decidido que sabes más que nadie y te bajas los calmantes sin decírselo a nadie.... ¿pero de qué cojones vas?
Más silencio.
- Joder, Leo, que te dolía tanto que ni respirabas bien, casi te meten un tubo en la garganta por eso y tú calladita, claro ¿para qué vas decir nada.....? ¿Tú... tú estás bien de la azotea? Te lo pregunto de verdad.
No dice nada, se limita a mirar hacia el otro lado. Sus ojos dan en el puto aparato que vuelve a doparla a lo bestia. Ya se ha comido la bronca del médico y de las enfermeras. La estupidez ha sido más gorda de lo que creía.
No pensaba que la iba a doler tanto, tampoco se le ha ocurrido pensar que iba a afectar a cómo respiraba. Ya se podía haber metido el dedo en el culo, se ha dormido igual, ha tenido pesadillas, le han llovido reproches por todos lados, y para remate le han bloqueado la dosis de calmantes a como los tenía antes.
- Leo, mírame.
No se mueve.
- Leo- suena muy, muy cabreado
Se gira despacio hacia él. Le jode haber liado esta y le jode verle con esa cara de enfado.
- ¿Por qué, Leo? ¿por qué has hecho esa estupidez? ¿De qué cojones vas? -ve en sus ojos que también está muy preocupado- ¿Tú dime qué coño pretendes, eh? ¿Eres masoquista....o es que pretendías hacer un sacrificio por los chinitos o... qué coño?
Siente que los ojos se le llenan de lágrimas. Le jode ser tan blandita, ella no es así. El enfado se borra de golpe de la cara de Corso. En un segundo ha pasado de cabreado como una mona, a acojonado perdido.
- Joder, joder, joder, Leo....lo siento, lo siento.
La coge la cara por la barbilla.
- Joder, Leo lo siento, lo siento muchísimo... me he pasao, me he pasao un huevo... Lo siento, soy un bestia, un... un animal de bellota... no... no te quería regañar, joder, lo siento muchísimo... pero.. ¿tú sabes las cuatro horas que he pasado ahí fuera pensando que estabas empeorando? ¿Tú tienes idea del susto que me he llevado? Yo ya me pensaba lo peor, ¡joder!
- Lo siento
Él suspira profundamente y se sienta sobre la cama. Ella se esfuerza en contener las lágrimas. No quiere ponerse a llorar como si fuese una niñata idiota y acabar de cubrirse de gloria.
- Joder, Leo, es que no te entiendo. De verdad que no entiendo porque has hecho esto. Lo de la otra vez, no decir que tenías dolores, pues... lo entiendo, pero esto... esto no. Si el médico te ha puesto esa dosis es porque la necesitas, joder, tú no puedes...
Las lágrimas de los ojos son demasiadas como para poder aguantarlas, se le empiezan a escurrir por la cara. Ya no puede más, ha llegado a su límite.
- Ey, ey, no llores, no llores. No... no llores, por favor- parece bloqueado, el pobre no tiene ni puta idea de a qué coño viene esto. Debe pensar que llora por la bronca.
Mueve las manos alrededor de ella como si no supiese qué hacer, parece que quiera abrazarla pero no se atreviese. Acaba apoyando la frente contra la suya y cogiéndole la cara entre las manos. Se siente como una imbécil pero no puede contener las lágrimas.
En un momento del berrinche oye que una enfermera entra, pregunta algo que no entiende, y Corso contesta algo que tampoco entiende. Durante un buen rato Corso solo le susurra al oído "ya está, ya está", "tranquila", o simplemente "chhsss", es una estupidez, pero oírle la hace sentirse mejor. Poco a poco empieza a serenarse. Corso despega su cara de la suya, la seca las mejillas con los dedos y suspira muy hondo.
- Lo siento, lo siento muchísimo, Leo, perdóname, por favor, yo no quería.... - suena completamente acojonado- Lo siento muchísimo. Muchísimo.
Él la mira con los ojos más azules, más preocupados y más asustados que le haya visto que nunca. Ya vale de mierdas, de pretender ser señorita-doña-independiente-que-no-necesita-a-nadie-y-todo-lo-arregla-sola, y de hacer el gilipollas. Empieza a negar con la cabeza.
- No... Corso, no... no es culpa tuya... - las palabra se le atragantan y las lágrimas vuelven a caer-... si ya se que he hecho una animalada y que me merezco la bronca.. yo... no quería dormirme... pensé que si.. que si me bajaba un poco la morfina, pues que no me dormiría. No quiero dormirme. Por eso tampoco dije nada cuando me dolía la tripa, porque no quería mierdas que me hicieran dormirme. No quiero dormir.
Corso le seca otra lágrima con un dedo, después la mira con esos ojos azules suyos.
- ¿Pero por qué...?
- Tengo... tengo muchas pesadillas y no... no puedo despertarme. Me...me da miedo dormir.
Parece que hasta los ojos se le hayan oscurecido. Sin dejar de mirarla, coloca suavemente una mano en su cuello y empieza a acariciarla despacio la nuca y la zona de piel tras la oreja.
- Joder- chasquea la lengua y resopla- ¿Cuánto tiempo llevas así?
Hace un puchero con los labios por toda respuesta.
- ¿Y por qué no dices nada? ¿Por qué no me dices nada a mí?- no es un reproche, no lo dice con una dulzura que no pega en absoluto con su aspecto.
- No sé... no quería agobiarte con mis tonterías de cría idiota que tiene miedo de dormir.
- Venga ya, hostias. No digas eso, Leo- lo dice completamente serio- Es que no lo digas ni en broma. Ni en broma. Tus pesadillas no son ninguna tontería. Son cualquier cosa menos eso.
Se echa hacia atrás y la mira a los ojos. Primero niega, luego asiente, después siente que se hunde. Busca la mano de él y la agarra con fuerza. Cierra los ojos.
- Cada vez que cierro los ojos, pierdo el control y... lo mezclo todo. Veo.. a Escobar...veo cosas que no tenían que haber pasado nunca, veo vivos, veo muertos... los veo a todos y no me dejan en paz. Veo mucha mierda, Pablo, yo ... yo ya no puedo más.
Siente los dedos de él moviéndose despacio sobre su cuello. Se queda unos minutos en silencio con los ojos cerrados, únicamente sintiendo su contacto, al volver a abrirlos ve que él sigue mirándola.
- Creí que estaba mejor, que había empezado a dejar todo eso atrás, que empezaba a olvidar... pero no, no puedo. No sé. Cada vez que cierro los ojos, todo... todo pasa otra vez. No deja de pasar. Ya no puedo más. No quiero que pase más veces.
Sacude la cabeza. Él la aprieta la mano.
- Solo pasa una vez de verdad, pero en tu cabeza mil- a Corso le sale un tono extraño.
- Tú también sueñas.
Corso asiente muy despacio. Por cómo lo ha dicho y por cómo la está mirando, puede imaginarse qué ve en sus sueños. Está segura de que habrá visto docenas de veces todo lo que pasó en esa casa. Un reflejo húmedo baja por la cara de Corso, se lo seca con la manga.
- Ey, eso, eso ya ha pasado... ha pasado y yo voy a estar bien.
- Sí, claro que sí.
Corso asiente y empieza a rozar suavemente sus dedos con el pulgar. Se inclina sobre ella y le roza la frente muy despacito, primero con la barbilla, después con los labios.
Lleva su mano hasta la nuca de él y deja resbalar los dedos sobre ella. Se está bien así. Muy bien. Corso despega la boca de su frente y se retira un poco para mirarla a los ojos. Lleva puesta una sonrisa diminuta en los labios. Tiene los ojos llenos de algo cálido y dulce. Cálido y dulce como el beso que le da a medio camino entre los labios y la mejilla. Siente los ojos convertidos en dos estrechas rendijas. Se va a dormir.
- ¿Tienes sueño?
Asiente. Tiene mucho sueño.
- Duérmete tranquila, ¿vale? yo me quedo aquí contigo.
Eso sería cojonudo pero también imposible.
- No te van a dejar
- Bueno, eso que lo dices tú, si tú quieres que me quede, a mi no me saca de aquí ni King Kong.
Se imagina a Corso en el puño de un mono enorme y sonríe.
- Claro que quiero.
- Pues ya está.
Se despierta bruscamente cuando alguien estaba a punto de darla alcance en un pasillo interminable. Lo primero que ve son unos ojos azules.
- Ey, ey, tranquila, cariño, tranquila. Ya está, ya está.
Parpadea un par de veces y deja escapar un suspiro. Mantiene los ojos cerrados mientras el latido de su corazón se normaliza.
- ¿Un poquito de agua?
Consigue asentir mientras trata de desprenderse de las migajas de su pesadilla. Da un par de tragos cortos a la pajita que Corso la ofrece.
- Al final te has quedado de verdad- la voz le sale ronca
- Ya te lo dije, ¿no?
Asiente. Debía haberlo sabido, Corso siempre consigue lo que se propone. Durante un rato no dicen nada solo juguetean el uno con los dedos del otro.
- Leo... tú no puedes seguir así.
- No.
- Mira, he hablado con una enfermera mientras estabas dormida. Puede que tantas pesadillas sean por los calmantes, por lo visto pueden jugar malas pasadas con los sueños.
- ¿Sí?
- Sí, hay que hablar con el médico, seguro que hay algún calmante que te vaya mejor, que te quite el dolor y que no te dé santísimas pesadillas... pero... Mira, Leo, a mi no se me ocurriría nunca decirte qué tienes que hacer, pero... esto no es solo cuestión de ponerte un calmante distinto
- No, el problema soy yo, que soy un puto desastre.
Él se inclina sobre ella y coloca un dedo sobre la punta de su nariz.
- Pues sí, eres un puto desastre, pero eres mi puto desastre y no te cambiaría ni por otros mil putos desastres aún peores que tú.
A Corso se le acaba de ver completamente el plumero. Se lo ha enseñado muchas veces, pero nunca de una manera tan sincera. Si eso no es lo más bonito que le han dicho nunca, se le parece muchísimo.
- Venga, anda, vuelve a dormirte, que yo voy a estar aquí.
- Las enfermeras te van a zurrar...
- Que va, las he comprao con una botella de vino del bueno. Tú duérmete.
Ojala ella también pudiese comprar a los personajes de sus sueños con botellas de vino.
08 LSD (Leo Saltando entre Diamantes) (Lunes 31 de diciembre, 22:23)
Imagínate en una barca en un río
Con árboles de mandarinas y cielos de mermelada
Alguien te llama, tú respondes lentamente
Una chica con ojos de calidoscopio
Flores de celofán amarillas y verdes
Se elevan sobre tu cabeza
Buscas a la chica con el sol en los ojos
Y se ha ido
Leo saltando entre diamantes
La sigues hasta un puente junto a una fuente
Donde gente en caballitos come pasteles de malvavisco
Todos sonríen mientras pasas frente a las flores
Que crecen increíblemente altas
Taxis de periódico aparecen en la orilla
Esperando para llevarte
Subes al asiento trasero con la cabeza en las nubes
Y te has ido
Leo saltando entre diamantes
Imagínate en un tren en una estación
Con mozos de plastilina con corbatas de espejo
De pronto hay alguien en el torniquete
La chica con los ojos de calidoscopio
Leo saltando entre diamantes
(Lucy in the Sky with Diamonds)
Hoy es nochevieja. La última la pasó con Leo. No es que se fueran de fiesta, ni lo hubiesen planeado, ni nada. Surgió todo de golpe.
A última hora de la tarde, Requena les metió el guarro de una vigilancia. Estuvieron currando hasta muy tarde frente una nave industrial en un polígono a las afueras. Se acuerda de que se rió de Leo porque le hizo parar en una gasolinera para comprar dos latas de uvas. Según ella si no te comes tus doce uvas, la mala suerte está garantizada. Al final hubo movimiento en la nave que vigilaban y no pudieron hacerlo. Puede que si se hubiesen comido esas uvas otro gallo les hubiese cantado, puede que no, jamás lo sabrán. Por si las moscas este año se las va a comer.
También se acuerda que después de acabar con la vigilancia se la llevó a su casa. Se zamparon un bocata, una patatas fritas que tenía por ahí, se echaron unas risas, se pusieron hasta el culo de copas y acabaron haciéndolo en el suelo como locos. Estuvo de puta madre. Esa fue una de las últimas veces que se acostaron juntos antes del cisma del trío.
Esta Nochevieja también la va a pasar con ella. Ya ha comido el cerebro a la enfermera jefe del turno de noche para que le deje quedarse un par de horas. Esta vez la entrada ha sido más cara que la de nochebuena. Además de bombones, le ha costado dos botellas de whisky del bueno, y una bandejita de lomo embuchado. El dinero está para gastarlo en cosas que merezcan la pena. Lo que haga falta para estar con ella.
Esta noche no van a follar en el suelo pero ni falta que hace. Hoy, aunque suene raro viniendo de él, solo quiere quedarse a su lado y asegurarse de que si tiene una pesadilla, no esté sola al despertarse.
Ahora piensa todas esas veces en las que ella se empeñaba en no quedarse dormida. Recuerda la gracia que le hacía verla parpadeando a toda máquina, o abriendo los ojos de par en par como si fuese una niña chiquitita a punto de quedarse dormida. Ahora ya no le hace ninguna gracia. Ella debía estar luchando ya contra sus putas pesadillas.
Esta mañana se ha enfadado muchísimo con ella. ¿Cómo se la ocurre hacer semejante estupidez? Se arrepiente muchísimo de haberse puesto como se ha puesto, pero es que el susto ha sido monumental. Cuando esa enfermera le ha dicho que respiraba mal, ha pensado que todo volvía a empezar.
Sus pulmones siguen mejorando, pero eso no quiere decir que ella esté mejor. Esos sueños suyos no son ninguna tontería. Ninguna.
Le da miedo pensar en todo lo que debe tener acumulado en su cerebro para que las pesadillas la asalten de esa manera tan terrible. Mario tiene razón, Leo ya ha sufrido mucho más de la cuenta. No es justo esto que la pasa.
Él sabía que no estaba bien del todo, da igual lo que pasase entre ellos la noche en que ella se presentó en su casa. Sabía que tarde o temprano Leo iba a tener un bajón, solo había que ver cómo reaccionó en el caso del violador. Lo que no esperaba es que fuese tan violento, menos aún que fuese a venir en este puto momento, en el peor posible.
Ojala pudiese ayudarla, lo daría todo por quitar de su cabeza todas esas cosas que ve cuando cierra lo ojos, pero no puede. Lo único que puede hacer es estar a su lado.
Acaba de recibir unas noticias que no sabe cómo tomarse. Un enfermero, el único chico de una plantilla de ocho, acaba de decirle que a Leo le han cambiado la morfina por otra cosa, algo que acaba en "rol". Sepa Dios cómo empieza.
Le ha dicho que desde que se la han puesto está tranquila y bastante espabilada. También le ha dicho otra cosa. Por lo visto esta cosita que la han puesto a Leo, en uno de cada diez mil pacientes, puede producir efectos parecidos a los de haberse pegado una buena fumada de maría. Leo es esa una entre diez mil.
Ya sabía él que era así de especial sin que las estadísticas se lo dijesen. La información completa es esta, que Leo está tranquila y bastante espabilada, pero también colocada. No sabe bien qué esperar, no tiene claro a qué le llama un enfermero "estar colocado".
Nada más poner el pie dentro ve que Leo tiene los ojos entrecerrados y una enorme sonrisa adormilada en los labios. En cuanto ella le ve, hace con la garganta un ruidito parecido a un ronroneo.
- Hola, cosita guapa.
Esta noche la fiebre no está muy alta, lo nota al besarla en la mejilla.
- Hoolaaa- suena como un canturreo y después viene una risita suave que a él le suena a gloria bendita.
- Bueno, bueno... que me han soplado que te han cambiado la medicación y que llevas un buen rato muy tranquilita,
- Sip
- ¿Has tenido pesadillas?
Otro ronroneo a modo de respuesta. La expresión de su carita es la misma que tendría si se acabase de fumar un porro bien cargadito.
- Nop, nada de pesadillas. He soñado con unos conejos.
Le da la risa.
- ¿Con conejos?
Ella asiente muy seria.
- Sip. Conejos. Estaban saltando en un prado. Había muchos, de todos los colores. Hasta azules- frunce el ceño y arruga la naricita- No existen los conejos azules.
- No, que yo sepa no.
- Tío, ¿tú te crees lo que me han hecho? Me han dopao.
La sonrisita de fumeta se le transforma en traviesa.
- Eso se comenta por los pasillos, que la paciente de la ocho se ha montado una fiesta rave ella solita.
- Ya ves.
Le mira y se ríe con un sonido casi infantil. Joder, qué gusto da verla así y no con dolores o pesadillas.
- Bueno, tú no te preocupes, que me han dicho que esto, seguramente, se te pasará en un par de dosis.
Leo le mira como si le importase bien poco pasarse la vida colgada. Estar así colocado mola, aún se acuerda de su cuelgue con la anestesia esa que le pusieron por el tiro en el hombro.
- Hoy es nochevieja, ¿lo sabías?- le mira un segundo con sus enormes ojos abiertos de par en par, después se van cerrando solos hasta quedarse en dos rendijitas.
- Sí, señorita, lo sabía, lo sabía.
- Jo, pues yo me he enterao hace un rato... se me van las fechas... Mis padres y Santi han estado aquí y no se querían ir, casi tengo que llamar a seguridad para que se fuesen de una puñetera vez a pelar uvas. Solo se han ido porque mi abuela hoy cena con ellos que si no... se me apalancan aquí- frunce la nariz- Es que mi abu no sabe que estoy pocha, si le damos un disgusto así la apañamos a la pobre, así que le han dicho que estoy de viaje.
- Bueno, tampoco es mentira del todo, ¿eh?
- ¿A que no?- Risita y un destello de luz en esos ojos de chinita que tiene hoy.
- Es normal que tu familia no quisiese irse, no les debe hacer ninguna gracia que pases la noche aquí sola.
- Sí, sí, solísima estoy... si esta habitación es como el camarote de los hermanos Marx, cada cinco minutos entra una enfermera o algún médico. Solo faltan los huevos duros.
Le mira con el ceño fruncido y arruga la naricita.
- Es que en la peli esa, la del camarote, que no me acuerdo cómo se llamaba, una noche no se dónde creo, pues salían huevos duros. Cocidos. No es que las enfermeras o los médicos tengan los huevos duros... o sí, que no lo sé.
Acaba la explicación cerrando completamente los ojos y sonriendo satisfecha. Siente la absoluta necesidad de comérsela a besos. Le planta un par de ellos en la cara y ella se ríe suavecito. Por debajo de su risa oye sonidos de pasos a su espalda.
- ¿Ves? No me dejan sola. Hola, Laura- la voz vuelve a sonar como si cantara.
Se incorpora y ve que una enfermera alta y delgada se acerca por su izquierda. La conoce de sobra, la habrá visto tres mil quinientas veces en las últimas dos semanas. Ella ha sido la que le han contado su "travesura" de esta mañana.
- Buenas noches- saluda a la chica adelantando la cabeza.
- Vaya, Leo, ya veo que estás bien acompañada.
- ¿Has visto? Es mi jefe, ¿lo sabías?- Leo de golpe se le pone carita de desconcierto- Bueno... ya no...¿o si?
- No, ya no.
- Pues entonces no es mi jefe, es mi ex jefe- habla en una especie de ronroneo somnoliento- ¿A que tengo un ex jefe muy guapo?
La enfermera asiente y se ríe. Leo pone la cara de una cría que acaba de darse cuenta de que ha dicho algo de más delante de quien no debe. Le sostiene la mirada con esa misma expresión mientras la enfermera cambia una de las bolsas que cuelgan de la percha metálica. Como Leito siga por esa línea, de verdad que se la va a tener que comer enterita.
- Leo, cariño, dime ¿cómo te sientes con lo que te hemos puesto? ¿Tienes nauseas, mareos, dolor de cabeza...?
- No- suena algo así como "noupe"- Estoy bien. Rara, pero bien.
- Vale, pero si empiezas a sentir algo raro nos llamas inmediatamente, ¿me oyes? Inmediatamente- la chica recalca tanto la palabra que suena como subrayada y en negrita.
- Sí, bwana- Leo contesta con cara de no haber roto un plato en su vida.
- De ella ya no me fío un pelo y lo sabe...- la enfermera pone tono de regañina pero sonríe.
- Sip, no se fía de mí- Leo lo corrobora.
- ... así que, por favor, estate atento para que no haga más barrabasadas.
Cuando acaba de cambiar las bolsas de suero, o al menos lo que a él le parece suero, la enfermera se despide y sale de la habitación.
- Tío, perdona por lo de guapo, es que me patina la neurona y la lengua.
- A ver, a ver... ¿Cómo va esto? ¿me llamas guapo y luego me pides perdón? ¿Qué pasa? ¿Me estás llamando feo, o cómo, eh?
Ella sonríe mucho y niega con la cabeza. Ve que cada la rendijita por la que asoman sus ojos es cada vez más estrecha, tiene pinta que Leo va a entrar en modo desconexión enseguidita.
- Joder... cuando vuelva en mí, y asuma todas las gilipolleces que estoy diciendo, voy a querer que me trague la tierra.
- Eso si que no, mira mientras no te duela y estés bien, por mí como si quieres decir que soy el amante gay de Requena.
Oye una risita de niña pequeña.
- Ah! ¿qué lo eres?
- ¿Ah, qué no lo sabías?
- Algo me olía....
Levanta un dedo en falsa amenaza, ella sonríe con expresión traviesa.
- Oye...
- Dime.
- Laurita me acaba de traer la cena... yo estoy cenando...
Se señala con los ojos la percha de las bolsas y se señala con el dedo el tubito fijado con un esparadrapo bajo la clavícula.
- .... y tú deberías hacer lo mismo.
- Yo ya he cenao. Me he comido un Whopper doble con queso y bacon, patatas fritas, aros de cebolla y, de postre, un sundae de chocolate. He cenao como Dios.
Completamente cierto, se ha puesto las botas en el Burger King.
- En Nochevieja no se cena eso, tío, que no tienes ni puta idea, se cenan langostinos, o besugos, o carabineros... bichos de mar, coño, cosas de esas. No Whoppers.
- Bueno, Leo, eso es muy relativo, ¿estás tú cenando algo de eso?
- Casi, este suero es de sabor a salmón ahumado- abre los ojos de par en par y hace un puchero con los labios en plan "pa' que te enteres".
Se echa a reír.
- Vaya, ahí me has cazao.
Leo entrecierra los ojos.
- El año pasao hoy también cené contigo, ¿te acuerdas?
- Hombre, por favor, Leonor! ¿Cómo no me voy a acordar?
- ¿Cómo tengo que decirte que no me llames Leonor?
No la hace demasiado caso.
- Cenamos el menú estrella del famosísimo restaurante Casa Corso: bocata de caballa con pimientos, patatas fritas de bolsa, licores variados y postre de la casa sobre la alfombra- levanta exageradamente las cejas al mencionar el postre- Bien buena que estuvo la cena, ¿que no?
Una sonrisa juguetona aparece en sus labios.
- Tío, no te lo dije en su momento porque me dio palo, pero ahora que hay más confianza, y como la confianza da asco, pues te lo digo. El pan estaba más revenío que yo, las patatas rancias y la caballa más seca que seca.
No puede evitar echarse a reír como un condenao.
- Joder, Leo, me acabas de hacer polvo- se esfuerza en poner cara de disgusto pero sabe que tiene más razón que una santa- ¿Alguna queja más? ¿Te puse garrafón o algo así?
Leo pone cara de pensar mucho.
- Sí, una más. La Coca Cola no tenía ni media burbuja.
- Jodó, pues mira... no di una a derechas... qué desastre, me van a quitar la estrella Michelín.
- No hombre, no, que el postre estuvo muy bien- sonríe sacando un poquitín la punta de la lengua entre los dientes.
Esa sonrisa se merece un beso bien sonoro en toda la cara, que hace que ella se agarre las costillas y se ría muy suavecito, casi sin sonido.
- Tío, vete ya, anda, que tu padre te estará esperando para cenar.
- ¿Pero no te acabo de decir que yo ya he cenao? Tú lo que quieres es que me vaya ya, porque este año el postre lo quieres con el guaperas de tu médico, ¿a qué sí?
- Me has pillao, ahora he quedao con él...- una risita suave- En serio, tío, vete ya... o pido una orden de alejamiento.
Orden de alejamiento. Nota que se descompone y que la sonrisa se le congela en la cara. Leo está colocada pero no es gilipollas, se da cuenta y se le pone carita de pena
- ¿He dicho algo malo?
- Uy, sí, malísimo....- pone los ojos en blanco y cara de "pero qué cosas dices".
- ¿Seguro?
Joder, él si que parece tonto. Bajo ninguna circunstancia va a dejar que se enteré qué le ha pasado mientras no esté completamente recuperada. Ni de coña, vamos.
- Sí, bueno, verás, Leonor, es que me había emocionado pensado que debajo de la sábana no llevas nada puesto, pero me acabo de dar cuenta de que el gran hermano nos vigila- señala las ventanas que rodean la habitación.
- Serás guarro...- se ríe despacito.
- Mucho, ya me conoces- la acaricia la punta de la nariz
- Y que no me llames Leonor, jopeta.
"Jopeta". Nunca había oído a nadie de más de doce años decir esa palabra. La envolvería para regalo y se la llevaría a casa.
- Vaale, perdona. LEO.
Ella asiente con las cejas fruncidas.
- Así, sí. Venga, vete- acciona con la mano en dirección a la puerta.
- Mira que eres pesadita... que yo no me voy a ir, de verdad que no. Mi padre está cenando en casa de mis tíos, yo ya me he zampado mi hamburguesa, y además he sobornado a las enfermeras con un jamón para que me dejen quedarme un buen rato. No voy a desperdiciar un buen jamón porque tú te empeñes en que me vaya, y además este es mi plan de Nochevieja.
- Pues vaya plan más cutre... tío, lo siento por el jamón, porque yo me voy a quedar dormida ya mismito, y tú te vas a aburrir como un hongo.
- ¿Ah, pero que me voy a aburrir todavía más? Porque aburridito me tienes ya con el tema de que me vaya. Además, que no te hagas ilusiones, que yo no me quedo por ti. Me quedo porque me he enterado de que a las doce van a montar una fiesta aquí.
- ¿Ah, sí?
- Si, señorita. Las enfermeras han juntado en una sala a todos los pacientes con arritmia cardiaca y DJ Clamoxil va a mezclar los pitiditos de sus cacharros- señala con la barbilla el monitor de Leo- Además las enfermeras se van a despelotar y va a haber barra libre de Termalgin y Frenadol toda la noche.
Hace un rudidito con la garganta al reírse con cara de sueño.
- Bueno, pues si es por eso, ya me callo- empieza a hablar cada vez más bajito y arrastrar las palabras.
- ¿Tienes sueño?
Ella asiente despacito con los ojos cerrados.
- Duérmete, anda, que no he venido a que me des palique, solo a estar contigo.
La oye suspirar profundamente.
- Vale, avísame si el médico también se despelo....
No llega a acabar la frase, se queda dormida. Se inclina sobre ella y la besa en la punta de la nariz. Parece muy a gusto, hasta tiene una sonrisita en los labios. Coloca la mano sobre su pecho y deja pasar el rato sintiendo el compás de su respiración.
09 Los momentos difíciles se han acabado (por ahora) (Miércoles 2 de Enero 2008 , 18:31)
Ha sido muy duro, pero ahora es más sencillo
Los momentos difíciles se han acabado, por ahora.
Las hojas brillan bajo el sol, tú y yo nos miramos en la esquina de una calle
Coches y autobuses aviones y gente a nuestro alrededor.
No nos importa, queremos conocer, queremos conocernos en los ojos del otro.
Los momentos difíciles se han acabado, acabado por un tiempo.
Ha dolido mucho, pero ahora es más sencillo.
Los momentos difíciles se han acabado, por ahora.
Tú y yo caminando juntos.
Los momentos difíciles se han acabado,
Los momentos difíciles se han acabado,
Por un rato.
(Hard Times are Over (for now)
El momento que pensaba que nunca iba a llegar, ha llegado. Acaban de pasarla a planta. Empezaba a pensar que nunca iba a pasar de verdad, que la tierra prometida era solo una zanahoria que la ponían delante de la nariz para que se portase bien y no diese guerra.
Estar fuera de la UCI es genial pero, para ser totalmente sincera, el cambio no es tan espectacular como ella había imaginado. En su mundo de fantasía salir de la UCI implicaba olvidarse de toda la parafernalia de catéteres, sondas, monitores y cosas raras. Pero no, todas esas cosas se han mudado con ella . Para su gusto, estar en planta se parece demasiado a estar en la UCI.
No le gusta tener todas esas cosas a su lado. Solo con verlas y oírlas se acuerda de lo pocha que sigue estando. Dentro de todo lo malo, al menos ya no está desnuda. Por fin se han dignado a ponerle una especie de bata horrenda que, a ojo de buen cubero, le viene unas ocho tallas grande. Entre que ella nunca ha abultado demasiado, y que ha perdido unos cuantos quilos en los últimos días, dentro del camisón caben unas seis Leos. Claro que, para lo que se va a mover en el futuro próximo, bien podrían ser veinte sin consecuencia alguna.
Las nuevas enfermeras ya se lo han advertido, lo de quedase quietecita dentro de la cama va para largo. Por el momento eso no va a suponer un problema, se siente atontada y no tiene ninguna gana de hacer excursiones, cuando esto cambie, ya verá cómo se lo monta.
Tener un camisón feo está muy bien, pero mejor aún es la enorme ventana que tiene la habitación. Echaba muchísimo de menos ver la luz del día. Si nadie le decía la hora, estaba completamente desorientada. Es increíble volver a ver la calle, no dice el sol porque el día está tremendamente mustio, pero está deseando verlo.
Desde la cama, si estira el cuello, cosa que ha descubierto que de momento es mejor no hacer, puede ver una hilera de arbolitos y una especie de patio interior. Le gusta esa ventana y le gusta tener un poco de intimidad, antes había una ventana que daba al pasillo y todo el mundo podía asomarse. Solo por eso merece la pena el cambio.
La habitación en sí, tampoco está mal. Es amplia y huele a nuevo. También esta es en tonos azules, al que diseñó el hospital debía de irle mucho el azul. El azul está bien, le gusta. Es un color tranquilizador.
Frente a ella hay una tele plasma que no tiene intención alguna de usar por el momento, con el cuerpo jota y la cabeza atolondrada que tiene, lo último que necesita es ver porquerías. Da igual que sean en alta definición.
El mobiliario se completa con un par de mesillas a cada lado de la cama, una especie de sillón individual junto a la cama y un gran sofá de lo que parece piel sintética. Nada más ver el sofá, Mamá ha decidido que lo va a estrenar esta misma noche. No ha podido discutir porque no tiene fuerzas para eso, las pocas que tiene no puede permitirse gastarlas en batallas perdidas. Mamá lleva demasiados años tratando con proveedores como para aceptar un "no" por respuesta.
Cuando se sienta mejor ya habrá tiempo para discutir, porque ni ella es un bebé que necesite una niñera las veinticuatro horas del día, ni Mamá tiene ni edad, ni espalda para tonterías del calibre de dormir en sofás, no importa lo cómodos que parezcan.
Sillas, ventanas, teles de plasma y sofás no es lo único que hay en la habitación. También hay flores. Sobre todo hay flores. La pared frente a ella está completamente llena de cestas de flores de todos los colores y formas imaginables. Parece que una alarma ha saltado en alguna parte en el mismo instante en que ha traspasado las puertas de la UCI, porque a las dos horas de estar en la habitación han empezado a llegar cestas y más cestas.
El tema de las visitas sigue estando muy restringido, así que las flores son la manera que todos los que están fuera tienen de decir que, aunque no pueden ir a verla, no se han olvidado de ella. Está bastante shockeada con la cantidad de flores que han llegado, no creía conocer a tanta gente.
Interflora tiene que haberse forrado a costa de sus amigos, familiares y conocidos. Hay cestas de tíos, primos, primas, amigas del cole, colegas del instituto, ex compañeros de trabajo, de los chicos del laboratorio, de Mateo, de Requena, y de todas y cada una de las unidades de la comisaría.
Hasta los padres de Roberto han mandado una. La mira y piensa con amargura que si ellos supieran lo que pudo haber hecho por su hijo pero no hizo, en vez de claveles, dentro de la cesta hubiesen metido una serpiente venenosa. Aparta el pensamiento de la cabeza, es mejor no tirar por ahí. Si hurga en esa herida se va a asegurar pesadillas sin importar la medicación que la den.
La cesta más grande y más bonita de todas no la ha mandado nadie. Se la han traído hace un ratito Mario, Rocío y Molina. Más que una cesta es un mini jardín, deben haberse dejado en la cestita buena parte de sus pluses, trienios y dietas. No está muy enterada del precio de las flores pero sabe que baratas, precisamente, no son.
Deben haber hablado con Mamá porque han dado de lleno con sus flores favoritas. Hay decenas de calas y lirios de colores que no sabía ni que existiesen. Naranjas, amarillas, violetas, y hasta azules. Son preciosas.
La cesta no venía sola, con ella iba un globito en forma de leoncito vestido de médico. Por lo de Leonor- Leo- león le ha explicado un sonriente Molina haciendo girar la muñeca y enseñándola un par de dedos.
También venía un tarjetón. Dice tarjetón porque fácilmente medirá un metro de largo, y medio de ancho. Bajo la frase "Ponte buena pronto" hay dibujado un osito que lleva puesta una tirita en la ceja. Dentro de la tarjeta ha firmado toda la comisaría, desde Requena hasta los camareros de la cafetería, pasando por las señoras de la limpieza.
Se está volviendo una moñas a pasos agigantados, porque se le han saltado las lágrimas al verlo. Se ha puesto a lloriquear como una mema, menos mal que como está malita no se lo van a tener en cuenta. Se imagina a los tres revolviendo cielo y tierra para comprar un globito que fuese con su nombre y que todo el mundo firmase la tarjeta, y se pone muy, muy tontita. Tiene unos amigos que no se los merece.
Hacia mucho que no les veía a los tres a la vez. Le ha encantado tenerles ahí en pack indivisible. Se les notaba que se esforzaban mucho por hacer bromas y no hablar de nada serio. Es lógico, después de lo que ha pasado, no debe ser sencillo comportarse de manera normal en esta situación. A ella le constaría un mundo si fuese uno de ellos quien estuviese en su lugar. Además esté en Cuidados Intensivos o en planta, esos cacharros de su izquierda imponen un huevo, y ella misma tampoco debe tener un aspecto muy allá.Casi debe ser una suerte no haberse visto en un espejo desde hace cosa de un mes.
Ha conseguido desviar la conversación hacia Esparza y todo lo que ha pasado, ninguno de los tres parecía cómodo hablando del tema, pero han contestado a sus preguntas. Le han repetido lo que ha oído ya tantas veces en diferentes bocas, que a Esparza le cogieron porque el chico de la moto cantó la Traviata.
No sabe porqué pero esa respuesta no le deja conforme, esa sensación de que algo baila no se va con nada.
No ha insistido, no tiene cuerpo para ponerse a hacer interrogatorios y está claro que no le van a decir nada más. Puede que no haya nada más qué decir, puede que su cerebro se haya buscado un pasatiempo para abstraerse del hospital. Qué sabrá ella sobre cómo funciona el cerebro, por mucho que este sea el suyo.
Ahora está sola en la habitación. Ha conseguido que sus padres y Santi se vayan a dar una vuelta a la tienda. Se ha enterado de que llevan un huevo de días sin abrir y eso no puede seguir así, como no se pongan las pilas... cuando a uno se le rompe la tele no hay fidelidad que valga, se va a la tienda que está abierta, no espera a que vuelva la de siempre. Además necesitan desconectar, no pueden pasarse el día contemplándola, eso no es ni medio sano, y ella ya está lo suficientemente bien como para poder estar un rato sin que la estén vigilando. Joder, está en un hospital, más cuidada no podría estar.
Alguien llama a la puerta con los nudillos, estando sola como está, tiene que hacerse cargo ella misma del visitante del espacio exterior. Contesta adelante, ¿es lo que se contesta, no?, pero lo dice tan bajito que no deben oírlo ni sus propias cejas.
Esa es otra cosa que tampoco ha cambiado con la ubicación. Sigue sin encontrar el volumen de su voz. Se parece a Najwa Nimri, hablando todo el puñetero día a golpe de susurro. Se le ocurre pensar que es una suerte que la abuela no sepa nada y no vaya a ir a verla, si no la pobre, con lo dura de oreja que está, no se enteraría ni del nodo. Aunque no, en realidad no es una suerte no ver a la abuela. Tiene muchísimas, muchísimas ganas de verla y darla un montón de besos.
Vuelven a llamar y la señorita Leo Nimri vuelve a contestar en su imponente tono de voz. Esto de verdad que es muy, muy frustrante.
Durante un par de minutos no pasa nada, las llamadas no se repiten. Al ratito oye que la puerta se abre. Desde donde está no ve nada, la puerta de entrada está al principio de un pasillo corto en el que está el baño. Baño que, por lo que le han dicho, no va a tener el placer de ver hasta el día después de que las ranas críen pelo.
- ¿Ves? Podías pasar. Si llamas y no te contesta nadie es que está sola.
No puede ver a quién habla pero reconoce la voz como la de la enfermera que ha estado hace un rato en la habitación, Nuria.
- Vale, vale...es que no me atrevía por si la estabais haciéndola algo.
Ese es Corso. Oye su voz, y la tripa se le vacía de puntos, infecciones y mierdas, y se le llena de mariposas. Entiende perfectamente que tiene cosas que hacer y una vida fuera del hospital, pero lleva todo el día preguntándose dónde estaría y muriéndose de ganas de verle.
- Ah, bueno, pero tú por eso no te preocupes, que cuando la estemos curando, o lavando o algo así, echamos la cortina de dentro por si alguien es menos educado que tú y no llama.
- Vale, vale, pues muchas gracias, Nerea.
- Nuria- la chica se ríe.
- Eso, eso, Nuria, perdona.... pero es que yo para los nombres... - le oye resoplar.
Se echa a reír despacito agarrándose las costillas y la tripa. Este hombre no va a cambiar en la vida. Un segundo después. Una sonrisa con patas aparece por la esquina del pasillo donde está el baño.
- Bueno, bueno... ¿pero qué tenemos aquí?
Se acerca a la cama dando largos y rápidos pasos, se inclina sobre ella y le da un beso en la mejilla.
- Ya ves, que se han aburrido de mí en la UCI y me han dado la patada.
- Ya veo, ya...
Corso echa un vistazo a la butaca que hay junto a la cama, pero ella golpea sobre el colchón para que pase de ella y se siente justo a su lado. Él obedece sin chistar. Así le gusta.
- ¿Pero tú cuánto tiempo llevas aquí?
- No lo sé, sigo sin reloj, pero unas cuantas horas. Desde esta mañana.
- Joder, tía, que ayer me habían dicho que te iban a trasladar a última hora de la tarde, por eso no he venido antes, me he líao a hacer cosas y.... joder, Leo, qué putada, yo que quería ser el primero... y resulta que soy el último, porque soy el último, ¿no?
- Bueno, ¿qué más dará?
Él se encoge de hombros y pone cara de que a él si le da igual, después mira a su alrededor con curiosidad. Los ojos no tardan en írsele solos al plasma. Hombres. Para estas cosas todos se parecen. Todos y cada uno de los que han pasado por esta habitación, Papá, Santi, Mario y Molina, han acabado mirando la pantalla con cara de estar viendo el mismísimo Taj Majal. Lo dicho, hombres.
- Joder, Leo, menuda habitación... con su plasma, su sofá de pseudocuero, su ventanita...
- Ya ves, igualita que la que te dieron a ti en La Paz, ¿eh?
Él se ríe y resopla, después de queda mirando las cestas de flores.
- ¿Has visto? El tío de Interflora se ha pasado toda la mañana yendo y viniendo de la habitación.
- Madre mía, Leo, si con tanta flor parece esto el jardín botánico...
Corso se queda callado con los labios fruncidos.
- Una es de tu padre.
- ¿Ah, sí?
- Sí, esa de ahí.
Señala una cesta con margaritas y lo que, si no son violetas, se parecen mucho. Venía con una notita dándole las gracias por haber cuidado de Corso y diciendo que en cuanto levantasen la veda, se pasaría a hacerla una visita.
- Joder, qué guapa la cestita. Se le da bien elegir flores a mi viejo, ¿eh?...
Se queda mirando las flores de una manera rara, las cejas fruncidas y los labios formando una especie de puchero. ¿Es cosa de ella, o Corso tiene las orejas coloradas como tomates? Le ve mirar el periódico que lleva enrollado en la mano con cara de angustia.
Frunce las cejas. Ese periódico tiene una forma extraña, es demasiado gordo. Lleva algo escondido dentro. Corso la pilla mirándole y la cara de angustia se hace más bestia. Hace un ruido raro con la boca, la mira a ella, y de vuelta al periódico.
- Qué tendrás tú ahí... ¿no será un regalito para mí?
Lo había dicho por hace la coña, pero Corso la está mirando con cara de tener un tremendo dolor de tripas. Ha acertado, eso es justo lo que hay dentro de ese periódico, un regalo para ella. Se queda muda. Esto no se lo esperaba.
- Sí, bueno, yo... te...te había traído una cosa... nada...una... una tontería. Nada- sacude la cabeza con los ojos entornados. Tiene pinta de querer salir corriendo en este preciso momento.
Corso toma aire y desenrolla el periódico con parsimonia. Siente que los ojos se le salen de las órbitas cuando, encima de una foto de un nuevo fichaje del Real Madrid, aparece un ramito de flores de caramelo envuelto en papel celofán color violeta. No solo es eso, es que al papel, con un tremendo burruño de celo, hay pegado un diminuto perrito de peluche blanco y gris. Un husky con una enorme nariz, ojitos diminutos y un jersery azul de cuello vuelto.
Parpadea un par de veces. Mira al perrito, mira a las flores, mira a Corso, y vuelve a empezar. Esto tiene que ser cosa de un subidón de calmantes, Corso no puede haberle regalado un peluchito y unas flores de caramelo. Esto tiene que ser cosas de las drogas.
- No... no mires mucho el envoltorio, anda. A mí estas cosas se me dan de culo. Se ... se me ha ido la mano con el celo... pero no sabía cómo... sujetarlo... en mi cabeza quedaba mejor... ahora lo mismo hay que depilar al perro para quitárselo... yo... - carraspea.
Solo es capaz de parpadear mientras le ve pasarlas putas dándola todo tipo de explicaciones raras que no necesita oír. Es como si se estuviese justificando, es algo extraño, muy extraño. Se le ve como pez fuera del agua. Está convencida de que Corso habrá echado polvos en sitios que a ella ni se le ocurriría imaginarse, pero que en la vida había hecho algo como esto.
- El bicho, es... es un... un llavero.. no... no es para que lo uses, debe ser un... un...- vuelve a carraspear- ... engorro... a lo mejor no te gusta este... lo mismo hubieses preferido otra cosa.. había más bichos, pero... yo... no sé, me pareció gracioso... así tan pequeñajo, con ese ceño así como medio de mala leche como de medio moñas... ese jersey...
El perrito no es gracioso, es una puta monada. Está muy suavecito al tacto y parece estar relleno de bolitas. Un perrito. Un puto perrito de peluche.
Deja de mirar al husky y clava la vista en Corso. Intenta dejar de parecer meníngitica perdida y decir algo, pero es incapaz. Solo puede mirarle con la boca entreabierta como si fuese completamente lela. Corso se remueve incómodo sobre la cama.
- Bueno... las flores son ... margaritas... - habla como si le doliese una muela.
Hace un esfuerzo supino y encuentra la voz.
- Margaritas.
- ....son de caramelo.
- De caramelo.
Esta repitiendo lo que él acaba de decir, es consciente, pero los fusibles que no se fundieron con los disparos acaban de fundírsele ahora. Él carraspea.
- Las rojas son de sandía, las azules de mora, las rosas de cereza, las blancas de nata y las naranjas de mango.
- Claro, de mango...- le sale un susurro sin expresión alguna,
Si la pinchan, no sangra. Está acostumbrada a llevarse sorpresas con él, Corso no es lo que parece, eso lo tiene claro desde hace mucho tiempo, y esta no es la primera vez que él sale por un sitio que ella no se esperaba, pero es que esto es demasiado.
Corso, más peluches, más caramelos, son conceptos que, juntos, su cerebro no sabe cómo manejarlos. Esto es una sobrecarga del sistema en toda regla. Si su cerebro tuviese Windows como sistema operativo, ahora mismo estaría con un pantallazo azul. Ya no son solo la flores o el peluche, joder, es cómo la está mirando. Es... no sabe ni cómo llamar a lo que siente. Pantallazo azul, eso es. Error fatal del sistema.
- Las hojas también se comen... no me han dicho de qué son... pero supongo que serán de menta...no... no lo sé... el palo no. El palo es un palo. Un palo de... de madera, de lo que son los palos.
Él se queda callado y ella es incapaz de decir una palabra. Si algún colgao de esos que coleccionan mariposas quisiese alguna especie rara solo tendría que mirar dentro de su tripa. Corso la ha traído flores de caramelo. Él la mira mordiéndose el labio, después suspira con resignación y afirma con la cabeza.
- Vale, vale, vale, ya está, no pasa nada. No te gusta, te parece una gilipolléz, una moñada y una cutrada del quince. No pasa nada, no te preocupes... yo no tenía que hab..
Se oye hacer un sonido raro.
- ¿Pero qué dices, tío? Estás de coña, ¿no?
- Entonces... ¿....te gusta...?
- ¿Qué si me gusta...?¿pero tú estás tonto? Joder, tío, joder... es que no sé ni qué decirte- a poco que se pusiera, soltaba una lagrimita como una quinceañera pazguata.
Corso, el mismo Corso que una vez la dio las llaves de su casa por si se le inundaba, el que intentó meterla en su cama menos de doce horas después de haberle pillado con dos tías, ese Corso, ha ido a una tienda de caramelos a comprarle flores, a una juguetería a comprarle un perrito, después se ha plantado en su casa y lo ha envuelto. Corso.
Intenta imaginársele haciendo todo eso pero es absolutamente incapaz. Viniendo de cualquier otra persona serían un par de regalitos que le encantarían, pero viniendo de él, precisamente de él, son otra cosa, una declaración de intenciones. La cosa más especial que le hayan regalado nunca.
- Es.. joder, Corso, es... - sacude la cabeza- me has dejado completamente sin palabras.
- ¿Te gusta de verdad?- sigue sonando inseguro pero no tanto como antes.
- Corso, ¿tú que crees? Esta cara de gilipollas no la tengo siempre, o eso creo.
En su cara aparece esa sonrisa suya capaz de derretir icebergs. Esa sonrisa le ha librado de muchas broncas por su parte. Es incapaz de resistirse a ella y él lo sabe perfectamente.
- La chica de la tienda me ha dicho que las flores aguantan muy bien el calor y que duran hasta un año sin ponerse rancias, así que cuando estés buena del todo, te las tienes que comer, ahí está la coña del asunto- ya vuelve a sonar a él, completamente seguro de sí mismo.
- Pues si esa es la coña...tendré que comérmelas, ¿no?
- Bueno, pero un pétalo sí me darás, ¿no?
- No sé yo, ¿eh?... me lo tendré que pensar...
- Serás agarrada...
- ¿Yo? Soy de lo peorcito,ya lo sabes.
Mira las flores y el perrito, le mira a él y piensa que debe de tener la cara perfecta para ilustrar la palabra "embobada" en el diccionario de la RAE.
Estira la mano derecha y empieza a acariciarle la barbilla. Juguetea con los pelillos largos de su barba mientras estudia su cara. Ya no tiene moratones y las heridas están en proceso de cicatrización. Sigue delgado y con esa barba suya de pordiosero, pero los ojos le brillan y parece muy contento. Está guapo. Corso suspira, cierra los ojos y frota despacito la barbilla contra su mano. Cuando sus dedos rozan sus labios, él se los besa
- Ven aquí.
Corso abre los ojos y obedece. Se inclina sobre ella muy despacito. Primero, sin dejar de mirarse, rozan despacito sus sonrisas, después viene un beso suavecito y delicado que hace que se le ericen los pelillos de la nuca, después otro, y otro, y otro. Echaba mucho de menos estos besos, muchísimo. Estar en planta cada vez le gusta más.
10 Arreglando un agujero (Jueves 3 de Enero 2008, 08:31)
Estoy arreglando un agujero por donde entra la lluvia
y que me impide soñar
Estoy rellenando las grietas que surcan la puerta
y que me impiden vivir
Estoy pintando la habitación de muchos colores
Y cuando sueñe y viva, contigo será
Me tomo mi tiempo en unas cuantas cosas
que ayer no eran importantes
Estoy arreglando un agujero por donde entra la lluvia
(Fixing a hole)
Le mira con asco través del cristal. Coge el teléfono y empieza a hablar antes de que ese cabrón tenga la oportunidad de abrir la boca.
- Solo escúchame. Te lo voy dejar claro desde ya. Si te atreves a decir un solo "lo siento", un solo "perdón", o a decir su nombre, yo salto la mampara y te reviento la cabeza contra el mostrador. ¿Me has entendido?
- Sí.
- Vale. Te lo voy a decir una única vez, yo no he venido ni a verte la cara de cabrón que tienes, ni a oír tus excusas, ni tus disculpas, ni tus mierdas. Todo eso me lo paso por los cojones. No hay absolutamente nada que tú puedas decirme que vaya a cambiar lo que pienso de ti. Para mi siempre vas a ser un hijo de puta que merecería estar muerto. Solo he venido a hacerte una pregunta. Nada más. Solo quiero que me contentes, irme y olvidarme de que existes hasta que tenga que volver a tu puta jeta en un juicio, ¿estamos?
- ¿Qué quieres saber?
Cuando Esparza abre la boca ve los huecos que han dejado los dientes que ya no están.
- Es muy simple. Yo salí corriendo, me dejasteis inconsciente, me quitasteis el arma y con ella les disparaste. Eso fue lo que pasó pero podía no haber pasado. Tú no podías saber cómo íbamos a reaccionar, ¿habías pensao en eso?
No quiere enseñar abiertamente las cartas. Lo que necesita saber es si hubiese podido ahorrarle a Leo lo que le ha pasado. Necesita saber actuado de forma diferente a como lo hizo a ella no le hubiese pasado nada. La duda le viene atormentando desde hace semanas y no puede seguir así. Ya no puede seguir rehuyendo la respuesta por mucho que le aterre recibir un "sí". Necesita pasar página y para hacerlo necesita saber toda la verdad. Lo de esconder la cabeza bajo la arena se ha acabado.
- Es curioso lo rápido que se puede pensar cuando te estás quedando sin tiempo- Esparza parece reflexionar un momento- Sí, claro que lo pensé, pensé en todas las posibilidades. En todas. Claro que sí.
Se queda en silencio esperando a que Esparza continúe.
- Con esto que te voy a decir, posiblemente, te haga saltar la mampara, pero es la verdad. Corso, te lo creas o no, lo que ocurrió en esa casa, fue el menor de los males.
Se oye hacer un sonido espeluznante con la garganta.
- No te atrevas a decir eso, hijo de puta, no te atrevas porque te reviento a patadas.
- Es la verdad- se encoge de hombros- Necesitábamos un culpable y no podíamos dejar testigos. Eso era así, no había alternativas. Si las cosas hubiesen sido distintas, si hubiese corrido ella detrás de David, o si lo hubieseis hecho los dos, o si hubieseis detenido a los chicos... o qué se yo... si hubiese pasado otra cosa distinta a la que pasó, en vez de un culpable de la muerte de Vázquez, hubiese habido dos. Ella y tú.
No está seguro de entenderle del todo.
- Mira, Corso, todo el mundo es bueno y honrado hasta que deja de serlo. A veces ser bueno no compensa. Vosotros dos habíais sido buenos policías y por hacer vuestro trabajo os querían buscar la ruina- se pasa la lengua por los labios- Habíais investigado a Gironella, sabíais que había dinero de por medio, mucho dinero. No es tan descabellado que vosotros dos os hartaseis de todo lo que os estaba pasando, obligaseis a Vázquez a que os diese los números de cuenta y las claves de acceso al dinero oculto, le mataseis después y desaparecieseis del país sin dejar rastro. No es tan descabellado, no lo es.
Empieza a entender y la sangre abandona su cabeza. Esparza habla en un hilo de voz y con los ojos fijos en el cable del teléfono como si estuviese avergonzado de lo que dice
- Hubiesen encontrado a Vázquez tiroteado, una casa vacía y que vosotros dos no aparecíais. Cuando hubiesen descubierto sin fondos las cuentas que Gironella tenía en cierto banco de ciertas islas, cosa que hubiesen sabido por un chivatazo anónimo, no hubiesen tardado en atar cabos... A vuestra gente le hubiese extrañado, sí, pero las pruebas hubiesen sido contundentes, lo hubiesen acabado asumiendo. Hay gente que se cambia de lado, es algo que pasa a diario- se encoge de hombros- Este que te estoy contando seguramente hubiese sido un escenario más favorable para mí, ahora que sé lo que sé, no creo que nadie se hubiese extrañado demasiado de que desaparecieseis juntos y nunca se volviese a saber de vosotros. Ocurrió el menor de los males, Corso, créeme.
Aprieta los puños hasta que se le ponen blancos. Se imagina al cabrón que tiene delante metiéndoles un par de balas a cada uno y quemando sus cadáveres en un descampado, o dejando sus restos descuartizados en un vertedero. Se le imagina vendiendo al mundo la historia de que se habían convertido en una especie de Bonnie y Clyde. Siente que va a perder el norte.
La rabia le ciega y por un segundo se plantea saltar de verdad la mampara. La idea de romperle a patadas todos los huesos del cuerpo es muy tentadora, pero hace un análisis de consecuencias y decide dejarlo estar. No. No puede hacerlo. No ha llegado hasta donde está para echarlo todo a perder por una mierda pinchada en un palo como la que tiene delante. No va a dejar sola a Leo, Esparza tiene mucha suerte de que sus prioridades estén tan claras.
- Me das mucho asco, Esparza. Mucho....dime otra cosa, ¿te sentiste muy valiente acribillando a balazos a un viejo esposado y a una chica desarmada? Seguro que sí, seguro que te sentiste muy hombre al meterla un tiro cuando ya ni se podía mover. Muy hombre.
Esparza no contesta, solo baja la mirada.
- Eres el peor hijo de puta que me he echado a la cara, no tienes derecho a vivir.
- Ya lo sé.
No lo dice ni con orgullo ni con chulería, simplemente le da la razón en algo cierto.
- También eres un cabrón con mucha, mucha suerte, ¿lo sabías? Con muchísima, te ha faltado el canto de un duro para acabar dentro de un hoyo al ladito de Vázquez. Si Leo no hubiese sobrevivido, tú tampoco. No iba de farol.
- Ya lo sé.
- Te voy a decir otra cosa, yo que tú no dejaría tan pronto de rezar, tú vas a vivir muchos años, créeme, pero como a ella le quede alguna secuela por lo que tú le has hecho, prepárate. Esto tampoco te lo digo gratis.
Esparza parece encogerse en su silla.
- Entiende que no te estoy diciendo que vaya a mandar a alguien para romperte las piernas o que te las vaya a romper yo- niega con la cabeza- No, ese es más vuestro estilo que el mío. Solo te digo que treinta años de cárcel son muchos años. Imagínatelos sin ningún privilegio, sin visitas, sin televisión, sin un mal libro o sin una mala ventana. Imagínatelo y prepárate, porque si le jodes la vida a Leo, yo te voy a joder a ti la tuya.
- Tienes que entender que yo no quería hacerla daño, yo lo siento muchís...
Se levanta de su silla de un salto y da un golpe en el cristal que les separa.
- ¡¿Que te había dicho?! ¡¿Qué cojones te había dicho?! ¡Que no te atrevas, hostias, que no te atrevas!
Un último golpe contra la cristalera, una última mirada y se da la vuelta. No tiene nada que hacer ahí dentro.
Nada más salir se enciende un cigarro con dedos temblorosos. Intenta tranquilizarse y sacar de su cabeza toda la mierda que ha oído de ese indeseable. Tira el cigarro con solo dos caladas dadas y se mete en el coche. Esta ha sido solo la primera parada, aún hay sitios a los que tiene que ir esta mañana.
No tiene intención alguna de acercarse. Su padre lo ha hecho, pero él ha preferido mantenerse a distancia. No sabría qué hacer ahí abajo. Se sentiría como una cebra entre caballos, ni siquiera va de luto.
El juez dictaminó hace dos días que no se necesitaban más pruebas forenses de Vázquez y que ya se le podía enterrar. En cuanto lo supo decidió no ir al entierro.
Cambió de idea ayer. En el mismo momento en el que cerró la puerta de la habitación de Leo y la dejó con sus flores de caramelo y su perrito.
Mientras esperaba al ascensor, no podía dejar de ver su carita de alucine, ni de sentir sus caricias, ni sus besos. En ese momento tomó la decisión. Las cosas que le da Leo no se pueden poner en cualquier sitio, no se merecen estar en un lugar lleno de mierda y heridas sin cicatrizar. Necesita cerrar capítulos y heridas.
En ese momento, delante de la puerta de un ascensor de hospital, decidió lo que iba a hacer al día siguiente. Arreglar agujeros. Decir adiós a una parte de su vida que ya no quería con él. Esparza ha sido la primera parada, Vázquez es la segunda.
En el cementerio apenas hay gente. No cuenta más de doce personas. No hay bandera de España sobre el féretro. No hay policías de uniforme. No va a sonar el himno. Ni siquiera están sus hijos, y su viuda tiene los ojos secos. Este es el entierro más triste en el que ha estado precisamente por la falta de tristeza. Nadie llora a Vázquez. Se ha ido por la puerta de atrás.
Desde dónde está no ha podido oír las palabras del cura, tampoco las necesita, ha estado en demasiados entierros en su vida, se las sabe bien.
No siente nada especial al ver cómo el féretro del hombre que le ha quitado tanto es introducido dentro de un nicho. Se cruza de brazos bajo el cielo azul y despejado de esta mañana de enero.
No hay sensación de haber ganado nada. No hay sensación de que se haya hecho justicia. Ni siquiera hay alivio. Pensaba que iba a sentir algo de eso pero se equivocaba, lo único que hay es una vaga sensación de pérdida en el trastero de su mente.
Se atreve a admitirse que hubo un momento en le quiso y que, si bien, le quitó muchas cosas, también le dio otras. En su mente un lejano cariño se da la mano con el desprecio más profundo. Es jodido sentir esas cosas tan distintas a la vez. Puto cerebro.
Se pregunta qué siente Carmen, su viuda. Vázquez era un hijo de puta pero ella es una buena persona. Ella ha sido su última víctima, a ella también la ha quitado todo, le ha quitado treinta años de vida y de recuerdos. ¿Y sus hijos? ¿Qué pensarán sus hijos? Lo siente por todos ellos, de verdad que sí. Sabe lo que es pensar que tu padre es un asesino. Es algo horrible. Esos chicos no se lo merecían. Les ha quitado a su padre y les ha dejado recuerdos falsos con un desconocido. No es justo que inocentes tengan que sufrir por los pecados de otros.
Esté dónde esté Vázquez, espera que pueda ver el espectáculo que ha dejado atrás y se retuerza de pena y de dolor hasta el fin de los tiempos. Polvo al polvo como dicen los curas.
No se queda a ver cómo cierran el nicho con la lápida de mármol, tampoco intenta memorizar el lugar en el que le están enterrando, no piensa volver nunca. Se dirige con paso cansino hasta el coche. Esperará a su padre fuera, ya le ha dedicado a Vázquez mucho más tiempo del que se merecía.
El otro cementerio era un laberinto de piedra y cemento, en este hay césped y árboles. Si los cementerios pudiesen ser bonitos, este lo sería. Se agacha despacio y deja el ramo de flores sobre la lápida. No sabe qué flores son. Son pequeñitas y blancas. Son bonitas. A su madre le gustarían, está seguro de eso. A ella le encantaban las flores, en su casa solía haber ramos de flores frescas todo el año, su padre se las regalaba y ella se ponía loca de contenta.
Su padre adoraba a su madre. No. Se corrige. Su padre adora a su madre. No sabe qué tuvo o que no tuvo con la cocinera esa de la cárcel, pero sí sabe que en la vida de su padre no habrá una mujer que haga sombra a su madre.
Ahora no entiende cómo pudo llegar a dejarse comer la cabeza para pensar que la podía haber hecho daño. Ese cabrón le manejó como le salió de las pelotas, le convirtió en un muñequito idiota, un puto títere descerebrado.
Aparta con la mano las hojas secas que había sobre la inscripción. Los ojos se le llenan de lágrimas. Siente la mano de su padre sobre su hombro. Suspira profundamente.
- Hola, mamá...
Se toma su tiempo, necesita ordenar sus pensamientos, encontrar las palabras adecuadas y la voz para decirlas. Durante un buen rato solo se oye el aire contra las copas de los pinos.
- Mamá...hoy... hoy han enterrado a Vázquez. Al final se ha hecho justicia, seguro que no es la que tú hubieses querido... tampoco es la que él se merecía.. ese cabrón tenía que haber sufrido la humillación y el infierno de la cárcel que le hizo pasar a papá... pero...- la voz se le corta-... pero por lo menos se sabe la verdad. Se sabe qué clase de hombre fue. Todos saben lo que te hizo. Lo saben y... no lo van a olvidar.
Tiene que callarse un momento, le está empezando a costar mantenerse entero. Puede que sea estúpido estar diciéndole esto a una lápida, pero para él es muy importante. Muchísimo. Necesita hacer esto.
- ¿Sabes qué? Pues que estarías muy orgullosa de papá y de mí. No te lo vas a creer, pero hemos pasado toda la Navidad juntos y no nos hemos tirado los trastos a la cabeza.
Gira la cabeza hacia atrás y se encuentra con la sonrisa de padre.
- Eso es verdad, Clara, ni una sola vez. Nos estamos portando muy bien.
- Bueno, mamá, que no sabes la última... papá hizo un asado de cordero para nochebuena y según él era el no va más, pero, vamos, que no le llegaba al tuyo ni a la suela de los zapatos... no tiene ni puta ida de cocinar...
Se le hace un nudo en la garganta y no dice más. No le gusta venir al cementerio, le resulta imposible reconciliar ese nombre y esas dos fechas en letras doradas con su madre. La mujer de las flores, la que le sacaba de los marrones, y para la que era el hijo más maravilloso del mundo aunque por aquel entonces fuese un cabrón con pintas.
Ella era su madre y ese cabrón se la quitó y la convirtió en lo que es ahora, un puñado de recuerdos, un montón de fotografías borrosas, un nombre y dos fechas. Vázquez le quitó a su madre, le quitó la verdad y le dio una mentira. Nadie va a volver a quitarle jamás ni a su madre, ni a su verdad.
- Mamá... te quiero mucho. Te echo mucho de menos, mucho... mucho...
Traga saliva, se seca las lágrimas con el puño de la camiseta y se incorpora despacio. Se encuentra con el abrazo de su padre y se deja envolver por él. Tenía que decirle a su madre que todo se había acabado. Tenía que hacerlo.
Última parada del día. Hoy es el día en que va a arreglar todo lo que necesita ser arreglado en su vida. Está cortando flecos, arreglando agujeros, saldando cuentas. Hoy ha buscado respuestas, cerrado capítulos y dicho adiós. Ahora es el turno de dar explicaciones.
Hace días que le viene dando vueltas a la conversación que tuvo con Mario en Nochebuena, en particular a lo último que dijo, eso de que la vida le ha dado lo que nunca da a nadie. Una segunda oportunidad. Tenía razón, es un privilegiado. La vida raramente te da segundas oportunidades, jamás te da una tercera. Esta es la buena. Es hora de echarle huevos de verdad.
Leo y él no necesitan hablar demasiado para decirse mucho, tampoco necesitan darse explicaciones de dónde han estado, o pedirse directamente disculpas por sus metidas de pata, pero hay veces en la vida en las que las palabras, las explicaciones y las disculpas son muy necesarias. Necesita hacer esto.
Necesita demostrarla que es más fuerte que su miedo, que está dispuesto a meterse hasta la coronilla en esto, que no tiene miedo a quedarse con el culo al aire delante de ella, que aunque haya sido un cobarde toda su vida se va a dejar los cuernos para dejar de serlo, que esto que tienen le importa como nunca antes le ha importado nada, que "quiero estar contigo" no son solo tres palabras. Necesita sacar todo eso fuera.
Ya casi no hay flores en la habitación, casi todas están desperdigadas por el pasillo y en los mostradores de las enfermeras. Lógico, no debe ser ni medio sano compartir espacio vital con toda esa vegetación, debe chupar oxígeno para aburrir.
En la habitación, bajo la tele, solo queda esa cesta enorme que los chicos la trajeron, y en la mesilla, junto a un perrito de peluche, doce flores de caramelo en una jarra transparente. Ve el perro, ve las flores y se hincha como un pavo real.
Cuando hace dos días entró a la habitación y vio todo lo que había ahí dentro, su primer impulso fue pedir a Leo que cerrase los ojos un momento y meterse los caramelos y el osito por el culo antes de que ellas los viese.
Todo el mundo le había comprado unas flores preciosas que debían haber costado un pastizal, y él se presentaba con doce caramelos y un perrito que no le habían costado ni treinta euros.
Al sacar sus regalitos de dentro del periódico se sintió el ser más torpe y ridículo sobre la faz de la tierra, luego vio su carita y se sintió como el tío más grande, más suertudo y más especial del mundo. Es increíble que alguien te haga sentir así.
- Hola, guapa.
Leo le mira de arriba a abajo con los ojos muy abiertos. Tan alucinada está, que apenas le devuelve el beso que la da.
- Vaya... - ella no lo llega a decir, solo forma la palabra con los labios.
La mira y se ríe. Le hace mucha gracia verla tan flasheada. Sabe perfectamente a qué se debe su falta de expresividad verbal. Es su cambio de look. Ella jamás le había visto sin barba.
A él su barba le gusta mucho, pero fue un venazo que le dio y que no pudo reprimir. Ya volverá a crecer. No es la primera vez que le dan venazos de estos, la mayoría de sus tatuajes son hijos de un arrebato de locura.
Ayer, después de tomar la decisión de cerrar puertas y arreglar agujeros, mientras bajaba en el ascensor, le dio por mirarse en el espejo. Vio a un tío barbudo que no reconoció. Ese tío que le miraba desde el cristal con cara de pasmo, no tenía treinta y un años, tenía, como poco, cuarenta.
No se puede dar carpetazo al pasado con esas pintas. Por Dios, si parecía un militante piojoso de Comisiones Obreras. Se avergonzó de haberse asilvestrado tanto. Debería haber hecho caso antes a todos eso toquecitos de atención sobre sus pintas.
En cuanto llegó a casa, se plantó en el baño, desempolvó un bote de espuma y una cuchilla de afeitar, que debían ser del antiguo inquilino de la casa porque él no recuerda haberlos comprado, y se puso al tajo.
En menos de un minuto pasó de ser el hermano gemelo de Charles Manson, a parecer casi un niño bueno con esas ondas que se le empiezan a asomar en el pelo. Se quedó un buen rato mirándose al espejo.
Se veía raro, le costaba reconocerse. Objetivamente hablando esta mejor con barba, tiene ojos, pero se sintió increíblemente bien consigo mismo recién afeitado. Se sintió limpio y liberado de un peso invisible.
Súmale al afeitado radical, el modelito que se ha puesto y, claro, así tienes a Leo. Flipada. Lo único negro que lleva puesto hoy son los calzoncillos y como no se ven, ni cuentan. Ha sido otro venazo.
Esta mañana, recién salido de la ducha, con la toalla todavía enrollada en la cintura, ha recordado de golpe de lo que cierta personita le dijo. "Deberías ponerte más cosas que no fuesen negras". El negro está muy bien, va con todo, dicen que es elegante, y encima estiliza. Sí, le gusta el negro, pero a la vida, de vez en cuando, hay que ponerle un poco de color.
Ha tenido que registrar todos sus cajones, pero al final ha dado con una camiseta azul turquesa que Mario le regaló hará tres años y que estrena hoy. No es por ser presumido, pero le sienta de miedo.
Así que, entre unas cosas y otras, tiene delante a una Leo en estado de completa estupefacción. En honor a la verdad, ella no es la única. La enfermera de ayer no le ha reconocido de primeras y casi no le deja entrar. No es para menos, realmente parece otro, se ha quitado un puñao de años de encima que no eran suyos. Le hubiese gustado ver al padre de Leo, está seguro que con su nuevo aspecto ganaría un porrón de puntos con él y acabarían de hacerse colegas del todo.
- Oye...perdona, pero... verás....creo que te has equivocado de habitación...
La oye y se echa a reír.
- ¿Ah, sí? ¿Tú crees? Pues yo creo que no, ¿eh? A mí me han dicho que en esta estaba la chica más preciosa del hospital y no me han engañao...
Ella le mira con los ojos brillantes y una sonrisa que podría deslumbrar a un ciervo en una carretera oscura.
- Bueno, yo soy Pablo, ¿y tú?
La sonría de Leo se hace aún más amplia y estrecha la mano que él le tiende.
- Leonor, pero si valoras en algo tu vida me vas a llamar Leo.
Coge su mano, la estrecha primero y la besa en el dorso después. Ella se ríe como una cría pequeña.
- Pues todo un placer, Leo.
- ¿Sabes qué? Te das un aire a un compañero de trabajo que tuve, Sorgo se llamaba... un gilipollas que me caía como el culo.
- ¿Ah, sí? Tiene coña la cosa, tú te pareces a una compañera que tuve yo... Eli o Charo... algo así, una pijita moñas, así con su melenita y su trajecito... un horror de tía, también me caía como el culo.
Ella se ríe despacito, sin hacer sonido alguno, sujetándose la tripa y el costado izquierdo. Se recuerda que no debe hacerla reír demasiado o se va a acabar descosiendo. La da un segundo beso en los labios que, esta vez, ella si devuelve, y se sienta en el borde de la cama.
- Bueno, y este cambio...¿a qué se debe?
- Pues un punto que me ha dao, ¿a ti no te han dao nunca de esos?
Ella asiente muy seria.
- Sí, claro, yo antes de empezar a currar en la judicial llevaba perilla, pero me la afeité justo la mañana en que te conocí...
Vuelve a echarse a reír con esa nueva risa muda suya. La ve genial, sigue estando muy, muy débil y las heridas y huesos rotos deben dolerte lo suyo, pero, joder, la ve más animada que en mucho tiempo. Sus médicos le han dicho que en todo el día la temperatura no ha subido de treinta y ocho grados. Eso sigue siendo bastante fiebre, pero para ella, con sus antecedentes, es todo un triunfo.
- ... bueno, y también el venazo que me dio cuando mandé mi "melenita" a freír espárragos.
La palabra melenita suena entrecomillada en su voz.
- Oye, tío, estás...
- ¿Guapo para aburrir?
Ella se ríe suavecito.
- Iba a decir distinto... pero eso también. Sí, estás muy guapo y estás distinto.
Ciertamente, Leo acaba de poner el dedo en la yaga. Se siente distinto. Se siente bien, con ganas de comerse el mundo a bocaos. Ella le mira con los ojos como platos.
- Joder, tío, si es que hasta me has hecho caso con lo del negro.
- Leo, que no te enteras, que el azul es el nuevo negro.
- Uy, perdone usted....
- Perdonada, perdonada.
Se quedan callados, sonriéndose y con la mano del uno dentro de la del otro. Toma aire.
- Hoy he estado en el cementerio, han enterrado a Vázquez.
Leo asiente sin decir nada.
- No me he acercado, no tenía cuerpo, lo he visto desde lejos...
Ella le mira con el ceño fruncido.
- ¿Estás bien?
- Sí, estoy bien, claro que sí.
Se lleva su mano a los labios y planta un beso en la palma. Hoy las tiene calentitas, cosa rara en ella.
- No pensaba ir, lo tenía decidido desde hace mucho, pero ayer, después de salir de aquí, cambié de opinión. Verás... creo que...
- Necesitabas verlo, necesitabas un final.
Joder. Esta mujer se mete en sus sesos de una manera que casi asusta. Debería hacerse lectora de mentes, o por lo menos de la suya.
- Sí. Un final... necesitaba pasar página. También pensé que al verlo... no sé, pensé que me sentiría aliviado pero...
Con el pulgar recorre la palma de la mano abierta de ella.
- ... pero no. No me he sentido ni aliviado ni mejor ¿Sabes? Me he quedado igual. No ha cambiado nada. Él está muerto y enterrado, pero el daño se queda hecho.
Ella asiente con firmeza.
- Ya... ya lo sé. El daño no se va con el muerto, ese te le quedas tú.
Claro que lo sabe, ella lo sabe mejor que nadie. La coge la carita entre las manos. Lleva los labios a su cara y se la llena de besos.
El hijo de puta de Escobar también está muerto y enterrado, pero sigue el daño que le hizo sigue ahí, en sus sueños. No han vuelto a hablar de las pesadillas desde Nochevieja. Es capaz de oler a kilómetros cuando Leo no quiere hablar de algo y él no va a forzarla a hablar de algo para lo que esté preparada, o no quiera.
- Corso...
No dice más durante un buen rato y él tampoco. No la va a agobiar.
- He estado pensando en las pesadillas... en lo que te dije, en lo que me dijiste. Eso de que si tengo estas pesadillas es por algo, no solo por la medicación.
Se aclara la garganta, se vuelve a callar y mira a su derecha de reojo.
- ¿Me das agua, por favor?
- Y sin por favor también te la doy.
Le acerca el vasito que, como todo en la habitación, también es azul. Ella da un traguito antes de soltar la pajita y sacudir la cabeza. La oye suspirar profundamente. Parece estar reuniendo valor y fuerzas antes de empezar a hablar.
- No estoy bien, Corso. Desde que Escobar me violó, yo no estoy bien.
Se queda mirándole con una carita que le parte el alma. La conoce y sabe los huevos que ha tenido que echarle para reconocer esto en alto.
- Ahora tengo menos pesadillas porque con lo que me están dando no duermo tanto, pero las sigo teniendo. La última ha sido anoche. No ha sido de las peores pero tampoco de las mejores... estoy harta de... de dormirme con el miedo en el cuerpo de ver cosas que no quiero ver. Esto.. esto agota. Yo no puedo seguir así.
- No, no puedes.
Ella frunce las cejas y niega muy despacito con la cabeza.
- No puedo seguir empeñándome en olvidar lo que pasó porque no, eso es imposible. Me pasó y me pasó, ahora tengo que apechugar y aprender a vivir con ello. No puedo fingir que no sucedió, o engañarme diciéndome que puedo olvidar, o que si se me mete en los cojones yo sola puedo ayudarme... - frunce los labios y sacude la cabeza-... me encantaría, pero no puedo. Si solo hay que ver cómo reaccioné con ese violador del último caso, me faltó el canto de un duro para meterle un tiro... Miedo me da qué me puede pasar cuando tengamos un sospechoso con acento colombiano... o alguien me llame como no deba...- una especie de risa lúgubre- ...mami...- dice la palabra con un tono que le pone los pelos de punta- No, así no puedo seguir, yo necesito ayuda.
Ojala pudiese él darle la ayuda que necesita pero sabe que no es el caso. Leo se queda unos segundos con una expresión seria, después se relaja.
- Verás, el médico sabe que tengo problemas para dormir, como para no darse cuenta con todas las que he liado... - esboza una sonrisita- Me dice que tengo un síndrome post traumático por los disparos..- le sonríe con pena- ... tenerle le tengo, pero no por lo que él cree.......
Se detiene un momento y toma aire profundamente por la nariz.
- No te voy a decir que esto de Esparza no me haya afectado porque no es verdad, claro que me ha afectado. Lo que ha pasao, pues es gordo, claro que lo es... a veces sueño con lo que pasó en la casa, y con cosas que...pero... pero no. Es el puto Negro el que sigue destrozándome, el que no me deja ni a sol ni a sombra... es él, es todo, pero sobre todo él.
La aprieta suavemente su mano.
- Verás, parece ser que hay una unidad de psicología en el hospital. Me ha dicho que sería bueno para mí hablar con uno de sus loqueros.
- Joder, Leo, no lo llames loquero.
Ella resopla y sonríe, esta vez con ganas.
- Joder, Corso, así es como los he llamao toda la vida. Tú también. No voy a empezar a llamarles ahora psicólogos solo porque necesite uno, y tú no deberías hacerlo. Yo ya sé que no estoy loca, pero... prefiero llamarlo así que de cualquier otra manera. No sé... suena menos... menos importante. Lo hace parecer menos serio de lo que es. Estoy harta de cosas serias, ¿sabes?
Más silencio.
- Le he dicho que no. No quiero hablar con nadie de este hospital de lo que me pasa, pero... hay un psicóloga, he dado muchas veces su tarjeta. Está especializada en tratar a mujeres que han sufrido... violaciones- su voz se convierte en un susurro que casi ni se oye-... cuando salga de aquí la voy a llamar - asiente con firmeza- No voy a decírselo a nadie, no quiero que mis padres se enteren, ellos no saben absolutamente nada de nada de lo que me pasó y quiero que siga así... - se toquetea los labios nerviosa- Verás, yo no... yo no quiero que nadie sepa qué me pasa pero... quería tú sí lo supieras- levanta un hombro y le dedica una sonrisa de medio lado.
Siente un aguijonazo en el estómago, uno de los buenos. Vuelve a sentirse el tío más especial del mundo. Se inclina sobre y ella y la besa suavemente en la comisura de los labios. Ella suelta una curiosa carcajada y sacude la cabeza.
- ¿Esto qué es, las gracias por confiar en ti?
Le viene a la cabeza una escena similar hace unos meses en el que fuera su despacho. Esta vez se han invertido los papeles.
- No, es un gracias por todo.
Espera que ella entienda que hay dentro de ese todo, cree que sí. Se la queda mirando fijamente y ella le sostiene la mirada. Siempre lo hace. Es una de las cosas que más le gustan de ella.
Venía con la intención de decirle muchas cosas, pero después de esta conversación, está claro que este no es el momento, ya hablarán mañana, ahora se conforma con perderse en esos ojos color miel que tanto dicen sin necesidad de hablar. El momento se hace tan intenso que siente el tiempo y el mundo se han disuelto y solo existen ellos dos. Ella también debe sentirlo porque se ríe como si estuviese nerviosa y después suspira sacudiendo la cabeza.
- Bueno y...- se aclara la garganta- ...esta camiseta azul, ¿de dónde ha salido? No te la he visto nunca.
Es la manera de ella de abrir una ventana para descargar el ambiente.
- ¿Esto? Pues, ya ves, que he sido un niño muy bueno y me la trajo Papá Noel.
- Uy, ese pobre hombre ya empieza a chochear, ¿eh? Porque tú lo que tengas de niño bueno....
Ella pone los ojos en blanco, y él pone cara de sentirse ofendidísimo.
- Oiga, señorita, tiene que cuidar esa lengua o se la voy a tener que lavar con jabón.
Leo le saca la lengua, y él hace ademán de cogérsela con los dedos, después sus ojos se llenan de luz y empieza a reírse sin voz.
11 Quiero cogerte la mano (Viernes 4 de Enero 2008, 17:31)
Oh sí, voy a decirte algo
Creo que lo entenderás
Cuando te lo diga
Quiero coger tu mano
Oh por favor, dime
Que me dejarás ser tu hombre
Y por favor, dime
Que me dejarás coger tu mano
Déjame coger tu mano
Quiero cogerte la mano
Cuando te toco, me siento tan feliz
Es una sensación tal que no puedo ocultar mi amor
No puedo ocultarlo, no puedo ocultarlo
Sí, tú tienes eso
Creo que lo entenderás
Cuando te lo diga
Quiero cogerte la mano
(I wanna hold your hand)
- ... de irse, me ha dicho que mañana volvería a hacerme una visita, no sé, debe de echarme de menos o algo porque se presente aquí todos los días a la mínim...
- Yo no pienso con la polla.
Ella le mira con la boca entreabierta y dos enormes lagos color miel llenos de confusión. Lógico, esto que acaba de decir no se veía venir. Ella le estaba diciendo que Doc Rob había ido a verla esta mañana, y él ha saltado a media frase con esto. Está feo cortar a la gente, lo sabe, pero era ahora o nunca.
- ....
Leo mueve los labios como si quisiera decir algo, pero de ellos no sale ni un sonido.
- Todo eso que me dijiste antes de que yo me fuese a Barcelona.... lo de que a mí solo me importa follar, que soy un golfo que solo piensa en meterla en caliente sin importarle dónde... que me iba aburrir de ti y me iba a follar a todo lo follable.... Solo lo decías para hacerme reaccionar. Sabes que yo no soy así- no es una pregunta es una afirmación.
Ella hace ademán de hablar pero él la silencia poniendo suavemente el dedo sobre sus labios.
- Escúchame.
Leo asiente despacio.
- Follar me gusta mucho, eso ya lo sabes. También sabes que me he acostado con muchas.
Vuelve a asentir.
- No sabría decirte con cuántas, pero yo no me voy a disculpar por eso. No tenía compromisos de ningún tipo y nunca he engañado a nadie. Nunca le he prometido nada a nadie. Todas sabían lo que había, sexo sin nada más. Yo a ti no te prometí nada cuando empezamos a acostarnos juntos.
- No, no lo hiciste.
Toma aire por la nariz.
- Hace un par de semanas, pasamos la noche juntos y al día siguiente yo te dije que quería estar contigo.
Está nervioso. Estas cosas no se le dan bien. Oye su voz y la encuentra muy temblona.
- No fue algo que se me ocurriese en el momento. Yo no te lo habría dicho si no lo hubiese pensado hasta la saciedad, estuviese completamente seguro y fuese cierto, ¿entiendes eso?
Ella asiente despacio.
- Vale. Eso no ha cambiado nunca. Nunca. Cuando te dije que me iba, no fue porque ya no quisiera estar contigo... Leo yo... mira, me encantaría darte una buena razón para haber querido irme, pero no la tengo. Solo tengo una mierda de excusa. De repente todo se me vino encima, todo lo que había hecho, lo que no había hecho, lo que hacía, lo que podría hacer... sentí que me ahogaba, Leo, yo....
Traga saliva.
- ... no sé cómo explicarlo sin parecer idiota, joder, estas cosas se me dan de culo.
- Corso, tú no tienes que darme explicaciones. No te las he pedido nunca y no voy a empezar ahora.
- No, tú nunca me las has pedido, por eso quiero dártelas. Después de la mierda que te dije de que no me gustaba quedarme en los sitios y de llamarte compañera. Tú no eres mi compañera... bueno sí... claro que lo eres... pero no de esa clase que yo te... te di a entender, yo...- se está liando. Cierra los ojos un segundo y toma aire- Yo... mira, lo mínimo que puedo hacer después de todas mis meteduras de pata, es echarle huevos y reconocer delante de ti que soy un cobarde de mierda que se cagó en los pantalones porque estaba asustado.
Leo asiente con la cabeza, en su cara no hay ninguna expresión que pueda reconocer. No tiene claro si está arreglando algo o simplemente cagándola de mala manera. El corazón va como una moto. Nota las manos heladas.
- No estoy orgulloso de esto que te digo, pero yo me sentía... muy tocado, muy expuesto, la mierda me salía por las orejas y no vi otra solución que salir por patas. Me las doy de valiente pero a la hora de la verdad me faltan huevos... Yo no pensaba volver nunca, Leo, pensaba largarme y dejar todo atrás. Dejarte a ti atrás. Pensé que si me iba, te salvaría de algo, de mí, de todo lo malo que siempre ha estado conmigo. Cuando me abrazaste en la Unidad, pensé que no te iba a volver a ver nunca más.
Ella no dice nada, solo frunce los labios.
- En ese momento el cerebro no me rulaba bien, ¿sabes? Hace unos días, una persona me dijo que a veces el bosque no te deja ver los árboles. Tenía razón, tenía tanta mierda en la cabeza que no podía ver lo que tenía delante de mis narices. Solo necesitaba tiempo para pensar y para que todo cayese en su sitio...
Toma aliento.
- ... y no hay nada como una investigación de Asuntos Internos para acelerar el proceso. Te lo digo yo- una media sonrisa aparece en su carita- Fue que esos cabrones asomasen el hocico, que tú te portases conmigo como lo hiciste... y, voila, pude ver los árboles, las ramas y hasta los pajaritos... las neuronas que se me habían frito resucitaron como Lázaro. Neurona, levántate y anda.
Leo sonríe un poquito.
- Mira, si esto no hubiese pasado así, si Vázquez no... yo me habría largado, eso tenlo por seguro. No te voy a engañar, me hubiese destrozado el hígado en México, o en Argentina, o en Ámsterdam o en Teruel mismo...y hubiese vuelto con el rabo entre las piernas sabiendo lo mismo que sé ahora...
Resopla. Lo que va a hacer es poco menos que ofrecerle sus pelotas en una bandejita para que ella haga lo que quiera con ellas.
- ... que ni puedo, ni quiero estar sin ti.
Hala, ya esta dicho, si se quiere reír de él que lo haga. Pero ella no se ríe, le coge la mano y mete sus dedos entre los de él.
- Leo, yo no me voy a ir a ninguna parte, ni hoy, ni mañana, ni dentro de un mes, ni de un año, ni de dos, ni de tres. Yo no me voy a ir.
Le está diciendo que no se va a mover de su lado en la puta vida, no usa estas palabras, pero sabe que ella lo entiende perfectamente. Leo no tiene un pelo de tonta, al contrario, ella es muy lista. Bastante más que él.
- Yo... hay una cosa que quiero que entiendas, lo que te ha pasado no tiene nada que ver con que yo me quede, tenlo muy claro. La decisión ya estaba tomada. No tiene nada que ver con los disparos, antes de que ese hijo de puta te hiciese esto, yo ya sabía que me iba a quedar.
- Ya, ya lo sé.
- No quiero que pienses que me quedo porque esté asustado o porque esto me haya hecho replantarme las cosas o... no sé, algo así.
- Corso, yo no te dejaría quedarte si pensase que te quedas por miedo, o porque te sientas responsable, o por pena o... qué se yo- sacude la cabeza- Te conozco, Corso, te conozco muy bien, puede que hasta demasiado. Todo esto que me has dicho, ya lo sabía yo. Has gastado saliva por gastarla- sonríe y los ojos se le iluminan como dos faros- Cuando te metiste en el ascensor, yo tenía muy claro que eso no era un adiós. Lo tenía clarísimo, por eso no me despedí de ti, porque yo sabía que ibas a volver. Todo eso que me has dicho tú de que solo necesitabas tiempo, ya lo sabía yo antes que tú. Tenía claro que ibas a hacer lo correcto porque te conozco, podrás ir de lo que a ti te de la gana, pero tú a mí no me engañas.
Las tripas le hacen una cosa extraña al oír eso. No sabe qué ve el resto del mundo cuando le mira, pero está seguro esos enormes ojos color miel que tiene enfrente, ven algo que nadie más ve, un algo que le encanta. Qué cojonudo es verse a través de sus ojos
¿Cómo no va a sentir por ella lo que siente? Es que la cabrona no le deja otra opción que enamorarse de ella hasta las mismísimas trancas. Siente tantas cosas dentro que le da miedo montar un numerito poniéndose a lloriquear como un mongolito, opta por aligerar el ambiente.
- Ah, ¿qué me lees la mente?
Se le ilumina la carita con una sonrisa.
- Cuando hace bueno, sí.
- ¿Sí? Pues hoy está nublado, así que puedo pensar todas las guarrerías que me de la gana sin que te enteres.
Ella entrecierra los ojos y sonríe. Encierra la mano de ella entre las suyas, baja la mirada un momento para ver cómo encajan sus dedos en los de ella. Arranca los ojos de los dedos y los lleva a su mirada de miel con diminutas gotitas de menta. Sacude la cabeza. Rompe el envoltorio a la mano de Leo y la toma con suavidad por la barbilla.
- Mira, Leo, hay mil cosas en mi vida que no tengo claras, no sé que voy a hacer con mi vida, no sé si quiero seguir siendo policía o si voy a acabar de charcutero, pero hay una cosa que tengo clara, clarísima, y es que, haga lo que haga, yo quiero estar contigo.
Recorre su labio inferior con el pulgar, lo siente curvarse en una sonrisa que sus propios labios copian sin reparos. Se acerca despacito hacia ella, puede sentir el calor de su boca antes de llegar a ella. Primero usa los labios para acariciar, después para besar. Parece mentira todo lo que un beso tan chiquitito puede esconder. Se separan despacito y se quedan mirándose.
- Bueno, ¿y ahora qué?
Se invierten los papeles, esta vez es él quien lo pregunta.
- ¿Ahora?... pues ahora, de momento, dame un poco de agua.
- ¿Agua? Poco pides tú.
- Bueno, esto es así, Corso, se empieza por poco.... y.... mira como se acaba
- Pues también es verdad.
12 De mí para ti (Sábado 5 Enero, 20:33)
Si hay algo que quieras
Si hay algo que yo pueda hacer
Sólo tienes que pedírmelo y te lo enviaré
Con amor, de mí para ti
Tengo todo lo que quieras
Sólo tienes que pedírmelo y te lo enviaré
Con amor, de mí para ti
Tengo unos brazos que anhelan abrazarte
Y tenerte a mi lado
Tengo unos labios que anhelan besarte
Y tenerte contenta
Si hay algo que quieras
Si hay algo que yo pueda hacer
Sólo tienes que pedírmelo y te lo enviaré
Con amor, de mí para ti
(From me to you)
En cuanto le ve entrar, sabe que tiene todas las papeletas para que le caiga encima una buena bronca. Tiene cara de no estar demasiado contento, en realidad la tiene de estar bien cabreado.
Corso avanza en silencio hasta plantarse delante de ella con los brazos cruzados y el ceño fruncido. No se sienta en la cama como siempre hace. Tampoco hay beso. Genial. Todo el día esperando que llegase la hora de verle, y cuando por fin pasa, zasca, chapa al canto. Se hunde un poco en la cama y se prepara para recibir el chaparrón.
- ¿Te importaría decirme qué coño pretendías?
- Tenía sed. Quería agua.
Él responde con un gruñido ahogado, no parece muy contento con la explicación.
- Es que...joder, que siempre me ponéis el puto vaso, en la puta esquina de la mesita! Coño, ¡que parece que lo hagáis a posta para que no pueda llegar!
Corso frunce más el ceño y resopla.
- Sí, Leo, es que hay un complot contra ti... ¿y las enfermeras? Dime, ¿para qué coño están las enfermeras?
- No me jodas, Corso, coño, que las enfermeras tiene cosas más importantes que hacer que venir a darme agüita a mí.
- También están para eso, joder. Están para ayudarte, hostias.
- Pues no, tío, no las voy a llamar para que me acerquen el vasito de los cojones. Ni de coña, vamos.
- No, claro, ¿para qué? Si está claro que tú solita puedes hacerlo....
Ese ha sido un golpe bajo. Se está empezando a cabrear y mucho. Sí, ha metido la gamba, pero tampoco tiene porqué ponerse a recordarla que no puede hacer absolutamente nada sin tener que movilizar a medio mundo.
- .... ¿y tus padres, eh? Que parece que estás esperando a quedarte sola para hacer alguna de las tuyas! Joder, que están toda la puta tarde, y en cuanto se van, hala, ¡a los diez minutos te da por coger el puto vasito!
- Pues mira es que en toda la puta tarde no he tenido sed.
Echa una mirada a Corso con la que le fulmina, después la clava en las sábanas.
- Leo... - su tono suena mucho más suave.
Le nota sentarse en la cama. No levanta la vista. Siente que los dedos de él la tocan la cara. ¿Ahora ya está de buenas? Pues ella no, gira la cabeza a un lado. Se siente enfadada, frustrada y harta. Odia que le traten como una cría. Odia ser incapaz de coger un puto vaso sin liarla. En este momento odia al mundo en general.
- ¿Tú sabes la que te has liado?
Sus dedos la cogen suavemente por la mandíbula. Se deja hacer, no tiene ganas de enfadarse más con él. Corso la gira suavemente la cabeza hasta que no tiene más remedio que mirarle. Los ojos ya no son de enfado, más bien de preocupación. Debe ser rara como un perro verde, pero se enfada con él por estar preocupado. Está hasta las narices de tener a todo el mundo preocupado.
- Joder, Leo, que te has arrancao cinco grapas de cuajo.
Frunce las cejas y los labios. El cabreo no se le va a pasar porque le hable en ese tono dulzón. Ni de coña.
- Me tocan los cojones las grapas. Las que me he arrancao y las que no.
Corso la mira completamente serio y de golpe se pone a reírse con todas las ganas. Pero, ¿de qué coño va este tío? Siente que le hierve la sangre.
- ¿Ah, que esto te hace gracia? ¿Es divertido, no?
- No, Leo, ni me hace gracia, ni es divertido.
- Entonces... ¿qué coño haces riéndote?
Le responde dándola en la sien izquierda un beso tan sonoro como los que le da su abuela. No sabe si cabrearse más o si, directamente, tirarle por la ventana.
- Joder, Leo, no tienes ni puta idea de las ganas que tenía de verte así de cabreada y de lo que echaba de menos ver esto de aquí.
El índice derecho de Corso toca suavemente su entrecejo. Corsito debe saber algo de magia porque ese toque hace que el cabreo desaparezca instantáneamente. No puede evitar sonreír, y Corso le da un beso en mitad de la sonrisa.
- Joder, Leo, tú no sabes dónde tenía yo los cojones viéndote tan quietecita, tan dócil y sin protestar por nada... cómo he echao de menos tu mala leche, joder.
Remata la frase con un montón de besos esparcidos por toda la cara que la hacen reírse sin remedio.
- Pffff, si es que estoy hasta los cojones de tener que depender de todo el mundo hasta para beber agua, tío... tú no sabes lo que es no poder ni lavarte el culo tú solo... es....
Resopla y sacude la cabeza. Las enfermeras son todas un encanto, la tratan de maravilla e intentan dejarla hacer cosas sencillas ella sola, por ejemplo lavarse los dientes, pero la cruda realidad es que depende completamente de los demás. No sabe qué será eso para el resto del mundo, pero para ella es una sensación de horrible impotencia.
- Ya lo sé, Leo, ya sé que esto es muy jodido para ti.
- Pues entonces no te enfades conmigo.
- Joder, Leo, ¿Cómo no me voy a enfadar? No puedes ser tan tremendamente bruta, esto que te ha pasado ha sido algo muy gordo, tienes que darle tiempo al tiempo, no puedes pretender estar bien en dos semanas porque no..
- Joder, Corso, eres un cínico de cojones... ¿te recuerdo quien se arrancó él solito la vía y se quiso largar del hospital sin consultar a nadie?
- Si, vamos, Leo, igualito es. Igualito estaba yo que tú.
- No te digo que sea lo mismo, lo que te digo es que si a ti se te inflaron los cojones de hospital en un día, pues calcula a mi que llevo aquí la tira... joder, Corso, es que.... - resopla- ...esto es una mierda- se ríe y lloriquea a la vez
Hoy se le ha ocurrido preguntarle a su médico si le iban a dar el alta pronto. El buen hombre no se ha reído en su puñetera cara porque es muy educado. El médico, el doctor Álvarez, ha resoplado, se ha sentado justo donde Corso está ahora y le ha desgranado como va a ser su futuro. Ha hablado un buen rato con esa voz educada suya, y ahí ha sido cuando el cabreo, la frustración y la total impotencia han venido.
Puede olvidarse de llevar una vida medio normal, es decir, medio valerse por sí misma, hasta dentro de muchos, muchos, mucho meses. ¿Volver a trabajar? Bueno, de eso mejor ni hablar. No ha dado plazos, pero ha dejado caer muy sutilmente que va a tener tiempo de sobra para poder sentarse en el sofá y ver en la tele todas las procesiones de Semana Santa, los Sanfermines, y se si pone tonta, hasta el desfile del día de las Fuerzas Armadas del día del Pilar. Tócate los cojones.
Eso ha sido tremendo, pero peor aún ha sido cuando ha insinuado que cuando vuelva a trabajar, posiblemente no va a poder volver a su antiguo puesto sin más. Tiene bastantes papeletas para estar encerrada en un despacho una temporada muy larga, si no es de por vida. Que no la jodan, eso no puede ser, ella no vale para quedarse en casa viéndolas venir y mucho menos aún para papeleos de mierda.
El médico dirá misa, pero eso no va a pasar, aunque se deje los cuernos en el intento, ella no se va a convertir en una chupatintas con placa. Por sus santos cojones que no va a ser una inútil toda su vida.
Por eso ha intentado coger el vaso, porque necesitaba demostrar y demostrarse que lo que ha dicho el médico no era verdad, que ella va estar completamente recuperada en un par de semanas. Bonita forma de demostrarse justo lo contrario.
Este intento frustrado de dejar mal al médico no cambia nada. Se enfade quien se enfade, se descosa cuánto se descosa, no va a dejar de intentar coger el vaso ella sola. Tal vez sea una estupidez, tal vez sea darse hostias contra la misma pared una y otra vez, pero, afortunada o desgraciadamente, ella no sabe ser de otra manera.
- Claro que es una mierda. Claro que lo es, pero esto no va a durar siempre, que no se te olvide. Es solo una etapa.
Le mira de reojo con los brazos cruzados sobre el pecho.
- Mira, Leo, esto que viene ahora va a ser muy jodido. Yo no te voy a engañar, lo vas a pasar muy mal, vas a tener que currar muchísimo para volver a cómo estabas, y lo mismo nunca vuelves a estar así... lo mismo en vez de hacerte un kilómetro corriendo en tres minutos, pues te lo haces en tres minutos dos degundos, o lo mismo hasta en tres con tres...
Eso la hace sonreír.
- En serio, te vas a recuperar, tú vas a volver a hacer todas las cosas que hacías antes, esto... ya te digo, es una etapa muy hija de puta que no va a ser corta, pero no es más que eso. Vas a superarla y, te aviso desde ya que me vas a tener cual mosca cojonera para echarte una mano cuando lo necesites, me da igual que me mandes a la mierda, pero también voy a estar para darte caña cuando te pongas tontorrona, o te dé por hacer o pensar cosas raras. ¿Estamos, jovencita?
Asiente con convicción.
- Estamos.
Le gusta como suena eso, no suena a mentira dulce, suena a realidad.
- Así que, pórtate bien, ten paciencia y no gruñas más.
- No es gruñir, joder, no es gruñir... es...
Corso le mira conteniendo una sonrisita socarrona.
- ... es que encima las enfermeras son unas bocazas, coño, que todo lo largan. Te ven y te lo cascan, seguro que mañana se lo cascan a mis padres y me caerá otra peta.
Por muy merecidas que le estén, ya esta aburrida de broncas. La que le ha echado el médico, ha sido de antología, peor aún que la que se llevó por la bajada de la morfina.
- Las pobres enfermeras no me han dicho nada, tú ya eres mayorcita pasa saber lo que haces, las he cazado saliendo de tu habitación con el set de punto de cruz y no les ha quedado más remedio que decírmelo...
Le hace gracia lo del punto de cruz.
- ...pero, a tus padres hay que decírselo. Lo siento, Leo, pero yo se lo voy a contar.
- Joder, tío, no. No me seas así de capullo.
- Dame una buena razón para no hacerlo.
- Pues que no ha pasado nada, y que si se enteran, se van a llevar un soponcio y se van a quedar aquí haciendo guardia todo el santo día. Joder, Pablo, y que no soy una niña pequeña de la que haya que estar pendiente las veinticuatro horas del día.
- ¿No? Pues, chica, visto lo visto... nadie lo diría... te dejan un minuto sola... y te me descoses como un calcetín...
Se le queda mirando con la nariz arrugada y las cejas fruncidas.
- Oye, ¿tú no te aburres de darme cera?
- ¿Aburrirme? Ni de coña.
Corso pone punto y final a su tajante afirmación con un sonoro beso en los labios. Le flipa la facilidad con la que le salen los besos, es como si llevasen siglos haciéndolo. Se siente bien, el enfado y la frustración han emigrado, al menos por un rato.
- No se lo digas, anda....por favor.
Pone un tono que le ha librado de más de un marrón y de dos a lo largo de su vida. Corso la mira con las cejas fruncidas, después suspira.
- Vale, venga, no les digo nada, pero tú tienes que prometerme que te vas a portar bien y te vas a estar quietecita.
- Te lo prometo.
- No, Leo, en serio.
- En serio, joder, ¿no te fías de mí o qué?
- ¿En esto?- sacude la cabeza- No. Ni un pelo, a las pruebas me remito.
Hombre, razones para no fiarse no le faltan.
- De verdad, Corso, de verdad. No voy a volver a hacer cosas raras.
- Más te vale, ¿eh?
Asiente y hace un puchero con los labios. Corso se afloja del todo, suspira y le planta un beso en la frente.
- Anda que también tú... la primera noche que me voy a quedar contigo y ya me metes en líos....
Ha tratado de imaginarse el momento en el que Corso hablaba con sus padres sobre quedarse con ella por las noches, pero su cerebro es absolutamente incapaz. Tiene imaginación pero no tanta.
En realidad, hacerse a la idea de que dos partes de su vida que hasta ahora habían estado completamente separadas, Corso y sus padres, se conocen y tienen algún tipo de relación, se le hace un poco alienígena.
Sonríe mentalmente. Él, que solo quería echar un polvo con esa compañera nueva del curro, y acaba metido hasta la barbilla y conociendo a sus padres... lo que es la vida. No sabe qué piensan o qué no piensan sus padres sobre ellos dos, supone que habrán sacado sus propias conclusiones, no son tontos, lo que es seguro es que ellos la conocen demasiado bien como para preguntárselo directamente.
- Ay, madre... menuda fierecilla sin domar que estás tú hecha, y anda que no me gusta a mí que lo seas...
Una sonrisa y un montón de besitos suaves con sabor a caramelo de limón zanjan la conversación. Se separan y ve una enorme sonrisa iluminando su cara, intuye una igualita en la suya.
- Confiesa, ¿a que lo de decírselo a mis padres era un farol?
- Hombre, Leo, que uno es legal pero no gilipollas, ¿Primera noche primera pifia? Vamos, tu padre me corta las pelotas y se las echa para comer a una panda de gatos callejeros.
- Sí, creo por ahí iría el tema...
Se miran muy cerca el uno del otro, sin dejar de sonreír. Corso rompe la distancia entre ellos, acaricia sus labios con los suyos, en vez de separarse del todo, se queda un ratito frotando suavemente la nariz contra la suya. Un suspiro y se echa hacia atrás.
- ¿Tú sabes dónde se me han puesto los huevos cuando me lo han contado?
Hincha los mofletes y se le queda mirando sin decir nada. Se siente mal por haberle asustado. El pobre no gana para sustos.
- No, Leo, no me mires con esa carita, ¿eh? Joder... que tienes puesto un catéter, eso va en una vena, ¿y si te lo hubieses arrancao? ¿tú sabes la que te podías haber liao?
No se le ha ocurrido pensar en eso y prefiere seguir así.
- Solo han sido unas grapas saltadas... total, si me las quitan pasado mañana... No ha pasado nada.
No lo va a reconocer delante de nadie, pero al sentir los punto saltándose y ver el manchurrón de sangre en el camisón, se ha llevado un susto de tres pares de cojones.
- No, pero....
Ataja una posible bronca poniendo carita de niña buena.
- .... joder, Leo... ¿qué voy a hacer yo contigo?
Le responde con una sonrisa y un suave encogimiento de hombro derecho, el izquierdo mejor dejarle quietecito por el momento. Se quedan callados un buen rato, es un silencio cómodo, de esos que no necesitas llenar con palabras. Le encanta poder estar así con él.
Los ojos de Corso bajan desde su cara hasta su cuerpo. Su dedo índice recorre, sin llegar a tocarlas, las rayitas azul marino del camisón que le ha regalado Mamá. Ayer se presentó con tres de estas, cada cual en un color. Azul, granate y verde.
No es muy amiga de camisones, siempre ha usado pijamas, pero aún no puede usar de esos por el cateter para mear que todavía tiene puesto. Seguramente por su tirria a los camisones, Mamá repitió cincuenta veces que la chica del Woman Secret se los había vendido como camisas de dormir, para que no protestara. Hombre, aunque se parezcan sospechosamente a camisones, bien podrían ser camisas de dormir, desde luego se abrochan como camisas de toda la vida.
Sean camisones de toda la vida, o camisas de dormir raras, los agradece infinitamente. El camisón que la habían dado las enfermeras era inhumano. En el reglamento del hospital no dice que una no pueda llevar puesto algo bonito siempre que sea de fácil despelote.
Seguramente nadie se va fijar en su modelito, pero ella se siente mejor llevando esto y no la cosa fachosa que le dio el hospital. Vestirse de persona normal le hace sentirse mejor.
No sabe si Corso nota la diferencia entre el camisón de días atrás y este, con los hombres nunca se sabe, pero mirarlo, lo mira como si quisiera decodificar las rayas.
Durante un buen rato se dedica a dibujar rayitas imaginarias con los dedos, después se detiene en el primer botón de la camisa. Lo roza primero, deja el dedo índice sobre él después. No tarda mucho en ponerse a toquetearlo. Puede oír lo que está pensando.
Sabe lo que los dedos de Corso le hacen a los botones de su ropa, así que se hace una idea de lo que va a venir ahora.
Él levanta la mirada hacia sus ojos. No dice absolutamente nada pero no es necesario, la pregunta baila en sus ojos y la escucha claramente en su silencio. ¿Puedo? .
Agradece que la hayan quitado ya la monitorización, porque si estuviese conectada a esa cosa chivata, el puñetero cacharro estaría pitando a mil revoluciones por segundo. Se acaba de poner nerviosa de golpe. Puede sentir en los oídos el eco del corazón bombeando sangre a toda prisa. El momento en que los dos tuviesen que enfrentarse a las consecuencias de las balas sobre su cuerpo era inevitable. Antes o después iba a llegar, pero no se le esperaba ahora.
Repentinamente se siente rara. Insegura. Muy insegura. De golpe y porrazo todos los miedos irracionales y absurdos que flotaban a su alrededor, la han mordido el culo a la vez. Abrir esa camisa supone mostrarse todo lo frágil y vulnerable que es, así que, ¿Puede?
Sí, claro que puede. Es Corso. Asiente un poquitín sin arrancar los ojos de los de él.
Durante unos segundos, Corso no se mueve. Continúa jugueteando con el botón de la camisa. Los ojos fijos en los suyos. Sabe que está dándola tiempo por si cambia de opinión. Se lo agradece muchísimo, pero eso no va a pasar. Quiere hacer esto. Vuelve a asentir, esta vez con más firmeza. Corso imita el gesto, después sus dedos cobran vida.
Primero la baja la sábana hasta la parte de arriba de los muslos, después, con un movimiento lento y delicado desabrocha el primer botón. Este primer avance no revela gran cosa, al menos nada nuevo para él. Solo el trocito de piel entre sus tetas, tetillas mejor dicho. Esto no es nada nuevo para él, lo ha visto decenas de veces.
El segundo botón se abre y ella traga saliva. El espectáculo comienza aquí. Justo debajo del esternón comienza su andadura la delgada línea de piel enrojecida e inflamada que de cintura para arriba divide su cuerpo en dos mitades. Grapas finas como patitas de araña la cruzan de un lado a otro y la hacen parecer un intento bastante torpe e infantil de dibujar una vía de tren.
La línea primero es un tramo de algo menos de veinte centímetros en vertical, después se desvía a la izquierda y se enrosca por el exterior del pecho izquierdo hasta llegar casi a la axila.
Es un detalle que quien la haya hecho esto se haya preocupado por mantener el escote intacto. Sí, todo un detalle, pero teniendo en cuenta que se está quedando sin tetas, tampoco tenía porqué haberse molestado. Cuando salga de aquí va a tener que ponerse tibia a almendras para recuperarlas. Pensar cosas como esta, cosas superficiales y estúpidas, le ayudan a no tomarse a sí misma demasiado en serio. Cree que es lo mejor que puede hacer.
Es duro mirarte y ver esa cosa extraña partiéndote por la mitad. Es muy duro. Más de lo que le gustaría admitir. No se acostumbra a verse así, le cuesta reconocer ese cuerpo como el suyo. Durante veinticinco años esa cosa no ha estado ahí, le va a llevar tiempo acostumbrarse. Siente el impulso de apartar la mirada hacia un lado pero no lo hace. No quiere ser una cobarde.
Sigue con los ojos el movimiento de los dedos de Corso que, uno a uno, van liberando botones. El único sonido en la habitación es el de sus respiraciones y los suaves crujidos de la tela.
El silencioso ritual acaba cuando ya no hay más botones que desabrochar. Jamás se ha sentido tan vulnerable. Nunca.
El corazón late tan rápido que no sería demasiado extraño que la diese un infarto en este preciso instante.
Corso mira su cuerpo en silencio y ella le mira a él. Nada en él da pistas de qué pasa por su cabeza. Por primera vez, esta ausencia de palabras le resulta incómoda. Tiene la necesidad de decir algo, cualquier cosa.
- Menudo cuadro, ¿eh?- le sale una risa nerviosa que no parece ni suya.
Él levanta la vista hasta sus ojos. Sus labios son una línea perfectamente recta, no hay asomo de sonrisa en ellos. Los ojos son una historia distinta, en ellos hay una sonrisa dulce y cálida.
El silencio deja de ser una barrera, la incomodidad y la opresión que sentía desaparecen de un plumazo. Corso mantiene los ojos clavados en los suyos durante unos segundos. Parece querer asegurarse de que está bien. Ella vuelve a asentir con seguridad, eso hace que los ojos de él bajen de nuevo a su cuerpo.
Muy despacio, él coge los bordes de la camisa y en un movimiento lento y suave, los separa, abriendo completamente la camisa. Ahora sí que está completamente expuesta. La ha dejado completamente en pelotas. Su cuerpo está desnudo para que él lo lea, claro que no sabe si él entenderá el idioma de las vías de tren.
Eso es lo que hay encima de ella. Esbozos de vía de tren. Muchos. Las hay grandes, las hay medianas, las hay pequeñas y las hay casi diminutas.
Las grandes, las medianas y las pequeñas, se las han dibujado los médicos. Esas rayitas son por donde manos, tubos y aparatos han entrado al rescate. Corso no mira esas, Corso mira la otras, las diminutas. Esas en las que en vez de grapa hay hilo azul, las que parecen lo de menos pero son lo de más.
Ve como sus ojos recorren la diagonal imaginaria que las une. Por esos agujeritos de poco más de un centímetro, ahora cerrados y aparentemente inofensivos, fue por dónde todo lo demás vino. Parece mentira que esas cositas casi ridículas hayan podido hacer tanto daño. En esas cosas engañosas son en las que Corso concentra toda su atención.
Siente que la piel se le eriza cuando el índice de él toma contacto con su piel. Le oye coger aire, después dibuja con la yema un círculo alrededor de la piel nueva que se ha formado sobre la quemadura que rodea el primer ex-agujero de bala.
Él levanta los ojos hacia ella. Están calmados y tranquilos. Tienen un color gris azulado que nunca antes le había visto.
- ¿Te duele si te toco así?
- No.
Corso asiente y continúa trazando círculos alrededor de esos agujeritos cabrones que casi lo mandan todo a la mierda. Salta de uno a otro por orden de aparición, con un ritmo lento y pausado. Le mira con fascinación. No puede apartar los ojos de él.
Cuando recorre la cuarta herida, la que está casi debajo del pecho, suspira y levanta los ojos hacia ella. La sonrisa de sus ojos se ha contagiado a sus labios.
- Yo sabía que ese hijo de puta no iba a poder contigo. Lo sabía- asiente muy despacito- Sabía que ibas a luchar y sabía que ibas a ganarle. Nunca te he visto rendirte, sabía que no lo ibas a hacer ahora.
Abre la boca pero la vuelve a cerrar, ahora no se siente con fuerzas para decir absolutamente nada coherente. Se limita a tragar saliva. Él vuelve a mirarla de arriba a abajo, es como si sus ojos la tocasen con deditos invisibles. Es extraño, muy intenso.
Corso coloca las manos en el inicio de sus caderas. Se agarra a ellas con suavidad mientras la mira fijamente a los ojos. Una sonrisa de medio lado, y se inclina despacio sobre su cuerpo.
Siente sus labios rozando la piel de la zona baja la tripa. Justo entre dos pequeñas marquitas gemelas, que podrían pasar por marcas de apendicitis de ser el caso que uno tuviese dos apéndices.
Caricias con los labios y después un beso suave que trae un escalofrío. Cierra los ojos y se deja llevar por la sensación. Después de ese primer beso vienen más. Los siente subir poquito a poco hacia arriba.
Pierde el contacto cálido de sus labios durante un segundo, pero enseguida vuelve a reaparecer. Primero sobre el ombligo, después un centímetro por encima. Justo en el principio, o en el final, de la herida larga que la parte en dos. En ese punto recibe una caricia primero, y un beso después.
Ahí la piel es nueva, no conoce nada más que los contactos profesionales de médicos y enfermeras. No entiende de besos o de caricias, posiblemente por eso tener ahí sus labios sea como sentir por primera vez. Nota que los pelillos de la nuca y de los brazos se le han puesto de punta. Esto es muy agradable. Mucho.
Besos que se suceden en línea recta sobre su tripa. Cada uno hace que la piel recién nacida mande cientos de señales al cerebro. Por un momento cree que se va desmayar por sobredosis de sensaciones y sentimientos. Poco falta.
Los labios de Corso se toman su tiempo repartiendo besos en la zona media de la herida, justo ahí dónde la piel está más inflamada y enrojecida por las grapas que se ha arrancado de cuajo, y donde han puesto nuevas. No sabe porqué las habrán puesto para tener que quitárselas en dos días, no es precisamente agradable esto de que le grapen a una. Corso sigue con su besos y sus caricias, piensa en eso de sana, sana, culito de rana... y sonríe. Él también sonríe, lo siente sobre la piel.
No tiene claro si Corso intenta curarle las heridas con sus besos, o si solo quiere asegurarla que todo está bien, o si solo está reencontrándose con un viejo amigo. Tal vez todo a la vez.
No lo sabe y el caso es que tampoco le importa demasiado, solo le importa que hacía tiempo que no se sentía tan increíblemente bien. Tan segura de sí misma, tan contenta de estar en su piel. Qué fácil resulta hacer con él las cosas más difíciles.
Suspira mientras siente y oye como sus besos toman el desvío que la herida toma hacia la izquierda. El pelo y la frente de él la rozan el pecho. Siente que el pezón se le pone duro con ese contacto. Joder, su cuerpo ya le echaba de menos. Él se da cuenta porque se ríe muy bajito y la mira a los ojos con una sonrisa.
Los besos siguen y siguen, pero lo herida no da más de sí, y están a punto de acabar. Los labios de Corso están llegando a su costado. Final de línea. Acaricia ese punto con los labios antes de levantar la cabeza, sonreírla y empezar a abrochar botones muy despacito.
Las heridas se han acabado pero los besos no. Corso tenía un beso escondido para cada botón que mete en su correspondiente ojal. Lástima que sean poco más de una docena, su madre tenía que haber comprado un camisón con mil y un botón.
Cuando el último botón se cierra, oye un suspiro que viene de él y un dedo acaricia su barbilla. Corso se inclina despacito sobre ella. Aún tenía un último beso reservado para sus labios. Aparta despacito su boca de la de ella y la lleva hasta su oreja.
- Joder, Leo... ¿Cómo puedes estar tan jodidamente buenísima, eh?
No puede contener una carcajada. No tiene la precaución de sujetarse las costillas rotas y al soltarla le duele hasta el alma pero no se arrepiente de haberlo hecho. Le encanta cómo ha sonado eso. Corso desde luego que no es un poeta, pero eso no es un problema porque a ella no le interesa la poesía.
Podría haber dicho mil cosas, pero ha ido a decir justo la que ella necesitaba oír. Se estará quedando hecha un palillo, estará pálida como un muerto viviente y tendrá el cuerpo lleno de costurones, pero a él le parece que está buenísima, Corso no le ha mentido. Se lo ve en los ojos y se lo lee en la voz.
Sabía perfectamente que unas heridas o unas cicatrices no iban a cambiar nada entre ellos, que él no quiere estar con ella porque esté más o menos buena, que lo suyo está muy por encima de físicos. Sabía todo esto pero ¿a quién no le gusta que su pareja piense es un pibón con todas las de la ley? Pues eso.
Él la mira con una sonrisa bailándole en los labios. Estira la mano y le acaricia despacito el pelo. Le encanta como tiene el pelo ahora, con esas ondas asomándose por las puntas. Le flipa enredar los dedos en él. Tiene ganas de más. Esto no se ha acabado aquí.
Esto va a doler, así que aprieta los dientes. Empieza a moverse despacito hacia el lado izquierdo de la cama. Sí, definitivamente duele de cojones. Si se está quieta solo le molesta un poco, pero cualquier movimiento, por pequeño que sea, la hace ver las estrellas. Le da igual que la duela, el resultado va a merecer la pena.
- Leo, ¿qué haces? Por Dios, no te muevas.
Corso la mira con cara de espanto, pero ella le ignora sin molestarse en decir nada.
- Leo, joder, por favor...
- Chssst! A callar..
- Anda que te ha durao mucho a ti lo de portarte bien...
Necesita un segundito para coger aliento. Ha recorrido menos de veinte centímetros pero se siente como si hubiesen sido veinte quilómetros.
- Cállate de una vez y ven aquí- suavemente golpea la porción de colchón libre que ha quedado a su derecha
Después de los besos y las caricias se siente como si acabase de echar el polvo de su vida. Ahora necesita tenerle cerquita. Él mira con las cejas fruncidas y la duda asomada en sus ojos, primero a ella luego a la vía de su brazo y el tubito de su clavícula.
- Olvídate de eso, joder, ven conmigo.
Repite los golpecitos en el colchón con la visa fija en él. Corso tarda un par de segundos en relajar la expresión y acabar asintiendo. Se saca las zapatillas de deporte sin usar las manos, como siempre hace, y, con el mismo cuidado como si estuviese haciéndolo sobre una cama de clavos, se tumba a su lado.
Hay un par de segundos en los que él se queda inmóvil y rígido como si fuese una estatua. La inmovilidad ortopédica dura poco, lo que tarda ella en alargar la mano izquierda, agarrar la de él y colocarla despacito sobre su estómago.
- No soy de cristal, no me vas a romper.
Oye un suspiro y siente que el cuerpo junto al suyo se relaja. Una mano se enreda en su pelo y unos labios acarician su frente. Se está increíblemente bien. Qué jodidamente bueno es el contacto físico cuando no tiene nada que ver con curas o exámenes médicos.
- Oye... cómo mola este colchón, ¿no?
El comentario vale una risita, pero esta vez con mucho cuidado. Razón no le falta, es cómodo de narices, tanto que ha decidido que el próximo que se compre va a ser así.
- Ya ves, viscolátex, el dinero de tus impuestos en funcionamiento.
- ¿Sí? Pues benditos impuestos... ya no me quejaré cuando me metan el palo.
Risitas suaves, besos y caricias. Esto es un puto hospital, público para más inri, pero esto que tiene ahora se parece sospechosamente a lo que ella entiende por paraíso.
- ¿Sabes que hoy es noche de Reyes?
- Joder, Corso, que estoy en el hospital, no en la estación espacial. Claro que lo sé.
- Las enfermeras ahí fuera tenían un roscón como una rueda de tractor, me han dicho que me guardaban un trozo.
- Uy, qué tendrás tú con las enfermeras....
Corso levanta las cejas un par de veces y se ríe después. Sus dedos acarician despacito el trocito de piel que hay tras su oreja izquierda. Cómo sabe el cabrón dónde tiene que tocar para derretirla del todo.
- Te decía lo de la noche de Reyes porque no quiero que te lleves chascos.
Le mira sin entenderle.
- ¿Chascos?
- Chascos, sí, chascos. Lamento decirte, Leo, que con el historial de trastadas que has acumulado desde que has ingresado en el hospital, los Reyes este año te van a traer carbón, del más barato además.
Se le escapa otra risita.
- Sí, sí, tu ríete... que mañana llorarás.
- Bah, me da igual, a mí ya me han traído todo lo que quería.
- ¿Ah sí?
- Sí, una habitación con vistas y un camisón de persona normal... y te digo una cosa, tú dirás misa, pero debo haber sido muy, muy buena porque no ha sido uno sino tres , y además una chaqueta de lana y hasta unas zapatillas a juego...
- Uy.... eso de buena.... yo creo que los pobres se han confundido, esto ha sido un error informático, que los cursos del INEM de informática para jubiletas son una castaña... espérate que mañana no te despiertes y te encuentres con que se han llevao todo y encima te han tapiado la ventana...
- ¿Pero cómo se puede ser tan capullo?- se ríe suavemente sujetándose las costillas y le da un ligero toque en la cara- A ver si el que se queda sin reyes por listillo eres tú...
- Ni de coña, a mí también me han traído ya todo lo que había pedido- Corso pone cara de hacerse el interesante y tarda un poquitín en continuar- Un barbero nuevo. Y también, digas lo que digas tú, debo haber sido un niño muy, muy, muy bueno porque me han traído uno guapísimo. Inalámbrico, no pesa ná de ná, y además lleva mil historias, que si para las patillas, que si para el bigote, que si para la perilla... solo te digo que hasta me puedo recortar barbita de chapero.
- Anda! ¿De chapero...? pues qué bien, ¿no?
- Ya te digo.
Un par de risitas que se confunden en una sola, igual que esos cinco pares de dedos que se entrelazan un poco más abajo. Los Reyes este año se han portado, vaya que sí.
13 De mí para ti (Jueves 7 Febrero, 20:45)
Si hay algo que quieras
Si hay algo que yo pueda hacer
Sólo tienes que pedírmelo y te lo enviaré
Con amor, de mí para ti
Tengo todo lo que quieras
Sólo tienes que pedírmelo y te lo enviaré
Con amor, de mí para ti
Tengo unos brazos que anhelan abrazarte
Y tenerte a mi lado
Tengo unos labios que anhelan besarte
Y tenerte contenta
Si hay algo que quieras
Si hay algo que yo pueda hacer
Sólo tienes que pedírmelo y te lo enviaré
Con amor, de mí para ti
(From me to you)
Se está empezando a desesperar. Aparta la mirada de ella y la clava en el periódico. No le interesa una mierda lo que está pasando en el mundo, pero no soporta verla pasándolo tan mal sin poder hacer nada para ayudarla. Odia con todo su corazón ese caldito asqueroso que parece que a Leo no le pasa ni con recomendación papal. No sabe qué hacer, si coger puto tazón y tirarlo por el váter para librarla del suplicio, o si intentar dárselo a cucharadas.
Lo del váter no es una opción, por repugnante que sea lo que le den, Leo tiene que ir comiendo. La opción de darla de comer es perfecta si lo que quiere es acabar con el tazón por sombrero y la cuchara clavada en el ojo. No tiene más cojones que estarse quietecito, intentar no agobiarla y fingir que no la mira.
Se encoge en su asiento y se esconde detrás del periódico como si fuese un agente secreto de tebeo. Tiene que armarse de paciencia y recordar que lo único que importa es que Leo, aunque poco y mal, ha empezado a comer.
En teoría Leo comiendo era algo que no iba a pasar hasta un par de días después de que Requena entrase en una talla mediana. El sustituto en planta de Doc Rob, Doc Álvarez o Doc Al para abreviar, le decía a quien quisiera oírle que Leo se iba a comer las torrijas de Semana Santa por el catéter de la clavícula. Las razones que daba el buen hombre eran que ahora el intestino de Leo, con los trozos que faltan, es mucho más corto y que la infección había "atrofiado la mucosa intestinal", por lo que no podía "absorber nutrientes" como deberían.
No es que se le haya pegado la finura de Doc Rob a la hora de hablar, es que si a uno le repiten las cosas novecientas veces es capaz de aprender a decir de carrerilla y sin coger aire las palabrejas más raras, por ejemplo esternocleidomastoideo.
La dieta de Leo a medio plazo iba a consistir en agüita y manzanillitas. Todos estaban más o menos resignados a la idea de la dieta de la infusión, todos menos la interesada, claro. Pero como Leo no podía levantarse de la cama para hacer nada al respecto y todo el personal del hospital sabía perfectamente lo que había, no corrían el riesgo de que bajase a la cafetería y se pidiese unas patatas bravas para demostrar que su médico se equivocaba de medio a medio.
Un día de finales de enero, en vez de Doc Al, apareció una doctora que les dijo que el buen médico se había puesto malito y ella iba a hacerse cargo de Leo hasta que se reincorporase. Ya se sabe que no hay dos médicos que van las cosas iguales, igual que no hay dos abogados o dos policías. La nueva doctora, Doca Sanz, no tardó ni una mañana en dejarlo bien claro.
No habían pasado ni seis horas desde la presentación oficial cuando la mujer se presentó en la habitación de Leo con el anuncio de que, en vista que estaba evolucionando tan de putísima madre, el tratamiento de su colega le parecía excesivamente conservador.
Ahí fue cuando Leo empezó a contener el aliento. La mujer siguió diciendo que creía que lo mejor era empezar cuanto antes a meter alimentos por boca, esa misma tarde si a Leo la parecía bien. No hay ni que decir que a Leo en ese momento los ojos le hacía chiribitas y que casi se descoyunta las cervicales a base de asentir como una loca.
Un ratito después llegó un zumito de manzana rebajado con agua. El primer trago de ese psedudozumo no debió ni llegarle al esófago. Su cuerpo se cerró en banda y no quiso saber nada de brebajes raros. No culpa al organismo de Leo, si el zumo de manzana ya es bastante dudoso en sí, agüachinado...
La toma dos de Experimento Zumo llegó un par de días después. De este llegó a tomarse casi la mitad antes de vomitarlo. La toma tres se la bebió entera y la aguantó dentro casi durante diez minutos.
Doc Al volvió al frente el mismo día en el que se estaba rodando la toma cuatro. En cuanto se enteró tuvo un intercambio de opiniones bastante ruidoso con su colega. Vaya, que la puso a parir por pasarse sus órdenes por el forro y tomar decisiones que solo habían llevado a la paciente, Leo, a vomitar como una descosida. El choque dialéctico se acabó cuando una enfermera se acercó a ellos y les informó que el objeto de su discusión, Leo otra vez, se había tomado su vasito de zumo aguado hacía ya tres horas y que no daba señales de querer echarlo.
Hablamos de vasitos ridículos en los que no se ahogaría ni un mosquito de esos que vienen en las lechugas, pero se lo había tomado y había dejado como el culo a todos los médicos que no daban un duro por ella.
Estuvo con zumitos una semana larga. Un buen día, el reparto de bandejas de comida, aunque es un término muy generoso aquí, llegó a la habitación de Leo. Delante de ella dejaron una servilleta, una cuchara y un tazón de un humeante líquido de extraño color al que llamaron caldo.
Nadie tenía demasiada fe en este nuevo experimento, tampoco él, pero Leo, como una campeona, se comió casi la mitad, y no hizo ni ademán de echarlo.
Es incapaz de expresar en palabras la admiración que siente por ella ya no solo por haberse pasado por el arco del triunfo lo plazos fatalistas, si no porque él mismo se cree incapaz de tomar más de dos cucharadas de esa cosa sin echar la pota.
Oye el ruido que hace la cuchara al dejarla sobre la bandeja. Baja el periódico y se la encuentra mirando con cara de pena a su festín. Ella pondrá mucha voluntad y su organismo se estará portando muy bien, pero lo cierto es que después de tantísimo tiempo sin comer, debe tener el estómago del tamaño del de un hámster ruso. También está el hecho de que eso que le dan sabe a agua de fregar, da fe porque en una muestra de solidaridad lo probó.
- Venga, Leo, otro poquito más...
Odia ponerse en plan Papá Pitufo, pero es lo que hay. Tiene que comer.
- Necesitas reponer fuerzas.
Leo le mira primero a él, después al caldo. Sin necesidad de más acaba de trasmitirle sus dudas sobre las fuerzas que pueda sacar de esa cosa aguada sin grasa, sin sal y sin nada.
Se prepara para una discusión sobre el tema pero esa discusión no llega a existir. Ella resopla, asiente y dócilmente coge la cuchara, la mete en el tazón y se la lleva a la boca.
Él frunce las cejas, se cruza de brazos y desvía la mirada hacia su izquierda. Se encuentra con los ojos negros y la enorme nariz del husky de peluche de Leo. El perrito le mira con cara de que a él tampoco le gusta lo que acaba de pasar. ¿Leo haciendo caso sin más? Pensó que no viviría para ver esto. Leo no es así, ella protesta, protesta y vuelve a protestar. A Leo le pasa algo. Algo gordo.
Hará una hora que él ha llegado, y desde entonces está rarísima. Ni le habrá mirado más de dos veces, ni le ha devuelto el beso que le ha dado al llegar. Él está ahí, pero es como si no estuviese. Leo está muy lejos de la habitación. Emparrada. No sabe qué cojones pasa pero está empezando a acojonarse de verdad.
Hoy no ha pasado nada. Hoy todo iba de puta madre. Algo ha tenido que pasar entre las once de la mañana y las ocho de la tarde. Algo que lo ha torcido todo.
Esta mañana la ha dejado contenta y animadísima, y se la ha encontrado ausente y pensativa. Si al menos estuviese enfadada, podría ponerse a buscar pifias que él hubiese podido hacer sin darse cuenta, pero es que no lo está. No está enfadada, simplemente parece muy lejos de ahí.
No lo entiende, de verdad que no, porque todo va muy bien. Sí, las cosas se torcieron mucho a principos de enero, pero ya han vuelto a enderezarse y cada día van a mejor.
Un par de días después de Reyes, dos exactamente, Leo amaneció con cuarenta y uno de fiebre y escalofríos. A la hora o así, empezó a hacer pis con sangre. Él estaba ahí con ella cuando eso pasó, fue quien primero vio la bolsa con un color rojizo, y casi se le desenroscan los cojones del susto.
Resultó ser una infección de riñón de padre y muy señor mío. Leo llevaba un motón de tiempo con un catéter puesto para asegurarse de que los riñones no acumulaban porquerías y ese catéter puñetero fue el que se infectó.
Qué semana más mala fue. Se la pasó enterita con los huevos como si fuesen un par de paperas. Fue como volver a los tiempos de cuidados intensivos, Leo estaba echa un trapito que solo dormía y murmuraba frases que casi ni se entendían.
Los pronósticos agoreros del clan de los doctores cenizos empezaron a lloverles por todas partes. Las palabras insuficiencia renal crónica estaban a la orden del día. Doc Rob se pasaba todos los días por la habitación para ver como iba el tema, él está convencido de que Leo le interesa más allá de lo profesional, les soltaba sus discursitos tremebundos, les dejaba el corazón en un puño y luego se largaba a aterrorizar a más gente.
Él hacía tiempo ya que había decidido ignorar los augurios de ese tío, pero teniendo en cuenta que los riñones de Leo todavía no estaban muy católicos por toda la mierda de la peritonitis... daba mucho miedo esta puta infección.
La semana del terror acabó tan bruscamente como había empezado. Después de ocho días de acojone, una mañana, unos pocos días antes del primer experimento zumo, Leo se despertó con cero de fiebre y diez de ánimo. Los médicos se hacer cruces sobre cómo se pudo recuperar de esa manera tan brutal. Todavía le queda una semana con los antibióticos pero ya no tiene puesto ni el catéter del pis.
Ha llegado a la conclusión de que Leo debe estar hecha de titanio o algo así. Lo de esta chica no es normal. A principios de enero todo volvía a empezar a ponerse muy cuesta arriba y de golpe... todo se empezó a arreglar a la velocidad de la luz. Si Terminator hubiese estado la mitad de bien hecho que Leo, otro gallo le hubiese cantado. Eso está clarísimo.
Todas las posibles complicaciones y secuelas que recitaron sus médicos, que no son precisamente la alegría de la huerta, se quedaron en simples palabras.
A día de hoy Leo tiene un hígado completamente regenerado, pulmones al máximo de capacidad, dos riñones perfectamente operativos, intestinos y estómago en fase de adaptación, un páncreas que da gloria verle, una columna desfisurada y una médula más desinflamá que desinflamá. La mayoría de los órganos de Leo están mejor que los suyos, y los que aún están chungos, acabarán estándolo. Cada día está un poquito mejor que el anterior.
Todavía necesita mucha ayuda para casi todo porque los huesos y los músculos rotos van muy, muy despacito. Entre los unos y los otros, el que la quería muerta y los que la querían salvar, a la pobre la dejaron las costillas como si un trailer de doce ruedas la hubiese pasado por encima. Los músculos de la tripa no andan mucho mejor, esos están como si una cosechadora se hubiese dado una vueltecita sobre ellos. Va a necesitar mucho curro y rehabilitación para volver a ponerlos en forma, pero está convencido de que con el tiempo estarán de putísima madre.
Al principio el tema de recibir ayuda era una continua fuente de conflictos, pero hasta eso lo empieza a llevar mejor.
No sabe cómo habrá ido la cosa con sus padres, pero con él ha tenido tremendas peloteras por el tema ayuda. Aún se acuerda de una tremenda por la primera vez que necesitó usar la cuña del pis de los cojones estando los dos solos. Hubo un momento en el que se vio con la cuña de tricornio. No era cuestión de vergüenzas tontas, era cuestión de que para una persona tan independiente como ella, que se ha enfrentado sola a situaciones que él ni se imagina, necesitar un cable para poder hacer pis debe ser algo tremendo.
Al final no acabó con la cuña por montera, la discusión se zanjó felizmente con un argumento demoledor que la dejó sin contestación. Yo no voy a hacer nada por ti que tu no hicieses por mí.
Es un argumento cojonudo. Una verdad como un templo. No sabe demasiado de relaciones de pareja, pero cree que así es como funcionan. Una pareja es un equipo de dos, ¿no? Pues eso, tú me cuidas a mí, y yo te cuido a ti. Eso es lo que están haciendo. Esa es su filosofía.
Tú me dejas que te ayude en las cosas que no puedes hacer para no sentirme como un inútil, y yo te dejo hacer las cosas que sí puedes, aunque tardes tres horas y yo sufra viéndote, para que no te sientas tú como una inútil.
Es un buen trato. Les está funcionando muy bien. Mejor aún desde que le han metido humor al asunto y se han convertido en el esclavo y la meona. Ya no hay tensiones. Ella acepta su ayuda con la misma naturalidad con la que él se la da. Como debe ser.
Por eso no entiende qué puede pasarle, porque se está recuperando a la velocidad de la luz, ya no hay fricciones por no querer ayudas, y encima cada día Leo puede hacer más cosas que antes no podía. Hace tres días la dejaron levantarse para dar su primer mini paseo por el pasillo. No solo eso, joder, esta mañana, en vez de una palangana y una esponja para lavarla, han traído una enorme toalla y el anuncio de que la ducha estaba esperándola.
La ducha de esta mañana ha ido directa a su lista de momentos de oro. Todavía puede ver su carita de alucine cuando se lo han dicho. Una duchita siempre te hace sentirte bien, así que la primera ducha en más de dos meses debe ser algo brutal.
Brutal ha sido para ella y brutal ha sido para él. Por un rato se le ha olvidado dónde estaban y porqué. Está convencido de que no ha sido al único.
Desde el momento en que la ha desnudado y la ha cogido en brazos, porque si alguien pensaba que iba a dejar esto en manos de un auxiliar de clínica está mal de la cabeza, para sentarla en ese asiento de plástico que cruzaba la bañera de lado a lado, el resto del hospital y del mundo ha desaparecido. Solo existían ellos dos y ese baño.
Es que, joder, se han juntado muchas cosas. El sonido casi infantil de la risa de Leo, el olor del champú y el gel completamente no hospitalarios, las coñitas sobre lo mucho que mola que tu esclavo te frote la espalda y te lave el pelo, las salpicaduras de agua que ella le lanzaba con esa sonrisa traviesa suya.
Todo lo que ha pasado ahí dentro ha sido increíble, tan increíble que entre los besitos y las tonterías, un poquito más y acaba poniéndose en evidencia. Leo se habrá convertido en su flaquita, tendrá pupas y tendrá lo que quieras, pero sigue siendo la mujer más preciosa de este planeta y poniéndole como una moto con solo ponerle los ojos encima.
Después de la ducha, la ha ayudado a secarse y vestirse, luego han dado un paseito por el pasillo. Habrá recorrido poco más de diez metros en los que no había nada que ver, pero Leo estaba tan encantada como si estuviesen dando una vuelta por los jardines del Palacio Real.
La ha acompañado de vuelta a la cama, la ha llenado de besos y la ha dejado encantada de la vida. No entiende qué está pasando ahora.
La única explicación que se le ocurre es en la que no quiere pensar. Que algo va mal. Que sus médicos le han dado alguna mala noticia y que no se lo quiere decir.
A veces aún le parece oír en su cabeza una larga parrafada de Doc Al sobre todas las posibles secuelas que podrían quedarle. ¿Y si es eso? ¿Y si la han dicho que hay algo en ella que va estar mal siempre y Leo no se lo quiere decir? Quiere pensar que no, que se está rayando y el tema va por otro lado, pero se está acojonando por segundos.
Después de llevarse a la boca un par de cucharadas más de ese mejunje, Leo deja la cuchara sobre la bandeja y suspira. Se gira a mirarle.
- No puedo más. Lo siento.
- Ey, no pasa nada, no te preocupes, ya irás comiendo poco a poco
Ella asiente con aire distraído. Se levanta de su asiento y saca la bandeja al pasillo. Cuando vuelve se la encuentra en proceso de bajarse de la cama.
- Quiero andar un poco.
No sabe si la convendrá tanto trajín en un solo día, pero no protesta, no quiere disgustarla. La ayuda a acabar de bajarse, a ponerse las zapatillas y la chaqueta de lana, si a Leo le das una bata te a la tira a la cara, la acerca la muleta y salen despacito hacia el pasillo.
Leo se mueve muy despacito y con muy poca seguridad. Tiene que apoyarse en él y en la muleta. Nota que brazos y piernas la tiemblan del esfuerzo. No dice nada del tema. ¿Qué podría decirla? Ella debe saber mejor que nadie que la tiembla todo.
La lleva cogida por la cintura como si fuese un huevito que pudiese cascarse en cualquier momento. Le aterroriza la idea de hacerla daño. Caminan en silencio hasta el final del pasillo, y vuelven a la habitación de la misma manera.
Esa es otra, el silencio. En toda la tarde no habrán cruzado más de diez frases cortas, tampoco ha habido más besos que el del saludo, menos aún caricias. Esta tarde Leo no tiene ganas de hablar, ni de reírse ni de nada. Esta tarde Leo no parece Leo.
De vuelta a la habitación la ayuda a encaramarse a la cama todo lo que ella le permite, que no es mucho. La acomoda, la tapa y se la queda mirando mientras ella respira profundamente con los ojos entrecerrados. No está seguro de qué hacer o qué decir. Ella le ayuda dando un par de golpes en el colchón.
- Ven, túmbate conmigo.
Se acaba de cagar vivo, si había alguna posibilidad de que, simplemente, estuviese enfadada con él, se acaba de esfumar. Aquí hay tema. Mientras la mira, Leo reitera su invitación con más golpecitos en el colchón.
- Ven
No tarda ni diez segundos en descalzarse y reunirse con ella sobre el colchón mágico. Tumbase sobre él es como estar flotando en el vacío, mola un montón. Nada más tumbarse, ella busca su contacto, no duda un segundo en abrazarla, ya le ha cogido la maña y no le aterra hacerla daño como le pasaba al principio. Se acoplan el uno al otro. Leo mete la cabeza en el hueco de su cuello y la oye suspirar profundamente. Enreda los dedos en un pelo que cada día que pasa, crece un poco más, y acaricia el nacimiento de su pelo con los labios.
- Lo siento, sé que llevo todo el rato ida. Lo siento mucho.
Se asusta un poco al oírla hablar, no se lo esperaba. Ella aparta la cabeza de su cuello y sube la mirada hasta sus ojos.
- Tranquila, no pasa nada.
- Lo siento, no quería preocuparte. Solo estaba pensando.
- ¿Pero tú estás bien?
- Sí. Estoy bien.
Le sonríe y se relaja. Ella no le mentiría en esto, como mucho obviaría el tema. La siente suspirar.
- ¿Sabes? Esta tarde, un poquito antes de que tú hayas llegado, ha venido a verme Requena.
- ¿Ah, sí? ¿Visita del gran jefe?
Leo asiente.
- Hasta me ha traído unos bombones- señala con la barbilla hacia la mesilla. En el hueco bajo la tapa ve una caja roja.
A Leo los ojos le brillan tremendamente. En ellos no hay rastro de nada de lo que antes había. Parece que el paseo ha obrado una especie de milagro, como si lo que la preocupaba hubiese desaparecido completamente.
- ¿Bombones? Anda que también vaya luces Requenita.... lo dicho, es gilipollas, todo lo buen tío que quieras, sí, pero también gilipollas.
La ve sonreír y acaba de despistarse del todo.
- Al pobre se le ha olvidao que voy a esta a dieta una temporadita... pero bueno... como no caducan hasta el dos mil once, lo mismo hasta llego a probarlos, si no os los coméis vosotros antes, claro...
- Uy... yo que tú no me haría demasiadas ilusiones, en cuantito que los vea Molina....
Leo asiente con la misma sonrisa de antes, y sin perderla, resopla profundamente por la nariz.
- Pablo.... - Pablo, solo le llama así en conversaciones serias. Vienen curvas-...Requena me ha contado todo lo que hizo Esparza. Lo que nos hizo a los dos después de dispararme.
Lo dice sin florituras y sin tonterías. El estómago se le descuelga hasta los pies. Joder, joder. Puto Requena por haber largado, y puto él por no haberlo hecho.
Joder, Requena es un bocas y él un puto gilipollas. Ahora no sabe qué decir. Con buenas o malas razones, todos llevan más de un mes ocultándola algo muy importante. Él lleva un mes largo ocultándola algo. Él. Se le ha ido de las manos, ni segundas oportunidades ni hostias, la ha vuelto a cagar. La ha cagado hasta el fondo.
Con la cabeza llena de movidas tremendistas, delante de sus narices la sonrisa de Leo se hace aún más ancha, y él acaba de perderse del todo.
- Tío, no me mires así, que no me voy a tirar a tu cuello a morderte. No estoy enfadada. Desde que se ha ido llevo dándole vuelta al tema. Bueno ya te habrás dao cuenta... No estoy enfadada. Ya no.
No se atreve ni respirar, mucho menos aún a decir algo.
- Sí, al principio me he encabronado de mala manera, y si llegas a haber venido un poquitín antes me hubieses pillado como un volcán y seguramente te hubiese arrancao la cabeza de un bocao- sonríe de oreja a oreja- No te voy a decir otra cosa, enterarme me ha sentado como un tiro pero...
Le resulta muy chocante oírla usar esa expresión con tanta naturalidad, a él se le han puesto los pelos de punta pero ella no parece ni haber sido consciente de decirlo.
- ... pero, mira, he tenido tiempo de sobra para pensar. Me ha costado mucho, pero al final he entendido que habéis hecho lo que creías que era mejor para mí. Seguramente lo haya sido. Mira, tío, tú me conoces, sabes que yo soy muy cabezota, y que me empeño en poder yo solita con todo, y ser la más fuerte de todos, pero... pero sé que estado muy, muy mal... y con la cabeza fría, si te soy sincera, no sé cómo me hubiese sentado saber esto hace un par de semanas. Seguramente bastante mal, y no lo digo solo por un cabreo. A mi cuerpo no le hubiese ido muy bien este palo.
Leo es todo vísceras, así que de todas las reacciones posibles, esta tan racional y comprensiva era la que menos se esperaba. Ella debe verlo en su cara porque le da un beso en la barbilla y le sonríe de esa forma en la que ella solo sabe.
- No te asustes, ¿eh? Que no es que los calmantes me hayan frito el cerebro, o que las balas me hayan convertido en un gatito dócil, es que...
La oye y se echa a reír, de nuevo Leo hurgando en su cabeza.
- ... no me puedo enfadar con vosotros. Contigo menos que con nadie. Tú, las has pasado putas, Pablo, llevas pasándola putas mucho tiempo. Demasiado. Tú ya estabas muy jodido antes de que ese cabrón de la moto apareciese, luego... luego estuviste ahí conmigo esperando la ambulancia- ladea la cabeza-... me puedo imaginar lo que tuviste que pensar ahí viendo el panorama... luego ese hijo de puta te acusó a ti de habérmelo y te metió en el calabozo... Llenó de mentiras y de mierda la cabeza de todo el mundo, le decía a mi familia que tú me habías disparado y cinco minutos después me metía esa porquería...
Leo alarga la mano y coge la suya muy fuerte.
- ¿Cómo me voy a enfadar contigo? Tú solo intentabas que yo me pusiera bien. Intentabas protegerme y cuidarme, y aunque a mí me duela la boca de decir que no necesito que nadie me proteja ni me cuide... pues te lo agradezco, porque a veces digo cosas que no son verdad del todo... las digo con la boca pequeña. Te voy a decir la verdad, me gusta que intentes cuidarme, me gusta mucho...
Acaba la frase con una sonrisa que le hace sentir algo cojonudo en el pecho. Algo cálido y casi dulce.
- ... además, joder, que si me enfado contigo me tengo que enfadar con todo el mundo. Mis padres, mi hermano, Roci, Molina, Mario, Requena, las enfermeras, los médicos... y, tío, yo ahora mismo no tengo energía para tantos enfados.
Se le escapa una carcajada. Qué fácil se lo está poniendo, joder, qué fácil.
- Bueno, pues si no te enfadas conmigo por motivos prácticos, yo no digo nada.
- Pues no digas nada.
La sonrisa que Leo tiene en los labios desde el principio de la conversación, empieza a encoger hasta que al final se borra completamente de su cara. Le mira directamente a los ojos.
- Joder, tío, es que no puedo ni imaginarme lo que habrás tenido que pasar....- resopla.
- Fue jodido, Leo, muy jodido, imagínate que en el calabozo tenía menos intimidad que tú en la UCI, ni mear podía, y la comida... esto que te ponen a ti, parece alta cocina comparada con esa bazofia.
- Corso.
El tono es claro, déjate de mierdas.
- Fue muy jodido, Leo, muy, muy jodido. Me sentía atado de pies y manos. Ese cabrón se lo montó de puta madre. Sabía lo que se hacía el muy hijo puta. Todas esas pruebas que no había manera de negar, toda esa mierda que se montaron... y luego estar en ese puto calabozo, nadie me decía nada de cómo estabas, y yo.... yo me imaginaba de todo y nada era bueno. Encima...
Se calla a media frase. Si sigue por ahí van a volver a lo de siempre y no es plan de martirizarla con su puto complejo de culpa.
- A ver, Pablo, entérate, que si yo fui a esa casa, fue porque quise ir. A mi no me obligó nadie.
Siente como si le acabasen de pillar con los pantalones bajados. ¿cómo puede meterse en su cabeza de esta manera? ¿quién le ha dado la llave del baúl de sus fantasmas?
- No me mires así, sé perfectamente qué estas pensando, no eres tan misterioso como te crees, por lo menos para mí no. Ya te lo he dicho muchas veces.
Frunce los labios y ladea la cabeza.
- Sí, Leo, tú quisiste ir, pero fui yo quien te arrastró a esto.
Ella le mira con cara de querer darle una buena hostia.
- Tú no me arrastraste a nada, me pediste ayuda y yo te ayudé porque me dio la gana. Me dio la gana- recalca cada palabra de la frase- Ya soy mayorcita para tomar mis propias decisiones. Te lo dije, sabía muy bien dónde me metía y sabía que esto podía llegar a pasar.
- Es que es eso, Leo, si no te hubiese pedido ayuda...
- Mira, Corso, aunque tú no me hubieses pedido ayuda, yo te tengo muy calado, mucho. Habría visto tus tejemanejes y me hubiese dado cuenta de que algo gordo estaba pasando. Me conoces, sabes que hubiese estado detrás de ti como una mosca cojonera hasta enterarme qué pasaba.
Se encoge de hombros, le encantaría poder decir que eso es solo una flipada de ella, pero sería mentir como un cabrón.
- No pongas esa cara, lo sabes de sobra porque me conoces de sobra. A ver, escúchame, si cada día me la juego por gente de la que solo me sé el nombre, ¿cómo coño pretendes que no me la juegue por ti? ¿eh? ¿cómo pretendes eso?
Traga saliva sintiendo que tiene algo atravesado en la garganta. Asiente despacio.
- Aún así, joder, Leo, esto no tenía que haber pasado nunca. Nunca. Yo no... no pensaba que te iba a poner en peligro, si lo hubiese sabido, lo hubiese hecho todo distinto. Esto no tenía que haber pasado.
Ve en su cara que las ganas de hostiarle van en aumento.
- Pues no, claro que no tenía que haber pasado, yo soy la primera en estar de acuerdo, pero ha pasado. Esto es así, ya lo sabes, a veces la china te toca a ti.
- Ya...
- ¿Tú crees que esto que me ha pasado es culpa mía?
Siente que los ojos se le ponen del tamaño de dos platos llanos y se le salen de las órbitas. Esta chica se ha vuelto loca.
- ¿Pero qué cojones dices...?
Ella levanta una ceja mirándole fijamente. Le suena a reto.
- Pues mira, si yo hubiese sido más lista, si le hubiese visto venir, o si hubiese sabido reaccionar rápido... esto no me habría pasado.
- Joder, Leo, no sé cómo puedes decir eso, de verdad que no. Tú no podías saber qué iba a hacerte. Coño, que ese cabrón no te dio ninguna oportunidad. No podías saber qué iba a pasar.
La cara de Leo cambia. En sus labios aparece una sonrisa que dice alto y claro que justo ahí era dónde quería llegar.
- No, claro que no podía saberlo, tú tampoco. Tú tienes la misma culpa de lo que ha pasado que yo. Ninguna.
- Ya claro, yo ni soy culpable, ni responsable, ni nada de nada, soy un angelito inocente caído del cielo.
- Yo no te he dicho que no seas responsable, claro que lo eres. Eres tan responsable de que las cosas hayan salido así como lo soy yo.
Lo dicho, no sabe lo que se dice, los calmantes que la dan la han trastocado.
- Sí, sí, no me mires así, que ni me he vuelto loca, ni estoy drogada. Mira, tío, todos los que estamos metidos en el ajo, de una forma o de otra, somos responsables de lo que ha pasado. Esparza, la gente para la que actuaba, Vázquez, su abogado, el juez que no tuvo más remedio que soltarle, Gironella, Yakov, tú, yo... Todos. Esto ha sido una cadena de cosas que han ido pasando una detrás de otra y todos somos responsables de ellas.... pero, Pablo, escúchame bien, responsable no es lo mismo que culpable. No lo es. Los únicos culpables de esto son Esparza y toda esa gentuza por la que daba la cara. Nadie más. Ni tú, ni yo. Ellos.
Cuando intenta abrir la boca ella le manda callar con los ojos.
- Corso, te lo he dicho mil veces, no eres Superman, ni Spiderman, ni nada de eso. No eres un superhéroe, tío, eres un puto humano. No puedes abarcarlo todo, tampoco puedes sostener tú solo el peso del mundo, ni cargarte con responsabilidades o culpas que no son tuyas. No puedes. Ni es justo para ti, ni es justo para nadie- Leo sacude la cabeza con fuerza- Yo no soy una secundaria en la gran superproducción La Vida de Corso, yo tomo mis propias decisiones independientemente de ti. Grábate eso. No voy a consentir que te apropies de responsabilidades que son mías. Tenlo muy presente. Te lo dije una vez y te lo repito ahora, tú no eres el eje alrededor del que gira todo el mundo. Que yo sé que no es porque tú seas un egocéntrico, se que solo quieres hacer lo correcto y salvar a todo el mundo, pero es que no puedes pretender imposibles, por mucho que quieras, no puedes protegernos ni salvarnos a todos. Tampoco lo esperamos, desde luego yo no. Yo no quiero imposibles de ti, a mi me sobra con que lo intentes, y sé que te dejas la piel en el intento. ¿Qué te has equivocao en algunas cosas? Pues sí, tío, claro que sí, pero te lo repito otra vez, eres humano, lo de equivocarse va con el cargo.
Mastica una a una todas las palabras que le acaban de llover. No sabe si Leo tiene un ejemplar de un rarísimo libro llamado "Desmontando a Corso", o qué, pero cada sílaba ha ido a dar justo donde debía hacerlo. Ya le han dicho tres veces que el sol no sale y se pone por él, es hora de empezar a creérselo.
En la vida va a perdonarse del todo lo que ha pasado, pero las piedras que lleva a cuestas, acaban de aligerarse brutalmente. Es un hijo de puta con mucha más suerte de la que se merece. No es la primera vez que lo piensa, pero es que es así.
- Oye, tío, que puedes hablar, ¿eh? Ya he acabado con el mitin.
Se da cuenta de que llevará más de un minuto callao como una puta, pero es que no sabe qué cojones podría decir. Le ha dejado completamente sin palabras. No es la primera vez que lo hace, si hay alguien en este mundo que sabe cortar su verborrea, esa es ella.
A falta de palabras, sus labios buscan los de ella, cuando no hay palabras para expresar lo que uno quiere decir, es mejor no perder el tiempo buscándolas. Después del beso ella le mira con los ojos brillantes y una sonrisa traviesa.
- Eso sí, te digo una cosa, ¿eh? como se te vuelva a pasar por la cabeza dejarme al margen de algo tan gordo... el que va a acabar en el hospital eres tú. Puedes creértelo.
Se lo cree, vaya si se lo cree.
- Me lo creo, me lo creo, pero te digo yo otra cosa, que el que va seguro va a acabar en el hospital es Requena. Joder, Leo, tú no te tenías que haber enterado así, no tenía que haber sido por él, joder. Quería haber sido yo quien te lo contara. Qué cabrón el Requena...
- No te enfades con él, no le ha quedado otra. Yo ya sabía que había algo que no me contabais. aunque esté de baja y en el hospital, sigo siendo policía. Será muy comisario, pero se la he jugado a base de bien- la sonrisa se la ensancha- He ido de farol, le he hecho creer que ya lo sabía... para cuando se ha dado cuenta de la jugada, había hablado de más y me lo ha tenido que contar todo.
- ¿Ves como es gilipollas?
Ella se ríe despacito.
- Pobre Requena, cómo te pasas con él.
- La verdad es que se ha portado de puta madre. De puta madre. No dejó de dar la cara por mí en ningún momento, me buscó un abogado, tiró de influencias... no me lo esperaba, de verdad que no. Me ha sorprendido mucho, será un gilipollas, pero también un tío grande.
Leo asiente.
- Sí que lo es, sí.
- Sí, y no solo porque use la talla XXXXXXXL.
Ella se ríe con sonido de cría y él se deja arrastrar por su risa. Se siente muy bien, ahora no hay nada entre ellos.
- ¿Sabes? Requena me ha dicho que el juez va a venir a tomarme declaración el lunes, están acabando la instrucción y necesitan mi testimonio para cerrar el sumario.
- Ya...
El corazón le da un vuelco. Ponerse a pensar en mierda es lo último que Leo necesita.
- No te preocupes, estoy bien, puedo hablar tranquilamente del tema.
- ¿Seguro?
- Seguro.
Los dedos de Leo recorren despacito el contorno de su mandíbula. Los siente enredando en los pelillos de la barba que ya ha vuelto a crecer.
- No me le esperaba ahí en el chalét, me quedé un poco bloqueada, pero luego me dijo que le había llamado Requena, que la ayuda estaba fuera... además era él, un compañero- suelta una risa amarga- Me dijo que los demás estaban contigo, que habían cortado el paso del tío del casco con el coche... me lo creí. El muy cabrón se tomó el tiempo para preguntarme cómo habíamos llegado allí... Le encantó saber que había sido de chiripa, que no había nada que vinculase a Vázquez a la casa a parte de una puta factura de IKEA.... luego se pegó a mí y... - se encoge de hombros suavemente-... ni vi el arma hasta que empezó a disparar a Vázquez. ¿Sabes? Llegué a pensar que te había matado, que estabas ahí fuera tirao en el suelo... pensé muchas cosas raras... joder... es que si tú no llegas a descubrirle, si no llegas a tener una intuición de las tuyas....
- No, Leo, no te confundas, yo no tuve ninguna intuición, fuiste tú quien me dijo que había sido él con ese mordisco tuyo. Me volviste a salvar el culo, nos lo salvaste a los dos.
Leo tiene la mirada de quien está viendo algo muy distinto a lo que le rodea. Tiene la necesidad de abrazarla con todas sus fuerzas pero no sería buena idea, seguramente el alarido de Leo se oiría en Toledo, así que se conforma con dejar al abrazo como está y acariciar despacito su cuello. Ella sacude la cabeza y la niebla de sus ojos desaparece mágicamente.
- Bueno, ya está, ya está... ahora ya da igual, ese cabrón no ha ganado, le salió el tiro por la culata. Ni tú estás en la cárcel, ni yo criando malvas, ¿no? Estamos bien, los dos.
- Estamos bien y estamos juntos.
- Pues eso, a Esparza que le den por el culo.
- Eso, que le por culo un erizo.
Una risita le hace cosquillas al estallar contra su cuello. Se quedan abrazados viendo pasar el tiempo. Algo después siente que la respiración de Leo cambia, que se hace más profunda y pausada. Echa la cabeza un poco hacia atrás, y ve que se ha quedado dormida con una sonrisa en la boca.
Aparta un mechón de pelo de su frente, la da un beso en la punta de la nariz, y se recoloca hasta que la cabeza de ella vuelve a quedar en el hueco de su cuello. Le está entrando sueño, si se deja llevar por él puede despertarse con un escobazo de una enfermera o, peor aún, de un mamporro del padre de Leo. Valora las amenazas y decide que un sueñecito al lado de Leo, bien vale el riesgo de salir traspellado por familiares o personal sanitario.
14 Leo (Vete con él) (Martes 18 Febrero, 11:37)
Leo, sé que hay algo que he de hacer,
he de dejarte libre,
Si él te quiere más que yo, entonces te dejare ir,
Vete con él. vete con él.
Leo, antes de que te vayas,
Quiero que sepas, que yo aún te quiero,
Pero él te quiere más, y tú le quieres a él,
Así que vete con él.
Toda mi vida,
He esperado encontrar una chica,
Que me amará como yo te amo a ti,
Y a la que amar como hago contigo
Sé que esa chica llegará,
Sé que el amor vendrá a mí
Como vino a ti, como vino a él
Te echaré de menos mientras ella llega,
Te echaré de menos cuando haya llegado,
Pero no hay lágrimas en mis ojos
Porque he sido feliz contigo,
Porque seré feliz sin ti.
Leo, vete con él.
Vete con él
[Anna (Go to him)]
No está seguro de si el sonido del timbre ha cambiado o si, simplemente, se le había olvidado cómo sonaba. Decide que la segunda opción es la correcta, con todo lo ocurrido, nadie en su sano juicio tendría ganas de ponerse a cambiar timbres. El timbre no ha cambiado, sencillamente él llevaba demasiado tiempo sin tocarlo.
Durante un buen rato no ocurre nada. La puerta permanece inmutable y lo que hay tras ella silencioso. Cuando empieza a dudar entre insistir o irse, el silencio tras la puerta cerrada se rompe. Oye una voz rezongar en un tono suave y el rítmico sonido de algo golpeando suavemente contra el suelo. Los golpecitos cada vez se hacer más nítidos, y no pasa mucho tiempo antes de que pueda oír el sonido de unos pasos enfundados en suaves zapatillas.
El perfecto círculo de la mirilla se ilumina durante un segundo y después un juego de llaves empieza a girar sonoramente dentro de la cerradura. La puerta blanca se abre despacito. Cuando concluye su recorrido, un aroma familiar sale a recibirle.
- Mario!- los ojos que le miran se contagian de la luz de la enorme sonrisa que curva los labios que tiene enfrente.
Con dos pasos, la distancia entre ellos desaparece. Abraza con sumo cuidado la breve cintura de Leo, mucho más de lo que solía ser. Ella le devuelve el abrazo con el brazo izquierdo mientras con el derecho mantiene el equilibrio sobre una reluciente muleta.
Disfruta de la sensación de su pelo contra su mejilla y del calor de su cuerpo contra el suyo. Huele a gel de baño y champú, son los mismos productos que usaba en los últimos días que pasó en el hospital, pero fuera de ese aséptico marco, huelen completamente distintos.
Leo hoy desprende ese olor que es suyo y solo suyo. Un destello suave, a la vez dulce y cítrico que hace que el paladar le cosquillee.
Es él quien rompe el abrazo primero, empieza a resultar intoxicante tanta proximidad. Besa con cuidado su suave mejilla y da un paso atrás para poder contemplarla.
- Joder, Mario, que no he oído el telefonillo, no me digas que me estoy quedando sorda....
Sacude la cabeza sin poder apartar los ojos de ella.
- No, tus oídos están bien. No he llamado, he pasado con el cartero... y por cierto, me ha dado esto para ti...
La enseña dos sobres, uno con el membrete de la compañía de teléfonos y el otro con la de la luz.
- Pues mira, facturas... si lo llego a saber no te abro...
- ¿Y perderte la diversión de rellenar este formulario para el departamento de recursos humanos que te traigo de parte de Requena?
- Y será verdad...- le mira con las cejas fruncidas.
Levanta la mano que sostiene una carpeta color manila que Requena le ha dado para que ella pueda verla.
- Uffff.....- ella pone los ojos en blanco y arruga la nariz- Lo dicho... no tenía que haberte abierto....
Se le escapa una carcajada. Ella sonríe y hace un ademán con la cabeza.
- Pasa, anda, no te quedes ahí.
Ella se hace un lado para dejarle entrar. Entra y cierra la puerta tras él. El olor familiar se hace mucho más intenso una vez dentro. El olor de esta casa le trae mucho recuerdos, algunos buenos, otros no tanto.
- Ve tú delante, yo voy a mi ritmo de tortuga reumática....
Decide que es mejor no meterse en una discusión de "pasa tú, paso yo", y asiente. En cuatro pasos cruza el pequeño recibidor y traspasa el umbral de la puerta del salón.
Lo encuentra distinto a la última vez que lo vio. Está perfectamente ordenado. Parece el salón de un piso piloto en el que nadie vive. El único rastro de vida es un pequeño desorden sobre la mesita de café.
El mundo que rodea a Leo a él le parece un auténtico galimatías. Es absolutamente incapaz de encontrar nada en él, da igual que ese mundo sea su mesa de la unidad o su casa, pero en cambio ella parece saber qué lugar ocupa el más pequeño de los elementos que conforman su, solo aparente, pandemonium.
A Leo le dieron el alta el jueves pero hasta el domingo ha estado en casa de sus padres, en tan poco tiempo no ha tenido oportunidad de crear ese mágico y confortable caos ordenado que la rodea.
En seguida repara en que hay un mueble en el salón que antes no estaba. Alguien ha colocado frente al pequeño balcón un sillón individual de aspecto confortable. Las reducidas dimensiones de la sala se ven aún más mermadas por el mobiliario extra.
Una especie de escalofrío recorre su columna vertebral al ver ante él la réplica de la estantería que puso principio y fin a esta tragedia griega. Recorre con los ojos el contenido de sus baldas y recovecos. Nada ha cambiado en la estantería, sigue estando llena de fotos, libros, discos y películas.
Mientras él deja las cartas y el sobre con la documentación sobre la pequeña mesa cuadrada rodeada de cuatro sillas, oye el repiqueteo de la muleta de Leo entrando tras él. Corre a ayudarla a acomodarse en su asiento. Es consciente de que, con la lesión en la espalda, las costillas, y los desgarros y roturas aún sanándose en los músculos de su vientre, levantarse y sentarse no debe resultarle en absoluto sencillo o agradable.
- ¿Has visto el trono de reinita que me han comprado?
- Me gusta. Es bonito y te va muy bien con el resto del salón.
Realmente es así, las rayas verde pistacho sobre el fondo crema, coordinan perfectamente con las paredes del salón, pintadas en un tono de verde, aunque algo más claro, muy similar.
- Sí bueno... ahora si que parece una caja de cerillas. Queda esto que no se puede uno ni mover, pero es que como me siente en el sofá, no me levanto... me cuesta un montón. Este, como es más alto y tiene los brazos, pues me agarro a ellos como si fuese un muñequito de Playmobil, y, hala, a hacer bíceps.
Se ríe mientras se sienta a la izquierda de Leo, en el amplio sofá color tostado de dos plazas.
- A mí me gusta, además parece cómodo.
- Lo es, lo es... Bueno... ¿a qué no adivinas dónde me lo ha comprado mi hermano?
- ¿IKEA?
Leo se ríe de buena gana.
- Te llevas el Mercedes.
- IKEA... Últimamente, se ha convertido en una constante en nuestras vidas, ¿eh?
- Sí, ya se sabe, calidad sueca a precios populares...
Se le queda mirando con una sonrisa en la boca. Está increíble. Está guapísima. Su piel ha abandonado ese color lívido del hospital y ha recuperado su tez blanquita pero saludable, los ojos se ven llenos de luz y de vida, los labios han recuperado su color natural y, aunque siga estando excesivamente delgada, ya no parece que la ropa se la haya tragado.
Esta mañana, con ese pijama de finas rayitas de los mismos tonos que el espectro de un arco iris, esa sonrisa que baila en sus labios y en su mirada, ese pelo increíblemente largo, salpicado de ondas rebeldes y juguetonas, y ese aspecto de eterna adolescente, las resoluciones que había tomado, por quedar claro que son las únicas sensatas, amenazan con flaquear.
- Te veo genial, Leo, genial.
Ella se ríe con ese sonido infantil suyo y asiente con la cabeza.
- Me siento bien, muy bien. Todavía me canso a la mínima de cambio, pero, bueno.. todo es darle tiempo al tiempo como me dice mi madre....
- ¿Te duele?
- No, me molesta un poco, pero...Oye! que soy una maleducada, ¿te apetece tomar algo?- el cambio de tercio es una clara indicación que le duele bastante más de lo que va a admitir- Tengo zumitos de esos de frutas naturales sin azúcar y sin nada que te gustan a ti. También tengo muchas infusiones y hasta batidos de soja... vamos, que si miras la nevera no la reconoces como mía.
- No, muchas gracias, estoy bien, no me apetece nada. Me acabo de tomar un café.
Leo pone cara de infinita pena.
- Ay, café... no me lo menciones- se muerde el labio inferior y sacude al cabeza con mirada de ensoñación- No sabes lo que echo de menos el café...
- ¿Cómo llevas el tema de la comida?
Ella hincha las mejillas y sacude la cabeza.
- Pues cada vez peor, porque ahora empiezo a tener hambre de verdad y cada vez que veo lo que me tengo que comer, o la lista de lo que puedo y no puedo... pues me pongo a llorar....- resopla, lloriquea y suelta una risita, todo a la vez- ... tío que solo puedo comer cuatro cosas, literalmente. Estoy amargada.
Leo va a tener que estar una larga temporada con una dieta muy estricta. Su aparato digestivo ha cambiado, con las resecciones, ahora su intestino delgado y su colon son más cortos de lo normal, su flora gástrica también ha cambiado y hay que ir con cuidado para que se acostumbre a la nueva situación. Según explicó su médico, el doctor Álvarez, los alimentos se introducen uno a uno para comprobar si hay alguna intolerancia.
- Supongo que también tendrás que comer poco y muchas veces, ¿no?
- Esa es otra, como dice mi padre, tengo que comer como los cachorritos, a poquitos. Seis mierdecilas, seis veces al día... un coñazo que no te imaginas. Si por lo menos estuviese bueno... imagínate lo que apetece meterte un purecito de calabaza a las tres de al tarde... calabaza...- arruga la nariz y saca la lengua en una mueca de disgusto- Estoy aburrida de purés de verdurita, calditos aguachinados y zumitos...
- Pues menos mal que me he estado quieto, porque te iba a traer una cremita de champiñón sin grasa, sin sal y sin nada...
- Oye, que sé cocinar, ¿eh? Y tampoco lo hago tan rematadamente mal...
- No, mujer, ni digo eso, pero me imagino que no tendrás muchas ganas de ponerte a hacer comidas.
- Pues la verdad es que ninguna, pero no me voy a morir de hambre, mi mamá me hace la comidita- echa la cabeza hacia atrás y alza las cejas al decirlo- La verdad es que se lo agradezco muchísimo, no tengo cuerpo para ponerme a jugar a las cocinitas, aunque solo sea cocer un trozo de verdura y pasarlo por la Minipimer...
- Claro que no, además tú tienes que estar tranquilita y no andar entre pucheros.
- Más tranquilita que lo que estoy, que me paso el día vegetando...
Se imagina que para una persona tan inquieta como ella, estar de brazos cruzados debe ser poco menos que un calvario.
- Te habrán ido bien estos días en casa de tus padres para adaptarte poco a poco a estar fuera del hospital.
- Bueno, mi madre...- ella sonríe y entrecierra los ojos- ... si me descuido, no me dejaba ni rascarme... cada dos minutos venía a ahuecarme los cojines de la espalda, a preguntarme si necesitaba algo... un horror... y claro, cualquiera protestaba, que entonces era peor... así que me he pasado el fin de semana tumbada en la cama, dormitando y leyendo...al final me voy a volver un ratón de biblioteca...
Leo señala la mesa de café con una sonrisa. Tres libros destacan entre una maraña de revistas. Curiosos incidentes caninos, viñedos, pijamas con franjas y catedrales marinas, conviven con revistas de cine, motor, naturaleza y corazón. Una amalgama de temas que solo podrían convivir en Leo.
- Menuda mezcla de lecturas, ¿no?
- Ya ves, los libros me los he acabado los cuatro, y además te puedo hablar del motor híbrido del nuevo Honda, de una nueva especie de rana que han encontrado en Honduras, y ponerte a parir el modelito que llevaron las gemelas Olsen en los Globos de Oro...q
- Me das miedo...
Ella suelta una carcajada espontánea y fresca que le arrastra sin remedio.
- Oye, no esperaba encontrarte sola, pensé que iba a estar tu padre, tu madre o tu hermano...
Lo único que sabía seguro era que Corso no iba a estar porque le ha visto rondando por la comisaría. Por eso ha venido ahora. Es incapaz de enfrentarse con los dos a la vez. Todavía no.
- ¡Déjales, déjales que me tenían como a una niña de tres años, todo el día pendientes de mí! Si yo sé que se han llevado un susto tremendo.. pero...- pone los ojos en blanco y resopla- Me ha costado lo mío, pero he conseguido convencerles que en una mañana no iba a morir de desnutrición, ni de ninguna otra cosa... pero no te creas, que mi madre me ha llamado ya seis veces para ver como estaba y recordarme que me tome las pastillas...
- Supongo que tendrás un montón de medicación.
- Pfffff..... La farmacia de abajo se va a forrar a mi costa, entre el suplemento de vitaminas, el de las proteínas, el protector de estómago, el hierro, el calcio, para las defensas, para el hígado, para el intestino, para que no me duela, para que me duela... un horror...si vas a la cocina y ves lo que tengo ahí, te piensas que soy una yonkie... pero bueno, que todo lo malo sea eso. No tengo derecho a quejarme, eso lo sé yo perfectamente, lo mío es puro vicio - se encoge de hombros- Bueno, dime ¿cómo van las cosas por la uni...
En ese preciso instante el móvil de Leo empieza a sonar bajo alguna de las revistas de la mesa.
- Seguro que es mi madre para recordarme que a las doce me toca batidito de leche de almendras y el analgésico...
No va a permitir que Leo se agache y se ponga buscar tesoros entre el maremagno de revistas y libros. Cuando está sola, solo ella sabe lo que hace, pero delante de él no va a pasar. Le indica con la mano que se esté quieta y le hace caso.
Rebusca entre los contenidos de la mesa. Bajo una revista encuentra el móvil. Se descompone un poco al ver el nombre en pantalla. Corso. Le acerca el teléfono a Leo, cuando ella ve el display deja de sonreír. Parece tan incómoda como él. La ve llevarse el teléfono al oído con expresión descompuesta.
- Hola...
El corazón ha empezado a latirle increíblemente rápido. Intenta abstraerse de la conversación examinando los objetos esparcidos sobre la mesa. Coge la revista de cine y la ojea por encima. Es incapaz de concentrarse en las críticas de cine o en la entrevista a Keira Knightley mientras la oye hablar con él. Intenta aislarse de sus palabras pero no es capaz. Se siente incómodo y ella se siente incómoda. Es una situación difícil. Tensa.
Deja la revista donde estaba. Es entonces cuando ve un periódico deportivo. Leo no lee el Marca, es Corso quien lo hace. Sabe que si fuese hasta el dormitorio encontraría más restos de él, probablemente también en el baño y la cocina. Lo sabía antes de venir, pero es duro tener que enfrentarse a la realidad, las cosas son distintas cuando dejan de estar solo en tu cabeza y salen al mundo real.
Oye como Leo se despide de Corso con un hasta ahora. Levanta la mirada y se encuentra con los ojos de Leo fijos en él.
- Es... era... Corso... ha ido al depósito de la comisaría a recoger mi coche... dice que.. que no arrancaba, que se le ha ido la batería...va a.. va a ponerme una nueva y a limpiar al motor, me ha dicho que después va a...
Leo está hablando muy rápido, casi atropelladamente. Suele hacerlo cuando está nerviosa, cuando hay cosas importantes, cosas que preferiría que no existiesen.
- ...va a, sí, va a llevarlo al túnel de lavado... supongo que debe estar lleno de mierda después de tres meses...- el chorro de palabras se agota bruscamente- Mario.. yo... no sé qué decirte.
- Ey, Leo, tranquila, ¿vale? Tranquila, esto... esto es así, tú no tienes que decir nada. Estáis juntos. No hay más. -sacude la cabeza, sus propias palabras le suenan extrañas - No tienes que explicarme nada y no tienes que justificarte.
- Ya, ya sé que no tengo que justificarme... pero....- sacude la cabeza bruscamente- ... no sé, Mario...esto... esto para mí no es fácil, así que para ti...
- Para mi esto.. esto es difícil. Muy difícil, Leo. Muy difícil.
Ella le mira con los ojos llenos de angustia. Puede ser cruel, pero saber que tampoco es fácil para ella le reconforta.
- Lo estás pasando mal, ya lo sé. Ya lo sé.... Mira, sé que las cosas contigo las he hecho fatal, pero yo nunca he querido que sufrieses...- resopla- Nunca. Sé que esto no te lo hace más fácil, pero yo necesito que lo sepas.
- Ya lo sé, Leo, ya lo sé.
No sabe cómo decir lo que tiene en su cabeza, necesita ordenar ideas.
- Mira, Mario, yo sé que tú no te puedes olvidar de todo lo que ha pasado entre nosotros dos. Sé que eso es imposible... sé que yo no puedo pedirte que estemos como estábamos antes de que tú y yo... No voy a hacerlo, Mario. Da... da igual qué me haya pasado y qué no, esto no borra todo que pasó, lo que tuvimos, y lo que yo no te dije cuando tenía que haberlo hecho. Yo sé que las cosas no pueden volver mágicamente al principio de todo.
- No, Leo, no pueden. Yo no sé hacerlo.
- No espero que lo hagas, tampoco quiero. No sería justo. Yo sé que los sentimientos no cambian de un día para otro, que no...que no te desenamoras simplemente porque la relación se acabe...
Habla tan bajito que apenas la oye. Leo sabe de lo que habla, le entiende. Ella no se desenamoró de Corso cuando lo que tuvieron o no tuvieron llegó a su fin. No le consuela, pero está bien saber que no habla por llenar hablar. Se pregunta cómo pudo hacer ella lo de tener que ver todos los días a Corso sintiendo por él lo que sentía. No tuvo que ser fácil.
- ... yo sé que necesitas curarte, y que para eso necesitas... necesitas tiempo. Me lo dijiste cuando hablamos en la unidad. Necesitas tiempo y... creo que también espacio. Creo que lo pasas mal viéndome, que lo estás pasando mal ahora.
Leo acaba de ponerle sencillo lo que le empezaba a resultar imposible. También ha demostrado que, haya pasado lo que haya pasado entre ellos dos, él no es un desconocido para ella. Es importante saber eso.
- Mira, Mario, escúchame, yo entiendo que tal y como están las cosas, no podemos volver a estar ni a trabajar juntos como si nada hubiese pasado. Tú estás muy dolido conmigo, no puedo dejarte pasar por eso, sería muy, muy injusto.
- Leo...
- No, espera, déjame hablar- sacude la mano derecha delante de su cara- Mira, yo voy a estar de baja una temporada larga, los médicos me hablan de finales de verano como pronto para volver... yo sé que esto de estar bien o mal, no entiende de fechas ni de meses, así que he pensado que cuando me reincorpore, estés tú como estés, voy a pedir una comisión de servicios a otra unidad durante unos meses, y si eso no basta.. pues ya se vería cómo lo hacemos.
Siente una profunda oleada de afecto y gratitud al oírla decir eso. Sabía que la posibilidad estaba pero no se había atrevido a esperar eso de ella, tenía miedo de llevarse una decepción, ya acumula demasiadas. Ahora se arrepiente de no haberlo hecho.
- Leo, ¿tú harías eso por mí?
Leo asiente con firmeza. La determinación está escrita en su cara.
- Sí, claro que sí. Creo que es lo justo. Tú siempre me has puesto las cosas muy fáciles, mucho, creo que es mi turno de que ahora te las ponga yo. Necesito hacerlo, a lo mejor soy una egoísta y por eso lo hago, porque me siento muy culpable, no lo sé... yo solo sé que no te mereces sufrir, que no quiero que sufras.
- No. No quiero que hagas eso, Leo, te lo agradezco infinitamente, no sabes cuánto, pero no quiero que lo hagas.
- Pero...
- Escúchame. Yo necesito un cambio, Leo. No puedo seguir dónde estoy, porque no. Esas cuatro paredes de la Unidad están llenas de cosas que, por el momento, no quiero tener cerca. Los recuerdos son como los sentimientos, tampoco se van de un día a otro.
- No, no se van.
- Necesito aire, Leo. Necesito encontrar mi sitio. Yo quería pasar mi vida contigo, eso no va a pasar, así que ahora necesito una vida nueva. Necesito miras nuevas.
- Ya...- ve la culpabilidad al fondo de sus ojos.
- Hace unas semanas pedí el traslado a la división de delitos informáticos. Me lo han concedido esta mañana.
Ella le mira con los ojos muy abiertos.
- Allí es dónde quería estar desde el principio, yo acabé en la Unidad Siete porque no había plazas vacantes, me lo tomé como un destino temporal, pero me quedé porque estaba Corso, porque estabas tú... pero ahora... ahora es el momento de moverme. Todavía no lo sabe nadie, solo Requena y los de informáticos, tú eres la primera persona a quien se lo digo.
Leo parece muy sorprendida. Durante unos instantes se limita a mirarle.
- ¿Cuándo... cuando empiezas?
- En marzo empiezo un curso de formación de la EUROPOL. Estamos conectados a ellos, trabajamos con la misma base de datos, así que tengo que estudiarla, también sus programas, sus protocolos... Voy a estar unas semanas en La Haya. Tengo muchas ganas de empezar, estoy muy ilusionado con esto.
Realmente está deseando meterse en ese avión, empezar su nueva vida profesional, abrir horizontes, respirar aire fresco, estar en un sitio dónde no tenga recuerdos de Leo.
- Requena ya tiene a alguien para cubrirme, un subinspector de Salamanca, Javier Sevilla. Tiene un gran expediente, es un tío con bastantes años en el Cuerpo, es ingeniero técnico informático, así que tenéis la papeleta tecnológica cubierta, no me echaréis en falta.
Ella le mira con una expresión tremendamente seria.
- No digas eso porque no es verdad y lo sabes.
- Ya, ya lo sé...- suspira
- Lo siento, lo siento muchísimo... yo... yo...Hostia, Mario, yo me siento fatal por cómo han salido las cosas. Joder, no es justo que tengas que irte porque yo....- sacude fuertemente la cabeza- No es justo, Mario.
- Hey, no, Leo, no, no. Esto no es tu culpa, ¿vale? ¿Que no es justo? ?Pues no, pero esto que ha pasado, simplemente ha pasado. La misma culpa tienes tú, que tengo yo, que tiene Corso. Todos podíamos haberlo hecho mejor. Vosotros dos podíais haber hablado y yo podía haber puesto fin a esto cuando empecé a ver que no. Pudimos pero no lo hicimos. Simplemente ha pasado. Ya está, no quiero que ni tú ni él os sintáis culpables. En realidad creo que dejar la Unidad lo mejor para mí.
- ¿Por qué dices eso?
- Leo, después de lo que pasó con Escobar...- el estómago se le rebela aún ante la mención de ese nombre- Mira, yo... sé que soy un buen policía, creo que puedo ayudar a mucha gente pero... después de las cosas que han pasado, y de las cosas que he hecho, creo que la Unidad no es el sitio para mí. Yo... yo no quiero volver a tener la posibilidad de disparar un arma cuando no debo. Hay cosas que disparan algo que tengo dentro y que no puedo controlar.
Leo le mira sin apenas parpadear.
- Me estaba quemando, Leo. Estaba quemado. Me di cuenta cuando apreté ese gatillo, yo... yo no podría seguir ahí como si nada. Yo no me quiero convertir en un peligro para mi mismo y para los demás. Hay cosas que me superan, a veces se me cruzan los cables y pierdo el norte. Eso no me puede pasarme en delitos informáticos. Allí puedo ayudar a la gente sin necesidad de arma, allí puedo hacer las dos cosas que mejor se hacer, interrogar y usar mis conocimientos de ordenadores. El cómo no ha sido el mejor, pero siento que esto que voy a empezar, puede ser lo mejor para mi futuro y para mi salud mental- esboza una sonrisa que arranca otra a Leo- No me voy a arriesgar a cometer dos veces el mismo error. Yo no podría soportar eso. Necesitaba moverme y esto ha sido el empujón que necesitaba. Yo no podía seguir así, destrozándome con culpas, sintiéndome un peligro para el mundo. No. Necesito paz y necesito poder sentirme bien conmigo mismo. Eso no iba a pasar en la Unidad.
Ella asiente muy seria.
- Sí tú estás contento, entonces yo también.
- Lo estoy.
- Vale....- suspira profundamente, después sonríe de una manera algo forzada- Seguro que en Delitos Informáticos están como locos con tu fichaje. No todos los días se recluta al rey de los ordenadores.
- Bueno.... es que al lado de Molina y Corso... cualquiera es el rey.
Leo se ríe despacito y asiente.
- Bueno, es que vaya dos me has puesto de ejemplo, hasta yo sé más de ordenadores que ellos...y yo no se me dan muy allá....
Se callan un momento.
- Sevilla se incorpora el primer lunes de Marzo, tu reemplazo se supone que tiene que estar a punto de llegar, lo esperamos esta misma semana... todavía no sabemos quién será. A...a Corso, de momento, no le han buscado a nadie. Requena no quiere perderle. Se agarra a la idea de que va a cambiar de idea y se va a quedar. Yo no lo sé.
Leo le dedica una sonrisa que deja claro que ella sí sabe qué va a hacer Corso. En este momento no tiene ganas de pensar en el tema. Tiene la cabeza demasiado cargada y demasiado en su propio plato como para ocuparse del de Corso.
El silencio se instala entre ellos, no se siente incómodo, pero tampoco cómodo. Es una situación extraña, por un lado siente la necesidad de salir corriendo, y por otro la de quedarse con ella toda la mañana. No puede quedarse con ella, tiene que arrancársela de un tirón. Aunque duela.
- Bueno, Leo, tengo... tengo que irme. Estoy de servicio.
Ella asiente despacio con aire de melancolía.
- Claro.
- Estamos en medio de un caso, tengo que hablar con un banquero aquí al lado, en la calle Orense.
- ¿Algo interesante?
- Que va... un rollazo de tarjetas de crédito clonadas. Te aburrirías.
Se levanta lentamente del sofá, ve que ella hace ademán de hacer lo mismo.
- No, no te levantes, ¿quieres que te traiga algo antes de irme?
- No, no quiero nada, de todos modos... no creo que me quede mucho rato sola, ya verás como mi hermano aparece en la puerta en menos de una hora...- su voz vuelve a tener un deje apresurado y nervioso- No se fían de que no haga trastadas...
- Eso es porque te conocen.
Leo se ríe suavecito y asiente.
- Supongo...- la sonrisa desaparece de su cara, una nube cubre sus ojos - Oye, Mario...
Le da la impresión de que se va a poner a llorar, ve que sus ojos están muy cargados. Se agacha despacio junto a su sillón. Mira fijamente sus ojos castaños mientras la coge la mano. Se le han puesto húmedos.
- Leo, yo no sé como va a ser esto, pero quiero que sepas que tú me importas mucho, muchísimo y eso no va a cambiar por nada del mundo. Yo... tengo que irme precisamente por eso, porque no te quiero perder y porque si me quedo, solo me voy a hacer daño a mi mismo y a echar a perder toda posibilidad que tengamos de poder a volver a estar juntos como amigos y sin heridas abiertas entre nosotros. Tengo que encontrar mi sitio, intentar aprender a quererte de otra manera a como te quiero ahora, y aquí, teniéndote tan cerca, yo no puedo. Necesito irme, necesito dejar de verte, de veros.
Leo asiente, sus ojos están cubiertos de una fina película de lágrimas.
- Yo no quiero perderte, Mario, pero sobre todo yo quiero que estés bien. Quiero que seas feliz. Siento muchísimo haberte hecho esto, muchísimo. Siento haberlo complicado todo.
Para Leo no resulta fácil pedir disculpas, lo sabe y por eso valora tanto estas.
- Mira, tú me dijiste que no te arrepentías de haber estado conmigo. Yo tampoco. Aunque esto haya acabado así, yo he sido muy feliz contigo, Leo- ella le aprieta la mano- He tenido lo que mucha gente no tiene, la oportunidad de estar con quien quería estar, y aunque no haya salido como a mí me hubiese gustado, estoy contento de haberlo intentado. No desharía lo hecho.
Ella mueve la cabeza afirmativamente con los ojos llenos de lágrimas. Esto no es fácil. Las despedidas, cuando no se sabe hasta cuándo serán, duelen mucho.
- Te voy a echar mucho de menos, Mario- una lágrima solitaria corre por la mejilla de Leo- Yo te quiero mucho, de distinta manera a como me quiere tú, pero te quiero mucho.
- Ya lo sé.
- Vale, que no se te olvide- lo que era una lágrima solitaria se convierte en una cortina salada que humedece la cara de Leo.
- Ey, Leo, yo... yo no voy a desaparecer para siempre, te lo prometo, no sé... hasta que punto podremos reconstruirnos o qué podremos salvar, pero yo no voy a desaparecer para siempre. No me voy a desentender de ti, no te hagas ilusiones.
Se abraza a ella. Un suspiro suave suena junto a su oreja. Con Leo ha sido feliz, muy feliz, pero sabe la felicidad no se ha acabado para él. Abrazado a ella, en una soleada mañana de febrero, con el corazón medio roto pero lleno de esperanza, es capaz de ver con pasmosa claridad que el mundo está lleno de carbón pero también de diamantes escondidos dónde menos te lo esperes, solo hay que buscarlos.
15 Sabor a miel (Sábado 08 Marzo, 21:44)
Sabor a miel
Sabe más dulce que el vino
Sueño con tu primer beso y entonces
Siento en mis labios otra vez
Un gusto a miel
Sabe más dulce que el vino
Tuyo fue el beso que despertó mi corazón
Un gusto a miel
Sabe más dulce que el vino
Volveré por la miel y por ti.
(A taste of honey)
Besos. Ha habido muchos besos en los últimos meses de su vida, muchísimos. Seguramente más que si sumásemos todo los que ha habido anteriormente en toda su vida. Los besos son algo increíble. Te dejan decir con un solo gesto todas esas cosas que no sabes poner en palabras.
Desde que entró en el hospital la ha besado mucha gente, muchísima, incluso gente que nunca antes lo había hecho. Nunca pensó que llegase el día en que Requena la plantase un beso tímido y cariñoso, y sin embargo, así ha sido. Más de una vez además. Ha tenido muchos besos de muchas bocas, de muchas clases y en muchos sitios.
La han besado padres, hermano, amigos, amigas, tíos, tías, primos, primas, compañeros, ex compañeros, jefes, ex jefes, enfermeras, enfermero. Hasta el médico rubio y guapísimo, Doctor Roberto como Corso se empeña en llamarle, la dio dos besos el día que le dieron el alta. Solo faltó beso del tío de Interflora.
Ha habido besos de miedo, de alivio, de consuelo, de apoyo, de ternura, de complicidad, de cariño, de alegría, de bienvenida. Seguramente hasta hubo alguno de despedida del que no se llegó a enterar cuando las cosas estaban tan cuesta arriba.
Ha tenido besos en las mejillas, en la frente, en el pelo, en las manos, en la nariz, en la tripa, en los labios. Hay una persona que la ha besado de todas esas maneras y en todos esos sitios.
Cada cual le ha besado de una manera y en un sitio, solo hay una persona que la ha besado de todas esas maneras y en todos esos sitios. A veces la ha besado sin necesidad de usar los labios, él es capaz de hacer eso. Es algo bastante raro, la mira y siente que la besa.
Se oye pensar estas cosas y se asusta. Realmente estas putas balas le han dejado secuelas irreversibles, si Dios o Buda no lo remedian, se va a quedar hecha una moñas de remate lo que la queda de vida. Qué cosas piensa, ojos que besan... madre mía...
Moñas o no moñas, lo cierto es que solo faltaba una clase de besos en su horizonte, esos besos que sin dejar de ser de cariño, tienen algo más. Un puntito de pimienta. Ya no es así, ya tiene toda la gama de besos posibles.
Ha empezado como una cosa tonta, como un beso de enhorabuena por haber ganado una partida de Scrabble. Sí, Scrabble, estando echa una mierda como está, las posibilidades de ocio son muy limitadas, así que han decidido echar una partidita a un juego de mesa. El Scrabble era tan bueno como cualquier otro. Ese juego es divertido, uno se echa unas buenas risas inventándose palabras. No es la primera vez que juegan, claro que sí es la primera que no tiene copas o prendas perdidas de por medio.
Corso se ha pasado toda la partida haciendo trampas, haciendo y deshaciendo reglas para dejarla ganar. Si ella jugaba, valían los nombres propios y los plurales. Si era él quien jugaba, aparecía una excepción misteriosa que impedía que sus plurales fuesen válidos. Si ella jugaba, valía Corleone, pero si era el turno de él, Vito no.
Le hubiese echado una bronca monumental por darla ventaja, odia que la dejen ganar, pero es que se lo ha pasado tan rematadamente bien viéndole estrujarse los sesos para inventarse las reglas del juego como le convenían, que no le merecía la pena. Es un capullo. Un capullo que se comería a besos. Un capullo que en realidad ya se está comiendo a besos.
La palabra ganadora ha sido suya. México. Esto viene a demostrar que el universo tiene un sentido del humor bastante peculiar. Humor cósmico.
Han recogido el tablero y las fichas que se habían esparcido por toda la cama. Después de eso ha venido un besito para la ganadora, y después otro, y otro más y, claro, no ha podido reprimir la necesidad de explorar la boca de Corso como Dios manda. Estaba de ley hacerlo ya. Se habían comportado como dos catequistas beatos hasta día de hoy.
Le encanta esto que están haciendo. No se parece en nada a sus habituales arrebatos de pasión que les llevaban a arrancarse la ropa el uno al otro y acabar revueltos, desnudos y jadeantes. Esto es distinto, muy distinto, van sin prisa y sin meta. Los dos saben muy bien que estos besos no van a acabar en sexo, ni del salvaje, ni del lento, ni de ninguna clase.
Sexo no está en su lista de palabras al uso. No es ya solo que se sienta sin cuerpo, sin mente y sin fuerzas para eso, que no se siente, es que no tiene deseo sexual de ninguna clase. Las pastillas para el dolor la dejan con la líbido de una alcachofa.
Le encantan sus besos. Sentir su lengua acariciando la suya es cojonudo, igual que lo son las caricias de sus manos, pero no hay excitación sexual de ninguna clase. Tiene ganas de cariño, de besos, de caricias, de mimos y de poco más. Él es perfectamente consciente de so y se nota a la legua.
Corso, el amante experimentado y siempre dispuesto, no es quién está besándola. La persona que tiene sus dedos enredados en su pelo es un tío muy distinto. Alguien más parecido a un adolescente un poco torpe y casi tímido que no tiene demasiada experiencia en estas cosas, que a un tío con muchos kilómetros de carretera a sus espaldas.
Es una pasada la manera en la que la está besando, es como si a los dos se les hubiese olvidado todo lo que ha pasado entre ellos en una cama y estuviesen jugando a empezar de cero. Casi se siente como si tuviese otra vez diecisiete años y estos fuesen sus primeros besos de verdad. Diría que es algo mágico, pero ha decidido mantener a raya los pensamientos excesivamente cursis porque empieza a darse miedo.
Ella no es la única que está encantada con esta sesión de besos adolescentes. Se nota. No va a haber sexo, los dos lo tienen claro, pero los impulsos biológicos son los impulsos biológicos y son inevitables, así que esta cosa dura que nota contra su cadera derecha es algo que se veía venir de lejos. Siente como los labios contra los suyos se curvan en una amplia sonrisa. Corso se separa un par de centímetros de ella. La mira mordiéndose el labio inferior con cara de pillo.
- Ups- su sonrisa se ensancha aún más- Bueno, Leo, tu tranquila, que esto es como los pakistaníes que venden rosas en los bares, si no le hacemos caso acabará yéndose...
Si tiene que ser completamente sincera, aún con el impulso sexual de una piedra pómez, le encanta sentirle completamente excitado contra ella. Está encantada de ser capaz de ponerle así. Puede ser cruel, o puede que sea una frívola, pero le encanta que eso no haya cambiado. Aún así, por mucho que Corso sepa cómo está el tema, se siente ligeramente culpable por calentarle a tope y dejarle a dos velas.
- Lo siento, tío.
Él se adelanta y le da un besito chiquitín en los labios, después recuesta la cabeza sobre su pila de almohadas, tiene que dormir con tres por las putas costillas, y la mira directamente a los ojos con el ceño fruncido.
- No digas eso.
- Ya, pero... lo siento...
- No, ¿eh? No me cabrees, que como vuelvas a decir que lo sientes, llamo a tu madre, le digo que te están sentando de culo los últimos purés que te ha hecho, y te vas a pasar un mes entero comiendo solo de zanahoria y calabaza.
- No, por Dios... calabaza no. Qué asco...
- Pues soy muy capaz, así que ya sabes lo que te toca como oiga más tonterías de que lo sientes, ¿estamos?
- Estamos.
El dedo de Corso aterriza despacito sobre la punta de su nariz.
- ¿Tú de verdad crees que yo quiero echar un polvo contigo ahora?
Resopla y baja la mirada hacia el bulto de su entrepierna.
- Y no, no contestes mirándome la bragueta que esa va por su cuenta.
Se la escapa una risita tonta.
- Mira, yo sé que estás hecha un trapito, te noto que no tienes ganas. Yo en estas condiciones no quiero nada de nada. Te lo digo de verdad.
Se lo cree. Su entrepierna dirá una cosa, pero sus ojos dicen otra muy distinta.
- Ya tendremos tiempo de ponernos moraos y recuperar el tiempo perdido, pero ahora... ahora ni de coña. Lo que pasa es que al notas de ahí abajo, pues no le controlo del todo. El pobre se me emociona teniéndote tan cerquita, pero, mira, oye, así sale un rato, se da una vuelta, estira las piernas, le da el aire...
No puede evitar reírse oyéndole hablar de su pito como si fuese una persona.
- Ya pero, aún así...
- No, Leo, ni peros, ni peras, ni manzanas. Sí, me encanta el sexo, y me encanta el sexo contigo, eso lo sabes de sobra. Ya habrá tiempo de eso cuando tengas ganas y te encuentres bien. Me encanta hacerlo contigo pero también me encanta estar contigo sin necesidad de folleteo, joder, que a mí me basta estar así. Un jueguecito, unas risas, unos besitos... no necesito más. Lo otro...- sube un hombro- ...pues ya vendrá cuando venga. Además, que te digo dos cosas, que no me va a pasar absolutamente nada por estar un tiempo sin sexo, no me voy a morir, y lo mismo hasta me viene bien una temporadita sin nada, luego lo cojo con más ganas.
Un beso chiquitín.
- Leo, joder, aunque suene raro viniendo de mí, el sexo no es lo más importante. Desde luego no entre tú y yo. Ya te lo dije, yo no pienso solo con la polla.
- Joder, Corso, yo ya lo sé que no, pero..
- ¿Qué te he dicho de los peros? Además, coño, que uno sabe sacarse las castañas del fuego él solito si hace falta... que yo también tuve quince años, me sentí solito y sabía dónde estaban los Intervius de mi padre...
Otra risita tonta sale de su garganta. Se hace a la idea.
- ...así que tú olvídate de tonterías, preocúpate solo de darlo todo en tus sesiones de rehabilitación, de recuperarte, y de coger fuerzas, que de Corso Junior me ocupo yo, ¿vale?
- Vale, pero..
- Leooo, cuidaditoo... puré de calabazaaa...- su mano se mete por debajo de la camiseta del pijama y la acaricia despacito la tripa.
- A la calabaza ni me la nombres, que me pongo a potar.
- No, potar no, ¿eh? Que como me potes echas el super batido energético made in Corso, y en la cocina no tenemos los ingredientes secretos para te haga más.
El "tenemos" de esa frase le hace sentir algo jodidamente increíble. Ese puto verbo en plural es mejor que ocho polvos seguidos. Ese "tenemos", ese "nosotros", es algo tremendo.
Lo que le pasa con él no le había pasado nunca antes. Siempre ha odiado que el mundo en general, y los hombres en particular, se empeñasen en cuidarla y protegerla como si fuese una damisela en apuros. Nunca se ha dejado cuidar, nunca ha sabido como hacerlo.
No sabe qué le pasa con Corso, no sabe si es porque él nunca antes había intentado cuidar a nadie o porqué coño es, pero le resulta muy fácil dejarle cuidarla y mimarla. Puede que sea porque lo hace de manera distinta al resto del mundo.
No la aprieta, no la agobia, no la asfixia, no se pasa el día preguntándola cómo está, no la dice que tiene qué hacer o no hacer, tampoco las que puede o no puede, y si tiene que dejarla darse un porrazo para que espabile lo hace. Corso la cuida sin que sé dé cuenta y eso es cojonudo.
Esto de quedarse todas las noches con ella desde que volvió a casa es el mejor ejemplo. No la trata como la tratan sus padres, no se siente una enfermita cuando está a su lado, no siente que tenga una niñera o un segundo padre que cuida de ella por si la da un jamacuco por las noches, o porque piense que no puede valerse sola. Siente que tiene una pareja que está ahí con ella porque es justo ahí dónde quiere estar. Corso, para ser un tío que lleva toda la vida únicamente malcuidándose a sí mismo, esto de cuidarla se le da muy bien.
- Bueno, Corso, no sé cómo decírtelo, pero los ingredientes de misteriosos tienen poco...
- ¿Ah, sí? A ver, listilla, ¿qué lleva?
- Pues... a ver...- entrecierra los ojos y piensa-... leche de almendra, plátano, creo que higo, y me parece que miel.
Corso le mira con los ojos entrecerrados y cara de odio supino.
- Joder, tía, qué asco das, cómo te gusta dejarme por los suelos cuando esto va de cocina, ¿eh? Eres mala con avaricia.
- ¿He acertao?
Él pone cara de indignación que le dura dos segundos, justo lo que tarda en empezar a descojonarse.
- Pleno
- Sí es que soy buena, buena, buena.
- Me lo hacía mi madre cuando yo jugaba al fútbol, creo que solo jugaba por el batidito de los cojones... que mira que está bueno.. aunque, claro, ahora tú me dirás que es una ponzoña y me tendré que encerrar en el baño a llorar...
- Hombre, pues ahora que lo dices...- Corso levanta el dedo índice en señal de advertencia-... ¡¡que no!! Que está de putísima madre, es lo mejor que he probado en dos meses largos.
Corso la premia el cumplido con un besito. Se abraza aún más a ella. Al hacerlo siente que su bragueta empieza a recuperar su tamaño normal.
- Bueno está un rato, pero eso sí, debe tener mil calorías cada vasito en cuestión. Esto carga las pilas que te cagas. Te tomas uno y ya puedes jugarte una mini liga enterita sin parar.
- ¿Una mini liga? Ufff, yo me conformo con que me ayude a aguantar media hora con el fisio sin reventar.
- Bueno, eso con la manga, ya verás, el lunes te preparo otro. El tío va a flipar en colores...
Corso se incorpora y mira por encima de ella. Mira a su derecha, al despertador de la mesilla.
- Oye, que son las diez, la hora de tus rulitas, pastillera.
Resopla pero asiente. Está harta de pastillas pero las sigue necesitando, sobre todo por las noches. Las putas costillas se la revuelven de arriba a abajo en cuento intenta dormir. Han pasado ya casi tres meses pero con esa manía suya de estar respirando continuamente, pues no acaban de soldarse las muy putas. Nunca se había roto un hueso, pero recuperó el tiempo cascándose seis a la vez. Ella todo lo hace a lo grande.
Una cuantas veces, por ver si iba a mejor, ha hecho la burrada de solo fingir tomarse el dopaje nocturno y después no ha sabido ni como ponerse. Teniendo en cuenta que solo puede dormir boca arriba, eso es un problemón.
La pastillita de por la noches es calmante para dromedarios, la quita todos los dolores, y en cosa de media hora la manda derechita al País de Nunca Jamás. Se queda frita sin remedio. Últimamente tiene muchas menos pesadillas. En las dos últimas semanas solo ha tenido una, eso está muy bien. Le está perdiendo el miedo a dormir. Espera perdérselo del todo cuando esté en condiciones de empezar a ir a la psicóloga.
- Espera, que te traigo un vasito de leche para la pasti... ¿soja o almendra?
- No, no te levantes, con el agua esta tengo.
- No, si te pensarás que me voy a levantar por ti...- Corso hace una pedorreta con la boca - ... qué flipada eres, lo que pasa es que me apetece un Cola Cao calentito.
- Bueno, pues si es por eso...
- ¿Soja o almendra?
Preferiría un tazón de Cola Cao con galletas de toda la vida, pero el cacao le tiene prohibido hasta no se sabe cuándo, y la leche normal, bueno, desnatada, hasta la primera semana de abril. Está deseando que llegue esa semana. Huevos, leche de vaca, carne y pescado al horno. Suena como el paraíso en la tierra.
- Me da igual, sorpréndeme.
Él se levanta de un salto y al poco empieza a oírle trastear en la cocina. Oye ruido de vasos, la nevera abriéndose. Se mueve por su cocina como Pedro por su casa.
No tarda ni un minuto en aparecer por la puerta del dormitorio. Le ve con su pantalón de pijama de cuadros, su camiseta blanca, dos tazas en la mano, una de un mono y otra de una jirafa, y siente algo rarísimo. No sabría cómo describirlo, solo puede decir que si se pudiese tocar sería una borla de algodón recién sacada del microondas.
- Batido de soja, sabor fresa, ¿qué me dices?
- Te digo que guay. Creía que ya no quedaba.
- Había un brick escondío, oye, que olía tan bien que he pasao del Cola Cao y me he echao un poco... también he arramplao con una galletas...- le enseña un buen taco de galletas María, como medio paquete o así.
Le ofrece la taza de la jirafa y él se queda con la del mono. Con esto de la triple almohada no tiene ni que moverse para poder beber sin bautizarse. Se traga la pastilla con un traguito del batido. No está tan bueno como el batido corsario, pero no está mal. Asco de medicación. En la calle se oye un grupo de gente que pasa riéndose y cantando.
Mira a su izquierda. Le pilla en el proceso de meter una galleta en su taza de batido y metérsela entera en la boca. Suspira. Sábado noche, le deja a dos velas y luego le tiene a las diez comiendo galletas con batidos de soja. Qué lástima. Da un último trago a su batido, el estómago se le llena a la mínima de camabio, y deja la taza sobre la mesita.
- Tenías que haber salido un rato. Te lo he dicho.
- ¿Desde cuándo hago yo caso a nada de lo que se me dice?- habla con la boca llena de galleta.
Bueno, eso también es verdad, así que no insiste.
- Yo ya he salío mucho, Leo. Me he tomao copas de sobra como para poder permitirme una temporadita de tranqui- se encoge de hombros- Tú no te preocupes por eso. Ya saldremos y ya follaremos, yo no tengo prisa- se mete otra galleta en la boca.
- Pues yo tengo unas ganas de que las cosas vuelvan a la normalidad.. un sábado por la noche y, mira, cenar a las ocho, como las gallinas, un purecito de verdura...
- Bueno, mi cena no ha estao tan mal, que yo me he comido un bocata jamón con tomate que estaba de vicio....
- .. partidita amañada de Scrabble y a las diez a la cama... a dormir, claro, no te vayas a pensar otra cosa...
Corso coloca la taza en la mesa y empieza a acariciarle el nacimiento del pelo. Le encanta que haga eso, se siente completamente relajada.
- A ver... vamos a jugar a un juego. Si estuvieses completamente bien, si pudiésemos hacer cualquier cosa que te apeteciese... ¿qué sería? Proponme un plan de sábado por la noche.
- ¿Un plan?
- Sí, el que te dé la gana. Piénsatelo.
Esto no tiene que pensárselo, tiene muy claro que es lo que más le gustaría hacer desde el momento en que fue lo que le vino a la cabeza después de que un desgraciado la hiciese cuatro pierncings que ella no quería hacerse.
- Lo tengo muy claro... lo primero, me pondría unos vaqueros, ¿tú sabes las ganas que tengo de ponerme algo que no sea un pijama o ropa de deporte? Me pondría guapa.
- ¿Ah, que todavía te puedes poner más guapa?
Acaba de ganarse un beso. Uno enorme.
- Creo que hasta me pintaría el ojo y me pondría tacones. Fíjate lo que te digo.
Corso la escucha, mirándola directamente a los ojos con una sonrisa en la boca.
- Después.. ¿tú sabes el garito ese de las hamburguesas que está por Cuzco? Uno que hay que bajar escaleras....
- Vaya que sí sé, pfffff... pedazo de hamburguesas que hacen... para morirte del gusto.
- Pues iríamos ahí, yo no sé que te pedirías tú, pero yo me pediría la especial de la casa, poco hecha, ahí...casi mugiendo. Me la pediría con queso, bacon, cebolla a la plancha y salsa picante. Para beber una cerveza helada, y de postre un helado del Ben & Jerry's de chocolate con trozos de brownie.
- Me gusta tu estilo, morenita... ya lo creo.
- ¿Morenita?- le mira con los ojos entrecerrados
- Bueno, pues rubita...
Le da un golpecito suave en el bíceps.
- Bueno, LEO, y después del helado ¿qué? Nos tomaremos una copita, ¿no?
- Pues sí, una copita. Un bourbon del bueno con Coca Cola. Coca Cola de la de botellita de cristal y bien fría.
- Pffff... bourbon con Coca Cola... no tienes ni puta idea... menudo crimen...
Se acaba de ganar otro golpecito en el brazo.
- Bueno, pues, menos la coca, me ha gustado tu plan, ¿eh? Ha sonado muy bien.
- Oye, que el plan no se ha acabado...
- ¿No?
- Ni de coña, luego... - empieza a sonreír- ... luego ibas a necesitar unos cuantos vasos de tu batido mágico
Corso enarca las cejas y sonríe con cara de travieso
- ¿Ah, sí? ¿Iba a necesitar energía?
- Mucha. Te traería aquí, te metería en esta cama y nos íbamos a pasar dale que te pego hasta el lunes por la mañana.
- Joder, Leo, tienes una cita.
- ¿Te gusta el plan?
- Bueno, gustarme no es la palabra, es el segundo mejor plan de sábado noche que me hayan propuesto en la vida.
- ¿Cuál es el primero?
- ¿De verdad quieres saberlo?
- Claro
- Pues el mejor plan de sábano noche que he tenido nunca es: cenarme, a la hora de las gallinas, un bocata de jamón con tomate, echar una partidita de Scrabble, en absoluto amañado, a las diez a la cama y a las.... - mira el reloj por encima de su hombro- ... diez y diez, un besito de buenas noches a la chica más guapísima de la fiesta.
Sus labios tocan los de ella, primero suave, después con más seguridad.
- No sé a ti, Leo, pero a mi me parece un planazo. Vaya, que el sábado que viene repito seguro, segurísimo.
- ¿Puedo apuntarme?
- No sé.. tengo que pensármelo...
- Qué idiota eres.
Otro beso, y Corso apoya la cabeza en la almohada, justo al lado de la suya. Pasa un brazo por debajo de su cuello y se abraza totalmente a ella. Mete la mano bajo su camiseta y empieza a acariciar la línea de piel sonrosada en la que se ha convertido su herida. Se siente muy a gusto, muy cómoda y muy amodorrada. Se le empiezan a cerrar los ojos.
- Leo...
- ¿Hmmm?- es un ronroneo somnoliento.
- Hay algo que debería decirte...
- Dime
Fija sus ojos en los de él, los encuentra muy serios.
- Pues verás... cuando uno se duerme, pues ya se sabe... se puede soñar cualquier cosa... así que... - la seriedad desaparece y la sonrisa juguetona llega- ... lo mismo me da por hacerte de todo en sueños, así que si te despiertas esta noche y notas algo raro contra ti... las culpas a mi subconsciente, ¿vale?
Le contesta con una risita y un beso. Se acomoda contra él y se prepara para quedarse dormida. Este no será el plan de sábado noche más animado del mundo, pero ahora mismo no lo cambiaría por ningún otro.
16 Una de estas cosas primero (Sábado 29 Marzo, 19:44)
Podría haber sido marinero, podría haber sido cocinero
Podría haber sido una señal de tráfico, podría haber sido un reloj
Tan simple como una tetera, tan firme como una roca
Podría ser, aquí y ahora, sería, pero ¿cómo?
Podría haber sido una de estas cosas primero, pero soy lo que soy.
Podría haber sido tu pilar, podría haber sido tu puerta
Podría haberme quedado a tu lado, podría haberme quedado
Podría haber sido tu estatua, podría haber sido tu amigo
Podría haber sido tu amor
Podría ser completamente tuyo durante toda una vida
Podría haberlo sido. Lo sería. Lo soy. Lo seré hasta el final.
Podría haber sido una de estar cosas primero,
Pero soy lo que soy, tu latido y tu mitad.
(One of these things first)
El frío que hace en la calle es de esos que te dejan con la sensación de que el más mínimo golpe que te des podría partirte la cara y la mano en trocitos minúsculos. Está empezando a caer aguanieve. Si mañana no amanece nevado, será porque esto es Madrid y nunca nieva. Bueno, casi nunca.
El tiempo que hace no es nada extraño, están en marzo, y marzo de toda la vida, sigue siendo invierno. Lo que pasa es que después de tantos días con sol, es una putada enorme volver al frío y la lluvia.
Intenta abrir la puerta sin dejar las bolsas en el suelo pero resulta ser misión imposible. Necesita hacer muchas pesas para poder sostener en una sola mano seis litros de leche, tres de zumo, cuatro de coca cola, unos cuantos kilos de manzanas y naranjas, y un merluzón del tamaño de una sirena.
Mientras hace sus malabares piensa que seguramente el padre de Leo sería capaz de coger todo esto con el meñique, con el añadido de una bombona de butano.
Acaba claudicando y dejando un par de bolsas en el suelo del descansillo. Si sigue haciendo el tonto va a acabar cascándose un dedo o dos, y tiene mucho cariño a sus dedos. Hace girar la llave en la cerradura, abre la puerta y pasa las bolsas.
Al principio, cuando Leo le dio las llaves de su casa, cada vez que entraba usándolas tenía la sensación de ser un intruso. Esa sensación se fue borrando con cada giro de cerradura, y ahora no sabe dónde cojones puede estar.
En casa de Leo hace calor, tal vez demasiado. Es imposible estar aquí dentro con manga larga aunque sea pleno invierno. Esta comunidad de vecinos da una caña tremenda a la calefacción central. Lo que pague Leo de comunidad, bien pagado está.
- ¿Leo?
No le contesta pero oye un ruido que viene de la cocina. El de un plástico rígido al aplastarse. Cuando entra en la cocina, la ve guardando algo en uno de los armarios. Ella se gira a él como si no la acabasen de pillar haciendo algo que hubiese preferido dejar en privado. La ve tragar y después sonreír. Se fija en el vaso de zumo que hay por la mitad, justo frente a ella.
- Joder, Corso, qué sigiloso, no te he oído abrir...
Deja las bolsas en la encimera de la cocina, la coge por la nuca y la da un beso. Los labios le saben a zumo de mango. Echa la cabeza hacia atrás y la mira a los ojos. En ellos tiene la confirmación de lo que estaba haciendo cuando él ha entrado.
Sabe que si abriese el armario que ella acaba de cerrar, se encontraría con la caja del Nolotil. Empezaba a pensar que los días malos se habían acabado, pero no, aún quedaban algunos de esos escondidos en el cajón.
El tiempo empezó a cambiar hace algo más de una semana, justo el día de su treinta dos cumpleaños. Ese día empezó a llover, y todavía no ha parado. Con la lluvia y la humedad, los días que hasta ese momento habían empezado a ser casi todos buenos, empezaron primero a ser regulares y después pasaron a malos. Qué asco.
No es que Leo haya empeorado, es el puto tiempo. Estos días malos, aunque le parten en dos, no se pueden comparar a los del principio, cuando la fiebre, los vómitos y toda esa mierda estaban a la orden del día. Todo el mes de febrero se lo pasó con las pelotas haciendo compañía a las amígdalas, pero ya vuelven a estar en su sitio natural.
Leo cada día está un poquito mejor que el anterior. La rehabilitación y la gimnasia están haciendo que recupere los músculos, la flexibilidad y las fuerzas perdidas a marchas forzadas. No es ya solo el cuerpo lo que la está mejorando, también el ánimo.
Las primeras semanas, cuando no podía hacer otra cosa que ver tele y leer, las pasaba putas. Leo no sirve para estarse quieta. No sabe. Ahora va a la piscina a nadar, a sus clases de estiramientos, al fisio... no son planazos de la hostia pero bastan para que ella no se sienta como "un mueble".
Todo iba genial hasta ese puñetero veinte de marzo en el que él se hizo más viejo y al cielo le dio por ponerse mustio y llorón. Hasta ese momento solo se tomaba la medicación fuerte por las noches, por el día tiraba con paracetamol y le iba genial. El día de su cumpleaños, como postre después de comer, en vez de tarta, se tomó un Nolotil. Desde ese día la cajita salió del fondo del armario y se puso en primera fila.
El tiempo es un cabrón. Se las está haciendo pasar canutas a las costillas rotas de Leo. Solo hay que haber tenido una abuela para saber que con la humedad lo que está jodidillo, se jode aún más. Puto tiempo.
No han hablado abiertamente del tema. Si Leo no reconoció en el hospital que estaba hecha una caca, menos aún ahora. Ella es así y no va a cambiar en la vida. Por lo que él sabe, lo de empeñarse en ser dura como una roca va en su ADN, y si no se es una mazorca de maíz o un calabacín, nada se puede hacer contra la genética. Tampoco va a ser él quien intente cambiarla. Leo es cómo es con todo, con lo bueno y con lo malo. La cabezonería va incluida en el pack.
Tampoco es que Leo esté intentando esconder nada. No es el caso, simplemente hay cosas, como tomarse el Nolotil, que prefiere no hacer delante de él. Él lo respeta y lo entiende porque él haría lo mismito, intentar no preocuparla más de la cuenta. Está visto que son el roto para el descosido.
Él hace lo que puede para estar a la altura de las circunstancias, y cree que no lo hace mal del todo. Hay muchas cosas en este mundo de las que no tiene ni puta idea, pero cómo funciona Leo, no es una de ellas. Eso lo sabe muy, muy bien.
Si quisiera que le metiesen un berrido, le mandasen a la mierda y le enseñasen dónde está la puerta, solo tendría que empezar a acosarla con preguntitas cada dos minutos, ¿te duele?, ¿te duele mucho?, ¿y ahora? ¿estás ya mejor? ¿te has tomado una pastilla? . Leo necesita a alguien a su lado, no encima. Necesita que la cuiden, no que la agobien.
Un segundo beso con sabor a frutas y se pone a colocar las cosas en su sito. Sabe perfectamente dónde va la leche, dónde el zumo, dónde la fruta... ¿Cómo no lo iba a saber? En estos últimos meses ha pasado más tiempo en casa de Leo que en la suya propia, se pueden contar con los dedos de las manos las noches que ha dormido en su casa desde que le dieron el alta y hasta sobrarían dedos.
No es que se pasen el día juntitos, mirándose a los ojos con arrobo como dos cosas tontas. Tampoco es eso. Cada cual necesita su tiempo y su espacio, pero sí han creado una nueva rutina en la que prácticamente todos los días cenan, duermen, se levantan y desayunan juntos. Por el día cada cual hace lo suyo, que en el caso de Leo es rehabilitación, ir a nadar a la piscina y estudiar para las oposiciones, y en el suyo llenar el tiempo haciendo cosas que había dejado sin hacer durante años, mientras intenta aclarar la cabeza para ver qué coño quiere hacer con su vida. Aunque eso se ha acabado, ya lleva demasiado tiempo rumiando su decisión, es hora de escupirla. Sabe que ya no va a cambiar de opinión.
- ¿Había mucha gente en el super?- Leo le mira apoyada en la encimera y con el vaso entre los labios.
- Buah, con esa puta manía que tiene la gente de comer todos los días.... petao.
- No tenías que haber ido a comprar nada, ya te lo he dicho, la nevera está llena y el lunes mi madre vendrá cargadita...
- Bah, así me he echado un cigarrito y he comprado el Marca, además he comprao unas Coca Colas, que anoche me plimplé toda la que quedaba, y un poco de pescao, que de eso no había y tienes que comerlo.
Ella le sonríe un poco tristona.
- Sí, mami.
Coloca las manzanas en el frutero y se gira hacia Leo, tiene el ceño y los labios ligeramente fruncidos, pero al ver que él la está mirando, relaja la expresión. Esta mujer no tiene remedio.
Se acerca hasta ella y la abraza, o mejor dicho, la envuelve con los brazos. Ella se deja hacer. Pega completamente su cuerpo contra el suyo y frota la cabeza contra su cuello como si fuese un gatito. Hasta hace un ruidito felino. Está mimosona, mimosona.
A la pobre se le ha juntado todo. No solo le están dando por culo las costillas, sino que ayer mismito le vino su primera regla desde diciembre. Las hormonas se la han vuelto locas con todo lo que ha pasado. No las puede culpar, si a él no le ha venido una pitopausia ha sido porque Dios no ha querido.
Leo no parece muy contenta porque su regla haya vuelto. Al contrario. Eso de la regla debe ser un horror, un coñazo cuando viene, y aún peor cuando se va y no vuelve. No entiende esos anuncios de tampax y compresas llenos de chicas felices a rabiar, saltando y cantando. Leo ahora mismo no parece muy feliz.
La sostiene contra él y echa cuentas. Si se acaba de tomar la pastilla, le queda aproximadamente una hora para que haga efecto totalmente. La conoce y sabe que si le dice de meterse en la cama, se va a llevar un buen bocinazo, se va a poner de morros, y es capaz de ponerse a pasar la aspiradora para demostrar lo genial que está, así que hay que buscar otra manera de que se quede tranquilita y quieta durante un buen rato. Echa la cabeza hacia atrás y la mira a los ojos.
- Oye, ¿te hace una peli?
Leo asiente y un mechón de pelo va directo a su ojo derecho. Lo aparta. El pelo de Leo no es normal, la manera en la que le crece es digna de un capítulo de Expediente X. En estos meses se la ha puesto un melenón increíble. Se le había olvidado lo guapísima que está con el pelo largo.
- A ver...¿qué le apetece ver a la señorita?
- No, elige tú, que siempre lo hago yo- habla muy bajito, encadenando unas sílabas con otras.
- ¿Yo...?
Ella hace un ruidito con la garganta que es un sí.
- Pues prepárate...
La colección de películas de Leo es casi tan especial como ella. ¿Quién más podría tener juntas Love Actually con Posesión Infernal, Mientras Dormías con Alien, Pretty Woman con El Padrino? Era totalmente imposible no enamorarse como un perro de alguien así. Imposible.
No acaba de acostumbrarse a ver al tío este en esta peli, siempre tiene la impresión de que va a empezar a hablarle al chavalín de la señora Colombo.
Saca la mano de la pernera del pantalón del pijama de Leo justo cuando, en la pantalla, el tío rubito del bigote besa a la chica. No va a ser el mozo de cuadras el único que bese a su princesa. Eso lo saben hasta los chinos.
Quita de encima de sus piernas los pies que lleva sobeteando durante casi toda la peli, repta por la alfombra cual soldado y se acerca hasta la cabecita de la dueña de los pies.
Leo desvía la mirada de la tele hasta él y le sonríe. La coge suavecito por la barbilla y se aplica para dejar a la altura del betún el beso de la peli. A Leo no parece importarle demasiado perderse el final de su película preferida por un beso, todo lo contrario porque le coge por la nuca y le sujeta contra su boca para que no se aparte.
Cuando se separan, la peli ha acabado del todo y está saliendo el reparto, se ha perdido la última aparición de Colombo y su nieto. Leo suspira satisfecha y se estira un poquito.
La primera mitad de la peli se la han pasado en silencio, Leo ha estado tan quietecita que ha llegado a pensar que entre el Nolotil y las caricias que le estaba dando en la pierna, por debajo del pijama, se había quedado dormida. Ha vuelto a la vida justo después de la escena en la que los protas se escoñan colina abajo, y ha empezado a recitar las frases de la película al mismo tiempo que los personajes. La jodía e sabe la peli mejor que el padrenuestro. Bendito Nolotil y bendita Princesa Prometida, han obrado maravillas en ella.
Le gusta este sitio que ha encontrado, sentado sobre la alfombra, que es mullidita de cojones, con la cabeza sobre el costado de Leo, el bueno, claro. Decide quedarse ahí.
- Muchas gracias...- Leo le empieza a acariciar la barbilla con un dedo.
- ¿Por el beso? Hombre, las merezco, las merezco... no veas el esfuerzo que tengo que hacer para besarte...
Ella entorna los ojos y arruga la nariz.
- Por elegir la peli, idiota, que sé que a ti no te hace mucho chiste.
- ¿Cómo que no? ¿Te crees que te regalé el DVD solo para ti? No señorita. No. Esta peli es cojonuda.
- ¿Ah, sí?
- Hombre, tú dirás, una peli en la alguien dice, "hay pocos bustos perfectos en este mundo. Sería una lástima estropear el tuyo", para mí, es un peliculón... además que tiene razón, ¿eh? La princesita tiene un escote muy respetable- se encoge de hombros y pone cara de malo- No tiene nada que hacer al lado del tuyo, pero se deja ver.
Ella se ríe y le da un golpe suavecito en el brazo. Estira el cuello para frenar más posibles agresiones con un beso. Ya se sabe, haz el amor y no la guerra.
- Oye... cómo te sabes la frase tú...
- Bueno, es que la he visto unas cuantas veces contigo. No tengo tan mala memoria como os creéis.
- Sí... para lo que te interesa tienes tú buena memoria...
- Hombre, cómo te lo diría yo...
Leo levanta una mano y le revuelve despacito el flequillo.
- ¿Sabes? Está fue la primera peli que vi en el cine. Tenía seis años. Me acuerdo que hacía mucho frío y que mi madre me había puesto una bufanda que picaba un montón. Salí con tal flipe del cine... que casi veinte años después todavía me dura. Después de eso me pasé meses emperrada en que de mayor quería ser princesa.
Se le escapa una carcajada que hace que el ceño de Leo se frunza solito.
- ¿Una princesita? ¿Mi niña quería ser una princesita?- la coge despacito por la barbilla.
- Creo que he dejado claro que tenía seis años, ¿no? - lo dice en un tono que le derrite.
- No te excuses, mujer, que no pasa nada, hubieses estado monísima ahí, con tu caballito blanco y esos vestiditos...
- Joder, tío, de verdad que no se para qué te digo nada... - sacude la cabeza y se echa a reír.
- Porque en el fondo te encanta que luego te de caña.
- Sí, será eso...
- Mira, para que veas que soy un tío legal, te voy a dar yo a ti material para que me des cera. Yo con seis años quería ser bombero, astronauta o Spiderman.
- ¿Spiderman? No me jodas, tío.
- ¿Qué pasa? Spiderman es el superhéroe más molón.
- Si solo tira telas de araña...ya me dirás tú....Superman por lo menos vuela.
- Bueno, te perdono la blasfemia porque no tienes ni idea puta de superhéroes, que si no... además, Spiderman mola más que las princesas.
- Eso que lo dices tú.
- Eso que lo digo yo.
Se mantienen fijamente la mirada hasta que Leo rompe el duelo sacándole la lengua.
- Pero bueno, que quede claro que lo de princesa se me pasó pronto, ¿eh? Que con ocho años ya me dio con lo de ser poli.
- ¿Ya querías ser madera con ocho añitos?
Leo asiente.
- Oye, ¿cómo es que te dio por ahí? Eres la pionera de la familia.
- ¿Que por qué me dio por ahí... ? Pues, verás, nos llevaron con el cole a visitar una comisaría. Un señor que a mí me pareció el jefe de todos, pero que no debía ser más que un oficial, nos estuvo enseñando todo, explicando cosas... Me moló un montón, salí toda flipada y queriendo salvar el mundo. Con ocho años pensaba que se podía coger a todos los malos y salvar a todos los buenos...- alza las cejas y sonríe- ... cosas de niños... hasta los quince años mi padre me reía la gracia, luego ya se dio cuenta de que iba en serio... yo hice COU porque no quería ser una cateta, yo creo que ahí le despisté un poco, pero cuando llegué con la noticia de que no iba a presentarme a la selectividad, porque me presentaba a las oposiciones...no veas el drama... se lo tomó fatal...
- Hombre, me imagino que pocos padres quieren que sus hijos sean polis.
Si alguna vez él tuviese hijos, no le gustaría que se metieran en este mundo. Se ve demasiada mierda.
- Supongo. Mi madre se lo tomó algo mejor, o por lo menos no montó pollo, pero mi padre... no veas. Me armó una...- sonríe y sacude la cabeza-...bueno, es que se pone muy dramático con todo lo que tiene que ver conmigo... él y mi hermano, no lo pueden evitar, con eso de que soy "la niña"... mi padre quería que estudiase veterinaria. Siempre me han gustado los bichos, él decía que nunca me iba a faltar el trabajo, que en el mundo siempre habrá gente que quiera más a su perro que a su suegra...
- Hombre, pues razón no le falta.
- No, la verdad es que no.
- Pero en vez de entablillar patas a perritos, acabaste metiendo malos en la trena.
- Sí, cuando vieron que no había nada que hacer... pues nada, me apoyaron. Siempre me han respetado la decisión, los dos, pero yo creo que nunca se han hecho del todo a la idea de lo que hago de verdad... hasta ahora, claro, que los pobres míos no han tenido más cojones... - esboza una sonrisa de medio lado.
Él suspira, pasa un brazo por encima de sus caderas, y recuesta la cabeza sobre la barriguita de Leo. Se queda un rato callado sintiendo los movimientos lentos de su respiración, le encanta hacer eso.
La conversación ha llegado sola a donde tenía que llegar, es hora de comunicar decisiones. Leo debe verle en la cara que viene algo serio porque le mira con ojos de curiosidad.
- ¿Sabes una cosa?.. Cuando se me pasó la fase Spiderman, yo quería ser como mi padre
- ¿Sí? No lo sabía.
- Pues sí, cuando era un chavalín mi padre era mi héroe. Quería ser como él, hacer lo que él hacía, ser poli, pero luego... luego dejé de ser un niño, me convertí en un adolescente insoportable, decidí que quería ser todo lo contrario a él... Tenías que haberme visto, hacía todo lo posible para encabronarle.
- Bueno, todos pasamos por una fase rebelde... yo también tuve una.
- Sí, pero.. ¿a qué tú no te meabas en la fachada del Congreso para cabrear a tu padre?
Siente una risita retumbando bajo su cabeza.
- Pues no, a lo más que llegué fue a fumarme alguna clase, a hacer fiestas en casa sin permiso cuando mis padres no estaban. Anda que tú también, mearte en el Congreso... ya te vale...
- Ya ves... por esa dormí en el calabozo... en ese momento me encabroné de mala manera, pero merecido me estuvo. Menuda pieza fui yo.. Yo tenía claro lo que no iba a ser, policía, pero luego mi madre murió de repente... y a las dos semanas me estaba inscribiendo para las oposiciones.... Ya te he dicho que me gustaba desafiar a mi padre y ponerle las cosas difíciles... yo estaba convencido de que era un asesino y un corrupto de mierda.... no se me ocurrió mejor manera de joderle que siendo mejor poli que él...
No le gusta demasiado recordar esa parte de él. No le gusta nada ese tío que fue.
- Una vez dentro, por mucho que me hubiese metido por joder a mi padre, me di cuenta de que me gustaba ser policía. Eso de coger a un hijo de puta y ponerlo fuera de circulación es.. es muy grande.
- Te hace sentir bien, ¿verdad?
- Sí, muy bien. Mucho. Eso de ser poli me molaba mucho, pero había otras cosas que no. Ya sabes que a mí siempre me han llevao los demonios con los polis corruptos, para mí es algo muy personal. Me da mucho asco. Muchísimo. Creo que empecé a dudar de seguir en la poli el día que mi padre me habló de Gironella, el mismo día que el ruso puso la bomba en el coche y mató a Camacho. A mí eso de matar a alguien que se supone que ha sido un colega solo por guardarte el culo y seguir cobrando bajo cuerda.... se me revolvieron las tripas. Luego con todo lo que ha pasado, con el mamoneo de Internos e Interior... con lo que te ha pasado a ti...
Besa la tripa de Leo, y se abraza a sus caderas todo lo fuerte que puede. Se queda un rato así, todavía se le remueve todo lo removible cada vez que
piensa en cómo podría haber acabado esto. Con un suspiro levanta la cabeza de su estómago y se incorpora hasta que sus cabezas quedan a la misma altura y muy cerca la una de la otra.
- El hijo de puta que casi te mata era policía... Un policía. Te hizo esto un policía. Un hijo de puta que abusaba de su posición para hacer daño y llenarse los bolsillos, igual que todos esos cabrones que se escondían detrás de él. Todos habían jurao sobre la Constitución proteger a la gente, y lo que han estado haciendo es ayudar a un narcotraficante a llenar este país de coca, armas, putas y mierda. Asesinaban y se lo cargaban a otros. Todos eran policías o ex policías. Yo no puedo estar en una Policía así, Leo. No puedo. No. Es superior a mí.
Leo le acaricia el pelo sin decir absolutamente nada. Sus ojos están tranquilos y serenos.
- Desde que tú saliste del hospital he estado pensando qué quiero hacer con mi vida. Mira yo... yo hice formación profesional después del instituto. Un módulo de dos años de mecánica, lo acabé. Tengo el título.
- Tampoco sabía eso.
- No, no suelo ir contándole a nadie mis "méritos académicos"- entrecomilla las palabras con los dedos- Verás, al lado de casa de mi padre se traspasa un taller, es por jubilación. Conozco al dueño desde hace mucho tiempo, siempre he llevado el coche allí, hasta hice las prácticas en ese taller. ¿Te acuerdas que cuando te pasaron a planta, yo fui a verte por la tarde y fui el último?
Ella asiente despacio.
- Pues fue porque había estado viendo el taller y hablando con el dueño, Ramón. Me hace un buen precio, uno muy bueno. Yo tengo unos ahorros, no llegan para lo que me pide, pero ahí están, a mi padre le han dado un buen pico de indemnización, sé que si se lo pido él me avalaría en el banco para un crédito. El taller está en funcionamiento y va bien. Uno de los mecánicos se quedaría y conozco un par de tíos con experiencia que creo que se vendrían conmigo si se lo pidiese....He hablado con el banco hace unos días, me han dicho que no tengo problemas con el crédito, que si quiero el taller es mío.
Ella no dice absolutamente nada, sigue acariciándole silenciosamente el pelo. En sus ojos no hay nada que se parezca a enfado, decepción o reproche, solo motitas de luz sobre un fondo color miel. La ve y se siente aún más convencido de que la decisión que ha tomado es la única que podía tomar. La correcta. El simple hecho de tenerla al lado le hace ver las cosas claras.
- Decidí que quería coger el taller cuando tú todavía estabas en el hospital, cuando a ti te pasó lo de la infección del riñón. Requena me pasó el sumario del caso y me lo leí entero. Antes de acabármelo ya había tomado la decisión de dar puerta a la poli- traga saliva- Leo, yo no quiero estar en un Cuerpo lleno de mentirosos, manipuladores, ladrones, chantajistas y asesinos. No quiero. No dije nada a nadie porque quería darme tiempo para estar seguro al cien por cien, pero la decisión estaba tomada. Y digo estaba porque luego, en estas semanas, ha cambiado todo para mí.
Leo sigue completamente quieta y callada. Se limita a acariciarle el pelo y mirarle a los ojos.
- No sé, he empezado a pensar de otra manera, creo que he entendido las cosas cómo son de verdad. Ahora tengo las cosas muy claras, sé qué quiero y qué no quiero. ¿Sabes? Cada vez que iba a la unidad a ver a estos, o a llevar alguno de los papeles que Requena te manda... me daba una cosa muy rara. Me daba cuenta de que echaba mucho de menos todo eso. Joder, que veía la pizarrita llena de fotos y nombres, veía a estos discutir sobre sospechosos y motivos y se me ponían los dientes largos... Joder, tía, que...
Chasquea la lengua.
- ...que me pongo a pensar en todo lo que se han jugado Mario, Roci y Molina por sacarme del lío en el que estaba metido y... joder, Leo, que se jugaron el puesto por mí, por hacer lo correcto y meter a esos hijos de puta en la cárcel. Y no solo ellos, coño, un huevo de compañeros que no conocemos de nada se han tomao esto que nos ha pasado como algo personal y se han dejado la piel y se han hartado a hacer horas extras que no van a cobrar para encerrar a todos esos hijos de puta. Se la han jugao todos hurgando en un Ministerio antes de tener pruebas contra nadie, podrían haber acabao en la calle con una mano detrás y otra delante por hacer lo correcto. Y tú...
La coge la barbilla con la mano.
- ...joder, Leo, que tú te lo han jugao todo por ayudarme a coger a estos cabrones, coño, todo, que te has jugado la vida por ayudarme, que casi te...- resopla- ... casi te matan y eso no te ha echao para atrás, joder, que te he visto estos meses hasta las cejas de calmantes y con fiebre dejándote los cuernos para recuperarte y volver cuanto antes a un curro que casi te cuesta la vida... tú.. eres poli, y Molina es poli, y Mario es poli, y Roci es poli.... no sois cómo esos hijos de puta que tanto asco me dan. Lo dais todo por hacer las cosas bien, joder. Yo no quiero estar en la Policía de Gironella o Vázquez, pero... joder, yo quiero estar en la vuestra, en la de esos que trabajan de más solo por hacer lo que está bien, en la de Rocío, en la de Mario, en la de Molina.. En la tuya. En esa sí. En la que nos dejamos los cojones para pillar a los malos a cambio de cuatro duros y de poder pasar gratis en el metro. Ahí quiero estar. Ahí.
Se detiene un momento para coger aire, menuda parrafada está echándose y qué blandito se nota en este momento.
- Yo no me metí en la poli por dar en las narices a nadie, yo.. yo siempre he querido serlo pero soy tan capullo y tan rematadamente gilipolllas que me empeñé en querer ser lo opuesto a mi padre, y se me olvidó que quería serlo... se me olvidó y no me he dado cuenta hasta que no me han puesto contra las cuerdas- le sale un suspiro que parece venir de lo más hondo de sus tripas- Yo no me imagino mi vida alineando pares de motor, o cambiando aceite, o reparando abolladuras... no. Joder, Leo, yo no soy mecánico, soy policía. Tenías razón, yo no puedo hacer otra cosa. Yo soy policía.
Leo sonríe y le da un beso en la mejilla.
- Claro que eres policía, y de los mejores que conozco. No hay muchos como tú. Los habrá más inteligentes, o con más mano izquierda, o más hábiles manejando a sus jefes, o más tácticos, o más... no sé, más algo, pero no que se impliquen como te implicas tú. Corso, cuando tú te metes en algo, en lo que sea, te metes hasta el fondo, si no, ni lo intentas. Por eso te cuesta tanto aceptar responsabilidades. Por eso no querías ser jefe, porque cuando aceptas una responsabilidad, la aceptas de verdad, no de boquilla como hacen muchos. Eso es lo que le hace falta al mundo, no superpolis, solo polis que le echen huevos a la vida y que lo den todo sin reservas.
Leo acaba la frase frotando su naricita con la suya y sonriendo contra sus labios. Un beso, dos besos, tres besos. Recuesta la cabeza sobre el pecho de Leo con cuidado de no hacerla daño. Suspira. Realmente debe haber hecho algo muy bueno en una vida pasada para haberse encontrado con Leo en esta.
- Es que.. joder, Leo, ¿dónde cojones voy yo con un taller? ¿Dónde?
- Bueno, con un taller mecánico podrías ir a comprar calendarios de tías en top less, ¿ves? Siempre acabamos volviendo a los escotes...
Siente su risa bajo su cabeza y sus dedos entre su pelo. Está en la gloria.
- Leo, no has movido una ceja en todo el discursito que me he echao, tú ya sabías que yo no me iba a ninguna parte, ¿verdad?
Levanta la cabeza para mirarla, se encuentra con una inmensa sonrisa.
- Mira, tampoco hay muchos polis tan intuitivos como tú.
- Joder, Leo, al final va a ser verdad que me lees la mente.
- No, leer la mente no, pero yo tengo muy claro quién eres y qué eres. A mi no me la das, ni aunque me des mil rodeos hablando. Yo sé de que vas.
- Me tienes calao.
Leo asiente con una sonrisita.
- Te tengo calao.
No le importa que le tenga calao, le encanta que sea así.
- El lunes iré a hablar con Requena... seguro que a Molina se le van a subir a hacer compañía a su corbata marrón cuando me vea aparecer...
- Pobre Molina....
- El despacho es suyo, no lo quiero, ahora no, y menos así. Molina y su señora se merecen que sea el jefe, se lo ha ganado. Ya se verá qué pasa con el tiempo, pero ahora el jefe es él.
- Vaya... ¿entonces ya no voy a estar con el jefe... ? qué putada, con el morbo que me daba eso...
- ¿He perdido puntos?
- Un porrón, te has quedado en negativos.
- Bueno, qué se le va a hacer... tendré que volver a hacer méritos...
Se quedan un ratito en silencio. Fija la mirada en el salvapantallas del DVD mientras se dedica a juguetear con el pelo de Leo. Piensa en todo el camino que ha tenido que andar para llegar a dónde quería.
- Voy a tener que hablar con un loquero del Cuerpo para que diga que estoy bien, que no me he quedado tarumba después de esto, y de el visto bueno para que me devuelvan a mi puesto.
Leo le mira a los ojos.
- Bueno, no te preocupes, hay cosas peores. Los loqueros no están tan mal.
Ella sabe mejor que nadie lo bien o lo mal que están los loqueros. Hace dos viernes Leo tuvo su primera sesión con la psicóloga. No sabe qué ocurrió en esa sesión, solo sabe que cuando fue a buscarla a la consulta que la psicóloga tiene en Goya, Leo estaba perfectamente normal pero que después, lo que se hablase o no se hablase, la revolvió completamente y que esa noche no durmieron solos, las pesadillas de Leo estuvieron con ellos en la cama. Este viernes no ha habido sesión, era festivo, pero se imagina que el próximo volverá a ocurrir.
Sabe que esto va a llevar tiempo, dolor y lágrimas, que la psicología no es magia y que todo lo que Leo tiene dentro no se va a ir en cuatro sesiones de una hora de charleta. Ojala hubiese un conjuro milagroso para que sus monstruos la abandonasen sin más, ojala se les pudiese sobornar para que se diesen la vuelta y se olvidasen de ella. Ojala.
También sabe que llegará el momento en que Leo pueda mirar a la cara a esos monstruos y fantasmas que duermen bajo su cama, y le hable a él de ellos. Le encantaría que ese momento fuese ya mismo, pero no la va a forzar a nada, eso jamás. Primero tiene que curarse ella, después, si quiere, compartirlo con él. Cuando el momento llegue, él estará ahí para escucharla.
- Oye, ¿Tú crees que si hablo con tu psicóloga nos hará un descuento por grupo?
Leo sacude la cabeza con una sonrisa
- Mira que lo dudo, no creo que el alquiler lo pague precisamente barato, pero... tú prueba... nunca se sabe.
Recorre con el pulgar la línea de sus clavículas. Al final de la derecha, hay una diminuta marquita sonrosada en el lugar donde tuvo el catéter.
- ¿Si te digo que me da un poco de yuyu ir a ver a ese señor, vas a pensar que soy tonto?
- ¿Si te digo que a mi me da un poco de yuyu cada vez que pienso que tengo que volver a ver a Eva, vas a pensar que soy tonta?
- No.
- Pues yo tampoco pienso que tú seas tonto.
Desnudarte delante de un extraño nunca es fácil.
- Me van a preguntar cosas chungas. Yo nunca he ido a uno de estos, pero los he visto en la tele, sé que me van a preguntar cómo me siento con lo que Vázquez hizo, con lo que me hizo Esparza, con lo que te hizo a ti... todavía me cuesta mucho pensar o hablar del tema. Lo noto demasiado cerca. A veces tengo la sensación de que fue ayer mismo cuando estuvimos en esa puta casa.
Leo asiente despacio.
- Ya, ya lo sé, a mí me pasa igual, hay días en los que siento que nunca ha pasado y otros en los que siento que acaba de pasar... a veces me despierto muy descolocada y me creo que todavía estoy en el hospital o... qué se yo... todo es tiempo, Pablo, solo es cuestión de tiempo.
Le gusta que le llame por su nombre, Pablo, muy poca gente le llama así, muy poca. Ella cada vez mezcla más Corsos y Pablos, le gusta eso.
- No sé cómo me las voy a apañar hablándole a un desconocido de todo esto... si ya me cuesta hacerlo con conocidos...
- Ya. Intimida eso de contar a alguien que no conoces las cosas que no le dices a nadie... te sientes raro.. muy expuesto, pero no te fuerzan a nada, no te obligan a hablar de lo que tú no quieras, por lo menos a mí no, pero claro, como a la mía la pago por sesión... pues mucha prisa no debe tener....
Le da un besito en la punta de la nariz. Mira el reloj de la cadena de música, son casi las diez. Es hora de meterse en cenas.
- Deberíamos ponernos a pensar en cenar algo.
- Pues sí, tengo hambre. Mi madre trajo ayer por la mañana sopa de verdura, yo me apaño con eso...
- Eso y algo más, ¿eh? Tienes que comer o un día se te va a llevar el aire... te voy a sacar un trocito del pescao que he comprao y te lo comes hervido.
- Sí, papi...Menudo festín de fiesta... pero vale... Tú pídete una pizza o chino o algo así.
- No, mujer, no hay que hacer gastos yo me acabo con lo que queda de esos canelones que trajo tu madre, ya que la mujer se molestó... además, si no me los como ya se van a poner malos.
La madre de Leo tiene detallazos con él. A la que le trae comida a su niña, de vez en cuando, le lleva cositas al okupa que su hija tiene en casa.
Es una gilipolléz como la copa de un pino, pero que esa mujer coja parte de la comida que hace para ella y su marido, la meta en un tupper y se la dé a él, le hace sentirse de una manera extraña, completamente implicado en algo. En la vida de Leo.
- Sí, claro, te apañas... pobrecito él que va a hacer un sacrificio, seguro que si fuesen acelgas rehogadas también lo hacías, ¿a qué sí?
Se le escapa una risotada.
- Vale, cazao, no me las daré de mártir, los canelones de tu madre están brutales, las cosas como son.
- Te conoceré...
- Bueno, marisabidilla, ¿qué me dices de darte una ducha calentita mientras yo me echo un cigarro, te caliento la sopita, te preparo el pez y vacío un paquete de queso rayado encima de los canelones? Te prometo no liarte ninguna con el gas ni hacer explotar tu microondas.
Leo le mira con los ojos entornados y sonrisa de medio lado. Debe estar pensando en el día que se le ocurrió meter en el micro un cacharro que no estaba pensado para esas cosas. Pobre tupper, dicen que dejó viuda y dos hijitos.
- Trato hecho, pero como me líes alguna... prepárate.
- Pues, hala, al agua patos, que he traído una baraja de poker y fichas, y luego nos vamos a echar una partidita
- ¿Noche de poker?
- Claro, ya se sabe. Sábado, sabadete, camisa limpia y cartas sobre el tapete.
- Me da que eso no es así.
- Eso que lo dices tú, en mi pueblo, de toda la vida de Dios, se dice así.
Leo le mira con una sonrisa.
- Yo diría que es polvete, pero bueno, tú sabrás lo que dices...
- Tú, que siempre piensas en lo mismo...
- Sí....sobre todo eso...
La pobre Leo no tiene cabeza ni, mucho menos aún, cuerpo para sexo de ningún tipo. Entre las pesadillas, que, por mucha que ella diga que no, deben dolerle hasta las pestañas, el sueño que le dan los calmantes y que la rehabilitación la deje completamente agotada, Leo es poco más que un trapito. Tiene ganas de cariñitos y mimos, pero de sexo ni hablar. Es lógico, ¿cómo va a tener ganas? Él tampoco tendría.
Echa de menos el sexo, claro que sí, más aún el sexo con ella, pero no le importa estar una temporada a pan y agua. Sabe apañárselas solo y un poco de abstinencia no le va a matar. Además esto de compartir todo menos fluidos íntimos, le está descubriendo un montón de cosas que no sabía ni que existieran. Además, coño, que cuando por fin pase, eso va a ser brutal. Solo por eso merece la pena esperar.
Sabe perfectamente que hay momentos en los que ella se siente mal por no tener ganas. En realidad más de una vez ha intentado venderle la moto de que sí las tiene, pero no cuela. La conoce demasiado bien. La muy boba debe pensar que tiene la obligación de darle sexo. El sexo no es una obligación, es un placer. Un placer de dos y si no jugamos todos, pues se rompe la baraja, así de sencillo.
- Entonces, ¿qué? ¿Dejamos las discusiones sobre el refranero popular español y nos ponemos en marcha para la noche de poker?
- Vale
- Pues....prepárate, que te voy a dar una paliza al poker que no vas a saber ni de dónde te ha venido.
Leo echa la cabeza hacia atrás y lanza una carcajada de desafío.
- ¿Tú y cuántos más? Tío, no tienes nada que hacer contra mí...
- ¿Tú de qué vas? Para que te enteres, yo fui campeón tres veces seguidas en los torneos de poker de la cafetería de la academia de Ávila...
- Pues, hijo, jugarías contra las tostadas y los bocadillos porque.... madre mía...
- Si me ganas es porque me dejo, porque soy muy bueno y quiero que le vayas cogiendo confianza al juego para desplumarte cuando juguemos con pasta.
- Sí, sí...
- Leo, todo el mundo sabe que las chicas no sabéis jugar al poker, lo vuestro es más el ganchillo, coser bajos, hacer tartitas....tú, pues, sintiéndolo mucho, no eres una excepción a la regla... - le encanta picarla.
Leo le mira con el ceño fruncido y cara de mala leche, pero no aguanta la pose ni dos segundos, y empieza a descojonarse. Tiene que hacerla callar de la única manera posible, llenándola los labios con un beso.
Sabe que dentro de un rato, seguramente en medio de la partida de cartas, a Leo volverá a dolerle y tendrá que tomarse otro analgésico. Eso lo sabe. También sabe que todavía les quedan por delante días con dolores, noches con pesadillas, y que, como la vida es como es, por un motivo u otro, siempre habrá días malos en el horizonte.
Sabe todo eso pero no importa, porque los analgésicos y las consultas de psicólogos no van a durar siempre, y, respecto a esos días malos por sepa Dios qué, pues sí, vendrán, pero hasta los días malos tienen algo que hace que merezcan la pena, una peli, una partida de cartas o, simplemente, una sonrisa como la que tiene delante.
17 Tal vez estoy asombrado (Sábado 17 de Mayo, 17:57)
Tal vez estoy asombrado de cómo me quieres todo el tiempo
Tal vez estoy asombrado de cómo te quiero yo.
Tal vez estoy asombrado de cómo me sacaste cuando casi no quedaba tiempo
Tal vez estoy asombrado de cuánto te necesito realmente
Tal vez soy un hombre y tal vez fui un hombre solitario
Que estaba en medio de algo que no podía entender
Tal vez soy un hombre y tú eres la única mujer que podría ayudarme
Cariño, me ayudaste a comprender
Tal vez estoy asombrado de cómo estás conmigo todo el tiempo
Tal vez estoy asombrado de cómo intenté dejarte
Tal vez estoy asombrado de cómo me ayudas a cantar mi canción
Me arreglas cuando estoy mal
Me abres los ojos y me enseñas la verdad
Tal vez estoy asombrado de cuánto te necesito realmente.
Tal vez yo soy un hombre y tú eres la única mujer que podría ayudarme
Tal vez yo soy un hombre y tú eres la única mujer a la que podría amar.
(Maybe I'm amazed
)
Las olas les mojan los tobillos y los pies. Hay algunas que vienen con más fuerza que las demás y esas les llegan hasta más arriba de las rodillas. Es una sensación jodidamente agradable. No recuerda si alguna vez se había sentido así de bien, tal vez siendo un crío. No está seguro.
Tampoco recuerda haber estado en un sitio así. Esto no se parece a nada que haya visto antes. No sabría cómo describir esta playa ni con un diccionario delante.
Esta playa es la hostia. No hay ni un alma a la vista, hace mucho tiempo que han dejado de ver turistas. Ahora solo están ellos dos y unas cuantas gaviotas tontorronas que se asustan de su propia sombra.
En honor a la verdad tiene que decir que durante un buen rato ha tenido serias dudas, muy serias, sobre adónde le había traído Leo. Por un momento este sitio desconocido le ha parecido de todo menos maravilloso.
Su mente empezó a parir las dichosas dudas cuando, nada más tomar el desvío que decía Parque Natural de Calblanque, la carretera ha desaparecido y se ha convertido en una especie de camino de cabras sin asfaltar, bordeado de absolutamente nada por los dos lados, y con unas montañas bien feas delante.
Se ha abstenido de abrir la boca porque Leo, más que contenta, parecía a puntito de entrar en éxtasis, como Santa Teresa de un momento ha otro. La cosa no ha mejorado cuando ha aparcado dónde ella le ha dicho, un descampao de tierra lleno de chumberas y cáctus.
Menos mal que ha seguido con el piquito cerrado cuando Leo le ha cogido de la mano y le ha llevado por un camino tan estrecho que ya no era ni de cabras, como mucho de conejos. Conejos sin mucho criterio. Esto ya no estaba seco, estaba lleno de plantitas. Plantitas más muertas que viva.
La primera pista de que Leo sabía lo que se hacía, y que no le ha traído al desierto a morirse de asco ha sido ese olor a mar que le ha llegado justo cuando entraban en una zona llena de dunas. Menos mal que no ha dicho ninguna inconveniencia en ese rato. Menos mal. Hubiese quedado como el puto culo.
De repente han empezado a aparecer trocitos de verde desperdigados por la tierra, cada vez más. Luego palmeras bajas y gordinflonas. Después el camino ha desaparecido, la tierra se ha convertido en roca, y cuando ha querido darse cuenta, se ha encontrado encima de un acantilado negro salpicado de plantitas verdes, pinos y flores amarillas. Estaba cara a cara con el puto Mediterráneo. La cara de gilipollas que debe habérsele quedado, seguro que era de foto.
Se ha quedao embobao viendo la enorme franja de arena dorada que se extendía hasta donde la vista le llegaba. Una playa larga y salpicada de gente a su izquierda, pero según iba extendiéndose a su derecha, se transformaba en decenas de calas chiquititas y desiertas. Lo más increíble es el color del mar. Verde turquesa cerca de la orilla y azul cobalto en lo más profundo. Increíble. Precioso.
Ni un solo edificio a la vista, solo roca negra, arena dorada, verde y mar. Casi ha tenido que frotarse los ojos para asegurarse de que era real. Parece imposible que todavía existan sitios así en los que los constructores cabrones no hayan metido la zarpa.
Lo único que no le ha hecho demasiada gracia del sitio es cómo se baja a la playa, por un terraplén bastante empinado y pelao como el culo de una rana. Ha tenido un momento de tensión en el descenso.
Las ha pasado realmente putas viendo bajar a Leo por ahí. Putas pero de verdad. Ella está bien, muy bien, increíblemente bien, en realidad, pero aún no está en condiciones de andar trepando y destrepando como una cabra montesa. Cuando le ha sugerido buscar otra manera de bajar ella le ha sacado la lengua con cara de aburrimiento y se ha puesto manos a la obra sin darle tiempo a reaccionar.
Ha sufrido como una madre viéndola bajar. Le ha faltado el canto de un duro para cogerla en brazos, solo se ha contenido porque sabe a ciencia cierta que eso le hubiese valido una colleja, o algo más contundente, y un berrido de campeonato. Al final las tensiones del descenso han sido por nada y han llegado a la playa sin ningún incidente serio. Bueno, ha habido un traspiés. Uno suyo por ir más pendiente de la integridad física de Leo que del camino.
El terraplén les ha llevado directamente a la zona de las calas, en las primeras había gente tomando el sol pero nadie en el agua, hace bueno pero no como para bañarse. Desde hace rato no hay un alma humana aparte de ellos dos. Se imagina que esto en pleno julio y agosto tiene que ser un hervidero de peña. Han venido en el momento perfecto.
Lo de venir ha surgido de la noche a la mañana. Casi literalmente, además. El jueves a medio día se escapó un momento de la Unidad y se fue a comer con Leo. Hablaban de todo un poco, él comentó que, ahora que venía el buen tiempo, les iría de puta madre a los dos salir unos días de Madrid y olvidarse de todo. Leo asintió, se quedó pensativa, y al ratito dijo que había un sito al que le encantaría ir.
No lo dijo en el tono que usa cuando mira su sanísimo pescadito o filetito a la plancha y dice que mataría por poder poner al lado un kilo de patatas fritas y un huevo. Lo dijo con un tono completamente distinto, y con un brillo en los ojos que dejaba bien claro que no lo de ir a ese sitio no era un capricho, que era algo importante o especial para ella. No había mucho que pensar.
Es abril, hace un tiempo cojonudo, en la Unidad el caso gordo se había acabado y pueden apañarse un fin de semana sin él, Leo está lo suficientemente bien como para poder meterla unas cuantas horas en un coche si se hacen un par de paradas, y, coño, que después de tanta mierda, Leo, como mínimo, se merece este capricho. Los dos se lo merecen, joder. Ya vale de penurias, es hora de sol y playa.
La mañana del viernes, ayer, entre interrogatorio e interrogatorio, se dedicó a intentar comprender cómo coño se hace una puta reserva de hotel a través de una puñetera página de Internet llamada muchoviajespuntosuputamadrecom. Las nuevas tecnologías no son lo suyo, desde luego que no.
En su vida había comprado nada por Internet, y si no llega a ser porque Rocío se apiadó de él y le echó un cable, hubiese acabado reservando un precioso hotel de cinco estrellas, con todas las chuminadas imaginables, y tremendamente barato, en Cartagena. Chile. No era plan.
Acabó reservando uno que no era de cinco estrellas pero que pintaba bien. Uno de esos hoteles rurales chiquititos que se han puesto de moda y que, según Rocío, a todas las chicas les gustan. Se fía del buen criterio de Roci.
No tiene ni la mitad de cosas chulas que el otro, nada de jacuzzi en la habitación, pero es bonito. Mucho. También está en la Cartagena que les interesaban. Leo ha flipado cuando lo ha visto hace un rato, ha quedado como un señor, le debe a Rocío una cañita y unos calamares por el chivatazo.
El sitio es genial, está en medio de una especie montañita llena de pinares, no hay más sitios en kilómetros, y desde su habitación se ven los acantilados y el mar.
A Leo no le dijo nada de la excursión hasta esta misma mañana. No han pasado la noche juntos por el puto caso, pero habían quedado para desayunar y cuando le ha dicho que metiese algo de ropa en una bolsa porque se iban, todas sus penurias con el Explorer y las coñitas generadas en la unidad por ser un paleto en esto de Internet han merecido la pena. Esa carita de alucine hace que todo valga la pena.
Bueno, la carita y lo que no es la carita porque, joder, desde que han salido de Madrid, a Leo no se le ha caído la sonrisa ni un solo segundo.
Han parado para comer en un pueblecito de la Mancha, de cuyo nombre, simplemente no puede acordarse, y después de eso, en vista de que la carretera iba muy tranquilita y era completamente recta, lo que implica cero movimientos raros con los brazos, la ha dejado llevar unos cuántos kilómetros el coche.
A Leo le gusta conducir y se nota. Parecía una niña con un juguete nuevo. Se han traído el 207 de Leo para que vea mundo, el pobre lleva muchos meses sin moverse para nada y necesitaba un poco de acción. Le gusta este coche, es chiquitín pero tira de putísima madre.
El viaje ha sido genial, lleno de risas y chorradas. Hasta han venido cantando canciones de la radio. Según Leo, él canta de puta madre, dice que si hubiese decidido dejar la Policía, en vez de mecánico tenía que haberse montado un grupo. Le agradece el cumplido, pero mira que duda que nadie fuese a pagar ni un euro por oírle cantar a él.
Todo con todo, cumplido artístico incluido, el día está siendo una pasada. Desde hace muchas horas sabe que se va a acordar de este día con pelos y señales hasta el día en que se muera. Solo por poder tener días como este merece la pena vivir, aunque a veces duela mucho.
El paseo playero está resultando ser la guinda de la tarta. Jugar a las parejitas con Leo mola, lo sabe porque lo hizo una vez, curiosamente, también en una playa, pero cuando no se juega a las parejitas, cuando no es paripé, cuando es de verdad, eso ya no mola, es, simplemente, una puta pasada.
Andar agarradito a su cintura, notar su pelo contra el cuello, oír sus carcajadas cuando se pone en plan travieso y se agacha para coger agua y empaparle, dar y recibir besos sin venir a cuento. Esto se come con patatas a cualquier otra cosa. No sabe si esto de estar enamorado le está volviendo un moñas, pero se la pica un rato largo. Le encanta sentir las cosas que siente.
Hace un ratito que Leo se ha aburrido de andar agarradita a él, le ha cargado con las sandalias y, desde entonces, se dedica a recoger conchitas de la orilla como si fuese una cría. No sabe qué pensará hacer con ellas, pero de momento se las da a él. No han traído bolsa, ni bolso, ni nada que se le parezca, así que las va metiendo en la gorra a la espera de más órdenes.
Hace solete y un airecito suave y templado. Se está de puta madre. El cielo está lleno de nubes largas que parecen trozos de algodón deshilachado, no tienen pinta de ser de lluvia, pero no va a poner la mano en el fuego, predecir el tiempo no es lo suyo, más bien todo lo contrario.
Llegan a un calita chulísima encerrada entre los brazos de un acantilado de piedra negra. Si quieren seguir andando, tendrían que meterse en el agua bien metidos, o pasar demasiado cerca de las rocas, y no va a consentir la combinación de rocas, agua, aire y Leo. No, por ahí no pasa ni muerto.
Se prepara mentalmente para una buena pelotera al respecto, pero la pelotera no llega. Leo mira a su alrededor sonriente, suspira, y murmura entre dientes "aquí".
Se gira a mirarla, suelta una carcajada suavecita, se acerca a él, le planta un beso, le coge la mano y tira suavemente de él hacia dónde la arena está seca. Leo escoge un sitito de arena limpia y se sienta cuidadosamente sobre ella. Da dos golpecitos sobre la arena con la vista fija en él. Obedece. Deja los dos pares de sandalias y la gorra en la arena, y se sienta junto a ella.
Leo mira al frente con una gran sonrisa y él la mira a ella. Piensa que a ella deben dolerle las comisuras de los labios de tonta sonreír.
Hace semanas que no hay días malos, y que los regulares cada vez son más escasos. Llevan una racha cojonuda de días buenos, pero el día de hoy no es bueno. Es simplemente superior. Ella se gira hacia él sin que la sonrisa se le caiga de la boca, se quita las gafas y lanza una risita.
- ¿A que es bonito?
Antes de contestar mira el paisaje que le rodea. El mar, los cachitos de verde asomándose entre las rocas negras, la arena color amarillo oro.
- Bueno, Leo, creo que "bonito" no le hace justicia.
Ella parece encantada con la respuesta.
- Sabía que te iba a gustar.
Pasa un brazo por los hombros de ella.
- Habías estado aquí antes, ¿no?
- Estuve en el parque hace años, pero nos quedamos en la playa principal...- señala con la cabeza a su derecha, hacia la zona donde la gente estaba- ... no llegamos a venir a las calas, que era a dónde yo quería venir desde el principio.... me quedé con las ganas.
No va a preguntar quienes eran ese nosotros, no necesita saberlo todo de ella.
- Es un sito cojonudo, ¿ no habías vuelto hasta hoy?
Leo frunce las cejas y ladea la boca como si la respuesta fuese complicada. Una sonrisita aparece en sus labios.
- ¿Sabes...?- sacude la cabeza y no dice más.
La conoce lo suficientemente bien como para sabe que va a compartir algo privado con él.
- ¿Vas a hacerme otra confesión vergonzante cómo la del Tamagochi o lo de ser princesita?
Ella se muerde el labio inferior y sacude la cabeza. Se queda callada un momento, en sus ojos ve que está muy lejos de esta playa y de esta tarde. Algo le dice que lo que va a escuchar no es ninguna gilipolléz, y empieza a sentirse como un gilipollas por haber dicho lo del Tamagochi. A veces no sabe cuándo mantener la boquita cerrada. Leo suspira profundamente
- Cuando estaba en el hospital, al principio del todo, cuando no... - sube un hombro como si no supiese cómo llamarlo-... cuando no me enteraba ni del nodo, empecé a soñar con esta playa. Bueno... no era esta playa, pero si era, ¿sabes lo que te digo?
Asiente. Sabe de que le habla, de la magia de los sueños. En ellos las cosas que no son, son.
- Era justo este sitio. Este. Aunque no había estado nunca aquí, era esto. Aquí- clava un dedo en la arena- Si te digo la verdad, no sé porque soñaba con este sitio, no pensaba en Calblanque desde hacía años... o, bueno, sí sé porqué, alguien me lo recordó no hace mucho... no sé, supongo que se me quedó en el subconsciente.
Es un tío curioso y le encantaría hacer mil preguntas sobre ese misterioso alguien, pero no lo va a hacer. Se ve a la legua que ella no tiene gana alguna de entrar en detalles, bastante está haciendo contándole esto.
- ¿Qué pasaba en tus sueños?
- Nada, eso era lo cojonudo. No pasaba nada en especial, pero... yo me sentía muy bien. Era muy raro porque aunque yo sabía perfectamente que eran sueños, eran muy reales. Eran... eran como si pasaran de verdad... muy, muy raro....
Le mira un segundo con una sonrisa curiosa.
- ¿Sabes qué? Que tú estabas conmigo- el corazón le hace algo raro en el pecho- Nunca llegaba a verte la cara, pero estabas ahí, te sentía...- habla muy bajito, como si le diese un poco de vergüenza contarle lo que le está contando- ... era... no sé cómo explicarlo... Me encantaban esos sueños, no se parecían a los otros, me sentía... me sentía muy segura, muy protegida, no sé... muy, muy bien...
Le mira muy seria, después resopla, y empieza a reírse muy suavecito.
- Joder, qué bocazas soy... no hago más que darte munición... No te cachondees mucho de mí, ¿vale? Estaba jodida y estaba dopada...
Está compartiendo algo muy íntimo con él, cachondearse de ella es lo último que se le pasaría por la cabeza. Es la primera vez que ella habla de algo de lo que veía o sentía cuando estaba pero no estaba. Pone una mano sobre su cuello y acaricia la línea de su mandíbula. Recuesta su frente contra la de ella.
- Los primeros días, cuando iba a verte al hospital y tú estabas...- él tampoco sabe como llamarlo
- ... fuera de combate.
- Eso, fuera de combate, no sabía... no sabía si soñabas o no. Yo quería creer que sí, pero no estaba seguro.
- Pues soñaba, soñaba...- entrecierra los ojos- Bueno, no siempre, a veces me quedaba KO, KO y no veía nada de nada, era como apagar al luz.... pero, sí, tenía muchos sueños. Algunos eran raros de cojones... yo creo que me quedaba con palabras que oía y las mezclaba como me daba la gana... menudos cacaos mentales me armaba yo sola...- suelta una risita-... con decirte que una vez soñé una cosa rara en la que George Clooney era un juez y tú un marichi...
- ¿Al final me viste de mariachi?- frota la nariz contra la de Leo.
- Las drogas, que son muy malas, pero, no te preocupes, ya me he quitado. Estoy limpia.
- A ver que lo vea...
La coge los dos antebrazos y finge examinarla en busca de pinchazos, mientras ella se ríe con todas sus ganas.
- ¿Contento?
- Contento. Te creo, pero como empieces a sisarme de la cartera para pagarte vicios...
- Qué graciosito eres tú.
- Mucho, me parezco a ti.
Se quedan callados frente contra frente. Se pone a sacar conclusiones de lo que Leo le ha dicho. Si no se está rayando y si ha entendido bien, Leo le ha traído aquí a cumplir un sueño. Eso no es grande, es enorme. Enorme.
- Y que... ¿esto es como te esperabas?
Ella se aparta de él y sacude negativamente la cabeza sin dudar un segundo.
- No. Esto no se parece a los sueños que tenía.
- ¿No?- una punzada de decepción.
- No. Esto deja en bragas a cualquier sueño. Esto es de verdad- le mira con un sonrisa deslumbrante- Además, en mi sueño, no estaban estas conchitas tan chulas- acaba la frase con una risita.
- Ah, bueno, si esto es mejor que el sueño porque haya conchitas mierderas... pues yo no digo nada, ¿eh? No, no, tú tranquila, que mi ego está bien.
Leo lanza una carcajada que le sale del alma y asusta a una gaviota que andaba muy entretenida picoteando algo entre las rocas. Está viendo el bicho echando a volar cuando un sonoro un beso estalla en su cara.
- Pero que idiota que eres...
- No eres la primera persona que me lo dice, al final va a ser verdad.
- Hombre, cuando el río suena...
- Un día de estos, te la vas a ganar.
- Uy, qué miedo me das....
Leo demuestra el miedo que le tiene sacándole la lengua y tumbándose despacito sobre la arena con una enorme sonrisa de satisfacción.
- Tú confíate... que ya me las pagarás todas juntas.
Está tentado de hacerla cosquillas pero se contiene, aún no está para esos trotes. De momento su terrible venganza consiste en coger un puñadito de arena y dejarlo caer sobre el trocito de pierna de Leo que los piratas dejan al aire. Los minúsculos granitos de arena resbalan por su piel blanquita. Quita los que se han quedado pegados con la yema del dedo.
Decide que la idea de tumbarse es la buena, así que lo hace. Se tumba de espaldas junto a ella. Seguramente deberían haberse traído una toalla o algo así, pero da igual, es muy agradable sentir la arena templada bajo el cuerpo. Van a dejar la tapicería del coche como un donuts de azúcar, pero bueno, para eso Dios inventó las aspiradoras.
Gira la mirada hacia su izquierda, Leo tiene los ojos cerrados. Se la queda mirando con lo que debe ser una sonrisa de subnormal profundo.
Tiene una sensación completamente nueva para él, la de que las cosas están como deben estar. En su vida siempre ha habido cosas que arreglar, siempre ha estado pendiente de una cuenta atrás de algo que no llegaba nunca. Eso se ha acabado.
Ya no hay ninguna cuenta atrás, está dónde quiere estar, con quien estar, y vive como quiere vivir. Se siente de puta madre con todo, con el mundo y consigo mismo.
Tener a Leo al lado le hace ser un tío que le cae bien, muy bien. De alguna manera extraña ella se las apaña para sacar la parte de él que más le gusta. Con Leo cerca se siente mejor persona. Más alto, más fuerte, más listo y hasta más guapo.
- Es de mala educación mirar a la gente fijamente, ¿no te lo habían dicho nunca?- Leo habla con los ojos cerrados y la cara hacia el cielo
- Algo había oído, sí, pero siempre he pensado que solo eran rumores...
Leo le da un golpecito en el estómago sin molestarse en abrir los ojos.
- ¿Qué pasa....? ¿Tengo un moco o algo así?
- Sí, y de los verdes además.
Ella resopla ruidosamente.
- Joder, tío, en mis sueños no me decías estas cosas....
- Tú es que tienes unos sueños muy sosos...
- Será eso...
- Habrá que aderezarlos...
Se inclina sobre su cara y empieza a besarla despacito. Besarla se ha convertido en un vicio peor que el del tabaco, lo bueno es que besar a Leo, ni te pone los dientes amarillos, ni te deja los pulmones como pasas. Es un vicio sano que además no cuesta dinero. Solo tiene ventajas.
Es cojonudo besarla en este sitio. Completamente solos, con el ruido del mar de fondo y el sol sobre ellos. La paz, la tranquilidad y la magia del momento se van a la mierda con el sonido de su móvil. Leo deja de besarle un segundo, pero él deja claro que tiene toda la intención de ignorar el móvil. No espera llamada de nadie y en la Unidad saben que está fuera hasta el lunes. El móvil se acaba callando, pero a los dos segundos vuelve a empezar.
- Deberías cogerlo... - Leo habla contra sus labios-... lo mismo ha pasado algo urgente.
Debería cogerlo, sí. Le apetece una mierda pero debería. Se aparta de la boca de Leo con bien pocas ganas. Saca el móvil del bolsillo. Es Sevilla, el subinspector que les han mandado por Mario.
El primer día que volvió al tajo se dio cuenta de dos cosas, que él va a ser policía hasta el día en que se muera y que esta Unidad no fue la que dejó al irse. Echaba de menos a Leo y echaba de menos a Mario.
No es que el nuevo sea un patán, nada de eso. Sevilla es un tío muy majo y además un crack con los ordenadores. Han tenido este puto caso que les ha traído de cabeza durante dos semanas y que le ha hecho acabar todos los días a las mil y mona de la madrugada, e irse a dormir solito a su cama grande y fría, y ha podido verle desplegando todas sus habilidades informáticas.
Sevilla es el puto amo de los ordenadores, el friki de los frikis. Requena ha hecho un buen fichaje. Uno muy bueno. Le gusta trabajar con este tío. Aún tienen que acoplarse a esto de trabajar juntos, pero cree que esto puede funcionar.
Sevilla no es el único nuevo, también está Sara, o Mónica como la estuvo llamando la primera semana. Ella está sustituyendo a Leo hasta que se reincorpore. Ella no tiene las tablas de Sevilla pero no está mal del todo. Está recién salida de la academia pero tiene mucho desparpajo y ganas de hacer cosas. Le queda mucho que aprender, pero tiene madera.
El echar de menos a Leo y a Mario no tiene nada que ver con que Sevilla y Sara sean peores polis que ellos dos. A Leo y a Mario les echa de menos porque son Leo y a Mario. No solo son dos polis como la copa de un pino, son dos personas como la copa de mil pinos piñoneros. Es imposible no echarles de menos.
Sus ausencias se notan muchísimo, no ya en el ritmo de trabajo, que también, es todo lo demás. En el ambiente de la Unidad. La Unidad Siete sigue siendo la más resolutiva pero ya no es la extraña familia que solía ser, faltan dos miembros. Se sigue trabajando muy bien y muy cómodo, pero es distinto a cómo era antes. Los tiempos de Rocío, Mario, Molina, Leo y Corso se han acabado y nunca van a volver. Esa etapa se ha cerrado, el mundo se ha movido y ya no va a volver atrás.
La última vez que vio a Mario fue a finales de febrero en la unidad. Él estaba hablando con Requena el tema de su baja, aún no había decidido volver, y Mario estaba recogiendo sus cosas. Fue un momento bastante jodido. El abrazo que se dieron le supo demasiado a despedida.
De vez en cuando llegan correos con las direcciones de todos, roleguer, lmarin, prcorso, jmolina. Les cuenta como le van las cosas sin entrar en muchos detalles. Ha indagado un poco y sabe que las cosas le van muy bien en su nuevo puesto, que está muy contento y que sus jefes están encantados con él. Es fácil estar encantado con Mario.
Al principio de darla el alta, el teléfono de Leo sonaba todas las semanas y era Mario. Las conversaciones eran cortas y nunca demasiado personales, siempre sobre cómo estaba ella. Hace más de un mes desde la última llamada de Mario. Leo lo entiende y él lo entiende aún mejor que ella.
Él ha estado dónde Mario está, y sabe perfectamente que no es un sitio bonito, ni fácil. Que la mujer que quieres para ti esté con tu mejor amigo es una de las putadas más grandes que te pueden pasar en esta vida.
Mario necesita tiempo, él solo espera que esa despedida en la unidad no sea para siempre. Mario en su vida es lo único que le falta para ser completamente feliz.
No se parecían en mucho, tampoco se entendían del todo, pero aún así, Mario, para él, siempre será lo más parecido a un hermano que ha tenido.
Leo es un asunto distinto, muy distinto. Leo va a volver en un par de meses, en cuanto el médico le de el alta o ella decida que pasa de esperar y la pida voluntariamente. Lo que antes ocurra, que él ya se teme lo que va a ser. Tiene unas ganas tremendas de volver a trabajar con ella. Tremendas.
Echa de menos llegar por la mañana y encontrársela en su mesa, ya sea sonriente o con el ceño fruncido por el madrugón. Las interminables vigilancias a su lado. Las discusiones. Su cabezonería. Echa mucho de menos todo eso. Muchísimo.
- Corso... el móvil....
Sí, el móvil. Se ha puesto a pensar sobre lo humano y lo divino y se ha olvidado de él. No quiere cogerlo, como le digan que un muerto le reclama y que tiene que salir cagando leches, le hunden en la miseria. Conteniendo el aliento y acaba cogiendo el teléfono.
- Dime, Sevilla...
Sus miedos desaparecen a los dos minutos, no hay ningún fiambre calentito esperándole a él y solo a él. Solo necesita acceso a su ordenador para terminar unos informes, y prefiere pedirle las claves antes que hackearlo. Se agradece la consideración.
- ¿Ha pasado algo? ¿Hay lío? - Leo se ha incorporado y le mira con curiosidad.
Silencia el móvil, no quiere más interrupciones, y se lo guarda en el bolsillo.
- No, que va, todo va bien. No tengo que salir corriendo. Era Sevilla, solo quería las claves de mi ordenador, le daba apuro meterse a la fuerza.
- Bueno, es todo un detalle, ¿no?
- Pues sí, solo espero que no me revuelva todo el porno que me he bajado, no veas lo que me ha costao ordenarlo por géneros...
Un golpecito suave en su hombro y una carcajada.
- No tienes remedio.
- ¿Yo? Ya me conoces, no tengo ninguno... oye ¿qué hora es?
Leo consulta su reloj. Él sigue sin usar de eso, le da mucho yuyu ponerse uno. Le trae recuerdos desagradables.
- Las ocho y cuarto van a ser.
- ¡No me jodas! ¿ya?
- Ya.
El tiempo se le ha pasado volando. Ya se sabe que hay días que duran más que otros, pero este se le está pasando en un suspiro.
- Pues deberíamos ponernos en movimiento.
- ¿Pero qué prisa habrá?
- Pues, hay prisa, hay prisa. Tenemos mesa a las diez en un restaurante del Puerto de Palos. Me lo ha recomendao Molina, que de otra cosa no, pero de restaurantes sabe un rato, y me ha dicho que hacen unos peces a la brasa de morirte de gusto.
- Anda, ¿Cenita y todo? Cómo te lo montas, ¿no?
- ¿Has visto? De alguna manera tendré que recuperar todos los puntos que he perdido por no ser ya tu jefe, ¿no?
Leo ladea la cabeza y asiente.
- Pues también es verdad, tienes que currártelo.
- Joder, Leo, que ahí era cuando tú decías que yo no necesitaba recuperar puntos, o que ya los había recuperao....
- ¿Ah sí? Pues en mi guión no ponía eso- acaba su demoledor argumento soltando una de sus carcajadas de cría pequeña.
- Menudo bicho estás tú hecha...
Decide que ya está bien de haraganear en la playa y que es hora de volver al hotel a darse una duchita y ponerse guapetones. Se pone en pie de un salto y se sacude la arena de los pantalones.
- Señorita...
Le tiende una mano para ayudarla a levantarse, ella la mira un segundo o dos antes de cogerla. Leo es terca como una mula, pero no es tonta ni de lejos, sabe perfectamente dónde están sus límites, qué puede y qué no puede hacer. Levantarse del suelo ella sola, es algo que todavía le sigue resultando difícil. Aprovecha la cercanía para darla un abrazo de campeonato.
Lleva una racha en la que el cariño se le sale por las orejas, tiene que dejarlo salir o va a reventar. Tantos años acumulándolo sin dárselo a nadie, es lo que tiene, que te conviertes en el tío Gilito del cariño, tienes montañas y montañas, y por mucho que des, pues no se acaba nunca.
El pelo de Leo, y le hace cosquillas en la cara y el cuello.
- Joder, qué aire...
Leo tiene razón, la arena de la playa está empezando a golpear contra el trozo de pierna que los pantalones dejan al aire, y pica de cojones. No es solo aire, las nubes que antes parecían inofensivas, están engordando y multiplicándose como locas.
- Leo, esto tiene mala, mala, mala, mala pinta.... vámonos por patas
En la última sílaba un goterón de agua enorme aterriza sobre su coronilla. Leo levanta la cara hacia el cielo, cierra los ojos, sonríe, y extiende los brazos como si quisiera empaparse.
- Leo, coño!- no solo no parece importarle el agua, sino que parece encantadísima con ella.
Un latigazo blanco recorre el cielo de lado a lado. En cuestión de segundos el cielo se vuelve gris plomo y un porrón de gotas gordas empiezan a caer sobre ellos. Antes de que pueda decir nada, las gotas se transforman en una cortina de agua que les empieza a empapar de pies a cabeza. Leo aprieta los ojos cerrados y arruga la nariz, pero no se mueve.
- ¡Leo! ¡que te vas a empapar, joder!
Ella baja la mirada del cielo hasta él con parsimonia.
- Joder, tío, me encanta la lluvia- la ve inspirar fuertemente por la nariz- Me encanta como huele.
Para ser justos la entiende. Se ha pasado encerrada entre cuatro paredes prácticamente todo lo que va de año. Lo más que ha hecho ha sido el trayecto de su casa al hospital, a casa de sus padres, a la consulta de la psicóloga y a la rehabilitación. Lo más emocionante han sido paseitos por la parque que hay al lado de su casa. Este es su primer contacto real con el mundo, y para ser sincero, estar en esta playa solitaria bajo la lluvia, es simplemente increíble.
En otras circunstancias le parecería perfecto dejarla ponerse como un pollo, pero un resfriado es lo último que necesita. No. Hoy le toca que ponerse en plan padre responsable.
- Venga, Leo, que nos vamos.
- Joder, Corso, eres un aguafiestas.
Un trueno que suena como si la Tierra se partiese en dos de fondo. Decide dejar la discusión y ponerse las sandalias a toda leche. Menos mal que las suyas están pensadas para andar y correr con ellas, y no son de dedito como las de Leo. Valora las opciones que tienen mientras se las abrocha. No va arriesgarse a que Leo se ponga a correr como un galgo y se le descoyunte, así que lo ve muy claro. Se planta justo delante de ella, que sigue impasible calándose hasta los huesos.
- Agárrate que nos vamos.
- ¿Qué di...?- abre los ojos una rendijita.
No la da tiempo a reaccionar cuando él la coge a horcajadas en cuestión de décimas de segundo. Esperaba que se pusiese a patalear para que la bajara pero eso no pasa, se agarra a él de buena gana riéndose por lo bajito. La capulla se lo está tomando como un juego.
Cuando la tiene bien agarrada por la cintura y está seguro de que no se le va a caer, echa a correr como un condenao en dirección al aparcamiento. Por toda respuesta, Leo sigue riéndose. Confirmado. La cabrona está disfrutando como una enana.
Ahora es cuando tiene que agradecer que le haya dado por salir a correr y dar hostias al saco de arena en el gimnasio para ocupar todas esas mañanas libres que tenía.
- ¡La gorra! ¡Corso, nos hemos dejao la gorra!- Leo tiene que levantar la voz para que pueda a oírla por encima del sonido del agua.
- Que la follen a la gorra.
- ¡Malhablao!- Leo empieza a reírse contra su cuello.
- Tú te lo estás pasando teta con esto...
Empieza a notar los efectos de la carrera y habla entre jadeos caninos. No es lo mismo correr bajo el sol por el parque, que bajo una manta de agua por la arena de la playa. No puede decirse que Leo pese mucho, si ahora mismo pasa de los cincuenta quilos es por los pelos, pero correr como un cabrón con ella a cuestas, no es fácil.
El agua les chorrea por la cara y el pelo. Se están poniendo como pollos, la que puede estar cayéndoles encima, es toledana.
Tardarán unos cinco minutos en llegar al terraplén. Leo forcejea y se zafa de él. Va a cogerla otra vez, pero se da cuenta de que si intenta subir con ella en brazos, tal y como está el suelo ahora, empapado y con regueros de agua corriendo, se van a dar una hostia de campeonato, así que se resigna a dejarla por su cuenta. La subida es mucho más complicada que la bajada, Leo parece tener algunas dificultades, y a medio camino tiene que darla un empujón en el trasero para darla impulso.
- ¡Esas manos, que van al pan!- lo grita, sin girarse, entre risas. El buen humor de Leo hoy no tiene fondo, esto es como un juego para ella. Tampoco él está pasándolo precisamente mal.
- ¡Venga! ¡Ese culo! ¡Que le quiero en movimiento!
Una carcajada le llega desde algo más arriba. Llegan arriba del todo con menos dificultades de las que podían haber tenido. Leo no le espera y sale corriendo.
Afortunadamente para él, la manera de correr actual de Leo, no tiene nada que ver con la suya normal, así que la caza en cuestión de dos segundos. Según pasa a su lado, sin detenerse, se inclina hacia ella, pasa un brazo por detrás de sus rodillas, otro por los hombros, y la coge en volandas sobre la marcha. Leo dice algo, seguramente una protesta, pero la lluvia cae con tanta fuerza que, aunque la tiene pegada, es absolutamente incapaz de entenderla. Ya tendrá tiempo para oír su rapapolvos cuando lleguen al coche.
- ¡La gorra, joder!- es lo primero que oye cuando entra al coche y cierra la puerta.
Se frota las manos y la mira. Qué perra le ha dao con la gorra.
- No te preocupes, mujer, si no tenía nada de especial, ya me compraré otra...
- Ya, pero es que las conchas estaban dentro..
Se echa a reír sin remedio.
- ¡Así que era eso! Yo aquí diciendo, "qué maja es, lo mucho que se preocupa por mis cosas...", y la gorra te la pica, son las conchas de los cojones... que tú me dirás para qué coño las quieres...
Ella se ríe encogiéndose de hombros.
- Pensaba coger también arena y meterlas debajo del cristal de la mesa de café... queda muy chulo...
- Joder, Leo, si eso lo venden en IKEA, el lunes te llevo a casa todas las que quieras.
- Yo no quiero esas conchas suecas guarras que vete tú a saber de dónde serán... ¡yo quiero estas de aquí! ¡Las de nuestra playa!
Pone cara de niña cabezona y obstinada. Se lo perdona. Solo por llamar a esta playa suya, de los dos, la perdona todo.
Cierra la puerta azul de la habitación detrás de él. Se le escapa y suena un portazo que debe retumbar por todo el hotel. Los dueños les van a echar. Primero se lleva por delante con el coche una carretilla llena de flores que con la lluvia no ha visto, después llenan de agua y barro el suelo de madera de la entrada, luego dejan las escaleras que da asquito verlas y, para acabar, se lían a dar portazos.
La destrucción del hotel no acaba ahí. Nada más entrar a la habitación se da cuenta de que hace frío porque el ventanal del balcón se ha quedado abierto. No solo eso, el agua ha entrado y hecho charco. Genial.
Corre a cerrar el puto balcón y de ahí directo al baño. Hay que secar esa agua o van a hacer gotera y eso es lo último que les falta por hacer.
Da la luz y recorre con los ojos las paredes de pequeños azulejos verdosos. Junto a la encimera de cristal y madera, encuentra un toallero eléctrico del que cuelgan dos enormes toallas. Las coge. Están calentitas y por el tacto deben haber usado tres botellas de suavizante en ellas. Mimosín se pondría verde de envidia si las viese. Vuelve al cuarto en menos de dos segundos.
Le da una pena horrible hacerle esto a una toalla tan estupenda pero no tiene más cojones. Coloca una de las toallas encima del charco y da unos cuantos pisotones para asegurarse de que empapa bien el agua. La toallita absorbe que da gloria verla. Con la otra toalla en la mano se acerca a Leo.
Decir que se han empapado es decir poco, están como si se hubiese metido dentro de una piscina con la ropa puesta. Leo está tiritando como un gatito, no es ya solo la somanta de agua que les ha caído encima desde el parking al hotel, son también los, como poco, diez grados que la temperatura ha bajado de golpe.
Ella le mira abrazada a sí misma temblando. Los dientes le castañetean, el pelo le chorrea por el cuello. Hasta se ha formado a sus pies otro pequeño charco de agua.
- Venga, Leo, fuera esa ropa. Estás empapada.
Acompaña palabras con gestos, coge su camiseta por el bajo y tira de ella. Ella colabora levantando los brazos como si fuese una niña buena. Ve que tiene la piel empapada y de gallina.
El sujetador que conoce y sabe que es gris claro, tiene un tono más parecido al gris carbón. Está empapado de agua, también tiene que ir fuera. Le desabrocha los piratas y los desliza por sus caderas con dificultad. La tela húmeda se pega a la piel.
Se agacha frente a ella y la ayuda a quitárselos del todo. Levanta la vista y se encuentra con una visión que hace que falte muy poco para que la sangre deje de regarle al cerebro. Entre Leo y la desnudez total solo quedan unas bragas grises demasiado pequeñas para su salud mental.
Se pone en pie de un salto y se concentra en la tarea de intentar secarla un poco el cuerpo y el pelo con la toalla ultra esponjosa. Mientras él se dedica a absorber agua con el algodón de la toalla, Leo decide que el algodón de sus mini bragas ha absorbido más agua de la cuenta. Se las quita de un tirón, y las deja caer al suelo. El ruido que hacen al caer la rebota en la cabeza como una pelota de frontón. No deja de tiritar así que decide envolverla en la toalla. Leo se abraza a sí misma sujetando con las dos manos el algodón blanco.
- Corso...- los dientes siguen repiqueteándola unos contra los otros- ... estás calao, quítate eso.
Leo tiene razón, toda la del mundo. Está empapado y helado. Se quita la camiseta, los vaqueros y los calzoncillos. Todo está chorreando agua. Leo le mira mientras se despelota, no lo hace de ninguna manera en especial, pero siente sus ojos como si le quemasen.
La tiritona de Leo no pasa, sigue igual, temblando como un cachorrito. Se acerca hasta ella, la abraza por encima de la toalla y empieza a frotarla la espalda. La imagen mental de Leo-gatito se refuerza cuando hace una especie de ronroneo al apoyar la cabeza contra su hombro.
Las palmas de las manos empiezan a entrarle en calor por la fricción contra la tela, pero no puede decirse lo mismo del resto del cuerpo, también él está empezando a temblar como un condenao.
- Te vas a helar.
No, ya está helao. Se da cuenta de que el cabrón del charco se ha llevao la toalla buena y va a tener que apañarse con la de toalla ridícula de bidet. O no, porque Leo se escapa de los brazos, da un pasito hacia atrás, abre la toalla de par en par y mueve la cabeza invitándole a entrar.
Se queda clavado en el suelo, Leo no es la única que hoy ve sueños trasladados al mundo real. Esta misma imagen la ha visto muchas veces en sus sueños. Bueno, él y cualquier tío con dos dedos de frente.
Sin moverse deja resbalar la mirada por el cuerpo de Leo. Un escalofrío, que no es mérito del frío, le recorre de pies a cabeza.
- Ven, joder, que te vas a poner malo
Una vez más Leo habla demasiado tarde, malo ya se ha puesto al verla. Se ha quedado clavao al suelo. En vista de que no se mueve, ella desanda el paso hacia atrás, se pega a su cuerpo, le abraza por los hombros y le encierra con ella dentro del abrazo cálido del algodón. Él rodea su cintura con los brazos y recuesta la cabeza en el hombro que tiene enfrente igual que ella ha hecho con la suya.
Los escalofríos no tardan mucho en empezar a desaparecer, el frío da paso a un calor acojonante. Un calor que tiene muy poquito que ver con la toalla, y mucho con el cuerpo pegado al suyo. Nunca antes había sido tan consciente de tener un cuerpo desnudo contra él. Casi puede visualizar en su cabeza cada uno de los músculos de Leo apretados contra los suyos.
Ninguno de los dos dice nada, se limitan a acariciarse despacito las espaldas. Crean una especie de juego, lo que el uno hace, el otro lo repite. Parecen un espejo y su reflejo dentro de un rollito de primavera hecho de toalla.
Siente su mejilla frotándose despacito contra su hombro y su nariz contra su cuello. Tiene una iluminación, no hay que espicharla para ir al cielo, se puede ir de visita sin tener que pasar por ese desagradable trámite.
Un suspiro acaricia su oído. El ruidito le dice que ella se siente tan a gusto y tan cómoda como él. En este momento se le olvida cualquier gilipolléz sexual que hubiese podido pensar antes. Lo que tienen en este momento no la cambiaría absolutamente por nada.
Se ha hecho adicto a estos momentos, ha descubierto que besos, abrazos y las caricias, depende de con quién las compartas, pueden dejar en bragas al más salvaje de los polvos. Un orgasmo siempre será un orgasmo, y siempre será una pasada, pero el gusto que te da un orgasmo se va tan rápido como viene. Lo que le dejan dentro estos momentos con Leo, no se va ni con agua caliente, ni con Lejía, ni frotando con un Scott Brite y un chorrito de Cyllit Bang de ese. Claro que un orgasmo con Leo... decide que es mejor dejar de darle vueltas al tema por su propio bien.
La caricia de una barbilla contra su cuello se convierte en otra cosa. Un beso. Uno suavecito que le pone toda la piel de gallina. Devuelve beso con beso, después de todo están jugando a los espejos.
Su beso Leo lo contesta con otro beso. Este ya no tan chiquitín. El juego sigue y él responde de la misma forma. Recibe otro cargado de humedad. Contesta igual. El partido de tenis de besos en el cuello continúa un buen rato.
Las señales que le manda el cuerpo que tiene entre sus brazos no se parecen en nada a las que le ha estado mandando estos últimos meses. Leo hoy no quiere únicamente cariño y mimos, hoy Leo lo quiere todo.
Por si tenía alguna duda de las intenciones de Leo, sus dientes arañan suavemente la piel de su nuca. Su lengua deja un camino húmedo y caliente en medio. Le gusta eso. Le gusta muchísimo.v
Rompe el juego de la simetría contestando de manera diferente pero parecida. Recorre la línea de su mandíbula con un lengüetazo largo y perezoso. Mordisquea despacito su barbilla. Joder, echaba de menos a rabiar el sabor de su piel.
Leo levanta la barbilla y le da carta blanca para ponerse morao con su cuello. No tarda ni un segundo en ponerse manos a la obra. Se le come a besos hasta que decide que lo que quiere comerse ahora es su boca. La busca, la encuentra y se explaya. Besos largos, juguetones, húmedos y lentos. Muy, muy lentos.
Su entrepierna no tarda en empezar a enseñar al mundo en general, y a Leo en particular, lo mucho que le gusta la situación. Siente su pajarito rozando el interior de los muslos de Leo según va saliendo de su escondite. Leo, por su reacción, parece contenta con lo que ha conseguido.
Primero deja caer al suelo la toalla que empezaba a ser asfixiante, y después adelanta las caderas y se pega completamente a las suyas. Su respuesta es inmediata, baja las manos desde la cintura hasta su trasero. Ahí está, tan perfecto bajo sus manos como lo recordaba. Lo echaba de menos.
Cuando el culo de Leo no era para sus manos, cuando era de otras manos y tenía un cartel invisible que decía "se mira pero no se toca", solía pensar que deberían ilegalizarlo. Ahora que las cosas han cambiado, piensa que deberían convertirlo en derecho constitucional. Su derecho constitucional, claro.
A Leo tampoco parece disgustarle su culo porque planta las manos sobre él y le masajea despacito los cachetes. Es muy agradable. Le gustan las manos de Leo en su culo. Le gustan las manos de Leo en su cuerpo.
No es que se aburra del culo de Leo, es imposible que pase eso, pero le apetece toquetearla la espalda. Desde que Leo puede tumbarse en la postura que le de la gana, ha descubierto que esto de dar masajitos en la espalda a él le mola un puñao y a ella tres. Leo está en plan envidiosillo y hace lo mismo. No tarda en entender porqué a ella le gustan tanto esos masajes. Molan lo que no está escrito.
Sus lenguas juegan sin prisa mientras con las manos se dibujan y redibujan las espaldas. Siente los dedos de Leo resbalando despacito sobre su piel. Trazan líneas raras. Parece que juega a unir con líneas las pecas de su espalda y a inventarse dibujos. Eso es increíblemente agradable. El dedo con el que Leo le está haciendo esos tatuajes manda más señales a su cerebro que la aguja con la que se hizo los de verdad. Son tatuajes sin tinta que solo pueden ver ellos dos. Son mágicos y son solo suyos.
Las caricias y los besos están haciendo que su parajito, pajarraco a estas alturas, esté cada vez más contento. Tan contento está, que ha llegado todo lo arriba que podía estar y acaba de saludar con un toquecito a la cosita de Leo.
La entrepierna de Leo está muy lejos de ser de madera, así que ella también se da cuenta del saludito que se acaban de dar esos dos buenos amigos y se ríe suavecito contra su boca.
- No es que me alegre de verte, ¿eh?... es el móvil...
Le encanta esta parte del sexo con Leo, el poder decir alguna gilipolléz y echarse unas risitas. Sentir que no es solo su pareja o su compañera de juegos de cama, que también es su amiga y su cómplice.
- Claro, claro... el móvil...
La sensación de aliento caliente de Leo contra sus labios húmedos le provoca un escalofrío brutal. Siente que los pelillos de brazos, piernas y nuca se le ponen de punta. Se acaba de convertir en un erizo que anda a dos patas. Uno cachondo a más no poder.
Leo sigue con su risita traviesa contra su boca. Cambia la risa por un ruidito grave con la garganta cuando se mete el lóbulo de su orejita en la boca. Está suave y blandito. Lo saborea. Sabe bien. Sabe jodidamente bien. Decide comprobar si el otro está igual de rico. Sí, lo está. Los lóbulos de las orejitas de Leo están para comérselos. Igual que su cuello. Igual que sus hombros. Igual que las clavículas. Igual que deben estar esos pechitos que siente contra él y que le están poniendo malo.
En cuanto tiene su pezón durito contra el paladar recuerda porqué le gustaba tantísimo esto. También recuerda lo brutísimo que le ponen los ruiditos que a Leo se le escapan de la garganta y que están a medio camino entre la exclamación, el gemido y el suspiro.
Mientras él se dedica a reencontrarse con placeres ya conocidos, Leo enreda le enreda los dedos en el pelo. Lo acaricia despacito, a veces se le escapa un tirón pero a él no le hace daño, al contrario, le pone peor de lo que está ya.
Quiere recuperar más de estos placeres ya conocidos. Está descubriendo que le gustan aún más de lo que recordaba. Cuela un dedo entre los muslos de ella y, aunque esta sensación de calor y humedad la ha sentido decenas de veces antes, le parece que la siente por primera vez. Esto es mil veces más fuerte de lo que recordaba. El gemidito de Leo no le ayuda a salir de la zona de riesgo de sufrir una embolia cerebral fulminante.
Suelta el pezón de su boca y se dedica a regar con besos su estómago y su tripita. Se arrodilla frente a ella sin dejar de acariciarla con la mano. Ella le llama por su nombre, Pablo, él levanta la mirada hacia su cara. Se la encuentra con la cabeza echada hacia atrás, los ojos cerrados, una rayita diminuta en el entrecejo, la carita sonrojada y la boca entre abierta. Se queda helado. Es la cosa más bonita que ha visto en su puta vida. No tiene duda alguna de eso.
El calentón no se le pasa pero da paso a otra cosa. Viéndola desde esta postura, arrodillado a sus pies, ve su cuerpecito precioso, y ve esas finas rayitas de color rosa pálido sobre él. Ve todo lo que es y ve todo lo que podría haber sido. O no haber sido. Esto podría haber acabado horriblemente mal de mil maneras distintas pero ha acabado así. De la que parecía imposible, de la buena.
Siente algo muy fuerte. Siente ganas de llorar, de gritar, de saltar, de ponerse a cantar. Siente que le faltan ojos para mirarla, brazos para abrazarla, manos para acariciarla y labios para besarla.
Apoya la cabeza en su tripita y la abraza muy fuerte por las caderas.
- Ey, ¿estás bien?
Levanta los ojos hasta ella.
- De puta madre.
Para demostrárselo deja caer un besito dentro de su ombligo. Eso la hace reír y que le empuje hacia atrás la cabeza apartándole de ella. No se deja. Se come ese ombligo a besos mientras ella se ríe y le suplica que se esté quieto.
Deja el ombligo en paz, no quiere que se acabe haciendo daño por la tontería de las risas, y recorre el camino de vuelta a su boca con besos y lengüetazos.
Están de vuelta a la posición original. De pie uno enfrente del otro. Algo menos de metro ochenta contra algo más de metro setenta de piel. La mira a los ojos y la da un beso largo y sin prisas. Durante el beso Leo no se está quieta, se empieza a balancear suavemente de atrás hacia delante haciendo que ese trocito suyo, húmedo y caliente, que antes acariciaba su mano, ahora la acaricie su pito.
Leo y él son un equipo, no la va a dejar sola moviéndose, desde luego que no. Esto es un juego de dos. No le lleva ni un segundo acoplar sus movimiento a los de ella. Leo y él se entienden a la perfección fuera y dentro de la cama. Aunque lo de la cama sea un decir, claro. Estar, están de pie.
Ahora que los dos juegan a esto del balanceo, la cosa se pone al rojo vivo de verdad. El corazón sigue latiendo a su ritmo normal, pero la respiración empieza a hacer ya cosas raras. La suya y la de ella. Leo le esta regalando una sinfonía de respiraciones profundas contra su oreja y contra su boca. Esos ruiditos le matan, pero además de verdad.
Si siguen moviéndose así en cuestión de menos de un minuto va a acabar justo donde quiere estar, dentro de ella. Es algo inevitable, no hay que forzar nada, solo bailando despacito y sin música. Su rabo no es tonto, es muy listo. Lleva un GPS que le dice qué y quién le conviene. Tiene el cerebro a puntito de convertirse en una masa de gelatina gris.
Ella se aparta suavemente de él, le deja con la miel en los labios. Siente un frío que le llega hasta lo huesos.
Leo no se va muy lejos, da dos pasos y se agacha junto a sus pantalones negros. Mientras ella saca su cartera, el primer regalo de cumpleaños que su padre le ha hecho en diez años, y rebusca en ella con total familiaridad, él caricia con los ojos su espalda. Una marquita rosa junto a la columna, una cicatriz chitita y vagamente circular, hace que una oleada cálida y difusa le suba por la garganta.
Se coloca detrás de ella y se inclina. Primero toca con el dedo ese trocito en el que la piel aún es nueva, después lo besa despacito. Ella suspira profundamente. Le gusta la reacción y la busca otra vez. Se repite. Sube con besos hasta los hombros. Los besa y mordisquea con suavidad. Aparta el pelo de la nuca. Más besos y mordisquitos.
Esto le gusta pero ya está bien. Se levanta de un salto, pasa sus manos por debajo de los brazos de ella y la ayuda a ponerse en pie. Estar demasiado rato agachada no la conviene en absoluto.
Leo ha encontrado lo que buscaba dentro de su cartera. Un cuadradito de un color entre azul muy oscuro y morado con un letrerito azul brillante en el centro.
Ella mira primero el condón y luego a su pito tieso. Parece dudar pero se decide a atender primeramente a lo segundo. Le coge con la mano y empieza a hacérselo como ella lo hace. Sin prisa, sin pausa y sin darle tregua a su pobre cerebro para asimilar tantas sensaciones. Este pobre cerebro suyo se queda completamente en blanco.
Ella le observa con sonrisa de niña traviesa, es consciente de que es la jefa y que puede hacer de él lo que le salga de las narices, que le tiene en sus manos. Se pregunta si ella es completamente consciente de hasta que punto eso es verdad.
Parece que se la haya olvidado que iba a ponerle un condón. Se ha concentrado en volverle loco con sus caricias y con los besos que está dándole por todo el pecho y el estómago. Leo tiene muy claro que sus pezones no son de adorno, que también les gusta que les den cariño y precisamente eso está haciendo, darles cariño, mucho cariño.
Entre sus labios sobre su cuerpo y los movimientos de su mano, corre un serio peligro de tener esa embolia y de un fallo fulminante de rodillas.
De la garganta le salen un montón de ruidos raros que a ella parecen a animarla a hacer cada vez más intensos los mimos que le da, y a llevar sus besos cada vez más al sur. Siente sus labios cada vez más debajo de su ombligo, las caricias de su pelo contra eso que cada vez late con más fuerza.
No. Eso no va a pasar, porque si Leo acerca más su boca a su pito, esto se va a acabar en cuestión de segundos, y eso no está en sus planes. Los planes son otros. Hoy pretende que Leo se parta por la mitad de puro placer.
No es que pretenda quedar como el mejor follador del hemisferio occidental. Es simple cuestión de justicia. A ella ya le han pasado demasiadas cosas malas en demasiado poco tiempo. Se merece cosas buenas. Bonitas. Agradables. Ya se ha acabado eso de analgésicos, antibióticos y tubitos. Ahora llegan los besos, las caricias y los orgasmos. Se han acabado los gemidos de dolor, ahora vienen los de placer. Es lo justo. Es equilibrio. Es lo mínimo que puede darla.
No tiene remedios mágicos para borrar el daño, no tiene una máquina del tiempo para deshacer y rehacer. No es mago, ni es un dios. No puede cambiar las cosas que ya han pasado. No es eso, solo es un tío enamorado hasta el tuétano con la infantil idea de que las cicatrices que ella tiene, esas que no se ven con los ojos, se pueden borrar con pequeñas dosis de placer y enormes cantidades de cariño. Desde luego él se va a dejar la piel, los cojones y el rabo intentándolo.
Así que lo siente por esa cosa suya que ya empezaba a emocionarse sola, pero hoy no va a catar eso que tanto le gusta. Sorry que dicen los que hablan en inglés. Hoy no es su día de gloria de su rabo.
Hoy la protagonista absoluta es ella y nada, por tentador o placentero que sea, le va a desviar del plan maestro.
La coge por la barbilla y la sube hacia su boca. Ve en sus ojos una protesta pero no la hace caso. Decide distraer su atención. Cuela otra vez un dedo entre sus muslos, se lleva uno de sus pezones a la boca, y por el gemido que oye, acaba de olvidársele la frustración de no haber podido hacer lo que quería.
Se oye gemir y la oye gemir y se pone malo. Está cachondo a rabiar. La mano de ella le roza y empieza a latirle como si tuviese un segundo corazón entre las piernas. Una cosa que no es nada de ella sobre la punta de su cosa. Algo de tacto resbaladizo y ligeramente frío. El condón. Se desliza sobre él con alguna dificultad porque él no está dispuesto a soltarla del todo, pero acaba puesto sin demasiados problemas.
Una vez más vuelven a la posición original. Labio contra labio. Pecho contra pecho. Caderas contra caderas.
Embutido en látex, resbala sobre ella unas cuantas veces antes de entrar un poquitín. Se le escapa algo parecido al relincho de un caballo. Esto es la hostia.
No tardan ni tres segundos en acoplar movimientos. Cierra los ojos y se agarra muy fuerte a ella. Casi la mitad se queda fuera pero eso da exactamente igual. La sensación no podría ser más fuerte ni aunque estuviese metido en ella hasta los codos.
Ella gime suavecito contra su boca, y él gime como un lobo al que estuviesen matando contra la de ella. Esto no es que sea bueno, ni la hostia, esto es la rehostia. Si el mundo exterior fuese arrasado por extraterrestres en este preciso momento, le importaría tres mierdas.
Se mueven muy despacito porque sigue sin haber ninguna prisa. Hoy esa palabra no existe. Hoy no hay que llegar a ninguna meta, solo hay que sentir hasta que el cerebro se le quede tonto perdido. La acaricia por dentro y la acaricia por fuera. Hoy siente todo como nunca antes lo había sentido. Es como si llevase puesto un condón imaginario o hecho de aire.
Ella está cerca, muy cerca. Lo siente en su respiración, en la forma de agarrarse a sus hombros, en las frases que susurra a su oído en las que mezcla joderes, dioses, corsos y pablos.
Acelera el ritmo maldiciéndose por no haber tenido nunca la memoria suficiente como para haber podido meterse en la cabeza la lista de los Reyes Godos. En este momento una pequeña distracción le iría muy bien para bajar grados a su calentón. Se mueve un poquito más deprisa porque siente que ella se va. Se va, se va, se va, se fue.
Un gemido largo y grave contra su oído su cuello. Un mensaje en clave de Morse contra su pito. Tiene que apretar dientes para no irse sin remedio detrás de ella. Baja el ritmo y la profundidad, porque esto no puede seguir así. Está al borde del precipicio y no quiere piñarse.
Cuando deja de gemir, ella suelta una especie de carcajada de triunfo, echa hacia atrás la cabeza y le mira sonriente. Tiene los ojos brillantes y las mejillas completamente rojas. Es una preciosidad. La coge la carita con las dos manos y se la llena de besos.
Sale completamente de ella, eso es a la vez una putada y un alivio. Estaba en riesgo inminente de irse por la pata abajo. Se quedan un ratito abrazados dándose besitos y acariciándose los hombros. Decide que es buena idea ponerse más cómodos, tampoco quiere que esté de pie más tiempo del necesario.
La coge en brazos con muchísimo cuidado de no hacerla daño, recorre los dos metros que les separarán de la cama, y la deja despacito encima del colchón. El colchón más gordo que hay visto en su puta vida.
Se queda arrodillado entre sus piernas. Ella le mira completamente desparramada sobre la cama. El pelo alrededor de su cabeza, los brazos extendidos todo lo largos formando una cruz. Se repite como la morcilla, lo sabe, pero es que no recuerda haber visto nada así de bonito en su vida.
Los muslos de ella han quedado por encima de los suyos. Están mirada contra mirada y sonrisa contra sonrisa. Alarga una mano y dibuja con el dedo los huesitos de sus caderas.
El pito empieza a calmársele un poco, está algo más tranquilito. Necesitaba esta tregua. Ella parece que empieza a aburrirse de la tregua y quiere algo de acción. Cruza los pies por detrás de su trasero y sus rodillas se aprietan contra sus caderas. No quiere acabar antes de tiempo pero tampoco está en sus planes que se aburra porque él hoy esté en plan picha floja. Algo habrá que hacer para entretenerla. Sí, y ese algo lo tiene en mente.
Se inclina un poquito sobre ella y deja caer sobre su cuerpo todo un arsenal de besos y lametones. La sesión de antes le ha sabido a poco. Echaba de menos besarla así, sin cortarse un cacho y sin hacerla sentirse incómoda por ser consciente de lo que no podía darle.
Echaba de menos acariciarla las ingles con la boca. Echaba de menos meter la cabeza entre sus piernas y perder la noción del tiempo mimándola con labios y lengua. Echaba de menos su sabor y su olor cuando está excitada. Echaba de menos sentir bajo la palma de la mano todo su cuerpo, su piel suavecita, sus huesitos asomándose tímidamente en las caderas o sus pezones duros entre sus dedos.
Echaba de menos verla hacer todas esas cositas que hace desde esta perspectiva. Fruncir las cejas y la naricita, entreabrir la boca en esa curiosa sonrisa, cerrar fuertemente los ojos o abrirlos de par en par. Echaba de menos sus dedos acariciándole el pelo o tirando de él de vez en cuando o agarrándose a las sábanas. Echaba mucho de menos verla disfrutar así.
Le hace sentirse jodidamente feliz haber sido el autor de este tremendo orgasmo que siente latir descontrolado bajo su boca y de esa sonrisa que ve un poco más allá. Le hace sentirse jodidamente feliz haber oído alto y claro su nombre, Pablo, cuando el mini-terremoto ha empezado. Le hace sentirse jodidamente feliz haber vuelto a su cuerpo, a su calor, a su olor y a su sabor. Le hace sentirse jodidamente feliz verla sonriente y agotada encima de la cama. Le hace sentirse jodidamente feliz verla feliz. Eso es. Este era el meollo del asunto, lo que él había entendido tan mal durante tanto tiempo. Esto que tiene con Leo no va de miedos, va de felicidad. De eso va.
Sigue un buen rato dándola mimitos con la lengua, quiere apurar todo lo apurable, después descansa la cabeza sobre su tripita y se abraza a sus caderas. Él sigue tieso como una barra de hierro, casi peor que antes, pero se siente tan satisfecho como ella. Puede ser el tío más guarro o más salido del mundo, pero le vuelve loco pasear la lengua por sus recovecos. Será un guarro pero a él le da igual.
Leo alarga un pie y le roza el pito. Nota una descarga eléctrica atravesándole. Ve en su carita traviesa que ha sido a posta. Piensa que tenía que haber previsto que algo podía pasar entre ellos y haberse hecho un apaño solitario ayer por la noche. Hombre previsor vale por dos, pero es que esto le ha cogido por sorpresa. Debe estar perdiendo la práctica en estas cosas. Debe ser eso. Siente que la respiración bajo su cabeza va normalizándose poco a poco.
- Ven- ella le llama con voz raspada.
Obedece sin rechistar. Hace el camino hacia su cara repartiendo besos sobre la fina y larga cicatriz que parece pintada con un caramelo de fresa.
Llega hasta su boca. Reparte el peso entre rodillas y antebrazos, no quiere hacerla daño o cascarla una costilla del todo aplastándola con sus setenta kilazos. La aparta un mechón de pelo de su carita, frota su nariz contra la suya y por último la besa.
Leo adelanta las caderas hacia él. Le está invitando a pasar y ponerse cómodo. Acepta la invitación. Entra muy despacito. En cuanto empiezan a moverse la cama empieza a hacer todo un repertorio de rollos raros. Crujidos, gemidos, chirridos. Suena como si la cama fuese a venirse abajo. Deja de moverse y se miran el uno al otro con cara de susto. Lo que faltaba, joder la cama. La cara de susto se va y empiezan a descojonarse.
- La hostia, como suena esto, ¿no?
- Tío, Corso, ¿te imaginas que rompemos la cama?- lo dice con la respiración entrecortada
- Pues si se rompe que la pele.
- Los dueños nos van a matar.
- Si rompemos esta cama les compro dos.
- ¿Dos?- Leo hace algo con esos músculos que nunca ha visto pero sí sentido y el rojo se le junta con el verde.
- Tres si hace falta.
Zanja el tema de las camas crujientes con un beso. Empieza a moverse otra vez y llega un punto en el que su cerebro deja de oír los gemidos de la cama y solo puede oír los suyos y los de Leo.
En un momento dado, no sabe cuanto tiempo pasa, hay un pequeño forcejo. Ella quiere cambiar las tornas y convertirse en la jefa. Le encanta consentirla y concederla todos los caprichitos del mundo, sobre todo si ese capricho implica tenerla encima matándole de placer y moviéndose como una gata, pero hoy eso no va a pasar. Su columna y sus costillas no están en condiciones de aguantar ese baile de Leo sin pasarla factura después.
Leo lo intenta y lo sigue intentando pero le falta fuerza, en condiciones normales lo conseguiría, pero hoy no son se dan esas condiciones. Cede un poco y rueda con muchísimo cuidado hasta que los dos quedan de lado. El uno frente al otro.
Dentro del firme abrazo de las piernas de Leo se está jodidamente bien. Puede acariciar, puede besar, puede mirar, puede moverse y llegar bastante dentro. Puede y lo hace. El tiempo vuelve a perder sentido, se estira como un chicle recalentado al sol.
A veces acelera el ritmo, otras lo baja, otras se queda completamente quieto. El tiempo pasa entre gemidos, jadeos y susurros y él está al borde de la cordura, y al borde de correrse como un cabrón. No quiere correrse, todavía no, pero nota que Leo está a puntito de caramelo así que mueve el culo como si le fuese la vida en ello. Sus esfuerzos tienen la recompensa que esperaba y Leo se le va otra vez entre gemidos y murmullos incomprensibles. Así le gusta, que recupere el tiempo perdido. En su cabeza esto no se ha acabado, si hace un paradita y recupera el control aún tiene cuerda para otro ratito de fiesta, pero Leo tiene otros planes para él. Con los pies le aprieta el culo y le mete muy, muy dentro de ella. Mueve la cabeza y acerca su boca hasta su oído. Córrete. La oye con su voz grave y raspada y su cuerpo se vuelve loco.
Es un niño muy obediente y las caderas se mueven solas, cogen una velocidad de infartoy se lanzan en una carrera desbocada. No tarda ni tres minutos en empezar a correrse como un salvaje berreando el nombre de Leo como una especie de animal. Si se muriese ahora mismo lo haría como el hombre más feliz del universo.
En la tele y en el cine, el nada elegante proceso de poner y quitar condones no sale nunca. Lógico. Los condones nos son románticos, especialmente cuando te los quitas. Es algo bien mundano.
Esto que va a hacer es una guarrada que ningún niño debería repetir en casa, pero es que no le apetece nada de nada andar de romería ahora. Solo quiere quedarse un ratito abrazado a Leo, por ejemplo hasta que el mundo se acabe.
Hace un nudo a la goma, lo envuelve en un papelote publicidad del hotel que había sobre una de las mesillas, y lo deja bajo a la cama. Tiene que recordar tirarlo o les van a vetar de este sitio de su vida. La cama ha aguantado como un campeona sin romperse, pero un condón usao dentro de su publicidad no les hará quedar muy bien delante de los dueños.
Acabado el trámite, no tarda ni un segundo en darse media vuelta y abrazarse a Leo con brazos y piernas. Ya echaba de menos su cuerpo y sus besos. Ella parece completamente rendida y su orgullo viril grita de alegría. Ella le mira con los ojos entrecerrados y le acaricia la mandíbula despacito.
- Joder, tío, no sabes las ganas que tenía de tener ganas y de hacerlo contigo de una puta vez.
La da un beso.
- Lo bueno siempre se hace de rogar.
- Sí, se hace de rogar, pero tú no te preocupes, que seguro que la próxima vez estará mejor.
Leo es capaz de mantener la cara seria el tiempo justo para que su ego se le desinfle a la misma velocidad que un globo pinchado, después estalla en carcajadas.
- Pero qué graciosita eres... me parto la caja contigo
- ¿A qué sí?- le mira con los ojos encendidos y una sonrisa enorme- Descacharrante soy.
Le besa en los labios y se acurruca contra su pecho. La acaricia los hombros despacito.
- Corso...- la voz de Leo le hace cosquillas en el pecho.
- Dime..
- Oye, ese pez a la brasa del puerto... ya no llegamos, ¿no?
- Pues me da que no...
Bonus Track: Ya llega el sol (Domingo 18 de mayo, 11:17)
Ya llega el sol
Y eso está bien
Cariño, ha sido un largo, frío y solitario invierno
Cariño, parece como si hubiera durado años
Pero ya llega el sol
Y yo digo que eso está bien
Cariño, las sonrisas vuelven a los rostros
Cariño, Parece como si la luz no hubiera existido durante años
Ya llega el sol
Y yo digo que eso está bien
Sol sol sol.... Aquí llega
Sol sol sol....Aquí llega
Cariño, siento cómo el hielo se derrite lentamente
Cariño, parece como si la luz no hubiera existido durante años
Pero ya llega el sol
Ya llega el sol
Y eso está bien
Ya llega el sol
(Here comes the sun)
Abre los ojos. Lo primero que ve es una pared color crema, un trozo de suelo de madera oscura y otro de techo cruzado por vigas de la misma madera. Bien. El hotel ha aguantado en pie una noche con ellos dentro.
Se queda boca arriba y se estira ruidosamente. Se siente bien. Se siente de putísima madre. Ha dormido como no lo hacía desde que era un niño. No deben haber sido demasiadas horas pero le han cundido una barbaridad. Está descansado, fresco y lleno de ganas de hacer cosas.
Ve la habitación envuelta en una tristona luz gris. Echa un ojo al balcón que queda a los pies de la cama, le saluda un día gris como sacado de pleno enero. Eso explica el color del ambiente. Pues qué bien. Menos mal que se supone que en Murcia nunca llueve, que si no, habría que empezar a coger animales de dos en dos.
La vista mejora una barbaridad cuando gira la cabeza a su derecha. Se encuentra con una espalda desnuda, el nacimiento de un trasero y un chorro de pelo oscuro y ondulado sobre la almohada. La boca se le va sola al modo "sonrisa".
Echaba de menos despertarse a su lado, estas diez últimas noches y mañanas de acostarse y despertarse solito ha sentido que le faltaba algo. Es curioso lo rápido que se acostumbra uno a lo bueno.
Por el movimiento de sus hombros, Leo está durmiendo como un tronco. Se guarda las ganas de comérsela a besos, no quiere despertarla. Entre el viaje, el paseo por la playa, el correteo bajo la lluvia y todo el trajín de después, debe estar rendida. No es que se las esté dando de nada, es que la pobre todavía no está acostumbrada a tanto ajetreo.
La ve removerse en sueños y escucha un plácido suspiro. Le encantan sus suspiritos, algunas personas suspiran cuando están depres, angustiadas o algo así. Leo también suspira cuando está así, pero sus supiros más profundos y sentidos son cuando se siente completamente a gusto.
Se da cuenta de que tiene hambre. Efectivamente, ayer no llegaron al restaurante del puerto, para cuando empezaron a vestirse ya eran pasadas las diez. Eso sí, no se quedaron sin cenar.
Afortunadamente para ellos, el hotel tiene un restaurante chiquitín. Teóricamente hay que avisar con antelación de si se va a comer o cenar en el hotel, pero los dueños, a pesar de haberles derruido medio hotel, no pusieron ni media pega a la hora de hacerle a Leo un lenguado a la plancha y un arroz de caldero para él que resucitaba muertos. Qué bueno estaba, joder.
Ese fue el problema, que tan bueno estaba el puñetero arroz y tanta hambre tenía, que se puso a comer como si no lo hubiese hecho en mil años, y antes de haberse comido la mitad, ya estaba hinchao. Eso le pasa por ansias, ya le decía su madre que hay que comer despacio y saborear la comida.
A estas alturas de la película, ente que no comió demasiado y lo que volvió a pasar después de la cena, pues tiene el arrocito en los pies.
Estaba guapo el restaurante. Muy, muy guapo. La verdad es que el hotel es cojonudo. Bonito, bonito. Es una lástima que hayan pillado este fin de semana tan malísimo y no vayan a poder disfrutar más de la playa. Aunque, claro, no se va a quejar de cómo lo están pasando. Ni de coña.
Le da rabia pensar que en solo unas cuantas horas tengan que irse, le gustaría quedarse más tiempo. Tenían que haber salido el viernes por la tarde y haberse pedido el lunes libre. Ahora se arrepiente infinitamente de no haberlo hecho.
Se pregunta qué hora es. Echa un ojo al móvil que dejó ayer sobre la mesilla. La pantalla le dice que son casi las once y media, y que tiene tres llamadas perdidas. Dejó el móvil en silencio y quitó el vibrador, por eso no lo han oído.
Las tres llamadas son de Requena, la última de las nueve y cuarto. Se da palmaditas en el hombro por haber quitado el sonido al cacharro, a esa hora estaba en plena fiesta privada con Leo. No se le hubiese ocurrido contestar, pero la musiquilla del móvil hubiese sido una jodienda.
También hay un mensaje de texto avisándole de que tiene un mensaje en el buzón de voz. Supone que es una buena idea escucharlo por si ha pasado algo. Marca el 123 y espera a que esa voz de mujer, a la que tanta manía tiene, se calle y le deje oír el mensaje. La voz de Requena no tarda demasiado en acariciarle los oídos. No le hace mucha gracia que sea precisamente esa voz la primera que oye hoy.
"Corso, soy Requena, no lo coges, así que supongo que estarás ocupado..."
Sonríe. Sí, estaba muy, muy ocupado.
"... verás, Corso,..."
Un carraspeo que le da mal rollo. Está claro que Requena no llamó para pedirle las claves de su ordenador.
"....acabo de tener una reunión con un representante del Ministerio Fiscal. Hay... hay novedades. Novedades referentes al caso Caballo de Troya... el de Esparza y compañía, vamos, que ya sé que tú no te aclaras con los nombres claves...
El estómago se le descuelga. Desvía la mirada hacia su derecha. Leo sigue durmiendo ajena a todo.
"... Oye, .no te preocupes. Todo va bien. No te preocupes. Solo quería que supieses que las cosas se están moviendo rápido, muy rápido. Todavía no es algo oficial, lo será el lunes, pero la Audiencia Provincial ha acabado de examinar la instrucción y va a confirmar el auto de conclusión del sumario. Se va a fijar una fecha para el juicio oral y todo apunta a que será más pronto que tarde...."
Suspira pesadamente. El buen humor acaba de írsele a tomar por culo. Echa la cabeza hacia atrás. Estira la mano y acaricia despacito la curva que hacen la cadera y la cintura de Leo. Ella, sin despertarse, se remueve suavemente y vuelve a suspirar. Tal y como está tumbada y como tiene el brazo, se ve en el costado una cicatriz chiquita y el inicio de la más grande. Le llega de golpe una gran hostia de ternura y una explosión de rabia. Tenía que haber matao a golpes a ese hijo de puta en cuanto se dio cuenta de lo que había hecho. Cierra los ojos y aprieta de dientes. Se caga en todo lo que se menea.
"...con esto de que hay gobierno nuevo, pues quieren zanjar el asunto como antes para que la oposición y la prensa no se les eche encima. Ya te digo que el anuncio oficial se hará el lunes, nosotros hemos sido informados antes por cortesía. Esto... esto nos toca muy cerca, bueno tú ya...
Aunque no se siente con humor, se le escapa una risita por lo bajini. Joder con Requena y sus aprecios.
"...creo que es preferible que ella... joder, no, ¿pero qué haces con eso? ¿estás tonto?¡Que te he dicho que ahí no, coño!... perdona, Corso, perdona, no te decía a ti... No me acuerdo qué te decía... Ah sí, que es mejor que seas tú quien se lo diga a Leo... Así que.. pues, nada, disfrutad de lo que queda del fin de semana, y ....joder, López, coño ¿cuántas ve...? Para volver a oír el mensaje puls"
Cuelga el móvil apretando el botoncito con mucha mala leche, y lo deja de vuelta a la mesilla. Se siente miserable y amargado. Sabía que esto iba a llegar tarde o temprano pero, igualmente, la noticia le ha pillado con los pantalones bajados. Mira a la espalda de Leo y vuelve a resoplar.
Sigue sin querer despertarla pero necesita su contacto. Se pega a la curva de su espalda muy despacito y la rodea con un brazo por la cintura. Se siente un poquitín mejor con el calor de su cuerpo contra el suyo. Se queda completamente quieto sintiendo sus respiraciones.
Puto Esparza, puto juez, puto todo. No es justo que esta mierda no vaya dejarles nunca en paz. No es justo que haya cosas que no puedes enterrar hasta que un puto juez diga que puedes. No es justo que cuando las heridas empiezan a cerrase venga un tío con los puños de ganchillito y las vuelva a abrir de par en par. No es justo que después de este juicio de mierda tenga que venir otro todavía peor. No es justo. No lo es. Mira la ventana y gruñe. Se siente igual de gris que el día.
Deja de mirar el puto día y mete la nariz en su pelo. Cierra los ojos. El olor familiar sirve para tranquilizarle un poco pero no para levantarle el ánimo.
Odia los teléfonos móviles. Ya van dos veces que esas cosas le amargan lo que podría haber sido una "mañana después" de putísima madre. Va a tirar el puto aparatito y empezar a comunicarse por telégrafo o señales de humo. Decidido.
Se desavinagra mágicamente cuando unos dedos se meten entre los suyos y unos ruiditos de resurrección le llegan desde delante. Se conoce de memoria toda la familia de ruiditos mañaneros que salen de la garganta de Leo. Desde los de "como me digas algo antes de desayunar, te muerdo", pasando por los de "hoy no me levantaba", hasta los de "he dormido de puta madre". Este es de los últimos, la oye desperezarse y la sonrisa le vuelve a la cara. Le da los buenos días con un besito en el hombro y otro en la nuca.
- Bfffff....menuda mierda de día... - Leo habla sin girarse y con voz de estar todavía dormida.
- Buenos días a ti también, ¿eh?
Una risita adormilada le contesta. Ella se da la vuelta despacito hasta quedar de frente a él. Una enorme sonrisa amodorrada en sus labios.
Qué guapa está recién levantada, con el pelo revuelto y carita de sueño, joder. Nadie sabe cómo le jode tener que amargarla con mierdas que sabe que la van a hacer daño.
- Buenos días, gruñón- Leo alarga el cuello y le da un beso tan perezoso como ella misma está.
Deja caer la cabeza sobre la almohada y vuelve a sonreír. Trastean con las piernas y acaban haciendo un sándwich en la que la suyas son el pan y una de las de ella el relleno. Sándwich. Vuelve a acordarse de que tiene hambre.
- Pfff, no veas qué bien he dormido...
Leo se estira contra él, después bosteza, encoge los hombros, cierra fuertemente los ojos y, tras unos segundos los vuelve a abrir. Coloca la cabeza sobre su estómago y se abraza a él. La de cosas que ha hecho en tres segundos. Se la queda mirando, ahí, acurrucada sobre él.
Lo que le toca hacer le mata. Leo es muy fuerte pero en su cabecita hay un revoltijo muy grande de cosas muy putas. No es fácil dejar atrás que una persona en la que se confía intente acabar contigo. No es fácil para él y no puede serlo para ella. Para él volver a remover toda esta mierda va a ser muy jodido, para ella no puede ser más fácil. No puede dejar de mirarla mientras piensa cómo coño va a hacer esto.
- Te oigo mirarme...
Esa frase imposible le hace sonreír
- ¿Qué?- levanta la cabeza para mirarle y lo pregunta con sonido de risa.
- Que te quiero
No ha pensado lo que ha dicho, simplemente ha abierto la boca y las palabras estaban ahí.¿Cuánto tiempo llevaba queriendo decírselo? Tanto que ya ni se acuerda.
Igual que no le cuesta nada expresar sus sentimientos con el cuerpo, con besos, caricias y abrazos, las palabras siguen costándole. A veces se le atragantan. No se lleva bien con las palabras. No es ni poeta ni escritor.
Si tuviese que describirle a alguien quién es Leo, no sabría ni cómo empezar. Lo mismo si alguien le pidiese que pusiese en palabras lo que siente por ella. No le resulta nada fácil encontrar los sonidos adecuados para meter dentro de sílabas todas esas cosas que ve y siente con tanta claridad.
Las palabras te quiero sí que las sabía, estaban esperando agazapadas en la garganta al momento adecuado. Son palabras muy grandes, no se pueden escupir a la primera de cambio. En el hospital, cuando los médicos no daban un duro por ella, se moría de ganas de decírselo, pero no se las dijo nunca porque no quería hacerlo a la desesperada, no quería que sonasen a despedida. Quería hacerlo bien, algo tan importante no se puede hacer de otra manera.
El sentimiento lleva mucho tiempo ahí pero no ha estado listo para decirlo en alto hasta este momento. Le faltaban cosas. Le faltaba recuperar la confianza en sí mismo. Le faltaba ver con sus propios ojos que tiene algo más que ofrecerle que problemas y complicaciones. Le faltaba comprobar que puede hacerla feliz. Le faltaban esas cosas pero ya no le faltan, ahora tiene todo lo que necesita. Ahora puede decirla te quieros hasta que la boca se le llene yagas.
Te quiero. Le gusta como suena. Le gusta muchísimo. Le encanta. Se siente eufórico y envalentonado. Muy envalentonado.
- Te quiero muchísimo, Leo.
Ella asiente despacito con una sonrisa que primero es tímida y después enorme. Planta los labios sobre los suyos y le da un beso que se merecería él solo una miniserie de televisión, de esas de dos episodios. Leo acaba de besarle, le sonríe una vez más y lleva los labios hasta su oreja.
- Te quiero mucho - el susurro contra su oído le pone el corazón al ritmo de una maraca desquiciada.
La abraza muy, muy fuerte contra su pecho. Si ahora mismo intentase pasar por una puerta no cabría. Acaba de engordar trescientos quilos en cuestión de dos segundos. También haría estallar el aparato si alguien intentase tomarle la tensión. Sabía perfectamente que ella le quería, igual que ella sabía que él la quería, pero hay ciertas cosas que, por muy claras que las tengas, cuando las oyes en alto lo cambian todo. Te cambian a ti, te dan la vuelta como un calcetín y te convierten en un saco de endorfinas.
Está tentado de salir corriendo a comprar un diario y escribir, "querido diario, hoy Leo me ha dicho que me quiere y soy un niño tan, tan, tan feliz que me tiemblan hasta los pelillos de la nariz".
Se inclina sobre su cabeza y la besa el pelo. Suspira. Cierra los ojos y se dedica a sentir los dedos de Leo sobre su pecho. Piensa que ella debe estar sintiendo bajo su orejita los latidos desbocados de su corazón, pero le da igual, como si ella no supiese lo que ha significado esto para él. Como si no le tuviese calao.
- Mira, Corso!- el tono entusiasmado de Leo le hace abrir los ojos bruscamente.
Sigue con la vista la dirección en la que el dedo de Leo señala. Delante de sus narices, entre dos nubes negrísimas y espesas, un sol amarillo y gordo asoma la cabeza.
Lo que ocurre delante de sus ojos es una pasada, es como si los nubarrones fuesen unas cortinas que se están abriendo. La luz grisácea cambia despacito a otra blanca, tan brillante, que parece casi irreal. El gris plomo se vuelve azul luminoso. El verde de los pinos y el azul cobalto mar aparece dejante de sus ojos. Es magia, no puede ser otra cosa.
Parece que Leo y él han dicho las palabras mágicas para darle al sol los huevos que necesitaba para salir de su escondite. Resulta que las palabras mágicas no son abracadabra o ábrete sésamo, eran otras, eran un puto te quiero. Va a haber que cambiar muchos cuentos, algunos van a quedar de culo, habrá que ver a los cuarenta ladrones diciéndole te quiero a una puerta escondida... mejor estas palabras mágicas recién descubiertas como un secretito entre Leo y él, mucho mejor.
Ve el sol brillando delante de él y tiene una especie de revelación de esas místicas que a la gente le hace escribir libros de autoayuda o componer canciones moñas.
Da igual lo cuesta arriba que se pongan las cosas o lo putas que las estés pasando, el sol siempre vuelve a salir. Siempre. Incluso cuando a uno se le ha olvidado que existe.
Se siente el puto amo del mundo. La tiene pegada a su cuerpo con la cabecita contra su estómago en lo que tiene que ser uno de los momentos más especiales de su vida, cuando sus tripas deciden que es el momento de poner banda sonora al momento con un rugido bestial. Joder, está hecho todo un romántico. La siente reírse contra él.
- ¿Qué...hay hambre?
Leo le da un golpecito en el estómago, después se aparta de él y le mira entre risitas.
- Pffff, no lo sabes tú...
- Pues no eres el único, lo que pasa es que yo soy algo más discreta.
- Pues esto tiene fácil arreglo, una duchita y a zampar.
Ella asiente y se vuelve a estirar contra él.
- Hmmmm ¿Sabes qué me apetece? Una tostadita de pan con aceite y tomate..- cierra los ojos y sonríe encantada de la vida- ¡Qué bueno, por Dios!
Leo está flipada con esto de ir pudiendo comer cada vez más cosas. Ya se acabaron los desayunos de leche de almendra y manzana rayada, ahora puede meterse tranquilamente un desayuno de persona normal, con zumito de naranja y todo, siempre que se olvide de cafés, claro. Todavía le queda una temporadita para poder comer pecados como fritos, picantes y cosas así, pero esto ya es muy fácil de hacer. Da gusto verla comer cosas que la gustan. Está convencido de que el día que pueda volver a probar el chocolate se le muere del gusto al primer bocao.
- ¿Sabes? Estoy pensando que la playa estará llena de barro con la que ha caído, pero que, si te hace, podemos ir a Palos a dar una vueltecita por el paseo marítimo, seguro que está guapo.
Ella asiente con las cejas levantadas.
- Me hace. Me hace mucho.
- Y, si hay puestecillos de esos, pues nos compramos una pulserita de recuerdo como los domingueros- se mira su pulsera de cuero medio roída- Esta la tengo hecha una mierda... me iría bien una nueva.
- La verdad que sí, da un poco de asquito...- suspira y se endereza- Pues, hala, a moverse, que quiero aprovechar lo que nos queda de estar aquí. Voy a ducharme- le da un beso, otra palmada en el estómago y se levanta de la cama.
Cruza los brazos bajo la cabeza mientras la ve meterse en el baño. Desayunarán, irán a pasear al puerto y entonces hablarán de lo que tienen que hablar.
Este puto juicio no va a ser sencillo, tampoco el que les espera escondido, pero van a salir adelante, claro que lo harán, siempre lo han hecho y ahora que están juntos con más razón aún. Así es la vida, llena de nubarrones pero también de ratitos de sol. La vida no es una caja de bombones, dijese lo que dijese el tonto'l haba ese, la vida es un parte meteorológico. A veces te vienen mil borrascas seguidas, pero siempre acaba por salir el sol.
- ¡Corso...!
La voz de Leo suena por debajo del ruido de la ducha.
- ¡Dime!
- ¡Que, digo yo, que esta bañera es muy grande y que podríamos jugar un ratito al esclavo que enjabona espaldas!- Leo habla casi gritando y casi a carcajadas- ¡Por los viejos tiempos!
Sonríe y se levanta de un salto. Es hora de ducharse. Mientras recibe un salpicón y un beso de bienvenida a la ducha, se le ocurre que, si surge y el hotel sigue en pie después de que ellos se vayan, podrían volver a este sitio.
[Posiblemente continue]